Estudiar, cuidar y reclamar - Karina Ramacciotti - E-Book

Estudiar, cuidar y reclamar E-Book

Karina Ramacciotti

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Beschreibung

La pandemia de COVID-19 dio a la enfermería una visibilidad pocas veces experimentada hasta entonces, dado que enfermeras y enfermeros fueron quienes oficiaron de "primera línea de batalla" frente al virus desconocido de escala global y vacunaron en la campaña sanitaria más importante de la historia. En este contexto tan excepcional, este libro analiza exhaustivamente el lugar central de la enfermería en el cuidado profesional de la salud desde el punto de vista de sus propios protagonistas y explora el modo en que tanto la formación como el trabajo de enfermería se vieron afectadas. Los veinte artículos que componen Estudiar, cuidar y reclamar. La enfermería argentina durante la pandemia de COVID-19 consideran que para entender las relaciones de cuidado es necesario considerarlas como un vínculo que responde a relaciones de género, familiares, comunitarias, de políticas públicas, intervenciones de expertos y profesionales, redes migratorias y relaciones económicas. Las concebimos, a su vez, como un fenómeno multidimensional, dinámico y complejo, con componentes científico-tecnológicos orientados hacia la dimensión biológica de la persona cuidada, y componentes humanísticos orientados hacia la dimensión emocional, intelectual, social, cultural y espiritual. La investigación que impulsó estos artículos fue realizada en tiempo real por parte de un conjunto de investigadores e investigadoras de diferentes regiones del país lo que implica contar con una perspectiva federal del tema abordado.

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ESTUDIAR, CUIDAR Y RECLAMAR

La pandemia de COVID-19 dio a la enfermería una visibilidad pocas veces experimentada hasta entonces, dado que enfermeras y enfermeros fueron quienes oficiaron de “primera línea de batalla” frente al virus desconocido de escala global y vacunaron en la campaña sanitaria más importante de la historia. En este contexto tan excepcional, este libro analiza exhaustivamente el lugar central de la enfermería en el cuidado profesional de la salud desde el punto de vista de sus propios protagonistas y explora el modo en que tanto la formación como el trabajo de enfermería se vieron afectadas.

Los veinte artículos que componen Estudiar, cuidar y reclamar. La enfermería argentina durante la pandemia de COVID 19 consideran que para entender las relaciones de cuidado es necesario considerarlas como un vínculo que responde a relaciones de género, familiares, comunitarias, de políticas públicas, intervenciones de expertos y profesionales, redes migratorias y relaciones económicas. Las concebimos, a su vez, como un fenómeno multidimensional, dinámico y complejo, con componentes científico-tecnológicos orientados hacia la dimensión biológica de la persona cuidada, y componentes humanísticos orientados hacia la dimensión emocional, intelectual, social, cultural y espiritual. La investigación que impulsó estos artículos fue realizada en tiempo real por parte de un conjunto de investigadores e investigadoras de diferentes regiones del país lo que implica contar con una perspectiva federal del tema abordado.

 

 

Karina Ramacciotti. Profesora y licenciada en Historia (UBA) y doctora en Ciencias Sociales (UBA). Investigadora principal del Conicet en la Universidad Nacional de Quilmes, donde es profesora titular de Historia Social. Dicta seminarios de posgrado en las universidades de Quilmes, General Sarmiento y José C. Paz. Es directora del proyecto PISAC COVID-19 “La enfermería y el cuidado sanitario profesional durante la pandemia y la pospandemia del covid-19 (Argentina, siglos XX y XXI)”, financiado por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación.

KARINA RAMACCIOTTI Editora

ESTUDIAR, CUIDAR Y RECLAMAR

La enfermería argentina durante la pandemia de COVID-19

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaAgradecimientosIntroducción. La enfermería y los cuidados en crisis sanitarias. Karina RamacciottiResurgimiento de problemas de la profesión al calor del estallido epidemiológico en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Jimena Caravaca y Claudia DanielSubjetividades y saberes en Santa Fe. Mariela Rubinzal, Paula Sedran, Sandra Westman y Viviana BolcattoEfectos de la crisis sanitaria en la formación y en el trabajo en Cuyo. Ivana Hirschegger, Virginia Mellado, Victoria Pasero y Carla Carabaca“Dejamos de ser invisibles”: la enfermería en Tucumán. María Estela Fernández y María del Carmen Rosales“Como estar en una película”: movilidades laborales en el Área Metropolitana de Buenos Aires. María Pozzio y Daniela Testa“Chaco exportó la maldita enfermedad a Corrientes”: la enfermería en el nordeste. María del Mar Solís Carnicer y Anabella Barreto OlivaAl fragor de la pandemia: trabajo, formación y reclamos en La Pampa. María José Billorou y Lía Mabel NorvertoRetratos de época: la agenda pública bonaerense. Grisel Adissi y Lía FerreroEl aislamiento comunitario en Villa Itatí y Villa Azul. Karina Ramacciotti, Gabriela Nelba Guerrero y Clara Gilligan“Ese miedo de que voy al hospital y me voy a contagiar”: emociones y trabajo en Mar del Plata. Débora Garazi y Guadalupe Blanco RodríguezRiesgos psicosociales en la enfermería de Mar del Plata. Eliana Aspiazu y Romina CutuliEl silencio no es salud: tensiones entre la vida pública y privada en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Adrián Cammarota, Karina Faccia, Marcelo Barrera y Juan Librandi“Lo disfruto y lo sufro todos los días”: narrativas sobre la enfermería en la zona sur de Buenos Aires. Lucila Mezzadra y Carla Mora AugierDe espacios, distancias y proximidades en el Gran La Plata. Paula Mara Danel, Mariángeles Calvo, Adriana Cuenca, Canela Gavrila y Alejandra Wagner“Que el barbijo no nos calle”: conflictos en la enfermería platense. Adriana Valobra, Graciela Queirolo, Sofía Malleville, Nadia Ledesma Prietto, Guillermo de Martinelli y Silvina AveniDe “elefantes y hospitalarios”: acciones gremiales de sindicatos y autoconvocados en Neuquén y Cipolletti. Anabel Beliera, María de los Ángeles Jara, Guillermo de Martinelli y Adriana ValobraEnfermeras en emergencia: demandas y protestas en Córdoba. María Laura Rodríguez y Liliana Valentina PereyraTrabajo y dinámicas formativas en Rosario. Natacha Bacolla y María Alejandra ChervoNuevos conflictos ante históricas demandas en Jujuy y Catamarca. Marcelo Jerez y Carla ReynaFuentes y bibliografíaLas autoras y los autoresMás títulos de Editorial BiblosCréditos

Agradecimientos

La pandemia de COVID-19 trastocó no solamente las realidades del sistema sanitario, sino que impulsó profundas reflexiones sobre el rol que tendrían que tener las ciencias sociales ante una crisis de semejante envergadura. Para quienes veníamos trabajando diferentes aspectos históricos y sociológicos en torno de los procesos sociales, políticos y culturales acerca del enfermar, curar y cuidar, muchas de las preguntas y los marcos teóricos utilizados para otras sociedades y períodos se pusieron en discusión a partir de marzo de 2020. El recuerdo de otras pestes y enfermedades volvió al presente como una forma de intentar comprender cómo otras sociedades, en otros tiempos, habían enfrentado fenómenos similares.

En este contexto el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación lanzó una convocatoria con el fin de invitar a las ciencias sociales para analizar y brindar explicaciones sobre los efectos de la pandemia de COVID-19. Una apuesta única en la región, que permitió reunir a diferentes investigadores de la Argentina con el objetivo de rastrear y analizar las problemáticas de la enfermería durante la pandemia de coronavirus en un país extenso y variado. La zona del Área Metropolitana de Buenos Aires fue cubierta por la coordinación de Adriana María Valobra, Paula Danel, María Pozzio, Grisel Adissi, Adrián Cammarota, Jimena Caravaca y Karina Ramacciotti. La región del noroeste fue organizada por Marcelo Jerez y María Estela Fernández. La región de Cuyo fue liderada por Ivana Hirschegger. La zona del Centro estuvo a cargo de Natacha Bacolla, Mariela Rubinzal y María Laura Rodríguez. La región pampeana, por Inés Pérez y María José Billorou, y la zona del nordeste por María del Mar Solís Carnicer.

