Ética para la felicidad - Rafael Gómez Pérez - E-Book

Ética para la felicidad E-Book

Rafael Gómez Pérez

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Beschreibung

Buscamos libros de desarrollo personal. Buscamos consejos, guías, atajos que nos mejoren, que nos hagan más felices. Pero ¿qué signifca eso realmente? El autor ofrece grandes textos, que atraviesan los siglos en busca de la felicidad, un anhelo del corazón en el que intervienen la razón, la libertad y las pasiones.

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Seitenzahl: 213

Veröffentlichungsjahr: 2025

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RAFAEL GÓMEZ PÉREZ

ÉTICA PARA LA FELICIDAD

El juego de la razón, la libertad y las pasiones

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2025 byRafael Gómez Pérez

© 2025 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6940-3

ISBN (edición digital): 978-84-321-6941-0

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6942-7

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Introducción

1. Lo puntual y lo estable en la felicidad

2. Razón, voluntad y pasiones en la búsqueda de la felicidad

3. Escritos sobre felicidad e infelicidad

Confucio, la ley interna racional

Heráclito, más allá del placer

Empédocles, felicidad y divinidad

Demócrito y la medida

Epicuro, no cualquier placer

Séneca, mira lo que digo, no lo que hago

La felicidad con Agustín, su madre y su hijo

Al-Farabi, buscar lo bello y bueno

Dante, lo divino en lo humano

Erasmo de Rotterdam, la felicidad por la necedad o no

Descartes, sobre las pasiones

Cervantes, la felicidad y el deseo

Shakespeare, el triunfo de la infelicidad

Quevedo, en defensa de Epicuro

Baltasar Gracián, el ingenio de la felicidad

John Milton, la felicidad en Dios

Calderón de la Barca, la felicidad en verso

Spinoza, la atención al detalle

Hume, o la simplificación

Madame de Châtelet, Discours sur le bonheur

La Rochefoucauld, Vauvenargues, Chamfort, Joubert, Lichtenberg, la Felicidad en aforismos

Chateaubriand, testigo del final de una época

Goethe, infelicidad y felicidad de Fausto

Balzac, variaciones de la felicidad

Dostoievski, la felicidad en el sufrimiento

Gustave Flaubert, la infelicidad de la imaginación

Schopenhauer o las paradojas de la infelicidad

Dickens o la felicidad de la gente sencilla

Tolstoi, la felicidad de amar

Galdós, caminos diversos de felicidad

Thomas Mann sobre la felicidad universal y feliz

La conquista de la felicidad, según Bertrand Russell

4. La felicidad, estudiada científicamente

5. El punto de partida hacia la felicidad según santo Tomás de Aquino

Imagen de Dios o ciego producto de lo ignoto

La salud es lo primero, pero no basta

El dinero no da la felicidad, pero…

No está la felicidad en recibir honores o en la fama

¿Y si el placer fuera la felicidad?

Algo habrá en el mundo que dé la felicidad

La felicidad que viene de la amistad

La felicidad perfecta del ser humano, Dios

Si, creyentes o no, pueden ser felices

6. Felicidad, actividad y contemplación

Caer en la cuenta

Sobre la actividad

7. Felicidad y humildad

Humildad no es humillación

Humildad no es autodesprecio

Humildad y verdad

Autoestima y humildad

Humildad y las demás virtudes

La humildad en los Evangelios

8. Felicidad y amor

Conclusión: el camino de la felicidad

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

INTRODUCCIÓN

Entre los libros que más se venden están los de desarrollo personal. Quienes los leen buscan consejos, una guía para estar bien. Internet está repleto de páginas sobre lo mismo. Pero ¿desarrollo personal para qué? Para ser feliz. Lo difícil está en saber en qué consiste la felicidad. Espero mostrar en este libro que hay sencillos y andaderos atajos, después de haber repasado algo de lo mucho que se ha escrito sobre el tema desde… Adán y Eva. Viene bien conocer al menos parte de lo que los mejores filósofos y escritores han dicho sobre la felicidad. El conocimiento es siempre un plus.

