Estrellas sobre Seúl - Silvia Aliaga - E-Book

Estrellas sobre Seúl E-Book

Silvia Aliaga

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Beschreibung

Dicen que todo lo que sube termina por caer... En estos dos últimos años, Dani ha cumplido todas las promesas que hizo una noche junto al río Han..., todas excepto la más importante: volver a Corea. Tal vez haya llegado el momento de remediarlo. Por su parte, Samuel se presenta en Seúl buscando a alguien; a diferencia de Riley, que viene por trabajo y sin muchas esperanzas de reencontrarse con Jay y Hyunsoo. A fin de cuentas, ¿cómo van a acordarse de ella si ahora forman parte de R*E*X, el grupo de K-pop que entusiasma a millones de fans? El mismo al que pertenecen Young (más ocupado que nunca con la grabación de una serie) y Alex (refugiado en su trabajo como líder y en su amistad con Paula y Minwoo). Todo el mundo admira a los miembros de R*E*X, igual que todo el mundo admiraba a Insomnia antes de que lo asesinaran. Pero puede que ahora un viejo amigo tenga algo que decir sobre el ascenso y el derrumbe de la mayor leyenda del K-pop... Y cuanto más alto estás, más dura es la caída. Cita de reseña crítica: «Una novela adictiva tanto para los fans del K-pop como para quienes quieren saber más del fenómeno que está revolucionando la música. Ha sido un privilegio reencontrarme con estos personajes y recorrer las calles de Seúl de su mano». Andrea Tomé «Si te gusta el K-pop, tienes que leer De Seúl al cielo. Si no sabes ni lo que es, ¡también!». Andrea Izquierdo «De Seúl al cielo cautiva más allá de los gustos musicales». Gema Bonnín «Silvia Aliaga y Tatiana Marco irrumpen en el panorama literario con una pasión contagiosa». Victoria Álvarez «De Seúl al cielo es una bonita y original historia en la que los sueños, la música y el destino se entrelazan». Blue Jeans

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© Silvia Aliaga y Tatiana Marco, 2020

International Rights © Tormenta, 2020

[email protected] · tormentalibros.com

© de las ilustraciones: Inma Moya, 2020

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna: enero de 2021

Edición digital: Elena Sanz Matilla

ISBN:978-84-18440-07-6

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ESTRELLAS SOBRE SEÚL

Nada aquel día indicaba que Dani iba a conocer a la persona que acabaría salvándole la vida. De hecho, mientras escuchaba con desgana al director artístico de la obra de teatro en la que estaba colaborando, sentado en ese enorme salón de actos de la Universidad de Gloucester, sólo tenía un propósito en mente: encontrar una excusa aceptable para escaquearse del almuerzo con el resto del equipo y largarse lo antes posible de allí, en dirección al centro de la ciudad. En una de las pequeñas librerías que solía frecuentar habían conseguido una vieja edición de Eduardo II de Christopher Marlowe y, antes de enviársela a su afortunado comprador, le habían prometido dejarle echar un vistazo.

Reprimió un suspiro mientras uno de sus compañeros planteaba una pregunta al director de la obra. Por lo general, le gustaba estar en el salón de actos hablando de teatro, pero cada vez se notaba más disperso, menos concentrado en su trabajo.

Sabía que había tenido una suerte inmensa cuando el departamento de Artes Escénicas le había ampliado la beca un par de años más después de su graduación. Sin embargo, el día que supo que podría seguir dedicándose a ese trabajo que tanto le apasionaba y que podría continuar viviendo cómodamente en Inglaterra, el país que siempre había considerado mucho más suyo que su propia tierra natal, Dani se limitó a observar en silencio el viejo cuaderno verde que reposaba sobre su escritorio. De pronto, se sintió tremendamente solo.

Quizá fue por eso, por la sensación de soledad que, lejos de disiparse, parecía crecer cada día, que Dani optó por renunciar a su cita con Eduardo II al salir de la reunión y se dirigió, casi sin reparar en ello, hacia el único Starbucks de la ciudad de Gloucester.

Llevaba varios meses frecuentando el lugar. Algo sorprendente, teniendo en cuenta que siempre había odiado ese tipo de multinacionales. Cuando abrió la puerta del local y el tenue olor a café llegó hasta él, se encontró un poco mejor. Declan, uno de los camareros, le saludó con un ligero movimiento de cabeza al verle llegar mientras devolvía su atención a los clientes que tenía frente a la barra. Dani se acomodó en uno de los sillones junto a la ventana y sacó su libreta para revisar las notas de la reunión. Allí sentado, rodeado del resto de clientes, cada uno sumido en sus propios asuntos, empezaba a sentirse más centrado.

—¿Querrás que te acerque a Leadworth con la moto?

Dani levantó la vista de sus apuntes cuando Shawn, otro de los camareros, colocó frente a él una taza humeante.

—No he pedido nada aún —le explicó Dani, aturdido.

Shawn se encogió de hombros.

—Earl Gray en taza de cerámica, nada de vasos de cartón. Es lo que pides siempre.

Dani notó cómo le subía el calor a las mejillas. ¿En qué momento se había convertido en el tipo de cliente habitual de un maldito Starbucks hasta tal punto que los camareros eran capaces de adivinar lo que iba a pedir?

—Quizá quieras probar otra cosa —le tentó Shawn—. Tenemos un frapuccino de caramelo y fresa que está increíble. Se me da genial prepararlo.

—Gracias, pero creo que me quedo con esto.

—Al menos deja que le ponga algo más al Earl Gray. ¿Quieres que probemos con la vainilla? Mi abuela solía echarle vainilla siempre. Y un poco de leche. Lo llamaba London Fog.

—Está bien así, de verdad.

—Como veas, pero piénsate lo de la moto. —Shawn se frotó las manos contra el delantal y lanzó una mirada distraída a su alrededor—. Salgo a las cuatro y voy a ir a pasar el fin de semana a tu pueblo. Emma y yo estamos intentando arreglar las cosas. Dicen que a la quinta va la vencida —añadió con un suspiro.

—Suena prometedor. Os deseo la mejor de las suertes.

De repente, la idea de ir a ver la edición antigua de Eduardo II le volvía a resultar muy tentadora. Aunque nunca habían tenido una relación estrecha, conocía a Shawn desde hacía años y no le caía mal del todo, pero ¿no se suponía que la gracia de ese tipo de locales era que no necesitabas socializar con nadie?

—No sé, tío. Emma y yo llevamos años así. A veces pienso que… Oye —soltó de pronto en tono confidente—, ahí al fondo está sentado un tío que no deja de mirarnos. Quizá le gustes…

Dani siguió la mirada de Shawn con el ceño fruncido. Desde su posición, apenas podía distinguir bien la figura oscura acomodada en uno de los últimos sillones. Desistió y estiró la mano para coger la taza de té.

—Quizá le gustes tú —murmuró con desgana.

—Lo dudo —admitió Shawn—. Desde que me corté el pelo, he perdido todo mi encanto. Emma opina que parezco un pringado, que ya no tengo mi rollo rockero, ¿sabes? —Volvió a lanzar una mirada hacia el fondo—. Yo que tú no perdería la oportunidad, es un tipo bastante atractivo. Parece extranjero —añadió—. Quizá sea japonés o chino.

Dani se atragantó con el té que estaba bebiendo y sintió que se le aceleraba el pulso. Shawn le abandonó pocos segundos después, ya que su compañero requería su presencia desde la barra. Dani se quedó inmóvil en el asiento, sin saber muy bien qué hacer, y se obligó a no mirar hacia el fondo del local.

No porque le preocupase que aquel chico del que hablaba Shawn y que, según él, no dejaba de mirarle fuera realmente japonés o chino. Al contrario. Lo que le preocupaba era que no lo fuese.

