Todas las noches - Julianna Morris - E-Book

Todas las noches E-Book

Julianna Morris

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Beschreibung

Callie Webster estaba decidida a conquistar el corazón del que había sido el hombre de sus sueños desde la infancia. Pero antes tenía que conseguir que se fijara en ella... A Michael Fitzpatrick le parecía increíble que la inocente Callie hubiera cambiado tanto. De pronto, estaba citándose prácticamente con todos los hombres de Alaska, lo que lo obligaba a a protegerla como si fuera su hermano mayor. ¡Pero no eran precisamente sentimientos fraternales los que Callie despertaba en él! A pesar de su resistencia al matrimonio, Michael ya se estaba imaginando lo que sería pasar todas las noches de su vida con aquella mujer...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2000 Martha Ann Ford

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Todas las noches, n.º 1116- julio 2022

Título original: Callie, Get Your Groom

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-078-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LLEGO tarde.

Michael Fitzpatrick soltó un juramento mientras giraba hacia el campo de aviación de Kachelak, sintiendo el crujido de la grava bajo las ruedas de su Dodge Dakota. En el otro extremo de la pista de aterrizaje, vio la avioneta y a dos personas esperando bajo su sombra.

Una sonrisa irónica curvó los labios de Mike. Era evidente que el piloto estaba flirteando con la mujer y que ella era receptiva al coqueteo. Debería haberle advertido a su hermana que Donovan Masters era un conocido mujeriego.

—¡Eh, hermanita! —la llamó en cuanto se bajó del coche. Se dirigió a grandes zancadas hacia la pareja—. Siento llegar tarde.

Hasta que no estuvo a solo unos metros de los recién llegados, no se dio cuenta de que aquella diminuta mujer no era su hermana… A menos que hubiera encogido unos centímetros y hubiera cambiado su pelo por una exuberante melena castaña.

—Hola Mike —dijo la mujer, observándolo mientras se aproximaba—.¡Sorpresa! ¡Soy yo, Callie!

¿Callie Webster? Mike sacudió la cabeza. ¿Qué estaba haciendo Callie en Alaska? Rodeó el ala de la avioneta. Cuando llegó frente a la amiga de su hermana, se quedó, literalmente, boquiabierto.

—Eh… Callie —dijo estúpidamente, fijando la mirada en el top de color rojo que apenas ocultaba sus senos. Aquella pequeña pieza de tela dejaba al descubierto la cremosa piel de Callie. Su función parecía ser la de llamar la atención sobre sus lujuriosas curvas, más que la de ocultar su desnudez.

—Hola Mike —Callie, que hasta entonces permanecía apoyada contra la avioneta, se inclinó hacia él y le rodeó el cuello con los brazos para saludarlo con un efusivo abrazo—. Cuánto me alegro de verte. ¡Dios! Ha pasado una eternidad desde la última vez que estuvimos juntos.

Mike alzó los brazos para abrazarla automáticamente, pero al momento la apartó de él.

—¿Por qué te has vestido así? —preguntó. Se dio cuenta de lo inapropiado de la pregunta de forma inmediata. Al fin y al cabo, eso no era asunto suyo—. Aquí no hace tanto calor como para llevar algo tan… tan fresco.

—Pero si estamos en verano.

Callie se encogió de hombros y Mike tragó saliva. El top permanecía en su lugar, pero él no estaba muy seguro de que pudiera hacerlo durante mucho tiempo. Y no era él el único que estaba mirando fijamente el busto de Callie. La descarada mirada de Donovan le hizo apretar los dientes. Callie y su hermana eran amigas desde la infancia y la joven despertaba en él los mismos instintos protectores que su propia hermana.

Así que se quitó rápidamente la camisa de franela que llevaba encima de una camiseta y se la tendió a la joven.

—Toma. Como no tengas cuidado, te van a devorar los mosquitos.

Callie aceptó la camisa, pero no se la puso.

—Gracias, pero nunca me pican —contestó alegremente.

