Espartanos - Federico Gallardo - E-Book

Espartanos E-Book

Federico Gallardo

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Beschreibung

Este libro relata el inicio y los testimonios de un peculiar equipo de rugby, los Espartanos, reclusos de la unidad n.° 48 de San Martín, una cárcel argentina. La pelota de rugby y el rezo del rosario parecen ser los atajos que preparan el terreno para dar el gran salto al vacío: pedir perdón, perdonar, y perdonarse. Cuando se alcanza ese punto de maduración en la historia de cada uno, las personas quedan listas para aprovechar una nueva oportunidad y así reescribir su historia. Porque siempre se puede volver a empezar. Así se lo dijo a todos ellos el papa Francisco: "En el arte de ascender lo importante no es no caer, sino no permanecer caído".

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FEDERICO GALLARDO

ESPARTANOS

Una historia de redención

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2024 by Federico Gallardo

© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6657-0

ISBN (edición digital): 978-84-321-6658-7

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Agradecimientos

Prólogo

Glosario tumbero

Introducción

1. Todos los martes

2. El bautismo

3. El chino

4. Todos los viernes

5. EMI

6. Sobrevivientes

7. Tu realidad me duele

8. Armando el 8

9. Capitanes

10. El negro Víctor

11. Gaby

12. La fe espartana

13. Pupi

14. El piojo

15. La previa

16. Diario de viaje

17. El enano Santi

18. Volver a caer

19. Jesús

20. El diente

21. Segundas oportunidades

22. Matías “El Colo”

23. El lobo

24. Ezequiel “El Colo”

25. Tomás Beccar Varela

26. Paulo Vera, el director del penal

27. Ezequiel

28. No permanecer caído

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Agradecimientos

Prólogo

Glosario tumbero

Comenzar a leer

AGRADECIMIENTOS

A Dios por darme la vida.

A mis padres, Mercedes y Cruz, y a mis hermanos Santiago, Mariano, Diego, Rafael y Mercedes, por enseñarme a vivir.

A mis amigos de siempre por hacerme la vida más fácil.

A Jorge “el Negro” Mendizábal por la inmensa capacidad de dejar huella y confiar en mí. Negro: sin vos este libro no existiría.

A Eduardo “Coco” Oderigo por abrirme las puertas y enseñarme tanto. Coco: «Esto recién empieza».

A Matías Muñoz y Nicolás Degano por las incontables horas de charla que me hicieron y hacen mejor persona.

A Joaquín G. Lanuza por haberme bancado meses y meses con la agencia para que yo pueda escribir.

A Victoria Alvarez Benuzzi por la energía, la paciencia y su enorme trabajo para la edición de este libro.

A cada uno de Los Espartanos por haberme cambiado la vida.

Cuando un sueño se termina es porque se ha hecho real.

PRÓLOGO

Qué difícil me resulta escribir en primera persona acerca de una obra que le pertenece a tanta gente. Veamos cómo sale.

Desde muy joven quise entender los motivos que alejaban a las personas entre sí, pero con el tiempo a mí también me empezó a pasar lo mismo. Tuve la suerte de conocer a mi mujer y amiga, Magdalena Moreno Vivot, que poco a poco me hizo entender con hechos y palabras, la necesidad de darle forma a mi inquietud.

Buscando el camino me atrapó la cárcel. Allí estaba todo por explorar. Era un mundo completamente distinto al mío. Conocer historias diferentes, pensamientos que para mí eran equivocados, conclusiones que distaban mucho de la realidad a la que yo accedía y donde se consideraba que los presos eran personas descartables, con todas las implicancias del término.

Dejé de juzgar y nos pusimos a jugar. A partir de allí los valores y conceptos que muchas veces quedan en “enunciación” comenzaron a tomar vida de la mano del rugby.

Pluralidad: jugaba el gordo, el alto, el flaco, el bajo, el que robó con armas, el que vendió droga, el abogado, el profesor de gimnasia, el gerente de una empresa, el desocupado, el futbolero, el amigo de un amigo que vino a mirar... en definitiva todo el que quería se metía en esa cancha de tosca y agua, hoy de pasto.

Espíritu de equipo: nadie quería perder, en consecuencia, todos tenían que dar todo por ese equipo que le tocaba integrar circunstancialmente. Se empezaban a necesitar unos a otros y ese “otro” dejaba de ser alguien al que le podía sacar lo poco que tenía.

Sentido de pertenencia: aquí creo que comienza el verdadero cambio en cada una de las personas que integramos Espartanos. Ese sentimiento es el que nos empujó a dejar la camiseta del club en un lugar mejor. Esa pasión se expandió dentro y fuera la cancha como un aluvión que no podemos ni debemos detener.

Integración: cuando el papa Francisco nos recibió durante la gira a Roma éramos 30 Espartanos, una tremenda mezcla que él definió, uniendo las manos con un gesto inolvidable, como “la integración bien entendida”, porque unía el centro con la periferia.

Y efectivamente todo este camino concluye pensando en atraer personas, que era lo que me preocupaba de chico y me apasiona de grande.

