El club de lectura de las Aerolíneas Skywind - Silvia Aliaga - E-Book

El club de lectura de las Aerolíneas Skywind E-Book

Silvia Aliaga

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Beschreibung

Han Minho no se encuentra en su mejor momento. Tiene que lidiar con las numerosas citas a ciegas que le prepara su hermana, sus dos mejores amigos se han mudado fuera de Incheon y, para colmo, el correo electrónico que envió a todo el personal de las aerolíneas en las que trabaja, proponiendo abrir un club de lectura para los empleados, no ha recibido una sola respuesta. Al menos, hasta ahora... Kaya Baudin acaba de instalarse en París, alejada de todo lo que conoce. Dorian Thoresby y Carolina Cabrera no tienen nada en común, pero son amigos desde que se tropezaron en una calle de Queens, en Nueva York. Los tres trabajan en la misma empresa que Minho. Y los tres, por motivos muy distintos, acabarán respondiendo a su correo electrónico y uniéndose al club de lectura de las Aerolíneas Skywind. Lo que no saben es que ese pequeño gesto cambiará sus vidas para siempre.

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© Silvia Aliaga, 2023

Representada por Tormenta

www.tormentalibros.com

© de los detalles: Anastasiia Vasylyk/Shutterstock

y CRStocker/Shutterstock

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna: julio de 2023

ISBN: 978-84-19680-07-5

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para Desiré, porque solo nos faltó montar un club de lectura;

y para Betty, Dania, Naza y Nini, mis chicas

de la plaza Louis Lépine.

EL CLUB DE LECTURAS DE LAS AEROLÍNEAS SKYWIND

CAPÍTULO 1

LAS MUY IMPORTANTES REGLAS DEL CLUB DE LECTURA DE LAS AEROLÍNEAS SKYWIND

No fui consciente de todo lo que había perdido hasta que me encontré a mí misma en París. Hasta que me enfrenté a la temida soledad y salí triunfante. Allí me di cuenta de que, si yo permanecía, nada más importaba.

INGRID BAUDIN (escritora francesa):

Luz trémula sobre los tejados azules

ASUNTO: El club de lectura de las Aerolíneas Skywind

Han Minho (ICN Airport) a “BUZÓN: Todos los Destinatarios - Todos los Aeropuertos”

18 de enero a las 09:07 (KST)

Queridos compañeros:

Permitidme que me presente en primer lugar. Me llamo Han Minho y trabajo en el Servicio Terrestre de Atención al Pasajero del Aeropuerto de Incheon (Corea del Sur).

Como habréis leído en el último boletín, desde la dirección de Skywind se nos ha animado a idear nuevas iniciativas que nos ayuden a estrechar lazos entre todos los trabajadores de la empresa, romper las barreras culturales e idiomáticas y crear nuevas y provechosas relaciones de compañerismo.

Así pues…

¡Bienvenidos al club de lectura de las Aerolíneas Skywind!

El club de lectura de las Aerolíneas Skywind nace como un proyecto ambicioso que, como miembro fundador, me comprometo a sacar adelante con la máxima responsabilidad y dedicación. Os paso a enumerar las normas del club. Por favor, estudiadlas con detalle antes de decidir si queréis o no formar parte de él.

1. Se leerá una novela al mes.

2. Cada mes, uno de los miembros del club decidirá la siguiente novela que deberá leerse. Como miembro fundador, crearé un sistema justo para que todos los participantes del club tengan su oportunidad, en estricto orden, de elegir novela.

3. La novela escogida estará escrita por un autor originario del país en el que resida el miembro del club que la haya sugerido.

4. La novela escogida deberá haberse traducido al inglés para que sea accesible al resto de miembros.

5. Debido al punto anterior, se entenderá que todas las personas que se apunten al club de lectura de las Aerolíneas Skywind tienen la capacidad necesaria para comunicarse en inglés con fluidez.

6. Al final de cada mes, todos los miembros se comprometen a intercambiar las impresiones que les ha causado la novela. Para ello, se utilizarán los correos electrónicos profesionales de la aerolínea.

Estas reglas pueden estar sujetas a alguna modificación en los próximos días. De ser así, se informará al respecto.

Todos aquellos que quieran apuntarse al club deberán enviarme un e-mail con su nombre, apellido y el aeropuerto en el que trabaja. Las inscripciones se realizarán en orden de llegada. Cuando el número de miembros supere los cincuenta, se cerrará el periodo de inscripción (cincuenta personas es un número más que suficiente para intercambiar impresiones valiosas y enriquecedoras sobre las lecturas seleccionadas).

En caso de recibir más de cincuenta solicitudes, me plantearé abrir un segundo club de lectura. Os informaré también a su debido tiempo.

Un saludo, compañeros.

Deseo que tengáis muy buen día,

Han Minho

Ayudante de Mánager

Servicio Terrestre de Atención al Pasajero

Aeropuerto de Incheon - Corea del Sur

ASUNTO: Recuperación de contraseña de acceso

Carolina Cabrera (JFK Airport) a “BUZÓN: Equipo Informático - Incidencias”

6 de febrero a las 11:24 (EST)

Buenos días:

Necesito recuperar mi contraseña de acceso al sistema. Parece ser que mi usuario ha sido bloqueado. Mi nombre es Carolina Cabrera, con el número de empleado US547589.

Es posible que el error se deba a que me he incorporado antes de lo previsto de mi excedencia. Comuniqué a Recursos Humanos que iba a coger una excedencia hasta finales de mayo para hacer un voluntariado en Nepal, pero ha habido un cambio de planes y, finalmente, regreso hoy al trabajo.

Espero que se pueda solucionar cuanto antes.

Un saludo y gracias,

Carolina Cabrera

Ayudante de Mánager

Servicio Terrestre de Atención al Pasajero

Aeropuerto JFK - Nueva York - EE.UU.

ASUNTO: ¿Todavía estoy a tiempo?

Kaya Baudin (CDG Airport) a Han Minho (ICN Airport)

8 de febrero a las 17:25 (CET)

Hola, Minho:

Imagino que se habrá superado el número de inscripciones para el club de lectura hace días. No suelo leer el correo corporativo muy a menudo y se me pasó por completo (hace ya casi un mes que lo mandaste, lo siento mucho, sé que voy supertarde). Aun así, si queda algún hueco o se va a abrir un nuevo grupo más adelante, cuenta conmigo, por favor. Me encanta leer, tengo buen nivel de inglés y me gustaría estrechar lazos con compañeros de otros países.

¡Gracias!

Kaya Baudin

Empleada de Cafetería

Aeropuerto Charles de Gaulle - París - Francia

ASUNTO: Re: ¿Todavía estoy a tiempo?

Han Minho (ICN Airport) a Kaya Baudin (CDG Airport)

9 de febrero a las 08:05 (KST)

¡Hola, Kaya!

¡Bienvenida al club de lectura de las Aerolíneas Skywind!

Tranquila, no se ha superado todavía el límite máximo de inscripciones. Empiezo a sospechar que quizá fui un poco ambicioso al respecto. Por ahora, solo estamos tú y yo.

Sin embargo, la literatura francesa siempre me ha interesado. Será la oportunidad perfecta.

Muchas gracias por animarte a participar.

Un saludo,

Minho

P.D. Te envío un archivo adjunto con el carné del club, por si te lo quieres imprimir y plastificar.

