Ética de la ecología integral - José Sols - E-Book

Ética de la ecología integral E-Book

José Sols

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El reto más grande que tiene la humanidad en el siglo XXI es el ecológico. Es un desafío fascinante a la par que dramático: tenemos la posibilidad de cambiar nuestro modo de vida en la Tierra, incluso de repensar lo que significa ser humano. Sin embargo, si no rectificamos nuestros hábitos contaminantes en este siglo, en el siguiente será demasiado tarde y la vida humana en la Tierra tendrá fecha de caducidad. La Revolución Industrial trajo consigo un desarrollo considerable de la producción económica y un notable incremento de la población mundial de un volumen y celeridad nunca vistos antes en la historia de la humanidad. Ambos factores desencadenaron un aumento sin precedentes de la contaminación que acabó despertando, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, una inquietud acerca de la denominada "crisis ecológica". En esta obra, el autor presenta las dimensiones del desafío medioambiental que se le plantea a la humanidad, y hace un repaso de las soluciones que se han ido adoptando desde que se disparó la alarma ecológica. El lector encontrará en estas páginas un recorrido por los distintos movimientos y propuestas que ha habido a lo largo de la historia del movimiento ecologista, además de interesantes elementos de reflexión acerca de la ética medioambiental, y se verá interpelado por la propuesta denominada Ecología Integral.

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José Sols Lucia

Ética de laecología integral

Herder

Diseño de la cubierta: Caroline Moore

Edición digital: José Toribio Barba

© 2020, José Sols Lucia

© 2021, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN digital: 978-84-254-3984-1

1.ª edición digital, 2021

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
1. LA ALARMA ECOLÓGICA
La Cumbre de la Tierra de Estocolmo (1972)
El Informe Brundtland (1987)
La Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (1992)
El Protocolo de Kioto sobre el cambio climático (1997)
La Cumbre de la Tierra de Johannesburgo (2002)
La Cumbre Río+20 (2012)
La XXI Conferencia sobre Cambio Climático de París - COP21 (París, 2015)
Conclusión
2. ECOÉTICA ANTIHUMANISTA. CORRIENTES ÉTICAS EN EL PENSAMIENTO MEDIOAMBIENTAL OPUESTAS AL HUMANISMO
Crítica del humanismo dualista occidental de origen judeocristiano
Movimiento de liberación animal
Deep Ecology
Conclusión
3. ECOÉTICA HUMANISTA. ECOLOGÍA CON EL HOMBRE COMO ÚNICO RESPONSABLE DEL SISTEMA
Tipos de ecología
Más allá del dualismo moderno: el ecohumanismo integral
Realidad estructurada: Xavier Zubiri e Ignacio Ellacuría
Transición: la realidad estructural, fundamento de la ecoética humanista integral
4. PROPUESTA DE ECOLOGÍA INTEGRAL
El desafío ecológico
El carácter integral de la crisis ecológica
Primera relación: consigo mismo (antropología)
Segunda relación: con los demás (solidaridad)
Tercera relación: con la naturaleza (medio ambiente)
Cuarta relación: con lo trascendente (espiritualidad)
Los agentes que deben intervenir en el desafío ecológico
La ecología integral como respuesta a la crisis global
Conclusión
CONCLUSIONES
EPÍLOGO AL DEBATE ECOLÓGICO LE FALTA UN BRAZO: LA TEOLOGÍA
ANEXO. Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís (siglo XIII)
BIBLIOGRAFÍA
AGRADECIMIENTOS
INFORMACIÓN ADICIONAL

A mi esposa, Julia;a nuestra hija, Inés.

INTRODUCCIÓN

El reto más grande que tiene planteado la humanidad en el siglo XXI es, sin duda alguna, el ecológico. Se trata de un desafío fascinante y al mismo tiempo dramático. Decimos «fascinante» porque tenemos la posibilidad de cambiar nuestro estilo de vida sobre la Tierra, incluso de repensar lo que significa ser hombre; y «dramático» porque si en este siglo no corregimos la tendencia de consumo excesivo de recursos naturales, de desorbitada emisión de residuos contaminantes, de deforestación y de calentamiento global, en el siglo siguiente ya será demasiado tarde para rectificar, con lo que la vida humana sobre la Tierra tendrá fecha de caducidad.

