Cincuenta historias bíblicas - Rafael Gómez Pérez - E-Book

Cincuenta historias bíblicas E-Book

Rafael Gómez Pérez

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Beschreibung

En el imaginario de Occidente se han dado dos fuentes principales de relatos que han motivado obras en literatura, pintura, escultura, música, cine y en casi todas las demás artes: la Biblia y la mitología griega y romana. Este libro extrae cincuenta historias del Antiguo Testamento, en un lenguaje sencillo y colorido, con algunas anotaciones sobre realidades actuales, muy semejantes a las de aquellos tiempos. El Concilio Vaticano II, en la constitución Dei Verbum (18 noviembre 1965) afirma: "Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina" (n. 15). En la carta motu proprio Aperuit illis 30 septiembre 2019) Papa Francisco escribe: "La Biblia no es una colección de libros de historia, ni de crónicas, sino que está totalmente dirigida a la salvación integral de la persona. El innegable fundamento histórico de los libros contenidos en el texto sagrado no debe hacernos olvidar esta finalidad primordial: nuestra salvación. Todo está dirigido a esta finalidad inscrita en la naturaleza misma de la Biblia, que está compuesta como historia de salvación en la que Dios habla y actúa para ir al encuentro de todos los hombres y salvarlos del mal y de la muerte".

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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cincuenta historias bíblicas

© Del texto, Rafael Gómez Pérez

© De la edición, Ediciones Trébedes, 2022. Centro Comercial Buenavista, Local 45, Pza. Ciudad de Nara, 2. 45005 - Toledo (España)

Imagen de portada: El sacrificio de Isaac, Pedro Orrente. Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Correctora: María Alcaide Escalonilla

www.edicionestrebedes.com

[email protected]

ISBN libro impreso: 978-84-19317-02-5

ISBN: 978-84-19317-03-2

Este escrito ha sido registrado como Propiedad Intelectual de su autor, que autoriza la libre reproducción total o parcial de los textos, según la ley, siempre que se cite la fuente y se respete el contexto en que han sido publicados.

Rafael Gómez Pérez

Cincuenta historias bíblicas

Ediciones Trébedes

Contenido

Introducción 11

1. Inicio cainita 17

2. Primera embriaguez 19

3. Inocente Isaac 21

4. Lot en Sodoma 25

5. Primer rascacielos: Babel 29

6. Rebeca, generosa 31

7. Esaú: más allá del plato de lentejas 33

8. Jacob es Israel 37

9. Tribulaciones matrimoniales de Jacob 39

10. Ramera por un día 43

11. José y la ternura 47

12. Las tribus de Israel 55

13. Salvado de las aguas 59

14. Los diez mandamientos 61

15. Habla una burra 65

16. La bendiciones de Moisés 69

17. Historias del tiempo de Josué 71

18. El puñal de Ehud 75

19. Jefté y su hija 77

20. Sansón, superhéroe 81

21. Los trescientos de Gedeón 87

22. El cruel Abimélek 91

23. Los israelitas piden un rey 93

24. El rey Saúl 97

25. David , Goliat y Jonatán 103

26. Saúl contra David 107

27. ¡Cómo han caído los valientes! 113

28. Deseando a Betsabé 117

29. La violación de Tamar 123

30. ¡Absalón, Absalón, hijo mío! 127

31. Luces y sombras de Salomón 133

32. Israel dividido 137

33. La viuda de Sarepta 141

34. Yahveh contra Baal 145

35. Elías encuentra a Eliseo 149

36. La viña de Nabot 151

37. Elías se va, sigue Eliseo 153

38. La lepra de Naamán 157

39. La bella Judit y Holofernes 161

40. Ester, hermosa y algo cruel 169

41. Susana y los viejos 181

42. Daniel y los leones 187

43. Ananías, Azarías y Misael, pioneros del ecologismo 191

44. El festín de Baltasar 195

45. Job y el mal 199

46. El miedo de Jonás 209

47. La descendencia de Rut, la inmigrante 213

48. Tobías busca novia 217

49. La muerte de Eleazar 221

50. Los mártires macabeos 223

Epílogo 229

Introducción

En el imaginario de Occidente se han dado dos fuentes principales de relatos que han motivado obras en literatura, pintura, escultura, música, cine y en casi todas las demás artes: la Biblia y la mitología griega y romana. Aquí trataré, de la Biblia, solo del Antiguo Testamento, limitándome a los libros que cuentan historias, no los sapienciales, los salmos y los profetas, con alguna excepción en esto último.

