Esposa por placer - Rachael Thomas - E-Book
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Esposa por placer E-Book

Rachael Thomas

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Beschreibung

Ella lo pagará con dos palabras: sí, quiero. Piper Riley se quedó atónita cuando leyó en una revista que el irresistible desconocido al que había entregado la virginidad era el crápula Dante Mancini. Aquella noche, inesperada y maravillosa, los había unido de una forma que no esperaban... Cuando Dante se enteró de que Piper estaba embarazada, el desalmado playboy vio la oportunidad perfecta para reparar su reputación y ampliar su empresa... casándose con ella. Piper, sin embargo, no se conformaba con nada que no fuese un final feliz y para toda la vida. Dante tenía que superar su pasado para demostrarle a Piper, y a todo el mundo, que no era un matrimonio de conveniencia...

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Seitenzahl: 243

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Harlequin Books S.A.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Esposa por placer, n.º 137 - febrero 2018

Título original: Married for the Italian’s Heir

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-871-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Dos meses atrás

 

Piper perdió el juicio mientras él la besaba y su diestra caricia le despertaba el cuerpo como no lo había hecho nada hasta ese momento. El dolor y la pena del día quedaron olvidados gracias a sus susurros en italiano, que sonaban románticos, pero que no podía entenderlos ni mucho menos.

Su abrazo hacía que se sintiera querida, deseada y necesitada por primera vez desde hacía muchos meses. En ese momento, no podía pensar qué iba a pasar después. No quería hacer frente al vacío, solo quería dejarse llevar por ese hombre y su pasión, rendirse a sus besos y entregarse plenamente al momento… y a él.

Contuvo la respiración con frustración cuando dejó de besarla, se apartó y la miró con esos pecaminosos ojos color caramelo rebosantes de deseo. Estimulada, le sonrió sin poder disimular el anhelo que estaba dominándola por dentro. Ningún hombre la había deseado y, desde luego, nunca la habían besado como él acababa de besarla, pero, sobre todo, era como deseaba que la besara una y otra vez.

Ese hombre era un amante avezado y, a juzgar por cómo la miraba, con una avidez que vibraba en la semioscuridad de la habitación del hotel, ella sabía que no había marcha atrás… ni la quería. La atracción entre ellos había sido intensa y abrasadora desde antes de que él le propusiera que se marcharan de la fiesta.

Esa noche se entregaría a ese hombre, pero sabía muy bien que no había nada después. Quizá fuese una mujer inocente que iba a descubrir el placer de las caricias de un hombre, pero sabía que no podía esperar nada más. Había trabajado de camarera en muchas fiestas de la alta sociedad de Sídney y de Londres y había sabido que era un playboy, un hombre que quería pasar una noche de pasión sin compromiso, que amaba y abandonaba a las mujeres. Esa noche le daba igual el sueño de sentar la cabeza con el hombre adecuado, esa noche quería el hombre peligroso, quería sofocar el dolor con la pasión que ni siquiera ella podía negar, que había brotado entre ellos desde que sus miradas se encontraron cuando él había llegado a la fiesta. Había sido como una descarga eléctrica, como si estuviesen destinados a estar juntos, atrapados en una pasión que iba a cambiarle la vida, aunque no sabía cómo. Solo sabía que era un momento que tenía que aprovechar.

Él le pasó un pulgar por la mejilla y ella cerró los ojos cuando las rodillas empezaron a flaquearle. La estrechó contra su pétreo cuerpo y su cuerpo virginal palpitó con un deseo tan insaciable que fue como si el desenlace del beso estuviese decidido, como lo estaba su destino.

–Antes de que sigamos, ¿necesitamos protección?

Oyó su voz ronca y con un acento muy fuerte, pero estaba tan aturdida por el deseo que no podía pensar con claridad.

–¿Protección…?

Lo preguntó con un susurro tan seductor que ni siquiera le pareció su voz. ¿Cómo era posible que la mujer tímida y sensata que solía ser se hubiese convertido en una seductora como esa?

–Pienso hacerte el amor.