En este libro conocerán muchas historias fuertes pero reales, que nos invitarán a repensar algunas ideas o creencias, y a reafirmar otras. Pero lo que no se podrá seguir haciendo es mirar para otro lado, con indiferencia.

Espero que los movilice y que cada uno desde su lugar pueda aportar su grano de arena para que el mundo sea un poco mejor que el que recibimos, por el bien de los que vienen atrás, esperando nuestro pase. Que así sea.

Eduardo “Coco” Oderigo

GLOSARIO TUMBERO

Apretar: robar.

Armar el mono: juntar sus cosas.

Arpones: armas blancas más grandes.

Bardear: hacer lío.

Bondi: problema.

Boquear: revelar información.

Buzón: encarcelamiento riguroso en celda diminuta equipada por un camastro de hormigón, una mesita del mismo material y un sanitario. Es un castigo físico y psicológico muy habitual en las cárceles de la Argentina para aquellos presos que no respetan las reglas del penal.

Cobani/Rati/Gorra/Botón/Bigote: policía.

Corte: tipo.

Descolgarse: despegarse, quedar al margen, desvincularse.

Dormir a: perjudicar.

Engomar: cerrar las celdas con candado.

Faca: cuchillo o elemento filoso usado como arma.

Fiambre: muerto.

Fierros/Caños: armas.

Gato: persona que se relaciona con otra desde un lugar de inferioridad, a veces a cambio de algún beneficio, a veces sólo por pusilanimidad.

Guardado: persona privada de su libertad.

Hecho: trabajo delictivo.

Jalar: aspirar.

Ladrillo: bloque de marihuana prensada.

Leonera: celda a la intemperie.

Limpieza: ser referente en el pabellón.

Mujer vampiro: mujer que se aprovecha de la situación.

Perro: amigo.

Piola: bien/bueno.

Poncho: manta que se ponen los presos en uno de los brazos a la hora de pelear.

Porongas: jefes en el penal.

Porro: cigarrillo de marihuana.

Producto: huevo de gallina.

Quemar/Boletear: matar.

Ranchada: personas afines que se reúnen en el pabellón.

Ranchar: compartir celda.

Rescatarse: darse cuenta.

Tumba: cárcel.

Tumbero: persona que está o ha estado privada de su libertad.

Tranza: el que trae la pasta base de coca, conocida como “paco”.

Violín: violador.

100% sin pan: sin armas.

INTRODUCCIÓN

Si nos acercamos a una cárcel vamos a encontrarnos con un muro de hormigón, pero hay otro, mucho más fuerte y pesado que es el ideológico, construido con prejuicios.

Las historias de este libro intentan derribarlo.

La conclusión la sacará cada lector después de leer hasta la última página.

1. TODOS LOS MARTES

Cuentan que cuando no puedes más

y tus fuerzas ves marchar hay algo mágico en tu interior que te da alas para luchar.

Mägo de Oz

—Coquito querido, ¿cómo estás?

—Gringo, muy bien ¿y vos?

—Bien, escúchame ¿cuándo me llevas a conocer un penal? Te vengo diciendo hace rato y no me das bola...

—Es que tampoco conozco mucho, pero podemos ir a la de San Martín que está acá cerca del Buen Ayre, fui hace un tiempo y no pude entrar así que probemos de nuevo que me quiero sacar la espina.

—Dale, organicemos para la semana que viene.

Un llamado, corto y preciso, en el que ninguno de los dos sabía que sería el comienzo de un proyecto que generaría profundas transformaciones personales. Un antes y un después en la vida de mucha gente.

José “el Gringo” Cilley es un amigo de Coco. Tiene dos años menos, coincidieron en algunos partidos de rugby en el San Isidro Club (SIC), compartieron vacaciones y los sigue uniendo un gran lazo de amistad. Él fue uno de los primeros eslabones de una historia que comenzó en marzo de 2009 y sigue vigente hasta el día de hoy.

En el Complejo Penitenciario de San Martín se ubican tres unidades: la n.º 46, la n.º 47 y la n.º 48; están instaladas sobre el relleno sanitario del Ceamse a pocos metros del Río Reconquista, en el Camino del Buen Ayre y la bajada de Debenedetti en la Ciudad de José León Suárez, partido de General San Martín. Al bajar en Debenedetti hay un camino de tierra y pozos, de unos 800 metros, paralelo al Buen Ayre. De vez en cuando pasa alguna aplanadora y generalmente coincide con la visita de algún político al Complejo. Pocos metros antes de llegar, a mano derecha, hay dos kioscos que funcionan como almacenes de barrio, al estilo multirubro de “todo x dos pesos”. El valor de la docena de medialunas varía según el humor de quienes atienden. Los alrededores están sucios, se ve gente ingresando a las unidades para ir a las visitas, algunos llegan desde lugares aledaños, otros vienen viajando desde el día anterior. Se repiten patrones: la pobreza digna, andar a un ritmo lento y cansado, cargar bolsos atestados de baratijas, yerba, fotos, puchos o galletas... porque cualquier cosa viene bien para rellenar el vacío de los que perdieron hasta las ganas.

El portón principal del Complejo suele estar abierto y custodiado por una garita de guardia a mano derecha, cuya función es abrir y cerrar la barrera, con una pregunta obligatoria: «¿A dónde se dirige?».

