Entrevista con el amor - Helen Bianchin - E-Book

Entrevista con el amor E-Book

Helen Bianchin

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Aquel hombre era capaz de convencerla de que hiciera cualquier cosa... Alguien había abandonado al millonario Manuel de la Guarda... su niñera. Necesitaba alguien que cuidara de su pequeña de seis meses, y la necesitaba rápidamente. Ariane Celeste era una periodista de televisión a la que habían mandado para entrevistar al magnate, pero descubrió a un padre entregado. La pequeña era adorable, así que Ariane no tardó en dejarse convencer para cuidarla... temporalmente. Pero Manuel enseguida se dio cuenta de que no quería dejar marchar a Ariane, y qué mejor manera de intentarlo que ofrecerle un buen trato... casarse con él.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 161

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Helen Bianchin

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Entrevista con el amor, n.º 1553 - junio 2019

Título original: The Spaniard’s Baby Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-895-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MANUEL pagó al taxista, agarró su maleta y subió las escaleras de su mansión con vistas al puerto situada en el lujoso barrio de Sidney, Point Piper.

Pero, antes de que pudiera sacar las llaves, se abrió la puerta de la calle.

–Buenas tardes, Manuel. Bienvenido a casa.

«Vaya una bienvenida», pensó. Su casa era un caos. La tercera niñera que había tenido en pocos meses estaba a punto de marcharse y, para colmo, en menos de una hora llegarían una periodista y un cámara para empezar a grabar un documental durante el fin de semana.

–Santos –dijo con un saludo de cabeza y una sonrisa al ex chef que era su mano derecha desde hacía años–. ¿Qué demonios ha pasado esta vez?

–A la pequeña Christina le están saliendo los dientes. La niñera se queja de que no le deja dormir.

Manuel se paso la mano por la cabeza con crispación.

–¿Dónde está?

–Haciendo las maletas.

–¿Has encontrado ya a alguien que la sustituya?

–Lo he intentado. Desgraciadamente, debido a nuestro historial con las niñeras, la agencia ha dicho que no tendrá una suficientemente cualificada hasta la semana que viene.

–¡Qué faena! –dijo Manuel en español.

Santos levantó una ceja.

–Eso mismo estaba yo pensando.

Tenía que hacerse cargo él mismo de la situación. No había más remedio.

–¡María!

La mujer de la limpieza iba cinco días a la semana y se iba a las cuatro para ocuparse de su numerosa prole.

–Ella dice que podría hacer unas horas extras para ayudar.

–¿Algún mensaje? –dijo por decir algo. En realidad trataba todos sus asuntos importantes por el móvil o el correo electrónico.

–Tiene su correo donde siempre. La cena estará lista en media hora.

Tenía tiempo de afeitarse, ducharse, cambiarse de ropa y comer antes de que llegaran los de la prensa. Pero lo primero era ver a su hijita y hablar con la niñera que se iba.

Maldición. Lo último que le apetecía después de un larguísimo vuelo internacional era tener que charlar con representantes de los medios.

¿Por qué demonios habría accedido a que le hicieran aquel documental, retrato personal? ¡Ah, sí! Era para dar publicidad a una institución benéfica a la que estaba muy vinculado. Además, la entrevista se la iba a hacer Ariane Celeste… una mujer menuda y rubia de veintitantos años, con una personalidad televisiva que lo intrigaba.

La niñera bajaba en ese momento la amplia y curva escalinata, así que Manuel la esperó abajo.

Era joven, demasiado joven quizás.

–¿Aceptaría una paga extra para quedarse hasta que encuentre una sustituta para usted?

–No.

Podría haber insistido, recordarle que tenía obligación de avisar con una semana de antelación, apelar a sus derechos como empleador… pero tampoco quería que cuidara de Christina alguien que se sintiera obligada y resentida.

–Santos le pedirá un taxi. Recibirá su cheque en la agencia.

–Gracias.

La mirada de Santos se nubló ante tan escueta respuesta, casi maleducada. Manuel se dio cuenta, pero no hizo caso y subió las escaleras.

