Una nueva estrategia - Julianna Morris - E-Book
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Una nueva estrategia E-Book

Julianna Morris

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Beschreibung

Tyler O'Bannon, la oveja negra, había vuelto al redil, y toda la familia se preguntaba por qué. ¿Sería porque venía a reclamar a la encantadora viuda Megan, la mujer a la que una vez amó y perdió? Megan recordaba a Tyler perfectamente. Era el hombre impresionantemente guapo que la había fulminado con la mirada cuando, unos años antes, anunció que se iba a casar con otro hombre. Pero esta vez, su mirada era la de un hombre que deseaba a una mujer y que la iba a conseguir a cualquier precio. Megan sabía que tendría que pagar un precio muy alto por esa pasión. A menos que pudiera convencer a ese hombre sexy y millonario de que la verdadera felicidad pasaba por el matrimonio...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Martha Ann Ford

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una nueva estrategia, n.º 1254 - febrero 2016

Título original: Meeting Megan Again

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8038-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Es que es tan guapo!

Megan O’Bannon miró a su hija de siete años, sonriendo.

–Sí, es muy atractivo.

Kara pasó una página de la revista que, prácticamente, se sabía de memoria. Especialmente, el artículo sobre el hombre por el que suspiraba, Tyler O’Bannon, un millonario con más gancho que cualquier estrella de cine.

–¿Y de verdad es pariente mío?

–Tu padre y él eran primos segundos.

–Si lo invitamos a la reunión a lo mejor viene, mamá. Vive en San Francisco y está solo a unas horas de aquí.

Megan se pasó la mano por la frente. Llevaba toda la semana organizando la reunión de la familia O’Bannon, que tenía lugar cada tres años. El hotel que había abierto tras la muerte de su marido era el sitio perfecto para hacerla, pero las cosas se estaban complicando con tanto hablar sobre Tyler O’Bannon.

Megan cerró los ojos y los recuerdos la envolvieron. Había conocido a Tyler el día de su pedida de mano y algo en los ojos oscuros del hombre la había hecho sentirse incómoda y… cautivada por él. Durante un tiempo, Tyler había asistido a todas las reuniones y fiestas de los O’Bannon, siempre mirándola como si tuviera algo contra ella. Pero después de su boda dejó de asistir.

–¿Por qué no viene nunca a las reuniones? –preguntó Kara–. ¿No vivía antes con los abuelos?

Megan se encogió de hombros.

–Vivió con ellos durante unos meses cuando se enteraron de que sus padres habían muerto y él estaba en un orfanato. Lo trajeron a California antes de que cumpliera dieciocho años, pero él nunca quiso formar parte de la familia.

La niña suspiró.

–Tenemos que invitarlo, mamá. No tiene hijos y debe sentirse muy solo.

Hablaba de Tyler O’Bannon como si fuera un anciano solitario, pero en realidad era un hombre de treinta y cuatro años.

–No creo que se sienta solo –murmuró Megan, mirando la fotografía de la revista. Al hacerlo, sintió un escalofrío. El artículo se titulaba El hombre más sexy de América. Y era cierto. Incluso después de su fracasado matrimonio y su promesa de evitar a los hombres, seguía estremeciéndose cada vez que pensaba en Tyler O’Bannon.

–La abuela Eleanor quiere que venga a la reunión, mamá. No se encuentra bien y eso la haría feliz.

–De acuerdo, de acuerdo. Lo invitaré.

Megan sabía que Kara la estaba manipulando, pero lo que decía sobre la abuela Eleanor era cierto. Sonriendo ante la alegría de la niña, sacó un sobre y se dispuso a enviar la invitación.

Había pasado tanto tiempo que estaba segura de que Tyler no acudiría, pero al menos haría feliz a su hija y a su abuela.

Capítulo 1

 

Hotel O’Bannon.

El nombre del hotel estaba grabado en letra antigua y colgaba de un marco de hierro fundido. Debajo del rótulo, había un cartel que decía: Cerrado hasta principio de temporada.

