Familia secreta - Brenda Harlen - E-Book
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Familia secreta E-Book

Brenda Harlen

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Beschreibung

¿Un secreto a punto de ser desvelado? Erin Castro se había mudado a Montana para resolver algunas importantes incógnitas sobre su pasado. No necesitaba la distracción que suponía tener alrededor a un guapo y provocativo vaquero. Sin embargo, Corey Traub no estaba dispuesto a marcharse de Thunder Canyon sin haber llegado a conocer mejor a la misteriosa mujer. Se rumoreaba que el rico heredero texano tenía la intención de sentar la cabeza… sobre todo, después de haber encontrado a la mujer adecuada. O, al menos, así era hasta que la búsqueda de Erin amenazó con interponerse entre ellos.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

FAMILIA SECRETA, N.º 59 - noviembre 2011

Título original: Thunder Canyon Homecoming

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-086-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

DE pie en la primera fila de la iglesia, Erin Castro intentó relajarse.

Desde que había llegado a Thunder Canyon, por mucho que había intentado pasar desapercibida, siempre se había sentido observada por la gente de allí. Y en ese momento le sucedía lo mismo, a pesar de que estaban en la boda de Dillon y Erika y se suponía que todos deberían tener la atención puesta en los novios.

Erin jugueteó con el lazo de su ramo de flores. El tejido de satén, suave y fresco, le ayudaba a calmar su ansiedad.

Hacía sólo unos meses, había llegado al pueblo con dos maletas en el maletero de su utilitario de segunda mano, un recorte de periódico en el bolsillo de los vaqueros y ninguna pista de cómo comenzar la búsqueda se había propuesto. Al poco tiempo, había visto un cartel pidiendo camareras en la taberna The Hitching Post y había dado el primer paso.

Cuando le había comentado a su nueva compañera de trabajo, Haley Anderson, que no quería quedarse para siempre a vivir en el motel Big Sky, Haley la había ayudado a encontrar un apartamento. Entonces, al verse con un sueldo y el problema de la vivienda resuelto, había pensado que era su destino estar allí. Pocas semanas después, se había enterado de una vacante en el complejo turístico de Thunder Canyon. Diciéndose que cuanta más gente conociera, más probabilidades tendría de encontrar respuestas a sus preguntas, había aceptado el puesto. El trabajo en el resort, pronto, había empezado a ocuparle demasiado tiempo, por lo que había tenido que renunciar al empleo de camarera. En el complejo turístico, había conocido a Erika Rodríguez, la misma que estaba casándose con Dillon Traub en ese instante.

Erin se alegraba de que su amiga contrajera matrimonio con el hombre de sus sueños. Sin embargo, deseó poder estar contemplándolo desde alguna silla escondida al final del templo, en vez de en primera fila. Sin dejar de juguetear con el lazo, recorrió a la multitud con la mirada, guiándose por un impulso nervioso.

Sus pensamientos y su mirada siguieron divagando, hasta que se topó con los intensos y ardientes ojos de Corey Traub… El hermano del novio.

Erin se quedó sin respiración y el corazón se le aceleró.

Había conocido a Corey la noche anterior en el ensayo. Y su reacción había sido tan poderosa entonces como en ese momento… Y tan indeseada.

Sus razones para ir a Thunder Canyon no habían incluido ninguna idea romántica. Sobre todo, cuando acababa de terminar con una relación.

Erin sabía que su madre había albergado grandes esperanzas respecto al matrimonio de su hija de veintiséis años y el yerno perfecto, aunque sólo hubiera sido porque había estado dispuesto a casarse con ella. Y, a pesar de que no debía haberle costado tanto ponerle fin a una relación que significaba más para su madre que para ella, había sido difícil. Mucho más de lo que había esperado.

Erin siempre se había sentido marginada en su familia. No era por nada en concreto, se trataba más bien de una vaga sensación de no pertenecer a ella. Y ella había querido pertenecer a toda costa. Por eso, había esperado que, casándose con alguien que le gustara a su madre, podría conseguir su aceptación.