Han Minho

Ayudante de Mánager

Servicio Terrestre de Atención al Pasajero

Aeropuerto de Incheon - Corea del Sur

MINHO

Minho tenía una cita a ciegas esa tarde, otra vez. Aunque agradecía el interés que ponían su madre y su hermana mayor en su vida amorosa, ahora que Minho estaba a punto de cumplir veintitrés años, había terminado el servicio militar y había encontrado un empleo estable, estaba convencido de que no iba a funcionar. Igual que no habían funcionado las otras citas que le habían concertado los últimos tres sábados por la tarde. En esta ocasión, la chica se llamaba Somin y era la prima de alguien. Minho había olvidado de quién, quizá de un compañero de trabajo de su cuñado o de la mejor amiga de su hermana. Pero al menos en esta ocasión la velada había resultado un poco distinta: Somin le había gustado más que las otras chicas. Sonreía con facilidad y, aunque se mostró un poco tímida al principio, hizo un par de comentarios que le hicieron reír.

Además, Minho estaba casi convencido de que él también le había gustado un poco a ella. Se había percatado de su mirada cuando se encontraron en la puerta de una de las modernas cafeterías del barrio de Ikseon-dong, y se había ruborizado cuando le rozó la mano al pasarle la taza de café. En un momento dado, hasta había llegado a insinuar que quería volver a verlo: Minho había mencionado lo poco que conocía Seúl pese a vivir tan cerca de la capital, y Somin había dejado caer que ella era una excelente guía turística.

Minho no tenía mucha experiencia con los flirteos, su vida amorosa había sido muy limitada hasta la fecha, pero había sonado claramente a eso.

Cuando abandonaron la cafetería, Somin le ofreció que, si no tenía otros planes para esa noche, la acompañase a la exposición de fotografía que una amiga suya inauguraba no muy lejos de allí. Minho se excusó con delicadeza y le dijo que estaba ocupado. Creía que había ido todo bastante bien para una primera cita, y no estaba seguro de que fuera a sentirse demasiado cómodo en una de esas modernas galerías de arte de aquel barrio, rodeado de los amigos de Somin.

Así pues, se despidieron con una tímida sonrisa y se separaron en direcciones opuestas. Cuando Minho llevaba ya caminando unos metros, sacó el móvil del bolsillo. Para sorpresa de nadie, tenía un mensaje de su hermana, preguntándole qué tal había ido, hacía ya más de veinte minutos.

También había un mensaje de Jisub, su mejor amigo. En realidad, más de uno. De hecho, era una interminable sucesión de mensajes larguísimos adornados con stickers de animalitos.

Jisub

Si la cita ha sido un desastre, llámame y te pasaré a buscar.

Salgo ahora de trabajar, y ha sobrado un montón de comida: tengo pollo con chili, jjajangmyeon y calabacín frito.

Si lo piensas, soy como tu madre, intentando que comas de un modo decente para convertirte en un hombre de provecho.

Pero yo voy en moto.

El plan es cenar en casa de Inna y ver la tele.

Si no sé nada de ti, entenderé que la cita no ha sido un desastre y, en ese caso, hablamos mañana.

Espero que toméis precauciones, ya sabes a lo que me refiero.

Minho soltó un bufido, a medio camino entre la risa y la indignación, y pulsó el botón de llamada junto al nombre de su amigo.

—Hay un punto intermedio entre que la cita haya sido un desastre y que esté ahora mismo de camino a su apartamento dispuesto a acostarme con ella —comentó a modo de saludo antes de que Jisub pudiera decir una sola palabra.

La risa de Jisub sonó al otro lado, y Minho sintió un alivio inmediato al escucharla. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo tenso que se encontraba por estar allí, tan lejos de su ambiente y tratando de entablar conversación con una chica desconocida.

—Dijiste que habíais quedado en el barrio de Ikseon-dong, ¿no? —preguntó Jisub—. Si me mandas la ubicación, puedo pasar a buscarte en un cuarto de hora.

—No sé, quizá debería coger el tren y volver a Incheon. —Minho vivía en la ciudad de Incheon, limítrofe a Seúl. Mucho más pequeña y, a ojos de Minho, mucho más sencilla que la ajetreada capital—. Tengo trabajo que hacer.

—¿Trabajo? —Incluso sin verlo, Minho estaba seguro de que su amigo había enarcado una ceja en uno de esos gestos dramáticos tan habituales en él—. ¿Un sábado por la noche?

—Es algo extralaboral; resulta que el club de lectura del que te hablé…

—Minho. —La voz de Jisub sonó firme—. Olvídate de ese club de lectura por hoy. Vas a venirte conmigo, vamos a ir a casa de Inna, vamos a ponernos hasta arriba de comida gratis y vamos a ver el nuevo drama de la KBS. El de la becaria de la revista de moda que se enamora de su vecino sin saber que él es una sirena abisal. Te necesito a mi lado para explicarle a Eunwoo por qué estoy invadiendo su casa por enésima vez esta semana y por qué a nadie le interesa el partido de la Liga de Campeones que van a retrasmitir en otro canal.

Minho rio, a su pesar. Eunwoo e Inna se habían casado a finales del año anterior y se habían mudado a Seúl. Él trabajaba como ayudante de gerente en unos grandes almacenes y ella de profesora de guardería. Inna era la mejor amiga de Jisub y de Minho desde la infancia: habían crecido juntos en la misma calle de Incheon y, desde que Minho tenía memoria, los tres habían sido inseparables. Una de sus aficiones favoritas desde pequeños era acurrucarse en el ático de casa de la familia de Inna todos los sábados por la tarde, cenar juntos y ver dramas ligeros para reírse de las tramas románticas, hasta tal punto que Jisub e Inna acabaron enganchándose sin remedio a ellos.

Aunque Minho no compartía del todo esa pasión, y tenía muy poco interés por saber qué ocurría con esa becaria de la revista de moda y su vecino sirena, tenía que admitir que le atraía la idea de pasar la noche con sus amigos y quedarse a dormir en el nuevo apartamento de Inna y Eunwoo. A pesar de sus excusas, no tenía muchas ganas de regresar a Incheon tan pronto. La casa de sus padres parecía más solitaria desde que su abuelo falleció, y más ahora que su hermana no vivía allí. Tampoco terminaba de hacerse a la idea de que sus amigos ya no estaban al otro lado de la calle. Puede que no se hubiesen ido muy lejos, apenas a cincuenta kilómetros de distancia, pero no era lo mismo. De lunes a viernes, la sensación de pérdida se disipaba un poco, distraído con el trabajo, las clases de inglés y el resto de obligaciones rutinarias, pero los fines de semana resultaban tediosos, con todas las personas de su edad con las que había crecido ocupadas en sus nuevas y emocionantes vidas. Aunque Inna y Jisub siempre intentaban animarle para que se acercara a Seúl en sus días libres, Minho llevaba un tiempo rechazando la oferta. No quería imponer su presencia. Inna acababa de casarse, al fin y al cabo, y Jisub trabajaba los fines de semana en un buffet libre para pagarse los estudios.

Echó un vistazo a su alrededor. No muy lejos de donde se encontraba, un grupo de jóvenes de más o menos su edad bromeaban entre ellos antes de entrar a un bar de copas. Lo hacían con la relajada familiaridad de saberse rodeado de la gente que mejor te conoce en el mundo, aquellos con los que se te permite ser tú mismo. Minho sintió una opresión en el pecho. Él también necesitaba algo así, y llevaba tiempo privándose de tenerlo.

—Vale, me rindo —cedió entonces, y le mandó a su amigo la ubicación—. Ven a buscarme.

La voz de Jisub sonó suave, casi aliviada, cuando contestó:

—Ese es mi chico. No te muevas de ahí.