Con gusto acepté la invitación de la editorial Herder para publicar este libro en el marco de la colección «Éticas aplicadas», en particular porque ya llevaba un tiempo investigando en el proyecto de ecología integral. Para preparar este libro realicé a lo largo de tres años varias estancias de investigación de verano en el Boston College, en la Jesuit School of Theology of Santa Clara University (en Berkeley, California) y en la Universidad de Namur. Las magníficas bibliotecas de estas tres universidades me permitieron la inmersión en un océano bibliográfico, sobre todo en inglés y en francés, imprescindible para la preparación de este libro.

He estructurado el libro en cuatro capítulos. En el primero, «La alarma ecológica», presento las dimensiones del desafío medioambiental que tiene planteado actualmente la humanidad, así como un recorrido por las grandes conferencias internacionales, los discursos sobre el tema y las medidas que se han ido adoptando a lo largo de este medio siglo, desde que se disparó esta alarma ecológica. En el segundo capítulo, «Ecoética antihumanista. Corrientes éticas en el pensamiento medioambiental opuestas al humanismo», presento las propuestas más radicales que ha habido a lo largo de la historia del movimiento ecologista, que promueven incluso una equiparación del hombre a cualquier ser vivo de la naturaleza, quitándole al ser humano cualquier supuesta dignidad superior. En concreto, analizo críticamente las posiciones del historiador estadounidense Lynn White, del movimiento animalista Animal Liberation y del movimiento biocentrista Deep Ecology. En el tercer capítulo, «Ecoética humanista. Ecología con el hombre como único responsable del sistema», presento otro movimiento, crítico con los anteriores, que plantea posiciones alternativas encaminadas a articular el humanismo que ha protagonizado la Modernidad con una nueva concepción de lo que debería ser la relación del hombre con la naturaleza. Finalmente, en el cuarto capítulo, «Propuesta de ecología integral», analizo el enfoque que me parece más radical y al mismo tiempo más interesante de todos los que hay actualmente sobre el tablero del debate ecológico: la Ecología Integral.

Todos los textos citados están en castellano. Siempre que me ha sido posible, he procurado utilizar versiones de las obras publicadas en este idioma; cuando esto no ha sido posible, he traducido los textos del idioma original al castellano.

Aun cuando el uso de terminología especializada fuera inevitable, he tratado de explicar con pedagogía los conceptos que el lector quizás no entienda, gracias a lo cual creo que esta obra es de fácil comprensión. Estoy seguro de que el lector encontrará en este libro interesantes elementos de reflexión acerca de la ética medioambiental, y más en concreto acerca de la Ética de la Ecología Integral.

1. LA ALARMA ECOLÓGICA

En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado empezó a surgir con cierta fuerza la inquietud acerca de lo que luego se denominaría «crisis ecológica». La Revolución industrial —iniciada a finales del siglo XVIII, prolongada a lo largo de todo el siglo XIX, sin vuelta atrás en el siglo XX— había supuesto un desarrollo formidable de la producción económica, acompañado de un impresionante incremento de la población mundial, que conllevaba a su vez un aumento desorbitado de la contaminación, todo ello sin precedentes en la historia de la humanidad. ¿Podía el planeta soportar estos tres magnos crecimientos: el industrial, el demográfico y el relativo a la contaminación?

El Club de Roma, formado por personalidades del mundo político, intelectual, cultural, económico, todos ellos con una visible preocupación por la humanidad, encargó en la década de 1960 a un equipo de 17 investigadores del MIT (Massachusetts Institute of Technology), reputada universidad de Estados Unidos, un estudio que diera respuesta a este dramático interrogante. Lideraron la investigación Dennis L. Meadows, su esposa Donella H. Meadows, Jørgen Randers y William W. Behrens III. El resultado del estudio fue sorprendente, causó un enorme impacto mundial e hizo saltar la alarma ecológica, una alarma que, medio siglo después, sigue sonando de manera persistente. El libro resultado de aquella investigación, The Limits to Growth(Los límites del crecimiento), fue publicado en 1972 y traducido a varios idiomas.1 El equipo del MIT utilizó el programa informático denominado World3. Las conclusiones del estudio fueron claras y dramáticas:si no se corrige ya la tendencia de crecimiento industrial, demográfico, tecnológico y de consumo de recursos, en el término de cien años, a partir de 1972, el planeta podría situarse en el punto de no retorno, más allá del cual cualquier política protectora del medio ambiente llegaría demasiado tarde.

