Espiritualidad, mística y salud mental - Jordi Font i Rodon - E-Book

Espiritualidad, mística y salud mental E-Book

Jordi Font i Rodon

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Beschreibung

Cerebro y mente son dos aspectos de una misma realidad. La mente humana es capaz de intuir realidades que trascienden nuestra dimensión física. Sin embargo, toda experiencia humana, incluso la más sublime, tiene una base neurológica. Para que la experiencia espiritual sea posible es preciso una cierta madurez psicológica. Los humanos somos capaces de hacer conscientes los impulsos vitales inconscientes, conduciéndolos hacia objetivos seleccionados. Por eso tendemos hacia la religión, es decir, a generar una estructura humana hecha de símbolos, mitos, ritos, libros sagrados o tradiciones que refieren a una inspiración espiritual inicial que se desea mantener. Este libro reúne gran parte de la obra de Jordi Font sobre tres de sus temas de mayor interés: la salud mental, la espiritualidad y la mística ignaciana. A partir de su sólida formación y vasta experiencia profesional, Font consolida una concepción de la salud mental y la salud espiritual como manifestaciones diferenciadas de una única vida, siempre en evolución hacia estados de maduración más plena.

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Jordi Font i Rodon

Espiritualidad, mística y salud mental

Vivir de forma autónoma, solidaria y gozosa

Prólogo deRamón M. Nogués

Edición a cargo deCarles Marcet

Herder

Diseño de la cubierta: Herder

Edición digital: José Toribio Barba

© 2023, Fundació Vidal i Barraquer

© 2024, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN EPUB: 978-84-254-5120-1

1.ª edición digital, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Prólogo

Ramón M. Nogués

Nota del editor

Carles Marcet

1. La persona y el pensamiento

La biografía

El interés por la psicología de la religión y la espiritualidad

Líneas de pensamiento: psicología, psiquiatría, psicoanálisis, antropología y mística

Sobre la sexualidad

2. Psicología y espiritualidad, mística y salud mental

Psicología, religión y espiritualidad

3. Psicología y experiencia mística

La experiencia mística vista desde la psicología

Qué entendemos por mística

Algunas preguntas frecuentes alrededor de la experiencia mística

Resumen de la experiencia mística

4. Salud mental y salud espiritual

Punto de partida y conceptos fundamentales

Salud, espiritualidad y mundo del inconsciente

¿Es siempre saludable la experiencia religiosa-espiritual?

Algunas carencias de salud (psicopatologías) en la experiencia espiritual

El fanatismo: un caso muy actual de falta de salud mental y espiritual

5. Psicología y espiritualidad ignaciana

Espiritualidad y duelo. Ayudar a vivir el final de la vida1

La fecundidad del fracaso: el duelo regenerador2

La depresión en la vida espiritual: desolaciones10

Los afectos en desolación y en consolación: lectura psicológica11

Discernimiento de espíritus: ensayo de interpretación psicológica

Psicología de las tentaciones en la relación del acompañamiento espiritual25

Epílogo

Cronología

Bibliografía

Información adicional

PrólogoRamon M. Nogués

Escribir sobre otro es un poco más fácil que hacerlo sobre uno mismo, pero no mucho más. Estas líneas presentan sin pretensiones a Jordi Font, una persona con la que me han relacionado muchas dimensiones, algunas muy personales, otras científicas y otras más institucionales. Escribo sobre la persona y su obra y naturalmente será sobre todo este libro la que centrará mis sencillos comentarios, dejando para otros momentos u ocasiones lo que podrían ser consideraciones de otras dimensiones siempre potencialmente interesantes.

El personaje y su siglo: 1920-2020

Entre la década de 1920 y la década de 2020 la humanidad ha sufrido y gozado de un cambio sin precedentes en muchos aspectos objetivables. Piénsese, por ejemplo, en la explosión demográfica (la cuadruplicación del número de habitantes del planeta en cien años); la velocidad de las comunicaciones; la movilidad humana por el mundo; la aparición y generalización de las tecnologías de la comunicación y el registro de datos; la llamada inteligencia artificial y un progreso técnico compartido que ha globalizado culturas, tradiciones, filosofías, modelos científicos, religiones y todos los grandes sistemas simbólicos que la humanidad ha generado. Este conjunto de dimensiones constituye lo que la neurobiología hoy denomina el «cerebro social», es decir, el conjunto de moldes que acuñan la «moneda» con la que gestionamos la cultura, modelos que con frecuencia «nos piensan» más de lo que nos pensamos nosotros. Ello sitúa inevitablemente al personaje en su época. Y la época que corresponde a los últimos treinta años del siglo que ha acompañado a Jordi Font es una de excepción marcada por algo que la humanidad nunca había considerado y que se constituye en un factor añadido muy significativo: la posibilidad de promover la destrucción de la cultura humana en la biosfera por la incapacidad de hacerla sostenible. Esto último, naturalmente, afecta seriamente el mundo mental colectivo y sus ansiedades.

La humanidad, entre 1920 y 2020, ha entrado en estado de excepción.

Las intersecciones de tres grandes áreas

El conjunto de fenómenos culturales impacta en el mundo interior humano y en la necesidad de sentido que este demanda. La mente, estado y función del organismo, y muy especialmente del cerebro, es el área de expresión de las construcciones con las que los humanos simbolizamos la coordinación de las pulsiones, los sentimientos y los razonamientos que construyen el sentido que nos sostiene en la vida. Neurología y psiquiatría, filosofía y espiritualidades, culturas y religiones son tres apasionantes áreas en las que se debate el mundo mental. Jordi Font ha terciado con pasión y autoridad en diversos sectores que las integran.

