Esperanza en la pasión - J. N. Woolf - E-Book

Esperanza en la pasión E-Book

J. N. Woolf

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Beschreibung

Eva al no sentirse protegida y temer por su vida, decide terminar la relación con Alex. Empieza una nueva vida en un pueblo costero, dedicándose a su trabajo como ginecóloga y a su esposo. Ella va queriendo negar con el tiempo todo lo que ha vivido con Alex, pero aún siente algo por él. Alex, después de dejar ir a su amada, termina cayendo en una profunda depresión. Un familiar se hace responsable de él y de su discapacidad. Un día conoce a una misteriosa mujer, que al parecer tiene los mismos gustos que la querida y seductora maestra Thompson. Ambos empiezan una relación de sometimiento, placer y humillación. Eva y Alex deciden volver a empezar lo que terminaron, pero esta vez no será nada fácil, ya que las personas que los rodean, están enteradas que quieren volver a empezar una nueva vida. La pareja tendrá que ser fuerte, si es que quieren seguir con vida, tendrán que luchar por su amor o pude que fracasen en el intento. ¿Podrá el amor tener una última oportunidad para renacer? O ¿Terminará todo como una horrible pesadilla?

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Seitenzahl: 340

Veröffentlichungsjahr: 2025

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J. N. WOOLF

Esperanza en la pasión

Woolf, J. N.Esperanza en la pasión / J. N. Woolf. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6305-7

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

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11

12

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El día de la boda

EPÍLOGO

J. N. Woolf

Agradecimientos

Para todos los lectores que han disfrutado.

ESTO ES PARA USTEDES.

DIOS LOS BENDIGA.

Prólogo

Va fumando uno tras otro, los deja en cualquier lado.

Se encuentra con los ojos hinchados, no deja de llorar, el dolor es un martillado en su corazón.

Se acerca al segundo cajón. Saca dos agujas del costurero.

Alza la cabeza hacia el cielo de tormenta. Levanta al mismo tiempo las agujas. No deja de mirarlas de forma intensa.

1

Eva…

He pasado seis meses preguntándome si hice lo correcto.

Sigo teniendo pesadillas, ella sigue torturándome, no puedo escapar, soy una delincuente que se esconde en un pueblo, lejos de todo.

Me encuentro preparándole el desayuno a mi marido. Sí. Han oído bien. Mi marido. Paul.

La abuela Blake me llama una vez a la semana. Hablamos una hora y luego me voy a trabajar. Sigue hablándome de… él…

Los Hot Cake ya están. Voy sirviéndolos.

Me voy recogiendo la melena con una vincha. Me hago de paso una colita.

Paul baja tranquilo con el tiempo justo. Lleva su traje italiano que le he regalado la semana pasada.

Hemos cumplido tres meses de casados. Nos hemos conocido una semana después de cortar con… bueno con él.

Pasó a mi oficina a traerme un paquete, apenas lo vi, caí en sus brazos. Me había atajado en el momento. Me acostó en el escritorio, me arrancó las bragas y metió su cabeza en mi vagina.

No me importaron los pacientes en la sala de espera, tomé el vaso de agua que descansaba a mi lado y mojé su pelo y mis senos.

—Buenos días cariño. Huele muy bien.

Vuelvo a la realidad.

—Buenos días amor. Toma.

Le alcanzo una taza de café con un jugo de naranja y pomelo.

Extrae de su saco azul marino una flor.

—Una Rosa para otra Rosa.

—Eres encantador, ven aquí.

Nos besamos. Voy tumbándolo hacia la barra que se encuentra a mi derecha. Voy subiendo mi camisón hasta tirarlo. Me besa los senos, va mordiéndome la punta.

Gimo.

—Eres el mejor… házmelo.

Me acuesto en la barra, se baja los pantalones y me penetra.

Gimo de nuevo.

Me penetra más y más duro. Mis ojos se encuentran desorbitados. Tomo sus cabellos y los jalo hacia atrás.

Aprieta sus dientes, largando un alarido.

—Oh, nena. Eres una perra en celo.

Me sigue penetrando hasta por fin llegar al clímax. Me lleva a upa hasta el jardín. Nos tumbamos al pasto fresco observando el cielo raso.

Tanya entra al consultorio y me entrega un paquete. Lo dejo en mi escritorio.

Le hago una seña por la ventana para que haga pasar al paciente.

He terminado mi turno, pero antes de irme tengo que abrir el paquete.

Al abrirlo encuentro una tarjeta amarilla.

Nuestros mejores momentos.

Nunca los olvidé.

Es… de él.

Son fotos nuestras en la playa cuando festejamos nuestro aniversario.

Voy acariciándolas con cuidado. No por favor, no quiero llorar, no en mi trabajo.

Las lágrimas empiezan a caer, me acuesto en el escritorio. Yo también te extraño bebé, pero no podemos seguir juntos, no soy la chica que buscas.

Lo siento mucho… Alex.

Las guardo en mi diario. Paul no es capaz de encontrarlas ahí.

Tiene prohibido violar mi intimidad, yo no hurgo sus pantalones o sus emails.

Decido mandarle a Paul un correo.

Eva Luzcan:

Para Paul Lenz:

Lamento molestar cariño.

Quería preguntarte si te apetece salir esta noche a comer.

Saludos.

Tengo que olvidarme de ese paquete, no puedo ser feliz con él.

Tengo marido, vivo en un pequeño pueblo, soy una de las pocas ginecólogas que hay en este lugar y la gente ya me conoce.

Paul Lenz:

Para Eva Luzcan:

Tú nunca molestas, eres la última persona en quien pensaría.

Haz la reserva.

Pondré manos a la obra.

El vestido que me puse me hace sentir muy sensual. Es un escote modelo moderno. Me espolvoreo la nariz.