Él se quitó la chaqueta del traje de una manera tan insinuante que el corazón se le desbocó. Cualquier atisbo de sensatez se esfumó mientras observaba cómo se daba la vuelta y la dejaba en una silla. Su camisa blanca resplandecía en la penumbra y ella se estremeció cuando él se acercó. Estaba aterrada y apasionada por lo que iba a pasar después. Volvió a abrazarla y besarla con una lentitud deliberada. Entonces, una mano descendió por el cuello y el hombro y le bajó el tirante del vestido. Dejó caer la cabeza hacia atrás cuando sus labios siguieron el rastro ardiente que le había dejado la mano.

–Solucionado…

Piper consiguió decirlo mientras la besaba por el cuello y no podía pensar porque cada beso le avivaba las llamas que ya sentía por dentro.

–Entonces, no hay nada que pueda detenernos.

Con una facilidad enervante, le bajó la cremallera que tenía en un costado y el vestido de seda negro se le deslizó por el cuerpo. El bochorno se adueñó de ella, que lo miró a la cara mientras él le acariciaba un pecho, le tomaba un pezón endurecido entre los dedos y hacía que contuviera la respiración por el placer. Entonces, inclinó la cabeza y le pasó la lengua por el otro pezón hasta que creyó que podía explotar de placer.

–Esto es…

Cerró los ojos cuando el fuego la abrasó por dentro y no pudo acabar la frase.

–¿Me deseas…?

La calidez de su aliento aumentó la sensación de delirio mientras le trazaba círculos con la punta de la lengua en el pezón.

–Te deseo… –consiguió decir ella mientras introducía las manos entre su pelo para que no parara nunca–. Deseo que me hagas el amor.

Él se rio levemente sobre su pecho y la sensación hizo que ella se arqueara contra su boca.

–No se me ocurre nada mejor, pequeña provocadora.

Su acento la excitaba tanto como sus palabras y avivaba ese anhelo que sentía por dentro y que hacía que la verdadera Piper desapareciera como por arte de magia.

–Ahora –lo estrechó contra ella para sentir su cuerpo y su piel–. Te deseo ahora.

Él dejó escapar una risa sexy y delicada, la soltó un instante y la separó todo lo que le permitieron los brazos. El vestido le cayó a los pies y se quedó con unas bragas negras diminutas y unas sandalias. Recorrió su cuerpo desnudo con los ojos negros y el aire echó chispas por la tensión sexual. Su timidez habitual amenazó con hacer acto de presencia, pero la reprimió y lo agarró. La necesidad de verlo y tocarlo hizo que tirara con tanta fuerza de la camisa que le arrancó los botones. El gruñido de placer de él hizo que lo deseara más, que deseara más eso. Ya no podía parar, ya no podía ser la temerosa de siempre y pasarse la vida preguntándose qué habría pasado si… Esa noche lo sabría.

Él, con un movimiento rápido y concluyente, la tumbó en la cama, se quitó la camisa blanca y mostró su musculoso torso cubierto de pelo oscuro. Entonces, con un brillo malicioso en esos ojos burlones, se quitó hasta la última prenda que le tapaba el magnífico cuerpo.

Ella, maravillada y excitada, lo observó mientras se acercaba y la miraba desde arriba. Se estremeció mientras él no apartaba los ojos de los suyos. El corazón le latía con tanta fuerza que estaba segura de que todo Londres podía oírlo. Soltó un suspiro de placer cuando él se puso encima de ella con una erección tan dura que le pareció casi excesiva.

Volvió a hablar en italiano y la besó en el cuello mientras ella le acariciaba la espalda y le clavaba las uñas en la piel. Sin embargo, no era bastante, quería más. Llevada por una necesidad incontenible, introdujo las manos entre sus cuerpos y él se levantó un poco para que lo acariciara. Quería sentirlo y atormentarlo como había hecho él con ella, pero seguía sin ser suficiente. Quería quitarse la última barrera de ropa para que la tocara íntimamente antes de poseerla por completo. El apremio se adueñó de ella y se aferró a él levantando las caderas como si le suplicara que le proporcionara el arrebato de la pasión. Lo deseaba como si llevara toda la vida esperando ese momento, esperándolo a él.

