Carta a Inés - José Sols - E-Book

Carta a Inés E-Book

José Sols

0,0

Beschreibung

Son muchos los jóvenes que dudan y se hacen preguntas acerca de la fe cristiana, expresada a menudo con un lenguaje complejo. Y no son pocos los padres y educadores a los que les resulta difícil explicar esa fe de manera cercana e inteligible. Por ello, José Sols y Julia Argemí escriben esta carta dirigida a su hija Inés, joven universitaria, en la que intentan explicarle ―de manera pedagógica y vivencial― el sentido de la fe religiosa en general y de su fe cristiana en particular. Entre otros temas, hacen un recorrido por el sentido de la fe en la vida de cualquier persona, la pregunta acerca de la existencia de Dios ―planteada de un modo nuevo―, la relación entre fe y ciencia, la historia del judaísmo, una aproximación inteligible y cercana a la Biblia, el papel de la Iglesia, la concepción de ser humano y de la ética que derivan de la fe en Jesucristo, el sentido de la oración, y finalmente culminan con una reflexión sobre el valor fundamental del amor. De lectura fácil y amena, este libro pretende mostrar a los jóvenes de hoy que lo religioso no es algo secundario, sino esencial, en la vida humana.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 136

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



José Sols Lucia y Julia Argemí Munar

Carta a Inés

La fe de tus padres

Diseño de la cubierta: Stefano Vuga

Edición digital: José Toribio Barba

© 2022, José Sols Lucia y Julia Argemí Munar

© 2023, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN EPUB: 978-84-254-5011-2

1.ª edición digital, 2023

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Índice

Introducción

1. La fe antropológica

2. ¿Existe Dios?

3. La fe en Dios y el conocimiento científico

4. La fe cristiana

5. El origen judío de la fe cristiana

6. Jesús de Nazaret

7. El Jesús real, el Jesús histórico y el Cristo de la fe

8. Creemos en Dios, ¿también en la Iglesia?

9. La Iglesia es el pueblo de Dios

10. Dos cismas

11. El concilio Vaticano II

12. El futuro de la Iglesia

13. El carácter sacramental de la realidad

14. Antropología y ética

15. La oración

Recapitulación final: el amor

Introducción

Querida Inés:

De todas las cosas que nosotros, tus padres, te hemos transmitido en tu educación, no cabe duda de que la fe en Dios es la que está resultando más complicada. Y no creemos que seas tú responsable de ello, sino la sociedad en la que vives, en la que vivimos, que tiende a hacernos creer que la religión es algo superfluo, secundario, irrelevante, conservador, primitivo: grave error que estamos pagando caro. Si Dios es la fuente de nuestra vida, ¿cómo vamos a vivir negándola y dándole la espalda? No tiene sentido. No redactaremos nuestra carta de manera apologética —esto es, tratando de desmontar los argumentos de los que no piensan como nosotros—, sino presentando con sinceridad y transparencia nuestra fe, que es la base de todos los buenos valores que hemos querido transmitirte en tu educación, aunque obviamente en algún momento tendremos que discutir posturas que nos parecen inadecuadas, y lo haremos con honestidad intelectual.

¿Por qué te escribimos una carta? Porque queremos exponer con calma algo que nos parece fundamental en la buena formación de una persona en la tradición cristiana y porque creemos que ello nos permite contestar a las preguntas de fondo que laten en tu corazón.

¿Y por qué la publicamos? Pues porque nos parece que buena parte de tu generación sufre de un déficit de formación y de reflexión religiosa, por no decir directamente de una alarmante ignorancia, y creemos que nuestro escrito podría ser de ayuda a otros jóvenes de tu edad, en cuyos corazones creemos que resuenan las mismas preguntas.

Tal vez, antes de iniciar la lectura de esta carta, conviene que retengas esta idea, Inés, que de algún modo va a estar presente a lo largo de todo el texto: el cristianismo es libertad y amor. Te ayudará a entender lo que queremos transmitirte.

1. La fe antropológica

Empecemos clarificando algunos conceptos. ¿Qué es fe? ¿Es la fe una opción libre de cada uno? ¿Podemos creer o no creer, como quien decide ir o no al cine un sábado por la tarde? Contra lo que piensan muchos, la fe no es algo que se pueda tener o no tener, sino que es un rasgo esencial del ser humano: toda persona tiene fe, sin excepción. Podríamos decir que en la vida humana hay dos niveles: el 1 y el 2.