La neuropsicología, el pensamiento filosófico y espiritual, así como el papel de las espiritualidades y las religiones en la cultura se entrecruzan, creando áreas en las que los modelos tradicionales naufragan para renacer en nuevos paradigmas. Así, la psiquiatría es desafiada por la neurobiología; las religiones se difunden en algunas áreas culturales en múltiples e inconcretas espiritualidades frente a las grandes religiones; mientras que las culturas, torpedeadas políticamente bajo sus líneas de flotación, intentan recuperar viejos modelos como sucede, por ejemplo, en China, cuyo sistema cultural ha sido machacado por una extraña combinación dictatorial de marxismo y capitalismo, y ahora intenta recuperar dimensiones confucianas para reorganizar el panorama mental del país.

Cerebro y mente: abordaje desde enfoques que aspiran a convergir

En particular, Font ha sido muy sensible al impacto de la neurobiología moderna. Esta sensibilidad lo ha llevado —evocando el sustrato neurológico del psiquiatra Freud— a tener muy en cuenta los datos que los estudios neurológicos aportan sobre el funcionamiento cerebral tanto por el progreso de las técnicas de estudio genético como por los grandes avances de la tecnología de imágenes. Es sabido que el estudio biológico y el psicológico del cerebro se comparan a un programa de perforación de un túnel atacando por los dos extremos. Mientras se realiza la obra se perciben sonidos de una a otra parte de los puntos de abordaje, pero con poca precisión. En ello está la ciencia hoy, y los datos biogenéticos cerebrales resultan todavía de difícil confrontación con las descripciones psicológicas de las conductas. Por ejemplo, en el tema del autismo los numerosos estudios neurobiológicos publicados acentúan el ruido que se oye desde la parte investigadora de las neurociencias. Jordi Font siempre ha insistido en la necesidad de atender al progreso de los conocimientos neurológicos para combinar con sus datos las aportaciones de la psicología dinámica.

La neurobiología pide paso en la singularidad humana

Los temas neurobiológicos que afectan al conocimiento general del cerebro resultan especialmente importantes en el caso del cerebro humano. Sea cual sea la opinión filosófica sobre la singularidad humana, el dato científico acerca de ella es incontestable. Ninguna otra especie en la historia de la biosfera ha logrado en tan pocos años llevar a cabo una aventura cultural comparable con la humana. Detrás de este fenómeno están conceptos como «conciencia», «razonamiento», «libertad», así como anhelos éticos, estéticos, científicos, espirituales o religiosos que se suman a los cambios culturales que a estos intereses corresponden. Aún hasta hace muy poco tiempo, en una de las más prestigiosas revistas de biología, se reconocía que sobre la conciencia siguen siendo más interesantes las reflexiones filosóficas que los datos de la neurología.

Junto a los brillantes estudios sobre todo tipo de configuraciones del cerebro que aparecen en la bibliografía sobre el tema, las grandes y a la vez sencillas cuestiones que planteaba Kant sobre la conducta humana siguen siendo capitales: qué podemos conocer (en sabiduría); qué podemos hacer; qué podemos esperar. El psicólogo, amparado en la filosofía, las espiritualidades, las estéticas y éticas podrá responder mejor a estas preguntas que los estudios de neurología. La neurociencia pide paso, y lo tiene abierto, pero lucen limitadamente sus éxitos en la orientación de las conductas humanas. La preocupación de Jordi Font por atender a la neurología en relación con la experiencia y la conducta sigue siendo una propuesta simplemente iniciada.

Mística y misterio: hay algo, pero ¿hay alguien ahí?

La palabra «mística» es polisémica. Utilizada con propiedad, significa una inmensa aventura mental y cultural que se descubre en todas las grandes tradiciones espirituales y religiosas que han jalonado y acompañado el progreso humano. Esta aventura huye de simplificaciones utilitarias de los sistemas culturales. Se desentiende de las mordazas institucionales y se fuga hacia los espacios abiertos para obtener alguna visión profunda de la que las realidades institucionales suelen privar a sus adeptos. La mística sabe que la realidad es propiamente inasequible, y en esto coincide tanto la reflexión filosófica asociada a la ciencia como una buena teología. Por ello, por ejemplo, Einstein afirmaba que el reconocimiento del misterio constituye una base fundamental de toda disposición a un intento de comprensión de la realidad en profundidad. Hay pues «algo» ahí a lo que no tenemos propiamente acceso adecuado. Pero ¿hay «alguien» en este «algo»? Las religiones afirman que sí, mientras que Einstein no reconocía al misterio características o tonos «personales». Diría que Font, sobre todo en años más recientes, ha sido seducido por el tema de la mística. La inevitabilidad, pero también la frecuente fragilidad y pobreza intelectual de los aspectos «oficiales» de las instituciones religiosas, invita a mirar en las perspectivas de místicos de toda clase para intuir algo de lo que puede ser este misterio que fascina, pero queda siempre esbozado solo en «revelaciones» simbólicas. Font es un creyente religioso cristiano que se guía por la simbología de los textos del Nuevo Testamento, pero sabe muy bien que ningún sistema simbólico puede pretender agotar su capacidad reveladora y, por lo tanto, debe quedar abierto a otros sistemas que señalen otras direcciones complementarias o simplemente insistan en una «revelación» a través del silencio o el vacío, como el budismo o el taoísmo.

Un jesuita ignaciano: ¿un pleonasmo?