–Dio mio, eres una diosa enviada para atormentarme.

Su voz gutural y sus besos por el cuello fueron casi definitivos y ella supo que tenía que ser en ese momento, que tenían que alcanzar el clímax juntos, que no había marcha atrás. Él le agarró las muñecas y le puso los brazos a los costados de la cabeza. La expresión desenfrenada de sus ojos era tan aterradora como excitante. Estaba entrecortándosele la respiración mientras la atravesaba con esos ojos oscuros y sexys. Levantó las caderas y lo rodeó con las piernas mientras aumentaba la necesidad de unirse a él.

Dejó escapar otra maldición, le soltó un brazo mientras ella levantaba las caderas y él le quitaba las bragas negras. Ella contuvo el aliento, pero eso lo estimuló más y no se detuvo cuando ella presionó su desnudez contra la de él para sentir su erección íntimamente.

–Per Dio…

Él lo susurró mientras ella se arqueaba hacia él. Entonces, acometió dentro de ella y se detuvo al oír su grito de dolor. Lo miró y vio que tenía el ceño fruncido con furia, pero no podía permitir que él acabara ahí, quería que la poseyera por completo, quería que la hiciera suya aunque solo fuese esa noche.

–No pares.

Arqueó las caderas para que entrara más y levantó la cabeza para besarle el pecho y paladear el sabor salado del deseo en su piel.

–Eres… –susurró él en tono áspero.

Ella lo besó para ocultar la verdad mientras se levantaba más y hacía que su posesión fuese más profunda y también hacía que él se dejara arrastrar. Él dejó escapar otra maldición mientras la acompañaba en el baile frenético del sexo. Era maravilloso, nunca se había atrevido a esperar que fuese así, gritó mientras se acercaba al límite de la inconsciencia y lo abrazó con fuerza mientras le caían unas lágrimas por las mejillas. Escondió la cara en su pecho, inhaló el sexy aroma de él y supo que quedaría grabado en su memoria para siempre… como quedaría grabado el momento en el que perdió la virginidad y se convirtió en una mujer de verdad con un hombre que no sabía cómo se llamaba.

Se movió cuando el corazón empezó a apaciguarse y el cuerpo de él se relajó, pero él volvió a abrazarla.

–Todavía no vas a irte a ningún sitio.

Esas palabras hicieron que la cabeza le diera vueltas, y que se diera cuenta de lo que había hecho. Por fin, el buen juicio estaba abriéndose paso entre la espesa niebla del deseo. Había perdido la virginidad y había puesto en peligro su empleo por un hombre que ni siquiera se había molestado en tener la cortesía de presentarse. Sus besos y sus palabras amables la habían seducido en el día que más vulnerable estaba, un día en el que necesitaba saber que estaba viva y demostrarse que podía ser una mujer que dirigía su propia vida.

La respiración de él se hizo más profunda cuando se quedó dormido y, aun así, la tenía firmemente agarrada contra él. Piper sabía que tenía que irse. Había sido una noche maravillosa, pero ella no era esa.

Se levantó de la cama con cuidado y se vistió sin ver casi nada. Él se agitó y ella miró su hermoso rostro y su cuerpo delgado medio tapado por la sábana. Se lo grabó en la memoria porque era un hombre que solo quería aventuras esporádicas y ella lo sabía a pesar de su inocencia.

Salió en silencio de la habitación del hombre que ni siquiera sabía cómo se llamaba, el hombre al que no vería nunca más mientras ella volvería a ser la mujer tímida que hacía un año había llegado a Londres desde Australia.

Capítulo 1

 

DANTE Mancini, furioso por la evolución de su vida durante las dos semanas pasadas, intentó contener los efectos de todo el whisky que había bebido durante la reunión improvisada de la noche anterior. También intentó no pensar en la disparatada solución que había propuesto Benjamin Carter para contrarrestar el artículo de la revista Celebrity Spy!