El tema, si nos limitamos al mundo occidental, ha sido tratado, primeramente, en el libro de los libros, la Biblia. La felicidad consiste, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, en la relación de ser humano con Dios, su creador. En un resumen casi epigramático se diría: «La felicidad perfecta está en el amor del ser humano a Dios, que lo amó primero».

Pero no solo en la Biblia. Platón escribió, por boca de Sócrates, que el bien del ser humano es asimilarse lo más posible a Dios. En el diálogo Theéteto (176 a-b) se lee:

Teodoro. —Si puedes, oh Sócrates, persuadir a todo el mundo, como a mí, de lo que dices, habría más paz y menos males entre los hombres.

Sócrates. —Mas no es posible que el mal desaparezca, oh Teodoro, porque habrá siempre necesariamente un contrario del bien. Como no puede ser situado entre los dioses, es una necesidad el hecho de que circule aquí entre la naturaleza mortal. De ahí que se nos imponga un esfuerzo: escapar lo más rápidamente posible de aquí abajo hacia allá arriba. Pero la evasión consiste en asemejarse a Dios en la medida de lo posible; y uno se asemeja a Dios al hacerse justo y santo en la claridad del espíritu.

Aristóteles, al final de la Ética Eudemia (1249b) escribe:

Esta elección y adquisición de bienes naturales —bienes del cuerpo, riquezas, amigos y otros bienes— que más promueve la contemplación de la divinidad es la mejor.

Para quienes creen en Dios, que ha sido y es la mayoría de los seres humanos, la solución es sencilla y profunda, por difícil que resulte a la vez realizarla, porque el camino de la vida está lleno de dificultades, de obstáculos, de males propios y ajenos, de tristezas, de pecados y de arrepentimientos. Pero, cuanto menos, queda la inquietud, que san Agustín sintetizó en la primera página de sus Confesiones: «Fecisti nos, Domine, ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te», (nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en ti).

Este libro trata de los matices de la felicidad, y uno de sus capítulos está basado en la obra de alguien que conocía casi toda la literatura precedente: santo Tomás de Aquino. ¿Cómo? ¿Un medieval y fraile? Pues alguien tan iconoclasta y autoproclamado ateo como James Joyce, en Escritos críticos y afines, p. 128, escribe que Tomás fue «quizás el intelecto más agudo y lúcido de la humanidad».

En lugar de Ética para la felicidad podría haber puesto Moral para la felicidad. Ética y Moral, en el fondo, son lo mismo. Caben distinguirlas, en teoría, pero en el lenguaje y en el uso corriente algo que no es ético no es moral. Tanto la palabra griega ethos como la latina mos, se refieren al modo de comportarse, a los hábitos y costumbres. Moral o ética no tiene más remedio que tratar de lo bueno y lo malo, de los hábitos buenos o virtudes, y de los hábitos malos o vicios.

Aparecerán también autores de siglos y tendencias muy diversos: Confucio, Heráclito, Empédocles, Demócrito, Epicuro, Séneca, san Agustín, Al-Farabi, Dante, Erasmo, Descartes, Cervantes, Shakespeare, Quevedo, Gracián, Milton, Calderón de la Barca, Madame de Châtelet, La Rochefoucauld, Joubert, Vauvenarges, Chamfort, Lichtenberg, Chateaubriand, Goethe, Balzac, Flaubert, Schopenhauer, Dostoievski, Dickens, Tolstoi, Thomas Mann, Bertrand Russell. Verás: al cabo de los siglos los humanos cambian mucho en hábitos de vida, en moda, en estilos, en instrumentos que usan, pero una persona amable del siglo iv a. C. se parece mucho a una que quizá conocemos. Y un político arrogante y soberbio del siglo ii tiene su correspondencia en uno o varios que están gobernando hoy mismo. De forma más general: virtudes, vicios, pasiones, sentimientos son constantes humanas y se dan en todas las épocas.