El nivel 1 es el nivel de lo evidente, lo no discutible, lo visible, lo patente. Por ejemplo, en este nivel tenemos el hecho de que los seres humanos somos animales que necesitamos comer, beber, dormir, protegernos del frío, del calor, esforzarnos por conseguir la comida, el bienestar. El nivel 1 no plantea preguntas acerca del qué; tal vez sí, y muchas, acerca del cómo. Nadie discute que necesitemos beber y comer; sí discutimos sobre qué modelo económico escoger, o sea, qué estructura organizativa implementar para generar riqueza y distribuirla. Compartimos con otras especies animales muchas realidades de este nivel 1.

En cambio, el nivel 2 es el de lo no evidente, lo no visible, el nivel del sentido. Tan humano es el nivel 2 como el 1; de hecho, es más humano el 2 que el 1, si por humano entendemos aquello que nos distingue de otras especies animales. Ninguna otra posee este nivel 2. Es exclusivamente humano. Podríamos decir que es lo más nuestro, pero paradójicamente también lo más discutible, dado que no contiene realidades tan evidentes como las del nivel 1. Por ejemplo, los derechos humanos, a los que tú y muchos jóvenes de tu generación sois sensibles, pertenecen a este nivel 2. ¿Dónde está escrito que el hombre1 deba tener derechos? ¿Y dónde que esos supuestos derechos deban ser los que declaró la onu en 1948 y no otros completamente distintos? ¿En qué nos basamos para afirmar que la dignidad de un negro es la misma que la de un blanco; que la de una mujer es igual a la de un varón; la de un niño a la de un adulto; la de un no nacido, la misma que la de un recién nacido? ¿En qué nos basamos para afirmar que hay que proteger la naturaleza, la vida, la salud, la paz? ¿Por qué no todo lo contrario? ¿Por qué no son mejores la muerte, la enfermedad, el sufrimiento, la desigualdad, la violencia? Todo esto pertenece al nivel 2 de la existencia humana: aquel en el que hay realidades fundamentales, pero no evidentes. Ese nivel comporta fe. Tenemos fe en que el hombre tiene dignidad y en que hay que preservarla; creemos que es bueno proteger la naturaleza, en sí misma y sobre todo porque, hasta la fecha, es nuestro único hogar;2 tenemos fe en que todas las personas, de cualquier sexo o raza, y en cualquier etapa de su existencia, tienen derecho a ser respetadas física, psicológica y moralmente. Tenemos fe en todo ello. Fe. La tenemos todos. No encontrarás en todo el mundo una sola persona mínimamente adulta y en su sano juicio que no tenga fe. Tal vez algunos no quieran utilizar la palabra fe y prefieran hablar de confianza, convicción, compromiso vital. Pero, de hecho, no hay vida humana sin fe, como no hay vida humana sin agua. El agua pertenece al nivel 1; la fe, al 2. Cada una, en su nivel, es esencial.

A nuestro modo de ver, ha sido un error de cierta Modernidad, sobre todo desde el siglo XIX, haber creído que la fe era algo externo al hombre, algo que le venía de fuera, incluso que se le imponía; haber hecho creer que se podía vivir sin fe, y que eso era liberador. ¿Te imaginas, Inés, que quisiéramos liberarnos del agua, que afirmáramos que el agua es una imposición que nos viene de fuera, que nos impide ser nosotros? ¿Qué pasaría? Nos moriríamos de sed porque sin agua no hay vida humana; tampoco animal ni vegetal. En un planeta sin agua, la vida, tal como la conocemos, sería imposible.3 Con la fe pasa lo mismo, aunque en el nivel 2, no en el 1. No podemos vivir sin fe, porque ella es la que sostiene todo lo que hay en el nivel 2, el de lo auténticamente humano. Sin fe no hay vida humana. De hecho, los grandes pensadores ateos del siglo XIX (Ludwig Feuerbach, Karl Marx, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, este último a caballo entre el siglo XIX y el XX) cayeron, tal vez inconscientemente, en una trampa: afirmaron que era liberador sacudirse la fe, pero sin darse cuenta de que lo que ellos nos estaban enseñando también era una fe. Sería bueno que lo descubrieras por ti misma si te animases a leerlos, algo que te recomendamos encarecidamente. En lugar de proponer una fe frente a otra, afirmaron que iban contra toda fe, y lo hicieron porque eso sonaba radical, innovador. Si lo hicieron conscientemente, estaríamos ante un engaño y una prueba de deshonestidad intelectual por su parte; si, por el contrario, no fueron conscientes de ello, estarían entonces en lo que nosotros consideramos un error metodológico: afirmar el fin de la fe sin darse cuenta de que lo que ellos propugnan está también en el orden de la fe. Estudiamos a esos autores aun hoy porque muchas de las cosas que escribieron fueron sumamente interesantes, y porque han marcado el pensamiento contemporáneo, cada vez más global.