Durante muchos siglos, la mayoría de la población no tuvo acceso a la lectura del Antiguo Testamento, por dos razones principales: porque no había libros en el sentido corriente del término y, porque, aunque los hubiera habido, un altísimo porcentaje de la población era analfabeta. Las excepciones: la parte culta del pueblo judío, fiel al libro, y la parte culta de los cristianos. La población mayoritaria solo conocía el Antiguo Testamento por lo que podían transmitir los predicadores, sobre todo después de la traducción al latín que realizó san Jerónimo en el siglo IV, aunque existía una anterior, no completa, denominada Vetus Latina.

Desde la Edad Media hay traducciones parciales a las lenguas vernáculas en diferentes lugares de Europa, pero la difusión era mínima. No existía aún la imprenta, cuyo uso se extiende a finales del siglo XV. En el siglo XVI hay una floración de traducciones de la Biblia. Aunque la Biblia de Lutero no fue la primera en alemán sí obtuvo gran difusión a partir de 1522. En castellano, en 1569, apareció la traducción de Casiodoro de Reina, un religioso español convertido al protestantismo. Esa Biblia fue reeditada, corregida, en 1602 por Cipriano de Valera, también afín al protestantismo. Hasta finales del siglo XVIII no hay una traducción al castellano de la Biblia completa, la del jesuita José Miguel Petisco, que se publicaría en 1823 con la revisión de Torres Amat.

La reticencias por parte de la jerarquía de la Iglesia para la difusión del Antiguo Testamento en lengua vernácula se debieron, en parte, a que en esos libros hay historias y situaciones escabrosas. En los libros narrativos del Antiguo Testamento se puede encontrar un catálogo de los aciertos humanos, pero también de sus aberraciones. Desde el fratricidio hasta el acceso a prostitutas, incestos, adulterios, un caso de sacrificio humano, además de una cierta justificación de la mentira, del engaño y del fraude. Por no hablar de las terribles matanzas que seguían a las guerras, unas veces sufridas por el pueblo judío, pero la mayoría de las ocasiones siendo él quien las perpetraba.

Especialmente difícil de explicar era la poligamia de los patriarcas, desde Abraham en adelante, hasta las hiperbólicas mil mujeres de Salomón. Algunos escritores cristianos lo interpretaron como algo simbólico, no histórico. San Agustín, en La Ciudad de Dios, defiende que hay que situarse en un término medio: ni todo es simbólico ni todo es histórico. Cuando, por ejemplo, quiere explicar el nacimiento, de cuatro mujeres simultáneas —dos libres y dos esclavas—, de los hijos de Jacob, los que dan origen a las doce tribus de Isarel, escribe un texto lleno de distingos: «Y refiere la Escritura cómo sucedió el llegar [Jacob] a tener cuatro mujeres, en quienes tuvo doce hijos y una hija, sin haber deseado ilícitamente a ninguna de ellas. En efecto vino con intención de casarse con una, pero, como le supusieron una por otra, tampoco desechó aquella. Era un tiempo en el que ninguna ley prohibía tener muchas mujeres. Tomó por mujer a aquella a quien solamente había dado palabra y fe del futuro matrimonio, [Raquel] la cual, siendo estéril, dio a su marido una esclava suya para tener hijos de ella. Imitando esto, su hermana mayor [Lía], aunque ya había concebido y dado a luz, hizo otro tanto, porque deseaba tener muchos hijos. No se lee, pues, que pidiese Jacob sino una, ni conoció carnalmente a muchas, sino con el fin de procrear hijos, que aun esto no lo hubiese hecho si sus mujeres, que tenían legítima potestad sobre su marido, no se lo rogaran».

Más verosímil es pensar que «eran otros tiempos» y que, como se puede ver en la historia humana, cuando se generaliza un comportamiento —como ocurrió con la esclavitud o, la «inferioridad» de la mujer o, en nuestro tiempo, con el aborto provocado— se llega a aceptar como no solo legal, sino incluso legítimo. También durante muchos siglos las guerras fueron de exterminio. En el avanzado siglo veinte se registran grandes matanzas: la de los turcos contra los armenios; la de los tiempos de Stalin, la de Hitler contra precisamente los judíos y otras minorías. Las masacres ordenadas por Mao, en China, o las de Pol-Pot en Camboya. En pleno siglo XXI, la destructiva guerra de Siria o la de Ucrania, las dos sostenidas, indirecta o directamente, por el gobernante ruso, Vladimir Putin.