Me ha parecido oportuno presentar numerosos testimonios de filósofos y escritores sobre todo en una época en la que es corriente opinar sobre cualquier tema solo con lo puesto, sin un conocimiento de lo que otros, a lo largo del tiempo, han pensado y, con mucha frecuencia, expresado con belleza.

Trato aquí de la felicidad desde la perspectiva individual: ese deseo que es natural en cualquier persona. Desde el siglo xviii se empieza a hablar de una “felicidad pública” y más tarde de “utilidad general”, que sustituyen al clásico “bien común”. Es conocido el texto de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, del 4 de julio de 1776:

Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.

Años más tarde, leemos una idea parecida en la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, de 1789, en la Revolución francesa.

Para que esta declaración, constantemente presente para todos los Miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; para que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse en todo momento con la finalidad de cualquier institución política, sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas desde ahora en principios simples e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos.

Es cierto que las condiciones materiales de la vida tienen una influencia notable en los resultados de la búsqueda de la felicidad. Pero también lo es que en una sociedad del bienestar pueden darse muchos casos de infelicidad. Pienso que es la suma de situaciones individuales felices la que logra dar el tono de lo que podría llamarse una “felicidad general”. En otras palabras, la felicidad es un reto personal, en el que está involucrado todo lo que es el ser humano.

La felicidad es la meta buscada por un deseo, pero un deseo de un ser, como el humano, que es racional. Un ser que, aunque puede adoptar conductas irracionales, tanto en la vida individual como en la de comunidad, se guía habitualmente por lo razonable, aunque a veces la voluntad se decante por lo no razonable. Por influjo quizá de una pasión. En el juego de esas tres realidades —razón, voluntad libre, pasiones— se da la búsqueda de la felicidad.

¿Por qué Ética para la felicidad? Porque, como se verá por numerosos testimonios, en el fondo se trata de cómo nos comportamos entre el bien y el mal, objeto de la ética, entre los hábitos positivos —virtudes— y los negativos —vicios—, todo ello en un juego vital con estos elementos: el uso de la razón, las decisiones de la libertad y la influencia de las pasiones. Y no de una vez y para siempre, sino según las imponderables circunstancias de los tiempos, nunca iguales. Una entera vida de felicidad es una comprensible utopía y, como tal, irrealizable.

1. LO PUNTUAL Y LO ESTABLE EN LA FELICIDAD

“Me siento feliz”: la felicidad es una apreciación subjetiva. Ni siquiera es intersubjetiva, pues hay gente que se siente infeliz con lo que otra se considera feliz. Ha habido intentos de “medidores de felicidad”, pero basados en definitiva en encuestas sobre apreciaciones subjetivas. O bien se recurre a medidas más objetivas (nivel de renta, educación, sanidad…), pero, en cualquier caso, es cada individuo quien se considera feliz o infeliz. Decir que una sociedad en conjunto es feliz es una generalización que no tiene en cuenta los sin duda numerosos casos de infelicidad.

La felicidad es, además, algo puntual, más o menos duradero. En algunos casos, y desde la nostalgia, se ha repetido muchas veces lo de “los años felices de la infancia”. Pero, en el conjunto de la vida, la infancia es solo una etapa, de la que, además, se guarda poca memoria, tampoco de los momentos infelices que en ella pueden haberse dado, a no ser que hayan sido especialmente traumáticos.

Con todo, hay mucha verdad en estas palabras de Dostoievski en Los hermanos Karamazov:

Os han hablado mucho de la educación, pero cualquier recuerdo bello, sagrado, conservado desde la infancia, puede ser la mejor educación que exista. E, incluso si nuestro corazón solo guarda un único recuerdo bueno, este puede salvarnos en algún momento.

De lo que se trata es de buscar y conseguir una situación estable de felicidad, aun sabiendo que, como interrumpiendo esa estabilidad, puede haber momentos infelices. Se trata también de que las causas que, dentro de una situación de felicidad estable, puedan provocar infelicidad (el dolor, el sufrimiento, la muerte de alguien querido, el fracaso, el desengaño…), se integren con más o menos trabajo en la serenidad de ánimo que es uno de los principales ingredientes de la felicidad estable.