CAROLINA

Dorian le había prometido encontrarse con ella sobre las seis de la madrugada, pero se las había apañado para colarse en el último momento en uno de los escasos vuelos nocturnos que unían el aeropuerto de Los Ángeles con el de Nueva York. Antes de las cuatro, Carolina ya había recibido un mensaje de su amigo: acababa de aterrizar.

Ella lo agradeció. Llevaba en el aeropuerto desde aquella mañana: había trabajado en las oficinas hasta casi la hora de cenar, y después se había acercado a las tiendas del duty free para cotillear, aunque también había estado un rato dándole vueltas a su café en uno de los Starbucks cercanos a la zona de salidas. Podría haberse ido a casa a descansar antes de regresar al aeropuerto para encontrarse con Dorian, pero Carolina prefería estar allí. Volver a su apartamento la deprimía; quedarse en el aeropuerto le resultaba mucho más natural. El apartamento en Greenwich Village les había pertenecido a ella y a Randy por igual, y ahora, sin él, era como una cáscara vacía. Sin embargo, el aeropuerto JFK era suyo, solamente suyo.

Antes de reunirse con su amigo, regresó a una de las tiendas que todavía quedaban abiertas y compró una botella de tequila y otra de mezcal. Justo cuando iba a pagar, cogió un par de bolsas de Doritos y una chocolatina Toblerone gigante. La cajera esbozó una sonrisa al reconocer la acreditación del personal de tierra que colgaba del cuello de Carolina.

—¿Un día complicado? —le preguntó

—Los he tenido peores —contestó, devolviéndole la sonrisa.

Dorian y ella tenían un lugar favorito en ese aeropuerto, un lugar que Carolina sabía que estaría vacío a esas horas y donde Dorian podría descansar un poco antes de coger otro vuelo de regreso a Londres. Un lugar perfecto para emborracharse y hablar: la pequeña sala de espera para clientes VIP de las aerolíneas Skywind, justo al lado de los salones y las cafeterías privadas. Una zona de paso apenas transitada de madrugada, cuando los clientes VIP ya descansaban en las salitas individuales donde se les facilitaban camas, duchas y servicio de restaurante y cafetería. No era la primera vez que Dorian y ella se escondían allí; habían pasado horas muertas tumbados en los sillones reclinables contemplando la enorme cristalera que mostraba una panorámica perfecta de la pista de aterrizaje.

La simple idea de reunirse con su mejor amigo le hizo sentir una emoción familiar en su interior. Echaba de menos a Dorian. Casi nunca le asignaban vuelos a Nueva York, y cada vez tenían menos oportunidades de estar juntos, siempre robando pequeños momentos de sus apretadas agendas.

Cuando subió las escaleras y llegó a la salita, Dorian ya estaba allí. Una figura alta y espigada, apoyada de medio lado en la cristalera, con la mirada perdida en el exterior. Todavía llevaba su uniforme de auxiliar de vuelo, de chaleco beige y camisa blanca, pero su pelo rubio estaba un poco revuelto y se había remangado las mangas a la altura del codo. Se giró al oírla llegar, y Carolina pudo apreciar lo cansado que estaba. Llevaba casi un día entero volando. Ella esbozó una sonrisa de disculpa y levantó la mano, a modo de saludo, para que viera la bolsa repleta de alcohol que había llevado. Dorian le devolvió la sonrisa y se acercó, acortando la distancia que les separaba en un par de zancadas. Antes de que Carolina pudiese reaccionar, él ya la había envuelto con los brazos y la había levantado varios palmos del suelo, en un gesto inesperado. Dorian y ella no solían abrazarse a menudo. Pese a llevar tantas horas fuera de casa, Dorian olía muy bien, una tenue mezcla de aftershave y tabaco. Por un instante, Carolina se transportó a Queens, el barrio de Nueva York donde había crecido y donde se conocieron siendo unos adolescentes. A todas esas tardes de verano fumando a escondidas en los porches detrás de la cancha de fútbol.

—Randy es gilipollas —le susurró Dorian al oído, con la cabeza enterrada en su cuello—. El tío más gilipollas que he conocido jamás. Espero que se tropiece haciendo senderismo por Nepal, se caiga de cabeza al río Bagmati y coja una buena infección testicular. ¿Sabías que el Bagmati es uno de los ríos más contaminados del planeta? Lo he googleado mientras venía hacia aquí.

Carolina soltó una carcajada y, al fin, se separó de él. Se miraron a los ojos, a pocos centímetros de distancia. Ahora que lo tenía más cerca, distinguió la sombra de preocupación en su rostro.

—Iba a escribirte hoy mismo y contártelo todo —se apresuró a decir antes de que Dorian volviera a hablar—. Ha sido tan repentino que necesitaba procesarlo primero, pero no quería que te enterases por un círculo verde junto a mi nombre en el chat interno de la empresa. Sé que Randy te gustaba, aunque ahora desees que se le caigan los huevos al río Bagmati.

—Bueno, tampoco me gustaba tanto —murmuró Dorian, y le arrebató a Carolina la bolsa que llevaba en la mano para echar un vistazo a las botellas de alcohol. Hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera y se dejó caer, con un suspiro de alivio, en uno de los sillones reclinables. En algún momento de todo ese proceso, debía haber abierto uno de los botellines de cerveza, porque le dio un trago, emitiendo un sonoro gemido—. Lo toleraba porque era tu pareja y porque sabía diferenciar entre Inglaterra, Gran Bretaña y Reino Unido, lo cual es algo que jamás se debería dar por sentado en lo que refiere al novio estadounidense de tu mejor amiga.

Carolina se tumbó a su lado y cogió el botellín a medio beber que le tendía Dorian. Se lo terminó del tirón y cogió otro.

—¿Sabes qué es lo que me dijo? Me dijo que no sentía que estuviésemos caminando en la misma dirección. ¿Qué significa eso?

—Significa que es gilipollas —respondió Dorian. Entonces, abrió el Toblerone y se lo ofreció a Carolina. Ella prefirió la bolsa de Doritos.

—No sé. Llevaba unos días raro, quejándose por todo. Según él, gasto demasiado dinero en cosas que no tienen ningún valor real.

—¿Como qué?

Carolina se recostó más en el sillón y levantó los pies en el aire para enseñarle a Dorian los zapatos que llevaba: unas botas tobilleras de color negro y suela roja de la marca Lauboutin.

—¿Son caras? —preguntó Dorian.

—Un poco —contestó Carolina, reprimiendo una mueca—. Fueron mi autorregalo por cumplir dos años en la empresa; me gasté gran parte del sueldo de noviembre.

No le mencionó los casi doscientos dólares que le había costado su nuevo corte de pelo. La media melena y las mechas castañas a la última moda que Carolina lucía en esos momentos habían sido otro de los puntos de conflicto en su última discusión. También era una de las cosas que más lamentaba de su ruptura: ni siquiera podía hacer un acto dramático y cortarse el pelo tras ser abandonada. Podía dejárselo más corto, incluso raparse al cero, pero sería tirar los doscientos dólares. Carolina estaba triste y algo confundida, pero no era idiota.

—Bueno, como si Randy no gastara dinero en sus caprichos… —la defendió Dorian—. Esos micrófonos y la mesa de mezclas que me enseñó la última vez que estuve en vuestro piso no tenían pinta de ser baratos.

—Él te diría que los necesita para trabajar en su podcast. Que es una inversión de futuro.