Asimismo, no podemos dejar de destacar el compromiso de estudiantes, becarias y becarios quienes colaboraron en las múltiples tareas que implica investigar en ciencias sociales: hacer entrevistas, desgrabaciones, buscar bibliografía, armar bases de datos y gráficos, organizar de contactos, sistematizar y analizar datos y un sinfín de tareas realizadas en tan solo un año. Y quiero insistir en ello: un año marcado por vivencias atravesadas por múltiples problemas tales como los que impuso el aislamiento, los contagios (más o menos severos), fallecimientos de familiares y allegados por esta enfermedad y otras. Es decir, tanto el tipo de convocatoria y el tiempo del que dispusimos para concretar el proyecto nos han sacado de nuestras rutinas laborales habituales y de las líneas propias de investigación, y nos posicionaron en otro lugar como investigadoras e investigadores sociales. Nos condujeron a un rol más comprometido y un férreo reconocimiento de la importancia y la potencia del trabajo colaborativo.

Para lograr dicha investigación, el empuje y el acompañamiento de Fernando Peirano, Guido Giorgi y Catalina Roig desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación fueron claves para organizar las diferentes etapas de esta convocatoria. La Universidad Nacional de Quilmes prestó sus capacidades administrativas y de gestión para poder concretar en tiempo y forma esta investigación. En este sentido, la tarea y la empatía de Gabriela Muchaga y de la Secretaría de Investigación han sido de un valor inconmensurable. Asimismo, Nancy Calvo y Daniel González, directores del Departamento de Ciencias Sociales, lugar donde radica esta investigación, han permitido que muchas de las tareas fueran mucho más ágiles y amenas.

Un agradecimiento muy especial a una de las mejores investigadoras de la Argentina, Adriana María Valobra quien, con sus incisivas preguntas, atenta escucha y constante acompañamiento, fue un motor para poder concretar las diferentes etapas de esta investigación y el posterior libro.

Las versiones preliminares de esta obra compuesta por 20 capítulos y 52 autoras y autores se discutieron en la Universidad Nacional de Quilmes entre el 22 y el 23 de agosto de 2022 en las III Jornadas Interdisciplinarias de Estudios del Cuidado. La edición y corrección de este libro tuvo el compromiso de Javier Riera, Mónica Urrestarazu y Micaela Cataldi Evia por parte de la Editorial Biblos. Carolina Biernat, Carla Mora Augier y Daniela Testa colaboraron con sus atentas lecturas en reunir de manera prolija los artículos que componen este libro en medio de un sinfín de tareas profesionales y domésticas. Asimismo, nuestro agradecimiento a Villy Villian, autodenominada obrera del arte, quien logró captar por medio de la ilustración de la tapa las vivencias del personal de salud durante la pandemia de COVID-19.

No podemos dejar de mencionar el compromiso y la buena predisposición de las más de trescientas personas que hemos entrevistado y las mil trescientas que completaron la encuesta durante esta investigación. Sin sus voces, recuerdos, lágrimas y risas, este libro no podría contar sus vivencias durante una de las experiencias vitales más complejas de los últimos tiempos y, así, colaborar en registrar la historia de sus vidas, la de sus profesiones y honrar la memoria de las doscientas enfermeras y enfermeros fallecidos durante la pandemia.

 

Buenos Aires, diciembre de 2022

INTRODUCCIÓN La enfermería y los cuidados en crisis sanitarias Karina Ramacciotti

El 12 mayo se celebra el Día Internacional de la Enfermería en conmemoración del nacimiento de Florence Nightingale, considerada la impulsora de la enfermería moderna. A partir de la pandemia esa fecha fue una oportunidad para visibilizar el rol de los enfermos y las enfermeras como sostén indispensable del sistema de salud. En mayo de 2021, la Argentina estaba atravesando la segunda ola de casos COVID y tenía grandes dificultades para lograr un flujo sostenido de vacunas en medio de una puja desigual por su distribución. Dentro de ese contexto marcado por la conmemoración de la llamada “dama de la lámpara” y un sistema sanitario con demandas crecientes en medio de una pandemia, la ilustración que es la tapa de este libro circuló por redes sociales. Villy, una joven marplatense cuya madre había sido enfermera en otros tiempos, captó con precisión la situación del personal de enfermería durante la pandemia. Su dibujo muestra en un lugar protagónico a una enfermera dando cuenta del esencial rol que tuvieron para atender a las personas contagiadas, pero al mismo tiempo los obstáculos que existían en la sociedad para comprender que la reducción de encuentros sociales, hasta la difusión de la vacuna, era la forma más segura y con menor riesgo para evitar los contagios y el colapso del sistema sanitario. La tradicional imagen de la enfermera pidiendo silencio en la sala de espera deja abiertas algunas preguntas que este libro pretende problematizar. ¿Hasta cuándo el silencio será un símbolo de salud o bienestar? ¿Las lastimaduras de la cara de la enfermera por portar durante jornadas extenuantes el equipo de protección no merecen un justo reconocimiento social y salarial? ¿Los trabajos anclados en vocaciones no deben tener derechos laborales y sistemas de contratación dignos?

Esta imagen nos sirve como marco para introducir este libro que pretende analizar los cambios y las continuidades en la formación y en las condiciones laborales en el sector de la enfermería en la Argentina a partir de la crisis desatada por la pandemia de COVID-19. La enfermería, su historia, el proceso de profesionalización, los cambios en la formación disciplinar y los conflictos que se vivencian en los espacios laborales han sido abordados por las ciencias sociales en las últimas décadas, pero a partir de la crisis sanitaria tomaron otra relevancia en la medida en que antiguos problemas de la profesión se tornaron más visibles. Esto nos ha llevado a revisar conceptualizaciones previas y a preguntarnos de qué manera este nuevo evento crítico incide en las relaciones profesionales de cuidado y, en particular, en la enfermería dado que ocupa un lugar clave en el sostén del sistema sanitario.

Las investigaciones sobre la enfermería señalan que, en cuanto profesión, esta contribuye a la salud, a la seguridad física y al desarrollo de habilidades cognitivas, físicas o emocionales de las personas. Su trabajo intramuros se centra en el cuidado de cuerpos enfermos: los alimentan, limpian, asisten, medican, atienden quejas, ofrecen apoyo moral y ayudan a una muerte lo más digna posible, sin contar ni con capacitaciones ni contención psicológica para gestionar las emociones que se generan a partir del fallecimiento. Extramuros, se basa en las personas, sus familias y comunidades y tiene el objetivo de potenciar sus posibilidades de bienestar y acciones preventivas. Pese al aumento de tareas administrativas y los tratamientos de alta tecnología, el trabajo corporal, relacional y de interacción con la comunidad continúa siendo la aspiración del personal y, al mismo tiempo, una demanda de los pacientes. Esta actividad laboral se inserta en un entramado del sector salud que se caracteriza por contar con una estructura tripartita, fragmentaria y con notorias desigualdades territoriales: lo componen el subsector público, el de la seguridad social y el privado. Cabe señalar que la fragmentación y las desigualdades del sistema de salud, producto de una larga continuidad histórica, se deben engarzar con las particularidades del sector en cada una de las regiones del diverso territorio nacional. En cada zona las demandas generadas por la crisis sanitaria fueron diferentes y la satisfacción de estas es parte de un proceso de acomodación, de negociación y de tensión al interior del sector, con otras profesiones del cuidado, con los usuarios de los servicios y con las autoridades educativas y sanitarias nacionales y provinciales.