Desde entonces, década tras década, el debate ecológico ha ido en aumento. Naciones Unidas y otros organismos internacionales asumieron enseguida el reto, con lo que las conferencias internacionales sobre el tema se sucedieron con celeridad. La lista de conferencias mundiales es interminable. Recordemos aquí algunas de estas cumbres:

Conferencia de la biosfera (París, 1968).Convención relativa a los humedales de importancia internacional especialmente como hábitat de aves acuáticas (Ramsar, 1971).Cumbre de la Tierra. Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio humano (Estocolmo, 1972). Convenio sobre el comercio internacional de especies de fauna y flora salvaje amenazadas (CITES) (Washington, 1973).Coloquio internacional sobre educación relativa al medio ambiente (Belgrado, 1975).Conferencia intergubernamental sobre educación relativa al medio ambiente (Tiblisi, 1977).Congreso internacional de educación y formación sobre medio ambiente (Moscú, 1987).Protocolo de Montreal relativo a sustancias agotadoras de la capa de ozono (Montreal, 1987).Convención marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (Nueva York, 1992).Cumbre de la Tierra. Conferencia mundial sobre medio ambiente y desarrollo (Río de Janeiro, 1992).Convenio sobre diversidad biológica (Río de Janeiro, 1992).Conferencia internacional sobre medio ambiente y sociedad: educación y sensibilización para la sostenibilidad (Tesalónica, 1997).Protocolo de Kioto sobre el cambio climático (Kioto, 1997).Convenio de Aarhus. Convención sobre acceso a la información, participación pública en la toma de decisiones y acceso a la justicia en temas medioambientales (Aarhus, 1998).Convenio de Rotterdam sobre el procedimiento de consentimiento previo fundamentado aplicable a ciertos plaguicidas y productos químicos peligrosos objeto de comercio internacional (Rotterdam, 1998).I Foro Mundial de Ministros de medio ambiente (Malmö, 2000).Cumbre de la Tierra. Conferencia mundial sobre el desarrollo sostenible (Johannesburgo, 2002).IV Congreso iberoamericano de educación ambiental (La Habana, 2003).Seminario internacional de educación para el desarrollo sostenible (presentación de la Década de la educación para el desarrollo sostenible) (Santiago de Chile, 2005).Cumbre de Bali. Conferencia de la ONU sobre el cambio climático (Bali, 2007).Congreso Mundial de la naturaleza de la UICN (Barcelona, 2008).5º Congreso Mundial de educación ambiental (Montreal, 2009).Cumbre de la Tierra Río+20 (2012).Conferencia «Ciencia por el medio ambiente» (Aarhus, 2013).Conferencia sobre cambio climático de París - COP21 (2015).Conferencia sobre cambio climático de Madrid - COP25 (2019)

A lo largo de este medio siglo, la conciencia acerca del problema medioambiental ha aumentado enormemente, ha entrado en las aulas de las escuelas incluso más elementales y ha ido configurando una cultura y un lenguaje. ¿En qué ordenes existe ese peligro de catástrofe ecológica? De hecho, el peligro ecológico ha ido abarcando cada vez más regiones de lo humano, y por ello el papa Francisco publicó su encíclica Laudato Si’, en 2015, toda ella dedicada a esta temática, que fue muy bien acogida por los delegados de la XXI Conferencia de Cambio Climático (COP21) de París, en diciembre de ese mismo año, tal como veremos en el cuarto capítulo.

Quizás un repaso a algunos de los grandes eventos y documentos sobre el tema, en este primer capítulo, nos permitirá atisbar el alcance de la crisis, la respuesta que se le está dando y la notable dosis de hipocresía por parte de gobiernos y de grandes empresas, que se suman entusiastas a las proclamas, pero miran hacia otro lado cuando se trata de entrar en políticas concretas.

La Cumbre de la Tierra de Estocolmo (1972)

Podemos considerar que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio humano, también denominada Cumbre de la Tierra de Estocolmo, celebrada en junio de 1972, constituyó el primer gran evento mundial acerca de la alarma ecológica, al que asistieron delegaciones de países de todos los continentes, a excepción de buen número de países europeos del bloque soviético, centrados como estaban en la Guerra Fría y en la represión interna. Se acordó redactar un texto con 26 principios y un plan de acción con 109 recomendaciones. En él podemos darnos cuenta de cómo aparecen ya algunos de los temas mayores que se abordarán en las décadas siguientes.2 Este documento es de notable importancia por haber aparecido tan pronto en la hasta entonces corta historia de la preocupación de la humanidad por la ecología, el mismo año de la publicación del informe ya mencionado, Los límites del crecimiento, del Club de Roma, y porque constituye algo así como la «obertura de la ópera ecológica», en la que aparecen todas las melodías que escucharemos a lo largo del siguiente medio siglo.