Llevaba tiempo obligándose a no pensar en ello. Había reprimido esos recuerdos de forma tan insistente que a veces llegaba a creer que nunca habían ocurrido de verdad. Aunque, en el fondo, sabía por qué acababa volviendo una y otra vez al Starbucks de Gloucester. Una parte de él necesitaba un motivo para huir, una excusa para regresar.

Necesitaba que alguien se olvidase un viejo medallón entre esos sillones.

Levantó la vista casi sin darse cuenta, con el corazón resonando en los oídos. Quizá sus ojos ya se habían acostumbrado a la tenue luz del local porque esa vez, cuando sus miradas se cruzaron, sí distinguió sus rasgos. Efectivamente, tal como Shawn había dicho, era bastante atractivo y, desde luego, asiático. Pero no era Jay. No era ninguno de ellos.

Sabía que era una estupidez. Al menos, eso es lo que se repitió a sí mismo mientras regresaba a Leadworth en autobús, tras abandonar el Starbucks de forma torpe y repentina. No podía huir eternamente de todo lo que le recordase a Corea del Sur. No podía seguir fingiendo que aquellos meses nunca habían existido. Y, sobre todo, no podía seguir posponiendo mucho más la promesa que había hecho junto al río Han.

Habían pasado algo más de dos años desde aquel momento que le parecía ya muy lejano. Dani recordaba todos y cada uno de los detalles más insignificantes de esa noche. El murmullo del río, las voces amortiguadas del resto de jóvenes que se habían reunido allí a beber y a cenar junto a los puestos de comida ambulante, la calidez de principios de verano, el olor a agua y a césped, y el sonido tenue del grupo de música callejero que actuaba en la otra orilla.

Pero, en especial, recordaba a su mejor amiga. Esa había sido la última vez que estuvieron a solas de verdad. Recordaba cómo le había abrazado y había juntado su frente con la de él mientras lloraba. Cómo Dani le había confesado todo lo que sentía por ella, lo importante que había sido en su vida. Ella le había hecho prometer varias cosas. Le había dado instrucciones precisas para que, según sus propias palabras, Dani no se sintiese solo y sin rumbo, para que no arruinase su vida.

Apoyó la cabeza contra el cristal de la ventanilla del autobús y cerró los ojos. Al otro lado, Leadworth y las luces de Navidad que ya colgaban de los árboles de la plaza principal le daban la bienvenida.

Decidió bajar una parada antes y dar un paseo hasta casa desde la plaza. Necesitaba despejarse y disimular su extraño humor. Cuando casi había llegado, se cruzó con la señora Mott, que regentaba un pequeño Bed & Breakfast en su misma calle.

—He pasado antes por vuestra casa. Os he dejado un poco de estofado en la nevera —le informó la mujer mientras cruzaba los brazos alrededor del pecho para protegerse un poco más del frío. Había salido a la calle a tirar la basura vestida con una simple bata—. Ya se lo he dicho a Wilfred, podéis comer con nosotros en Navidad. Nos encantaría teneros allí.

—Muchas gracias. No faltaremos.

Había una nota de tristeza en la mirada de la mujer, que se esforzó en disimular antes de volver a hablar:

—¿Has recibido ya tu postal? —le preguntó, en un claro intento de cambiar de tema—. Me alegra saber que le va bien, pero me sorprende la extraña afición de ese chico por los gatos.

Dani esbozó la primera sonrisa auténtica del día. Tiempo atrás, la señora Mott había alojado en su negocio a un joven irlandés unos años más mayor que él. Aquel chico que, con sus tatuajes y su chupa de cuero, parecía recién sacado de alguna película de pandilleros había traído a Dani de cabeza. Incluso su vecina, que había recibido su primera aparición con ojos críticos, acabó encantada con su inquilino. Desde entonces, él les enviaba una postal navideña todos los años sin excepción. Aunque no habían llegado a intimar tan a fondo como a Dani le hubiese gustado, lo conocía lo suficiente para saber que esas postales cursis llenas de animales esponjosos, lazos y cestas con flores tenían un componente irónico que la bondadosa señora Mott era incapaz de entender.

Entró en casa sigilosamente tras despedirse de ella. Encontró a Wilfred dormitando en el sofá, frente al televisor. Llevaban viviendo juntos desde que Dani se mudó a Inglaterra a los diecisiete años, cuando la joven camarera que acabaría convirtiéndose en su mejor amiga le arrastró hasta allí por primera vez y le ofreció quedarse con ella y su abuelo. Sin embargo, ahora ya sólo quedaban ellos dos. Muchos de sus compañeros de facultad, en Gloucester, se sorprendían de que Dani prefiriese vivir con un hombre de ochenta años en aquel pueblecito en lugar de alquilarse un apartamento en la ciudad, cerca del trabajo. Pero hacía tiempo que esa casa se había convertido en su hogar y Wilf, en su familia. Además, había hecho una promesa.

Dejó sus llaves con suavidad sobre la mesita de la entrada para no despertarlo. Entre el correo había una postal rosa, con un cachorro de gato persa asomando la nariz tras una caja llena de purpurina. Dani reprimió una carcajada mientras le daba la vuelta y leía la felicitación de Navidad de Andrew Jones.

Pero algo desvió su atención. También sobre la mesa, enterrada entre facturas y otras postales navideñas mucho más anodinas, sobresalía casi con impertinencia otra carta. En ella se veía un cielo estrellado en el que destacaba una estrella fugaz. En medio de ese cielo, un logotipo redondo de color rojo. Un logo muy parecido al del Starbucks en el que había estado esa misma tarde.

Dani pasó los dedos por la superficie de la postal, sin atreverse a levantarla de la mesa. Había cumplido todas las promesas que había hecho aquella noche junto al río Han. Todas excepto una. Esa a la que su amiga se había referido como la más importante de todas.

Cris y su insufrible manía de tener siempre la razón.

Riley se subió la bufanda hasta la nariz, preparándose para el viento gélido que la golpearía en cuanto abriera la puerta, y se aferró a su abrigo. Lo había confeccionado años atrás, durante su primer año en la escuela de diseño, y todavía era una de sus prendas favoritas. Le encantaba su color verde menta y la suavidad del tejido. La búsqueda en las tiendas de textil de la ciudad de Jeju le había llevado semanas hasta que dio con la tela perfecta. Además, sólo le habían pasado cosas buenas cuando lo llevaba puesto. Por eso había decidido llevarlo ese día, a pesar de que estaba algo desgastado y se quedaba un poco escaso para soportar el frío de diciembre en Seúl. Necesitaba sentirse segura.

El pequeño patio de la casa en la que se alojaba estaba cubierto por un manto blanco y los copos se arremolinaban frente a él. A pesar de todo, Riley sonrió. Siempre le había gustado la nieve, pero, desde que con quince años se trasladó de Australia a Jeju, no había vuelto a ver una nevada en condiciones. La cima del monte Hallasan se volvía blanca cada invierno, pero hacía años que no subía hasta allí, y mucho menos fuera de la temporada veraniega.

A primera hora de la mañana, el metro se encontraba abarrotado por la gente que se dirigía a sus puestos de trabajo. Apenas hacía dos semanas que había llegado a la ciudad y todavía no se había acostumbrado a las aglomeraciones y al ritmo vertiginoso de Seúl. En Jeju, incluso en plena capital y a pesar del aumento del turismo masificado en los últimos años, todo le resultaba más calmado. Aunque había nacido y crecido en una ciudad bastante grande, se había acostumbrado rápidamente con la relativa quietud de la isla surcoreana. Riley adoraba vivir allí y jamás se habría marchado si las circunstancias no lo hubiesen exigido.