—Randy es farmacéutico. Un podcast mensual sobre Juego de Tronos no es un trabajo ni ninguna inversión de nada. —Exhausto, Dorian emitió otro suspiro y abrió la botella de mezcal sin mucha ceremonia, derramando un poco sobre los pantalones de su uniforme—. ¿Lo ves? Por culpa del gilipollas de tu exnovio ahora hablo como mi madre —se quejó—. En realidad, me gustaba el podcast de Randy. Me lo ponía a veces de fondo cuando salía a correr. Pienso desuscribirme hoy mismo.

—Yo lo hice ayer —le dijo Carolina, y se metió en la boca un buen puñado de Doritos—. Que le jodan a Jon Nieve.

Dorian soltó una carcajada y Carolina le imitó, sin poder contenerse, todavía con la boca llena. Resultaban una imagen curiosa allí tumbados, rodeados de botellines de cerveza, chocolate y comida basura. Frente a ellos, al otro lado de la cristalera, un avión de mercancías aterrizó en la lejanía. El tenue hilo musical de esa zona del aeropuerto reprodujo una melodía que Carolina estaba más que acostumbrada a escuchar varias veces al día. Cerró los ojos un segundo, sintiéndose en casa.

—Vuelvo a Queens —anunció por fin, girándose un poco hacia su amigo—. A casa de Lily. No puedo seguir pagando el alquiler de un apartamento en el Village con mi sueldo, y Randy tiene razón en algo, no he estado ahorrando mucho últimamente.

Dorian asintió, en silencio. Tendría que habérselo imaginado. Liliana Rivas había sido la tutora legal de Carolina hasta que esta cumplió la mayoría de edad. Carolina se había criado en Queens, en una casa de acogida regentada por ella, junto a un puñado de chicos más. Ahora, rozando los ochenta años, Lily apenas acogía ya a un par de niños, y había sitio de sobra para Carolina. De vuelta a su viejo barrio, a su vieja habitación y a sus viejos recuerdos.

El barrio donde había nacido, donde había aprendido a hablar inglés y español, a patinar sobre cuatro y tres ruedas, y a cocinar shucos y enchiladas. Donde había dado su primer beso, a la salida del cine, y se había fracturado la clavícula y el omóplato durante el festival de fin de curso. Donde había robado una revista en una tienda de prensa y gominolas solo para demostrarles a sus amigos que era capaz de hacerlo, y había regresado al día siguiente para dejar a escondidas un par de monedas sobre la máquina de palomitas de maíz.

El barrio donde se había enamorado por primera vez. De un chico inglés que huía de sus padres y del apartamento que habían alquilado de forma temporal en el Distrito Financiero de Manhattan, y que acabó pasando un verano entero al cargo de Lily, en la habitación contigua a la de Carolina. Un chico inglés que no tardó en regresar a casa y, pese a la distancia que en esos momentos parecía insalvable, se convirtió en su mejor amigo.

Carolina observó el elegante perfil de Dorian, tumbado en su sillón, con los mechones rubios cayéndole sobre la frente y los párpados casi entrecerrados por culpa del alcohol y el cansancio. Su relación siempre había sido complicada, pero la llegada de Randy había facilitado las cosas. Antes de eso, había sido Dorian el que había estado saliendo con una chica en Londres un par de años. Una relación turbulenta que acabó agonizando durante meses, hasta que ambos se rindieron. Después hubo otra chica durante unos pocos meses más. Desde entonces, Dorian había estado encadenando rollos de una noche con relaciones sin compromiso algo más largas.

De hecho, acababa de darse cuenta de que esa era la primera vez desde que tenían diecisiete años que Dorian y ella estaban solteros al mismo tiempo.

Bueno, en realidad sí que hubo una brevísima ocasión en la que ninguno de los dos había tenido pareja: hacía dos Navidades, antes de que Carolina conociese a Randy, justo cuando Dorian acababa de romper con su última novia. Pero ambos llevaban dos años fingiendo que esa Nochevieja, cuando Carolina viajó a Londres para visitar a Dorian, jamás había ocurrido.

Carolina alargó la mano para coger la botella del suelo y le dio un buen trago.

KAYA

Por primera vez en su vida, Kaya tenía una cita a ciegas esa mañana. No se trataba de una cita romántica, gracias a Dios, porque no se creía capaz de actuar de un modo funcional en ese tipo de encuentros. Ni siquiera estaba segura de que fuese a ser capaz de desenvolverse bien en una cita amistosa. Hasta unas semanas antes, Kaya había vivido en un pequeño pueblo de la región de Normandía de apenas dos mil habitantes, y allí todo el mundo se conocía. No estaba acostumbrada a presentarse ante una persona nueva y empezar desde cero, como un lienzo en blanco.

Aun así, aunque le asustase un poco la perspectiva, aquello era lo que más le había atraído de la idea de mudarse a París, por mucho que sus padres insistieran en que para trabajar de camarera no hacía falta irse tan lejos: las infinitas posibilidades del lienzo en blanco.

Allí nadie la conocía lo suficiente como para tener creada una opinión sobre ella. Era maravilloso. Además, con las únicas limitaciones de su horario de trabajo, Kaya por fin se sentía libre. Podía hacer lo que quisiera, podía comer lo que quisiera e irse a la cama cuando quisiera. Sobre todo, podía vestir como quisiera. Ya no había normas: estaba en París.

Sus padres temían que se sintiera algo sola tan lejos de casa. Pero no era una soledad tan terrible como cuando vivía en su pueblo, donde nunca llegó a sentirse integrada con los chicos de su edad y apenas tenía amigos. Era una soledad distinta, mucho más sencilla de sobrellevar. El piso donde vivía era enorme para ella, pero era consciente de la inmensa suerte que tenía de vivir gratis en el centro de París. En el barrio de Montmartre, ni más ni menos, en el apartamento de su tía abuela Ingrid. Quizá, cuando Ingrid se mudó allí en los años setenta, Montmartre aún era un barrio artístico, bohemio y de reputación algo dudosa, y los pisos tenían precios razonables. A día de hoy, Montmartre resultaba carísimo y muy popular entre turistas y parisinos.

Hasta ahora, Kaya había abrazado su nueva y bienvenida soledad manteniéndose ocupada durante sus días libres. Trataba de familiarizarse con su nuevo barrio, organizaba la casa y paseaba por la ciudad. En especial, le habían fascinado los pequeños puestos de libros junto al Sena y las tiendas de ropa de segunda mano del distrito de Le Marais. Se había comprado una increíble cazadora de cuero a un precio casi irrisorio, y no se la había quitado desde entonces. Jamás se habría atrevido a ponerse algo así en su pueblecito de Normandía.

A pesar de todo, empezaba a sentir la necesidad de compartir esos momentos con alguien, y la última semana ya no había sido tan divertida como las demás. Hacía unos años, afortunadamente, Kaya había entablado relación con una chica de Burdeos en unos campamentos en el sur de Francia. Seguían manteniendo el contacto desde entonces y, al enterarse de que se mudaba a París, le había ofrecido presentarle a un par de amigas que vivían allí.

Por eso Kaya tenía ese sábado una cita a ciegas: había quedado con esas dos desconocidas en una de las salidas de la estación de metro de la plaza Louis Lépine, para dar un paseo por el barrio latino y el mercado de las flores.

Mientras las esperaba, Kaya se apoyó en el murete de cemento de las escaleras del metro y revisó el correo electrónico del trabajo. Acababa de instalarlo en el móvil porque cuando estaba en el aeropuerto apenas tenía tiempo de mirarlo. Como camarera, no disponía de ordenador propio, y ya había perdido varios e-mails importantes, como aquel en el que se abría el periodo de inscripción para apuntarse a un club de lectura.