Tyler O’Bannon tomó el camino flanqueado por árboles al final del cual había una preciosa casa victoriana situada sobre una pendiente. Había al menos dos docenas de coches aparcados y un grupo de gente jugaba a la herradura en medio del jardín.

Tyler miró con atención para ver si reconocía a alguien, pero había pasado mucho tiempo y, en realidad, no conocía demasiado bien a nadie de la familia, excepto a Eleanor y Grady. La pareja había sido muy buena con él, pero los adolescentes airados no son particularmente receptivos a la bondad.

Una sonrisa curvó los labios masculinos.

¿Receptivo?

Durante los meses que había vivido con los O’Bannon, Tyler había sido un adolescente imposible, demasiado orgulloso y cabezota como para pensar las cosas dos veces.

Después de aparcar su Mercedes entre una furgoneta y un jeep sacó dos cartas del bolsillo. Una era de Eleanor, en la que le decía que «últimamente, no se sentía bien y que quizá sería su última reunión».

La segunda carta era de una niña que le rogaba que asistiera a la reunión familiar. La madre de la niña había añadido una postdata, diciendo que imaginaba que tendría muchas ocupaciones y que no se sintiera obligado a acudir. Incluso había escrito: Supongo que no me recordarás, pero soy la viuda de tu primo…

¿No recordar a Megan O’Bannon?

Tyler sonrió mientras se dirigía hacia la puerta del hotel. Megan había sido la mujer prohibida, la prometida de su primo y… en aquel momento, su viuda. Se habían conocido el día de la pedida de mano y él estaba convencido de que se casaba con el hombre equivocado por razones equivocadas.

Por un segundo, Tyler se quedó parado con la mano en el picaporte. Le gustaría pensar que había acudido a la reunión por Eleanor, pero tenía que ser sincero consigo mismo.

Quería ver a Megan de nuevo.

Quizá solo necesitaba estar seguro de que había dejado de significar algo para él y que las cosas les habían ido bien a los dos. Ella lo habría pasado muy mal con un hombre sin dinero y él lo habría pasado peor sin poder darle las cosas que podía darle su primo.

–No podía hacer otra cosa –murmuró Tyler para sí mismo, aunque no estaba convencido del todo.

Sacudiendo la cabeza, entró en el vestíbulo y miró alrededor. Del techo colgaban dos candelabros de cristal que iluminaban el vestíbulo y la escalera de madera. Y, a unos diez metros, una mujer estaba hablando con una niña.

Megan.

Y, sin duda, su hija. Por razones que no se atrevía a examinar, Tyler se alegró de que la niña se pareciese a Megan y no a su primo.

–No podemos poner a Reece y Jessie en la misma habitación –estaba diciendo Megan, con firmeza. No había que ser un genio para comprobar que estaba perdiendo la paciencia.

–Pero si están prometidos –protestó la cría.

–No sé de dónde sacas esas cosas. Las parejas no duermen juntas aunque estén prometidas.

–Mamá, por favor. Qué antigua eres –protestó Kara, haciendo un gesto que hizo sonreír a Tyler.

Había oído que los niños, gracias a la televisión, sabían más que los padres y Kara era prueba de ello.

–Muy bien. Pues soy antigua.

Estaban tan concentradas en la discusión que ni siquiera se habían dado cuenta de su presencia, así que Tyler se dedicó a mirar a Megan. A admirarla, más bien. Nunca había sido una belleza clásica, pero tenía algo especial, algo que llamaba la atención de los hombres. Debía medir un metro sesenta, era pelirroja y tenía un cuerpo perfectamente proporcionado. En aquel momento, llevaba vaqueros y una camiseta con la frase Reunión de los O’Bannon impresa en el pecho.

–Tenemos que poner a Reece y Jessie en habitaciones separadas –insistió Megan–. La prometida de Reece dormirá en la número cuatro.