El principio 1 es interesante porque sitúa el tema medioambiental en el orden de los derechos fundamentales del hombre, en el nivel de los derechos humanos.3 Este punto no estaba presente en la Declaración de Derechos Humanos de 1948 porque apenas existía la conciencia ecológica en aquellos años. En esa declaración había derechos de tradición liberal —la denominada «primera generación» de derechos humanos—, relativos al individuo, esto es, derechos civiles, y derechos de tradición socialista —la denominada «segunda generación» de derechos humanos—, relativos a las clases sociales desfavorecidas, por tanto, derechos económicos y sociales. Con el discurso acerca de la paz y el desarrollo de la década de 1960, y con el discurso acerca de la ecología en la década siguiente, se inaugura una «tercera generación» de derechos humanos, la de los derechos de la humanidad como nuevo sujeto: ya no es solo el individuo, ni siquiera las clases sociales desfavorecidas, sino la humanidad como tal la que es sujeto de derechos. Ahora bien, para entonces Naciones Unidas ya se había dado cuenta de que era un error hablar solo de derechos y no de deberes. El papa Juan XXIII lo había dejado bien claro en su encíclica Pacem in Terris (1963, sigla: PT), en la que a una lista de derechos fundamentales (PT, 11-27: derecho a la existencia y a un decoroso nivel de vida, derecho a la buena fama, a la verdad y a la cultura, derecho al culto divino, derechos familiares, derechos económicos, derecho a la propiedad privada, derecho de reunión y asociación, derecho de residencia y emigración, derecho a intervenir en la vida pública, y derecho a la seguridad jurídica) acompañaba otra de deberes igualmente fundamentales (PT, 30-34: el deber de respetar los derechos ajenos, el deber de colaborar con los demás, y el deber de actuar con sentido de responsabilidad). Todo derecho que yo tenga como ser humano se traduce en deber para lograr que ese mismo derecho sea respetado en los demás. Hablar solo de derechos y no de deberes supone un «discurso adolescente», en el que solo pienso en aquello a lo que yo tengo derecho, sin asumir responsabilidad alguna hacia los demás. Por ello, en este primer principio vemos que no solamente se habla de derecho fundamental, sino también de deber: «Solemne obligación de proteger y mejorar el medio para las generaciones presentes y futuras».

También resulta interesante la visión holística que presenta este primer principio, algo que se irá perdiendo poco a poco con el paso de las décadas, y que intentarán recuperar los papas Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y muy especialmente Francisco. Concretamente, el documento pone en relación el derecho a vivir en un medio ambiente sano con el derecho a vivir en libertad, sin opresión racial, social o colonial alguna.

Los principios 2 a 6 afirman la necesidad de compromiso de los hombres y mujeres por preservar el medio ambiente tanto para nuestra generación como para las generaciones futuras, lo que supone el cuidado de la tierra, la fauna, la flora, el aire y el agua, para lo cual se necesita planificación. No basta con actitudes genéricas: hay que entrar también en el orden de la planificación en todos los órdenes de lo humano, incluidos el desarrollo económico (núm. 4) y la necesidad de evitar el calentamiento global (núm. 6).

Los principios 7, 11-13, 21-22, y 24-25 invitan a los gobiernos de los Estados a desarrollar políticas medioambientales. Esto llevará a finales de la década de 1970y a lo largo de la década de 1980 al surgimiento de partidos ecologistas por toda Europa —algo que habría hecho sonreír solo quince años antes—, los cuales, con la caída del comunismo de la Europa del Este entre 1989 y 1991 —la «izquierda roja»—, pasaron a llamarse «izquierda verde». Ahora bien, no basta con políticas nacionales: el problema es mundial —entonces todavía no se utilizaba el adjetivo global, tan presente desde la década de 1990—, por lo que hace falta adoptar medidas a nivel planetario, y para ello son clave las organizaciones internacionales (núm. 11). Resulta curioso que el documento no se atreva a hablar de una «estructura política mundial», algo que el papa Juan XXIII había defendido en Pacem in Terris, redactada tras la crisis de los misiles de Cuba de octubre de 1962, en la que el pontífice había fungido como mediador internacional para evitar el estallido de una Tercera Guerra Mundial, que habría sido catastrófica debido a los arsenales nucleares de Estados Unidos y de la Unión Soviética.