El escandaloso texto, que calificaba como los solteros más depravados del mundo a Ben Carter, al jeque Zayn Al-Ghamdi, a Xander Trakas y a él mismo, había hecho un daño inconmensurable a su organización benéfica preferida, a la Fundación Esperanza. Quienes la dirigían les habían exigido que limpiaran sus nombres o dejaran de ser patronos. Para empeorar las cosas, una operación empresarial que tenía entre manos podía echarse a perder por culpa de su reputación, era un soltero que salía con unas y con otras y ya lo sabía todo el mundo.

¿Podía dar resultado la idea de Ben? ¿Tomar una medida tan drástica como casarse podría desviar la atención perjudicial para la fundación y salvar su más lucrativa operación? Quizá, pero ¿estaba preparado para aceptar la apuesta?

Abrió la puerta del edificio de sus oficinas y no se molestó en quitarse las gafas de sol. Tampoco estaba dispuesto a reconocer que todo el whisky que bebió mientras le contaban que tenía que buscarse una esposa era el responsable de que le doliera la cabeza de esa manera y de su mal humor. Llamó al ascensor y tomó aire. Todavía le enfurecía que Bettino D’Antonio fuese a salirse de la operación porque ni él, Dante Mancini, ni su empresa respaldaran los valores familiares.

Las puertas del ascensor se abrieron y entró deseoso de estar solo un momento antes de que entrara en la sede del imperio mundial de energías renovables que había levantado con sus manos. Volvió a tomar una bocanada de aire para dominarse un poco y aliviar el dolor de cabeza. Las puertas se cerraron e, inmediatamente, todos su sentidos se aguzaron. Se memoria retrocedió a una noche de sexo ardiente en un hotel del Londres con una pelirroja desconocida que lo había perseguido en sueños y había dominado sus pensamientos desde entonces. Había sido apasionada y desenfrenada y, además, había sido virgen. Soltó un improperio mientras se cerraban las puertas y lo atrapaban con un recuerdo que solo aumentaba su inusitado mal humor. No podía soportar que esos ojos verdes siguieran persiguiéndolo y que, a pesar del alcohol que le quedaba en el organismo, la sangre le hirviera por el recuerdo y un arrebato de deseo lo atenazara por dentro.

–Maledizione.

Nunca pensaba en una mujer después de la aventura y el encuentro con la pelirroja había sido hacía dos meses. Apretó los puños. No era el momento de que el recuerdo de una noche insignificante lo embrollara. Tenía que concentrarse en lo que tenía entre manos, no podía permitir que el cotilleo de Celebrity Spy! pusiera en peligro una de las operaciones más importantes de su vida o que perjudicara al trabajo de la organización benéfica que ayudaba a financiar. Sin embargo, tampoco estaba dispuesto a que Benjamin Carter le dijera lo que tenía que hacer. No le apetecía nada sentar la cabeza y casarse solo para salvar su reputación. Estaba seguro de que tenía que haber otra manera y de que la encontraría.

Entonces, la puerta del ascensor se abrió y entró en su oficina después de captar un olor a perfume muy evocador. Le dolía la cabeza por el exceso de whisky de la noche anterior y estaba de un humor de perros por lo que estaba pasando con la operación. Su secretaria se levantó con dinamismo cuando lo vio, pero no le dedicó las cortesías habituales. No tenía energía para andarse con amabilidades, solo quería silencio y café, solo y muy fuerte.

–No quiero que me molesten.

Dio la orden en tono tajante mientras pasaba al lado de la mesa de ella. Estaba ansioso por llegar a la soledad de su despacho con vistas al barrio antiguo de Roma.

–Señor Mancini…

Él se detuvo, la miró con la mano en el picaporte de la puerta y se alegró de llevar todavía las gafas de sol puestas. No quería que su secretaria supiera que estaba sufriendo las consecuencias de un exceso de alcohol, algo impropio de él. Después de la reunión con Ben y los otros, había conseguido dormir un par de horas durante el vuelo nocturno a Roma en su avión privado, pero eso no había bastado para aliviar los efectos del whisky. Necesitaba que lo dejaran en paz.

–Nada de llamadas ni de reuniones. Nada de nada.