La primera visita de Coco y José fue a la Unidad n.º 47. Coco se presentó como exsecretario del Juzgado Federal de San Isidro, comentó que le interesaba conocer las instalaciones y les cedieron el paso. Los atendió el director de la unidad, quien les ofreció una visita guiada. Lo que vieron ahí fue más fuerte de lo que esperaban: una cárcel superpoblada, descuidada y llena de basura. Asfixiante. La gente estaba apagada. Sus rostros reflejaban la tristeza de saber que perdieron todo... incluso a su propia gente. Había celdas de dos por dos en los pasillos, entre pabellón y pabellón, destinadas a los internos recién llegados. En el medio de la Unidad, una cancha de tierra (similar a las medidas de una de fútbol 5). Los internos no hacían nada. El tiempo era una variable innecesaria entre tanta monotonía. A simple vista parecía ser una cárcel de tránsito donde se llega por delitos menores, como el robo de gallinas.

El director, mientras les iba mostrando diferentes rincones de la Unidad, les aclaró que no estaban viendo lo peor: al fondo funcionaba la unidad de máxima seguridad.

La intriga de Coco iba creciendo: ¿Los internos podían estar peor que ahí? ¿Máxima seguridad? ¿Cómo serían aquellas personas? Mientras las preguntas se amontonaban en su cabeza, el directivo comentó que esa unidad era habitada solamente por varones, funcionaba una universidad y al fondo tenían una cancha de fútbol más grande. Ese, precisamente, fue el detalle que más le llamó la atención. Una cancha más grande... y nació su primer insight; empezar a soñar con la idea del rugby en la cárcel. En ese momento, una locura, un delirio. Hoy, una realidad que se multiplica en todo el mundo.

La incertidumbre acerca de cómo sería aquella Unidad quedó latente y, a los pocos días, volviendo un viernes a su casa después de trabajar, Coco decide “doblar a la izquierda” hacia el Camino del Buen Ayre. La decisión, que le salió de las entrañas, el dejarse llevar por su instinto natural, cambió la vida de incontables personas. Muchas veces, esas pequeñas corazonadas u opciones simples marcan el rumbo de los acontecimientos. Todos los días estamos definiendo si seguimos, si frenamos, si vamos para un lado o para otro. La historia personal está signada por esas corazonadas, y lo que hacemos con ellas.

Para Coco, el “doblar a la izquierda” tuvo un sentido particular, porque cree que cierta parte de la sociedad considera que el tema de las cárceles está vinculado a una ideología de izquierda, a “los que están con los Derechos Humanos”, como si tener la sensibilidad de estar cerca de los más vulnerables dependiera de una ideología o de un partido político en particular. Tomó todo esto como un doble atractivo: conocer una cárcel de máxima seguridad, donde habitaba “lo peor de lo peor”, y meterse en un territorio completamente ajeno al suyo. Qué importante es salir de la zona de confort, sumamente necesario para que “nos pasen cosas”. Cuando nos quedamos en nuestros lugares de siempre, familiares, cómodos y conocidos, no pasa nada nuevo, no generamos impacto, no nos dejamos transformar, moldear, mejorar, como sucede con todas las aperturas. Cerrarse o encerrarse puede ser seguro, pero no es enriquecedor para uno mismo ni para los demás.

El camino que recorre de punta a punta el Complejo Penitenciario está sobre mano izquierda; mientras uno avanza ve pasar sobre la mano derecha las puertas de la Unidad n.º 46 y n.º 47 hasta llegar a la segunda barrera que divide a la unidad de máxima seguridad de las otras dos unidades. Una vez habilitado el paso y con el permiso del oficial de turno del Servicio Penitenciario, se estaciona sobre la mano derecha. Hay poco menos de una cuadra hasta llegar a la guardia de la Unidad y se va caminando. El muro de hormigón toma protagonismo en la escena. El color que predomina es el gris que varía según el clima: claro si hay sol, oscuro si llueve. Las sensaciones son similares a la de entrar al campo de concentración de Sachsenhausen, en Berlín. Con la diferencia de que en la Unidad 48 hay movimiento, voces, a veces algún que otro grito pidiendo paso a otro pabellón y música, mucha cumbia.

Cuando Coco llegó a la Unidad n.º 48 pidió por el director. Se presentó nuevamente como exsecretario del Juzgado Federal de San Isidro, título que le abrió las puertas rápidamente. Le contó al director que había estado en la n.º 47 y que tenía ganas de conocer las instalaciones de la n.º 48. El director dejó lo que estaba haciendo y lo acompañó a recorrer. Caminando por los pasillos en alto que bordean los perímetros, Coco vio que en la cancha de fútbol había tres o cuatro internos pateando una pelota pinchada. Los miró atentamente: poco o nada hacían.

—No los mires; no les gusta que los observen desde arriba, sienten que están en un zoológico —explicó la autoridad.

—Me gustaría enseñarles a jugar al rugby —disparó Coco, aliviado, porque era exactamente eso lo que venía masticando desde la semana anterior, cuando ingresó por primera vez a una unidad penitenciaria.