Por tanto, quien te diga que no tiene fe en realidad la tiene, pero tal vez no es consciente de ello, o bien no está dispuesto a cuestionarla, y por ello hace ver que no es fe, que es algo evidente, del nivel 1. Pues no, la fe siempre pertenece al nivel 2, al de lo no evidente; y además la tenemos todos, aunque la llamemos de otro modo, como ya hemos dicho más arriba: confianza, convicción.

¿Puede haber una fe no religiosa, algo así como una fe civil? Resulta tentador decir que sí, pero en realidad la respuesta es no. Toda fe es religiosa, aunque habrá que clarificar en seguida qué entendemos por religión. La palabra religión viene del sustantivo latino religio y del verbo religare, que significa «unir». Obviamente, no todos los idiomas de la humanidad proceden del latín, pero en todos encontraremos términos equivalentes a estos. Religión es lo que nos une a la fuente de donde procede nuestra vida. Volvamos al ejemplo del agua —nivel 1—: beber agua sería algo religioso en el sentido de que nos acercamos a aquello que nos permite vivir. No obstante, no solemos utilizar la palabra religión cuando estamos en el nivel 1; sí, en cambio, cuando estamos en el 2. Todo el mundo puede acercarse o alejarse de aquello que le da vida en el nivel 2, produciendo con ello vida o muerte. La religión es esa relación con la fuente de donde procede nuestra vida.

Nadie puede vivir sin religión. Nadie puede negarse a beber del pozo de donde procede nuestra existencia. Por ello decimos, Inés, que toda fe es religiosa y que todos tenemos esa fe religiosa. De nuevo aquí podemos utilizar otras expresiones, pero la idea seguirá siendo la misma.

1. Hombre en el sentido griego de anthropos, y en el latino de homo, hominis, que abarcan a varón y a mujer.

2. Solemos utilizar la palabra ecología, que literalmente significa el estudio del hogar (en griego, oikos) donde vivimos todos, nuestro planeta.

3. Lo mismo que decimos del agua lo podemos afirmar del aire, que además no se ve. Escoge la imagen que te evoque más.

2. ¿Existe Dios?

El debate del ateísmo, del agnosticismo, de la indiferencia o de la más simplona ignorancia empieza en si hay o no un ser superior en el origen de nuestra existencia, en si hay o no un Dios. Un Dios o varios dioses. ¿Lo hay? ¿Los hay? Llegamos aquí a otro error típico de nuestra tradición occidental: creer que Dios es un ser personal como lo somos nosotros, con la diferencia de que nosotros nos vemos unos a otros, mientras que a Él no se le ve. Por ello, unos dicen que Dios existe y otros que Dios no existe. Cada uno afirma lo que quiere, trata de convencer, o no, a los demás, y luego cada uno se va a su casa encerrado en su propia convicción, distanciado de los que piensan de otro modo.

Haber convertido a Dios en un objeto de debate —peor, de división— es absurdo. ¿Por qué? Pues porque de Dios no podemos decir ni que existe ni que no existe: Dios es la fuente de toda existencia. En verdad, Dios no existe. Dios es. Los que existimos somos nosotros. Dios no es ni una realidad ni una existencia, sino aquello, aquel, que da realidad y que da existencia. ¿Aquello o aquel? No es lo mismo. Decimos aquel porque no tiene sentido que lo que da fundamento a la vida humana personal y social esté por debajo de lo humano, o sea, que no sea personal, que sea una cosa. Ya ves que sería absurdo. Las cosas no tienen libertad, ni razón, ni amor. Lo que está en el fundamento de la vida humana, que sí posee todo eso, debe tener, como mínimo, libertad, razón y amor, tal vez entre otras muchas características. Humanizamos la fuente de nuestra existencia para poder hablar de ella, pero en realidad ningún atributo humano logra describir esa fuente: los cristianos decimos que Dios es Padre, Amor, Creador; sin embargo, todo ello no es más que nuestro modo humano de hablar de él, porque no tenemos otro. Los cristianos, de hecho, decimos mucho más que eso: afirmamos que Dios optó por hablarnos a nosotros en lenguaje humano. Volveremos a esta idea cuando nos refiramos a Jesús de Nazaret.