Para esa búsqueda es preciso, antes, conocer el juego de los “motores” de los pensamientos y las acciones humanas: la razón, la libre voluntad y las pasiones.

2. RAZÓN, VOLUNTAD Y PASIONES EN LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Se suele escribir hoy sobre la felicidad como de algo que estuviera ahí, ya preparada y peripuesta, a la que se llegaría siguiendo consejos de modernos gurús, como, el más leído, Paulo Coelho:

El secreto de la felicidad está en ver las maravillas del mundo, pero sin olvidarte de tu misión y de tu objetivo.

La felicidad es a veces una bendición, pero por lo general es una conquista.

Disfrutar de los pequeños instantes con las personas que amas: eso es la felicidad.

Todo muy genérico y casi con el estilo de las galletas de la suerte. Y con frecuencia se contradice, como cuando afirma que «la felicidad no siempre aparece cuando la perseguimos, a veces viene cuando menos la esperamos».

Son generalidades en las que apenas se tiene en cuenta que la felicidad, sea lo que sea, es algo que implica a todo el ser humano, que es racional, dotado de una libre voluntad y, esto es esencial, está sometido, lo quiera o no, al impulso de las pasiones.

Razón, voluntad y pasiones no se dan separadamente porque el ser humano es una unidad. Entre razón y voluntad se trata de una cuestión de acento y, paradójicamente, ese acento puede ser el de una “voluntad intelectual” o el de una “inteligencia voluntarista”. Cuando se prefiere manejarse principalmente en el ámbito de lo que la razón conoce, en la argumentación discursiva o por medio del experimento (en las ciencias experimentales), puede pensarse que la voluntad reviste menor importancia. Pero esa preferencia inicial es cosa de la voluntad.

Por otro lado, cuando se pone el acento en la voluntad y se menoscaba la importancia del conocimiento, también eso es una creencia, pero una creencia que desoye la racionalidad. Voluntad y entendimiento son como dos riendas que hay que manejar juntamente; en unos casos se tirará más de una; en otros, de otra.

No se trata de abstracciones improductivas: la vida de cualquier ser humano y, por tanto, la búsqueda de la felicidad, está hecha en ese juego de la inteligencia y la voluntad, contando con las pasiones. Esa búsqueda es una tarea común de la racionalidad y de la voluntad, con predominio de esta, ya que se puede querer, como felicidad, lo que no lo es, porque está en contra de la racionalidad.

Por otro lado, se quiere y se busca de modo más directo la felicidad cuando hay un mejor conocimiento de lo que es el ser humano, de sus posibilidades y de sus límites. La felicidad se considera un bien. Pero se abre aquí una cuestión difícil y compleja: si es verdad que todo ser humano quiere el bien (y cuando obra el mal lo hace porque lo entiende como un bien), ¿cómo se explica la elección por el mal que, en no pocas ocasiones, es causa de infelicidad?

El poeta romano Ovidio pone en boca de Medea (en Metamorfosis, VII) estas palabras:

Si yo pudiera, sería dueña de mí; pero me arrastra, contra mí, una fuerza insólita, y una cosa me persuade el deseo (cupido) y otra la mente; veo lo mejor y lo pruebo, pero sigo lo peor.

San Pablo se hace quizá eco de ese pensamiento, aunque hay que entenderlo en el trasfondo del pecado original:

No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago (Romanos, 7, 18).

Estos dos textos nos llevarían a una cuestión insoslayable: la conexión entre deseo y voluntad en el interior de las pasiones. El deseo como tendencia (casi) irresistible hacia algo puede tener un contenido racional, pero también irracional. Y ese deseo ha de ser, para realizarse, asumido por la voluntad. Se quiere el deseo, con lo que el deseo se refuerza, con independencia de que sea realizable o no. Porque el contrapunto del deseo es siempre la realidad.