Lo había recibido semanas antes, pero no lo había visto hasta la tarde anterior. Antes de marcharse, Kaya había escrito rápidamente al organizador para preguntarle si aún había hueco, aunque tenía pocas esperanzas. No esperaba una respuesta demasiado rápida. Sin embargo, para su sorpresa, nada más entrar a su cuenta vio que ya había contestado.

Tenía plaza, al parecer. No se había completado el cupo máximo de miembros; de hecho, ella era la primera persona que había mostrado interés en el club de lectura. Kaya soltó una risita de sorpresa. El organizador, un tal Han Minho que trabajaba en el aeropuerto de Incheon, le adjuntaba el carné del club para que lo imprimiese y plastificase.

La risita de Kaya se convirtió en una verdadera carcajada, mientras le invadía una oleada de ternura al releer el correo de Minho. ¿Para qué iba a necesitar imprimir y plastificar el carné de un club online? Sobre todo, un club que solo contaba con dos miembros.

En ese momento, llegaron las dos chicas con las que había quedado. La saludaron con afabilidad y le informaron de que, debido a las buenas referencias que habían recibido de ella y lo absolutamente genial que era la cazadora de cuero que llevaba, no les había quedado otro remedio que «adoptarla» y ayudar a que se integrase en la gran capital. Kaya se olvidó entonces del club de lectura y se dejó llevar por las callejuelas del barrio latino, disfrutando de la agradable mañana de sábado, que había resultado inusitadamente cálida para tratarse del mes de febrero, y puso al día a aquellas chicas sobre su vida y su trabajo en el aeropuerto. Después de haberse tomado un par de vinos en un bistrot, una de ellas, que se llamaba Celine y trabajaba como recepcionista en un centro de taekwondo, propuso ir a comer a un restaurante coreano que conocía, no muy lejos de allí.

Fue entonces cuando Kaya recordó el correo electrónico. Lo había recibido de madrugada y, teniendo en cuenta la diferencia horaria con Seúl, Minho debía de haberlo escrito esa misma mañana, nada más despertarse. Se preguntó si Minho sería un chico joven, como ella. Su puesto como ayudante así lo sugería. Se preguntó también si estaría muy decepcionado por no haber obtenido mucho interés con su propuesta y si, en algún momento de su vida, se había llegado a sentir tan solo como se había sentido ella antes de mudarse a París. Por suerte, Kaya acababa de descubrir que un simple gesto (como que un par de chicas de su edad hubieran decidido adoptarla y pasar el sábado a su lado, o un correo entusiasmado dándole la bienvenida a un club de lectura) era capaz de transformar una semana un poco gris en algo mucho más luminoso. Quizá ella también podía tratar de devolver ese favor al destino poniendo algo de su parte.

—Antes de ir al restaurante, ¿os importa que pasemos un segundo por una reprografía? —preguntó a sus acompañantes.

MINHO

—Hay una cosa que no entiendo —comentó Eunwoo, que contemplaba escéptico la pantalla de televisión frente a él. Estaba sentado en el suelo, entre el sofá y la mesita baja donde Jisub había dejado la comida que había traído del restaurante—. Si se supone que la protagonista va tan mal de dinero que tiene que alimentarse a base de ramyeon y mantener dos trabajos a tiempo parcial, además de su nuevo empleo como becaria de moda, ¿de dónde ha sacado la pasta para comprarse un móvil Samsung de última generación? Y por otro lado…

Jisub se tapó los oídos con las manos, acomodado en el sofá junto a Minho e Inna.

—Por favor, ¿quieres dejar de cortarnos el rollo? Estás estropeando la experiencia inmersiva.

—Es cierto, cariño —intervino Inna, y le revolvió el pelo a su marido con la mano—. Está a punto de salir el otro protagonista masculino. Es un momento clave en cualquier primer capítulo de drama romántico que se precie. Así que, por favor, guarda un poco de silencio.

Eunwoo puso los ojos en blanco y alargó el brazo para atrapar con los palillos un par de trozos de calabacín. Minho se inclinó hacia delante y le dio una palmadita cariñosa en la espalda. Eunwoo era un buen tipo, siempre le había gustado. En el fondo, se esforzaba por encajar entre los amigos de su esposa. Minho era consciente de lo difícil que podía resultar lidiar con ellos cuando estaban los tres juntos.

—¿Y tú qué tal? —le preguntó Eunwoo a Minho, girándose un poco para encararlo. Debía de haber comprendido que él era el eslabón más débil de la cadena en cuanto a dramas románticos se refería. El único con el que quizá pudiese mantener aquella noche una conversación—. ¿Cómo van las cosas por el aeropuerto?

—Todo bien. —De repente, Minho recordó algo—. He abierto un club de lectura —comentó con orgullo.

—Creí que lo habías abierto hace semanas… —intervino Inna, distraída con la televisión—. ¡Espera! —exclamó, agarrando el brazo de Jisub y señalando al atractivo actor que acababa de aparecer en pantalla—. ¡Ahí está! ¡El otro protagonista! ¿Ponía en la sinopsis que es el heredero de un importante conglomerado hotelero?

—Siempre son herederos de conglomerados, y la protagonista siempre se queda con el primer chico y pasa de este —dijo Minho con desdén. Era la segunda vez en la misma noche que alguien le cortaba cuando empezaba a hablar de su club de lectura—. La serie se llama Mi novio es una sirena abisal, así que no creo que este personaje tenga ninguna posibilidad con la becaria.

Los tres se giraron hacia él, sorprendidos. No solía hablar de esa manera. Minho sintió que se ruborizaba al acaparar su atención.

—Lo siento. Es cierto que propuse el club de lectura hace varias semanas, pero hasta ayer nadie se había interesado por él —les explicó—. Esta mañana he visto un e-mail nada más despertarme. Antes de que digas nada… —añadió con rapidez, y levantó una mano en dirección a Jisub—. Sí, me meto en el correo de la empresa los sábados por la mañana; y sí, soy un adicto al trabajo.

Inna le sonrió con ternura.

—Tienes razón, Minho, perdona. Es genial que se haya apuntado alguien. ¿De dónde es? Creo recordar que vais a leer novelas del país de cada participante, ¿no?

—De París —respondió él, contento. Incluso con un solo miembro, el club de lectura le hacía mucha ilusión. Empezaba a convencerse de que no podría sacarlo adelante—. Se llama Kaya y trabaja en la cafetería de la sala VIP de la aerolínea, en el aeropuerto Charles de Gaulle.

—Así que Kaya, ¿eh? —repitió Jisub, esbozando una sonrisa de medio lado—. ¿Es guapa?

Minho se giró hacia su mejor amigo, ofendido.

—¿Qué? No sé si es guapa, y no me interesa saberlo. Hablamos de un club de lectura.

—¡Vamos! Vais a estar los dos solos comentando literatura francesa y coreana, intercambiando mensajitos constantemente… Dime que no te has preguntado ni un segundo cómo será.

Minho notó cómo volvía a ruborizarse.

—Creo que has visto demasiados dramas. No sé nada de ella, salvo su nombre y su puesto de trabajo. Puede que tenga cincuenta años.