Fueron muchos siglos en los que el «ojo por ojo y diente por diente» parecía de estricta justicia. Siglos en los que las mujeres —aunque en el mundo hebreo con importantes excepciones— eran moneda de cambio según las conveniencias de los clanes, cosa que no ha desaparecido del todo incluso hoy mismo en algunos lugares.

La historiografía sobre el pueblo judío es una maraña compleja. Hoy algunos historiadores judíos llegan incluso a afirmar que no existe un sentido de «pueblo» antes del siglo XIX, cuando surgen los demás nacionalismos. O que no es cierto que, después de la destrucción del Templo, el año 70, todos los habitantes abandonaran la tierra, cuando la mayoría era gente sencilla, pastores y agricultores. Se apunta a que muchos descendientes de aquellos judíos que se quedaron son los ancestros de los actuales palestinos que, cuando el Islam conquistó el Medio Oriente, se convirtieron a la nueva religión.

También es frecuente que se niegue realidad histórica a los relatos sobre Moisés, jueces, Saúl, David o Salomón, con el argumento de que no se han encontrado muestras arqueológicas que los confirmen. Pero lo arqueológico depende muchas veces de un aleatorio pasado desconocido.

Muy diversa es la posición de las iglesias cristianas. El Concilio Vaticano II, en la constitución Dei Verbum (18 de noviembre de 1965) afirma: «Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina» (n. 15).

La carta motu proprioAperuit illis, del papa Francisco (30 de septiembre de 2019) recoge estas palabras de san Efrén, del siglo IV: «¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrar su reflexión». (Comentarios sobre el Diatésaron, 1, 18).

«La Biblia —escribe el papa Francisco— no es una colección de libros de historia, ni de crónicas, sino que está totalmente dirigida a la salvación integral de la persona. El innegable fundamento histórico de los libros contenidos en el texto sagrado no debe hacernos olvidar esta finalidad primordial: nuestra salvación. Todo está dirigido a esta finalidad inscrita en la naturaleza misma de la Biblia, que está compuesta como historia de salvación en la que Dios habla y actúa para ir al encuentro de todos los hombres y salvarlos del mal y de la muerte».

En el capítulo décimo de la primera epístola a los Corintios, san Pablo da la clave para entender los complejos hechos relatados en el Antiguo Testamento: «No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo… Pero la mayoría de ellos no fueron del agrado de Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros para que no codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron».

El presente libro no entra en temas arqueológicos, históricos o teológicos; solo reúne una serie de historias por su valor literario y por sus enseñanzas morales, para mal o para bien. Como escribió san Pablo al discípulo Timoteo (3, 16): «toda Escritura es inspirada por Dios y es también útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar». Son historias ricas en detalles singulares, de gran variedad, en las que se puede ver el bien, para seguir su camino, o el mal, para alejarse de él.

Resumo los textos y dejo entre comillas las palabras textuales. La versión castellana es de la llamada Biblia de Jerusalén.

He indicado también algunas composisiones musicales que se pueden oír mientras se leen estas historias, así como cuadros y grabados de los miles que durante siglos han ilustrado las historias bíblicas. Y algunas de las principales obras literarias.

1. Inicio cainita

Lo primero que cuenta la Biblia, después de la maravillosa, espléndida y generosa creación del mundo, de los animales y del ser humano, es el pecado en origen. Varón y mujer habían sido creados libres: por eso pudieron desobedecer el mandato de Dios de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Estaban armonizados con el bien y descubrieron el mal. Desde entonces el mal o lo prohibido ha tenido para el ser humano un morboso atractivo. Pero si el mundo se tiene aún en pie es por la silenciosa acción de millones de personas que eligen el bien.

Arrojados del paraíso, Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel. Caín, labrador. Abel, pastor de ovejas. Caín hizo una ofrenda a Dios de los frutos del suelo. Abel, de los primogénitos de su rebaño. Se nos cuenta que Dios vio con buenos ojos el sacrificio de Abel, pero no el de Caín, y este se deprimió. Dios le pregunta:

«—¿Por qué se ha abatido tu rostro?¿No es cierto que si obras bien podrás levantarlo?».

Había obrado mal. ¿Cómo? Se conjetura que ofreció a Dios frutos en mal estado: los que no servían. Nunca lo sabremos. Lo que sabemos es que Caín no escucha a Dios y le dice al hermano:

«—Vamos fuera».

