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Existir es una perla de sabiduría, un asequible y conciso texto donde la psicología, la filosofía y la poesía entrecruzan sus miradas. Anclado en una larga trayectoria terapéutica, y asimismo fundamentado en análisis de figuras conocidas de la literatura o la psicología, Robert Neuburger abre el sentimiento de existir a su dimensión más profunda, más allá de la visión meramente biomédica (y el abordaje farmacológico que la acompaña): la red de relaciones que establecemos con los otros –y las que estos establecen con nosotros– así como los grupos de pertenencia con los que nos identificamos y adherimos.
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Seitenzahl: 161
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Robert Neuburger
Existir
El más íntimo y frágil de los sentimientos
Prefacio de Eduardo Brik
Traducido por Elisabeth Sigrist
Título original:
EXISTER. Le plus intime et fragile des sentiments by M. Robert Neuburger
www.robertneuburger.fr
© Editions Payot & Rivages, 2012, 2014, 2020
© de la edición en castellano:
2022 by Editorial Kairós, S.A.
www.editorialkairos.com
© de la traducción del francés al castellano: Elisabeth Sigrist Wendnagel
Revisión de la traducción del francés al español: Christine Carlin
Revisión de texto en español: Armando Riol y Carmen Bermudez Romero
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien Van Steen
Imagen cubierta: Dae Jeuna Kim (Seoul, Korea)
Primera edición en papel: Septiembre 2022
Primera edición en digital: Septiembre 2022
ISBN papel: 978-84-1121-051-5
ISBN epub: 978-84-1121-090-4
ISBN kindle: 978-84-1121-091-1
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
A mis padres, a Svéti, Alice, Frédéric, Paul-Louis, Éthel, origen de mi sentimiento de existir
«No basta con dar a luz a los hombres para que puedan existir».
René LAFORGUE
«El hombre no es solo su naturaleza, sino esencialmente su historia […] el hombre no es una cosa, sino un drama […]. Su vida es algo que ha de ser elegido, inventado a medida que progresa. El ser humano consiste en esta elección y esta invención. Todo ser humano es el autor de sí mismo, y si bien puede elegir entre ser un escritor original o un imitador, no puede evitar esta elección […] está condenado a ser libre.»
José ORTEGA Y GASSET
Es para mi un honor y satisfacción escribir el prefacio de esta obra de un gran profesional y amigo, quien nos lleva de forma sabia e integradora a reflexionar sobre el sentimiento de existir; sentimiento básico al cual prestamos escasa atención los seres humanos y, por ende, también los profesionales de la salud mental.
El sentimiento de existir no es un fenómeno biológico, sino una construcción psicológica que hacemos a lo largo de la vida. El núcleo central de dicha construcción abarca tanto las relaciones interpersonales (nutriente, de autoridad, fraternal y amorosa) como los grupos de pertenencia (grupo familiar, de pareja, fraternal e ideológico), con los cuales nos identificamos y luego nos adherimos.
Para la construcción de este sentimiento, Robert Neuburger da una importancia clave al concepto de dignidad, es decir, la opinión que tenemos nosotros de nosotros mismos, como la que tienen los demás de nosotros, puntualizando que la dignidad está vinculada al respeto que nos tenemos y al que los otros nos muestran. Este respeto está vinculado a la ética y a la moral construida en un sistema de creencias, en un «nosotros».
Nuestra vida puede estar en peligro cuando perdemos el sentimiento de existir. «Estamos vivos, ahora de lo que se trata es de hacernos existir» frase escrita por Jorge Semprún, exministro de Cultura del Gobierno de España, quien escribe esta frase al ser liberado de un campo de concentración.
El autor de la obra coincide con Viktor Frankl, autor del libro El hombre en busca de sentido, cuando afirma que el vacío existencial no es una depresión, sino que es la prueba de nuestra humanidad, un sentimiento que nunca está plenamente interiorizado.
Heródoto, historiador de la Grecia Antigua, dice: «Ningún ser humano aislado puede bastarse por sí solo»; es imposible crear consigo mismo un mundo personal equivalente al tejido de relaciones y pertenencias que nos vincula con el mundo exterior.
Pretender autoexistir es una tarea imposible, ya que no nos permite crear un sentimiento de existir, elemento básico para generar y consolidar nuestra existencia humana.