Mike la miró, entrecerrando los ojos a modo de advertencia.

—Callie, aquí hay veinticinco variedades de mosquitos, así que ponte esa condenada camisa.

—Mike —replicó Callie—. Esto no está nada bien. Todavía no me has saludado y ya estás dándome órdenes.

—En ese caso empezaré de nuevo. Hola Callie. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Callie miró a Donovan de reojo y volvió a encogerse de hombros.

—Mike y yo crecimos juntos —le explicó al piloto—. Por eso se porta como si fuera mi hermano: nunca se alegra de verme.

—No le hagas caso —le contestó Donovan, resplandeciente—. Yo estoy encantado con tu visita y también lo estarán todos los demás. Así que no te preocupes por lo que diga Mike.

Callie sonrió de oreja a oreja, haciendo aparecer dos graciosos hoyuelos en sus mejillas.

—Qué dulce eres, Donovan.

—Desde luego —musitó Mike. Aunque no era precisamente «dulce» el adjetivo que él habría utilizado para referirse a su socio. Y menos cuando había una mujer por los alrededores. En cuanto a Callie… Volvió a mirarla fijamente, incapaz de creer lo que estaban viendo sus ojos. El problema no era solo su ropa, sino también la actitud confiada y sexy con la que se desenvolvía… Y continuaba además sin ponerse su camisa.

Había visto a Callie por última vez hacía ya un año, durante uno de sus raros viajes a Washington. Siguiendo la tradición, la familia en pleno había ido a la iglesia la víspera de Navidad. Allí era donde había visto a Callie, tocando el órgano, vestida con una túnica oscura y con el pelo rigurosamente recogido en lo alto de la cabeza.

Era la imagen perfecta de la hija del pastor.

Tras el servicio religioso, Mike había ido a saludarla y al minuto se había vuelto a olvidar completamente de ella. Al fin y al cabo, solo era la amiga de su hermana y ambas habían sido infinitamente pesadas durante la adolescencia. Y el hecho de que Mike hubiera estrechado la relación con Elaine, su hermana, desde que ambos eran adultos, no cambiaba nada.

—Callie —dijo Mike con insistencia—, ¿dónde está Elaine?

—Oh…, ya sé que iba a encargarse de dirigir tu oficina durante el verano, pero está terriblemente ocupada. Ya sabes que ella no puede marcharse así como así.

—Ya lo sé, pero…

—Y como yo no tenía ningún plan especial para estas vacaciones, me pidió que la sustituyera —continuó Callie, ignorando despreocupadamente su interrupción.

—Ya veo —la reacción interna de Mike debió reflejarse en su rostro, porque la joven se apresuró a asegurarle:

—Soy completamente capaz de dirigir una oficina, Mike.

—Estoy seguro —contestó Mike diplomáticamente—, pero trabajar en la iglesia no es lo mismo que tratar con clientes, coordinar horarios de vuelos y encargarse de cobrar facturas.

—En ese caso, lo consideraré un reto —inclinó la cabeza, haciendo que su melena castaña cubriera sus hombros desnudos y, peor aún, rozara el principio de sus senos, que asomaban peligrosamente por la parte superior del top.

Mike gimió. Apenas podía creer que se estuviera fijando en el cuerpo de Callie Webster.

Aquella joven era una inocente. Una dulce muchacha que se hacía cargo de su padre y de la catequesis dominical. Sería incapaz de acostumbrarse al rudo ambiente del negocio del tráfico aéreo. Alaska no era un lugar en el que resultara fácil vivir, ni siquiera en verano. Así que le iba a tocar pasarse la mayor parte del tiempo cuidándola.

—¿Pero qué va a hacer tu padre? Sé lo mucho que depende de tu ayuda. Probablemente no pueda arreglárselas sin ti… Y también está la iglesia…

Pero Callie no parecía preocupada.

—Papá está estupendamente. Y por fin hemos conseguido fondos para restaurar la iglesia, así que con todo el lío de las obras no creo que vayan a echarme mucho de menos.