Donde no hay nadie. Tampoco podían ser muchos: el padre y la madre. Y Caín mató a Abel.

Enseguida Dios le pregunta que dónde está su hermano. Y Caín contesta con una frase que se ha hecho proverbial:

«—No sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?».

Sí, Caín, ¿qué mejor guardián de un hermano que su hermano? «Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo». Dios maldice a Caín y Caín se queja:

«—Cualquiera que me vea me matará».

Y entonces hay un giro misterioso:

«—Al contrario, cualquiera que matare a Caín lo pagará siete veces. Y Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrare le atacara». Ese signo no ha impedido que desde Caín hasta hoy mismo el odio cainita, convertido en crueldad, haya llenado y llene el mundo de víctimas inocentes, como Abel. Y, lo que resulta incomprensible: a veces, en nombre de Dios.

Música: Alesandro Scarlatti, Caino, overo il primo omicidio; Joseph Haydn, La Creación, con un dueto Adán-Eva. Frank Pourcel, Adam et Eve; Anton Rubinstein, El Paraíso perdido, oratorio; Krzysztof Penderecki, El paraíso perdido, ópera; Bob Dylan, Man game name to all Animals.

Pinturas: Jan Van Eyck, Adán y Eva, Catedral de Saint Bavon, Gante; Masolino, Adán y Eva, Santa Maria del Carmine, Florencia; Alberto Durero, Adán y Eva, Museo del Prado; Tiziano, Adán y Eva en el Paraíso terrenal, Museo del Prado; Frans Franken II, Caín matando a Abel, Museo del Prado.

Literatura: John Milton, Paradise lost; Klopstock, La muerte de Adán.

2. Primera embriaguez

Muchos siglos después de que Dios hubiera creado al hombre y a la mujer, el ser humano desarrolló esa tendencia suya hacia el mal. ¿Qué mal? «La tierra está llena de violencias». La herencia cainita.

Noé, en cambio, era un varón justo y cabal. Estaba casado y tenía tres hijos principales : Sem, Cam y Jafet.

Decide Dios acabar con los violentos mediante el ahogamiento por un diluvio de cuarenta días con cuarenta noches. Manda a Noé que construya un arca para alojar su familia, las familias de sus hijos y una pareja de cada especie animal. Cuando retroceden las aguas, Noé, previsor, suelta a un cuervo que, a intervalos, salía y entraba en el arca, prueba de que todavía era peligroso abandonarla. Suelta luego una paloma, que también volvió. Aún era pronto. De nuevo, pasado un tiempo, vuela de nuevo la paloma y esta avispada ave trae en el pico un ramito fresco de olivo. La célebre paloma de la paz.

Salen todos del arca. Y Dios les dice:

«—Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida». Una enésima condena de la violencia.

Noé se dedicó, como gran parte de la humanidad hasta casi hoy mismo, a la agricultura. Plantó una viña, acaso sin saber bien qué era. Hay ahí un salto: no se explica cómo crio el vino, pero lo hizo, bebió, se embriagó, «y quedó desnudo dentro de su tienda». Llega uno de los hijos, Cam; ve al padre en cueros y llama a Sem y Jafet, quizá para que todos se rían del desnudo viejo en medio de la curda. Sem y Jafet, en cambio, «tomaron el manto, se lo echaron al hombro los dos y, andando hacia atrás, vueltas las caras, cubrieron la desnudez de su padre sin verla».

Cuando se despertó Noé y se enteró de lo ocurrido, maldijo a Cam y a sus descendientes, los que poblarán la tierra de Canaán. Pero, dejando a un lado esa maldición, todo el episodio es la primera advertencia, que se sepa, para «un consumo responsable». Y todavía se crían vinos con la marca Noé.

Música: Michelangelo Falvetti, Il diluvio, oratorio; Camile Saint-Saens, Le Déluge, oratorio; Óscar Navarro, El Arca de Noé, poema sinfónico.

Pintura: Miguel Ángel, La embriaguez de Noé; Giovanni Andrea di Ferrari, Embriaguez de Noé, Galleria Nazionale, Parma.

Cine: Darren Aronofsky, Noé.