Interrumpió a su secretaria y entró en su despacho mientras ella tomaba aire para replicar. Cerró dando un portazo y tomó una bocanada de aire con los ojos cerrados. El mundo se había vuelto loco. Todo lo que había logrado con tanto trabajo y esfuerzo parecía que podía desmoronarse a sus pies. Soltó una maldición, fue de un lado a otro por su espacioso despacho, apretó el botón de la máquina de café y se quedó mirando por la ventana que daba a la ciudad que al principio fue como una amante complicada y exigente, pero que, en ese momento, era uno de los dos sitios en el mundo donde se encontraba como en casa.

Justo cuando empezaba a percibir el delicioso olor a café, oyó un movimiento por detrás de él y se puso en tensión. Se dio la vuelta muy despacio mientras comprendía que el inusitado empeño de su secretaria en hablar debía de haber sido para avisarlo de que había alguien esperándolo. Lo que no había esperado ver era la sirena con el pelo como una llamarada que lo había obsesionado desde que una noche, hacía dos meses, ella se había escabullido de su cama mucho antes de que él se despertara, algo a lo que no estaba acostumbrado.

–Espero que no te importe que… te haya esperado aquí…

La delicada voz de la pelirroja titubeó con incertidumbre y, vestida con unos vaqueros y un poncho de lana azul marino, no le recordó a la belleza glamurosa y segura de sí misma de aquella noche. Aunque la verdad era que tampoco había sido todo lo que había fingido ser aquella noche. No era una seductora experta, era una virgen, algo que le había ocultado hasta que había sido demasiado tarde.

Se quitó las gafas de sol y la miró. ¿Cómo lo había encontrado? ¿Cómo sabía quién era? Aquellas horas en la habitación de hotel habían sido tan apasionadas, tan cargadas de un deseo arrebatador, que ni siquiera se habían dado los nombres, y mucho menos los números de teléfono.

Los dedos gélidos del miedo le atenazaron las entrañas. ¿Estaba allí para utilizar la historia del Celebrity Spy! y chantajearlo de alguna manera? ¿Quería vender la historia de la relación que habían tenido? ¿Había ido a Roma sin previo aviso para exigirle dinero a cambio del silencio?

–La verdad es que sí me molesta.

El resquemor de su voz no podía disimular la decepción. La había puesto en una especie de pedestal y pensaba en ella una y otra vez como un adolescente enamorado. Lo había atrapado como no había hecho ninguna otra mujer. La sangre le bullía hasta en ese momento por tenerla tan cerca, como le había pasado cuando, hacía un momento, había olido el perfume, que en ese momento sabía que era suyo, en el ascensor.

Ella se levantó, él le miró las piernas enfundadas en los vaqueros y se acordó de lo que sintió cuando lo rodeó con ellas. Volvió al presente sin contemplaciones, él no era de los que le daban vueltas a una noche más o menos apasionada.

–¿Qué quieres? –le preguntó él a bocajarro.

–Solo quiero decir… una cosa y luego… me marcharé.

Su voz seguía siendo titubeante y ella estaba pálida. ¿Sería porque no llevaba casi maquillaje? No se parecía nada a la seductora que lo había tentado aquella noche. En ese momento, sí parecía la virgen inocente que era cuando la llevó a la habitación de su hotel. Sin embargo, ya no era virgen. Él había sido su primer amante y quería saber por qué se lo había ocultado, pero no le salía la pregunta. Ella lo miró y él sintió algo muy potente, incluso amenazante.

–¿Cuánto? –le preguntó él con los ojos entrecerrados.

–¿Cuánto qué? –preguntó ella con el delicado ceño fruncido.

Él se acercó a ella y el olor de su perfume volvió a avivarle el recuerdo, pero cerró el paso a las imágenes que amenazaban con adueñarse de él. La mujer que tenía delante era muy distinta de la mujer que lo provocó hasta que perdió la cabeza y el dominio de sí mismo. Suspiró, fue hasta la mesa, dejó las gafas de sol y se apoyó en la madera maciza mientras la miraba con dureza.

–¿Cuánto quieres por tu silencio?