Además, no tenía ninguna intención de volver, añadió para sí en silencio. No podía decirle a Mike que pensaba quedarse en Alaska. Sabía que saldría huyendo si se enteraba de que su verdadera intención era casarse con él. Aunque, por supuesto, era consciente de que no era honesto no decirle la verdad.

Pero no importaba, se dijo Callie. Si no podía seducir a Mike, encontraría a otro.

Estaba cansada de ser la tranquila y diligente hija del predicador, de la que todo el mundo sabía lo que podía esperar y lo que no. Había decidido convertirse en la nueva Callie Webster. Una mujer misteriosa. Atrevida. Provocativa. Una mujer que sabía lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo. Todo el mundo sabía que Alaska era un lugar lleno de hombres solteros. Un lugar ideal para cambiar de imagen.

Y Mike no podía adivinar sus intenciones.

—Creo que Callie hará un trabajo maravilloso —dijo Donovan, dirigiéndole a la joven una cálida mirada de aprobación.

—Estoy seguro —gruñó Mike.

—Gracias —le respondió Callie a Donovan, ignorando a Mike—. Y me alegro de que hayas sido tú el que ha ido a buscarme. Estoy segura de que si hubiera tenido que traerme Mike, me habría dejado en el aeropuerto.

—Ha sido un placer.

—Mira, Callie —Mike interrumpió aquel intercambio de halagos—, no creo que encuentres ningún sitio para quedarte en Kachelak. Los hoteles son demasiado caros y no se alquilan viviendas.

—Pero yo pensaba que Elaine iba a quedarse contigo —contestó Callie con expresión de absoluta inocencia.

—Sí. Bueno, ese era el plan original. Pero tú no eres Elaine.

Y era preferible que lo comprendiera, se dijo Callie. Porque no iba a permitir que continuara tratándola como si fuera su hermanita pequeña.

—Pero no lo entiendo. Yo no voy a causarte ningún problema.

—Esa no es la cuestión… —comenzó a contestar Mike, pero Donovan lo interrumpió.

—Puedes quedarte en mi casa —le ofreció. Rodeó la cintura de Callie con el brazo y sonrió.

—¡Me parece una solución magnífica! —exclamó la joven. Miró a Mike y sacudió la cabeza, intentando disimular su diversión. Mike parecía a punto de explotar—. ¿Estás seguro de que no seré una molestia? —le preguntó a Donovan.

—En absoluto. Será un placer tenerte en mi casa.

—Un placer que no vas a poder disfrutar —refunfuñó Mike—. Callie va a quedarse conmigo.

Donovan sacudió la cabeza.

—Mira, socio. Tú no quieres a Callie y yo sí. No querrás que se sienta mal recibida después de haber hecho un viaje tan largo para venir a ayudarnos, ¿verdad?

—No es que no la quiera —contestó Mike. Parecía tan frustrado que Callie casi lo compadecía—. Claro que la quiero.

Aunque lo decía en un sentido nada romántico, Callie sintió un placer inmenso al oírlo. Había salido con otros chicos para intentar sacarse a Mike de la cabeza. Había llegado incluso a comprometerse con uno de ellos, al que, más que el amor, le había unido una sincera amistad. Y habrían formado un buen matrimonio si Keith no hubiera muerto en un accidente de coche.

Por un instante, el arrepentimiento ensombreció la alegría de Callie. Ella quería sinceramente a Keith, pero no podía decirse que saltaran chispas entre ellos. Ni pasión ni… Ni nada parecido a lo que sentía cuando pensaba en Mike… O a lo que había sentido la única vez que se habían besado.

Había sido la noche de la graduación de Mike y él estaba tan borracho que ni siquiera recordaba aquel beso. Callie intentó apartar aquellos pensamientos de su mente y endureció su corazón. Las vampiresas no dejaban que nada se interpusiera en su camino.

—Eres muy amable, Mike, pero creo que será mejor que me quede con Donovan.