Reprimió un suspiro mientras se esforzaba por abrirse camino en dirección a la puerta corredera. Había llegado a la estación de Apgujeong, su destino. Recordaba perfectamente el día que, un mes atrás, su vida había dado un giro radical, arrastrándola hasta allí.

Al terminar sus estudios de estética y diseño de moda, y después de varios trabajos temporales, Riley había conseguido que la contrataran en calidad de ayudante de estilismo para la JIBS, una cadena de televisión regional de la isla de Jeju. No era un trabajo muy emocionante y ni siquiera trabajaba la jornada completa, pero el sueldo le llegaba para cubrir sus gastos y le dejaba el tiempo libre suficiente para dedicarse a sus propios diseños. Perfecto para ella, pues había encontrado una tienda en la ciudad que se dedicaba a exponer y vender por encargo las prendas de diseñadores noveles e independientes.

La gran sorpresa llegó un día de noviembre. Riley acababa de terminar de maquillar a una de las presentadoras del telediario cuando su jefe entró en el camerino y le pidió, con mucha seriedad, que lo acompañara a su despacho. Mientras lo seguía, con la vista fija en sus preciosos zapatos nuevos y los nervios a flor de piel, se esforzó en recordar qué era exactamente lo que había hecho mal. Tal vez podía evitar una reprimenda si ella misma se adelantaba y pedía disculpas. Sin embargo, cuando llegaron a la puerta del despacho, él se limitó a abrirla, pedirle que pasara y cerrarla tras ella, quedándose fuera.

Se quedó allí plantada, sin entender nada. Sentada tras la mesa de su jefe, casi como si le perteneciese, se encontraba una de las mujeres más elegantes y estilosas que Riley había conocido jamás en persona. Se preguntó si sería una actriz famosa, pero no recordaba haber visto su cara en ningún sitio. Parecía rondar los cuarenta años y tenía una larga melena castaña que le caía en ondas perfectas sobre los hombros, desprendiendo reflejos dorados. Su maquillaje también era impecable. Aun así, nada de eso atrajo su atención de primeras. Aunque Riley había estudiado peluquería y maquillaje, siempre había tenido un punto débil: la ropa. Sus amigos solían burlarse de ella cuando les decía que era capaz de adivinar el carácter y los secretos de una persona con echar un vistazo a lo que llevaba. En este caso, el traje de chaqueta que vestía aquella mujer tenía un corte clásico. Riley lo reconoció: una de las prendas de la colección de otoño de Balenciaga del año anterior.

Recordaba haber sentido cierta decepción al inspeccionar la colección tan pronto como se anunció el catálogo. Para su gusto, habían pecado de conservadores, ya que habían creado unos trajes de mujer algo anodinos. Estaba claro que alguien más compartía su opinión. El sencillo traje de chaqueta de la mujer estaba personalizado: habían cosido un aplique de puntilla y pequeñas perlas de color blanco sobre los hombros que contrastaba con el color gris. Aunque Riley no podía verlo desde ahí, apostó por que el aplique se extendía por la espalda. Al menos, eso es lo que ella hubiese hecho. No pudo evitar preguntarse quién sería el genio detrás de aquel conjunto.

Ignorando el escrutinio de Riley, la mujer le sonrió y señaló la silla vacía frente a ella, al otro lado del escritorio.

—Buenos días, señorita Yun. Siéntese, por favor. Soy la directora Cha y vengo en representación del programa After Class de SBS. Supongo que lo conoce, ¿no es así?

Riley obedeció y se acomodó mientras asentía a modo de respuesta, sin atreverse a articular ninguna palabra. Claro que conocía After Class, la cadena para la que trabajaba era una filial de la propia SBS y el programa se había vuelto muy popular.

—No sé si le han informado sobre lo que iba a tratar nuestra reunión de hoy… —continuó la mujer.

—No, señora —murmuró Riley, sintiendo una punzada de nervios en el estómago.

Aquello sólo podía significar una cosa, pero la simple idea le parecía descabellada.

—Los directivos de la cadena han pensado que estaría bien que contáramos con un estilista propio. Queremos a alguien que se dedique en exclusividad a nuestro presentador y a los invitados. Si conoce el programa, sabrá que procuramos infundir una personalidad propia a nuestros contenidos. Nos gustaría trabajar también ese aspecto a nivel visual y, si no me equivoco, usted es buena en lo que hace y le apasiona el mundo de la moda, ¿cierto? Eso es lo que nos ha contado su jefe.

—Eso…, eso creo —respondió con la voz entrecortada.

¿Querían que trabajase con ellos? Aquello no tenía ningún sentido. Se le daba bien su trabajo y siempre había soñado con dedicarse al mundo de la moda, pero nunca había hecho nada para destacar fuera de la isla de Jeju. Estaba segura de que había miles de estilistas mucho más preparados que ella en Seúl.

—Supongo que esto le interesará —añadió la directora Cha, tendiéndole una carpeta encima de la mesa—. No necesito que me dé una respuesta ahora. Lea todo detenidamente y piénselo con calma. Dentro encontrará mi tarjeta. Llámeme cuando haya tomado una decisión.

Aquella tarde, mientras regresaba a su apartamento, no paró de darle vueltas al asunto. Desde luego, la mejora en su vida laboral sería considerable y su currículum ganaría muchos puntos, pero ¿qué narices se le había perdido a ella en Seúl? Sabía que allí los alquileres estaban por las nubes y, aunque la oferta económica que había encontrado dentro de la carpeta era generosa, no sabía si lo suficiente como para permitirse vivir sola. Riley se veía incapaz de compartir piso con otras personas que no fueran Yuna y Siwon, sus mejores amigos.

Años atrás, al empezar la universidad, se mudaron a un apartamento en la ciudad de Jeju, junto con el enorme gato naranja que llevaban cuidando entre los tres desde que tenían dieciséis años. El apartamento era pequeño y viejo, pero estaba bien situado en la plaza del ayuntamiento y acabaron por darle un toque muy personal y hogareño. Cuando no estaban en clase o estudiando en la mesa del salón, solían salir a pasear juntos o se enterraban bajo las mantas del sofá viendo películas. Eran felices. Una familia. Un par de años atrás, ocurrió lo inevitable, lo que Riley ya esperaba desde hacía tiempo: Siwon y Yuna empezaron a salir juntos. Y se casaron poco después. Aun así, sus amigos jamás habían hecho que Riley se sintiera desplazada y se habían indignado cuando Riley les insinuó que, ya que ahora estaban casados, quizás ella debería mudarse a otro piso. Le hicieron descartar la idea casi antes de poder plantearla.

Cuando regresó esa tarde, Siwon y Yuna estaban sentados a la mesa de la cocina presidiendo un festín del mejor marisco de Jeju, probablemente cortesía del padre de Siwon.

—¡Qué bien huele! —exclamó Riley, y decidió no hablar todavía sobre el encuentro con la directora Cha. Dejó el bolso colgado en el perchero de la entrada y notó cómo su estómago comenzaba a rugir—. ¿Celebramos algo?

—Celebramos que Altair, de la constelación de Aquila, puede contemplarse a simple vista esta noche. Si queréis, luego podríamos subir a la azotea para que la veáis vosotras también —comentó Siwon mientras le tendía un vaso rebosante de soju a Riley, que puso los ojos en blanco, y Yuna se rio. En su regazo, ronroneaba el gato blanco y negro que habían adoptado hacía menos de un año. Siwon le rascó las orejas—. A ti sí que te gusta la idea, ¿verdad, pequeño? Quieres ver la estrella con la que compartes nombre.

A pesar del aire juguetón, a Riley no le pasó desapercibida la nota de alegría en la voz de Siwon y la sonrisa de complicidad que compartió con Yuna cuando creían que no les miraba. Algo le decía que Altair no era el único motivo de celebración.