De hecho, pensó, era más que probable que tuviera cincuenta años. Quizá tenía un hijo de la edad de Minho y por eso se había compadecido de él; se habría imaginado que nadie en su sano juicio se apuntaría a su triste club de lectura. Estaba convencido de que en algunos aeropuertos se habrían partido de risa al leer su correo. O quizá se había apuntado de forma legítima, pero al enterarse de que iban a estar los dos solos ya no le interesaba seguir adelante. No se había planteado esa posibilidad hasta entonces.

Inna chasqueó los dedos delante de su cara para hacerle regresar al mundo real. Siempre era capaz de reconocer cuándo Minho entraba en una espiral de pensamientos autodestructivos.

—Ignora a Jisub, os lo pasaréis en grande en ese club. Para estas cosas siempre es mejor un aforo pequeño. Ya verás cómo lo disfrutas. ¿A que sí? —añadió, y le dio un codazo a Jisub en las costillas.

—Eso es verdad —dijo Jisub rápidamente—. Además, no necesitas buscarte una novia francesa, te ha ido bien con la chica de esta tarde, ¿no?

Minho soltó una carcajada nerviosa ante los gestos de sorpresa de Inna y Eunwoo, que no estaban al tanto de su reciente cita a ciegas y que, durante los siguientes minutos, le bombardearon a preguntas sobre el tema. Hasta que, en la pantalla del televisor, el protagonista sireno, que en ese momento caminaba sobre dos piernas humanas, se abalanzó sobre la becaria de moda para evitar que la atropellase una camioneta de reparto; aquello acaparó de nuevo la atención de Jisub e Inna, esta vez de forma permanente.

Minho se dio por vencido, así que se acomodó mejor en el sofá y se relajó por fin. En ocasiones resultaba difícil mantener a raya su ansiedad, pero la presencia de sus amigos siempre le ayudaba a sentirse un poco más centrado. En ese momento, su teléfono móvil se iluminó con una notificación nueva encima de la mesa. Eunwoo lo cogió y se lo tendió, sin retirar él tampoco la mirada del televisor. Posiblemente se negaría a aceptarlo, pero también parecía interesado en cómo se desarrollaba el primer encuentro entre la becaria y el sireno abisal.

Minho frunció el ceño al descubrir que tenía un correo en su cuenta de las aerolíneas. Lanzó una mirada furtiva en dirección a sus amigos antes de abrirlo. Cuando lo hizo, tardó en comprender qué era lo que estaba viendo.

Se trataba de un e-mail sin asunto, solo con una fotografía adjunta. En ella, una chica de no mucho más de veinte años sonreía a la cámara. Tenía la piel clara, los ojos azules y llevaba el pelo oscuro recogido en dos trenzas un poco despeinadas. Vestía con una cazadora de cuero y un jersey granate holgado muy deshilachado, un jersey que la madre de Minho hubiese tirado a la basura hacía varios años, lo cual hubiese sido una pena porque a esa chica le quedaba genial.

Sujetaba algo en la mano y se lo mostraba a la cámara. De no ser por aquello, Minho jamás habría podido imaginar de quién se trataba antes de leer el nombre de la dirección de correo. Hizo zoom sobre la imagen para asegurarse bien y esbozó una sonrisa casi igual de brillante que la de aquella chica. Era Kaya Baudin, la camarera del Charles de Gaulle, y estaba sujetando un carné plastificado que la acreditaba como miembro del club de lectura de las Aerolíneas Skywind.

CAPÍTULO 2

LUZ TRÉMULA SOBRE LOS TEJADOS AZULES

Hoy hice la brujería

que me recomendó Marien:

«Para estar segura de olvidar

—me dijo—, la receta es estupenda,

al momento mismo

lo dejas de amar…».

LUZ MÉNDEZ DE LA VEGA (escritora y poeta guatemalteca):

Brujería útil

ASUNTO: ¿Empezamos?

Han Minho (ICN Airport) a Kaya Baudin (CDG Airport)

11 de febrero a las 09:15 (KST)

¡Hola, Kaya!

Espero que tengas un buen lunes. Vi la foto que me mandaste con el carné del club, así que supongo que ya no hay vuelta atrás: ¡el club de lectura de las Aerolíneas Skywind está en marcha!

Según las normas, hay que leer un libro al mes, así que ya podemos decidir qué novela leeremos en marzo. ¿Has pensado en algo? Quizá podríamos empezar por ti y escoger una novela francesa. Tenemos tiempo, así que medítalo con calma.

Vamos hablando sobre el tema. Pasa una semana genial.

Un saludo,

Minho

P.D. Creo que en la foto estabas en un restaurante coreano, ¿no? Imagino que París tendrá unos cuantos, nunca he estado allí.

Han Minho

Ayudante de Mánager

Servicio Terrestre de Atención al Pasajero

Aeropuerto de Incheon - Corea del Sur

ASUNTO: Re: ¿Empezamos?

Kaya Baudin (CDG Airport) a Han Minho (ICN Airport)

11 de febrero a las 13:06 (CET)

¡Hola!

¡Sí! Era un restaurante coreano. Me encantó la comida. Nunca había ido a uno; llevo poco tiempo viviendo en París, y en mi pueblo solo había una pequeña tasca y una heladería. No me acostumbro a todo lo que se puede comer aquí, y creo que tardaré una vida en probarlo todo. Supongo que en Seúl pasará igual. Parece una ciudad increíble.

Si te hubiera conocido cuando todavía vivía en mi pueblo, me habría muerto de envidia al imaginarte allí, pero estoy demasiado emocionada con París como para envidiar nada ahora mismo.

Dame un par de días para decidirme con el asunto de la novela. Tengo una en mente, pero antes quiero asegurarme de algo.

Pasa tú también una buena semana.

Kaya Baudin

Empleada de Cafetería

Aeropuerto Charles de Gaulle - París - Francia

ASUNTO: Re: Re: ¿Empezamos?

Han Minho (ICN Airport) a Kaya Baudin (CDG Airport)

12 de febrero a las 09:05 (KST)

En realidad, creo que te entiendo. Yo tampoco vivo en Seúl, sino en Incheon. Nací aquí y, aunque está tan cerca de Seúl que mucha gente no distingue cuando empieza una y termina la otra, para mí son muy diferentes. En Incheon las cosas son más sencillas. Seúl es una ventana al mundo entero (lo cual no deja de ser curioso porque es en Incheon, y no en Seúl, donde se encuentra el aeropuerto).

¡Tranquila! Tómate tu tiempo escogiendo la novela.

Han Minho

Ayudante de Mánager

Servicio Terrestre de Atención al Pasajero

Aeropuerto de Incheon - Corea del Sur

ASUNTO: He pensado en algo

Kaya Baudin (CDG Airport) a Han Minho (ICN Airport)

14 de febrero a las 8:03 (CET)

¡Hola, Minho!

¿Qué tal está yendo la semana?

Te escribo desde el tren de camino al trabajo. Esto está lleno de gente con ramos de flores y apenas son las ocho de la mañana. Seguro que van a buscar a alguien al aeropuerto para celebrar San Valentín. Una de las cosas que más me gusta de trabajar en el Charles de Gaulle es pasarme por las puertas de llegada y ver todas esas caras emocionadas, esperando que aparezcan sus seres queridos. ¿Celebráis San Valentín en Corea? Imagino que sí. ¿Se vuelve la gente tan loca en Incheon como en París?