Este libro recoge un compendio significativo de temas que relacionan la psicología con la espiritualidad. Todo ello desde una perspectiva que relaciona las dimensiones profundas de los procesos psicológicos con las propuestas espirituales de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Hablar de un jesuita ignaciano puede parecer pleonasmo, pero Jordi Font lo es. Incluso diría, forzando amigablemente la expresión, que el destacado empeño de Font en relacionar la mejor psicología freudiana con la mejor espiritualidad cristiana daba más de una vez la impresión de que una buena lectura de los ejercicios ignacianos llevaba, sin grandes sobresaltos, a una interpretación del fundador de la Compañía como un Freud avant la lettre, expresión que merece amplios y jugosos comentarios. Una especie de devoción compartida entre Freud e Ignacio de Loyola animó en la vida de Jordi Font la dedicación al bienestar de la persona.

Todos los seguidores de un fundador suelen mostrar un cierto sesgo naturalmente favorable a las interpretaciones del personaje que crea la obra. En el caso de Ignacio de Loyola y de la potente Compañía de Jesús este sesgo es merecido. Bromeando teológicamente, podríamos decir que hasta cierto punto ser jesuita imprime carácter, y en todo caso Jordi Font es un ejemplo del peso que la figura del gentilhombre del rey de Navarra, convertido en un gigante cultural y religioso de la Contrarreforma, ha ejercido en el panorama espiritual del cristianismo.

El bienestar humano figura como primer capítulo de todas las propuestas psicológicas, espirituales, religiosas y culturales de la humanidad que merecen crédito y respeto. Este libro es testigo escrito de uno de estos intentos. Personas, saberes y actitudes nos definen como actores y maestros de humanidad. Es una satisfacción presentar los textos que nos aproximan al personaje, dejándonos a la puerta de su misterio, el que envuelve a cada ser humano.

Nota del editorCarles Marcet

Este libro sintetiza gran parte del pensamiento y la obra de Jordi Font i Rodon a lo largo de su trayectoria profesional. La primera parte, que abarca los capítulos 1-4, se centran en la presentación del autor. A través de ellos, intentaremos descubrir a la persona, sus raíces, su itinerario y las grandes pasiones de su vida. De hecho, va a ser él mismo quien nos hable. Tras una somera cronología de los sucesos más destacados de su itinerario vital, recogemos parte de una amplia entrevista que sus compañeros y amigos de la Fundació Vidal i Barraquer le solicitaron y que se desarrolló entre finales del año 2008 y principios de 2009. Intuimos que, de alguna manera, sus compañeros y amigos de trabajo y profesión en la fundación querían salvaguardar con rigor el sentido y el carisma de esta, ya institucionalizada pero deseosa de mantenerse fiel a la inspiración primera. Esto lo encuentran en el relato de la vida de Jordi Font y de los «por qué» y «para qué» de la misma.

Jordi Font nunca ha sido prolijo en la escritura. De hecho, a lo largo de su amplia trayectoria profesional son relativamente pocas las publicaciones que nos ha brindado. Es más un hombre de conversación, de relación personal, de acompañamiento directo, tanto en el ámbito de la psicología como en el de la espiritualidad. Es un buen conversador.

De ahí que, como decíamos, vamos a dejar que sea él mismo quien nos hable en estas páginas. Hemos querido expresamente mantener el relato y las palabras de aquellas prolongadas entrevistas que accedió a conceder y que fueron grabadas. Solo hemos modificado algunas cuestiones sintácticas para facilitar la comprensión del lector. Pero, como se verá, se mantiene la frescura de un relato oral, de una conversación espontánea, viva, natural.

Hemos editado el contenido de aquellas conversaciones más extensas. Publicarlo íntegramente hubiera desbordado las capacidades y límites de esta publicación. Hemos intentado centrarnos y rescatar lo esencial. En primer lugar, la narración de su propia vida, desde los recuerdos infantiles hasta la consolidación de su trabajo expresado en la creación de la Fundació Vidal i Barraquer. En segundo lugar, la presentación de sus grandes pasiones vitales tal y como él mismo las formula, explica y desarrolla: la psicología de la religión, la espiritualidad y, más precisamente, el ámbito de la mística, el psicoanálisis y su práctica, su visión antropológica, su búsqueda de una definición concreta, práctica y útil de lo que es la salud, en concreto, la salud mental.

La segunda parte, contenida en el capítulo 5, trata en profundidad las relaciones entre psicología, religión y espiritualidad, la experiencia mística y la salud espiritual. Para tal fin, este capítulo reúne una serie de conferencias y artículos del autor en los que el hilo conductor es la mirada desde la psicología de la experiencia espiritual y, en concreto, de la espiritualidad ignaciana presente en el libro Ejercicios espirituales de san Ignacio. Buen conocedor de ambas materias, Font las interrelaciona e ilumina la una desde la otra, ofreciéndonos así una lectura profunda, desde la psicología, de muchas de las experiencias espirituales fundamentales que aparecen en el proceso de los ejercicios espirituales.

El primer texto corresponde a la conferencia «Espiritualidad y duelo. Ayuda a vivir el final de la vida», pronunciada en la Universitat de Lleida en 2013. En ella aborda los procesos de duelo desde la perspectiva psicológica y espiritual como dos funciones de una misma realidad y como dos procesos concomitantes de una misma maduración integral. El segundo texto, «La fecundidad del fracaso: el duelo regenerador», publicado en la revista de espiritualidad ignaciana Manresa en 2012, aborda la misma cuestión de una manera mucho más detallada y elaborada, desarrollando mucho más las cuestiones planteadas en el primero. Entre otras cosas, analiza las fases del duelo haciendo hincapié en su posible fecundidad, tanto desde un punto de vista psicológico como espiritual, cuando han sido correctamente elaboradas.