La niña puso cara de desesperación.

–¡No, mamá! Tenemos que guardar esa habitación porque… ya sabes quién puede venir.

–No va a venir, Kara –suspiró Megan, poniéndose las manos en las sienes, como si le doliera la cabeza–. Tyler es un hombre muy rico y seguramente creerá que queremos algo de él. Además, ¿por qué iba a venir después de tantos años?

–Porque he sido invitado –contestó Tyler, decidiendo que era el momento de tomar parte en la conversación.

–¡Oh, Dios mío! –exclamó la niña–. ¡Es él! ¿Lo ves? Te dije que vendría.

La expresión en los ojos verdes de Megan era de estupefacción.

–Tyler… –susurró.

–Sí, soy yo. Ha pasado mucho tiempo, Megan.

–Sí, ya… ¿qué estás haciendo aquí?

–¿No te acuerdas? Me has invitado a la reunión familiar. ¿Cómo iba a rehusar tan amable invitación? –sonrió él, sacando la carta del bolsillo.

–Voy a buscar una camiseta –dijo la niña, antes de salir corriendo por el pasillo.

Megan se colocó tras el mostrador, como si quisiera poner una barrera entre ellos. No había esperado que Tyler apareciera. Él siempre se había mantenido en contacto con Eleanor, llamándola el día de su cumpleaños y enviando regalos en Navidad, pero nunca había ido a visitarlos.

«Es un hombre orgulloso», decía Grady O’Bannon cuando alguien le preguntaba por Tyler. Y Eleanor añadía: «Volverá cuando esté preparado».

Eleanor nunca había dejado de confiar en que volvería a formar parte de la familia algún día y quizá su deseo se había hecho realidad.

–¿No dices nada?

Megan dudó un momento. Podría parecer grosera, pero quería saber qué lo había hecho acudir a la reunión familiar después de tanto tiempo.

–¿Por qué has venido, Tyler? Y no repitas eso de que has sido invitado, porque te hemos invitado muchas otras veces. Además, sabes que Eleanor y Grady te recibirían en cualquier momento con los brazos abiertos.

–Lo sé –murmuró él–. Estoy aquí porque me preocupa el estado de Eleanor. Me escribió el mes pasado y me pareció que no se encontraba bien, así que he venido a verla.

Megan asintió con la cabeza. Entendía por qué había vuelto. Lo que no entendía era por qué se había alejado de la familia durante tanto tiempo. Los O’Bannon eran gente maravillosa, la clase de familia que ella había soñado cuando era una niña y sus padres se peleaban continuamente.

–Esta parece de su talla –dijo Kara, apareciendo de nuevo con una camiseta negra en la mano–. Las hemos hecho para la reunión. Mi madre las ha diseñado.

–Gracias. Tú eres Kara, ¿no?

La niña asintió, sonriendo con timidez.

–Me alegro de que haya venido, señor O’Bannon.

–Llámame Tyler.

–Muy bien, Tyler –dijo la cría, con una sonrisa de oreja a oreja. En ese momento, un grito en el jardín hizo que empezara a mover los pies, inquieta–. Es mi turno en la herradura. ¿Quieres venir a mirar? Si quieres jugar, yo puedo enseñarte. Es muy fácil, solo hay que…

–Tyler querrá subir antes a su habitación, Kara –la interrumpió su madre–. Puedes verlo más tarde.

–Vale.

Con desgana, Kara salió al jardín, sin dejar de mirar a Tyler por encima del hombro, fascinada.

–Te acompañaré a tu habitación –dijo Megan entonces, tomando la llave–. ¿No traes equipaje?

–Está en el coche. Iré por él más tarde. La verdad… –Tyler dudó antes de terminar la frase–. Por lo que decías en la carta, no sabía si querías que viniera.

Megan se puso colorada. No había querido parecer antipática.

¿O sí?