He estado pensando en qué novela podríamos leer primero. Tengo una en mente, pero casi me da miedo sugerirla porque vulnera una de las normas del club. He estado revisando el correo que enviaste de presentación y mi propuesta incumple la número cuatro:

4. La novela escogida deberá haberse traducido al inglés para que sea accesible al resto de miembros.

Siento de verdad estar proponiendo saltarnos las normas con nuestra primera lectura, pero pensé que, ya que estamos tú y yo solos, tal vez podríamos hacer una excepción. También siento haber cotilleado tu ficha de empleado en la Intranet antes de mandar este correo. Sé que son datos públicos y que cualquiera de la empresa puede hacerlo, pero quizá debería haberte pedido permiso primero. Lo hice porque necesitaba comprobar si has estudiado francés y si puedes leer textos en este idioma. ¡Y resulta que tienes muy buen nivel! Según tu ficha, un C1 hablado y un C2 escrito. Enhorabuena.

Como ya habrás imaginado, el problema de la novela que quiero proponerte es que no ha sido traducida al inglés, ni a ninguna otra lengua. No tuvo mucho éxito en su momento, pero es muy especial para mí. Se titula Luz trémula sobre los tejados azules y su autora es Ingrid Baudin.

Supongo que habrás notado que comparto apellido con ella. Es mi tía, la hermana de mi abuelo, pero hace mucho que no la veo. Se mudó a París siendo muy joven, en los años setenta. Después, ha ido cambiando de residencia continuamente. Creo que ahora está pasando una temporada en el norte de Italia, no estoy muy segura. El apartamento en el que vivo, en el barrio de Montmartre, es suyo. No tiene una mala relación con mi familia, aunque en casa tampoco hablamos demasiado de ella, y creo que soy la única que ha leído su novela.

De verdad que es una historia fantástica y me encantaría que alguien más la conociese. ¿Qué me dices? ¿Nos saltamos las reglas?

¡Espero tu respuesta!

Kaya

P.D. La novela está descatalogada y no se encuentra fácilmente, pero yo tengo varios ejemplares de la primera (y única) edición en casa. Puedo hacerte llegar uno sin problemas.

Kaya Baudin

Empleada de Cafetería

Aeropuerto Charles de Gaulle - París - Francia

ASUNTO: Re: He pensado en algo

Han Minho (ICN Airport) a Kaya Baudin (CDG Airport)

14 de febrero a las 14:15 (KST)

¡Hola, Kaya!

Sí, aquí también se celebra San Valentín.

Y también suelo fijarme en el rostro de la gente cuando paso por las puertas de llegada. Me alegra saber que te gusta tanto como a mí trabajar en un aeropuerto. No puedo imaginar un lugar mejor.

No tengo mucho tiempo para explayarme, el día está siendo complicado en la oficina y luego tengo que salir corriendo al centro de Seúl, pero quería escribirte para decirte que… ¡adelante con tu propuesta! Nos saltamos las reglas.

Un abrazo,

Han Minho

Ayudante de Mánager

Servicio Terrestre de Atención al Pasajero

Aeropuerto de Incheon - Corea del Sur

MINHO

Minho se quedó mirando el correo que acababa de enviar, horrorizado. Lo había escrito deprisa, casi sin pensar, y desde luego no lo había releído. De ser así, no se le hubiese pasado por la cabeza despedirse de Kaya con «un abrazo».

«Un abrazo» no era nada profesional; nada apropiado entre dos compañeros de trabajo. Sin embargo, Kaya le había contado tantas cosas sobre sí misma y su familia en su último mail que Minho había olvidado de qué se conocían y le había respondido como si fuera Inna o Jisub, con total confianza. Cerró la pantalla del correo electrónico y volvió a su hoja de Excel, con un suspiro derrotado. No merecía la pena darle más vueltas al asunto, tenía demasiado trabajo por hacer, y el daño ya estaba hecho.

Quizá a Kaya no le importase, pensó al cabo de unos segundos, desviando la atención de nuevo del informe de gastos que debería estar calculando. Parecía una chica bastante abierta, incluso le había confesado haber buscado su perfil en la Intranet. Al recordarlo, Minho volvió a minimizar la hoja de Excel y tecleó su propio nombre en el Portal del Empleado. La ficha pública con su foto y sus datos básicos se abrió ante él. Se fijó en la foto. Se la hicieron su primer día en la aerolínea, hacía dos años y medio. Había terminado el servicio militar apenas un mes antes, y llevaba el pelo mucho más corto que ahora. Además, ese mismo fin de semana se había escapado con Inna y Jisub a la playa para celebrar su nuevo trabajo y había vuelto con las mejillas y el puente de la nariz quemados por el sol. Se inclinó un poco hacia la pantalla y entrecerró los ojos. No se apreciaba demasiado, por suerte. Su hermana le había ayudado a disimularlo para la foto con un poco de maquillaje. En términos generales, no estaba mal del todo. Mejor que Kaya viese su rostro por primera vez en la Intranet de la aerolínea que en un selfie. Minho odiaba hacerse selfies, se sentía muy torpe posando y casi nunca le gustaba el resultado. Jamás hubiera sido capaz de imitar la que Kaya le había enviado desde aquel restaurante coreano de París.

—Minho, ¿has sacado ya el informe? —preguntó una de sus supervisoras.

Él se enderezó de golpe en su asiento, sintiéndose culpable.

—Lo siento. Estoy en ello, dame diez minutos más.

Ella levantó en ese momento la mirada en su dirección. Era una mujer de mediana edad de aspecto severo, pero con la que Minho había simpatizado desde el principio.

—Estás un poco ausente —comentó con una ceja levantada—. Hoy es San Valentín, ¿no? ¿Tienes otra cita con la chica de la semana pasada? Puedes estar tranquilo, aunque haya trabajo saldrás a tu hora.

Minho se sonrojó. No estaba distraído por eso (al menos, no solo por eso), pero su jefa había dado en el clavo.

—Hemos quedado para tomar una copa en Seúl. Ha reservado en un bar del barrio de Gangnam donde sirven mojitos y tteokbokki.

La mujer soltó una carcajada.

—Extraña combinación.

—Debe de ser un sitio muy de moda. El otro día estuvo allí con sus amigas y se encontraron a uno de los presentadores de la SBS.

—Te dejaré salir media hora antes para que te dé tiempo a llegar con calma, pero, a cambio, mañana tienes que contármelo todo. Seguro que será mucho más romántico y emocionante que cenar comida recalentada con mi marido, que claramente se habrá olvidado de que hoy es San Valentín, y nuestros dos hijos adolescentes.

Minho sonrió, tratando de disipar el nerviosismo que se acababa de apoderar de él ante la perspectiva de los planes de aquella noche.

—Trato hecho.

CAROLINA

Aunque Carolina era consciente de que Queens era un barrio enorme, a ella siempre le había parecido muy pequeño. Al menos, la zona en la que había crecido y que conocía como la palma de su mano. Cuando era una niña, su mundo se limitaba a unas pocas manzanas de calles familiares con fachadas humildes y a la gran avenida Roosevelt, de edificios un poco más grandes, donde el metro avanzaba de forma ruidosa sobre un carril aéreo sostenido por gruesos pilares de hierro. Aquel metro, decían, podía llevarte hasta Times Square en muy poco tiempo a un módico precio, esa extraña zona de Nueva York donde solo se hablaba en inglés y apenas se podía caminar por la cantidad de turistas.

Hasta que, un buen día, ese mismo metro regresó de Times Square trayendo con él a un chico que llevaba demasiado perdido y que acabó encontrando en Queens su hogar, al menos durante un verano.