Tras dar buena cuenta de todos los manjares, Yuna puso frente a ella un trozo de su pastel de chocolate favorito. Bajo el plato había un sobre marrón.

—¿Qué es esto? —preguntó Riley, poniéndose nerviosa por segunda vez aquella tarde.

—Ábrelo —contestó su amiga en tono gentil, y se sentó de nuevo junto a Siwon.

Con manos temblorosas y sintiéndose observada, Riley cogió el sobre y lo abrió con mucho cuidado. Se le hizo un nudo en la garganta al reconocer lo que era. Una ecografía.

—¡Vas a ser tía, Riley! —exclamó Yuna con entusiasmo—. Vamos a traer un nuevo miembro a la familia.

En aquel mismo momento, mientras abrazaba a sus dos amigos con lágrimas en los ojos, Riley fue consciente de que llevaba demasiado tiempo postergando lo inevitable. Sus amigos acababan de dar un paso más y, aunque se alegraba muchísimo por ellos, sabía que ella debía hacer lo mismo.

Así que allí estaba, saliendo del metro de Seúl de camino a su primer día de trabajo para la SBS. Dejando atrás a las dos personas que más quería en el mundo. Buscando su propio camino.

Al menos, había logrado una solución bastante conveniente para el tema del alojamiento. Tras volverse loca tratando de encontrar algún sitio en el que quedarse, su madre había sugerido que podía alojarse en casa de unos antiguos amigos de la familia. Al parecer, hacía ya unos años que el padre había fallecido y la madre y la hija pasaron un tiempo en Melbourne cuando Riley acababa de mudarse a Jeju. La niña incluso había permanecido allí durante un curso escolar entero. Según le dijo su madre, ambas estarían encantadas de acogerla. Además, había insistido, en un tono que Riley había aprendido a reconocer con cierto hastío, en que la mujer tenía otro hijo más o menos de su edad.

Aunque su madre llevaba más de media vida residiendo en Australia, no dejaba de ser una mujer coreana, y Riley sabía que no veía con muy buenos ojos que, habiendo cumplido veintiséis años, su hija nunca hubiese mostrado interés en buscar pareja. Así que se sintió aliviada al llegar a Seúl y descubrir que el hijo de la casera estaba felizmente emparejado. De hecho, convivía con su novia en un pequeño apartamento junto a la casa principal.

Enamorarse no entraba en los planes de Riley desde hacía tiempo. Tras una agitada adolescencia en la que sus pequeñas aventuras amorosas sólo le habían traído disgustos, no había vuelto a pensar demasiado en los chicos. Para colmo de males, la única persona por la que había sentido algo en la última década se había vuelto inalcanzable.

El ritmo de las oficinas de la SBS en Seúl no parecía aproximarse ni de lejos a la pausada calma que reinaba en la cadena local de Jeju donde Riley había trabajado hasta entonces. Aunque todavía era temprano, el edificio se encontraba sumido en plena actividad. La gente corría de un lado para otro con percheros portátiles cargados de ropa y zapatos; otros llevaban varias tazas de café en soportes de cartón y los mánagers de los famosos daban vueltas por el vestíbulo pegados a sus teléfonos móviles. A Riley le pareció distinguir entre el tumulto a Min Hayun, una de sus actrices de comedia favoritas, pero se obligó a seguir caminando. Como le habían insistido el día que firmó el contrato, uno de los requisitos para ese trabajo, en el que iba a tratar con estrellas a diario, era ser discreta y no hacer que los invitados se sintieran incómodos.

La directora Cha la estaba esperando frente a la puerta del estudio donde se rodaba After Class.

—Buenos días, señorita Yun. ¡Qué puntual! —exclamó esbozando una sonrisa jovial—. Espero que, a partir de ahora, no te importe si te empiezo a llamar Riley. Vamos. Te enseñaré el lugar y te presentaré al resto del equipo.

Era uno de los programas más vistos entre los jóvenes y sus índices de audiencia se superaban semana tras semana; pese a ello, la mecánica no podía ser más sencilla: un espacio de entrevistas cercanas donde los invitados rememoraban vídeos de su pasado, participaban en improvisados juegos de ingenio o recibían preguntas del público a través de las redes sociales. Había empezado de forma humilde, pero su estilo fresco, el carisma del presentador y el éxito de sus primeras entrevistas habían propiciado que su popularidad aumentase poco a poco hasta convertirse en uno de los programas de referencia de la cadena.

Quizá por eso a Riley le sorprendió comprobar que el estudio era aún más pequeño de lo que aparentaba en la televisión y que el equipo fijo lo formaban apenas cinco personas: la directora Cha, dos cámaras, un ayudante de producción y, desde aquel día, ella. En realidad, bien mirado, eran seis, pero intentaba no pensar en el sexto miembro: el presentador Han Jimin. Se lo consideraba uno de los hombres coreanos más atractivos de su generación. Un título que, en opinión de la joven, estaba más que merecido. Aunque hasta entonces sólo le había visto a través de una pantalla, su mera mención le ponía nerviosa. La gente tan guapa siempre la había intimidado un poco.

—Deja tus cosas aquí —le indicó su nueva jefa—. Tenemos que ir a la sala de maquillaje o empezaremos tarde. Seguro que Jimin nos está esperando ya. Os presentaré; tiene ganas de conocerte.

Riley la siguió, esforzándose por mantener su respiración bajo control. Como la directora había predicho, el presentador ya estaba sentado en uno de los sillones de maquillaje, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados en un gesto relajado.

—Jimin, perdona la tardanza. Te presento a nuestra nueva estilista, Riley Yun.

Al escuchar a su compañera, el hombre abrió los ojos y se levantó. De forma instintiva, Riley retrocedió un poco, intentando hacerse más pequeñita. Han Jimin cruzó el espacio que los separaba en dos zancadas.

Tenía una sonrisa cálida y unos dientes casi perfectos. Riley ni siquiera se fijó en la ropa que llevaba, algo sorprendente en ella. Tenía toda toda su atención puesta en el hoyuelo que se le había formado en la mejilla izquierda al sonreír.

—Un placer conocerte, Riley. Bienvenida al equipo.

Ella se disponía a hacer una reverencia, pero él extendió el brazo para estrechar su mano. Riley era una joven de constitución fuerte y bastante más alta que las chicas de su edad, lo que siempre la había acomplejado de adolescente. Aunque Jimin era alto, apenas la superaba en un par de centímetros, y su mano, suave y cuidada, envolvió la suya, haciéndole sentir delicada y femenina. Algo a lo que no estaba demasiado acostumbrada.

—Me han hablado mucho de tu talento —dijo él—. Estoy deseando verte en acción.

Riley tragó saliva y sólo pudo pensar en lo contenta que se pondría su madre si estuviera presente en ese instante, azorada ante la mirada de un hombre al que acaba de conocer. Desde luego, el futuro cercano iba a ser, cuando menos, interesante.

Fragmento deVida y muerte de Insomnia:

Cómo WIMTS perdió el rumbo

Mucha gente piensa que WIMTS construyó el famoso rascacielos que lleva su nombre, pero no fue así. Hoy en día, tal vez podrían habérselo permitido, pero hace quince años WIMTS sólo era una empresa de entretenimiento más. Todavía no se había convertido en el buque insignia del Hallyu, la ola coreana.

Aun así, aquellos que creen que el edificio siempre les perteneció no andan del todo desencaminados. En cuanto se construyó, WIMTS compró las últimas plantas, incluida su famosa azotea, donde instaló una cafetería que pronto se convertiría en un referente de estilo y exclusividad en la ciudad de Seúl. Había que trabajar en WIMTS o ser invitado para acceder al lugar y a sus impresionantes vistas de la isla de Yeouido.