3. Inocente Isaac

Uno de los tatataranietos de Sem, hijo de Noé, llamado Téraj engendró a Abraham y nunca pudo imaginar lo que su hijo iba a dar de sí. Vivían en Ur, en Caldea, la tierra en torno a dos ríos, el Tigris y el Eúfrates. Abraham se casó con Saray, pero con tan mala suerte que la muchacha era estéril. En cambio, era hermosísima. (Un hermano de Abraham, Harán, tuvo un hijo llamado Lot: ya se verá lo que pasó con él).

Téraj tomó a su familia y se dirigió a Canaán, porque Dios le había dicho:

«—Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré».

Pasado el tiempo, en esa tierra hubo una gran carestía y Abraham, con su familia, se fue a Egipto. Sabiendo que los egipcios iban a quedarse encandilados con la belleza de Saray, dijo a todos que era su hermana. Se enteró el faraón y la llevó a palacio, la trató como a su mujer, colmando al «cuñado» de bienes. Nada bueno, aunque inocentemente, haría el faraón con Sara porque Dios lo castigó con grandes plagas. Enterado el faraón de la verdad, le dice a Abraham que por qué le había mentido. Anda, vuélvete a tu casa.

Seguía sin descendencia, pero Saray tenía una esclava egipcia, llamada Agar. Así que le dijo a su marido que a ver si podía tener un hijo con ella. Cuando Agar se quedó embarazada empezó a ver con cierto desprecio a Saray y Saray «dio en maltratarla», con la anuencia del marido, porque, se diga lo que se diga, algunas mujeres han mandado siempre mucho. Así que Agar huyó, aunque al fin volvió y dio a luz a Ismael. De ahí viene «agareno», «ismaelita»…, los musulmanes, que consideran padre suyo a Abraham. (Aunque Agar e Ismael serán expulsados de la casa de Abraham cuando nazca Isaac).

Siendo Saray muy vieja Dios le dio por fin un hijo, aunque ella se lo tomó un poco a broma casi de mal gusto:

«—Todo el que lo oiga [que estoy embarazada] se reirá conmigo».

Fue un buen parto, y nació Isaac.

Isaac creció sano y fuerte y cuando tenía unos trece o catorce años, Dios le dice a Abraham:

«—Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga».

Aunque en el camino había estado acompañado de dos jóvenes, al acercarse la hora del sacrificio Abraham se queda solo con su hijo. Isaac le dice:

«—Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?» Y se adivina el compungido corazón de Abraham cuando responde:

«—Dios proveerá, hijo mío».

Llega al lugar, erige el altar; encima, leña; y encima el cuerpo inocente de Isaac.

Un ángel interviene in extremis:

«—No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado a tu hijo, a tu único».

Mucho tiempo después, san Pablo lo resumió genialmente: «contra spem in spem credidit», contra la esperanza creyó en la esperanza de que sería padre de muchas naciones.

Música: Domenico Cimarosa, Il sacrificio di Abramo, oratorio; Igor Stravinski, Abraham and Isaac; Alessandro Scarlatti, Agar e Ismael, exiliados.

Pintura: Caravaggio, El sacrificio de Isaac, Galleria degli’Uffizi, Florencia; Guercino, Abraham expulsa a Agar e Ismael, Pinacoteca di Briera, Milán.

4. Lot en Sodoma

Lot, sobrino de Abraham, vivía desde hacía poco en Sodoma, con su mujer y sus dos hijas. Esta ciudad, como la vecina Gomorra, tenía fama de albergar todo tipo de perversiones o, como algunos dicen hoy, parafilias. Tantas, que Yahveh decidió destruir las dos ciudades, que tampoco serían muy grandes, porque casi ninguna lo era en aquellos tiempos: quizá unos pocos cientos de habitantes.

Al enterarse Abraham inicia un regateo con Yahveh. ¿Van a morir justos por pecadores? ¿Y si hay cincuenta justos? Entonces perdono a todos. Pero no había cincuenta, ni cuarenta y cinco, ni cuarenta, ni treinta, ni veinte, ni diez. Es Abraham quien va rebajando la cifra, en una especie de subasta a la inversa y una muestra de lo antiguo que es el regateo.

Justos son menos de diez; solo cuatro: Lot, su mujer y sus dos hijas. Así que Yahveh envía a dos ángeles a Sodoma para rescatar a la familia. Lot, creyendo que son peregrinos, les ofrece hospitalidad en su casa. La ley de la hospitalidad era algo sagrado, como sabemos que sucedía también en Grecia y en numerosas culturas. En un mundo inseguro, hago lo que espero que hagan conmigo.