Voy observándola con esa máscara de muñeca, va acercándose lentamente con un cuchillo. Pone en la punta el dedo. Menea la cabeza, cierro los ojos, ella ya no existe, la he matado.

Apoya su mano en mi hombro.

—AHHHHAA.

—Eh. Nena, nena. Soy Paul.

Vuelvo a la realidad. Paul me mira con el ceño fruncido. Parece que lo he asustado. No ha sido intencional.

—Perdona cariño, no me estoy sintiendo bien.

Me abraza, hundo mi cara en sus abdominales. Me acaricia el pelo.

Va dándome besos en la cabeza. Es un excelente hombre, con un temperamento especial. Es mi marido y lo quiero.

El restaurant se encuentra lleno. Un camarero nos guía a nuestra mesa.

—Ve pidiendo, tengo que ir al baño.

—De acuerdo. ¿Te sientes bien?

—Sí. Solo… estrés.

No puedo describirle la paranoia que estoy sintiendo. Quisiera escaparme de este aburrido pueblo. Quisiera estar con la abuela Blake.

Observo a la chica hermosa, pálida en espejo. Toma aire y exhala.

Vuelve a la mesa Luzcan, te está esperando.

Paul se encuentra hablando con el camarero. Voy acercándome despacio, frotándome las puntas.

—Lo siento amor, había cola.

—No hay drama. He pedido una sopa de cabello de ángel.

—Te lo agradezco.

No te sientas presionada, saca un tema.

—Han llegado varias pacientes. Casi me vuelvo loca por el desorden.

—Cariño, es un pueblo pequeño, solo van adolescente y viejas.

Mierda.

—Lo sé. Solo digo que no hay mucho control, parece que voy a necesitar a alguien más.

El camarero viene con nuestra sopa. Se ve excelente.

Tomo la cuchara, voy soplando. Está deliciosa. Doy otro sorbo.

—¿Cómo está?

—Está deliciosa, Alex…

¡MIERDA!

Paul frunce el ceño.

—Lo siento Paul. Te he confundido con un viejo amigo.

—NO QUIERO VOLVER A ESCUCHAR ESE NOMBRE.

Me reta.

Da un puñetazo a la mesa. Hace un estruendo, la gente se voltea.

Estoy helada. Mi esposo nunca me ha levantado la voz y menos en un lugar público.

—No vuelvas hacer un escándalo. Nos están viendo.

—Me importa una mierda. Tú eres mi esposa y harás lo que te ordeno.

Doy un suspiro de resignación.

—Tienes razón, lo siento.

El camarero recoge con cuidado nuestros platos.

Entramos a la casa. No he sacado ningún tema mientras comíamos. No me ha gustado nada su forma agresiva. Tiene que cambiar, no puede ir así por la vida intimidando a las personas, por el simple hecho de equivocarse.

—Evangelina, vámonos a la cama.

Se está yendo de mambo.

—No me llames por mi nombre completo. Sabes que no me gusta.

Clava su intimidante mirada hacia el piso de arriba.

—Estaré en cinco minutos. Lo prometo.

Exhala su derrota. Va subiendo enojado sacándose en el camino el cinturón de cuero. Esto se está yendo al carajo.

Voy al baño de la planta baja, no puedo subir al otro, me estoy sintiendo cohibida. Tomo una caja de analgésicos, lo bajo con un vaso de jugo de pomelo.

Voy tomando asiento en el sofá. Me voy quitando los zapatos y el vestido. Saco del armario una bolsa de tela. Tomo de ella una remera manga corta blanca, junto con unos shorts rosa.

Saco del primer estante una frazada de lana y una colcha. Tomo el control del sofá, aprieto el botón azul. El sofá va tomando forma de cama.

Tomo del segundo estante un juego de sábanas y dos almohadas de plumas. Voy colocando las sábanas con cautela, no quiero que señor rabia vea esta escena.

Voy metiéndome bien adentro de las sabanas. Estoy cómoda y calentita. Tomo la almohada que me sobra y la apoyo en mi pecho. Me aferro a su profunda suavidad. Mis ojos van cerrándose lentamente.

2

Alex

Me encuentro sentado en las escaleras de una iglesia, tocando la flauta.

Oigo los pasos de varias personas caminando de un lado a otro. Es como si no supieran donde caer muertos.

Por ella he perdido mis ojos. También tuve que quedar sordo. Callar las voces, también cortármela, para qué voy a necesitarla si no es con ella. Tuve que cortarme la boca. ¿Hablar? ¿Quién va querer escucharme? ¡Los odio!

Mis ojos gotean sangre, me voy golpeando con cada cosa. Me los voy tapando con la mano. Acaricio la baranda, voy bajando de a poco, hasta llegar a la entrada.

Escucho la puerta abriéndose.

—¿QUÉ HAS HECHO?

La voz de mi hermano me sobresalta.

—Me ha dejado Cristian, no puedo seguir viviendo.

No para de llorar, me agacho y lo abrazo.

—Aunque no puedo ver, puedo sentirte. Lo siento mucho.

—Vamos ya mismo al hospital.

Me sube al auto de un solo tirón. Va a máxima velocidad.

Ángel, mi primo, me toma del brazo. Apenas me levanto, toco su hombro. Ambos seguimos el camino. Mi guía, mis ojos.

Tomo asiento en un escalón de piedra. Saco la flauta de la cartera de cuero.

RE. RE.

SOL. LA.

SOL. LA.

SOL. DO.

DO, DO.

LA SOL.

SI. LA. FA.

DO, DO, DO, DO.

FA. SOL .

—ÁNGEL.

Sin respuestas de la pulsera de cascabel.

—ÁNGEL, ÁNGEL.

Los cascabeles vienen. Tomo su hombro. Seguimos caminado.

Cristian me ha dejado quedarme en su casa. Me lleva a todos lados junto a Esmeralda. Tomamos asiento en donde sería el parque. Dejo aún lado el bastón blanco.