Algunos, empresarios rivales o periodistas malintencionados, lo consideraron un acto de vanidad, una inversión demasiado atrevida e innecesaria para una empresa que, si bien ya tenía un buen hueco en la industria del entretenimiento, todavía no había destacado especialmente. No obstante, como si aquel acto de fe hubiese atraído la buena suerte, apenas dos años después WIMTS ya poseía todo el rascacielos.

Todo había cambiado de golpe y nada volvería a ser lo mismo. Ni en aquella pequeña isla en medio del río Han ni en el país entero.

Insomnia fue quien lo cambió todo.

Hyunsoo se pasó la mano por la cabeza. Le gustaba la sensación del pelo rapado en sus dedos. Antes de comenzar sus casi dos años de servicio militar obligatorio, jamás había llevado el pelo tan corto. A diferencia de lo que había podido imaginar mientras el peluquero le pasaba la maquinilla por primera vez, aquel cambio tan drástico le había acabado gustando. Nada de retoques continuos, nada de decolorante, nada de tinte.

Y bajo la perspectiva actual, Hyunsoo era consciente de que aquella experiencia le había resultado muy liberadora. No es que la vida militar fuese fácil: los entrenamientos se prolongaban durante horas sin importar las condiciones climatológicas, había tenido que limpiar a mano más suelos de los que podía recordar y había descubierto que disparar a un blanco inmóvil no se encontraba entre sus principales habilidades. Con todo, la estricta rutina de comidas y horas de sueño había supuesto una gran mejoría. En los últimos dos años había dormido más que en los ocho anteriores. Incluso había engordado un par de kilos. Estaba deseando ver la cara de su mánager Taehyun cuando se diese cuenta.

Pero aquel no había sido el único cambio positivo. Mantenerse alejado de los focos del mundo del entretenimiento le había sentado bien.

Al principio, el resto de los reclutas lo habían mirado con recelo por su estatus como celebridad. La diferencia de edad tampoco había ayudado mucho. Aunque los R*E*X habían ingresado en el servicio militar un poco antes que la mayoría de famosos, que solían esperar a rozar la treintena para hacerlo, Hyunsoo se había sentido algo mayor en un primer momento, rodeado de esos jovencitos que, al terminar el instituto, habían decidido cumplir con su periodo de servicio antes de ingresar en la universidad.

No le había pillado de sorpresa. Hyunsoo estaba acostumbrado a no encajar. Los primeros meses allí le habían recordado a sus inicios como aprendiz de WIMTS; era el centro de atención de sus compañeros, pero sin que ninguno de ellos se atreviera a romper la barrera que los separaba para acercarse a él. Durante ese tiempo, echó de menos a Jay, y más que nunca. Por suerte, en cuanto el resto de reclutas comprobaron que Hyunsoo se esforzaba tanto o más que ellos, acabaron aceptándole. Hyunsoo siempre había desconfiado de la gente a la que no conocía, pero entre aquellos chicos, que no esperaban nada de él más allá de cumplir con las tareas diarias, se había sentido bastante cómodo.

Aquel tiempo le había sentado bien, sí, pero, a pocos minutos de abandonar la base militar y salir de nuevo al mundo exterior, sintió una agradable sensación. Tal vez esos dos años hubiesen supuesto un soplo de aire fresco en su vida, pero no podía negar que una parte de él deseaba volver a cantar, volver a ver a sus fans y, sobre todo, volver a abrazar a sus tres compañeros.

Con aire decidido, se colocó la boina militar y, echándose la bolsa al hombro, salió del barracón por última vez.

Fuera, un manto blanco cubría el suelo y el cielo parecía presagiar todavía más nieve. Si agudizaba la vista, podía distinguir las luces navideñas que decoraban algunos de los locales comerciales cercanos a la base. Hyunsoo respiró una última bocanada de libertad y recorrió con paso acelerado el camino de tierra que le separaba del aparcamiento.

No tardó en distinguir una furgoneta negra entre los coches. La idea de que los demás miembros de R*E*X estuvieran dentro hizo que se le acelerara el corazón. Hacía tiempo que no estaban los cuatro juntos.

Tras paralizar en el último momento su intento de escisión con la compañía, hacía ya un par de años, los cuatro miembros de R*E*X tenían clara una cosa: necesitaban ganar tiempo, alejarse de los focos una temporada, disminuir en la medida de lo posible el poder que WIMTS ejercía sobre ellos. Fue Jay quien tuvo la idea y, al principio, a Hyunsoo se le antojó descabellada. Era imposible que la empresa les fuese a permitir ingresar en el servicio militar tan pronto, y menos en la cima de su carrera. Pero sus abogados revisaron todas las cláusulas del contrato hasta el último detalle. No había nada que se lo impidiese. Probablemente, no se les había ocurrido esa posibilidad al redactarlo. Hyunsoo sospechaba que, a partir de entonces, los contratos de los nuevos artistas masculinos de WIMTS iban a incluir cláusulas muy claras sobre ese tema en concreto.

A pesar de que no tenían ningún poder legal para hacerlo, WIMTS se había negado rotundamente. Que los cuatro R*E*X se marchasen a la vez significaba que durante dos años el grupo desaparecería del mapa, dejando hueco para posibles usurpadores de esa corona que la compañía tanto apreciaba. Si, por el contrario, se iban marchando de forma gradual, los que todavía estaban fuera podían seguir haciendo actividades individuales, minimizando así los daños. Al final, habían acabado cediendo a su pesar, con una única condición: Hyunsoo, el chico de oro, sería el último en ingresar y permanecería en activo unos meses más.

Y así Hyunsoo les había visto marchar a todos, uno a uno, sintiéndose cada vez más solo. Tras la grabación de un disco de baladas en solitario y una serie de televisión ambientada en la dinastía Joseon, que se empezó a transmitir una vez que él también se había marchado, Hyunsoo por fin pudo irse. Al menos, aquello tuvo sus ventajas: había sido el último en salir y el único al que estaban esperando los otros tres.

Antes de llegar siquiera al aparcamiento, la puerta de la furgoneta de WIMTS se abrió de par en par y Young se le acercó corriendo.

—¡Hyunsoo! ¡Hyung! —exclamó mientras se abalanzaba sobre él sin ninguna delicadeza—. ¡Por fin estás fuera!

Young sonreía de oreja a oreja y no era capaz de quedarse quieto. Sujetaba las manos de Hyunsoo y parecía estar a punto de ponerse a bailar en círculos con él. Conteniendo una risita, Hyunsoo se soltó. Young había sido el penúltimo en comenzar su servicio militar. Aunque, para consternación de todos, no había sido aceptado en el servicio activo. Las secuelas de la sobredosis de anfetaminas que había sufrido tiempo antes le habían ocasionado algunos problemas de salud en los que Hyunsoo intentaba no pensar demasiado. Así, el más joven y atlético de los R*E*X había acabado sirviendo sus dos años obligatorios como funcionario público. Esa opción no estaba muy bien vista en el país y WIMTS había tenido que justificar la decisión médica alegando un pequeño problema de asma. Por suerte, el público siempre había considerado a Young «el hermano pequeño de la nación» y nadie parecía haberle dado demasiada importancia.

—Bienvenido al mundo real.

Alex también se había acercado a él y le dio un apretón cariñoso en el hombro, dedicándole una sonrisa.

Como buen líder, Alex había sido el primero en marcharse. Como en realidad era ciudadano estadounidense, habría podido eximirse de aquella norma. Consciente de que la mayoría de coreanos tomarían ese gesto como una afrenta, aparte de necesitar esos años de retiro más que ninguno, había decidido renunciar a su nacionalidad para adoptar la coreana e ingresar en el servicio militar activo. A su vez, Jay había pasado las pruebas para servir dentro del cuerpo de policía.