Un escalofrío de culpabilidad hizo que apartase la mirada. Tyler le hacía recordar cosas que no quería recordar, como su juventud, los errores que había cometido… ¿sabría Tyler que Brad había sido un mujeriego?

¿Sabría el fracaso que había sido su matrimonio?

Megan respiró profundamente, preguntándose si alguna vez dejaría de tener aquella sensación de que su vida se escapaba a su control, si podría olvidar a su marido yendo de aventura en aventura para, finalmente, matarse mientras conducía un deportivo a toda velocidad.

–Estás muy pálida. ¿Te encuentras bien?

Megan se obligó a sí misma a sonreír.

–Estoy bien. Y por supuesto que eres bienvenido. Eleanor se va a llevar una alegría, igual que Grady.

–Yo también tengo ganas de verlos –murmuró Tyler, sin mirarla. Parecía avergonzado y eso la sorprendía.

Aparentemente, también había cosas que Tyler O’Bannon no sabía manejar con aplomo.

–Tu habitación está en el piso de arriba.

Megan empezó a subir los escalones de madera, notando la mirada del hombre clavada en su espalda. Nada había cambiado desde la primera vez que se vieron. Él seguía siendo intenso, abrumador… y ella, una persona muy sencilla.

Desde luego, si no había sido una mujer excitante para su marido, no podría serlo nunca para Tyler.

Megan abrió una puerta y señaló el interior de la habitación.

–Tiene un baño completo.

Él miró las paredes de madera, los muebles clásicos y las flores que daban al dormitorio un aire noble y romántico. Un contraste tremendo con su dúplex en San Francisco, dominado por la pasión del propietario anterior por el blanco y negro. Tyler estaba tan ocupado que nunca había encontrado tiempo para buscar un decorador, pero la verdad era que prefería aquel tipo de casa con ambiente hogareño, aunque fuera un hotel.

–Es muy agradable, pero no parece la clase de sitio que Brad hubiera elegido para vivir.

–No –dijo Megan, apartando la mirada–. Compré esta casa después del accidente. Brad nunca vivió aquí –añadió, dándole la llave–. Será mejor que vaya a comprobar cómo van las cosas en la cocina. Más tarde, iremos a jugar al fútbol al parque, si te apetece venir.

Tyler tomó la llave, sin dejar de mirarla a los ojos.

–Claro que sí.

–Muy bien. Nos iremos dentro de una hora, así tendrás tiempo para saludar a todo el mundo. Seguro que Eleanor está deseando verte.

–Gracias, Megan.

–De nada.

Tyler la sujetó del brazo cuando se daba la vuelta.

–Solo quería decir que… tienes una hija preciosa.

–Gracias.

Por primera vez desde que había llegado, Tyler vio una auténtica sonrisa iluminar el rostro de Megan. Ella estaba orgullosa de Kara y, sin saber por qué, se preguntó cómo sería tener un hijo. Un hijo con Megan.

Ahogando una maldición por tan absurdo pensamiento, Tyler soltó su brazo y entró en la habitación. La atracción sexual que había sentido por ella desde el primer día seguía allí. Pero él no podía formar parte de la vida de una mujer como Megan. Ella era una princesa de cuento y él no era ningún príncipe.

–Voy a echar un vistazo a la habitación. Bajaré dentro de unos minutos.

Necesitaba algo de tiempo para recuperar la compostura.

A los dieciocho años, Megan había sido inocentemente seductora. Nueve años después, era diferente. La inocencia había desaparecido y quizá era comprensible. Pero, aunque era tan seductora como antes, unas sombras habían reemplazado el brillo de sus ojos verdes y esa pérdida le parecía lamentable.

La puerta se cerró tras ella y Tyler se acercó a la ventana para mirar el jardín.

Allí estaban los alegres O’Bannon, riendo y jugando. Kara estaba lanzando la herradura y cuando la pieza de hierro cayó alrededor del poste, todos empezaron a aplaudir.