Según llegaba a la planta de arriba, la voz de su hija se oía cada vez con mayor intensidad. Al entrar en el cuarto infantil, sintió su corazón en un puño.

Tenía la carita roja de llorar con tanta fuerza, y el pelo oscuro húmedo del esfuerzo. Y lo que era peor, tenía el pañal empapado y agitaba las piernecitas en señal de protesta.

–¡Por amor de Dios!

La tomó en brazos y la acunó junto a su pecho.

–Shhhh, pequeña –susurró para tranquilizarla–. Vamos a cambiarte.

Con hábiles movimientos le cambió el pañal intentando alegrar aquellos ojos llenos de lágrimas.

Era su hija. Su hija, y la de su difunta esposa. Una mujer que había tramado con malas artes convertirse en la señora de Manuel de la Guarda. Y, tristemente, lo había conseguido, agujereando a propósito un preservativo para poderse quedar embarazada de él.

Incluso entonces, le sentaba mal que esa niña hubiera venido al mundo sólo porque alguien quería sacarle dinero en el divorcio y tener el futuro resuelto. Le parecía intolerable que su hija hubiera sido víctima de las maquinaciones de su madre.

Le había hecho una oferta que la avariciosa Yvonne no pudo rechazar. El suyo fue el matrimonio más corto de la historia. Cuando se hubo comprobado por análisis de ADN que la hija era efectivamente suya y su ex-mujer aceptó renunciar a la custodia de la niña, empezaron inmediatamente los trámites de divorcio.

Yvonne firmó todas las condiciones del acuerdo de divorcio con tal rapidez, que Manuel sintió asco. Si existía la justicia divina, lo iba a pagar algún día.

Un mes después del nacimiento de Christina, estando él en Nueva York, le llegó la noticia de que Yvonne había muerto en un accidente de tráfico volviendo de una fiesta a altas horas de la madrugada. El hombre con el que iba había perecido también.

Tuvo que tomar un vuelo de vuelta para ir a recoger los restos mortales y hacer frente al revuelo de los medios de comunicación. Además, la niñera se fue y tuvo que buscar a otra, la segunda de cuatro en sólo cinco meses. La que más tiempo había durado se había quedado siete semanas.

El bebé que tenía en brazos lloraba con todas sus fuerzas.

–¿Tienes hambre, pequeña?

Sus necesidades eran más importantes que las de él, así que miró en la nevera a ver si había un biberón preparado. Había varios y suspiró con alivio.

Un minuto en el microondas y tendría la temperatura adecuada.

Se sentó en la mecedora y le dio el biberón a la niña. Ésta se enganchó a él con desesperación.

–¿Necesitas ayuda?

Era Santos.

–¿A ti qué te parece? –dijo Manuel con sarcasmo.

Tenían un pasado común de confianza incondicional. Una amistad, a pesar de su relación jefe-empleado que se remontaba a la época en que él era un golfillo callejero en un barrio conflictivo de Nueva York, donde la supervivencia era lo primero. No era una juventud de la que él se enorgulleciera, pero lo había convertido en el hombre que era.

Duro y arriesgado, había llegado a tener tres trabajos mientras estudiaba y había subsistido casi sin dormir antes de convertirse en millonario a los veintipocos años. En los quince años siguientes, había multiplicado su fortuna.

Nadie jugaba con él sin pagar un precio.

El amor no era un emoción con la que él hubiera estado nunca familiarizado.

Manuel miró su reloj e hizo un gesto de contrariedad. Quince minutos para afeitarse, ducharse y comer no eran suficientes. Iba a llegar tarde.

–Recibiré a los periodistas cuando lleguen, les enseñaré sus habitaciones y les ofreceré algo de beber –dijo Santos con amabilidad–. Así podrá usted hacer su entrada a tiempo.

 

 

La seguridad era siempre necesaria en cualquier propiedad de un hombre rico, pero las verjas de hierro forjado sobre altísimos muros de cemento, las cámara de seguridad….

¿Era exagerado, o realmente necesitaba Manuel de la Guarda aquel sistema de seguridad de última tecnología?