El autor puntualiza que, cuando tenemos un déficit o un ataque al sentimiento de existir y que se prolonga en el tiempo, se genera un vacío existencial y una desesperación que no se soporta, lo que puede llevarnos a comportamientos tan peligrosos que pongan en riesgo la vida propia. La finalidad de estos comportamientos es evadirnos del sufrimiento, como, por ejemplo, las autolesiones, la adicción a las drogas o a las adicciones comportamentales, tendencia compulsiva a los juegos de azar, o practicar deportes de alto riesgo, pretendiendo así desafiar y vencer a la muerte, como un intento de hacerse autoexistir, en el desafío con la muerte.
Para el autor, el suicidio y el homicidio son un recurso desesperado resultante de haber perdido el sentimiento de existir, que tiene sus raíces en un déficit o ataque a relaciones tempranas o tardías que están vinculadas al apego, a la separación, a la traición y a la humillación, originándose un vacío existencial extremo.
Una gran virtud de esta obra es plantear una mirada psicoterapéutica, multisistémica y constructivista que abre una visión diferente desde el sentimiento de existir para intervenir en los distintos problemas psicológicos de los seres humanos. A partir de aquí, cuestiona la medicina y la psiquiatría actuales por su orientación netamente biológica, ya que diagnostican depresión a toda persona que muestra síntomas depresivos, no haciendo la distinción fundamental entre síntoma y enfermedad. Los síntomas, para el autor, son una respuesta normal frente a fenómenos anormales, como la humillación, la injusticia, la incomprensión, en definitiva, todo aquello que ataca nuestro sentimiento de existir.
Esta obra está fundamentada en la amplia y prolongada trayectoria del autor en la práctica de la psicoterapia, con la documentación de casos asistidos y supervisados por él, y también por el análisis de historias familiares y existenciales de personalidades destacadas de distintos ámbitos como la literatura, la psicología, la filosofía, tales como Primo Levi, Louis Althusser, Sigmund Freud y Georges Simenon, entre otros.
A través de esta obra, Robert nos interpela a todos a preguntarnos por qué y para qué un consumo masivo de psicofármacos en nuestra sociedad, desafiándonos a conectar con algo tan humano como este sentimiento de existir. La depresión y la ansiedad tan fácilmente diagnosticadas son para el autor el resultado de un sentimiento de existir dañado, o, incluso, que no se ha podido llegar a construir.
Robert finaliza su obra generando esperanza en nosotros, al introducir una alternativa para acompañar a este ser humano dañado que es, ante todo, nuestro hermano: «la curiosidad benevolente». Esta curiosidad implica escuchar y comprender lo que expresa el paciente a través del lenguaje de sus síntomas, intentando devolverle su dignidad para que se reintegre en la comunidad de los humanos, donde muchos profesionales de la salud y salud mental tratan de hacerlo, pero se encuentran limitados por un enredo de conocimientos pseudocientíficos, ya que su prioridad es establecer una categoría diagnostica a fin de poder ubicar al paciente.
Cuando podamos devolverle la dignidad al paciente, el resultado será que pueda disponer de la libertad de elegir, su destino, su forma de pensar, y desarrollar sus recursos a fin de enfrentarse a sus angustias existenciales.
Recomiendo la lectura de esta obra a todos los profesionales de la salud y la salud mental y al público en general, ya que, sin duda, permitirá abrir una nueva forma de comprender y abordar los diferentes problemas de la existencia humana.
EDUARDO BRIK
Médico psicoterapeuta
Psicoterapeuta sistémico de pareja y familia
Supervisor docente
Experto en psicoterapia transcultural
Director de ITAD (Madrid)
Presidente de la Asociación Terapias sin Fronteras
«Siento cómo late mi corazón, cómo respiran mis pulmones, cómo vive mi cuerpo y, sin embargo, no siento que existo», dice una mujer joven, víctima de abusos sexuales. «Tengo la impresión de ser transparente», se lamenta otra. «Ya no siento que existo», expresa un hombre para justificar su decisión súbita de abandonar a su mujer y a sus hijos.
Desde hace una decena de años me sorprende lo frecuentemente que se expresa esta forma de sufrimiento. En estas mujeres y hombres aflora una desesperación cuando me confían que su sensación de existir está, si no truncada, como mínimo muy dañada.
La reflexión sobre esto me ha llevado a distinguir entre la vida y la existencia. La vida nos es dada. Reclama que la cuidemos. El cuerpo tiene sus exigencias. Hemos de comer, beber, cuidar nuestra salud. La existencia es otra cosa. Lo que entiendo como sentimiento de existir consiste en estar conforme con la forma en que se desarrolla nuestra vida. Es un sentimiento de intensidad variable. A veces existimos plenamente en nuestra vida, en nuestra pareja, en nuestra profesión, estamos en consonancia con nosotros mismos y con nuestro entorno, cercanos a la felicidad. A veces existimos mucho menos; y si este estado se prolonga, empezamos a sentir una desesperanza, a la que hoy en día se ha convenido llamar –retomando una metáfora meteorológica apreciada por los laboratorios farmacéuticos–una «depresión».