—No es fácil, hay que hacer una nota, autorizarla y algunas cosas más...

—Bueno, si me das una lapicera, cuando estemos abajo la escribo.

—De todos modos, el rugby es un deporte muy violento, y acá va a ser como tirar nafta al fuego.

—¿Vos jugaste al rugby?

—No, no jugué, pero veo en la televisión cómo se pegan, codazos, patadas...

—Bueno, eso será lo poco que habrás visto. Dame una oportunidad de mostrarte que es todo lo contrario. El rugby tiene, ante todo, valores.

Después de tanta insistencia, el director accedió:

—Bueno. ¿Cuándo querés venir?

—Hoy es viernes... El lunes es complicado, siempre hay mucho para hacer... Pero el martes dejo a los chicos en el colegio y a las 9:30 estoy acá.

Escribió la nota, la entregó en mano y se fue.

Durante el regreso escuchaba un programa de radio donde una señora que hablaba del sentido de los números decía que el 48 representa la mezcla perfecta entre la intuición y el sentido práctico. Y que muestra a personas capaces de experimentar y buscar lo mejor de su esencia. Ese mismo número en las quinielas representa al “muerto que habla”. Todo iba cerrando.

En el desayuno del lunes le saltó en el calendario el recordatorio “Entrenamiento en el penal”, para el día siguiente. Las dudas empezaron a dar vueltas en su cabeza en cámara lenta... La incertidumbre era la respuesta a todas las preguntas. Tenía que entrenar a los peores delincuentes de la zona en la que vivía, personas peligrosas... ¿Cómo reaccionarían? Tremendo signo de pregunta... Había que ir y chequearlo personalmente, pero ¿solo?

Pensó en llamarlo a José Cilley.

—¿Qué hacés, Gringo? Escúchame, me fui al fondo... ¿te acordás que nosotros habíamos estado en la Unidad del medio? Bueno... el viernes estuve conociendo la 48 y le dije al director que les quería enseñar a jugar al rugby.

—Uh ¿fuiste ahí? Estás loco.

—Sí, y arranco mañana a la mañana a entrenarlos. ¿Me acompañás?

—Ni en pedo. Yo quería conocer una cárcel, no enseñarles a jugar al rugby. Llamalo a Santiago “el Longa” Artese, capaz que se prende.

Tenía que ser. La respuesta del otro lado fue simple. “Obvio”. Al día siguiente el Longa y Coco se encontraron en el anexo del SIC para encarar juntos la primera travesía. El director de la 48 los vio llegar en cortos y preguntó:

—¿Qué hacen acá?

—Te dije el viernes que hoy veníamos a entrenar.

—¿Sabés la cantidad de gente que me dice que viene y no aparece nunca?...

Cuando llegaron a la cancha vieron a dos personas enormes. Eran los cancheros. Todo era tierra y piedras, con pocos brotes de pasto en algún que otro rincón. Los caños de los arcos estaban doblados y tenían restos de red. Todo el perímetro de la cancha estaba alambrado y tenía dos puertas de acceso.

—¿A quién querés que te baje? —preguntó el director.

—¿Que me bajes de dónde?

—Se dice así, hermano, decime de qué pabellón querés.

—No tengo idea, ¿cómo es? ¿cuántos pabellones hay?

—Hay 12 pabellones, cada uno tiene entre 30 y 40 personas.

—Bueno, traé a los que vos quieras.

—Déjame explicarte: podes elegir entre internos del pabellón 1 al 12, que es como decir del blanco al negro pasando por todos los grises. El pabellón 1 es el de los evangelistas. Ahí todos están tranquilos, orando, ayunando... El lugar es limpio, está bien pintado y todo se ve en orden. Se podría decir que se respira paz, armonía. En el otro extremo está el 12, donde muere un interno por mes, todo está quemado y parece el infierno mismo.

Sin dudarlo, Coco eligió empezar por los evangelistas. Tenía algo de miedo y no quería provocar al destino tirando la moneda a cara o cruz. Si se podía controlar la situación, mejor. El director se fue a buscar a los del pabellón 1 y los dos grandotes que estaban cuidando la cancha le gritaron a Coco:

—Eh, rugby, nosotros queremos jugar.

—Bueno, vengan —respondió Coco con una sonrisa nerviosa que no ocultaba el entusiasmo propio de todas las previas.

—Esperen que vamos a buscar a nuestros amigos —respondieron y desaparecieron de la escena.

Al rato, apareció el director trayendo de la mano a un evangelista.

—Les presento a Roberto. Es el único que quiere jugar. El resto no se anima, no quieren ni venir a ver... Les dije que esto del rugby no iba a funcionar.

—Bueno pero para que recién se sumaron dos que fueron a buscar amigos.

Mientras decía esto, reaparecieron los grandotes con nueve amigos. El director se desfiguró y el evangelista también se puso tenso. Estaba claro que el equipo se estaba armando con jugadores bravos. Eran todos del pabellón 12.

Quedaron los internos en la cancha; el director y los custodios se fueron y dejaron a los dos entrenadores solos. No había margen para dudar. Había que mostrar actitud desde el primer minuto. El entrenamiento había empezado: tras explicar algunos conceptos largaron la entrada en calor.