A continuación, en «La depresión en la vida espiritual: desolaciones», el autor afronta el contenido psicológico del concepto «depresión» argumentando que, en el ámbito de la espiritualidad, es análogo al que san Ignacio calificaba de «desolación». En este escrito, que procede de unas jornadas de estudio internas desarrolladas en 2008 en la Fundació Vidal i Barraquer, se aborda la fenomenología, tanto saludable como patológica, de la desolación espiritual y de la depresión psicológica, así como sus causas y efectos. Esta misma cuestión la desarrolla in extenso en «Los afectos en desolación y en consolación: lectura psicológica», ponencia que presentó en el Congreso de Psicología y Ejercicios de 1989 y que luego fue recogida, junto con otras ponencias, en un libro coeditado por las editoriales Mensajero y SalTerrae en 1996. En su línea habitual integradora y de búsqueda de concomitancias entre la psicología y la experiencia espiritual —que no deja de ser una experiencia psíquica—, Font ofrece una interpretación psicoanalítica de las experiencias espirituales —denominadas por san Ignacio «mociones»— de consolación (salud mental) y deso­lación (depresión).

Siguiendo el proceso, el texto siguiente corresponde a un escrito de 1987 también publicado en la revista Manresa titulado «Discernimiento de espíritus» en el que nos ofrece un estudio elaborado de lo que hemos llamado «mociones» espirituales (consolación y desolación) con el fin de reconocerlas, diferenciarlas y distinguirlas en sus diversas modalidades y consecuencias.

El capítulo concluye con «Psicología de las tentaciones en la relación del acompañamiento espiritual», texto fruto de una reflexión del grupo de estudio interno de la Fundació Vidal i Barraquer y publicado en 2004, que desarrolla, en el marco de las diversas mociones o movimientos espirituales que entran en juego, a la hora de dejarse llevar por ellos o de plantarles cara, la cuestión de la tentación. Font nos ofrece una clarificadora definición de «tentación» desde el punto de vista de la psicología, así como de sus diversos tipos o modos de presentarse y de sus diferentes causas. Asimismo, presenta unas consideraciones y aplicaciones prácticas de las tentaciones en el ámbito del acompañamiento espiritual.

El epílogo que cierra este volumen contiene la entrevista titulada «Semblanza del Dr. Jordi Font», realizada al autor por Josep Beà y Víctor Hernández y publicada en el número 3 de la revista Temas de psicoanálisis, de enero de 2012, en la que Jordi Font aborda, de un modo más sencillo y coloquial, muchos de los temas que han ido surgiendo a lo largo del libro. Agradecemos a los editores de la revista el permiso para reproducirla aquí en su totalidad.

1. La persona y el pensamiento

La biografía

Infancia

Nací en Tarragona en el año 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, tiempos de restricciones de libertades, en el seno de una familia muy creyente y de mentalidad abierta. Fui el quinto hijo, el benjamín de la familia y único varón. Por parte paterna, los Font eran naturales de Barcelona. Por parte materna, los Rodon procedían de Valls, donde mi abuelo materno había sido alcalde.

Mi padre era médico de profesión. Primero ejerció como médico de cabecera en el pequeño pueblo de El Morell. Después pasó a Tarragona, donde empezó a ejercer la especialidad de oftalmología. Allí nací yo.

Las tierras tarraconenses forman parte de mi paisaje interior y de mis raíces. Recuerdo con afecto y cariño los veranos de infancia pasados en Vallfogona, en Poblet o en la masía de Bosc, de los abuelos maternos, en Valls. También la cultura típica de estas tierras me ha dejado su huella: he sido siempre un enamorado de la tradición popular de los castells [torres humanas de varios pisos de altura], verdaderos iconos del vínculo e integración entre las gentes y de arraigo a una tierra concreta.

Empecé el parvulario en el colegio de las religiosas vedrunas de Tarragona. A los 9 años pasé al colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en la misma ciudad de Tarragona. Allí estuve solo un año. Luego pasé al instituto, donde cursé los siete años de bachillerato.

Recuerdos de la Guerra Civil y de la posguerra

Mi padre había sido uno de los fundadores de Unió Democràtica de Catalunya, un partido demócrata y cristiano que, de alguna manera, ejercía la oposición a la CEDA [Confederación Española de Derechas Autónomas], que era un partido cristiano pero conservador. En aquellos inicios el partido era aún muy minoritario. Recuerdo que en nuestra casa se elaboraba un diario, lo hacían entre cuatro o cinco personas de Tarragona, que se llamaba El Dilluns.

Los últimos años previos a la guerra civil fueron turbulentos. Se respiraba un aire tenso. Cuando se constituye la segunda República (yo tenía entonces 6 años), mi padre fue uno de los que contribuyó impulsándola. Quería promover una evolución de la sociedad desde los valores cristianos. Pero mi padre era de Acció Catalana [el movimiento político catalanista del primer tercio del siglo XX, fundado en 1922] y cuando los republicanos comenzaron a hablar contra la Iglesia en el Parlamento en Madrid, abandonó el partido republicano. Mi padre era muy amigo del cardenal Vidal i Barraquer, con quien compartía pensamiento e ideología social.

La primera impresión que conservo, nada más iniciarse la guerra, en la mañana del 19 de julio, es la de un camión bajando en contradirección lleno de milicianos con el puño alzado, de la FAI [Federación Anarquista Ibérica] y la CNT [Confederación Nacional del Trabajo], y poco después ver el convento de las clarisas ardiendo. Después vinieron las matanzas de capellanes y de gente de derechas. Mi padre, que no era de derechas, pero sí católico conocido, sintió el peligro. A pesar de ello, durante la guerra pudo seguir ejerciendo de médico. A los médicos, para que no los mataran a todos, ya que muchos eran de derechas, les ponían un mono blanco y una señal amarilla, y entonces ya estaban protegidos. Él trabajaba en el Hospital de Sangre. Tarragona era un lugar de retaguardia.