En aquella época, cuando Dorian Thoresby y Carolina Cabrera se conocieron con quince años, la ciudad de Nueva York comenzaba y terminaba en torno a la casa de acogida de Liliana Rivas. O así era para Carolina. No le interesaba lo que había más allá de la barbería de don Orlando, pasado el puesto callejero de libros de Yusef, que había venido desde Yemen y cuya hija mayor iba al mismo colegio que ella, hasta el apartamento de Marien, la mexicana, cerca de la parada de taxis, donde las mujeres latinas acudían a que les leyera la buenaventura.

Carolina nunca había llegado a desvincularse del todo de Queens. Solía ir a comer a casa de Lily al menos un domingo al mes, para ponerse al día de las novedades y pasar un poco de tiempo con la que había sido su tutora legal durante tantos años. Pero, cuando se encontró de nuevo frente a aquella casa de madera blanca y muro de ladrillo rojo, con un montón de maletas, cajas repletas de ropa y un funko de Baby Yoda, con sus botas Lauboutin y su nuevo corte de pelo de doscientos dólares, Carolina tuvo la sensación de que acababa de regresar de un viaje muy largo y extenuante. Un viaje que no había sido demasiado consciente de haber emprendido.

Lily la recibió como siempre: con un abrazo cariñoso que, esta vez, duró un poco más que de costumbre.

—Vamos, chachita —le dijo en español—. Tu antigua habitación te aguarda.

Era una mujer bajita y menuda, aunque, cuando se dejaba abrazar por ella, a Carolina le parecía enorme, capaz de protegerla del mundo entero. Tenía la piel oscura y curtida, y el pelo canoso permanentemente recogido en un moño repleto de trenzas que se sujetaba con lazos de colores vivos. Carolina tenía la teoría de que Lily combinaba el color de sus lazos dependiendo de su estado de ánimo, aunque no había sido capaz de sacar un patrón claro al respecto.

Lily nació en Mérida, en la península mexicana de Yucatán, y llegó a Estados Unidos a los once años con sus padres. La casa donde vivía era grande, de tres plantas y cinco habitaciones, y resultaba imposible ignorar las raíces mayas de su dueña cuando te adentrabas en ella. Como su pasión por las figuras de obsidiana, que decoraban casi todos los rincones de la casa, o las vasijas de cerámica de Ticul. La cocina-comedor abarcaba la planta baja casi por completo, a excepción del pequeño despachito donde Lily hacía sus gestiones en un ordenador de lo más anticuado. En su última visita, Dorian le había ofrecido comprarle un ordenador de pantalla plana, y alegó que ya nadie usaba ese tipo de monitores cuadrados más propios del siglo XX, pero ella se negó en rotundo.

—Si mi ordenador ha sobrevivido hasta ahora prestando un buen servicio, no merece que lo abandone durante su vejez. ¿No crees, muchacho? —le había dicho—. Más os valdría a los jóvenes de hoy en día aplicaros el cuento. Estáis acostumbrados a sustituir las cosas, o a las personas, en cuanto dejan de ser una novedad.

Dorian no volvió a sacar el tema, y Carolina tuvo que contener la risa ante la expresión frustrada de su amigo.

Desde luego, era raro instalarse de nuevo allí, en una casa colmada de recuerdos en cada rincón. Sabía que la que había sido su habitación durante tantos años había tenido algún que otro inquilino de forma temporal cuando ella se marchó para ir a la universidad. Aun así, seguía igual que la última vez que había dormido en ella: la misma colcha bordada con flores de colores brillantes, el mismo escritorio donde había pasado tantas horas estudiando para los exámenes del instituto, las mismas cortinas blancas y las mismas vistas al patio trasero.

Así se lo hizo saber a Lily, maravillada, mientras colocaba una de las maletas a los pies de la cama.

—Solo faltan los pósteres que solías colgar en las paredes —comentó Lily desde la puerta, con una sonrisa—. ¿Qué ha sido de ese grupo que te gustaba de niña? El de los tres jovencitos.

Carolina soltó una carcajada.

—Pues que se hicieron mayores, igual que yo. No les va mal. Uno de ellos se casó con una actriz de Bollywood y otro, con la reina de Invernalia.

Lily asintió con naturalidad. Carolina sospechaba que no había pillado la última referencia, pero Liliana Rivas era una experta en fingir que siempre estaba al tanto de todo. A sus casi ochenta años, odiaba admitir que había temas que no controlaba. Aunque, pensándolo bien, concluyó Carolina, quizá sí que había oído hablar de Sansa Stark. Quizá ella también escuchaba el podcast de su exnovio.

—Instálate con calma —le dijo Lily—. He preparado una buena cena para celebrar tu regreso. Mandaré a uno de los niños a buscarte cuando esté puesta la mesa.

Carolina asintió, agradecida.

—Tengo que llamar a Dorian para decirle que ya estoy aquí. Le prometí que lo haría. —Se acercó a Lily, que todavía estaba en la puerta, y le dio un sonoro beso en la frente—. Esto es de su parte, por cierto.

Lily sonrió.

—Dile que lo espero pronto por casa, y que se me cuide mucho. También dile que, si sigue con esa nueva moda de no comer carne, que al menos coma huevos con frijoles. Cada vez que viene está más descolorido, y eso solo puede ser por la falta de proteína. ¡Y dile que sea amable con las muchachas con las que sale! —añadió mientras se alejaba por el pasillo—. Y que beba manzanilla, el ambiente de las cabinas de los aviones es terrible para las defensas.

Carolina soltó una carcajada. Cuando se quedó sola, sacó el móvil del bolsillo de su abrigo, se tumbó bocarriba sobre la cama, con los pies en alto de la maleta, y llamó a Dorian. Al segundo tono, obtuvo respuesta.

—Lily te manda recuerdos —le dijo, todavía risueña.

No recordaba estar de tan buen humor desde hacía tiempo. Mucho antes de su ruptura con Randy. Aunque no podía verlo, por el tono de su voz supo que Dorian también estaba sonriendo.

—¿Ha mencionado ya que debería tomar frijoles y manzanilla? —preguntó.

Carolina volvió a reír, más fuerte aún.

—Eso me temo.

Al otro lado de la línea, Dorian soltó un suspiro cargado de ternura.

—Joder, cómo echo de menos aquello.

KAYA

Ese mediodía, en el aeropuerto Charles de Gaulle, Skywind operaba un solo vuelo con destino a Incheon, y Kaya no podía perdérselo. No es que planease subir a bordo, a pesar de que la posibilidad de encontrarse a menos de doce horas de Corea del Sur le resultase tentadora y terrorífica a partes iguales. En realidad, quería interceptar a uno de los miembros de la tripulación y entregarle el paquete que sostenía en la mano. Un paquete que la noche anterior se había esforzado en envolver con esmero y al que había pegado una etiqueta:

Para Han Minho

Miembro fundador del club de lectura de las Aerolíneas Skywind

Ayudante de mánager del Servicio Terrestre de Atención al Pasajero

Aeropuerto de Incheon

Era la mejor manera que se le había ocurrido para hacerle llegar un ejemplar de Luz trémula sobre los tejados azules sin gastarse un montón de dinero en un servicio de mensajería. Solo necesitaba que alguno de los auxiliares que iban a subir a ese avión estuviese dispuesto a ayudarla.

Programó su descanso justo a tiempo para escaparse a la terminal de salidas antes de que la tripulación comenzase a embarcar. Cuando consideró que era el momento preciso, recogió el paquete con el libro en su taquilla y salió rápido de allí. Al pasar de nuevo por el mostrador de la cafetería, cogió un pain au chocolat y lo metió en una bolsa de papel. Si iba a pedir un favor a un desconocido, era buena idea ofrecerle algo a cambio.