Los principios 13 y 14 ponen en relación la protección del medio ambiente con políticas de promoción del desarrollo. En aquel momento daba la impresión de que cuanto mayor fuera el desarrollo, mayor sería el desastre ecológico. ¿Cómo compatibilizar, entonces, la necesaria protección del medio ambiente con la necesidad de desarrollo de países pobres? La respuesta fue, como ya hemos dicho, planificación, esto es, un desarrollo humano respetuoso del medio ambiente. Complicado pero posible.

El principio 16 apunta incluso a un tema sensible, el de las políticas demográficas para evitar la aglomeración desmesurada en grandes urbes y la despoblación del mundo rural.4 Es muy delicado permitir que los gobiernos decidan acerca de dónde debemos vivir y cuántos hijos podemos tener, pero Naciones Unidas muestra ya una extremada preocupación por el descontrol demográfico, que tiene enormes consecuencias medioambientales.

En un alarde de optimismo algo ingenuo, el documento apuesta por la ciencia y la tecnología como instrumentos para solucionar el problema ecológico (núms. 18 y 20). Todavía estamos en una reflexión primeriza, un tanto naif, con la convicción de que la ciencia y la tecnología bien orientadas solo pueden ser buenas. Naciones Unidas todavía no ha caído en la cuenta de que precisamente la ciencia y la tecnología, y la fe ciega en ellas por parte del hombre moderno, son el origen del problema medioambiental, como veremos en los próximos capítulos. Aún pasarían unas décadas antes de que se reconociese la enorme aportación a esta temática de autores como José Ortega y Gasset, Martin Heidegger, Jürgen Habermas, Hans Jonas, Jacques Ellul o Gilbert Hottois.

El texto entra ya en el terreno de la ética y de la cultura al insistir en la importancia de educar en el respeto al medio ambiente, utilizando incluso los medios de comunicación social para ello (núm. 19).5 Y termina con una llamada a la destrucción completa de todas las armas nucleares (núm. 26).6 Nunca antes la humanidad había estado en peligro de extinción como consecuencia de la acción del propio hombre; ahora lo está y por partida doble: 1) la amenaza de guerra nuclear y 2) la crisis ecológica. Naciones Unidas es consciente de que hemos entrado en un período de alto riesgo. Y por ello hace saltar las alarmas.

El Informe Brundtland (1987)

En 1983, Naciones Unidas encargó un informe a un grupo de expertos en representación de varios países con la idea de analizar la relación entre desarrollo económico y protección del medio ambiente. Lideró aquella comisión la Dra. Gro Harlem Brundtland, ex primera ministra de Noruega (1981), que lo sería de nuevo en los períodos 1986-1989 y 1990-1996. El informe, presentado en 1987, se tituló Our Common Future (Nuestro Futuro Común),7 pero acabó haciéndose conocido con el nombre de su coordinadora: Informe Brundtland. Este informe destacó por introducir en el debate ecológico el concepto de «desarrollo sostenible», que desde entonces ha estado presente en todos los documentos acerca de esta temática, en muchos manuales de escuelas y en no pocos programas de partidos políticos. Con este concepto de desarrollo sostenible (o «sustentable», como se suele llamar en algunos países latinoamericanos), el Informe Brundtland apunta a la idea de que crecimiento económico y protección del planeta no son principios contrapuestos, sino armonizables. Hay que dejar de considerar el crecimiento económico ilimitado como un dogma; en lugar de eso, hay que limitarlo y articularlo con la protección del medio ambiente de manera que la Tierra tenga tiempo para rehacerse del desgaste que le produce la actividad económica e industrial del hombre. Dos extremos absurdos a evitar: 1) la fe ciega en el crecimiento económico ilimitado, cuyas consecuencias negativas en la Tierra ya se hacen palpables; y 2) convertir el cuidado de la Tierra en un nuevo dogma y demonizar el crecimiento económico. Frente a estos dos extremos, la idea de desarrollo sostenible apunta a la conciliación de un crecimiento económico moderado, responsable, equilibrado, con la preservación de la biosfera.