Por el año 1937, después de una fuerte explosión causada por aviones bombarderos, cuyas bombas cayeron muy cerca de nuestra casa, nuestro padre nos llevó a todos a una masía cercana a Constantí. Allí fuimos acogidos hasta el final de la guerra. Mi padre bajaba cada día a Tarragona y volvía por la noche en autobús. Hasta que no lo veíamos regresar, no sabíamos si estaba vivo o no. Fue un tiempo en que todos pasábamos mucho miedo. Yo dejé los estudios hasta que acabó la guerra. Iba a buscar aceite, cuidaba los conejos y las gallinas, les construía las jaulas… Dos años sobreviviendo al aire libre.

Acabada la guerra comencé a estudiar en el instituto. A mi padre, al cabo de unos meses, al comenzar las denuncias contra los de izquierdas, lo metieron en prisión, como a muchos médicos. Nunca nos dijo nada de los malos tratos que recibió allí. Le llevábamos la comida. Estaba con los otros presos de la FAI. Estuvo dos meses largos. Menos mal que teníamos un primo hermano que estuvo en Galicia, en el Gobierno Civil, y nos ayudó para que parasen el proceso. Al final sobreseyeron la causa. A mí todo eso me ayudó a ser más humilde, a estar más cerca de la gente, a ser más sensible ante las injusticias del mundo.

La posguerra fue una época de austeridad de vida, sin calefacción en la casa, con una estufa, y mi padre visitando, ganándose la vida y rehaciéndose poco a poco. Con todo esto, todos los hermanos nos fuimos a estudiar a Barcelona y nuestros padres se quedaron solos en Tarragona.

Estudios: bachillerato y universidad

A los 15 años volví a estudiar. En un año y medio acabé el bachillerato. El último curso lo hice en Barcelona, donde vivía con mis hermanas. Mi hermana Roser había empezado a estudiar Farmacia, pero ya tenía la idea de hacerse religiosa y volvió a Tarragona. Así que nos quedamos Dolors, que sí acabó Medicina, y yo solos. Yo daba clases para ayudar a mi padre, ya que tenía que pagar la carrera de todos. Estuve también en la Congregación Mariana.

En Barcelona estudiaba mucho, tanto para el bachillerato como para el examen de Estado, y también para la carrera de Medicina que intenté no suspender ningún año y lo conseguí «a base de codos». Tuve todo lo que se puede tener de trastornos digestivos y psicosomáticos, y por ello estuve haciendo regímenes. Me apunté a las milicias universitarias. Entonces hacíamos, después del primer año de carrera, tres meses de campamento y en el segundo año tres meses más.

Durante la carrera universitaria éramos un grupito muy trabajador: Soler-Balcells, Jordi Gol… Hacíamos sesiones clínicas entre nosotros mismos. Nos reuníamos en un bar de la calle Provenza y presentábamos casos. Cada uno ya se iba especializando. Y allí comenzó mi dedicación a la oftalmología. En esos años, en la carrera de Medicina no existía la rama de psiquiatría. Había medicina interna y neurología, pero no psiquiatría.

En aquella época, en la que por la universidad circulaban folletos revolucionarios y comunistas de todo tipo, yo me sentía profundamente cristiano. Me sentía también como un joven normal, con inquietudes y estudiando «como un animal». Hice la carrera de Medicina muy bien hecha.

Me ayudó también, en ese tiempo, el hecho de ir tejiendo un buen grupo de amigos. No era tanto un grupo de amigos de aquellos de contar la intimidad, sino más bien de coincidir con el mismo ideal.

La vocación religiosa

Hay una primera transmisión de la fe que uno recibe por parte de los padres. Mi madre me dio esa capacidad, que tienen las madres, de acogida y de contención. Mi padre era más austero; desde el punto de vista de la fe no era necesario que me dijera nada, era un testimonio para mí. Era su manera de actuar, con honestidad, la que me iba calando por dentro. Por ejemplo, él nunca me dijo una palabra en contra de su detención y de cómo lo trataron.

Por lo tanto, desde niño he vivido en un ambiente familiar de fe. Y más adelante un sustrato que hizo posible su desarrollo: el conjunto de penalidades y dificultades vividas en el entorno de guerra y posguerra, creo que me proporcionó un conjunto, unas tremendas ganas de seguir adelante, en plena juventud, para hacer cosas. Ya en Barcelona iba cada mañana a misa a la iglesia de los carmelitas. En los veranos en Tarragona hacía actividades con los chicos de las catequesis y escribía en la revista de los congregantes marianos de Tarragona. Creo que en este sustrato «algo se iba forjando».

La primera vez que pensé que podía tener vocación religiosa fue cuando hice ejercicios espirituales con 16 años en Lleida, donde vivía un jesuita muy famoso dando ejercicios, el padre Llorens, y me vino a decir que yo tenía vocación, y me dije: «Me ha clavado la banderilla». No me convenció eso, pero algo quedó. Era una banderilla que llevaba puesta desde los 16 años. Al volver a Barcelona fui a la congregación mariana. Me apunté en la sección de catecismos y me tocó en Torre Baró. Íbamos los domingos a partir de las tres de la tarde y acabábamos a las siete. Más adelante, con unos amigos nos apuntamos a las conferencias en Sant Vicenç de Paul. Se trataba de ir a visitar a la gente pobre a sus casas y darles vales de leche o de carne. Fue una época en la que comencé a sentirme muy cercano a hacer un servicio a la gente necesitada, no como médico. Y creo que esto fue gestando mi vocación. No era cuestión de ser catequista, no, sino de hacer alguna cosa. Y esto fue cuajando.