–¿Quién es este tipo? ¿El rey Midas?

–No exactamente

–¿Has hecho los deberes?

El coche se detuvo frente a la imponente verja.

–¿Acaso no los hago siempre?

Ariane sabía todo acerca de Manuel de la Guarda. Había reunido un informe completo sobre él, además de una lista de preguntas, algunas de las cuales podrían provocar una reacción acalorada.

Pero es que ése era el propósito de su entrevista. Escarbar un poco en la superficie y proporcionar una visión más profunda, o incluso más provocativa de las vidas de los famosos.

Y eso era lo que pensaba hacer con Manuel de la Guarda.

–Muy bien –dijo Tony, quitándose el cinturón de seguridad–. Allá vamos.

Tuvieron que enseñar su documentación para que fuera verificada. Inmediatamente las puertas se abrieron con precisión electrónica.

Con el horario de verano, aún era posible vislumbrar los magníficos setos con flores que bordeaban el camino de acceso a la casa, el césped frondoso cuidadosamente cortado y los arbustos esculpidos.

«Un bello anticipo de la mansión», pensó Ariane admirada. Según sus informaciones, Manuel de la Guarda había comprado la casa por sus vistas del puerto de Sidney, había tirado su interior y la había reconstruido.

Era un verdadero palacio de estilo francés napoleónico que no reflejaba sus orígenes hispanos.

Hubiera dado cualquier cosa por poder filmar aquello. Pero una de las condiciones que habían tenido que aceptar para poder rodar el documental era que no podrían sacar fotografías del exterior de la casa. Sólo del interior o de la vistas, y siempre con el permiso expreso de Manuel de la Guarda.

¿Quién se creía que era? ¿Dios?

–¿Dónde aparco? –preguntó Tony cuando ya estaban cerca de la entrada principal.

En ese mismo instante, las enormes puertas de madera labrada se abrieron y un criado elegantemente vestido bajó las escaleras.

–Buenas tardes. Mi nombre es Santos –dijo con un ligero acento–. Si se dirigen a la entrada del servicio, encontrarán la puerta abierta –añadió señalando la dirección–. Me reuniré allí con ustedes. Pueden descargar sus cosas y guardarlas en el almacén.

Sin decir nada más, volvió a subir las escaleras y cerró la puerta tras él.

–Me parece que ha querido dejar claro cuál es nuestro sitio –dijo Tony mientras conducía con suavidad el monovolumen hacia el otro lado de la casa.

Sólo tardaron unos minutos en meter sus equipos en la casa. Después, con las maletas de fin de semana, siguieron a Santos por el vestíbulo principal.

Suelos de mármol travertino, caras alfombras orientales, pinturas al óleo originales, muebles lujosos, altos techos abovedados, una lámpara de araña de cristal asombrosa… Una anchísima escalera en curva conducía a la galería del piso superior. La balaustrada era una obra de arte en sí misma, con un diseño de filigrana en hierro forjado coronado por caoba oscura.

Ariane no pudo por menos de alabar su gusto… ¿o quizás era el gusto de un diseñador de interiores?

–Les enseñaré sus habitaciones –dijo Santos ascendiendo por la escalera–. El señor de la Guarda los recibirá dentro de quince minutos.

Les señaló una puerta a la izquierda.

–Pueden reunirse en el salón informal.

¿Informal? Difícil de imaginar en una mansión de ese tamaño.

¿Reunirse? Sólo eran dos personas, no una multitud de periodistas. Los peldaños de las escaleras eran de mármol y terminaban en un enorme rellano con suelos de mosaico y en una galería circular.

A la izquierda se encontraban las habitaciones privadas, a la derecha las suites para los invitados.

Santos la llevó a una suite que tenía todas las comodidades que un hotel de lujo podría ofrecer: colores pastel mezclados con exquisitez, los muebles de caoba, la moqueta verde salvia, una enorme cama, un escritorio, teléfono, televisión…

La suite de Tony estaba situada justo al lado y era igual a la de ella, excepto por los colores, café y crema.