—No señor. Eres responsabilidad mía y te vas a quedar conmigo. ¿Dónde tienes el equipaje?

—Bueno… de acuerdo. Está en la avioneta.

Maldiciendo en silencio, Mike fue a buscar las tres maletas de Callie y las llevó a grandes zancadas hacia su coche.

—Espero que se acuerde de que yo voy con el equipaje —comentó Callie, pensativa.

—Pobre tipo —rió Donovan—. No le vas a dar ni una sola oportunidad de escapar, ¿verdad?

—Señor Master, no sé de qué está usted hablando —contestó Callie, divertida.

Observaron a Mike mientras este arrojaba las maletas en el maletero del Dakota con más fuerza de la necesaria. Lo cerró después violentamente y se apoyó contra el guardabarros con expresión impaciente. Callie tragó saliva.

Por primera vez era consciente del lío en el que se estaba metiendo.

Michael Fitzpatrick ya no era ningún niño. Sus fuertes músculos se dibujaban claramente contra la tela de la camiseta. Continuaba teniendo el pelo oscuro, pero ella ya había detectado algunas hebras plateadas. Por un instante, se sintió insegura. Mike, más que un amigo, era para ella un auténtico desconocido. Aunque hubieran crecido prácticamente juntos, los tres años que los separaban habían marcado grandes diferencias entre ellos.

Callie tenía ya treinta y un años. No era ninguna jovencita. Mike tenía treinta y cuatro. Una edad en la que ya le tocaba empezar a pensar en casarse y formar una familia. Ella se encontraba en la misma situación. Pero antes de tomar la decisión de casarse, necesitaba averiguar si Mike podía llegar a ser su pareja. Porque una cosa era fantasear sobre un chico del que había estado enamorada desde la adolescencia, y otra muy distinta asegurarse de que seguía amando al hombre en el que se había convertido.

La verdad era que no le había parecido algo realmente urgente hasta que había cumplido treinta años. Pero entonces había comenzado a imaginarse sola durante el resto de su vida. Sin hijos, sin marido. Sin Mike… Y en cuanto había surgido la posibilidad de viajar a Alaska, había decidido aprovechar su oportunidad.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte conmigo? —le ofreció nuevamente Donovan.

—¿En camas separadas? —bromeó Callie. Se sentía mucho más cómoda con el piloto que con Mike. Definitivamente, el amor complicaba mucho las cosas.

—Solo si insistes.

Callie rió y comenzó a caminar hacia el coche de Mike.

 

 

Mike miró a Callie cuando esta estaba coqueteando con Donovan y apretó los puños. No era asunto suyo que Callie estuviera jugando con fuego. Pero tendría que advertirle de los riesgos que corría. Igual que le habría advertido a su hermana.

—Nos veremos esta noche —le gritó Callie a Donovan desde el coche.

—A las seis en punto. Y no te vistas a menos que lo encuentres absolutamente necesario.

Mike gruñó. Estaba seguro de haber oído bien. ¡Callie había concertado ya una cita!

—¿Has quedado con él? Yo pensaba que venías a encargarte de la oficina. Nuestra secretaria habitual ha tenido un bebé, así que no podrá venir cuando tú no estés disponible.

—Sí —curvó sus labios en una sonrisa felina.

—¿Sí qué?

—Que sí he venido a dirigir la oficina, pero no voy a trabajar veinticuatro horas al día. Así que supongo que podré hacer vida social cuando no esté ocupándome del papeleo.

Mike suspiró. Ambos sabían que llevar la oficina de Triple M Transit no consistía únicamente en mover y ordenar unos cuantos papeles. Callie estaba haciéndole dudar nuevamente de su capacidad para llevar adelante ese trabajo. Pero, diablos, siempre era mejor que nada. Donovan, Ross y él tenían la oficina hecha un desastre desde que habían perdido a Delia y últimamente ella estaba insinuando que no tenía intención de volver.