Mientras todo va bien no nos percatamos de este sentimiento, excepto en raras ocasiones, como la que expresa Rousseau en Ensoñaciones de un paseante solitario: «Cuando se acercaba la noche, descendía de las cimas de la isla e iba gustosamente a sentarme a orillas del lago, sobre la arena, en algún rincón escondido; allí, el rumor de las olas y la agitación del agua fijaban mis sentidos y ahuyentaban de mi alma toda agitación, sumiéndola en un delicioso ensueño, en el que me sorprendía con frecuencia la noche sin que me hubiera percatado. El flujo y reflujo de aquel agua, su rumor acrecentado a intervalos, golpeando sin descanso mi oído y mis ojos, compensaban los movimientos internos que el ensueño extinguía en mí y era suficiente para hacerme sentir placenteramente mi existencia, sin siquiera molestarme en pensar. De vez en cuando nacía alguna débil y breve reflexión sobre la inestabilidad de las cosas de este mundo, cuya imagen me ofrecía la superficie de las aguas; pero pronto estas ligeras impresiones se borraban en la uniformidad de un movimiento continuo que me mecía».
Pero si sucede algo que genera una brecha en esta bella construcción, la existencia empieza a pesarnos, o incluso a escapársenos. La mayoría de las veces no nos percatamos de este sentimiento de existir hasta que lo echamos en falta. Sentir que existimos no es un hecho biológico, es una construcción.
Naturalmente, la vida y la existencia están estrechamente vinculadas. Si nuestro sentimiento de existir se debilita hasta tal punto que contemplamos el suicidio, entonces es el cuerpo, es decir, la vida, lo que peligra. Por el contrario, cuando el cuerpo nos falla a causa de una enfermedad es el sentimiento de existir el que se resiente. Todo ello está vinculado a una consciencia siempre presente del paso del tiempo. Un paciente había colocado sobre su escritorio, siempre a la vista, una nota que decía: Today is the first day of your last days (Hoy es el primer día de tus últimos días). Otro tenía una reserva de estupefacientes, para recordarle constantemente que tenía la posibilidad de acortar sus días. En la época barroca, cuando la esperanza de vida era de unos treinta y cinco años, se podía ver con frecuencia un cráneo en una esquina de los cuadros, para recordarle a su dueño que tenía los días contados; es lo que se llamaba vanitas o memento mori.
En esas condiciones, puesto que tenemos el sentimiento de que la vida es breve, ¿por qué no intentar disfrutar al máximo de esta posibilidad que nos es dada? Hay tres razones para ello. Primero, todo disfrute tiene como base el gozo sexual. Es de tipo orgásmico, por tanto, temporal, seguido de un período de no-excitabilidad fisiológica,* por tanto, de insatisfacción programada. Segundo, a medida que se utilizan, las razones para gozar se van agotando; por tanto, tenemos que buscar constantemente sensaciones nuevas. Tercero, nuestro sentimiento de existir parece estar estrechamente vinculado a nuestra dignidad como seres humanos, a la opinión que tenemos de nosotros mismos y a la que los demás tienen de nosotros. Esta dignidad está a su vez vinculada al respeto que nos tenemos a nosotros mismos y al que los demás nos otorgan. Y este respeto está vinculado a la ética que nos ha sido transmitida a través de una moral, si no religiosa, por lo menos vinculada a un sistema de creencias, producto de una construcción llamada «nosotros».
La existencia está unida a la creencia, a lo que cada uno creemos que es o debería ser nuestra existencia. Es una construcción, una construcción jamás completada. En La escritura o la vida, Jorge Semprún cuenta cómo, tras salir del campo de concentración, volvió a la existencia gracias a la tarea de escribir: «Estamos vivos, ahora de lo que se trata es de hacernos existir». Es una frase particularmente acertada.
Lo que los médicos llaman «depresión» es, en mi opinión, el hecho de ya no sentir que uno existe o, por lo menos, de sentirse existir menos, lo cual traducido es el sentimiento de no percibir que se tiene un futuro, de verse sin proyecto, fuera del tiempo. A los «deprimidos» no les queda otra cosa que fiarse de la medicina para salir de ese estado que los identifica como enfermos. Sin embargo, no se trata de una enfermedad, sino del síntoma que aparece cuando un acontecimiento ha perturbado la construcción del sentimiento de existir, desatando en estas personas una duda sobre su derecho a existir en este mundo. Este estado doloroso es una señal-síntoma, algo como el dolor provocado por una quemadura y que nos dice: «¡Mi sentimiento de existir ha sido atacado! ¿Por qué? ¿Cómo?». Es la consecuencia normal de un ataque doloroso a algo esencial, a esta construcción que edificamos desde la infancia y que consiste en hacernos existir, en otorgarnos una dignidad humana, que nos da el derecho y las razones para vivir.