–Estoy seguro de que estarán muy cómodos.

Tony lanzó un silbido de admiración y el empleado de Manuel de la Guarda sonrió.

–Les dejo para que charlen y deshagan sus maletas. Hay servidas bebidas y algo de picar en el salón informal.

–Todo esto parece estar gritando «dinero» –dijo Tony cuando Santos se hubo marchado.

–Y cómo amasó esta fortuna es un misterio.

–¿Eso es lo que quieres desvelar?

–Sí, si puedo.

Ariane miró su reloj y esbozó una esquiva sonrisa.

–Nos quedan once minutos. Te veo dentro de diez.

Deshacer la maleta no era ningún problema para ella, porque viajaba ligera de equipaje. En cuanto a arreglarse un poco… se miró en el espejo y vio que llevaba bien el pelo y el suave color del carmín de sus labios estaba intacto.

El vibrador de su teléfono móvil la irritó como era habitual. «¡Qué oportuno!». Dejó que saltara el buzón de voz.

El sentido común le decía que debía ignorarlo. Se lo había aconsejado su abogado después de que un tribunal decretara una orden de alejamiento contra un hombre que había conseguido convertir su vida en un infierno con sus fantasías y conductas psicóticas.

Un hombre que había mantenido oculta esa faceta de su personalidad al principio de su breve noviazgo y que la había empezado a mostrar durante la luna de miel.

Los dos deseaban por igual tener hijos. Lo que ella nunca hubiera imaginado fue la decepción de él cuando ella no se quedó embarazada inmediatamente. Empezó a criticarla como amante, a insultarla por su posible esterilidad…

Cuando los médicos confirmaron que Ariane no podía tener hijos, la reacción de rabia de Roger fue tal, que Ariane hizo las maletas, se mudó a un apartamento y presentó la demanda de divorcio.

Pero ahí no acabaron sus problemas, sino que se acrecentaron. Su vida se convirtió en una pesadilla de peleas y llamadas ofensivas. Llamadas que continuaron con una regularidad enfermiza a pesar de la resolución de divorcio, que no hizo más que acrecentar el rechazo de Roger a dejarla en paz y hacer su vida.

Los enfrentamientos habían remitido con el tiempo, pero los mensajes de texto eran constantes, a pesar de que Ariane había cambiado de móvil muchas veces y había optado por tener su identidad oculta en las llamadas.

En aquella ocasión, se trataba de un mensaje breve escrito en el estilo de los usuarios de SMS más avezados, lleno de abreviaturas, pero no pudo evitar sentir un escalofrío.

Él sabía dónde estaba, con quién estaba y por cuánto tiempo iba a estar allí. ¿Cómo? Se le ocurrió que era posible que hubiera burlado por medios poco lícitos la seguridad de la cadena de televisión.

Algo que Roger era capaz de hacer con una mano atada a la espalda.

–¿Preparada?

La voz de Tony interrumpió sus pensamientos. Se esforzó por sonreír.

–Sí.

Tenía que concentrarse en el trabajo que tenía entre manos, así que salió al pasillo con el cámara y bajó con él las escaleras.

–A la derecha –dijo Tony.

–Ya.

«Concéntrate», se dijo programando su mente para lograr una sonrisa educada y profesional.

Manuel de la Guarda.

Lo había visto en fotografía en las páginas de sociedad de los periódicos y en las revistas del corazón. Había leído los datos oficiales de su biografía y había empezado a indagar sobre datos no oficiales.

Sin embargo, nada la había preparado para la presencia del hombre. Ni para su propia reacción ante él.

Alto, con la constitución de un guerrero… aunque bien vestido, con pantalones y camisa oscuros, zapatos hechos a mano, y, si no se equivocaba, con un carísimo reloj que dejaban ver los puños enrollados de la camisa.

Moreno, de ojos casi negros y anchas facciones que debían mucho a su herencia hispana.

Y algo más que Ariane no podía identificar. Era un hombre que había vivido y luchado mucho, y que había levantado una barrera impenetrable contra cualquiera que quisiera meterse en su vida personal.