La búsqueda de la felicidad ha de ser algo racional. No tanto “razonable”, que tiene un cierto matiz de mediocridad. Pero antes la voluntad ha de querer esa búsqueda: el querer querer no es, como dirán algunos filósofos, una regresión al infinito. Es como el arranque de un motor, como el impulso que pone en marcha una acción o una serie de acciones.

De forma repetitiva se lee o se escucha en los últimos tiempos, más que en anteriores, que los caminos hacia la felicidad pasan por un cuidado de la salud, el sano ejercicio, una dieta saludable, no caer en adicciones, la empatía hacia los demás y otras afirmaciones de ese estilo. Son cosas que se saben desde antiguo. Un proverbio italiano afirma que “quando il corpo sta bene, l’anima balla”. Son perspectivas válidas, pero no tienen en cuenta una realidad humana que, de un modo y otro, está presente siempre: la pasión.

Con la razón y la voluntad libre originando sus acciones el ser humano busca este estado de contento y satisfacción que toma el nombre de felicidad. Pero en esa búsqueda interviene un tercer elemento (aunque todos se fusionen en la acción) que es la pasión, las pasiones.

En el lenguaje usual pasión o pasiones tienen connotaciones a la vez positivas y negativas. Si digo que “tengo pasión por la justicia” o “por saber” me refiero a algo noble. Decir que “soy muy apasionado” no suena mal. En cambio, “crimen pasional” es algo negativo, porque la pasión (celos, desengaño) no justifica el crimen. Pasión remite a emoción y la emoción se considera también algo válido y positivo, por ejemplo, cuando se habla de “inteligencia emocional”.

La pasión es algo psicosomático, en lo que se ve afectado el ser humano en su “composición” de cuerpo, alma y espíritu. Una pasión como la tristeza, que en su extremo puede llegar a la depresión, perjudica al ser humano en el cuerpo, el alma y el espíritu. En cambio, su contraria, el gozo o la alegría, tiene manifestaciones positivas en esos tres ámbitos.

La terminología sobre las pasiones no ha acabado nunca de definirse completamente. Con independencia de las aportaciones de diferentes autores que se verán a continuación (especialmente Descartes y Spinoza), parece que las dos pasiones básicas son el amor (complacencia en el bien) y el odio (complacencia en el mal). Pero si odio el mal, el odio es una pasión buena. Por otro lado, como se ha observado muchas veces, el amor puede convertirse en odio y el odio en amor.

Cuando el bien aún no se tiene, surge el deseo. Si hay posibilidades de alcanzarlo, se da la esperanza; si no, la desesperación. Cuando se alcanza, gozo y alegría.

Ante el mal ausente se experimenta aversión. Si se considera vencible, audacia y valentía. Si no, miedo, temor, ansiedad. Si el mal se instala: tristeza.

La felicidad es compatible con el deseo del bien, con la esperanza, con el gozo, con la alegría, con la valentía, con la audacia. Incompatible con la desesperación, el miedo, el temor, la tristeza.

Peculiar es la pasión de la ira: puede haber ira ante lo bueno ajeno, y entonces es una forma brusca de la envidia. Pero hay también una ira justa, cuando significa el rechazo de un mal que incumbe sobre la propia persona o sobre los demás. En cualquier caso, la ira es un cierto destemple y tiene una posible relación con la violencia, en el sentido de que incluso la justa irritación puede irse de las manos.

¿Hay algún tipo de culpabilidad en las pasiones? Santo Tomás trata el tema en el artículo 1 de la cuestión 22 de la I-II de la Suma Teológica:

Las pasiones del alma pueden considerarse de dos maneras: una, en sí mismas; otra, en cuanto están sometidas al imperio de la razón y de la voluntad. Si, pues, se consideran en sí mismas, es decir, en cuanto son movimientos del apetito irracional, de este modo no hay en ellas bien o mal moral, que depende de la razón. Mas si se consideran en cuanto están sometidas al imperio de la razón y de la voluntad, entonces se da en ellas el bien o el mal moral, pues el apetito sensitivo se halla más próximo a la misma razón y a la voluntad que los miembros exteriores, cuyos movimientos y actos, sin embargo, son buenos o malos moralmente, en cuanto son voluntarios. Por consiguiente, con mucha mayor razón, también las mismas pasiones, en cuanto voluntarias, pueden decirse buenas o malas moralmente. Y se dicen voluntarias o porque son imperadas por la voluntad, o porque no son impedidas por ella.