—Todos corriendo hacia el arco y vuelven, dale, dale, dale... Nadie se movía.

Coco entendió que tenía que mostrarse un poco más agresivo para lograr que el equipo reaccionara. Había que gritar y acompañar, como se hace en los entrenamientos con los más chicos.

—¡Vamos! ¡Esto es rugby! todos corriendo, ahora, vamos, ¡todos, dije!

Y así, a los gritos, el equipo empezó a responder.

—Una, dos, tres vueltas... Ahora flexiones de brazos, abdominales, vamos, vamos... ¡todos, dije!

Terminada la entrada en calor, los entrenadores enseñaron qué es un tackle y organizaron un partido para cerrar.

El primer entrenamiento había sido un éxito. Coco y el Longa invitaron a todos a formar una ronda. Los más extrovertidos se animaron a agradecerles a los entrenadores por estar ahí. Había sido un día diferente, en medio de una rutina aplastante. Uno de los internos les preguntó cuándo iban a volver.

Hasta ese momento Coco y el Longa no habían hablado del tema. Tras un breve silencio, Coco respondió con la seguridad de quien tiene el asunto estudiado a fondo: “Todos los martes”.

Las cartas estaban echadas. El martes siguiente amaneció con un diluvio. Llovía como nunca. El Longa lo llamó a Coco para ver qué hacían.

—Hoy no vamos, está imposible.

—Dijimos todos los martes.

Y una hora después los dos estaban en la Unidad 48 con cortos, camperas y pelota en mano.

—¿Qué hacen acá? Está lloviendo —les dijo el director cuando los vio llegar.

—Al rugby se juega siempre —respondió Coco.

—No sé si alguno va a querer jugar... —respondió, escéptico, el directivo.

Llegaron a la cancha y el equipo se había multiplicado. No sólo estaban los del 12 sino internos provenientes de otros pabellones que en la semana, y a través del boca en boca, se habían enterado de que los martes se entrenaba rugby. Y a partir de ahí, desde marzo del año 2009 hasta ahora, todos los martes a las 9:30 de la mañana se juega al rugby en la Unidad n.º 48 de San Martín.

2. EL BAUTISMO

Lo sabés, no hay arma más seductora que contestar siempre la verdad.

Las Pastillas del Abuelo

“El Gordis” era el canchero de lo que años después llamaríamos el “Coliseo Bernardo Miguens”, en honor al ex Puma, jugador de CUBA y gran persona, fallecido en 2017. “El Gordis” medía un metro noventa y largos, más de cien kilos... Un tipo sin vueltas. Fue el encargado de buscar a los nueve muchachos del pabellón 12 que se hicieron presentes en el primer entrenamiento de Coco; una pieza clave en los inicios de esta historia. Después de aquel partido, “el Gordis” estuvo una semana entera pensando en rugby y se dedicó a difundirlo por todo el penal.

Porque cuando creemos tener algo bueno entre manos, nos quema si no lo transmitimos. Tan así fue que en el segundo entrenamiento había 24 jugadores listos para dejar todo. Después de la entrada en calor de aquel día, se armó la típica ronda en la mitad de la cancha en donde se escucha al entrenador con máxima atención. Una vez dadas las indicaciones y los ejercicios, el Gordis levantó la mano y preguntó:

—¿Puedo decir algo?

—Adelante —contestó Coco.

—Este equipo ya tiene nombre.

—Ah, bueno, ¿y cómo se llama?

—Somos Los Espartanos, porque yo veo todas las noches la película 300, y el espartano no tiene dolor, ni sufrimiento, no siente el calor ni el frío... y así somos nosotros.

No hubo margen para el debate; tal vez porque nadie se atrevía a contradecir a un tipo de ese tamaño, o quizá porque la idea era simplemente brillante. El asunto es que el tiempo le dio la razón. Los integrantes del equipo Espartanos Rugby Club tienen en su ADN mucho de lo que tuvieron los soldados de Esparta, encargados de defender una de las ciudades más importantes de la Antigua Grecia.

Tanto los niños como las niñas de Esparta eran criados por las mujeres de la ciudad hasta los siete años, momento en el que eran separados de sus madres para ser agrupados en los denominados agelai. Ahí eran entrenados para soportar la escasez y las situaciones más duras. Se los proveía de muy poca comida y ropa, lo que los “obligaba” a intentar robar. Pero debían ser muy astutos porque si se los descubría robando eran castigados, no por haber cometido un delito, sino por haber sido descubiertos. Por ese motivo, para aquellos guerreros era mejor opción morir que dejar sus fallas tácticas en evidencia.

«Los niños convirtieron el robo en una cuestión verdaderamente seria, hasta el punto que uno de ellos, según cuenta la historia, llevaba oculto bajo su ropa un zorro robado. Aguantó que el animal mordiera y arañase su cuerpo y prefirió morir por ello antes que dejar que su robo fuese descubierto», relata Plutarco, historiador, biógrafo y filósofo moralista griego.

Los Espartanos de la 48 también han sido expuestos a situaciones límites durante su primera infancia: un padre golpeador, una madre drogadicta, hermanos delincuentes, abandono, hambre y vergüenza.