Los huéspedes de Lot cenan y se acuestan. «No bien se habían acostados cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa, desde el mozo hasta el viejo. Llamaron a voces a Lot y le dijeron:

«—¿Dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche? Sácalos para que abusemos de ellos».

Lot se queda aterrado:

«—No hagáis eso, mirad, aquí tengo dos hijas, vírgenes, las haré salir y haced con ellas lo que os parezca».

Le responden:

«—Acabas de venir a nuestra ciudad y te eriges en juez. Te vamos a tratar peor que a ellos».

Están a punto de romper la puerta, cuando los hombres de dentro (que eran ángeles) rescatan a Lot y deslumbran a los asaltantes. Luego le preguntan a Lot que quién más hay en la casa. Están los futuros yernos, prometidos de las dos hijas.

«—Avisa a todos —dijeron los ángeles— y escapad, porque vamos a destruir esta ciudad».

Los yernos, al oír esto, se rieron; ellos no se irían. Llevaban en Sodoma toda la vida, y estaban bien situados.

Los ángeles empujaron a Lot, a su mujer y a sus hijas fuera de la ciudad, diciéndoles que no mirasen hacia atrás. Lot pidió a los ángeles que lo dejaran ir a un pequeño pueblo vecino, llamado Soar.

«El sol asomaba sobre el horizonte cuando Lot entraba en Soar. Entonces Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego. Y arrasó aquellas ciudades y todo su alrededor, con todos sus habitantes y la vegetación del suelo».

El espectáculo era… dantesco. Picada de la curiosidad, como la curiosidad mató al gato, la mujer de Lot miró hacia atrás y se volvió un bloque de sal.

Lot tuvo miedo de entrar en Soar y se quedó en una cueva, ya solo con las dos hijas.

«La mayor le dijo a la pequeña:

—Nuestro padre es viejo y no hay ningún hombre en el país que se una a nosotras, como se hace en todo el mundo. Ven, vamos a propinarle vino, nos acostaremos con él y así engendraremos descendencia».

Así lo hicieron, en dos noches, «sin que él se enterase cuando ellas se acostaron ni cuando se levantaron».

La mayor parió a Moab, padre de los moabitas. La menor, a Ben Amí, padre de los ammonitas. Con el tiempo, moabitas y ammonitas serían encarnecidos enemigos de Israel. Quizá quienes escribieron esta historia querían decir que esos enemigos eran descendientes de algo abominable, que la ley de Moisés condena, así como ha sido y es tabú en la casi totalidad de las culturas. Pero hay que señalar también que los judíos tuvieron casi siempre una cierta predilección por las moabitas, que estaban relativamente a mano, al otro lado del mar Muerto.

Música: banda sonora de Miklós Rózsa, para la película Sodoma y Gomorra(1962), de Robert Aldrich.

Pintura: Johan George Trautmann: Lot huye de Sodoma con sus hijas.

Literatura: Jean Giradoux, Sodome et Gomorrhe.

5. Primer rascacielos: Babel

Imaginemos que hace miles de años, el mundo, con los descendientes de Noé, tenía un único lenguaje. Los hombres que entonces vivían en el país de Sinar, en el valle del Tigris y del Eúfrates, sabían fabricar ladrillos y, como argamasa, usaron betún. Así que decidieron esto:

«—Vamos a edificar una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por la faz de la tierra».

El deseo de ser famoso o famosa es una de las constantes humanas.

La reacción de Yahveh es todo un misterio. Mira la ciudad y la torre y dice:

«—He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible [hay que ver en esto un tinte irónico]. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo».

Al no entenderse unos con otros, la torre quedó inconclusa.

—¡Pásame el nivel, bitte!

—I don’t understand!

—S’il vous plait!

—Non capisco niente

—Niya ne znayu chto ya delayu.

¿Por qué esa reacción divina? Se ha comentado que esos hombres pecaron de orgullo, esa arrogancia que, con el término de hybris, también castigan los dioses en la mitología griega. Es probable que esto sea un relato para explicar la diversidad de lenguas que se ha dado desde el principio de la humanidad, porque cada etnia, aislada de las demás, desarrolla su propio lenguaje. Aún hoy hay unas siete mil lenguas diferentes. Menos mal que acciones esenciales, como comer, beber, dormir, mirar, oler, oír, andar, correr y otras fácilmente imaginables también se pueden indicar con gestos.

Música: Anton Rubinstein, La Torre de Babel, ópera.