El Informe Brundtland dejó claro que no son los pobres de la Tierra los principales causantes del desastre ecológico, contra lo que algunos afirmaban por aquellos años, sino la excesiva industrialización de los países más desarrollados. Si toda la humanidad viviera con el nivel de Estados Unidos —aspiración razonable si consideramos «bueno» ese modo de vida, el famoso american way of life—, haría falta un planeta cuatro veces más grande que el actual para poder soportar el gasto ambiental. En consecuencia, los países más pobres tienen derecho a desarrollarse económicamente y los más ricos están llamados a moderar su consumo, de manera que caminemos hacia un futuro en el que toda la humanidad tenga un nivel de vida aceptable y la Tierra pueda soportar el impacto de la vida humana. Supongamos que toda la humanidad tuviera el mismo nivel de vida, ¿cuál sería el nivel de vida común a todos y soportable por la Tierra? El economista francés Serge Latouche, de quien hablaremos en el cuarto capítulo, afirma que sería «el de Francia en los años sesenta».

El Informe Brundtland define «desarrollo sostenible» como «aquel que atiende las necesidades del presente sin comprometer por ello la capacidad de las futuras generaciones para atender las suyas», lo que supone tener bien presente dos conceptos: 1) el concepto de «necesidad», en especial la necesidad de los más pobres, que es prioritaria, y 2) el concepto de «limitación», que permite hacer frente a la vez a las necesidades presentes y futuras (cap. 2, núm. 1). El proyecto debe ser global, no solo nacional, sostiene el Informe, para lo cual la coordinación entre países con el impulso de Naciones Unidas es de capital importancia. La tesis principal del Informe es esta: «Los estándares de vida pueden ir más allá del mínimo necesario solo si el consumo global es sostenible en el tiempo» (cap. 2, núm. 5). Por tanto, no se apunta a un mundo uniforme, como algunos temían, sino a una posible diversidad de niveles de vida, siempre y cuando todo el mundo tenga los mínimos cubiertos y en conjunto el planeta pueda soportar ese consumo.

La Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (1992)

Veinte años después de la Cumbre de la Tierra de Estocolmo (1972), cuyo documento ya hemos comentado más arriba, Naciones Unidas quiso organizar una nueva cumbre, esta vez en el Sur, en América —1992 era el año del quinto centenario del descubrimiento de América—, concretamente en Río de Janeiro, Brasil, un país donde el tema medioambiental era muy sensible debido a la deforestación de la selva amazónica. El evento fue conocido como Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, o también Cumbre de la Tierra de Río, incluso simplemente Segunda Cumbre de la Tierra. Tomaron parte en el evento delegaciones de 172 países, 108 de los cuales con la presencia de su jefe de Estado o de gobierno. Se quiso dar importancia a las ONG (organizaciones no gubernamentales), que habían adquirido un notable protagonismo en la segunda mitad de la década de los ochenta, por lo que asistieron 22 400 representantes de estas organizaciones, junto a otras 2 000 personas que hubo en un foro consultivo paralelo. Fue un macroevento con el que Naciones Unidas quiso mostrar la gravedad del problema ecológico, su carácter global y la necesidad de la implicación de todos los agentes en su solución.

Naciones Unidas se propuso ir más allá de los grandes principios esbozados en Estocolmo y confirmados en el Informe Brundtland, y empezar a entrar ya en concreciones prácticas. Tocaba arremangarse para ponerse manos a la obra. Así, se abordaron estas temáticas: 1) revisar la producción de componentes tóxicos como el plomo en la gasolina y los residuos contaminantes; 2) buscar fuentes alternativas de energía para el uso de combustibles fósiles, causantes —se decía— del cambio climático en la Tierra; 3) mejorar la red de transportes públicos para rebajar la contaminación producida por los vehículos, para disminuir las grandes aglomeraciones urbanas y para paliar los problemas de salud derivados de ellas; y 4) hallar una solución para la escasez de agua potable, que en las décadas siguientes se confirmaría como uno de los problemas ecológicos más dramáticos.