Entonces teníamos director espiritual. Primero fue un capuchino que estaba en la iglesia de Pompeya. Después conocí al doctor Tarrés, que me daba libros para leer y me hablaba con fervor. Un día fui a hablar de la vocación con él. Una vez me dijo: «Yo me hubiera hecho jesuita, pero tenía a mi madre y…». El doctor Tarrés me ayudó mucho. Era un hombre de su época y un hombre de Dios, un hombre de fervor, con un tono de sinceridad y de estimación muy grande, muy afectuoso. Cuando murió, yo ya era médico. Decidí hacerme jesuita cuando ya estaba ejerciendo en Tortosa. La decisión fue después de muchas dudas y de ejercicios espirituales que fui haciendo entre medio. Me decidí y debía entrar en octubre, y me parece que era el mes de mayo cuando fui a la clínica de la Mercè, donde el doctor Tarrés estaba agonizando, y una hermana religiosa me dijo: «Mire, lo siento mucho pero no dejamos a nadie que lo vea». Le dije: «Mire, voy a decirle una cosa que le gustará y le prometo que no estaré más de un minuto». Me dejó entrar. Entré y le dije: «Doctor Tarrés, me hago jesuita». Se me quedó mirando y con una sonrisa amplia me dijo unas palabras que no pude escuchar. Siempre lo he tenido como un intercesor.

Naturalmente, me gustaban algunas chicas. Para las chicas, yo era un buen partido, un chico que tenía porvenir. Había una que me gustaba mucho, que después se hizo religiosa y se fue a Japón de misionera. También he de decir que en cuanto entré en la Compañía no he dudado más de tener vocación. He pasado crisis muy fuertes, una depresión auténtica en la década de 1970, cuando hubo muchas crisis vocacionales. Aparte de eso, mantengo no haber dudado de mi vocación. De mí mismo, sí, pero de que Dios quiere, a pesar de todo, de esto no he dudado nunca.

Con todo, para entrar en la Compañía de Jesús tuve que hacer un discernimiento. De hecho, al acabar la carrera ya tenía un despacho en Tarragona y mi padre estaba esperando que fuera, porque había ganado las oposiciones de interno de Oftalmología. Además, un año antes de ingresar en la Compañía había muerto de infarto un médico oftalmólogo muy famoso de Tortosa, que tenía la clientela allá, en una clínica que había montado. Me pidieron si podía ir por unos años para llevar la clínica. Y como desde los 16 años hacía operaciones de oftalmología con mi padre y ya había hecho operaciones sencillas antes de ser médico, dije que sí. Llegué a Tortosa todavía sin estar decidido a entrar en la Compañía. Estando allá hice ejercicios espirituales y fue cuando me decidí. En esta decisión me ayudó el conocimiento y la lectura de Teilhard de Chardin, pues me abrió los ojos a muchos horizontes.

Así entré en el noviciado con 25 años. Allí entendí la vocación jesuítica más a fondo. Entendí que se trataba de renunciar a uno mismo, no de una manera absurda y dependiente, sino de una manera libre. Entendí que era un camino de humildad y de verdad; un camino de paz interior.

Mi decisión no fue fácil para mis padres. El día que les dije que me hacía jesuita fue tremendo. A mi madre le salió un llanto que le duró toda la noche. Y mi padre, al día siguiente por la mañana, me dijo: «No has cogido un buen momento para decirlo, pero tú haz lo que Dios te pida». Luego, al ir a despedirme en la estación de Francia —desde donde salía el tren que nos llevaba al noviciado— me abrazó y me dijo: «Mira, por nosotros no dejes de ir y de hacer lo que Dios te diga, tanto si has de ir a la India, a Japón o adonde sea».

La formación en la Compañía

Entré en el monasterio de Veruela sin saber muy bien adónde iba. Allí hice los dos años de noviciado y uno de juniorado, entre los años 1950 y 1953. La vida en el noviciado era muy austera. Adelgacé mucho. Como los demás, me dediqué a la vida austera, lo cual no es una virtud, porque podía ser simplemente una carrera de amor propio para ver quién era más capaz de ayunos y de disciplinas. Tuve dos maestros de novicios. El primero era un hombre muy de cuidar a los chicos. El segundo era el padre Anel, muy discutido, pero a mí me trató como a un hombre desde el comienzo. Esto me gustó mucho. Nada de remilgos. Me dijo: «Usted vaya a la enfermería, vuelva a coger las revistas de medicina». Incluso hice intervenciones oftalmológicas con algún compañero.

Cuando entré en la Compañía pensaba en «quemar las naves» completamente. Pero ya en el noviciado el padre Provincial me preguntó si me gustaba la psicología. Le dije que la psicología me interesaba mucho y la mística también. Y cuando digo «mística» hablo del misterio de lo humano que se pone en relación con Dios y no sabe cómo.

Después del noviciado, el juniorado me resultó más difícil. Nos hacían hablar en latín. Luego me enviaron a hacer filosofía a Sant Cugat del Vallès. De entrada, tuve que afianzar más el latín porque mi nivel era bajo para estudiar y, además, porque yo empezaba a padecer sordera. En ese tiempo iba a ayudar a las barracas de Sabadell. Entonces comenzaba la inmigración y los preámbulos de la misión obrera. Pero mi interés por la filosofía era grande y pedí hacer no dos años, sino tres. Podíamos hacerla en tres años, y no me arrepiento, porque se me ofreció la capacidad de formular filosóficamente conceptos.