—Jae —susurró Hyunsoo con el aliento condensándose en una nubecilla helada. Su mejor amigo acababa de salir también de la furgoneta.

Jay no dijo nada, ni siquiera sonrió demasiado. Simplemente se acercó hasta él y le atrapó en un abrazo asfixiante. Hyunsoo cerró los ojos, devolviéndole el abrazo con fuerza.

Durante sus permisos, Hyunsoo había coincidido con ellos de forma puntual; con Alex, que al igual que él había servido como soldado activo, incluso había compartido alguna actividad militar. Pero aquella era la primera vez que se reunían los cuatro desde que se despidieron del líder en una base muy similar.

Alex, Jay, Hyunsoo, Young.

En su mente, repitió los nombres como un mantra. Volvía a estar en casa.

Aquella sensación duró apenas unos instantes. La puerta delantera del vehículo se abrió y Taehyun, el mánager del grupo, se apeó con una mueca de desagrado.

—¿Habéis terminado? —gruñó malhumorado, sin tan siquiera cruzar una palabra de bienvenida con Hyunsoo—. La prensa está esperando y vamos contra reloj.

Por el rabillo del ojo, Hyunsoo vio cómo Jay hacía una mueca y Alex le daba una palmada en la espalda, esbozando una sonrisa resignada. Mientras recorrían los metros que les separaban de la zona donde les esperaban los fans y la prensa, el mánager se dignó a dirigirse a Hyunsoo finalmente, escudriñándole con los ojos entrecerrados:

—¿Qué le pasa a tu pelo? ¿Por qué lo llevas todavía tan corto? Se supone que a los ídolos os dejan un periodo de gracia para que os crezca un poco antes de salir. Estás horrible.

—Han cambiado las normas. Ese periodo de gracia ya no está bien visto —replicó él.

Notó que Jay le miraba con una ceja alzada; él y Alex sabían que ninguna regla había cambiado. Además, Hyunsoo había visto imágenes de ambos abandonando sus respectivos servicios y los dos llevaban el pelo mucho más largo que él, pero ninguno dijo nada al respecto. Hyunsoo se encogió de hombros en dirección a Jay, pero no añadió nada más. Por supuesto que habían dejado que su pelo creciese poco a poco en los últimos meses. Aun así, la tarde anterior, mientras preparaba sus escasas pertenencias para la inminente partida, decidió raparse una última vez. No podía hacer demasiadas cosas contra WIMTS, pero podía hacer eso para enfadar un poco a Taehyun. Era su única manera de rebelarse. Al menos, por el momento.

Tras un par de minutos caminando, alcanzaron la salida de la base militar y llegaron a la pequeña zona de prensa que habían preparado para recibir al último de los R*E*X, en torno a la cual se agolpaban los medios de comunicación. Viéndolos allí reunidos, ansiosos por obtener la mejor instantánea, Hyunsoo se alegró de que la reunión con sus compañeros hubiese ocurrido en privado, lejos de las cámaras.

En cuanto se percataron de la presencia de Hyunsoo y el resto del grupo, la tormenta de flashes comenzó a golpearle los ojos. Durante un instante, se quedó clavado en el sitio, intentando recuperar la visión y calmar su respiración. Sintió que se generaba en su estómago una punzada de ansiedad. Había echado tanto de menos a sus amigos y la música que hasta entonces no había sido consciente de todo lo que implicaba estar de vuelta: que la vorágine del mundo del espectáculo iba a devorarle una vez más. Se había acostumbrado fácilmente a la relativa tranquilidad de esos años como soldado.

Tras tomar aire, se esforzó por recordar lo que le habían inculcado desde pequeño y avanzó hacia delante, con la voz de su madre resonando dentro de él: «Actúa siempre como si llevases una corona invisible sobre la cabeza. Si tú puedes verla, los demás también la verán».

Un murmullo de excitación recorrió las filas de fans, sentados en el suelo con enormes carteles de bienvenida, que habían permanecido ocultos tras las cámaras hasta ahora. A Hyunsoo se le escapó una sonrisa al contemplar al vigoroso grupo de crowns que estaba esperándole. Aunque sabía que era una locura, de alguna manera había temido que las agoreras profecías de WIMTS se hubiesen cumplido y que aquel tiempo lejos de los focos hubiese supuesto el fin definitivo de R*E*X.

Pero allí estaban, con lighsticks dorados y carteles de ánimo y bienvenida. De repente, se sintió mucho mejor.

—¿Hola? ¿Me escucháis? —La voz de Alex se alzó sobre los murmullos de alegría, haciendo que los presentes guardaran silencio—. ¡Buenos días a todos! Gracias por haberos desplazado hasta aquí a pesar del frío.

—¡Intentaremos ser breves para no quedarnos congelados! —intervino un animado Young.

El comentario arrancó un murmullo de tristeza entre las fans que, ya fuese con nieve o tormenta, querían exprimir la ocasión al máximo. Alex se rio por lo bajo.

—Gracias por la intervención, Young. Será mejor que os deje con el homenajeado de hoy. ¡Bienvenido, Hyunsoo!

Jay le dedicó una sonrisa alentadora y Hyunsoo dio un paso al frente, cuadrándose como bien había aprendido, y se colocó una mano en la frente para realizar el saludo militar, tal como se esperaba de él.

—¡Hola de nuevo! Espero que me hayáis echado mucho de menos —dijo por fin con una sonrisa de medio lado y levantando un poco la barbilla mientras los gritos se intensificaban frente a él; había retomado con sorprendente facilidad el papel que siempre había adoptado frente al público—. Os prometo que os compensaré estos años de espera. —Los fans lanzaron un gritito de alegría casi al unísono ante semejante perspectiva—. Muchísimas gracias por venir a recibirme a pesar de las inclemencias del tiempo. Hoy es un día importante para nosotros, ya que volvemos a reunirnos los cuatro por primera vez después de tantos meses, así que…

De pronto, Alex se tensó a su lado. Ni siquiera se estaban rozando, pero llevaban tantos años viviendo juntos que Hyunsoo era capaz de percibir los cambios de ánimo de sus compañeros con facilidad. Durante un instante, perdió el hilo de lo que estaba diciendo y siguió con los ojos la mirada del líder del grupo. Allí, entre el resto de crowns, se encontraba su acosadora. La fan que llevaba persiguiendo a Alex tanto tiempo, amenazando con revelar su orientación sexual al público y acabar con su carrera. Suspiró. Había tenido la esperanza de que, en aquellos dos años, hubiese encontrado otros famosos con los que obsesionarse.

Del mismo modo que ver de nuevo a Taehyun había roto el hechizo del reencuentro con sus amigos, contemplar a esa persona entre los cientos de fans fue como recibir un jarro de agua fría. Era evidente que WIMTS seguía sin hacer nada al respecto. Sin preocuparse por su seguridad. Al fin y al cabo, aquella chica no era la única que estaba utilizando la vida personal de Alex en su contra. Algunas personas de la compañía, incluyendo Taehyun, también conocían la verdad y no iban a dudar en utilizarlo a su favor si fuese necesario.

Volvió a mirar a Alex, que parecía a punto de querer salir corriendo de allí. Hyunsoo sintió un odio infinito hacia WIMTS. Deseaba encontrar la manera de ayudar a su amigo, de ayudarse a sí mismo y a sus otros dos compañeros. Young, situado al otro lado de Alex, dio un paso en su dirección para pasarle un brazo por los hombros en un gesto protector. Jay dio también un avanzó un poco para colocarse al lado de Hyunsoo. Era obvio que ambos habían visto a la chica.