La pandemia de COVID-19 dio a la enfermería una visibilidad pocas veces experimentada hasta entonces dado que enfermeras y enfermeros fueron quienes oficiaron de “primera línea de batalla” frente al virus desconocido de escala global y fueron quienes vacunaron en la campaña sanitaria más importante de la historia. En este contexto tan excepcional, nos propusimos recuperar el lugar central de la enfermería en el cuidado profesional de la salud desde el punto de vista de sus propios protagonistas y nos abocamos a investigar respecto de qué modo tanto la formación como el trabajo de enfermería se verían afectados. Los artículos que componen este libro consideran que para entender las relaciones de cuidado es necesario considerarlas como un vínculo que responde a relaciones de género, familiares, comunitarias, de políticas públicas, intervenciones de expertos y profesionales, redes migratorias y relaciones económicas. Las concebimos, a su vez como un fenómeno multidimensional, dinámico y complejo, con componentes científico-tecnológicos orientados a la dimensión biológica de la persona cuidada, y componentes humanísticos enfocados en la dimensión emocional, intelectual, social, cultural y espiritual (Ramacciotti y Zangaro, 2019).

Como anticipamos, esta investigación se nutre de estudios previos que nos han permitido tender hilos entre el pasado y el presente y organizar un andamiaje de problemas y marcos teóricos. La historia de las mujeres investigó el proceso de profesionalización de la enfermería, y destacó la importancia de tener en cuenta los acuerdos y disensos entre los diferentes actores, tanto nacionales como internacionales, que se hicieron parte a la hora de dirimir los roles de la enfermería dentro del complejo sistema sanitario argentino. Desde la segunda década del siglo XX, la enfermería es un sector feminizado; en la actualidad, el porcentaje asciende al 85%. Dicha feminización tiene un trasfondo histórico dada la idea de que la enfermería se vincula con trabajos supuestamente vinculados a las tareas hogareñas como la limpieza o el cuidado, que han sido –y son– realizados por mujeres. Esta asociación, que liga una profesión con sus aparentes habilidades “naturales”, invisibiliza el proceso formativo y el conjunto de saberes y prácticas específicas de la labor. Estas desigualdades en torno a las concepciones del trabajo entre varones y mujeres no se originaron en el mercado laboral, sino que surgieron en otros espacios de la vida social y se mantienen al momento de su inserción laboral. La diferente socialización entre varones y mujeres contribuye a delinear la visión que tienen de sí, de sus posibilidades de acceder al mundo del trabajo, de qué tipo de empleos pueden incluir dentro de sus expectativas y cuáles son inalcanzables e impensables (Wainerman y Binstock, 1992; Lobato, 2007; Martin, 2015; Ramacciotti y Valobra, 2015, Martin, Queirolo y Ramacciotti, 2019; Ramacciotti, 2020).

Desde la sociología se han estudiado las problemáticas laborales que tiene el sector y se han demostrado las consecuencias negativas de la escasez de personal, el pluriempleo, la intensidad laboral, la constante exposición a riesgos de salud física y psíquica, el compromiso emocional con pacientes y la creciente exposición a situaciones de violencia. Las dificultades del sector para lograr canalizar sus demandas laborales por medio de sindicatos y repertorios de lucha tradicionales como las huelgas fueron explicadas por las características del trabajo en el cual la presencialidad es inevitable, ya que, si esta se suspende, corre riesgo la vida de las personas (Aspiazu, 2017; Malleville y Beliera, 2020; Pereyra y Micha, 2016). Además, en los últimos años diversos actores sociales y políticos se han pronunciado sobre el desgaste físico y emocional derivado de elevadas exigencias y de la extensión de la jornada laboral, que impactan en ausentismo, riesgos psicosociales y padecimientos mentales como el estrés o el burnout (Neffa y Henry, 2017).

Este libro es producto de una investigación radicada en la Universidad Nacional de Quilmes y financiada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Fue una experiencia inédita dentro de un contexto excepcional: investigar las consecuencias sociales de una pandemia en tiempo real. Estuvo conformado por más de 130 investigadores de todo el país. Los 16 nodos que formaron este equipo de trabajo se asentaron en diferentes universidades públicas nacionales y unidades ejecutoras del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Para poder abordar las problemáticas de una mayor cantidad de regiones que las correspondientes a la zona de radicación de cada director o directora de nodo, según la composición de los equipos de trabajos, también se pudo relevar y analizar la situación de Catamarca, Neuquén, Río Negro y Chaco.

La mayoría de los integrantes proviene de la historia, pero hay también profesionales de sociología, enfermería, trabajo social, ciencias políticas, comunicación social, antropología, psicología, comercio internacional, terapia ocupacional, letras, ciencias sociales, geografía y educación para la salud. La composición interdisciplinaria y federal permitió potenciar el trabajo y dinamizarlo a partir de diálogos más amplios que los que imponen las propias disciplinas. Otra peculiaridad de la composición del equipo es la distribución según género. Está compuesto en el 86% por mujeres. Esto no resulta azaroso. Así como las mujeres hemos sufrido históricamente discriminación en el campo académico en términos de ascenso y reconocimiento, también muchos de los temas que hemos abordado se han considerado secundarios o poco relevantes (Valobra, 2019). Por ello, no sorprende que la composición de nuestro equipo sea eminentemente femenina y que seamos las mujeres quienes más nos interesamos por la temática de los cuidados y, en este caso en particular, por la enfermería. No es una exclusión adrede de varones la que resulta de esta composición. Muchos colegas que se asumen como varones lo integran en virtud de sus saberes expertos y/o su interés genuino en la temática. En todo caso, la lógica es amplia e inclusiva, y no restrictiva y excluyente. Se trata de una política de acción positiva que se ha impulsado desde la convocatoria uniendo la problemática de género con la generacional, razón por la cual también se ha propiciado que la dirección de los nodos esté a cargo de personas menores de cuarenta años para que se inicien en el liderazgo y la conducción de proyectos (Ramacciotti, 2022a).

¿Cómo investigar en la pandemia?

La propuesta metodológica sobre la cual está construido la investigación que sintetiza este libro se basa en tres ejes.1 Uno de ellos es la elaboración, distribución y análisis de una encuesta autoadministrada, de carácter nacional. Por otro lado, se realizaron 30 entrevistas en profundidad a integrantes del sistema sanitario nacional, provincial, a líderes sindicales y a autoridades universitarias y legislativas. Asimismo, efectuamos 274 entrevistas a enfermeras y enfermeros en ejercicio, lo que posibilitó que las entrevistadas y los entrevistados pudieran transmitir, en tiempo real, el impacto de la pandemia en su trabajo cotidiano y en lo relativo a sus prácticas profesionales, conocimientos y formación. Las personas entrevistadas trabajaron principalmente en ámbitos de gestión pública tales como hospitales, centros modulares, centros de vacunación, unidades febriles, puestos de frontera, geriátricos y también hubo testimonios de enfermeras que cumplieron tareas en sanatorios privados, en cuidados domiciliarios y en tareas de teleenfermería. Asimismo, realizamos la búsqueda, la clasificación y el análisis de documentos; esto incluye leyes, programas, resoluciones y artículos periodísticos en medios digitales.

La muestra para hacer esta investigación, tanto de la entrevista como de la encuesta, la realizamos sobre la base de un informe oficial que realizó el Ministerio de Salud llamado Estudio de situación de la formación y el ejercicio profesional de la enfermería en Argentina (Ministerio de Salud de la Nación, 2020). Es decir, un registro oficial estadístico realizado por el equipo del Observatorio Federal de Recursos Humanos en Salud del Ministerio de Salud de la Nación. Este conjunto de datos permitió elaborar una muestra significativa de la cantidad de personas que deberíamos entrevistar y encuestar por región. Ese análisis nos dio como resultado que teníamos que entrevistar, como mínimo, a 216 personas del sector de la enfermería y realizar, como mínimo, 1.000 encuestas online. Para tener una muestra más representativa, las variables se consideraron en función del tipo de titulación, el género, la edad, la región y si trabajan en el sector público o privado.

El diseño de la encuesta significó un interesante debate metodológico hacia el interior del equipo. La idea original era que fuera vía telefónica, pero luego desistimos porque iba a demandar mucho más tiempo y una logística difícil de implementar en un contexto de restricciones sanitarias. Asimismo, consideramos que ello habría dificultado uno de los objetivos del proyecto: contar con resultados en un año para poder tener un diagnóstico de las consecuencias de la pandemia sobre el sector. Fue así que decidimos que la encuesta se realizara utilizando plataformas virtuales de tipo videoconferencia.