Parecía un depredador momentáneamente calmado. «Un depredador peligroso», pensó Ariane tratando de resistirse al escalofrío que comenzó a recorrerle la espalda cuando él se acercó.

–Ariane Celeste –dijo ella.

Le pareció importante hablar antes que él. Sonrió y señaló a su compañero.

–Tony di Marco.

Ella extendió la mano e hizo un esfuerzo para no contener la respiración mientras él se la estrechaba.

El calor que le recorrió las venas y la sensación que le brotó de dentro no eran algo que ella buscara. Ignoró esa reacción y se esforzó más por dar una imagen profesional.

–Muchas gracias por invitarnos a su casa.

Manuel de la Guarda frunció el ceño.

–Fueron ustedes quienes lo propusieron –dijo con típico acento neoyorquino.

Ariane sabía que había nacido en el Bronx, hijo de una mujer soltera que cuidó de él hasta que murió de cáncer cuando Manuel tenía unos dieciséis años.

La historia de su éxito era legendaria. Y sus obras benéficas estaban bien documentadas. No había cumplido los cuarenta, y ya poseía casas en varias ciudades del mundo, incluida aquella de Sidney, en la que vivía la mayor parte del tiempo desde hacía cinco años.

–Pero usted accedió –repuso cortésmente Ariane con una sonrisa.

–Recuerda las condiciones, ¿verdad?

–Por supuesto. Y pienso cumplirlas.

Manuel de la Guarda hizo una inclinación de cabeza y señaló los sillones de cuero.

–Siéntense por favor. ¿Les apetece beber algo? ¿Té, café, algo con alcohol?

El aroma de un café caro recién molido despertó los sentidos de Ariane.

–Café solo –pidió–. Con una cucharada de azúcar.

–Yo lo mismo –dijo Tony.

Manuel de la Guarda y Ariane Celeste se miraron fijamente unos instantes.

–Reservaré el alcohol para mañana por la noche –dijo ella con dulzura–. Puede que entonces lo necesite.

¿Era aquello una sonrisa incipiente o sólo una mueca?

–Así que usted espera que yo sea un sujeto difícil.

Era muy listo. Y le llevaba tres pasos de ventaja.

–Mi trabajo es crear un documental interesante, informativo, que dé que pensar y que cuente con detalle la historia de su vida para que se entienda mejor al hombre que es hoy.

–Un montaje de treinta minutos sacados de veinticuatro horas de película –dijo él con sarcasmo.

–Yo esperaba no tener que filmar más de doce –dijo ella en el mismo tono.

Manuel de la Guarda sirvió el café a los periodistas y se sentó frente a ellos en una silla.

–Ariane, quizá puedas darme un avance de las preguntas que piensas hacerme.

Al oír su nombre en los labios de aquel hombre, a Ariane se le puso la carne de gallina. «Contrólate», se dijo enojada.

Sacó cuidadosamente dos hojas de su maletín, le pasó una a Manuel, sujetó la otra a una tablilla sujetapapeles y se sentó con el bolígrafo preparado.

–Me refería a un avance oral, Ariane.

Otra vez… la carne de gallina. ¿Cómo reaccionaría él si ella pasara también de formalismos y lo llamara Manuel?

–¿Prefiere que nos tuteemos? –tanteó ella.

–Si vamos a pasar mucho tiempo juntos en los próximos dos días, un poco de informalidad vendrá bien para relajar tensiones, ¿no te parece?

Sí, claro. Como si alguien pudiera relajarse en la presencia de un depredador. El instinto le decía que Manuel era un hombre peligroso.

–Tengo entendido que ya recibiste el borrador por escrito de las preguntas antes de acceder a este documental –dijo ella con una sonrisa conciliatoria–. Sin embargo, no me importa volver sobre ello.

Y así hizo con total profesionalidad. Cuando terminó, lo miro a los ojos con gravedad.

–¿Te parece que está lo suficientemente desarrollado?

–Sí. De momento.

De la Guarda se puso de pie en un rápido movimiento.