Mientras terminaba el discurso, sin ser apenas consciente de lo que decía, Hyunsoo recordó, no sin cierto dolor, las palabras que hacía ya dos años había dedicado a su líder:

«No serás libre hasta que puedas hacerlo público».

Hacerlo público antes que WIMTS. Arrebatarles ese poder sobre ellos. No podrían abandonar la compañía, algo que Hyunsoo llevaba deseando desde hacía más tiempo del que podía recordar, hasta que eso no ocurriera.

El departamento de Arte y Literatura de la Universidad de Gloucester tenía una tradición que a Dani le resultaba bastante irritante. Solían reunirse en la elegante mansión de uno de los profesores una vez al año, concretamente el día de Nochebuena, para celebrar un almuerzo navideño antes de las vacaciones. Dani no tenía nada en contra de las Navidades, y mucho menos de la comida gratis, pero daba la casualidad de que la mansión donde se celebraba dicho acto año tras año pertenecía al profesor Foxcastle, que, además de uno de los más prestigiosos profesores de artes escénicas, era su exnovio.

En ese momento, Lewis Foxcastle charlaba con un par de miembros más de su departamento en un rincón de la sala, dando caladas a su pipa. Llevaba unas gafas redondas, que Dani sabía a ciencia cierta que no estaban graduadas y que sólo se las ponía para aparentar un aire más intelectual, mientras daba instrucciones lánguidas a los camareros que pululaban alrededor de los invitados. Seguía siendo atractivo, siempre lo había sido. Cuando Dani, recién llegado a la universidad, lo había visto por primera vez, cayó rendido a sus pies. Un apasionado profesor de teatro, mucho más joven que la media de profesores que rondaban por la universidad, que parecía comprender tan bien todas sus inquietudes y compartir todas sus aficiones. Era como la materialización física de sus sueños de juventud. Recordaba el instante exacto en que una compañera de clase le había explicado quiénes eran los Foxcastle, dueños de un par de las mansiones más lujosas y elegantes de la ciudad. En aquel instante, Dani pensó que ese hombre estaba fuera de su alcance. Ahora la simple idea le parecía ridícula. Después de aquello, había experimentado lo que era fijarse en alguien que realmente estaba fuera de su alcance. Alguien que, a efectos prácticos, pertenecía a un mundo diferente al suyo.

Su mente regresó a la postal que le habían enviado Paula y Minwoo apenas una semana antes. Era la primera vez que contactaban con él tras varios meses. No podía evitar sentirse algo culpable al respecto. Tras su regreso a Inglaterra, sus amigos habían intentado comunicarse con él con cierta regularidad. Nunca llegaron a agobiarle, simplemente un par de correos electrónicos al mes preguntándole cómo estaba y contándole las novedades: cómo le iba a Minah en la escuela, que Paula se había mudado al apartamento de Minwoo, que los R*E*X habían sorprendido a todos anunciando su ingreso en el servicio militar… Sin embargo, Dani cada vez tardaba más tiempo en contestar sus mensajes, que se fueron espaciando poco a poco y, al final, dejaron de llegar.

Alex, por el contrario, no le escribió ningún correo electrónico en todo ese tiempo. Pocos días después de su regreso a Leadworth, recibió un paquete a su nombre. Dentro estaba el diario de Cris y, junto a este, una nota escrita a mano. El único mensaje que se habían intercambiado desde su despedida en el aeropuerto de Incheon. Desde aquel primer y único beso: «Hemos pensado que te gustaría conservarlo. Jamás la olvidaremos».

El recuerdo de Alex (separándose de él, mirándole a los ojos con tristeza, y ese beso tan rápido, tan intenso, todavía latiendo en sus labios) le invadió de forma repentina. No sin gran esfuerzo, se obligó a regresar al presente. Llevaba un buen rato sin prestar atención a la fiesta y a los compañeros que le rodeaban y que formaban parte de su vida actual. Su vida real.

«Vuelve. Vuelve cuando estés preparado. Tarda todo el tiempo que necesites… Pero vuelve».

Agitó la cabeza con fuerza. Aquello era un sueño muy lejano. Tenía que dejarlo marchar.

—¿Qué te ocurre, Freire? ¿Un mal día?

Lewis Foxcastle se había acercado hacia él con una sonrisa que ocultaba cierta condescendencia. Dani asintió mientras dejaba la copa vacía que llevaba en la mano sobre la bandeja de un camarero.

—Estoy bien —mintió—. Creo que he bebido más de la cuenta y aquí hace demasiado calor.

El profesor alzó una ceja. Dani conocía ese gesto, sabía que lo estaba juzgando. Su relación no había terminado de la peor manera, pero tampoco de la mejor. Habían discutido antes de su viaje a Seúl. Él le había recriminado lo absurdo de aquel periplo tras los pasos de Cris, en medio del curso más importante de la carrera. Acababa de salir una vacante en el departamento de Foxcastle y Dani encajaba a la perfección. Si se marchaba de la noche a la mañana, le había dicho, no iba a poder ayudarle. Su carrera universitaria estaría acabada y, con ella, su relación.

Dani había cogido aquel vuelo creyendo que a su vuelta conseguiría arreglar las cosas. Su plan era simple: viajaría a Corea, encontraría a Cris y la traería de regreso a casa. Apenas perdería un par de semanas de clases y Foxcastle acabaría entrando en razón. Pero, pocas horas después de llegar a Seúl, Cris le había hablado de su enfermedad. Dani siempre había sabido que Cris estaba enferma, pero nunca había imaginado que pudiese estarlo tanto. Meses después, cuando Dani volvió a su adorada Inglaterra con las cenizas de su mejor amiga bajo el brazo, lo único que le impulsó a matricularse de nuevo en la Universidad de Gloucester y no echarlo todo a perder fue la promesa que le había hecho a ella. Al final consiguió una beca por su propia cuenta, sin la ayuda de nadie. Por suerte, en un departamento distinto al del profesor Foxcastle. La simple idea de regresar a su lado le había resultado impensable. El chico que una vez había creído estar enamorado de él había muerto en Corea, junto a su amiga.

—Estuve hablando el otro día con el supervisor de tu beca —comentó Foxcastle. Algo en su voz denotaba que estaba un poco borracho—. Cree que tienes potencial, le gusta cómo das las clases, ha alabado varios de tus artículos…

Dani esbozó una sonrisa de medio lado y se cruzó de brazos.

—¿Pero?

—¿Qué te hace pensar que hay un pero?

—Dudo que te hubieses acercado a hablarme si no hubiese un pero.

Foxcastle levantó las manos con actitud conciliadora.

—He venido en son de paz, Daniel. Sigo preocupándome por ti. Me ha dicho que en el departamento te notan algo disperso, poco comprometido, como si no quisieras apostar por Gloucester, como si estuvieras planeando marcharte de Inglaterra. Les intenté explicar que Inglaterra es tu hogar, que siempre lo has sentido así, aunque…

—¿Creen que quiero volver a Corea?

Foxcastle le lanzó una mirada confusa, como si pensase que las copas le estaban jugando una mala pasada, y Dani fue consciente de lo que acababa de decir.

—Creen que quieres volver a España, con tu familia —contestó el hombre muy despacio.

—Por supuesto. España —se corrigió Dani de forma automática—. No tengo pensado volver a corto plazo.

Foxcastle le seguía observando con los ojos entrecerrados tras sus gafas sin graduar.