A los 18 años, los espartanos de Grecia se dedicaban a entrenar a los más chicos y estos, dos años más tarde, se convertían en “hombres seleccionables” para ir a la guerra. Los Espartanos de la 48, en un gran porcentaje, comienzan sus delitos graves cuando son mayores de edad, y se convierten en “hombres seleccionables” para integrar grupos comando o pandillas barriales. Unos y otros, en pie de guerra. Porque cuando uno se mete en el misterioso mundo de las cárceles empieza a distinguir un cálido y sensual aire de guerra interior en cada uno de los internos. La batalla empieza a manifestarse cuando conocen el bien, y sobre todo, lo que está bien. Ese bien es el que corre en desventaja frente a tanto mal digerido en prácticamente igual cantidad de años que de vida, porque a la mayoría de Los Espartanos nadie les marcó la cancha. Y la situación empeora cuando caen presos. En la cárcel el mal está bien visto y es a lo que están acostumbrados. Se necesita ser muy valiente para ser bueno en un penal. Un pedazo de pan o un par de zapatillas pueden ser el disparador para una riña feroz, con faca en mano y “hasta la manta”, como les dicen a los duelos en los que uno de los contrincantes tiene que morir.

Ezequiel, espartano desde 2012, hoy brillando en libertad, guarda en su retina las imágenes de uno de los duelos más crueles que le tocó vivir dentro del penal:

Había un chico de 18 años que desde hacía 6 meses estaba preso por primera vez y vivía en mi pabellón. Tuvo un problema con otro muchacho de otro pabellón por tema de peleas de mujeres afuera, entonces lo vinieron a buscar para pelear; pero ahí no se peleaba a las piñas, sino con facas. Se armó todo para el enfrentamiento, se lastimaron y se terminó. Pero a la semana siguiente otra vez sus mujeres se pelearon afuera y ellos volvieron a buscarse en el pabellón. En ese momento la 46 era zona liberada; andábamos sin custodia, teníamos acceso a los pulmones y hacíamos lo que queríamos.

El de 18 fue a buscar al otro, lo invitó a pelear desde las ventanas del pasillo y se enfrentaron con mega facas. Estaban en uno de los pulmones, al lado del muro de seguridad; había cámaras que no andaban... estábamos solos. Se armó una ronda y empezaron a preguntarse qué faca tenía cada uno para estar en igualdad de condiciones. El más grande le dijo: «Vamos a pelear por la manta», lo que significa que se iba a pelear hasta que uno de los dos muriera y lo sacaran en camilla, tapado con la manta.

Un tumbero malo que llevaba 15 años preso le había enseñado una técnica al de 18. Fue una maldad. «Vos para pelear te envolvés una frazada en el brazo. Cuando te toque le tirás un facazo en la cara». Y así fue. Yo justo estaba llegando a ver la pelea cuando veo que el pendejo esquiva el primer facazo y con la otra mano le atraviesa la cabeza por el ojo; el otro cae de rodillas... se agarra la cara y sus últimas palabras fueron «Ufff, me la pusiste bien piola»; se empezó a bañar en sangre y ahí empezamos a correr para todos lados. Era día de visita y había muchas personas de afuera, que si bien no vieron nada se enteraron de que había una revolución.

En ese contexto, lograr pasar soldados a las filas del bien es un desafío tremendo desde cualquier punto de vista. La meta es demostrarles que vale la pena pensar y vivir de otra manera; porque cuando llegue la tan ansiada libertad, tendrán que estar listos para la verdadera guerra entre el bien y el mal. Si no se entrenan, la recaída será inevitable.

Pensando en esto, Coco sintió que la vida lo había puesto en el lugar de entrenador de soldados espartanos: lo que tenía que transmitir era mucho más sutil que la técnica deportiva. El desafío real era marcarles la cancha, decirles sin vueltas qué estaba bien, y qué no. ¿Cómo hacerlo? La respuesta era obvia. Tenía que enseñarles los valores del rugby marcándoles los límites que nunca recibieron. Si ellos los tomaban, quedarían listos para jugar sus mejores partidos cuando salieran en libertad.

El rugby como deporte permitiría enseñar a pensar en equipo, dejando de lado todos los individualismos. «Ese aprendizaje se traslada a la vida. Cuando necesitás ayuda, una mano, o lo que fuera, sabés que tenés un equipo detrás para ayudar. Porque la solidaridad y el respeto por el otro son otros de los grandes valores del rugby; en la cárceles hay mucho individualismo, porque si no matás te matan. Entonces cuando empezamos a generar sentido de pertenencia, de equipo, lo que le pasa al otro nos importa a todos», detalla Santi Cerruti, uno de los entrenadores de Esparta.

Pero había una previa ineludible: generar confianza mutua. Nadie puede transmitir conceptos, valores o ideas diferentes a personas que te miran de reojo.