Hablamos de aquel, no de aquello, porque tiene que ser personal: de no serlo, parecería que es inferior al hombre, y eso no tendría sentido. El problema es que, al decir aquel, da la impresión de que hablemos de alguien como el hombre, pero más grande, y eso no es sino una proyección nuestra, como muy bien denunció el filósofo Ludwig Feuerbach en el siglo XIX, prácticamente el padre del ateísmo moderno, autor de un libro muy interesante, La esencia del cristianismo (1841). Feuerbach defiende que todas las afirmaciones teo-lógicas, o sea, acerca de Dios, son en realidad antropo-lógicas, o sea, acerca del hombre, pero proyectando este al infinito. Para él solo hay humanidad; no hay Dios. Dios no es más que el hombre proyectado al infinito, esto es, llevado a lo mejor de sí mismo: un Padre, un ser capaz de amar, de crear. Todo eso es humano, no divino. Feuerbach no decía tonterías. Si las hubiera dicho, no estaríamos todavía hoy hablando de él, casi dos siglos después. Tiene razón al decir que «nuestro lenguaje acerca de Dios es humano, antropológico», porque no tenemos otro modo de hablar acerca de él. Ahora bien, al mismo tiempo afirmamos que hay Dios y que es mucho más que lo humano proyectado al infinito. ¿Cómo hablar de él, entonces? ¿Cómo podemos conocerlo o saber si existe?

Hay que volver a lo que te decíamos antes: no es que Dios exista, sino que Dios es en tanto que es la fuente de todo lo que es y existe. Ahora bien, podemos discrepar en el modo en que hablamos acerca de él. ¿Como un sujeto? ¿Como una comunidad de sujetos? ¿Como algo que está por encima de los que conocemos? Fíjate, Inés, que siempre ha habido religiones a lo largo de la historia de la humanidad, hasta hace cuatro días, cuando apareció el ateísmo occidental moderno, que, por lo demás, es una fe, una religión, una convicción profunda no demostrable. Siempre ha estado presente lo religioso en la experiencia antropológica. Y, sin embargo, las formas de hablar de ello han sido distintas: personales-históricas (judaísmo, cristianismo, islam), cósmicas, anímicas, míticas, etc. Todas las culturas y todas las civilizaciones han tenido «religión», es decir, una búsqueda de unión con el origen de la vida y con el sentido de nuestra existencia. Ninguna se ha conformado con lo puramente animal. Uno de los autores que más reflexionó y mejor habló sobre todo ello fue, sin duda, Mircea Eliade, la lectura de cuya obra Lo sagrado y lo profano, te recomendamos encarecidamente.

Volvamos al agua, nivel 1. ¿Existe el agua? Hay dos formas de averiguarlo: la primera es encontrarla de manera palpable en los pozos, ríos, lagos, mares, en la lluvia. El agua está ahí, a la vista, se puede tocar. Es obvio que existe el agua. No obstante, hay otro modo de averiguar si existe el agua: analizando en profundidad a los seres vivos, tanto vegetales y animales, como al ser humano. Aun cuando no tuviéramos posibilidad de ver el agua, si analizáramos exhaustivamente cómo está conformada una planta, un animal o el ser humano, veríamos que solo pueden existir si hay agua en la naturaleza. ¿Hay planta viva?, luego hay agua; ¿hay animal vivo?, luego hay agua. No falla.

Pasemos ahora al nivel 2. ¿Hay Dios? Lo hay, seguro, porque estudiando a fondo el ser humano vemos que está abierto a un Tú que va más allá del tú social que tiene a su lado; vemos que está orientado todo él a la fuente de donde procede su existencia. Luego ese Tú existe; luego esa fuente existe, aunque en Dios la palabra existencia