Hay que distinguir entre el sentimiento de existir y el sentido de la vida. Viktor Frankl, Irvin Yalom1 y los defensores de la Terapia Existencial invocan la idea de que, para vivir, el hombre ha de darle un sentido a su vida. Creo que se trata de una consecuencia y no de una causa. El sentido de su propia vida, de su utilidad, surge una vez que el sentimiento de existir ya está presente. No es el fin lo que confiere la existencia, es el hecho de sentirse existir lo que nos permite imaginar que la existencia tiene un fin. Ahora bien, coincido con Viktor Frankl en un punto esencial, cuando afirma que el sentimiento de un vacío existencial no es una enfermedad: «En cuanto al sentimiento de sin sentido de nuestra existencia, no se puede olvidar que no es en sí una situación patológica, es más bien la prueba de nuestra humanidad».2
Dicho esto, la elección de los medios por los que nos hacemos existir va ligada al contexto político. Si vivo en una sociedad democrática, soy yo quien ha de ocuparse de esta tarea. En cambio, en una sociedad totalitaria es el estado el que se encarga de dirigir mi existencia. Una mujer de origen rumano había pasado gran parte de su vida bajo la dictadura comunista, un régimen que no le dejaba absolutamente ninguna elección en cuanto a la construcción de su existencia. Cuando vino a mi consulta, tenía un sentimiento no de depresión, sino de vacío existencial. Al pedirme un diagnóstico le contesté: «¡Su enfermedad es la libertad!».
Este libro mostrará, primeramente, cómo construimos nuestro sentimiento de existir, los elementos que nos confieren este sentimiento. Se trata en esencia de las relaciones que establecemos con los demás y aquellas que los demás establecen con nosotros, así como de nuestra pertenencia a grupos que nos reconocen y nos aceptan.
Seguidamente abordaré aquellas situaciones que muestran un defecto en la construcción del sentimiento de existir, así como aquellas que, más tarde, ponen en evidencia un ataque al sentimiento de existir y las reacciones que esto puede originar. Expondré ciertas reacciones negativas, vinculadas a la desesperación, pero también las tentativas de autorreparación de las cuales algunas dan lugar a obras artísticas.
Finalmente, basándome en mi práctica, señalaré las aportaciones de una terapia que valora una lectura des-patologizante a la hora de comprender los sufrimientos psíquicos. Veremos que le doy más importancia a la dignidad de los sujetos que a los síntomas que presentan. No se trata de hacerles creer que serán felices una vez que desaparezcan sus síntomas por ingerir pastillas, sino de valorar su propia libertad de elección.
¿Qué es lo que nos empuja a construir una pareja y a formar una familia? ¿Por qué sentimos la necesidad de pertenecer a un círculo de amigos o a una asociación? ¿Qué sentido tiene para nosotros una relación profesional? ¿Por qué sufrimos cuando nos sentimos rechazados, abandonados, menospreciados por las personas con quienes creíamos haber establecido una relación? ¿Por qué las injusticias, las humillaciones o la violencia sufridas, ya sean físicas o psíquicas, relacionadas con la pertenencia a un grupo, o con la negación o el rechazo por parte de ese grupo, engendran en nosotros el deseo de desaparecer o una rabia que a veces nos lleva a cometer actos ilícitos?
El sentimiento de existir no tiene nada de natural. Es una construcción para evadirnos de la angustia fundamental que nos causa el ser conscientes de nuestra muerte ineludible. Desde que nacemos se nos van mostrando los elementos que más tarde nos permitirán hacernos existir.
Desde que aparecemos en el mundo, incluso un poco antes, comienza el fenómeno de humanización, y sucede de dos maneras. Por supuesto, está la relación con la madre, o por lo menos con una persona estable, con la que crear una relación investida,* que sabe hablarnos, mirarnos, tomarnos en sus brazos, alimentarnos, acariciarnos, amarnos. Esta relación llamada fusional es vital. El psicoanalista americano René Spitz lo comprendió durante la II Guerra Mundial, cuando buscaba la causa por la que los bebés londinenses, alejados de la ciudad por razones de seguridad, se dejaban morir por haber sido brutalmente separados de sus madres.