“El Diente”, primer capitán de Los Espartanos, se acuerda de aquella época:

Ese pabellón era un descontrol. Estuve ahí con “el Gordis”, “el chaqueño”, Diego y Pablo, que era compañero mío en el delito. Estábamos en el pabellón 12, tumba mal, salían apuñalados a cada rato, se estaban matando. Entraron y preguntaron quién quería jugar al rugby. Yo pensé que podíamos salir y jugar fútbol y fui. Ahí lo vi a Coco entrenando y me metí. Me gustó mucho y empecé a ir todos los martes. Bajábamos a la cancha a entrenar todos drogados, empastillados, puteando... Yo pensaba que estos pibes no iban a venir más, porque se iban a quedar con mala imagen de nosotros. Pero Coco tuvo paciencia, seguía yendo y fuimos formando un vínculo.

El nombre surgió porque “el Gordis” era muy peleador. Le encantaban las puñaladas, miraba El Gladiador y El rey Arturo y analizaba todo el tiempo los movimientos de los protagonistas...

Durante los primeros entrenamientos la desconfianza tenía carril de ida y vuelta. Los jugadores miraban a Coco con recelo, armando conjeturas y supuestos acerca de qué intereses podía tener un abogado para venir a entrenarlos todos los martes. Coco y el Longa también tenían sus dudas, temores y prejuicios a flor de piel. Había que darle tiempo a las dos partes. A fuerza de coherencia y compromiso el equipo podría entender que hay gente que está dispuesta a ayudar porque sí, sin esperar nada a cambio. Tenían que demostrar con hechos que la vida no es un trueque. Se puede hacer el bien en forma desinteresada. Si lograban plantar bandera con ese concepto no sólo se generaría la confianza necesaria para transmitir los valores del rugby, sino también una marca a fuego en la forma de pensar de Los Espartanos. Un antes y un después. El desafío era alucinante. Había que seguir sin aflojar hasta que los primeros cambios de actitud en el equipo se empezaran a notar.

3. EL CHINO

El primero en pedir disculpas, es el más valiente.

El primero en perdonar, es el más fuerte.

El primero en olvidar, es el más feliz.

Ravi Shankar

“El Chino”, 27 años, petiso y fibroso, mirada compasiva y boca grande. Su sonrisa es su arma de seducción. Mientras lo escucho no puedo dejar de preguntarme cuántos años la debe haber tenido escondida, apagada, abarrotada de dolor.

Su vida es un ejemplo de resiliencia: logró sacarle brillo a una realidad adversa, fortalecerse, y enseñar... Porque “el Chino” es un maestro en el arte de perdonar.

Las palizas brutales que le daba su padre le dejaron sus marcas, pero lo que más le dolía era la ausencia del abrazo, la mirada y las palabras de afecto que todos los chicos necesitan para crecer sanos y seguros. Ese combo doméstico, mezclado con hambre y un entorno de drogas y delito, lo empujó a la cárcel, donde su resentimiento y su dolor se potenciaron a más no poder. Pero un día cualquiera dijo “basta”. Tomó coraje y se animó a pensar que todo lo que había pasado era por y para algo. Y que tenía que encontrarle sentido al dolor para poder volver a empezar. Hoy es un espartano feliz multiplicando lo bueno en libertad.

Es el quinto de seis, todas mujeres. Nació en Pontevedra en marzo del 90. Esta es su historia:

Volaban sifones y volábamos nosotros, fue una infancia violenta. Muchas veces no había qué carajo comer, se respiraba pobreza porque no alcanzaba.

El violento era mi papá, un tipo criado con mucha dureza. Su padre exigía que todos hicieran las cosas a su manera. En casa era igual; si no lo hacías como él decía, cobrabas como banco.

Llegó un momento en que mi mamá dijo “basta”; mi papá me estaba pegando y mi hermana más chica se metió a defenderme. Entonces le empezó a pegar a ella hasta que la mandó al hospital. Se pasó con la paliza. Todos nosotros veíamos esasescenas. Yo me escondía abajo de la cama a llorar, pasaba bastante seguido. A mí me pegaba con la mano abierta, que era muy grande, o con un cinturón. A veces iba al colegio lastimado pero se me tapaba con el guardapolvo. Era un tipo raro... muy nervioso, alterado, cero comprensivo; había perdido el trabajo, y se dedicó a hacer service de televisores. Perder el trabajo le había generado mucha frustración que se descargaba en violencia con la familia; también le pegaba a mi mamá... uno de los peores recuerdos de mi infancia fue un día que mi papá le estaba pegando a mi mamá, y yo me metí a defenderla. Entonces cobré yo, pero al menos cambió el eje, dejó de pegarle a mamá. Yo era muy chico pero me acuerdo perfectamente de ese día. Cuando cumplí 10 años mis padres se separaron y se terminaron los golpes.

Mi papá nunca nos dio un abrazo, no nos dijo que nos quería. En cambio, mi mamá era todo lo contrario. Ella falleció cuando yo tenía 16 años, trabajaba en un club en Núñez. Me acuerdo que un día se fue a hacer un chequeo general porque le salía líquido de la rodilla. El diagnóstico fue cáncer de pulmón avanzado, tenía 50 años. A los 3 meses murió, para mí fue un golpe tremendo.