También aproveché para comenzar a hacer obras de tipo social en Sabadell. Fui el responsable de los que íbamos a ayudar a levantar casas de ladrillo en los suburbios. Nos levantábamos a las cinco de la mañana y volvíamos a comer justo para el segundo turno. Los profesores de Teología estaban un poco en contra de esto. Tanto es así que escribieron a Roma. Pero nuestro rector nos defendió y nos animó a proseguir esa tarea social.

A mí la sensibilidad social me venía de lejos, ya siendo estudiante. Supongo que influyó el modo de ser y de hacer de mi padre. Mi padre no acumulaba mucho dinero, no porque no lo ganase, sino porque lo daba continuamente. Luego, en la Compañía, fui aprendiendo a ver en los pobres aquellas personas a las que nadie quiere pero que necesitan de nuestro amor concreto. Para mí, amar al pobre es poder ofrecerle ayuda desinteresadamente, de tal forma que le sea posible creer que su vida interesa a alguien, que hay alguien que de verdad lo ama. En el fondo se trata de una actitud interior. Pero si las actitudes interiores no tienen ninguna proyección externa es peligroso porque, a la larga, si uno no vive como piensa acaba pensando como vive. Pero cuidado: hay que evitar que el actuar no sea más que un «tranquilizarte», sino que ayude para mantener viva esta actitud interior.

Acabados los estudios de Filosofía me propusieron hacer la tesis doctoral. Propuse hacerla sobre «un tema que me sirva» y pensé en la fatiga mental. Esto fue así porque en la Compañía de Jesús, desde el siglo XIX, estaban los «cabezas rotas», hombres muy válidos, inteligentes y capaces pero que al estudiar «se rompían la cabeza» y no podían hacerlo. Los superiores lo aceptaron. Fue un año feliz porque comencé a viajar por toda España, recogiendo datos, haciendo un estudio de campo de la sintomatología de los cabezas rotas. Lo que yo pretendía mostrar era que por más dolor de cabeza que tuvieran, no se les destruía ninguna neurona y, por lo tanto, no se quedarían inútiles para toda la vida. Fue una tesis atrevidísima porque era meterse en un gran berenjenal. El título era: «La fatiga en relación con la actividad mental. Estudio clínico y electroencefalográfico». Hice un examen corporal de los fatigados: electroencefalografía, electrocardiogramas, análisis, etc. Me pasé un año recogiendo datos para enseguida investigar, y al final hice la tesis.

Al presentar la tesis, justo antes de ir a Alemania, mostré que por más sufrimiento mental que haya, de dolores de cabeza y de trastornos de tipo psicosomático, no hay fosfaturia. Presentada y defendida la tesis, me fui a Alemania. Esta estancia fue otra prueba. Al llegar a Alemania continuaba con pérdida auditiva y luchando con el idioma. Respecto a la cuestión del oído, me habían hecho una primera operación en Barcelona y no funcionó, y entonces me pusieron un aparato. Y así hice teología. Cuando iba a confesar a Frankfurt, en el confesionario ponía el aparato y me iba muy bien, y una señora me dijo una vez: «¡Oiga! ¿Me está grabando?».

La otosclerosis me había empezado en el filosofado. Tenía acúfenos. Yo creo que también era psicosomático, es decir, que hay una predisposición mía. En Alemania fue muy duro el primer año, pero me lancé de cabeza a aprender alemán, a pesar de que soy poco apto para idiomas, y me ayudaron los buenos compañeros. A partir del tercer año, que fue el de mi ordenación sacerdotal, la cosa fue mejor. Y a partir del cuarto ya me hubiera quedado allí: cuándo te adaptas a un lugar, ¡la gente te quiere más! Espiritualmente me fue bien.

Como decía, el tercer curso fue el año de la ordenación, el día de San Ignacio de 1961. Tenía 37 años. Siendo ya sacerdote, cada domingo celebraba la misa con obreros españoles cerca de Frankfurt. Allí vivían muchos españoles y me preguntaron si podíamos celebrar la misa en castellano. Eran unas doscientas o trescientas personas. Solo venían hombres. Me puse del lado de ellos y pudimos hacer una misión en Semana Santa. Nunca había visto a tantos hombres de entre 20 y 30 años confesándose. Ellos decían que venían porque querían, pero había otro factor: sentían que había alguien que los acogía y que podía hablar en su idioma. Estos españoles inmigrantes vivían en unas condiciones ínfimas y les cobraban muy caro los alquileres. También los explotaban y fueron a protestar a los sindicatos. El que los defendía más era el SPD, los socialistas. Yo les ayudaba haciendo de intérprete, ya que ellos sabían muy poco alemán. Un día fui con los obreros a ver al cónsul español en Frankfurt y este me dijo: «¡Pero padre! ¿Se da cuenta de que está con el partido socialista?». Y le dije: «Sí, sí, me doy cuenta, porque yo estoy junto a los que defienden a los obreros españoles de la injusticia que les están haciendo». Acabados los estudios, al volver a Barcelona me llevé un batacazo. Alemania es un país en el que todo funciona, al revés que en España. Al volver encontré, después de cuatro años, que no funcionaba nada a muchos niveles.

Ya de regreso en España empecé el año de la tercera probación en Gandía. Ahí nos encontramos con antiguos compañeros. Éramos unos cuarenta. Estuvimos un año llevando un régimen de noviciado. Primero hacíamos un mes de ejercicios espirituales y después actividades. Tardé cuatro años en hacer los últimos votos, en 1968. Recuerdo que yo ya estaba trabajando. Ya llevaba cuatro años en el Centro Médico-Psicológico. Al llegar a Barcelona, después de la tercera probación, me operaron del oído, ya que estaba a punto de quedarme sordo. Me hicieron esta intervención, que ha sido la definitiva, y al cabo de ocho días tenía que volver a ver al médico, y no oía nada. Pensaba que el nervio acústico estaba muerto. Fueron probablemente los ocho días más duros que he pasado. Pensaba que después de todos los estudios tendría que vivir la vida religiosa de otra manera. Cuando fuimos al otorrino, me exploró y me dijo: «Lo que ha pasado es que ha hecho una hemorragia en el oído medio y el coágulo empieza ahora a retraerse, y seguirá oyendo mejor».