Por ser la más pequeña y la única niña, sus padres no habían tenido grandes expectativas respecto a Erin. Sólo habían deseado que se casara con un hombre agradable y que tuviera una familia.

Tras pocas semanas de salir juntos, Trevor le había confesado que quería casarse y le había preguntado si ella perseguía lo mismo.

Erin se había esforzado mucho por querer lo mismo. Había intentado forzarse a sentir algo por él, pues había sabido que Trevor sería el yerno ideal para sus padres.

Sin embargo, al final, no había podido seguir saliendo con un hombre cuyos besos no le hacían sentir nada. Sabía que la atracción física era sólo un aspecto a tener en cuenta, pero no podía imaginarse casada con un hombre por el que no sentía ninguna emoción.

Al mirar a Corey Traub a los ojos, un escalofrío la recorrió. Él sí que la emocionaba. Y, por la tensión que vibraba entre ellos, estaba segura de que sus besos no la dejarían indiferente.

Cuando Corey posó los ojos en los labios de ella, Erin intuyó que él estaba pensando lo mismo. Su cuerpo se estremeció al instante.

Erin no era la clase de mujer que se dejaba llevar por la pasión. Ni siquiera creía en ese tipo de sentimiento capaz de hacerle perder la razón a una mujer. Nunca había experimentado nada parecido, desde luego. ¿Pero cómo podía estar pensando esas cosas de un hombre que apenas conocía… Y durante la boda de su mejor amiga?

Conteniéndose para no taparse el rostro sonrojado con el ramo de flores, Erin bajó la mirada.

—Yo os declaro marido y mujer.

La voz del párroco la sacó de sus elucubraciones.

—Puedes besar a la novia.

Erin observó con lágrimas de emoción cómo Dillon inclinaba la cabeza hacia Erika con los ojos llenos de amor y felicidad. Desde donde estaba, no podía ver la expresión de su amiga, pero sabía que estaría igual de feliz que él. Erika había estado en una nube desde que había admitido, al fin, que estaba enamorada de Dillon. Su boda era la guinda del pastel, una ceremonia pública para confirmar su amor y formalizar el compromiso que ya habían contraído en privado el uno con el otro.

A Erin le sorprendió un sentimiento de envidia. Y se dio cuenta de que casarse y formar una familia no estaban tan lejos en su lista de prioridades. Por supuesto, tenía que enamorarse primero y, en el presente, no estaba buscando ninguna relación seria.

Lo cierto era que ella nunca había estado enamorada. Sí, había sentido atracción y un cosquilleo aquí y allí de vez en cuando, pero aquello no había sido amor. Cuando esas relaciones habían acabado, había sentido más alivio que otra cosa. También había empezado a dudar mucho de que fuera capaz de experimentar en primera persona una sensación tan ajena.

Sus padres compartían ese amor. Erin lo reconocía por la manera en que se miraban, por las caricias que intercambiaban, por las sonrisas secretas que se dedicaban. Incluso después de más de treinta años de casados, seguía existiendo un fuerte vínculo de atracción y afecto entre ellos.

Erin esperaba, algún día, poder sentir lo mismo. Por supuesto, su vida estaba demasiado patas arriba en ese momento como para hacer planes a largo plazo. Pero, tal vez, en el futuro…

Volvió a mirar a Corey y lo sorprendió observándola todavía. Tal vez su futuro fuera incierto, pero eso no la hacía inmune a un hombre tan guapo como él.

Entonces, su mente comenzó a divagar, imaginando cómo sería estar entre sus brazos, besarlo. Quería que la abrazara y la apretara con fuerza, hasta dejarla sin aliento. Lo que no sería difícil, pensó, teniendo en cuenta que, sólo de imaginarlo, se quedaba sin respiración.

Erin apartó los ojos y se obligó a pensar en otra cosa.

Ella sabía que Corey, un rico y apuesto heredero, debía de haber besado a cientos de mujeres. Y no tenía intención de ser una más. Además, sabía que él iba a irse, pues aunque su familia estaba en Thunder Canyon, Corey vivía en Texas. Y ella… Bueno, aún no tenía muy claro dónde iba a vivir.