En primer lugar, diseñamos las 103 preguntas de la encuesta a partir de subequipos compuestos por integrantes de todos los nodos. Luego, solicitamos su lectura entre las compañeras del equipo que son enfermeras para comprobar que el formulario fuera lo más claro y comprensible posible. La prueba del guion de la encuesta pasó por tres etapas de revisión. Comenzamos a realizarlo en diciembre de 2020 y lo culminamos en febrero de 2021. Todo el trabajo se realizó siguiendo las normas éticas vigentes y con la aprobación del comité de ética del Hospital Nacional Posadas. La encuesta fue anónima y el tratamiento de los datos se desarrolló de acuerdo con el uso de procedimientos que guardaron la confidencialidad de las respuestas. Los nombres de las personas fueron modificados para resguardar la identidad y la confidencialidad de los datos. Una vez que concluimos la realización del formulario de la encuesta, la hicimos circular por medio de un folleto en redes sociales, con el objetivo de convocar a la mayor cantidad de personas interesadas en completarla.

El resultado de la convocatoria fue altamente sorprendente por el grado de participación e involucramiento. Iniciamos la encuesta el 3 de junio y hasta el 30 de junio se obtuvieron 1.483 respuestas; es decir, superamos la cantidad mínima que requeríamos. En algunas provincias, por ejemplo, en Tierra del Fuego, en Neuquén o en Catamarca, contamos con pocas respuestas y hubo que redoblar esfuerzos para conseguir el piso mínimo.

El guion para las entrevistas en profundidad fue redactado entre diciembre de 2020 y febrero de 2021, y también contó con tres pruebas. Empezamos el proceso de entrevistas el primero de abril de 2021 y para fines de julio ya contábamos con 274 entrevistas. La forma de difusión fue similar a la de la encuesta: se realizó a través de un folleto que circuló por redes sociales, WhatsApp y correo electrónico. Quedamos muy sorprendidas por la repercusión y el interés que suscitó la convocatoria. Nuestras incertidumbres eran muchas al empezar con esta investigación porque pensamos que, en un contexto de pandemia, las enfermeras no iban a colaborar con esta investigación dado el cansancio, o por falta de tiempo. No obstante, sucedió todo lo contrario; el interés por contar sus experiencias y dar a conocer sus historias, que excedía en creces las preguntas que les hacíamos, fue una característica distintiva en esta etapa de la investigación. Algunas entrevistas se realizaron de manera presencial, pero luego entramos en la segunda ola de la pandemia, es decir, en el momento de mayor cantidad de contagios, por lo que tuvimos que proseguir vía Zoom, Google Meet o llamadas telefónicas.

En un principio nos preguntábamos si realizar las entrevistas de este modo no entorpecería el clima de trabajo, pero, para nuestra sorpresa, se trató de todo lo opuesto. Son entrevistas cargadas de emotividad, signadas por la apertura en el diálogo y con una notoria avidez por compartir sus experiencias laborales. Las entrevistas generaron en el equipo empatía, angustia y miedo. Los relatos fueron dramáticos ya que se recibían de primera mano las experiencias de contagios, los cambios en las rutinas laborales, las afectaciones de sus familias, la pérdida de compañeros de trabajo, la alta tasa de óbitos en los pacientes una vez que ingresan a terapia intensiva, la impotencia de implementar estrategias que suelen ser efectivas, pero que ante el coronavirus y sus efectos no daban buenos resultados. Asimismo, surgieron las dificultades en el transporte público, la situación salarial-económica, la precariedad de algunas situaciones laborales establecidas previo a la pandemia y agravadas durante su transcurso.

Es decir, este espacio también propició un momento de reflexión en el cual estuvo involucrada la propia experiencia de estar investigando un fenómeno que impactó en nuestras existencias y que, estábamos seguras, traería consecuencias sociales, políticas y culturales profundas. Retomando las ideas del artículo “De espacios, distancias y proximidades en el Gran La Plata” de Paula Danel, Mariángeles Calvo, Adriana Cuenca, Canela Gavrila y Alejandra Wagner las narrativas que recuperamos se produjeron desde el conflicto, pero un conflicto que no estaba homogéneamente articulado, masificado, ni sindicalmente organizado. Se trataba de conflictividades entrelazadas, sentidas, que asumen dolorosos malestares de una experiencia pandémica global. La responsabilidad del cuidado sanitario en contexto de alta demanda requería ser narrada, relatada y alojada y ahí reside el desafío de este libro.

La agenda de contacto estuvo organizada a partir del método de “bola de nieve”, es decir, un contacto fue llevando a otro. Es cierto que nos costó más entrevistar a algunas personas, debido a que en la Argentina el personal de enfermería se divide en tres sectores según titulación: licenciatura, tecnicatura y auxiliares. Las enfermeras que tienen como titulación la licenciatura (32%) cuentan con una formación universitaria de gestión pública o privada de cinco años, las tecnicaturas (52%) implican una formación de pregrado universitario o carrera corta en tecnicaturas en Enfermería de tres años y las auxiliares tienen una formación de solo un año. Esta última formación (16%) se encuentra en franco retroceso como grado de titulación, pero quienes tienen ese diploma siguen en ejercicio y, durante la pandemia, se han dado dos situaciones: algunas dejaron de trabajar por edad avanzada o por mayor riesgo de contagio, y otras fueron contratadas, a pesar de que, en muchas jurisdicciones, como el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, su ejercicio no está reglamentado para las nuevas contrataciones. Los datos de la encuesta revelan que en el país el 2,7% de quienes ejercen tareas de enfermería lo hacen sin poseer titulación formal. Los números difieren sustancialmente en otras jurisdicciones. Por citar un ejemplo, de quienes respondieron a la encuesta en la provincia de La Pampa, el 16,3% declara no poseer titulación formal. En provincias como Chaco y Corrientes ese porcentaje de respuestas se ubica alrededor del 11%.

Esta disparidad en la formación influyó en el interés por participar. Por lo general, tuvimos una excelente recepción e interés para hacer la entrevista por parte de las licenciadas y las técnicas. En el caso de las auxiliares, se presentaron más inconvenientes para contactarlas, fuera porque estaban más afectadas por el pluriempleo y contaban con menos tiempo disponible o porque tenían dificultades de conexión para las plataformas de Zoom o Google Meet. También esbozaron ciertos temores en torno a que sus datos fuesen utilizados de forma prejudicial y/o que sus empleos se vieran afectados. Otro obstáculo que nos encontramos durante la investigación es el relato de situaciones de quienes tienen el título universitario de licenciadas, pero que no se registran bajo esa titulación. Jimena Caravaca y Claudia Daniel en “Resurgimiento de problemas de la profesión al calor del estallido epidemiológico en el Área Metropolitana de Buenos Aires” relatan uno de los tantos casos registrados en las entrevistas: Silvia, una licenciada en Enfermería quien se desempeña en el sistema sanitario de la ciudad de Buenos Aires y no tiene su matrícula con dicha titulación. Según explican las autoras, la decisión de Silvia se refiere a las trabas administrativas y burocráticas que la matriculación implica y que el esfuerzo no repercute en el reconocimiento económico ni simbólico. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, desde la sanción de la ley 6.035 en 2018, el gobierno encuadra a enfermeras y enfermeros como personal administrativo, no como profesional de la salud, como sí hace con médicas y médicos, y otras disciplinas relacionadas (psicología, kinesiología, nutrición, bioquímica, obstetras, etcétera). Este hecho tiene tanto consecuencias simbólicas como materiales. En primer lugar, acarrea el desprestigio de la formación profesional en enfermería y su puesta como saber menor frente a las otras disciplinas que se ponen en práctica en el cuidado de la salud. En segundo lugar, los salarios de enfermeras y enfermeros en cuanto personal administrativo no tienen relación con los que perciben otras profesiones del mundo de la salud reconocidas como tal. Esta situación también se replica en la provincia de Buenos Aires tal cual es señalado en el artículo “«Que el barbijo no nos calle»: conflictos en la enfermería platense”, de Adriana Valobra, Graciela Queirolo, Sofía Malleville, Nadia Ledesma Prietto, Guillermo de Martinelli y Silvina Aveni.