Me acuerdo que fui a ver a mi mamá al hospital y me dijo: «Hijo, me dijeron que tengo cáncer. Quiero que te quedes tranquilo yque te hagas cargo de Aldana (la menor) y de Elián (un sobrino).No sé cuántos días más voy a vivir... está todo complicado».Eso me mató. Ella era la única persona que me daba amor, fue un antes y un después. Me enojé... con mi papá, con Dios y conmedio mundo, empecé a robar todos los días.

A los dos meses de internación nos dijeron en el hospital que no la podían tener más ahí, que la lleváramos a casa. Los últimos 15 días, un médico amigo de la familia le inyectaba morfina. Fui a buscar al pibe que me llevaba a robar y le dije: «Mi mamá se está por morir... me quiero comer el último asado con ella, ¿vamos a bardear?». Fuimos a una casa de electrodomésticos. Entramos. Yo estaba llorando, súper angustiado. Era como mi papá... estaba angustiado y me descargaba la violencia con la gente. Ya tenía mi propio fierro que andaba y el pecho más inflado, me creía más guapo. Ese día sacamos 3800 $; 10 cámaras digitales, MP3 y un montón de cosas. Cuando llegué a la casa de mi abuela, donde estaba mamá, preparé un asadazo. Ella casi no comía pero ese día comió bastante, estaba contenta, lúcida... Le junté a toda la familia, quería que viera a todos los hijos juntos (aunque faltaría una de mis hermanas, que estaba presa) porque sentía que se estaba yendo. La pasamos muy bien. Ella no se imaginaba en la que yo estaba, en ese momento me habían chocado con la moto y yo salía a robar con la bota ortopédica puesta.

A los dos días la fui a saludar a la mañana y había muerto. En ese momento no lloré, no caía. Salí a la vereda y me fumé un porro. Después me puse el entierro al hombro, tuve que hacer todo el trámite para que la dejaran salir a mi hermana presa. Quería que ella se despidiera. Cuando terminamos de enterrarla llegó el camión del Servicio Penitenciario con mi hermana, que no llegó a despedirla pero por lo menos pudo ver a sus hijos. Hacía 4 años que no los veía. Ese día se fue hecha trizas con una mezcla de emociones muy grande.

A la semana del entierro vino un golpe más fuerte todavía... Estaba destruido por la muerte de mamá y llegó mi papá a decirme que no sabía si era mi papá. Eso me marcó más que la muerte de mi vieja. Necesitaba un abrazo, un “hijo, vamos a darle para adelante”, “te voy a apoyar en tus sueños y en tus proyectos”, cualquier cosa menos escuchar que mi padre tenía sus dudas...

Yo para ese entonces ya andaba robando... empecé cuando estaba por cumplir los 15 años. La plata que traía mamá a casa no alcanzaba. Me acuerdo que entré a la casa de mi tío y vi que tenía arriba de la mesa una réplica de un revólver Magnum 357que no disparaba. Yo era petiso y ese revólver parecía mi brazo.Conocía a un pibe de 25 años que andaba robando, le dije que tenía el arma y que mi mamá se estaba volviendo loca por las necesidades que teníamos. Le expliqué que yo veía el esfuerzo que ella hacía y no alcanzaba... necesitaba ir a buscar plata. Él no quería llevarme pero le insistí una semana entera hasta que me dijo: «El viernes a las seis de la tarde nos juntamos acá en la esquina. Va a venir un coche, nos vamos a subir y vamos a ir a buscar plata». Ese día a las 4 de la tarde yo ya estaba ahí. Me acuerdo que sentía miedo, nervios... muchas sensaciones, pero sentía que lo iba a hacer, estaba decidido.

Rally

Entramos a un supermercado en Castelar, no había mucha gente. Mi compañero tenía una pistola 9 mm original. Cuando entramos se la puso en la cabeza al de seguridad y yo fui directo a las cajas. Mostraba mi revólver y temblaba más yo que las cajeras. Afuera nos esperaba el coche, en la esquina. Salimos con toda la plata de las cajas (que no era mucha para repartir entre los tres). De ahí nos fuimos a Ituzaingó. Otro supermercado, mismo operativo. De ahí a Merlo Norte, un súper chino. Todo el mismo día. El último robo fue más tenso, mucha gente asustada y corriendo. Yo para ese momento ya me sentía Cacho “la Garza”, creía que era el mejor delincuente de todos...

Cuando terminó ese día fui a llevarle plata a mi mamá. Se la dejé en una mesa y salí corriendo... era obvio que era robada y ella se dio cuenta. Me sacó cagando... A mi hermana más grande le hice lo mismo. Le dejé plata y salí corriendo. Sabían que la plata no era limpia... Después de esa primera vez no paré. Al principio robaba para cubrir la necesidad y para comprar drogas.

Una de las cosas que más me impresionan del “Chino” es la capacidad para analizar el pasado sin juzgar, libre de resentimientos. ¿Será porque logró sanar?

También me sorprende entender que se puede estar en la oscuridad y seguir latiendo con un corazón enorme. “El Chino” buscó y no encontró motivos para sortear la vida de delincuente. Entiende que nadie le frena la carrera hacia el delito.

Nunca lo aconsejaron ni le marcaron la cancha. El desborde era inevitable.

Viaje al infierno