Eso era lo que se conseguía cuando una mujer se quedaba embarazada. Preferían quedarse en casa a cuidar a los niños sin preocuparse de la desesperación de los hombres a los que habían abandonado. Quizá en otros lugares no tuviera ninguna importancia, pero no era nada fácil encontrar una sustituta en Kachelak.

—No importa —le dijo, mientras abría la puerta del Dakota—. Solo quería advertirte sobre Donovan. Es un soltero empedernido.

—¿Estás bromeando?

Mike rodeó el coche y se sentó tras el asiento del conductor.

—No es ninguna broma, Callie. Donovan es un gran tipo, pero en cuanto piense que vas en serio, saldrá corriendo.

—¿Ah sí? ¿Y cómo estás tan seguro de que no seré yo la que salga corriendo?

Mike, que estaba colocándose el cinturón de seguridad, estuvo a punto de atragantarse. Callie parecía estar hablando en serio, como si fuera una mujer acostumbrada a tener una aventura tras otra. Pero él sabía que no era verdad. No podía serlo. Era la hija del pastor y en Crockett nadie consentiría que lo hiciera. Además, Mike sabía que no era de esa clase de mujeres. Y no dudó en decírselo.

—¿Qué has dicho? —le preguntó Callie; saltaban chispas de furia de sus enormes ojos verdes.

—Que no eras esa clase de…

—Ya sé lo que has dicho. Pero, para tu información, ha habido muchísimos hombres interesados en mí. Estás ofendiéndome. Que mi padre sea un predicador no significa que sea un antídoto contra los hombres.

—No he querido decir que no seas una mujer deseable —intentó tranquilizarla—. Pero tú eres… una buena chica.

—¿Una buena chica? Esto es insoportable. Creo que haría mejor en quedarme en casa de Donovan.

—Era un cumplido, Callie. Y de momento estás viniendo hacia mi casa.

—Menudo cumplido. ¿Te gustaría que yo te dijera que eres un buen hombre?

Desde luego, Mike no creía que el ego de ningún hombre pudiera verse reforzado con un cumplido como aquel. Un buen hombre era un hombre aburrido. En cuanto una mujer le decía a un tipo que era un buen hombre, le estaba dando su sentencia de muerte. A un hombre le gustaba ser fuerte, duro e incluso un poco peligroso.

Maldita fuera. Jamás habría pensado que a una mujer podía pasarle lo mismo. Y mucho menos a Callie.

—De acuerdo, no eres una buena chica —se disculpó. Aunque se imaginaba perfectamente lo que iba a decir Callie de su torpe disculpa.

—Gracias.

Pese a lo que él esperaba, parecía sinceramente complacida. Mike elevó los ojos al cielo. Mujeres.

—¿No crees que deberías llevarme a ver la oficina? —le preguntó Callie mientras él ponía el coche en marcha—. Está cerca de aquí, en el aeródromo, ¿verdad? —a pesar de su pregunta, bostezó y cerró los ojos, dando muestra de un intenso cansancio.

Mike vaciló. Realmente necesitaban a alguien que se ocupara cuanto antes de la oficina, aunque solo fuera para contestar el teléfono, pero Callie había salido de Seattle a la una y media de la madrugada. En esas circunstancias, no se le habría ocurrido llevar a Elaine a trabajar inmediatamente y el mismo criterio tendría que aplicar con Callie. Pero, por otra parte, sería estupendo tener una excusa para aplazar lo inevitable. ¿Callie viviendo en su casa? Pensar en ello le producía una incómoda sensación de catástrofe.

—Ya te enseñaré mañana la oficina. Ahora supongo que necesitarás dormir —«antes de tu cita», añadió mentalmente. Caramba, aquello verdaderamente lo irritaba. Donovan debería haber mostrado alguna consideración hacia su nueva empleada.

¿Empleada? Sí, así era como podía tratar a Callie. Como una empleada, aunque no lo fuera realmente. Estaba haciéndole un favor a Elaine, que, a su vez, estaba haciéndole a él un favor.