Pintura: Pieter Brueghel el Viejo, La Torre de Babel, Museo de Historia del Arte, Viena.

Literatura: Calderón de la Barca: La Torre de Babilonia; Felix Durremat, Un ángel va a Babilonia.

6. Rebeca, generosa

Isaac es uno de los personajes más entrañables de la Biblia, por más que en la vejez estuviera un tanto torpe. Pero, de joven, se merecía una mujer como la joven Rebeca. Abraham, ya muy anciano, tiene que casar a Isaac. Encarga a su siervo de mayor confianza, Eliazer, que busque una mujer para el hijo, pero no en Canaán, sino en su tierra de origen.

Parte el siervo con diez camellos y regalos y llega a un pozo. Se dice a sí mismo que elegirá a la muchacha que, cuando él le pida agua, se la dé de buen grado. He aquí que llega al pozo una muchacha llamada Rebeca. Era de una belleza sencilla y profunda. No solo dio de beber a Eliazer, sino que, durante mucho tiempo, sacó agua del pozo para que quedaran saciados los demás hombres y los diez camellos. Eliazer ofreció a Rebeca un anillo y brazaletes. Ella fue a su casa y contó todo a su hermano, Labán.

Labán dio alojamiento a los huéspedes y forraje en abundancia para los animales. Cuando Eliazer cuenta su encargo y pide a Rebeca para mujer de Isaac, Labán no puede menos que decir:

«—De Yahveh ha salido este asunto. Nosotros no podemos decirte está mal o está bien. Ahí tienes delante a Rebeca; tómala y vete y sea ella la mujer del hijo de tu señor».

Y se ponen en viaje.

Cambio de escenario. Estaba un día Isaac de paseo por el campo cuando he aquí que al alzar la vista vio venir unos camellos. Rebeca a su vez alzó sus ojos, se apeó del camello y dijo al siervo:

«—¿Quién es aquel hombre que camina por el campo a nuestro encuentro?».

Cuando le responden que es su señor, toma el velo y se cubre la cara. Eliazer los presenta. Isaac tomó a Rebeca como mujer «y la amó». Y el escritor añade un detalle entrañable: «Así se consoló Isaac por la pérdida de su madre».

Y es que, desde el principio de los tiempos, salvo en casos desnaturalizados, el varón profesará un amor incondicional a la mamma. En hebreo la palabra es ima. En chino, como en japaonés, mama. En coreano eoman, que se pronuncia onma. En árabe algo así como am. En hindi, maan. En sueco, mamma, acentuando la segunda «a». En swahili, mama. En ruso, mama. En indonesio, según el contexto, mama o momi. A pesar de que el lenguaje es algo convencional, sorprende esta coincidencia para llamar a la madre «mamá». Sin olvidar a la mamma italiana.

Música: Giuseppe Bonno, Isacco, figura del Redentore.

Pintura: Andrea Vaccaro, Encuentro de Isaac y Rebeca, Museo Nacional del Prado.

7. Esaú: más allá del plato de lentejas

Tardó Rebeca en quedar embarazada. Pero al fin lo consiguió: unos mellizos que se entrechocaban en su seno. Ella se cansó de las molestias de la preñez: ¿para qué vivir? Yahveh le dice:

«—Dos pueblos hay en tu vientre… el mayor servirá al pequeño».

Llega el día del parto. Sale el primero, pelirrojo, con mucho pelo. Es Esaú. Después sale el otro, agarrando el talón («Jacob», en hebreo) del primero. Se llamará así, Jacob. Esaú, al crecer, era un buen cazador. Jacob, más casero. Isaac prefería a Esaú, porque también le gustaba la caza. Jacob era el ojito derecho de Rebeca.

Son ya los dos jóvenes. Un día, Jacob, un cocinillas, había preparado en la tienda un guiso. Llega Esaú, sudando, agotado, hambriento.

—Dame a probar de eso rojo, que me muero de hambre.

—Véndeme ahora mismo tu primogenitura.

—No puedo más. ¡Qué me importa la progenitura!

—Júramelo ahora mismo.

El guiso era un plato de lentejas.

La Biblia dice que Esaú «desdeñó la primogenitura». Pero hay en todo esto algo extraño y misterioso, que se confirma cuando Isaac, ya viejo, casi ciego, y no faltando mucho para que muera, quiere dar su bendición a Esaú. Le pide a su hijo que salga, cace y le prepare un guiso «de los que a mí me gustan».