–No voy a gritarlo a los cuatro vientos –contestó ella con cierta indignación.

Él consiguió reprimir una sonrisa. La pelirroja ardiente había asomado brevemente por detrás de la fachada de inexperiencia recatada que había adoptado.

–Entonces, ¿por qué estás aquí, cara? Además, ¿cómo me has encontrado?

Ya estaba harto de la conversación. Tenía la cabeza como un bombo y solo quería sentarse en silencio. Tenía que sacar adelante una operación y no quería que doña Modosita se sumara a las vallas que ya tenía que saltar.

–Salió un artículo… –empezó a decir ella con delicadeza mientras él volvía a la ventana.

Él se dio la vuelta y comprobó que ella había seguido todos sus movimientos, que se había girado levemente para no perderlo de vista, y receló.

–Sé muy bien que salió un artículo –le interrumpió él con un gruñido.

La tensión que sentía en la cabeza estaba a punto de reventar. Esa conversación tan aburrida debería haber terminado cuando ella hubiese puesto un precio, justo antes de que la hubiese expulsado de allí. Entonces, ¿por qué no lo había hecho ella? Mejor dicho, ¿por qué no la había expulsado?

–Así supe tu nombre –él arqueó las cejas y ella se sonrojó antes de seguir–. No tuvimos tiempo de darnos el nombre y esas cosas…

Darse el nombre y esas cosas era lo último que se le habría pasado por la cabeza. Solo había querido tenerla desnuda debajo de él. Había sido precipitado y desenfrenado. Incluso, se había creído que estaba tomando la píldora. Algo que no había hecho jamás por muy tentadora que hubiese sido la mujer.

–Es verdad, pero así nos divertimos mucho más, ¿verdad, cara?

Él sonrió y se permitió acordarse de la avidez de ella, de esa insistencia que lo había excitado tanto y que le había puesto a prueba el dominio de sí mismo.

–Piper.

Lo miró con los ojos entrecerrados y un brillo verde de rabia.

–¿Piper? –repitió él.

La cabeza no le funcionaba todavía como debería funcionarle. Ni siquiera había bebido un café para que borrara los residuos de whisky, aunque su aroma llenara el despacho.

–Me llamo Piper, Piper Riley.

–Muy bien. Ahora que ya sabemos el nombre del otro, quizá no te importe decirme qué haces aquí.

Él volvió a cruzar el despacho y miró a la mujer que solo había sido la Pelirroja hasta ese momento. Ella también se movió para mirarlo de frente, como antes. ¿Seguiría dándole vueltas en la cabeza tan tentadoramente cuando ya tenía un nombre? Esperaba que no.

–Tenía que verte porque…

Ella titubeó otra vez y él se cruzó los brazos con impaciencia y cada vez más irritado por la conversación.

–Dio mio, di lo que tengas que decir y márchate. No tengo tiempo para jugar.

–Muy bien –ella se puso muy recta, levantó un poco la barbilla y lo miró a los ojos–. Estoy embarazada.

Dante había creído que las veinticuatro horas anteriores habían estado tan llenas de problemas que habían acabado con su habitual actitud caballerosa. Nunca había esperado, ni deseado, que le dijeran esas palabras. No podía ser padre cuando ya había demostrado su incapacidad para cuidar de nadie.

–¿Cómo?

La palabra se le escapó antes de que tuviera tiempo de pensar, de rehacerse, pero ella se quedó delante de él sin inmutarse y, de repente, estaba más segura de sí misma y era más osada, a pesar del rubor que cubrió otra vez su palidez. Se parecía mucho más a la mujer a la que había hecho el amor aquella noche.

 

 

Se mantuvo firme y centró toda su atención en el hombre que era el padre del bebé que estaba esperando. Un hombre que había salido en la prensa sensacionalista durante las últimas semanas por su reputación, uno de los solteros más solicitados y disolutos del mundo. No era el padre ideal ni mucho menos, pero ella no podía ocultarle que iba a ser padre, como tampoco podía negarle a su hijo el derecho a tener un padre. Lo observó mientras iba de un lado a otro sin darse cuenta de que el café, que evidentemente necesitaba, ya estaba preparado. Seguía siendo tan elegante como la noche de la fiesta. La única diferencia era la barba incipiente y las arrugas de tensión en el rostro, que despertaron su compasión. Sin embargo, no podía dejarse llevar por los sentimientos, ya sabía con quién estaba tratando.