Tyler frunció el ceño. Él no sabía nada sobre vivir en familia y era demasiado viejo para aprender. Eso no podría cambiar nunca. Kara era la hija de otro hombre y él era lo que siempre había sido, un extraño. Aunque no culpaba a nadie más que a sí mismo. Los O’Bannon lo habían intentado muchas veces, no era culpa suya que él no pudiera formar parte de aquella sonriente fotografía familiar.

Megan salió entonces al jardín y se acercó a una anciana que estaba sentada en un banco. Unos segundos después, la anciana se volvió y miró directamente hacia su ventana.

Era Eleanor.

Cuando vio a Tyler lo saludó con la mano, sonriente, y él le devolvió el saludo. Eleanor O’Bannon era lo más parecido a una madre para él. Debería olvidarse de Megan y concentrarse en averiguar qué le pasaba a la anciana. Quizá no había sitio para él en aquella familia, pero se encargaría de que los mejores médicos de San Francisco cuidaran de ella.

Con aquello en mente, Tyler miró la camiseta que Kara le había regalado, intentando averiguar si la manga cubriría el tatuaje que se había hecho cuando estaba en el ejército.

Podía imaginar la reacción de Megan si veía el águila.

 

 

–Me ha dicho que le escribes –dijo Megan, aún nerviosa tras su encuentro con Tyler.

Pero eso no era nada nuevo. Tyler siempre la había puesto nerviosa. Era su forma de mirarla, como si tuviera pensamientos secretos que ella nunca adivinaría.

Eleanor le dio un golpecito en la mano.

–Claro que le escribo, Megan. Es un buen chico y siempre he sabido que le iría bien en la vida, pero es una pena que no se haya casado. Habría sido mucho más feliz con una esposa y una familia.

Megan se clavó las uñas en las palmas de las manos. Adoraba a la bisabuela de su hija, la abuela de Brad, pero había momentos en los que Eleanor se ponía difícil. Como en ese momento, con aquel brillo travieso en los ojos.

–No creo que Tyler esté interesado en una familia.

–Es posible. Pero, ¿sabes una cosa? Tú le gustabas.

¿Gustarle? Megan negó con la cabeza. Era imposible. A Tyler nunca le había gustado, todo lo contrario.

–Apenas me conoce. Y yo estaba comprometida cuando nos conocimos.

–Megan, tú eres parte de la familia y siempre lo serás. Pero Brad se ha ido y no queremos verte sola.

Aquellas amables palabras la hicieron suspirar. Había cosas peores que estar sola, como descubrir que su marido no podía serle fiel y que, además, decía que era culpa suya porque no era mujer suficiente para él. Considerando la alternativa, prefería estar sola.

–No te hagas ilusiones, abuela –sonrió Megan, besando a la mujer en la mejilla–. No estoy interesada en volver a casarme. Sé que quieres tener más nietos, pero tendrás que conformarte con Kara.

–Quizá Reece y su novia están pensando en tener familia –murmuró Eleanor, pensativa.

Megan lo dudaba. Reece O’Bannon había decidido pasar por el altar, pero no lo imaginaba cambiando pañales.

–Ya veremos.

–Esto no es justo –protestó Eleanor entonces–. Tengo tres hijos, seis nietos y solo una bisnieta.

–Estás celosa de Carolyn porque tiene más bisnietos que tú –rio Megan.

–Pues sí.

Eleanor y Carolyn, hermanas gemelas, se llevaban muy bien, pero siempre habían competido por la cantidad de hijos, nietos y bisnietos que tenía cada una.

–Hola, Tyler –gritó Kara, saludándolo con la herradura en la mano.

Megan levantó la cabeza y vio que Tyler se acercaba. Se había quitado el traje para ponerse vaqueros y la camiseta de la reunión y casi parecía un hombre normal, no muy diferente del resto de los O’Bannon.

–Sí, normal. Seguro –murmuró para sí misma.