—Tío, tío. Jugad.

La pequeña Esmi me toma de la camisa.

—Claro, cariño.

Puedo sentir picazón en las piernas, parece que vamos por los maizales.

No me interesa sentir comezón. Ya no me importa la vida. Estoy solo. Estoy ciego. He perdido a todos lo que amo.

Ella me ha dejado. Quiero buscarla. Quiero matarla. Quiero cogérmela. Quiero abrazarla. Quiero decirle que la amo. Quiero que estemos juntos.

Los pájaros hacen su habitual sonido de llamada, se puede oler a jazmines, petunias, rosas azules. Es como si Ángel me llevara al paraíso.

—¿Dónde estamos?

Le pregunto a Ángel.

—El paraíso.

Me toma de la mano y nos sentamos. Acaricio su hombro, responde con una caricia en la mejilla. Es un buen chico.

—Tienes razón. Es el paraíso. Puedo sentirlo, puedo oler a esperanza y amor.

Me acuesto en el pasto fresco, puedo oír a las golondrinas paseando por nuestro alrededor. Otros animales se escuchan.

Ha oscurecido. Ángel me lleva a la habitación.

—Ven Ángel. Ve quitándote la ropa.

Acaricia mi mejilla asintiendo.

Yo también me desvisto. Tomo el bastón, me dirijo a la puerta.

Me acuesto a su lado, voy acariciando su cuerpo, se ha desnudado como yo.

Acaricia mi mejilla, respondo besando su boca. Pega su cuerpo al mío.

—Apaga la luz, Ángel.

Un mes después

Esmeralda me lanza la pelota. Le sonrío. Escucho una risita.

—Atájala, cariño.

—La… atape.

—Muy bien. Ven abrazar al tío.

Sus pasos me hacen sentir que nada está perdido. La tengo en mis brazos. Vamos girando por todo el parque. Responde con gritos de alegría.

Nos acostamos en la sábana de lana. Le voy tarareando una nana.

Me levanto con cuidado y voy acariciando lo que hay adentro de la canasta de mimbre.

Encuentro una botella de vidrio de Coca-Cola, junto con un sándwich.

Encuentro el destapador, abro la botella. Está fresca, pruebo el sándwich que me ha preparado Perla. También es delicioso.

Vuelvo acostarme en la sabana. Cierro los ojos.

Eva está sentada en el sofá tomándose de la cara.

Voy acercándome acariciarla. Me toma la muñeca.

—NO.

Voy retrocediendo, ya no hay camino. Caigo a la profunda oscuridad.

Despierto de un sobresalto. Esmi sigue dormida en mi vientre.

Tomo del bolsillo de la sudadera, el móvil.

—Hola, Ángel.

—¿Cómo estás primo?

—Bien, muchas gracias. Necesito que vengas a buscarnos.

—En cinco estaré.

Cuelgo. Voy haciéndole unas trenzas a la pequeña Esmi, seguramente cuando despierte va a sentir unos cambios. Le quedan muy lindas. Ella es linda.

—Ra, Ra, La, La, La.

Un tatareo me hace voltear por todos lados.

—Ra, Ra, La, La, La.

Cada vez más cerca. Tomo el bastón y lo pongo horizontal, en forma de defensa. Tomo con la otra mano el hombro de Esmi.

Los pasos se detienen. Muevo el pie por alrededor. Nada.

—¿Quién es?

No hay respuesta.

—Váyase, no quiero problemas.

Sin respuestas.

Paso el bastón por alrededor. Me choco con algo duro.

—HABLA.

Levanto la voz.

La persona se arrodilla.

—Oh. Qué hermosa niña, tiene unas trenzas muy bien hechas. Excelente trabajo, Alex.

¡PERDÓN!

Una voz femenina. No sé quién es. ¿Cómo sabe mi nombre?

¿Cómo sabe del peinado? ¿Me querrá robar? ¿Nos quiere lastimar?

—Perdona… ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?

—Oh. Lo siento mucho. Me llamo Mileena Scarlet.

No me suena ese nombre. ¿Será alguna clienta de la agencia?

—Perdona, pero… Eres una clienta de la agencia.

—Para nada. Soy amiga de Eva.

—Oh.

Será una amiga que ha hecho desde que me dejó.

—Es un placer. ¿Hace mucho que eres su amiga?

Se echa a reír.

—Fuimos compañeras de universidad. Compartimos algunas materias. Pero nos recibimos de diferentes carreras. Yo me he recibido en psicología.

Vaya. Una psicóloga extraña toma asiento a nuestro lado. Va acariciando a mi sobrina. Tomo de un reflejo su muñeca.

—Perdóname, pero como no puedo verte, no te tengo confianza.

—Oh. No hay problema, te entiendo, cualquiera en tu lugar haría lo mismo.

Gracias a dios me entiende, pero creo que le debo una disculpa.

—No ha sido mi intención.

Vuelve echar una risita.

—Haremos algo mejor.

Me toma la muñeca, pega mis dedos juntos. Convierte mi mano en señal de stop. Mi mano se encuentra ahora pegada en su corazón. Siento un cosquilleo en el pecho. Hace lo correcto.

—¿Mejor?

—Claro. Gracias.

—De nada. Probemos de nuevo.

Vuelve a tomarme la mano, ahora la sumerge en su pelo, va bajándola hasta sus hombros. El pelo le llega hasta casi los hombros.

—¿De qué color?

—Pelirrojo Sangre.

Con solo escuchar el rojo, trago saliva. Me hace recordar a la mujer del pasado. La mujer que me ha cambiado. La mujer que me ha convertido en lo que soy ahora. La persona que ahora está sola y ciega, interactuando con una supuesta "psicóloga".

—Alex. Alex.

La voz de Ángel. Escucho también el sonido de los cascabeles.

—Es mi primo. Tengo que irme, ha sido un gusto Mileena.