Con los años, pienso que todo esto me sirvió para crecer en humildad. Poco a poco uno va siendo despojado de los valores relativos, y lo que va quedando es lo que vale la pena, la humildad, es decir, es la verdad limitada de cada uno. Las cosas que te salen bien no es que las hayas creado tú, es que tú has aprovechado lo que te han dado y lo has canalizado, esto te viene dado. No se trata de que te venga dado de una manera mágica, sino de una manera incomprensible pero real. Esta es la verdad. Entonces esto te acerca a todos, te acerca a los otros, y es compatible con todos los malos humores, con las tonterías que hace uno y con los pecados que pudieras hacer, pero no desaparece, y esto es la humildad. La humildad es la verdad de uno, y esto nos une. La humildad es aceptar la verdad única, y alrededor de esto vistes todo lo demás. Lo único que impide la humildad es la autosuficiencia, es decir, el narcisismo, que es una coraza, una costra que a veces cuesta romper. Pero a pesar de esto uno ha de ser comprensivo porque hay personas que no se han buscado ellas mismas su narcisismo, les viene dado por la educación, por lo que sea. Solo Dios conoce el corazón de cada uno y si uno se cree esto, aunque te salga rechazo, antipatía o, al revés, aficiones hacia alguna persona, todo esto queda en la superficie.

Todo esto también me ha ayudado a crecer en la fe, esa convicción tan incierta pero tan segura, tan seguramente insegura. En el fondo es la confianza. Se confía no porque uno tenga argumentos sino porque lo siente, lo cree, lo busca y lo quiere buscar. Y lo grande es que esto lo tienen todos los humanos. Estos primates que somos los humanos estamos abiertos a lo que llamamos «trascendencia».

Creación y evolución de la Fundació Vidal i Barraquer

Ya he dicho que hice la tesis doctoral sobre el tema de la fatiga mental. Al volver de Alemania me di cuenta de que lo que había visto por allá era muy farmacológico. Al llegar a Barcelona me encontré con que empezaba la Escuela Profesional de Psiquiatría. Me pidieron que cogiera una asignatura y elegí la de Psicopatología General. Así, poco a poco, fui descubriendo la parte psicoanalítica. Con este interés, y contando con un pequeño grupo de personas, se podría decir que estábamos poniendo la primera piedra de la futura fundación. El grupo lo formamos el doctor Antoni Bobé y un psiquiatra de Sant Joan de Déu, el doctor Ramón Ferreró. Los tres empezamos en precario y nos instalamos en la Hermandad de Médicos y Farmacéuticos de San Cosme y San Damián. Allí estuvimos seis años. El centro se llamaba Centro Médico-Psicológico. Lo inauguramos en 1964. Poco a poco se fueron uniendo más personas a nuestro grupo: el doctor Josep Beà, Josep Maria Tubau, etc.

Trabajábamos como podíamos. Yo también estaba trabajando ya en el Hospital Clínico de Barcelona como médico psiquiatra, en el ambulatorio, y hacía tratamientos psiquiátricos: medicación y entrevistas terapéuticas. De todas formas, ya me había informado bastante acerca del psicoanálisis y el doctor Bobé también empezaba a formarse, ya que la rama psicoanalítica estaba comenzando en aquel entonces. Como grupo, cada dos días hacíamos sesiones clínicas y allí aprendíamos todos unos de los otros. En seguida invitamos a más gente: el doctor Salvador Adroer, que era más joven, el doctor Parellada, que al comienzo hacía un poco de supervisor, el doctor Ferrer-Hombravella, etc.

Nosotros no hacíamos medicina hospitalaria; hacíamos sesiones clínicas, estudio de casos, de forma bien rigurosa. Yo recibía mucha gente en un despacho que tenía en el Forum Vergés, donde ahora está la Universidad Pompeu Fabra. Por la tarde recibía allí a la gente a nivel de pastoral, pero a muchos ya les decía que tenían que ir a una asistencia psicológica. Y también enseguida empezaron a enviar a gente desde los seminarios, candidatos para entrar en noviciados religiosos, etc. He de confesar que lo de trabajar en grupo no me gustaba mucho al principio. Éramos jóvenes y pensaba: «Esto lo haría más rápido si lo hiciese yo». Pero después me convencí de lo importante que es trabajar en grupo y esto se amplió rápidamente. Fuimos abriendo las puertas a todos los que tenían interés. Acudía gente joven, pero lástima que se iban porque no teníamos financiación. Vimos que debíamos contratar a alguien y contratamos a Carles Pérez Testor, a Victor Cabré y después a Enrique de la Lama. La visión era, por ejemplo, que las sesiones clínicas fueran abiertas a invitados, ¡parecía una universidad! Ahora ha quedado mucho más focalizado, y no lo digo como una crítica solo negativa. La otra cosa que sí es importante, que no lo he dicho, era la de ayudar no solo a los religiosos, sino también a la gente más necesitada cuando empezamos a atender a seglares.

Lo primero que hicimos, pues, fue asistencia. En aquel momento inicial todavía no se hacía ni docencia ni investigación. Con el tiempo evolucionamos abriendo las ramas de docencia e investigación. Y en el ámbito de la asistencia pasamos de atender solo a religiosos, seminaristas y religiosas, a atender también a laicos, a parejas, etc.