Otro recurso para poder alcanzar los objetivos de investigación fue el relevamiento de las noticias periodísticas publicadas en medios, en formatos digitales, entre marzo de 2020 y junio de 2021, dado que es el mes en el cual se registró el mayor número de contagios en la Argentina. Para agilizar la búsqueda de los medios digitales, recurrimos a la técnica de scraping que nos permite automatizar la búsqueda y extraer los hipervínculos según las palabras clave de los medios seleccionados. La búsqueda se concentró en periódicos nacionales, provinciales y municipales, lo que posibilitó identificar los matices locales. Consideramos que es importante reconocer las diversas temporalidades de la pandemia, dado que no afectó por igual y al mismo tiempo a todas las regiones en la Argentina, y que el dengue más que el coronavirus, entre enero y mayo, afectó y tensionó con mucha preocupación en algunas zonas (por ejemplo, Catamarca, Tucumán, el Área Metropolitana de Buenos Aires –AMBA–, Chaco y Corrientes).

En función de esta propuesta metodológica, este libro sintetiza la producción realizada por el equipo de investigación. Ordenamos los resultados teniendo en cuenta las consecuencias que se produjeron a partir de las primeras medidas de restricción sanitaria en 2020 en los espacios de formación y laborales. En segundo lugar, y vinculado con el punto anterior, revisaremos las consecuencias que trajo para la enfermería trabajar en un contexto excepcional. No solamente incrementó el ritmo de trabajo, sino que modificó las relaciones familiares dado que el coronavirus es altamente contagioso y hasta el surgimiento y la difusión de vacuna sus consecuencias eran severas para personas mayores y con enfermedades previas. El tercer grupo de trabajos se centra en los conflictos laborales que se potenciaron durante el período y revivieron antiguos reclamos en un contexto de emergencia sanitaria.

Aprendizajes y prácticas del cuidado

Entre las últimas décadas del siglo XIX hasta la actualidad, los diferentes espacios formativos de enfermería en la Argentina han asumido características específicas. Los estudios históricos mostraron similitudes y diferencias interprovinciales, un panorama plural, diverso y complejo sobre los procesos de profesionalización. Históricamente, la enseñanza en enfermería en el país cuenta con algunos momentos que se destacan por sobre otros. El primero tiene como protagonista central a Cecilia Grierson. La primera médica argentina fue clave debido al envión que brindó a la organización de los cursos de primeros auxilios; primero en los consultorios de los médicos porteños y luego en las dependencias de la Asistencia Pública de la ciudad de Buenos Aires (Martin, 2015). El segundo momento puede ubicarse en los años 40, tanto por el rol que tuvo la Fundación Rockefeller en la región, y en particular en la Argentina, en la organización de la primera escuela de enfermería universitaria en Rosario (1940-1943), como en la creación de los espacios formativos implementados por el peronismo: la Escuela de Enfermería bajo la tutela de la Secretaría de Salud Pública (1947) y la Escuela de Enfermeras de la Fundación Eva Perón (1948). Por último, se alude a los cambios acontecidos en los años 60 a la luz de las recomendaciones de los organismos internacionales de salud, a las formas en que tales acuerdos se implementaron y a los cambios impuestos a la enfermería, en especial, la importancia del estatus universitario en la formación de enfermería para incrementar la cantidad de egresadas y mejorar la calidad de sus pericias. Así pues, desde el siglo XX, variadas han sido las voces que han señalado la escasez de personal capacitado para atender las crecientes, múltiples y diversas demandas del sistema sanitario y las dificultades que ha tenido la profesión para obtener mejoras salariales de acuerdo con las tareas desarrolladas, situación que quedó mucho más visibilizada durante la pandemia (Ramacciotti, 2020).

A partir del siglo XXI dos acciones se suman en este sentido. En primer lugar, la ampliación del sistema universitario a partir de 2010 y las políticas que estimularon la profesionalización de la fuerza de trabajo, focalizadas en el nivel técnico y de educación superior. Como ejemplo de ello, en 2013, y por una presentación de la Asociación de Escuelas Universitarias de Enfermería de la República Argentina, se sumó el título de licenciado en Enfermería a la nómina de títulos previstos en el régimen del artículo 43 de la Ley de Educación Superior 24.521, lo cual implicó su inclusión en la lista de profesiones reguladas por el Estado (resolución 1.724/13). La adecuación curricular y los estándares de acreditación de la carrera fueron aprobados en 2015 abriendo, con ello, un proceso de sucesivas revisiones en el ámbito regional para adecuar los planes vigentes a las nuevas pautas. La consolidación de la enfermería como carrera de grado universitaria implicó la estructuración de planes de estudio más extensos. La carrera está compuesta por un primer ciclo de tres años con titulación en enfermería profesional o universitaria (lo que se asocia a una “tecnicatura”) y un segundo ciclo con dos años más de cursado que completan la licenciatura universitaria.

En segundo lugar, la creación en 2016 del Programa Nacional de Formación de Enfermería (Pronafe), dependiente del Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET) impulsó la mejora de los recursos materiales con el equipamiento integral de los gabinetes de práctica, aumentó el número de becas estudiantiles (a los fines de garantizar el acceso, la permanencia y la promoción de los estudiantes), creó un mayor número de instituciones donde cursar la carrera, capacitó a docentes y directivos. El Pronafe nuclea 201 instituciones con oferta de Tecnicatura Superior en Enfermería, de los cuales 143 son de gestión estatal (71% del total de instituciones) y 58 de gestión privada, distribuidas en 15 provincias. En 2019, 28 universidades públicas nacionales con oferta de enfermería firmaron acuerdos de adhesión a algunos beneficios del programa (Pronafe, 2021).

La carrera se cursa en 53 universidades nacionales y 250 escuelas técnicas. Los números que grafican su expansión son los siguientes: 30.000 nuevos inscriptos por año a nivel nacional y aproximadamente 78.000 estudiantes universitarios y de escuelas técnicas. Los cambios curriculares y la homologación de títulos técnicos para favorecer la articulación entre instituciones educativas técnicas superiores y universidades posibilitaron la culminación de los segundos ciclos y un salto cualitativo en la formación y en las vivencias de transitar por espacios de educación superior (Repetto Andrada, 2020; East, Laurence y López Mourelo, 2020).

Si bien estos datos eran alentadores para 2019, la pandemia y las consecuencias que generó en el sistema de salud pusieron, una vez más, en el centro de la escena la falta de personal de enfermería. En las instituciones formativas se plantearon grandes desafíos y nuevas estrategias de aprendizaje frente a la inminente necesidad de asegurar, de algún modo, la continuidad de los estudios, la finalización de las carreras y la pronta inserción laboral de egresadas y egresados. La emergencia sanitaria a partir de la COVID-19 puede ser entendida como un capítulo más en la estrecha relación entre ciertos contextos macrosociales (como guerras, catástrofes, epidemias, etcétera) y el impulso de cambios pedagógicos y curriculares en la enfermería (Ramacciotti y Testa, 2021).

A partir de marzo de 2020, los centros de estudios donde se forman enfermeras y enfermeros iniciaron un proceso de adecuación curricular y de estrategias didácticas al entorno virtual para las materias teóricas. Las prácticas profesionalizantes quedaron suspendidas hasta octubre de 2020 dado el riesgo que implicaba la circulación de personas para el contagio y el colapso de las instituciones de salud donde las prácticas se realizan. Las dificultades en el acceso a la tecnología, la falta de conectividad y la escasa preparación de los docentes para trabajar de manera remota obstaculizaron las cursadas virtuales en todas las instancias formativas, pero en el área de la enfermería también se sumó otro inconveniente: las y los docentes que dictan clases también ejercen la profesión en establecimientos públicos o privados de salud por lo que vieron, aún más, redobladas sus tareas laborales.