—Lo mismo digo. Ven, te llevaré.

—No hace falta. No soy un inútil.

Ahoga una risa.

—Eres la clase de persona que piensa que no la necesita, pero todos la necesitamos. Te ayudaré.

Me da la mano con suavidad. Me levanta con cuidado. Me alza en mi pecho a Esmi. Se porta bien. Da entender que puedo confiar. ¿Podré volver a enamorarme?

De Mileena Scarlet

Fragmento de diario:

He conocido en el parque a un chico ciego muy lindo.

Me hice pasar por una ex amiga. Pobre tonto, sufrir por una zorra tonta que no sabe valorar el delicioso sadomasoquismo.

Voy hacer que este chico me ame, se case, estar juntos, coger duro. Amo a los hombres que se hacen rogar.

Cuando me he enterado de la muerte de mi pobre prima Rachel, quise tomar a la asesina y arrancarle la garganta con el triturador de basura.

Deisy ha sido la primera en hacerse presente para darme la noticia. Ambas nos abrazamos. No podía creer que la tonta de mi prima llegara a juntarse con la madre de Melissa y con su trastornada hija.

Me voy a convertir en la nueva Rachel. El tonto de Alex no debe saberlo.

Lo que no quiero, es ver a la zorra de su ex, caminado por la ciudad. Soy capaz de matarla con una simple katana.

Las mujeres no somos de hacer amistades, somos rivales desde fuimos creadas a través de una costilla de un hombre. ¿Cuántas veces hemos sido traicionadas por nuestro mismo sexo? ¿De verdad nos creemos el feminismo?

Por favor, algunas somos tan tontas que nos creemos superiores a los hombres. Claro que no es cierto, nosotras somos de sufrir por ellos y por nosotras. A veces nos encontramos llorando en los compartimientos de los baños públicos.

3

Eva…

Me levanto y me encuentro a mi marido con los brazos cruzados.

Ahogo un grito.

—El desayuno está listo.

Está muy enojado.

—Gracias, cariño.

Se va a la cocina. Toma antes su maletín de cuero. Voy levantándome y saco todas las sabanas. Voy guardándolas en el armario. Aprieto el botón rojo del control. La cama va convirtiéndose en sofá.

Encuentro en la barra un plato de huevos revueltos, con un jugo de pomelo y mandarina. Hay una rosa en el medio.

—Eres muy tierno. Siento mucho no haber dormido contigo.

No me escucha, solo toma un vaso de jugo. Toma las llaves del gancho y va hacia la entrada. Se ha ido al trabajo. No me ha dado el beso de buenos días.

No me ha hecho el amor, donde estoy desayunando. No me está haciendo feliz. No estoy siendo una esposa decente. No estoy siendo una esposa diferente.

Me estoy convirtiendo en una mujer igual a todas las otras que le son infieles por haberles gritado, por haberlas hecho un capricho en un lugar público, por no abrazarlos, por no escucharlos.

Las pacientes jóvenes, adolescentes, vienen con sus madres atadas de la mano. Me hacen acordar a mamá. Mamá era mi ángel de la guarda, mi guardaespaldas, mi mejor amiga. Mi confidente.

Mamá se encuentra peinándome para el primer día de clases.

—Estoy muy nerviosa, quiero quedarme.

—Amor, eres preciosa, ellos son como tú. No eres diferente.

Ella siempre ha estado cuando tenía miedo, sabe cómo consolarme.

—Si te sientes incómoda, prometo venir y te llevaré a un lugar mejor.

Cruza los dedos en forma de promesa. Pone su palma en el pecho.

—Gracias mamá. Te amo.

Me volteo y la abrazo con fuerza.

—Yo también bebé.

Un chasquido me hace volver.

—Haremos unos estudios. No se haga problema. Todas las niñas de quince tienen atrasos. No. No está embarazada. Se lo juro.

La madre da un suspiro de paz.

—Se lo agradezco doctora.

Tomo mi libreta, hago unos garabatos. Tengo que calmar a la fiera.

—Le voy a recetar unas cápsulas.

Tomo otra hoja.

—Mi colega va hacerle estos estudios. Tienen que pasar el jueves a las siete y media. Si necesitan cambiar el turno, llamen con veinticuatro horas.

Abro la puerta. Madre e hija van tranquilas al ascensor. Hago una seña a Tanya. Hace pasar a la siguiente paciente, está vez es una mujer mayor. Una mujer que llega a la menopausia.

—Pase, enseguida estoy con usted.

La mujer asiente con una sonrisa.

Salgo del consultorio y me dirijo a la playa que se encuentra a dos cuadras.

La playa se ha convertido en mi terapia. A veces voy cuando tengo peleas con Paul, con mi padre, con la abuela Blake.

Tomo asiento en la orilla, voy quitándome los zapatos. Dejo la bata en la arena seca. Las olas vienen con velocidad a mis pies. Agua salada y bien helada.

Dos semanas después

Me he teñido de pelirrojo. Parece una locura, pero sentía la necesidad.

Paul todavía no lo puede creer, dice que sigo siendo hermosa, pero por sus adentros debe querer matarme.

El teléfono suena.

—Residencia Lenz.

—Hola cariño, habla tu abuela.

Blake, cómo te extraño.

—Abuelita, te extraño. ¿Cuándo vendrás?

—Estoy llegando, hijita.

Oh.

El timbre suena. Voy corriendo hacia la puerta.

—ABUELITA.

Nos damos un fuerte abrazo en lágrimas.

—Es un placer hijita. Ven ayudar al taxista.

Blake va directo con su bastón al living. Golpea el sofá, se sienta. Va poniendo sus manos a los muslos.

Entro con las dos valijas, las voy dejando a un rincón. Voy directo a la cocina hacer el té. Saco del tarro de cristal, seis galletas de chispas de chocolate.

—Aquí estoy.

Dejo la bandeja en la mesita de cristal que se encuentra en medio del sofá.