Rebeca —muy lejos ya de aquella generosa e inocente muchacha— lo oye y traza su plan con Jacob. Mientras Esaú caza, algo que no se consigue en poco tiempo, Rebeca y Jacob matan a dos cabritos del rebaño. Ella hace el guiso. Jacob objeta: ¡pero si Esaú tiene mucho vello y yo casi nada! Rebeca maquina más: te vistes con ropa de Esaú y te cubro los brazos y las manos con las pieles de los cabritos.

Dicho y hecho. Entra Jacob adonde está su padre.

—¿Quién eres?

—Soy tu primogénito Esaú. Come y dame tu bendición (no dice la verdad).

—¡Que prisa te has dado!

—Sí, es que Yahveh, tu Dios, me la puso delante la presa (otra mentira más).

Isaac desconfía. Le pide que se acerque para que pueda palparlo.

«—La voz es la de Jacob pero las manos son las manos de Esaú».

Pero aún pregunta:

—¿Eres tú realmente mi hijo Esaú?

—El mismo (insiste en faltar a la verdad).

Come Isaac, bebe y bendice: «¡Mira el aroma de mi hijo, como el aroma de un campo que ha bendecido Yahveh!».

Da pena contar lo que sigue. Llega por fin Esaú, con la caza que se ha currado; hace el guiso.

—¿Quién eres?

—Esaú.

—Ya he bendecido, ha venido astutamente tu hermano y se ha llevado tu bendición.

Amarga reflexión de Esaú:

«—Con razón se llama Jacob, pues me ha suplantado estas dos veces; se llevó mi progenitura y ahora se ha llevado mi bendición».

Esaú pide algún tipo de bendición de su padre, está llorando, y recibe solo ese «a tu hermano servirás». Esaú quiere vengarse y está dispuesto a matar a su hermano.

Pasado un largo tiempo, ya Jacob casado con Lía y Raquel, ve venir a Esaú con cuatrocientos hombres. Jacob reparte a los hijos entre las dos mujeres y quizá piensa en las faenas que ha hecho siempre a su hermano. Pero «Esaú corrió a su encuentro, le abrazó, se le echó al cuello, le besó y lloró. Levantó luego los ojos y al ver a las mujeres y a los niños, dijo:

—¿Qué son estos de ti?

—Son los hijos que ha otorgado Dios a tu siervo».

Los hijos de Jacob con Lía y Raquel son los doce que darán nombre a las tribus de Israel y todo girará en torno a ellos. Pero, frente a la astucia de Isaac y Rebeca, emociona la generosidad del peludo Esaú. Los descendientes de Esaú poblarían Edom y en el futuro serán enemigos de los descendientes de Jacob.

Pintura: Govert Flinck: Isaac bendice a Jacob, Riksmuseum, Ámsterdam.

Maestro de Isaac, Esaú rechazado por Isaac, Basílica superior de San Francisco, Asís.

8. Jacob es Israel

Vimos cómo Jacob era astuto, mentía cuando le convenía, se aprovechó de la debilidad que por él tenía su madre, Rebeca; engañó a Esaú, su hermano… y se podría seguir. Mira por dónde: Yahveh lo escoge a él, hasta le cambia el nombre: se llamará Israel. De ahí los israelitas y el nombre del país, aunque, lo que son las cosas, no son muchos los israelitas que hoy creen en Yahveh.

Resulta que, misteriosamente, el nombre de Israel puede significar «Dios es fuerte» o incluso «Fuerte contra Dios». Está contado en un pasaje enigmático donde los haya, que se suele denominar «Jacob lucha contra el ángel».

«Habiéndose quedado solo [Jacob], estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba. Pero viendo [ese alguien] que no le podía, le tocó en la articulación del fémur y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquel. Este dijo:

—Suéltame, que ha rayado el alba.

Jacob respondió:

—No te suelto hasta que no me hayas bendecido.

Dijo el otro:

—¿Cuál es tu nombre?

—Jacob.

—En adelante no te llamarás Jacob sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres.

Jacob le preguntó:

—Dime, por favor, tu nombre.

—¿Para qué preguntas por mi nombre?»

Y le bendijo allí mismo. Jacob llamó aquel lugar Penuel pues (se dijo): «He visto a Dios cara a cara y tengo la vida salva». Sí, pero salió cojeando ya para toda su vida, porque le habían dañado el nervio ciático.