Al incremento de tareas en los nosocomios, se sumaron las tareas de transformar y adaptar sus espacios curriculares a la virtualidad y el manejo de nuevas herramientas para la enseñanza, a la vez que se les requería mayor dedicación para atender consultas, dar clases, armar contenidos, corregir prácticos en línea. Tuvieron que dedicar sus horas libres a capacitaciones en el manejo de redes y aulas virtuales; talleres online, asesoramiento de una o un colega o familiar o búsqueda de tutoriales. En algunas casas de estudios se amoldaron las cursadas presenciales a la modalidad virtual con rapidez dado que contaban con alguna experiencia previa en educación a distancia. No obstante, hicieron estas mutaciones sin el asesoramiento ni la planificación necesaria para poder concretarlas de manera más eficiente, en un contexto en el cual la contención emocional y las dificultades tecnológicas y económicas de las y los cursantes tuvieron gran protagonismo. En otras provincias, como el caso de Tucumán, como lo demuestran María Estela Fernández y María del Carmen Rosales en “«Dejamos de ser invisibles»: la enfermería en Tucumán”, las clases virtuales en Enfermería demoraron su inicio hasta julio de 2020. Las críticas de estudiantes sobre los inconvenientes en el ciclo lectivo llegaron hasta las calles y se realizaron movilizaciones en las que se reclamaban el retorno a las prácticas en hospitales, y también se criticaron las tareas llevadas a cabo en los gabinetes de simulación.

La formación preprofesional debe ser cumplida por todos los estudiantes, con supervisión docente, y garantizada en forma progresiva y continua a lo largo de la carrera. Es una etapa curricular clave y que cuenta con una gran carga emocional por parte de los estudiantes, ya que es el contacto con su futura profesión. Dado que el objetivo consiste en incorporar a los estudiantes al ejercicio técnico-profesional, las prácticas pueden asumir diferentes formatos: actividades de apoyo a la comunidad, pasantías, proyectos o actividades de simulación (análogas a las de los ambientes laborales), y pueden llevarse a cabo en distintos entornos y organizarse a través de actividades como identificación y resolución de problemas técnicos, actividades experimentales, práctica técnico-profesional supervisada. La suspensión de la presencialidad interrumpió las tareas de campo de las prácticas profesionales en hospitales y centros de salud hasta que las condiciones sanitarias lo permitieran. Las instancias de simulación en gabinetes destinados a tal efecto (que no todos los centros educativos poseen) no compensaron la falta de horas de prácticas presenciales. Tal como refieren Ivana Hirschegger, Virginia Mellado, Victoria Pasero y Carla Carabaca en “Efectos de la crisis sanitaria en la formación y en el trabajo en Cuyo”, se implementaron diferentes mecanismos tales como videos institucionales sobre actividades de práctica en el laboratorio de simulación (canal de YouTube institucional), videos cortos sobre procedimientos técnicos en simuladores para la observación y análisis sobre las guías de práctica, entrevistas a alumnos avanzados y/o egresados, resolución de problemas a través de análisis de casos clínicos, anamnesis virtual a través entrevista por telemedicina, preparación de escenarios factibles a la complejidad de la práctica simulada en el contexto del hogar y elaboración de simuladores de baja complejidad, autoevaluación a través de videos del docente de práctica. Los institutos que dependieron del Pronafe contaron con capacitaciones docentes (cursos virtuales) para recrear las prácticas de enseñanza de la enfermería en entornos virtuales y los estudiantes accedieron a una app con videos y procedimientos de forma gratuita, junto con un paquete de datos para comunicarse a un mínimo costo.

A partir de octubre de 2020 y, en el marco de una resolución del Consejo Federal de Educación, se aprobó el “Protocolo específico y recomendaciones para la realización de prácticas en los entornos formativos de la educación técnico-profesional (talleres, laboratorios y espacios productivos)” que habilitó, bajo estrictos protocolos, algunas prácticas profesionales que se fueron efectivizando de forma diferente según provincia. Las prácticas presenciales habilitadas a partir de octubre de 2020 estuvieron centradas en tareas de cuidado y monitoreo, participación en la organización de triage (método que evalúa las prioridades de atención), vacunación (carga de datos, realización del carnet) y, seguimiento telefónico de los contactos estrechos de los contagiados de COVID. Según Mariela Rubinzal, Paula Sedran, Sandra Westman y Viviana Bolcatto en “Subjetividades y saberes en Santa Fe”, la emergencia sanitaria llevó a jerarquizar en las cursadas temas relativos a la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad (por ejemplo, higiene, relevancia de la vacunación, implementación de protocolos de cuidado, entre otros) y aquellos referidos a los abordajes de situaciones clínicas y/o críticas relacionadas con la coyuntura sanitaria. Natacha Bacolla y María Alejandra Chervo en “Trabajo y dinámicas formativas en Rosario” sostienen que en ninguna de las instituciones se impulsó una revisión de contenidos curriculares a la luz de la nueva situación. La mayor parte de los directivos indicaron que estas adaptaciones se hicieron como formaciones ad hoc, que probablemente se vean reflejadas en reformas curriculares a futuro –como se había hecho ante coyunturas específicas anteriores, tal como la aplicación de la interrupción legal del embarazo, o también con el impacto de la diseminación del virus de la inmunodeficiencia humana en los años 90–.

Las graduadas recientes, especialmente en la región del AMBA donde primero afectó el COVID, se enfrentaron a un desafío ya que la demanda laboral era alta, pero existían dificultades para obtener la matrícula habilitante. En la provincia de Buenos Aires, tal como lo señala “«Que el barbijo no nos calle»: conflictos en la enfermería platense” de Adriana Valobra, Graciela Queirolo, Sofía Malleville, Nadia Ledesma Prietto, Guillermo de Martinelli y Silvina Aveni, las autoridades sanitarias otorgaron la matrícula por un año con posibilidades de renovación a quienes tenían títulos emitidos en diciembre de 2019. Diferente fue el caso de Jujuy, donde las graduadas, según lo que señalan Marcelo Jerez y Carla Reyna en “Nuevos conflictos ante históricas demandas en Jujuy y Catamarca”, se realizaron manifestaciones públicas para exigir la entrega de sus títulos, retrasados por causa de la pandemia, ya que se encontraban impedidas de obtener la matriculación en un momento en el cual el sistema de salud estaba colapsado. En los reclamos públicos solicitaban, por un lado, que las autoridades provinciales intervinieran con más decisión para agilizar dicho proceso administrativo, y por otro, demandaban, ante el déficit de personal sanitario y hasta tanto se entregaran sus títulos, poder ejercer la profesión e incorporarse en los distintos establecimientos hospitalarios que lo requiriesen.

Existe una gran disparidad regional en cuanto a los espacios de formación en enfermería y esta situación repercute directamente en la falta de personal. En el caso de Jujuy, cuyo sistema mostró signos de colapso a partir de julio de 2020, las autoridades sanitarias y universitarias lanzaron el diseño de la formación universitaria, inexistente hasta el momento, como un intento de paliar a futuro la carencia de recursos humanos formados. Según María José Billorou y Lía Mabel Norverto en “Al fragor de la pandemia: trabajo, formación y reclamos en La Pampa en 2020”, la carrera universitaria tuvo dificultades en la obtención de los fondos necesarios para su funcionamiento. Durante 2021 no se abrió la inscripción, pero se iniciaron las conversaciones entre el gobierno provincial, las autoridades universitarias nacionales y las provinciales para abrir la carrera de Enfermería en 2022 y garantizar los fondos necesarios para su sostenimiento. Estas acciones conjuntas expresan la intención de dar respuesta a la demanda provincial de reforzar la formación profesional, y de expandir el alcance de las propuestas educativas de la institución universitaria, necesidades que se visibilizaron, aún más, en contexto de pandemia. En la misma línea en Cuyo, tal como lo explican Hirschegger, Mellado, Pasero y Carabaca, la licenciatura en Enfermería en agosto de 2020 no abrió las inscripciones para el año siguiente; paradójicamente era el momento en el que el número de casos en la región aumentaba significativamente y el personal no alcanzaba para satisfacer las necesidades.