—¿Cómo está tu marido?

—Está bien. Se encuentra trabajando.

—Parece ser un buen oculista.

Lo es.

Aunque a veces se le va la mano, pero lo amo.

—Abuelita, ¿quieres un poco de té?

—Claro hijita. Dos cucharadas de azúcar.

Tomo el azúcar, voy introduciendo la cucharada, me tiembla el pulso. La abuela me ayuda. Ella es mi sombra. Mi amiga.

—Está delicioso, también la galletas.

—Gracias abuelita.

Tengo ganas de preguntarle por… él…

—¿Cómo se encuentra… él…?

Me tiembla la boca, creo que he cometido un error.

Deja la taza en la mesita de cristal, cruza los brazos. Hace una mueca de molestia. Se baja las gafas y cierra los ojos para que no le dé la luz.

—Él… él… se ha quedado ciego.

¡NO! ¡NO! ¡NO!

Mi pobre bebé. ¿Por qué lo hiciste? ¿Cómo ha pasado? ¿Ha sido cuando me fui?

NO, NO, NO, NO. No puede ser, no puede ser. No sé qué preguntarle.

—¿Cómo pasó?

Tomo unos pañuelos de seda, me voy limpiando el rímel que se me ha arruinado por las lágrimas.

—Cuando te fuiste, ha llamado a su hermano. En esos momentos que esperaba, ha tomado del costurero dos agujas.

Oh, Alex. Lo siento mucho, no quise hacerte daño, perdóname. Quisiera ir corriendo a tu casa o a tu trabajo para abrazarte. Cuidarte. Entenderte.

—Quiero verlo.

Blake suspira.

—No es el momento, hijita.

Claro que es el momento, le he hecho daño. Eso es algo que no puedo perdonarme. Ha perdido a dos personas que lo querían, me ha perdido a mí.

—Pero abuela, él necesita que lo cuiden, necesita que yo esté.

Da una palmada al almohadón. Está furiosa.

—Evangelina, él se encuentra viviendo con su hermano y su familia. Necesita tiempo. Vine a esta casa para hablar con tu marido.

Trago saliva.

—¿Para qué lo necesitas a Paul?

—Quiero que le haga una operación de vista. Es muy joven para quedar ciego toda su vida. Tiene mucho por qué vivir. Quiero que sea feliz.

Estoy paralizada. Alex Verdson volverá a mirar.

—Prometo que hablaré con él.

Blake levanta el dedo índice.

—Hijita, quiero hacerlo yo. Es un tema personal. Sé que es un poco intenso con algunas cosas. Lo esperaré.

Refunfuño.

—De acuerdo abuelita.

No me parece correcto que venga a pedirle a mi esposo ese favor. Conozco muy bien a Paul. Desde que le he contado sobre la relación que tuve con Alex, no quisiera encontrárselo en el pueblo o en su trabajo.

Tengo que calmar las aguas, puede que tenga uno de sus ataques de ira. Él es de tenerlos cuando lo desafías. Ya ha pasado semanas antes.

Salgo de la ducha. Me veo en el espejo, voy tomando el peine fino, me lo paso por cada lado, voy sacando del primer cajón la plancha. La enchufo.

Voy pasándomela con cuidado, su calor me excita, lo hago del otro lado. Me ha quedado lindo. Me voy poniendo lápiz labial rojo sangre, un poco de rímel, unos pellizcos en la mejilla. Estoy lista.

Me pongo el vestido que me ha regalado Blake. Es de color corteza con manchas de felino. Voy atando mi pelo con una horquilla.

—Te ayudo con eso.

Blake aparece atrás mío. Me ayuda con los listones del vestido. Hace un par de nudos. Me pasa un vaquero de seda. Se me marca bien el culo.

La puerta de entrada va abriéndose. Blake y yo vamos bajando como si nada.

—Hola cariño, vino la abuela Blake.

Me pone mala cara. Sé que no le agrada, ella también. Es mutuo.

—Hola, Blake.

La abuela da un saludo con la mano. Paul suspira de mala gana.

Le tiendo la mano y me lo llevo al living. La mesa se encuentra lista con: velas encendidas, un caminito de tela, platos caros y cubiertos igual.

—¿A qué viene todo esto, qué festejamos?

Blake es la primera en hablar.

—Tenemos que hablar, Paul.

—Entiendo.

Voy mordisqueándome los nudillos. Espero que no se vayan al carajo.

Van tomando asiento. Les voy sirviendo, el pulso me tiembla.

Tomo asiento en el lado del medio, mientras Blake se encuentra en la cabecera y Paul en otro extremo. Parece una reunión de negocios.

Tomo los cubiertos, voy metiéndome en la boca un buen pedazo de carne, acompañado con un poco de salsa. Está delicioso, voy comiendo otro trozo.

Blake no ha comido nada, sigue en una posición tensa, Paul da unos bocados, nadie dice nada, hasta que la abuela empieza.

—Escúchame bien Paul. Voy a necesitar que le hagas una operación urgente a mi nieto. No. No quiero esperar, él lo necesita cuanto antes.

Paul deja los cubiertos y toma la servilleta de tela, se la frota por el labio inferior, le ha quedado un poco de salsa.

—De acuerdo, puede que este viernes haga un lugar.

—Gracias Paul. Después de comer le diré a Alex.

Paul golpea la copa. Me encojo de hombros.

—Por casualidad… ¿Es Alex Verdson?

Blake larga un suspiro de derrota.

—Sí. Mira Paul, él tuvo…

—NO.

—Paul por favor. Lo necesita.

Intervengo.

—ACABO DE DECIR QUE NO.

Lanza la copa con su contenido hacia la pared.

—PAUL.

Lo reto.

Blake se levanta y me toma de la muñeca.

—Déjalo hijita. Buscaré a otro.