No había nada «normal» en Tyler O’Bannon. Era más alto que los demás, con los hombros más anchos, el estómago plano y largas y musculosas piernas. Tenía la gracia natural de un atleta, el pelo negro y suave y la sonrisa más sexy de la historia.

–¿Qué dices, Megan?

–Nada, abuela.

–Ya, claro –sonrió la anciana.

Tyler se acercó a ellas sin apresurarse.

–Me alegro de verte, Eleanor –la saludó. Dudó un momento y después se inclinó para darle un beso en la mejilla, incómodo.

–Siéntate, Tyler –sonrió la mujer–. Cuéntame qué tal te va.

–Estoy más preocupado por ti –dijo el hombre, con aquella expresión seria que lo caracterizaba. La misma expresión penetrante que Megan recordaba nueve años atrás.

–¿Por mí? –preguntó Eleanor, moviendo una mano como para quitarle importancia al asunto–. Los viejos tenemos muchos achaques. No tiene ninguna importancia.

–En tu carta…

–No te preocupes por mí. Estoy bien.

Si Megan no hubiera estado pendiente, quizá no habría visto cómo Eleanor apretaba la mano de Tyler.

¿Qué habría querido decir con aquel gesto?

Eleanor era una mujer fuerte, nunca se quejaba de nada y era generosa hasta el extremo. Si tenía algún defecto, era su insistencia en casar a todos los solteros de la familia, una insistencia que se extendía a viudas y viudos.

Megan sintió que un escalofrío le recorría la espalda. ¿Y si le ocurriera algo a la abuela? La idea era aterradora.

Pero cuando Eleanor le preguntó a Tyler si le gustaban los niños, Megan casi saltó del banco.

–Abuela… –dijo, con tono de advertencia.

–Calla, cielo. Le he hecho una pregunta a Tyler.

–Por favor, abuela, no empieces.

–Venga, venga –sonrió la mujer–. Tyler y yo estamos poniéndonos al día. ¿Verdad, hijo?

–Sí, Eleanor. Desde luego –contestó él. Parecía divertido, pero había un brillo de recelo en sus ojos.

–No me llames Eleanor, llámame abuela como todo el mundo.

–Abuela… –repitió Megan, de nuevo con tono de advertencia.

No quería pasarse toda la reunión intentando desviar los esfuerzos casamenteros de Eleanor y mucho menos dejar que Tyler pensara que estaba buscando marido.

Un marido rico, ni más ni menos.

–¿Sí, cariño? –preguntó la anciana, con cara de inocente.

–Yo… tengo que hablar con Tyler un momento –dijo Megan entonces, levantándose.

–¿Pasa algo?

Megan lo llevó hasta la casa y después de cerrar la puerta del jardín se apartó la melena de la cara.

–Claro que pasa algo. ¿O es que te gusta que intenten buscarte esposa?

–Ah, eso.

–Pues sí, eso.

–Cada vez que Eleanor me escribe, me pregunta si he conocido a alguna chica. Y luego me dice que le gustaría que tuviera una familia. Solo está siendo amable.

–¿Amable? –repitió Megan–. La abuela cree que debo volver a casarme y como te tiene tanto cariño, ha decidido que tú y yo somos la pareja ideal. Pero yo no estoy interesada en volver a casarme.

–Pues díselo a ella.

–Es… complicado. No quiero darle un disgusto porque está un poco delicada.

–Ya –murmuró Tyler, sin dejar de mirarla a los ojos–. ¿Qué le pasa? No ha querido decírmelo, pero sé que le ocurre algo.

Megan suspiró.

–No lo sé. Dice que está bien, pero tiene mal color y ha perdido peso. No come casi nada, ni siquiera cuando le llevo sus platos favoritos. Incluso su suegra está mejor que ella.

–Ah, la abuela Rose –sonrió él–. Tiene más de cien años, ¿verdad?

–Sí. Los cumplió hace dos. Hicimos una gran fiesta e invitamos a todo el mundo.

–Lo sé. Le envié un regalo.

–A ella le habría gustado verte.