O, en otras palabras: las pasiones, por fuerza que tengan, pueden ser armonizadas por la razón y por la voluntad y, en esa armonización, dirigirlas hacia el bien y apartarlas del mal. Un ejemplo: la pasión extrema por el juego, la ludopatía. Es el deseo fundado en una incierta esperanza de ganancia. Cuando la pasión por el juego, en sí neutra (porque los seres humanos han jugado y juegan siempre) es extrema en determinados juegos, arruina a la persona, en casi todos los sentidos posibles. La ludopatía puede curarse, tanto con un examen racional de la situación como, sobre todo, con un fuerte impulso de la voluntad. Cuando esto no es suficiente se acude, como en los casos de drogadicción y alcoholismo, a la ayuda ajena, que se basa precisamente, en hacer ver la racionalidad de la curación y la fuerza de la voluntad, con el apoyo de las conductas de otras personas.

El tema de la felicidad, como algo de la razón, la libertad y las pasiones está presente en la literatura y en la filosofía desde el principio, con una gran variedad de matices. Ofrezco a continuación una selección de esos escritos, que ayudan a pensar la felicidad desde ángulos muy diversos y a veces contrapuestos.

3. ESCRITOS SOBRE FELICIDAD E INFELICIDAD

Siguen escritos de Confucio, Heráclito, Empédocles, Demócrito, Epicuro, Séneca, san Agustín, Al-Farabi, Dante, Erasmo, Descartes, Cervantes, Shakespeare, Quevedo, Gracián, Milton, Calderón de la Barca, La Rochefoucauld, Vauvenarges, Chamfort, Lichtenberg, Joubert, Chateaubriand, Goethe, Balzac, Flaubert, Schopenhauer, Dostoievski, Dickens, Tolstoi, Galdós, Thomas Mann, Bertrand Russell. Siglos iv-iii a. C., siglo i, siglo iv, siglos ix-x, siglo xiii, siglo xiv, siglo xvi, siglo xvii, siglo xviii, siglo xix, siglo xx.

Confucio y sus seguidores han tenido una influencia continuada en la cultura china desde hace veintisiete siglos. De Heráclito, Empédocles y Demócrito, habitualmente agrupados en “presocráticos”, nos quedan solo algunos fragmentos. De Epicuro se conservan escasos textos, pero poco o nada tienen que ver con lo que después se ha entendido por epicureísmo. Séneca hace variaciones sobre el estoicismo y el epicureísmo. Agustín, después de pasar por una etapa maniquea, gracias a los platónicos y a Cicerón y, antes que nada, a la gracia, se hace cristiano y sus obras influyen en la cultura, no solo occidental, hasta hoy mismo. Al-Farabi, musulmán probablemente chiíta, conoce y glosa a Platón y a Aristóteles, haciéndolos compatibles, al menos en parte, con su fe. Dante es el máximo cantor de lo humano y lo divino. Erasmo de Rotterdam, con una inteligente sátira, retrata la transición del tardomedievo al humanismo renacentista.

Descartes pretende un nuevo inicio de la filosofía. Cervantes y Shakespeare son los dos máximos escritores en sus respectivas lenguas. Quevedo, Gracián, Calderón buenos conocedores de la filosofía. Milton logra, después de Dante, el mayor poema humano y divino. La Rochefoucauld es aún un clásico del mundo de Corneille y Racine. Vauvenarges fue un espíritu aparte, con una desdichada vida; tanto él como Chamfort, Lichtenberg y Joubert están en otra cultura, la de la Ilustración, de la que muestran la cara menos luminosa. Chateaubriand fue testigo de la caída del Ancien régime. Goethe, síntesis de clasicismo y romanticismo.

Balzac retrata, en la Comedia humana