Paul reniega entre dientes, tiene la mirada desorbitada.

—Cariño, vete a la cama por favor.

Digo calmada. A veces esto sirve.

—De acuerdo. Limpien bien.

—Sí, amor.

Sube las escaleras y da un portazo. Yo por mi parte me pongo a llorar, mientras voy levantando los vidrios.

—Deja que lo haga él.

Blake me reprende.

—Límpialo tú.

La reprendo.

Voy tomando los platos y los llevo al fregadero. Tomo la manguera y muevo el interruptor.

No quiero hablarles, ambos se portaron como el culo. No puedo creer que tenga que pasar este momento de mierda, pudimos haber tenido una cena tranquila, pero no, todo salió mal.

—Cariño, lo siento mucho. No tuve que venir.

Blake me toma del hombro y lo masajea.

—No tienes la culpa, solo… es una persona especial.

—Lo sé hijita. Nunca estuviste enamorada de él.

Tiene razón, tomé una decisión bastante forzada.

—Es cierto. Es mi marido, siento que puede cambiar.

Blake da un suspiro de resignación.

—Eso espero hijita.

Me ayuda con los platos, voy tomando el repasador y los seco. Mientras voy pensado donde puede ir Alex. Tanya tiene un colega amigo.

—Puede que mañana pueda conseguir por una colega.

Blake se alegra.

—Oh. Eso es maravilloso. Gracias, gracias, hijita.

Me abraza con fuerza, hago lo mismo.

—De nada, Blake. Ambas sabemos que lo necesita.

Me acaricia las mejillas y juega con mi flequillo.

—¿Por qué presiento que has cambiado tu look?

—Porque lo hice. Me he cortado las puntas y me teñí de rojo.

Blake retrocede tragando saliva.

—No lo has hecho por eso… es porque a él le gustan pelirrojas.

Otro suspiro de resignación.

—Bueno nena, si eres feliz. Te acepto.

—Gracias, abuelita.

—De nada hijita. Voy a llamar a su padre.

—Ve. Yo voy a seguir limpiando. Luego haré la cama.

Tomo el trapo amarillo y lo esparzo por la mesa de madera. Saco las velas y las guardo en el gabinete. Tomo el camino de colores y lo pongo en la mesa, pongo las sillas en su lugar.

—Sí, Carlos, ¿verdad que mi nieta es la mejor?

Esbozo una sonrisa. Voy al placar y saco unas colchas, una frazada y dos almohadas. Tomo del cajón de la mesita de luz, el control del sofá.

Va convirtiéndose automáticamente en cama. Saco del segundo estante el juego de sabanas. Blake sigue hablando por teléfono.

Preparo la cama calma, sé que no va a bajar a hacer una escena.

Tomo del último cajón el pijama y un camisón.

—Abuela, la cama está lista.

4

Alex

Me encuentro sentado en la playa. Papá se encuentra a mi lado enseñándome braille. El libro me lo ha regalado Perla.

—Dame tu mano.

Papá me toma la mano, me hace acariciar las páginas.

—Eso es, sigue.

Sigo acariciando las hojas. Es como un cosquilleo.

—Dime. Puedes hacerlo.

*EL VERDADERO AMOR VENDRÁ*

*No es el fin del mundo*

*Todos perdonan*

—Bien hecho, hijo.

He mejorado gracias a ti, papá.

—Gracias papá. ¿Vamos al mar?

—Claro.

Me toma la mano y vamos caminando despacio. El viento me pega en los ojos, parpadeo, me gustaría volver a ver.

Nos vamos sumergiendo más a fondo. Dejamos de hacer pie.

—Nademos.

Asiento con la barbilla.

Nos metemos bien a lo profundo. Cierro los ojos.

Papá me lleva con entusiasmo a la biblioteca del centro.

El bastón se me resbala, me tiembla el pulso, aún no sé cómo usarlo.

—Muy pronto volverás a ver. Lo prometo.

Papá siempre me ha dado esperanzas, voy a estar siempre agradecido.

Estamos muy unidos desde...

Volvemos al exterior. Sacudimos la cabeza salpicándonos. No dejamos de sostenernos. Vamos flotando hasta que venga la próxima ola.

Volvemos a la orilla dando saltos de alegría. Tropiezo, parece que me he llevado por delante a una mujer.

—Lo siento… soy ciego…

Huelo a una fragancia mortal. Un estilo a la que…

—Oh. Alex qué sorpresa.

Esa voz.

—¿Mileena?

Se escucha una risita.

Parece que he acertado en el clavo.

—Sí, Alex. Soy yo.

Me pregunto dónde se encuentra mi padre. Quisiera presentarla.

—Buenos días, señor Verdson.

¿Se conocen?

—Hijo, te presento a una colega de Eva.

—Ya nos conocemos.

Contesta Mileena.

—Los voy a dejar solos. En diez minutos vuelvo, hijo.

—De acuerdo, papá.

No quisiera que me dejara solo. Aún no confío.

—¿Te gustaría sentarte en la orilla?

Asiento.

Me toma de la mano con suavidad. Seguramente está sonriendo. No la culpo, soy de tener ese efecto con las mujeres.

Las olas van deshaciéndose al tocarnos, el viento nos pega en la cara, puedo sentir una alegría, una paz. Excitación. Quisiera hacérselo en este momento, que todos miren.

No, no, no. Tengo que calmarme, no es el momento. Solo nos vimos una sola vez. Bueno me ha encontrado, y ahora de nuevo.

—Es un hermoso atardecer. El amarillo arriba del naranja, las gaviotas volando a nuestro alrededor.

Esa descripción… Me hace acordar a… Eva.

—Alex, es hora de irnos.

Mi padre va acercándose, me toma del hombro. Siento su calor, su protección. Gracias papá. Ahora me siento mucho mejor.

—Gracias por cuidarlo, Mileena.

—Es un placer, señor Verdson.