Parece que el lenguaje de los principios seguía gustando, tal vez porque son fáciles de recordar, o tal vez porque abarcan a todos. La cuestión es que se redactó una nueva lista de principios; esta vez fueron 27, en la que se daba una continuidad con la de Estocolmo 1972, pero también se percibían acentos nuevos.8 En este documento encontramos algunas ideas interesantes. Se remarca de nuevo, y desde el principio, que vivir en un medio ambiente sano es un derecho (núm.1),9 en armonía con lo promulgado por la Carta de las Naciones Unidas (núm. 2).10 También desde el inicio se insiste en la armonización entre ecología y desarrollo. Por ejemplo, el principio 3 —sintético en este intento de articulación de ambos derechos, el del desarrollo y el del medio ambiente sano, o lo que es lo mismo, el derecho al desarrollo de la actual generación y el derecho al desarrollo de las generaciones futuras— afirma que «el derecho al desarrollo debe ejercerse en forma tal que responda equitativamente a las necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras». Esta articulación se va repitiendo una y otra vez a lo largo de la Declaración. Para que quede claro que la expresión «desarrollo sostenible» —como sabemos, surgida en el Informe Brundtland— ha quedado definitivamente consagrada aparece aquí hasta doce veces (núms. 1, 4, 5, 7, 8, 9, 12, 20, 21, 22, 24, 27).

El documento acentúa la dimensión política del problema medioambiental. Si bien no deja de lado a otros actores, como las empresas, las organizaciones o la sociedad civil, ve que la legislación es aquí crucial, y la legislación está en la esfera de lo político. Por ello, hasta en 18 números se invita a los Estados a implicarse en este reto monumental del medio ambiente: núms. 2, 5-16, 18-19, 24, 26-27. Definitivamente, la ecología es un problema político. Sin medidas de los gobiernos, de todos los gobiernos, el reto ambiental está condenado al fracaso. Será en décadas posteriores cuando se llame a la «responsabilidad social de las empresas» (RSE), también denominada «responsabilidad social corporativa» (RSC). De momento, estamos todavía en el nivel de lo político.

Se atisban ya algunas novedades: la ayuda a los países pobres —que no debe ser olvidada en el tema ecológico— (núm. 6), la participación de las mujeres (núm. 20, idea que entra en el texto con calzador, pero que apunta ya hacia la futura «perspectiva de género»), los ideales de los jóvenes (núm. 21), los pueblos indígenas (núm. 22), y la idea de que «desarrollo» y «ecología» deben dar la mano a la «paz» (núms. 24-26), con lo que no tenemos un simple binomio desarrollo-ecología, sino un triángulo desarrollo/ecología/paz.

El trabajo realizado en esta cumbre fue enorme. Además de la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, que acabamos de comentar, se redactaron otros documentos y se tomaron otras iniciativas, todas ellas de enorme calado: 1) se estableció el Programa 21 (más conocido como Agenda 21), 2) se redactó la Declaración de principios relativos a los bosques, 3) se creó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) —que entraría en vigor en marzo de 1994, se reformaría en Nairobi en 2006, y se sustituiría por una nueva en México en 2010—, y 4) se firmó el Convenio sobre la Diversidad Biológica.

El Protocolo de Kioto sobre el cambio climático (1997)

Naciones Unidas siguió yendo a lo concreto y a lo práctico: cuánto menos había que contaminar y cuánto cada país en concreto. Ese fue el tema abordado en Kioto, Japón, en 1997. Se trataba de reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero, y de ir más allá de las simples declaraciones: quién y cuánto. Concretamente se analizó la emisión de dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N2O), hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6). Tomando como referente las emisiones del año 1990, se acordó una reducción del 5 % de las emisiones de estos gases en los años 2008-2012, de manera global, teniendo en cuenta que, en función del nivel industrial de cada país, la exigencia de reducción podía estar por encima o por debajo de ese porcentaje. El acuerdo se firmó en Kioto el 11 de diciembre de 1997 y entró en vigor el 16 de febrero de 2005. Los Estados lo firmaron allí mismo, en Kioto, pero tenían que ratificarlo posteriormente. La no ratificación de algunos de ellos, en particular la de Estados Unidos, resultó lamentable e hipócrita. Otros lo firmaron, pero no lo cumplieron, porque no pudieron o porque no quisieron, como fue el caso de España. Otros lo firmaron, lo ratificaron, lo incumplieron y luego se salieron del protocolo para no tener que pagar las multas por incumplimiento, como fue el caso de Canadá. El panorama general resultó penoso. La hipocresía de los Estados no había hecho más que empezar.

La Cumbre de la Tierra de Johannesburgo (2002)