–Creo que los dos sabemos cómo.

Ella se quedó asombrada por el tono seductor en el que había dicho esas palabras y lo miró preguntándose qué efecto seguía teniendo ese hombre sobre ella. El corazón se le había acelerado y el estómago le había dado un vuelco y no creía que fuese solo por los nervios. Era lo que le provocaba ese hombre apasionado que le había arrebatado la virginidad, Dante Mancini, un playboy que estaba muy orgulloso de serlo, según el artículo del Celebrity Spy! con el que se había tropezado.

–Lo que quiero decir es cómo cuando me hiciste creer que no se necesitaba la protección que yo quería utilizar.

Él lo dijo muy despacio y con mucho acento, como si no pudiera asimilar lo que ella le había dicho y lo que implicaba.

Efectivamente, eso era lo que ella se había preguntado mientras se hacía la primera prueba de embarazo, y la segunda. Cuando se hizo la tercera, se preguntó cómo había podido ser tan estúpida y empezó a decir palabras que no solía decir mientras rasgaba el envoltorio de la cuarta y última, a lo que siguió el pánico. No quería ser madre soltera. Se había criado con un padre muy cariñoso y eso era lo que quería para sus hijos… pero estaba esperando el hijo o la hija de ese hombre.

–Por si no lo sabías, jamás había estado en esa situación con un hombre. Cuando hablaste de protección, di por supuesto que era algo que ya estaba solucionado.

Ella le arrojó las palabras con furia contra sí misma, pero con más furia contra él porque no había asumido esa responsabilidad. Él se acercó con una mirada de recelo y ella hizo un esfuerzo para no acordarse de ellos rebosantes de deseo y pasión. Había sido un momento extraordinario que había querido recordar para siempre… Ahora, gracias al resultado de aquella noche, no tenía elección.

–¿Cómo puedo saber que no fuiste de mi cama a la de otro hombre? ¿Cómo puedo saber que ese bebé, que según tú esperas, es mío?

Ella se quedó boquiabierta por esas palabras frías y desalmadas. Se había planteado muchas situaciones durante las últimas semanas, pero ninguna había sido tan brutal y ofensiva como esa. Había reservado un billete de avión a Roma en una decisión repentina y porque solo quería decirle, cara a cara, que iba a ser padre. Nunca había previsto nada más. Como había estado tan unida a su padre, no se le había ocurrido otra cosa que decírselo personalmente a Dante Mancini. Ridículamente, había creído que él querría saber que aquellas horas maravillosas y apasionadas que habían pasado juntos habían creado una vida nueva, un hijo para él.

Cuánto se había equivocado.

Se sintió derrotada y cansada. Ni siquiera había reservado una habitación en un hotel. Cuando tomó la decisión, solo quiso llegar a Roma lo antes posible para hacer lo que creía que tenía que hacer antes de que perdiera la seguridad en sí misma.

–Hay pruebas que pueden confirmarlo.

Ella se apartó el pelo de la cara y lo sujetó antes de dejarlo caer otra vez. Estaba demasiado cansada para sobrellevar eso en ese momento. Se había pasado el vuelo dándole vueltas a cómo decírselo e intentando imaginarse la reacción de él.

–Entonces, se hará una prueba en cuanto pueda hacerse sin riesgos. No pienso creerme lo que dices.

–En ese caso, es posible que te interese saber que puede hacerse dentro de unas semanas.

Piper no pudo contener un arrebato triunfal cuando él la miró con furia. ¿Acaso había esperado que vacilara, que reculara y se marchara sin defender su postura, la postura de su hijo? Mientras le daba vueltas en la cabeza a qué hacer, había investigado en Internet y sabía que, si él lo pedía, podía confirmarle que era el padre en un plazo de dos semanas.