Papá me toma de los brazos y me lleva a la carpa, me sienta en la reposera de madera. Va guardando la carpa. Me hubiera gustado que me saludase, pero creo que es mejor dejarlo así.

—Estoy listo. Vamos. Tengo que bañarte.

—Sí, papá.

Nos tomamos de la mano, voy poniéndome la musculosa y las ojotas. Voy pisando despacio, ya me he caído varias veces. Tengo con fuerza el bastón.

Carlos me ayuda a tomar asiento en la bañera. El agua está tibia. Voy introduciendo todo el cuerpo. Me acuesto. Apoyo la cabeza en una pequeña almohada de baño.

—Levanta los brazos.

Obedezco.

Va frotando la esponja debajo de los hombros. Luego va frotándome la cabeza con el shampoo. Me masajea con suavidad, cierro los ojos.

—Sumérgete.

Obedezco. Vuelvo a la realidad.

—Acondicionador.

Vuelve a frotarme la cabeza, masajea el cuero cabelludo. Juega con las puntas. Me peina con los dedos.

Vuelvo a sumergirme. La espuma me rodea. Me frota con la esponja por última vez. Me pasa su mano, asiento. Me levanto con cuidado.

Saca el capuchón, el agua sucia se va.

—Ve secándote con la bata, voy por el secador.

Con las yemas, voy acariciando el fregadero del baño. Encuentro el peine.

Me lo voy esparciendo por cada lado, luego hago lo mismo con los dedos.

—Ya lo encontré.

Me lleva a su habitación. Tomo asiento en medio de la cama. Enchufa el secador. El calor viene a mi cabeza, se siente rico y veraniego.

Me peina con sus dedos, luego me introduce el secador. Me da un beso en el cuero cabelludo. Desenchufa el aparato.

—Acuéstate.

Asiento.

Voy moviendo las colchas y luego las sábanas. Me introduzco adentro.

Me va tapando con suavidad. Me besa la frente.

—Voy hacer la comida, duerme.

—Espera.

Aprieto su muñeca.

—¿Qué sucede hijo?

Quiero respuestas, no te irás tan fácil.

—¿Cómo la conoces?

—¿De qué hablas?

—Lo sabes.

Suspiro de derrota.

—Prefiero que no sepas ahora, más adelante puede que…

—HABLA.

Lo enfrento.

Otro resoplido.

—De acuerdo.

Lo siento papá, pero quiero respuestas, ya he tenido bastante este último tiempo. No me he tomado un mes de licencia para faltar al trabajo.

—Es la prima de… ELLA.

—Sé más específico.

—De Rachel Thompson.

¡NO! ¡NO! ¡NO!

Me palidezco. No puede ser. Pero… cómo…

—Duerme.

No quiero soñar, quiero vivir la realidad.

—No quiero.

—Por favor, hijo. No quiero pelear.

Me suplica.

—De acuerdo. Tienes razón, es mucha información.

—Te despierto cuando la comida esté.

—Gracias.

Apaga el velador. Me deja la puerta entreabierta.

—Hemos llegado.

Cristian me toma en brazos, me tapa la cara, me va cayendo la sangre.

Se escuchan pasos brutos acercándose. Me toman en brazos y me acuestan.

—Estoy aquí hermanito, no me iré.

—Lo… siento.

Me echo a llorar, los ojos me arden. Aprieto los dientes por el ardor.

—No llore señor Verdson. Estamos juntos.

Una voz ronca me tranquiliza, debe de ser el médico.

—La comida está lista.

Papá me frota los hombros.

—Gracias, ayúdame.

Me toma en sus brazos y me sienta en una silla de ruedas. Bajamos en el ascensor que instalaron antes de que viniera. Una vez adentro, papá aprieta el botón.

Bajamos muy despacio, por suerte es una plataforma con dos barandales, como los que hay en las casas de comida rápida.

Toma los mangos y me lleva a la cocina.

Llegamos a la mesa, el plato está servido. Huele a pastas caseras, con salsa y queso.

—Huele delicioso —digo sonriendo.

—Unos macarrones para un campeón.

Nos echamos a reír.

Escucho como la silla de al lado se mueve, ha tomado asiento, me acaricia la mano. Voy enrollando los macarrones, me los meto a la boca. Deliciosos.

Solo hay silencio, me hace acordar el tema musical del graduado. Una canción que escucho en el tocadiscos de… ella. Tuve que haberlo tirado la noche en la que he quedado ciego.

Me encuentro en el hospital central. Tengo mi mano atrapada en la de mi hermano. Voy besando su cuero cabelludo.

—Me he encontrado este tocadiscos. ¿Quieres que lo queme?

Por culpa de esa zorra desgraciada que seguramente se está quemando en el infierno, suplicando por sus arrepentimientos.

—No. Solo… déjalo en la mesita.

—¿Quieres que ponga Madame Butterfly? Lo tengo en el bolso.

Quisiera que lo ponga, pero en este caso quiero el de:

THE SONG OF THE SILENCE.

—Quiero The song of the silence.

—Enseguida te lo pongo.

Hurga su bolso, parece que lo ha encontrado. Va sacándolo de la funda. Lo siguiente, pone el disco en el aparato. Aprieta PLAY.

Me acuesto sin soltarle la mano. Acuesta su cabeza en mi hombro, voy acariciando su pelo. Entramos en un profundo sueño.

—¿Quieres más?

Vuelvo a la realidad.

—Claro.

Le entrego el plato.

Vuelve a dármelo. No tengo mucha hambre, acabo de comerme todo el primer plato, doy unos mordiscos despacio.

Creo que es hora de preguntarle Verdson.

—Necesito que me seas sincero, papá.

—Dime, hijo.

Tranquilo Verdson, tu padre va entenderte, no le tengas miedo.

—Cuéntame sobre Mileena. Me prometiste que lo hablaríamos en la mesa. No quiero que te incomodes o cerrarte el estómago.

