Fabulas - Jean de La Fontaine - E-Book

Fabulas E-Book

Jean de La Fontaine

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Beschreibung

Sus fábulas fueron publicadas en múltiples ediciones ilustradas. A mediados del siglo XVIII, se lanzó una edición en varios tomos, con grabados basados en diseños de Jean-Baptiste Oudry. En 1838 J. J. Grandville ilustró las fábulas, Gustave Doré hizo lo propio en 1867 y Benjamin Rabier lo haría a comienzos del siglo XX.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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FABULAS

Jean de La Fontaine

LIBRO PRIMERO

FABULA PRIMERA

LA CIGARRA Y LA HORMIGA

La Cigarra, después de cantar todo el verano, se halló sin vituallas cuando comenzó a soplar el cierzo: ¡ni una ración fiambre de mosca o de gusanillo!

Hambrienta, fue a lloriquear en la vecin-dad, a casa de la Hormiga, pidiéndole que le prestase algo de grano para mantenerse hasta la cosecha. “Os lo pagaré con las setenas”, le decía, “antes de que venga el mes de agosto”.

La Hormiga no es prestamista: ese es su menor defecto. “¿Que hacías en el buen tiempo?” preguntó a la pedigüeña. “No qui-siera ennojaros, contestole; pero la verdad es que pasaba cantando día y noche. – “¡Bien me parece! Pues, mira: así como entonces cantabas, baila ahora.”

[...]

FABULA II

EL CUERVO Y EL ZORRO

Estaba un señor Cuervo posado en un árbol, y tenía en el pico un queso. Atraído por el tufillo, el señor Zorro le habló en estos o parecidos términos: “¡Buenos días, caballero Cuervo! ¡Gallardo y hermoso sois en verdad!

Si el canto corresponde a la pluma, os digo que entre los huéspedes de este bosque sois vos el Ave Fénix.”

Al oír esto el Cuervo, no cabía en la piel de gozo, y para hacer alarde de su magnífica voz, abrió el pico, dejando caer la presa.

Agarróla el Zorro, y le dijo: “Aprended, señor mío, que el adulador vive siempre a costas del que le atiende; la lección es provechosa; bien vale un queso.”

El Cuervo, avergonzado y mohino, juró, aunque algo tarde, que no caería más en el garlito.

[...]

FABULA III

LA RANA QUE QUISO HINCHARSE COMO UN BUEY

Vio cierta Rana a un Buey, y le pareció bien su corpulencia. La pobre no era mayor que un huevo de gallina, y quiso, envidio-sa, hincharse hasta igualar en tamaño al for-nido animal.

“Mirad, hermanas, decía a sus compañeras; ¿es bastante? ¿No soy aún tan grande como él? –No.- ¿Y ahora?- Tampoco. -¡Ya lo logré! -¡Aún estás muy lejos!”

Y el bichuelo infeliz hinchóse tanto, que reventó.