Entonces, si bien el impacto de la formación universitaria y de las iniciativas de profesionalización es variable según la región, esa heterogeneidad no debe orientar a la idea de que la formación es de baja calidad o deficiente. De hecho, muchas personas entrevistadas (AMBA, Rosario y Córdoba) cuentan con especializaciones, cursos de perfeccionamiento y muestran un constante interés por mejorar sus pericias profesionales. Si bien son reconocidas a nivel institucional como referentes, se encuentran en escalafones de revista inferiores a los que les corresponde y no tuvieron incidencia ni en los comité de crisis, ni en la elaboración de los protocolos. De hecho, un reclamo del sector se vinculó con el lugar secundario que suele poseer la opinión de quienes integran este colectivo profesional. Frente a la pregunta de la encuesta “¿considera que la opinión y la experiencia del personal de enfermería fueron tenidas en cuenta en los protocolos implementados, en su servicio, a raíz de la pandemia?”, cerca de un cuarto de las personas encuestadas señala que la opinión y la experiencia del personal de enfermería nunca fueron tenidas en cuenta en los protocolos implementados, en su servicio, a raíz de la pandemia, mientras que el 44% señala que sus opiniones fueron consideradas ocasionalmente. En este sentido, se observan casos en donde estos porcentajes aumentan notablemente: por ejemplo, el 55% del personal de enfermería de la provincia de Formosa indicó que nunca tuvieron en cuenta su opinión, mientras que el 40% señaló lo mismo en La Rioja y el 39% en Catamarca.

El acceso a un título de educación universitario en Enfermería resulta un hito en las trayectorias y da lugar a un reconocimiento social que aparece en los relatos de modo muy evidente y explícito. Estos recorridos se alejan de los perfiles históricamente imaginados que se vinculan con la idea de que quienes ingresan a la universidad son mayormente jóvenes de clases medias y altas en busca de profesiones liberales. Sus trayectorias dan cuenta de estos corrimientos y ponen en tensión las imágenes más clásicas de la o el estudiante universitario, a la vez que construyen otras imágenes de la alumna o el alumno del mundo popular: mayor en edad, conciliando esfuerzos entre la vida familiar, laboral y universitaria, y marcando el hito de ser los primeros de las familias en tener un título universitario. No obstante, la acreditación universitaria tampoco es un aspecto que es tenido en cuenta para mejorar el lugar en la estructura hospitalaria ni para mejorar sus salarios.

Trabajar en enfermería en una pandemia: de aplausos a situaciones de violencia

Durante los dos primeros meses de la pandemia emergió un cierto reconocimiento, por parte de los pacientes y familiares, de la importancia de los cuidados profesionales dispensados por el sector de enfermería y su rol en la intermediación de la comunicación, sea al interior del sistema como en la vinculación con los familiares.

A lo largo de 2020 y 2021, los medios de comunicación nacionales y locales agradecieron y celebraron el trabajo realizado por el personal sanitario. En abril de 2020, a poco más de un mes de los decretos que proclamaron la emergencia nacional en materia sanitaria y el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), la labor de las trabajadoras y los trabajadores sanitarios no solo se agradeció, sino que también se homenajeó a quienes fallecieron, tal como demuestran Lucila Mezzadra y Carla Mora Augier en “«Lo disfruto y lo sufro todos los días»: narrativas sobre la enfermería en la zona sur de Buenos Aires”. Una de las metáforas más representativas de los discursos de pandemia asoció la crisis sanitaria con la guerra. En este escenario de incertidumbre y temor que afectó al conjunto de la sociedad, el personal de enfermería se situó en esa “primera línea de fuego”, o bien en “las trincheras” para “dar batalla contra el virus”. En las metáforas bélicas que predominaron durante la pandemia de COVID-19, los valores del coraje y el sacrificio fueron centrales en la presentación del personal de salud como heroico y abocado a la tarea de combatir el virus. Las metáforas militares en el discurso sanitario no constituyen una novedad de estos tiempos; Susan Sontag (2003) ya desarrolló notablemente una lectura de los significados sociales que, en distintos contextos históricos, se desplegaron sobre enfermedades como el cáncer, el sida y la tuberculosis.

El reconocimiento al trabajo del “personal esencial” se expresó con algunas manifestaciones de gratitud tales como aplausos a las 21 en los balcones de las grandes ciudades, bandas militares tocando cancioneros populares en los hospitales, entregas de regalos por parte de las asociaciones cooperadoras, como sucedió en la provincia de Santa Fe. Rubinzal, Sedran, Westman y Bolcatto relatan cómo las cartas abiertas a la comunidad y las notas de opinión publicadas en la prensa y divulgadas en redes sociales fueron estrategias utilizadas por parte del sector para reclamar mayores cuidados por parte de la sociedad y también para comunicar, informar y concientizar acerca de la labor sanitaria.

Las muestras de gratitud fueron quedando relegadas a medida que se incrementaban los contagios y el personal de salud era visto como el principal vehículo de transmisión y en particular en enfermería se estima que, para mediados de 2021, doscientas personas habían fallecido. En un lapso acotado de tiempo hubo algunas manifestaciones de repudio y de discriminación, tal el caso de las personas a las que no dejaban subir en los autobuses al darse cuenta de que eran personal sanitario. Estas dificultades, sumadas a las restricciones de movilidad en el transporte público, afectaban al personal de salud que se veía obligados a usar otros medios de transporte (remís, taxi, bicicleta o movilidad propia), lo que implicaba incrementar los gastos o el tiempo de viaje. Tal como sostienen María Pozzio y Daniela Testa en “«Como estar en una película»: movilidades laborales en el Área Metropolitana de Buenos Aires”, hacer visible la movilidad en la enfermería implica un cruce específico entre las problemáticas de la movilidad y el pluriempleo. Allí, en ese cruce, se plasma la cotidianidad de enfermeras y enfermeros, trayectorias laborales fuertemente afectadas por la pandemia; un espacio social que se volvió un lugar de visibilización de riesgos y tensiones en un clima social enrarecido. Alternando entre trabajos de gestión pública y/o privada, tanto en el nivel municipal, provincial como nacional; atravesando distritos y controles, en auto, colectivo, tren, en horarios muchas veces de nocturnidad. En cuanto a la movilidad, como en el resto del país, la alteración del funcionamiento del transporte público impactó particularmente en las rutinas de trabajo, no solo para enfermería sino en general para varios sectores laborales declarados esenciales.

En ese sentido es interesante la experiencia relatada María del Mar Solís Carnicer y Anabella Barreto Oliva en “«Chaco exportó la maldita enfermedad a Corrientes»: la enfermería en el nordeste”. Ambas provincias están delimitadas por un puente interprovincial y la movilidad laboral es constante y motivaron situaciones de discriminación y violencia. Tal es el caso de una enfermera correntina quien trabajaba en una clínica privada de la ciudad chaqueña. Este caso, al ser uno de los primeros, derivó en el cierre total del barrio por parte de las autoridades, que incluso indicaron la vigilancia policial en las entradas al mismo.

En las campañas de vacunación COVID el personal fue objeto tanto de agradecimiento como de agresiones verbales y variados conflictos. A partir de la llegada de los primeros lotes de vacunas de Sputnik V realizada por el Centro Nacional Gamaleya de Epidemiología y Microbiología de la Federación Rusa a fines de diciembre de 2020, se organizó la campaña de vacunación cuyos primeros destinatarios fueron el personal de salud y las fuerzas de seguridad. El volumen de vacunadores se fue incrementando al calor de la llegada de las dosis de vacunas y de la realización de otros acuerdos con laboratorios (AstraZeneca, Pfizer, Moderna, CanSino, Sinopharm) que permitieron, a partir de mayo de 2021, acelerar el ritmo de vacunación justo en el momento de un incremento en la cantidad de contagios y de fallecimientos. Según señalan Débora Garazi y Guadalupe Blanco Rodríguez en “«Ese miedo de que voy al hospital y me voy a contagiar»: emociones y trabajo en Mar del Plata” el momento de la vacunación se presenta como un antes y un después. Para enfermeras y enfermeros, estar vacunados posibilitó trabajar con más calma. El transcurso del tiempo, que les permitió ganar confianza y saberes sobre el virus, sumado al proceso de vacunación, fue generando efectos positivos en las trabajadoras, que sintieron que podían desempeñarse con más seguridad. Entendieron que la vacuna les brindó protección para realizar su trabajo y eso les generó tranquilidad. Ello se refleja, no solo en la disminución del temor que ellos sentían al comienzo de la pandemia, sino también en el retorno de los pacientes que realizaban consultas que no estaban vinculadas con el COVID-19, las cuales habían disminuido notablemente al inicio de la pandemia.