—¿Callie?

—¿Hum? —respondió ella, abriendo los ojos.

—¿Por qué no me has llamado para decirme que ibas a venir en lugar de Elaine?

—Tomé la decisión en el último momento —le dirigió una radiante y somnolienta sonrisa—, pensamos que te enfadarías y dirías que no.

Por supuesto que habría dicho que no, gruñó Mike para sí.

Debería haberse imaginado ya el motivo de la maniobra de Elaine. Su hermanita estaba intentando emparejarlo con Callie. Aquel pensamiento le hizo respingar. Él no quería casarse. Pasaba la mayor parte del tiempo lejos de su casa, transitando cargas y turistas por todo el estado. Llevaba una vida cómoda y sin ataduras y eso era lo que quería seguir haciendo.

Mike apagó repentinamente el motor y se giró en su asiento:

—Mira, Callie. Creo que Elaine está intentando hacer de casamentera.

—Pues claro que sí —respondió ella con una sonrisa—, pero no te preocupes por eso. Yo me mantendré fuera de tu camino y tú te mantendrás fuera del mío.

—Entonces, tú no… —se interrumpió, sin saber cómo continuar la frase.

—Podría querer un marido, sí —respondió, pensativa—, pero tú estás completamente a salvo —bostezó y se estiró perezosamente en su asiento, haciéndolo consciente de cada centímetro de su cuerpo—. Elaine puede tramar todo lo que quiera. Pero eso no significa que tengamos que caer en sus redes. Tú y yo juntos… Es completamente absurdo.

Mike frunció el ceño. Todo lo que Callie decía debería hacerle sentirse más cómodo con ella. Pero sus palabras estaban teniendo el efecto contrario.

—¿Por qué es absurdo?

—No sé —rió divertida—, tú eres muy alto y yo soy bajita. Además, nos conocemos desde siempre. Ya está claro que no puede surgir nada entre nosotros.

Aquella declaración lo enfadó todavía más. Cómo se atrevía a decirle una cosa así. Apenas habían hablado desde que él se había ido a vivir al norte: no había habido tiempo de que surgiera nada. Y eso no significaba que él tuviera algún interés en ella. Su curiosidad era simplemente académica. O quizá fuera mejor decir masculina. A ningún hombre le gustaba sentirse descartado por una mujer.

Callie sacudió ligeramente la cabeza y se enderezó en el asiento.

—Ahora que ya hemos aclarado eso, me gustaría aclarar otra cosa también. Antes has hablado como si yo no fuera a tener tiempo libre. No tendré que trabajar los siete días de la semana, ¿verdad?

—Eh… No, claro. A no ser que surja alguna emergencia, trabajarás cinco días a la semana.

—Estupendo, porque me gustaría hacer alguna excursión. Quizá incluso suba a un glaciar. Tengo entendido que hay muchos por aquí. ¿Crees que podré ver algún oso? Me encantaría ver un oso polar, aunque supongo que para eso hace falta subir más al norte.

Mike se tensó al oírla. ¿Por qué diablos no habría ido su hermana, en vez de Callie?, se lamentó.

—No creo que debas viajar mucho sola. No es nada seguro.

—¿Y quién ha dicho que esté pensando en ir sola?

Mike suspiró.

—Yo no tengo tiempo para excursiones, Callie.

—Eso no es ningún problema. Nadie te ha invitado a acompañarme.

Mike encendió nuevamente el motor, intentando no dejarse afectar por su evidente falta de interés.

—Aquí no tenemos grupos de excursionistas, Callie. Y las excursiones que se programan para turistas son carísimas.

—No necesito ir a una excursión programada. Donovan piensa llevarme al parque nacional de Kenai.

—¿Esta noche? —Mike estuvo a punto de dar un volantazo—. No lo dirás en serio. Aunque aquí tengamos más horas de sol, Kenai está bastante lejos y no es posible visitarlo tan tarde.