—Daniel, tienes que pasar página de una vez. Esta actitud lastimera empieza a ser agotadora. Ya casi ha pasado más tiempo desde que Cris murió del que llegaste a estar con ella…

Dani sintió una corriente de rabia helada atravesándole el cuerpo. Se obligó a sí mismo a no reaccionar, a no montar un espectáculo en medio de toda la junta directiva de la universidad. Foxcastle siempre había sido un cretino, pero, más allá de la insufrible superioridad moral con la que siempre le trataba desde que se separaron y la falta de tacto con la que solía dirigirse a todo el mundo, sólo acababa de mencionar en voz alta lo que Dani sabía que muchos otros también pensaban. Dani había conocido a Cris cuando ella todavía tenía dieciséis años. Su amiga había muerto antes de cumplir los diecinueve. Menos de tres años de amistad, y ya habían pasado dos años más desde entonces. Tenía que seguir con su vida, cerrar esa etapa, olvidarse de ella, olvidarse de todo. 

—¿Sabes qué? Me largo de aquí. Necesito un café —murmuró Dani, enfadado, intentando silenciar las palabras que acababa de escuchar y girando sobre sus propios talones para salir de allí a toda prisa.

Mientras se marchaba del almuerzo de forma apresurada, escuchó a Lewis Foxcastle murmurar a sus espaldas algo que se alegró de no ser capaz de entender.

El Starbucks de Gloucester estaba casi vacío. Hacía bastante frío en la calle y, aunque en Inglaterra Nochebuena no se celebraba tanto como en España y la mayoría de los negocios seguían su horario habitual, mucha gente estaría ya en sus casas, envolviendo regalos de última hora y comenzando con los preparativos para el gran festín navideño. Dani se dijo a sí mismo que sólo se quedaría quince minutos, media hora a lo sumo, antes de marcharse él también a su casa en Leadworth.

Resultaba agradable estar allí. En un acto de sorprendente espíritu navideño, acabó pidiendo un café mocca, para delicia de Shawn, que aplaudió detrás de la barra y animó a los pocos clientes que ocupaban las mesas del local a hacer lo mismo.

—¡Señores, contemplen el milagro de la Navidad! ¡Mi amigo Dani ha decidido dejar de actuar como si tuviese sesenta años y abandonar el Earl Gray por un día! —Se giró hacia Dani, que no pudo evitar sonreír, un poco azorado por el espectáculo—. Ve a sentarte, voy a prepararlo con extra de nata y sirope. Por cierto, el tipo que no dejaba de mirarte el otro día está aquí otra vez.

Dani echó un vistazo a su alrededor. Shawn tenía razón. Aquel hombre había vuelto. Volvía a estar sentado en la mesa del fondo y, al igual que todos los presentes, observaba divertido cómo Shawn preparaba el café con exagerada ceremonia. A la simple luz del día no parecía tan misterioso o amenazador. De todos modos, Dani buscó un asiento alejado, junto a los ventanales de la entrada. Estaba convencido de que no estaba interesado en él, a pesar de la insistencia de Shawn, pero no quería correr el riesgo. 

Cuando apenas llevaba un par de sorbos del café que le habían preparado, el desconocido se levantó y se acercó a su mesa.

—¿Ha merecido la pena abandonar el Earl Gray?

El hombre le sonreía. Hablaba en inglés con un ligero acento que Dani no supo reconocer. Tendría unos treinta y tantos años. A pesar de que resultaba atractivo y su ropa era pulcra y sencilla, había cierto aire desaliñado en él, como si estuviera muy cansado.

—Creo que volveré al Earl Grey pronto —contestó Dani tratando de devolverle la sonrisa—. Aunque no está mal del todo.

—No te importa que me siente, ¿verdad?

Antes de que Dani pudiera siquiera pensar en qué responder, el hombre ya se había acomodado con energía en el sillón frente a él.

—Eric —se presentó, tendiéndole la mano—. No esperaba verte hoy por aquí, si te soy sincero.

Dani estrechó la mano del hombre algo sorprendido. ¿Esperar verle? Quizá Shawn tenía razón después de todo.

—Ehm… Escucha, Eric. Pareces un tipo genial y eres muy guapo, pero no estoy interesado. —Eric se mostró sorprendido y, durante un segundo, dio la impresión de que quería decir algo. Dani le interrumpió—: Te aseguro que no es porque seas mayor que yo. Mi último novio tenía tu edad y, créeme, ese era el menor de sus problemas. De hecho, acabo de salir huyendo de su casa. Es una larga historia. Se trata más bien de que en este momento de mi vida…

—No he venido a hablar contigo por eso —le cortó Eric, enarcando una ceja.

—Oh. —Dani dio un largo trago a su bebida, intentando ocultar el rubor de sus mejillas. ¿Siempre estaban tan dulces los cafés del Starbucks o Shawn se había esmerado más de la cuenta?—. Pues entonces olvida lo que he dicho.

—Olvidado. —Era obvio que el tal Eric intentaba contener una sonrisa. Dani se preguntó si quizá era el momento adecuado de largarse también de allí. Tras unos segundos de incómodo silencio, Eric continuó—: Al principio creí que sería más fácil encontrarte en Leadworth, pero tras unos días descubrí que, más allá de la universidad, este café es el único sitio que pareces frecuentar con asiduidad…

—¿Qué? —Dani parpadeó mientras procesaba las palabras y se levantó de golpe—. ¿Me has estado siguiendo?

Definitivamente, era el momento perfecto para largarse de allí.

—No me malinterpretes —trató de apaciguarle—. No quiero hacerte daño. Necesito tu ayuda. Se trata de R*E*X.

Dani sintió cómo se le aceleraba el pulso al oír el nombre del grupo en voz alta. Hacía tanto tiempo que sólo formaban parte de sus pensamientos, como si fueran una realidad ajena a la que él estaba viviendo, que esa simple palabra fue la señal definitiva para salir corriendo. Agarró el abrigo con fuerza y abandonó el local a toda prisa, ignorando a Eric que, detrás de él, le pedía que regresase.

Su mente era una nebulosa, un torbellino de ideas aterradoras. Le habían seguido. Ese hombre había viajado desde Corea para buscarle. Conocían su relación con R*E*X. ¿Se trataba de un periodista? Sintió una punzada de pánico al pensar en Alex mientras se alejaba del café. Ni siquiera se había llegado a poner el abrigo.

Asimiló lo que estaba ocurriendo cuando ya era demasiado tar-de para poder hacer nada al respecto. El sonido del claxon le llegó lejano, como si estuviese presenciando una película sobre su propia vida, como si no fuera dirigido hacia él. Hubiera muerto sin haberse dado cuenta de cómo iba a morir realmente.

De repente, alguien le agarró con fuerza del brazo y tiró de él hacia atrás. Dani, aturdido, se quedó mirando el autobús que pasaba a pocos centímetros, a una velocidad amenazadora, todavía haciendo sonar el claxon. Se quedó quieto unos segundos, en silencio, reviviendo un recuerdo del pasado, un recuerdo que no le pertenecía a él, pero que había leído una y mil veces de la mano de Cris en su cuaderno verde. Poco a poco, se volvió hacia Eric, que todavía le sujetaba con firmeza. Había estado a punto de morir allí mismo, atropellado por un autobús como Harvey Nichols.

Eric estaba pálido y observaba a Dani con precaución. Parecía no estar seguro de si iba a darle las gracias por salvarle la vida o volvería a salir corriendo. Dani tampoco lo tenía demasiado claro.

—No soy un periodista —avanzó Eric, adivinando los temores de Dani—. No quiero hacer daño a R*E*X. Sólo quiero ayudarles. —Al ver que Dani permanecía quieto, lo soltó con cuidado. Carraspeó un poco y sus ojos adquirieron cierto aire solemne—. Hace tiempo, casi nueve años, dos de mis mejores amigos murieron por mi culpa. Quiero arreglar las cosas, quiero evitar que vuelva a ocurrir.

—¿Qué tiene que ver R*E*X en todo esto? —preguntó Dani, aturdido—. ¿Qué tengo que ver yo?