Podemos anclar la falta de valoración profesional en la conocida subalternidad del sector dentro del mundo sanitario y en la feminización de la tarea. La asociación de que los trabajos que demandan más paciencia, proximidad y atención están ligados a lo femenino, y por lo tanto estarían vinculados a lo cuasi “natural”, posee una larga tradición. Ello invisibiliza los saberes específicos y diferentes de quienes cuidan de manera profesional y sin esas tareas el proceso de salud y enfermedad no se sostiene.

Más tareas, menos protección

Las intervenciones de enfermería están compuestas por una multiplicidad de tareas, cada una de las cuales lleva cierta cantidad de tiempo y demandan, como mencionamos previamente, una formación que se extiende de tres a cinco años. Los cuidados se clasifican como mínimos, moderados, intermedios, intensivos y especiales. Los tipos de cuidados llevan un tiempo estimado que van desde dos horas y media a diez horas por día por paciente según su complejidad. Además, las tareas que desarrollan enfermeras y enfermeros no pueden posponerse: requieren una realización diaria y el vínculo presencial es ineludible. Al margen de estas planificaciones que implican cuidar, asistir y prevenir, existen acuerdos que no están libres de reformulaciones constantes. Tal como describen Débora Garazi y Guadalupe Blanco, al vincularse con personas con necesidades diversas enfermeras y enfermeros generan las más variadas experiencias de trabajo, que combinan la realización de tareas habituales y frecuentes con otras que responden a acontecimientos imprevistos. En ellas, el control de las emociones, públicas y privadas, aparece como rasgo fundamental y en situaciones de crisis sanitarias se ponen, aún más, en tensión.

Según los datos de la encuesta y el análisis que realizan Eliana Aspiazu y Romina Cutuli en “Riesgos psicosociales en la enfermería de Mar del Plata”, ante la pregunta de si desde el inicio de la pandemia se incrementaron actividades que antes no realizaban, la respuesta fue contundente. El 92% sintió que hubo un aumento en la intensidad de las tareas y en el ritmo del trabajo, sin diferencias por género, subsector ni nivel de formación. Es decir, si bien la sobrecarga de tareas y la cantidad de tiempo que demanda la atención de una o un paciente ya era un tema de discusión al interior del sector antes de la pandemia, a partir de COVID-19 dicha situación se potenció. Y esto incrementó el miedo. En términos cuantitativos se desprende que el temor al contagio por parte del personal de enfermería fue una constante durante la pandemia: el 30% lo sintió siempre, el 21% frecuentemente y el 35% ocasionalmente. A través del abordaje cualitativo fue posible recuperar cierta temporalidad retrospectiva. En la mayoría de las entrevistas se destacó una intensidad del temor más relacionada con la falta de información y la incertidumbre de los inicios de la pandemia que con el número de casos. Dicha incertidumbre no solo se vinculaba con el propio devenir de la pandemia sino con las rigideces de los protocolos, también vinculadas con la información confusa de los inicios.

El incremento de tareas enfrentó problemas en la distribución de equipos de protección personal (EPP), compuesto por mascarillas quirúrgicas, camisolín, guantes y protección ocular que buscaban reducir las posibilidades de contagio del personal de salud. Las enfermeras y los enfermeros, al ser quienes se encontraban en el “primer frente de contacto” con las y los pacientes, debieron seguir estrictos protocolos. A las incertidumbres emanadas por parte de los organismos sanitarios internacionales sobre el uso de EPP, se sumó su escasez, las dudas sobre la calidad de los insumos y cierto desmanejo, en algunas instituciones, sobre su administración. En varios testimonios surge que, para afrontar el costo de los equipos, se usaron varias estrategias, tales como la compra individual, la adquisición colectiva para adquirirlos a precios más convenientes o la presentación de amparos colectivos en la Justicia. Las respuestas a la encuesta sobre la disponibilidad de elementos de seguridad dan cuenta que a nivel nacional el 30% de las personas contestaron que “nunca” tuvieron que gastar dinero de sus ingresos para proveerse de equipos de protección personal, mientras que el 70% contestó “ocasionalmente”, “frecuentemente” o “siempre” (Ramacciotti, 2022b).

Los datos de la encuesta referidos a la disponibilidad de los EPP también indican la falta de insumos de bioseguridad. Ante la pregunta “en su servicio, ¿cuentan con insumos descartables necesarios para desarrollar su trabajo?”, el 50,2% contestó “siempre”; ante la pregunta si “en su servicio, ¿cuentan con barbijos quirúrgicos?”, el 68% contestó “siempre”; sobre la provisión de guantes, el 74% respondió “siempre”. Es decir, en estas y en otras de las preguntas que se hicieron en torno a los EPP no se registró el 100%, o al menos un número cercano, en torno a la provisión del equipamiento completo. Claro está que, en el caso de una pandemia, con la velocidad de contagio que porta este tipo de enfermedades y el lugar que ocupa el sector de enfermería en los cuidados sanitarios, se refuerza la persistencia de los miedos en torno a grandes posibilidades de contagios por no contar con insumos, lo que tenía un asidero concreto.

En un contexto signado por denuncias y reclamos por falta de EPP, el fallecimiento del enfermero Silvio Cufre, el 8 de junio de 2020, repercutió a punto tal que el Congreso Nacional, en la primera sesión virtual durante la pandemia, sancionara la llamada Ley Silvio (27.548) de “programa de protección al personal de salud ante la pandemia de coronavirus COVID-19”. Esta ley, reglamentada tres meses más tarde de su sanción, estableció protocolos de bioseguridad, equipamiento y medidas preventivas. A pesar de la existencia de este marco regulatorio, los datos de la encuesta realizada un año más tarde en lo referido a la disponibilidad de los EPP indican que los problemas relativos a su provisión perduraron. En ninguna de las preguntas que se hicieron en torno a los EPP se alcanzó el 100% de respuestas en términos de cobertura positivas. Eso significa que, entre las personas encuestadas, se detectaron casos que –desde el comienzo de la pandemia y junio de 2021, momento en que se realizó el sondeo– no contaban aún con la provisión regular de EPP.2

Frente al incremento de tareas, los tiempos de descanso se redujeron y, adicionalmente, en las entrevistas se identificó que los cuidados provocaron la disminución del tiempo de no trabajo al momento de llegar al hogar, ya que se implementaron diversas estrategias para reducir el riesgo de contagio hacia las familias. De alguna manera, las entrevistadas sentían que representaban un riesgo para su grupo familiar, al poder ocasionar el contagio de sus seres queridos. En algunas referencias aparece la idea de vivir en otra casa (o hasta en un motorhome) para morigerar los riesgos de contagio, o de armar vestuarios en el exterior de sus viviendas para cambiarse allí al regresar a sus domicilios. El miedo y la preocupación atraviesan este proceso que se conjugó con los cambios en las jornadas laborales, el distanciamiento, la imposibilidad de tocar, abrazar o besar a los familiares. Mantener medidas preventivas frente a la pandemia implicó sumar tiempo de trabajo y restar tiempo al descanso a otras actividades, tal como lo describen diferentes artículos de este libro.

Adrián Cammarota, Karina Faccia, Marcelo Barrera y Juan Librandi señalan que los testimonios muestran un nexo en común: el núcleo afectivo familiar fue una de las preocupaciones latentes del personal de enfermería, sobre todo del personal femenino, cuyos mandatos y modelos de crianzas y contención emocional hacia las más pequeñas y pequeños se vieron alterados.