Suspiro de resignación.

—Tienes razón hijo, no te sientas mal. Te conozco.

Claro que me conoces y yo a ti. No quiero secretos.

—Cuenta.

—Después del funeral de tu madre, he sufrido una fuerte depresión. Sentía que iba a perderte también. Kendra estuvo conmigo varias noches. En una de esas, fuimos al bar del casino del centro.

Kendra fue a jugar unas fichas y yo la esperaba en la barra, me encontraba acostado en mis brazos, no quería ver a nadie. Solo rezaba por la familia.

Una mujer pelirroja con un escote negro, tomó asiento en la banquilla. Pidió lo mismo que yo. Intercambiamos de palabras, me ofreció una copa. Acepté.

Luego me llevó a un hotel. Pasamos la noche. Apenas me he levantado, tomé del saco el móvil, tenía varios mensajes de Kendra. Me vestí y me fui.

—Continua.

—Llegué a casa y recibí una bofetada de Kendra, le pedí disculpas y nos abrazamos. Tomamos el desayuno en el Havanna de la esquina.

Le conté todo lo que pasó la noche anterior, ella se encontraba furiosa, pero luego recapacitó en llanto. Nos abrazamos.

En ese momento me encontré a tu amigo Ventura con una rubia.

—Deisy. La hermana de…

—Lo sé. En esos momentos nos saludamos, han preguntado por ti. Les conté lo que pasó. Ellos se pusieron mal y me dieron unas cartas para ti. Lamento no haberte contado, necesitaba que este mes que has estado conmigo, estemos juntos.

—No estoy enojado. Te perdono, solo quiero que sigas. Luego me leerás sus cartas.

Asiente masajeándome la mano.

—La pelirroja se apareció atrás mío. Deisy se levantó y la abrazó.

—¿Se conocen?

Le pregunto a Deisy.

—Es mi prima. Señor Verdson, le presento a Mileena Scarlet.

Ambos nos tendimos la mano.

—Es un placer, señor Verdson.

—Llámame Carlos.

—Un placer, Carlos. —Asiente.

—Me gustaría quedarme, pero tengo a mi cuñada esperando.

—Ve Carlos, saludos a Alex.

Me dice Ventura.

Volví con Kendra pálido. No podía creer lo que dijo Deisy.

—¿Estás bien Carlos?

—Sí, Kendra. Pidamos la cuenta.

Fuimos directo a la playa y ahí le conté todo.

Mucha información. Información muy profunda. No tiene que sentirse mal. Es un excelente hombre y un excelente padre. LO AMO.

—Gracias papá. ¿Quieres sacar un buen vino?

—Claro hijo.

Me frota los rulos.

El teléfono de la casa suena. Papá va directo.

—Residencia Verdson. Diga.

Se escucha un silencio, es raro que papá no diga nada. ¿Será algo bueno?

¿Será Mileena? ¿Será una llamada equivocada? ¿Un amigo?

—MUCHAS GRACIAS BLAKE. QUE DIOS LA BENDIGA.

¡BLAKE!

¿Le habrá pasado algo? ¿Pasó algo con Eva? ¿A su padre?

Papá vuelve a la mesa. Tengo un dolor en el pecho. Espero que esté todo bien. Por favor mamá, abuelito. Nada malo por favor.

—¿Qué pasó papá?

Me abraza con fuerza, hago lo mismo.

—No me asustes. ¿Qué pasó?

Está llorando. No por favor, no llores.

—Papá, por favor.

Estoy bañado en lágrimas.

Me acaricia la frente, pero no responde. No quiero gritarle, este hombre me ha cuidado, me ha bañado, me hizo de comer. Me ama.

—No estoy llorando de dolor. Es felicidad hijo.

—Oh.

Gracias mamá. Por un momento sentí que lo estaba perdiendo.

—Habla, me he pegado un buen susto.

Un suspiro de alegría.

—Lo siento mucho. Es que… hay Dios… es un milagro.

¿Habrá encontrado trabajo? ¿Ganó la lotería?

—Dime. Estoy sintiendo un cosquilleo.

¿Para qué tanto misterio? ¿Qué habrá hecho Blake?

—Si no me lo dices, me iré a la cama.

Voy moviendo las ruedas, pero papá se pone enfrente.

—No quiero que te vayas, tienes que ver contigo.

¿Conmigo? ¿Qué hice ahora? ¿Me encontraron un curso?

—Habla, no quiero pelearme.

—No quiero que te baje la presión.

Deja de dar vueltas Carlos.

—Blake ha encontrado a un médico que puede hacerte la operación. VOLVERÁS A VER, HIJO.

Estoy paralizado. ¿Volver a ver? ¿Observar?

—¿Alex?

—Aquí estoy.

Fragmento de diario,

De Mileena Scarlet:

Lo que es el destino. Pasé un hermoso día en la playa con un hermoso bikini que compré esta mañana. Iba caminado por la orilla y lo encontré.

Estaba con su padre, estaban saliendo del agua. Es un hombre increíble.

Espero que algún día pueda volver a ver.

Ahora tengo que hacer un trámite. Tengo un viaje de negocios.

Seguramente me encuentre con…

5

Eva…

Miro el reloj. 3 a. m.

Blake se encuentra profundamente dormida a mi lado. Acaricio su hombro y su joroba. Hago un masaje. Doy unos besos.

Me levanto y me dirijo a la cocina. Saco de la nevera una jarra de jugo. Me sirvo en mi taza favorita. Un regalo de Deisy. Tendremos que volver a vernos.

Doy un sorbo. Delicioso y refrescante.

—E… va…

¿Un eco?

Me toma de la muñeca.

Me tapa la boca.

—¿Qué haces Paul?

—SHHHH.

Me lleva con fuerza al piso de arriba.

No hago un solo ruido, no quiero que Blake se asuste.