Ésa era una de las razones por las que tener algo con Corey Traub sólo serviría para confundirla.

Cuando el beso de los novios terminó, todo el mundo estaba sonriendo, incluso el párroco.

—Señoras y señores, tengo el placer de presentarles al señor y la señora Traub —anunció el cura, mirando al público.

Los invitados se pusieron en pie y aplaudieron.

Dillon le dio una mano a Erika y la otra a Emilia, su hijita de dos años. La pequeña sonreía con alegría. Y Erin sonrió también. Sabía que su amiga había tenido dudas y había temido que el sexy Dillon Traub no quisiera a una niña que no fuera suya. Pero el médico había demostrado que estaba preparado para ser padre de Emilia y que estaba deseando hacerlo. Para todos los presentes, era obvio que los novios y la preciosa niña ya formaban una familia.

A Erin se le encogió el corazón al pensar en su propia familia y en la cuestión que la había llevado a Thunder Canyon. Aquellas preguntas seguían sin respuesta, más de tres meses después de su llegada al pueblo.

Sus padres todavía no comprendían su súbita decisión de hacer las maletas e irse a Montana. Erin se había justificado diciendo que no le había gustado su trabajo y ni su relación con Trevor, pero sabía que ellos estaban preocupados.

Sin embargo, después de la última reunión con su tía Erma, apenas unas horas antes de que la anciana muriera, Erin se había dado cuenta de que necesitaba respuestas que sus padres no podían o no querían darle. Esas respuestas podían, al fin, explicarle por qué siempre se había sentido un poco fuera de lugar en su familia.

—Tienes que encontrar a tu familia —le había dicho su tía antes de morir—. Están en Thunder Canyon.

Erin se había quedado perpleja. Y se había sentido un poco escéptica. Sobre todo, porque su tía no le había dado más información que un viejo recorte de periódico. Sólo sabía que una de las familias que aparecía en la foto podía ayudarla a encontrar las respuestas que buscaba. Aunque Erma no le había dicho por dónde podía empezar.

Erin no les había enseñado el recorte a sus padres y seguía sin estar muy segura de si había hecho bien. Pero tanto Jack como Betty siempre habían ignorado los comentarios de Erma. Cuando ella les había preguntado si era adoptada, su madre le había mostrado las estrías y las varices como prueba de los nueve meses que había estado embarazada de ella.

Pero algo en las palabras de Erma había calado muy hondo en ella, aunque no conseguía descifrar por qué.

Si no era adoptada, tal vez, sus padres habían pasado por un bache en su matrimonio y su madre había salido con otra persona. Erin había necesitado armarse de todo su valor para preguntarle a Betty por esa posibilidad. Pero su madre se había reído, asegurándole que nunca había estado con ningún hombre aparte de su padre.

De todos modos, Erin tenía la intuición de que las sospechas de Erma tenían fundamento. Por desgracia, la muerte de su tía la había dejado con muchas dudas e incertidumbre. Aun así, estaba decidida a descubrir la verdad de una vez por todas.

—¿Vamos?

La pregunta sobresaltó a Erin, sacándola de sus pensamientos. Se dio cuenta de que la novia y el novio ya habían comenzado a bajar del altar. La tía Erma y sus razones para estar en Thunder Canyon se esfumaron de su mente cuando Corey le tendió el brazo.

Erin se concentró en poner un pie delante del otro mientras seguía a Dillon y Erika. Pero, cuando estaban llegando a la puerta, Corey se rozó un poco con ella, haciéndola estremecer.

Por suerte, la fresca brisa de noviembre era la excusa perfecta para la piel de gallina de Erin, aunque ella sabía que se debía, más bien, al hombre que tenía a su lado. Pero no tenía intención de dejarse distraer de su misión por nada y por nadie… Ni siquiera por el apuesto hermano del novio.

Era una tortura ir sentada a su lado en la limusina camino del resort, donde se iba a celebrar la fiesta. Aunque eran cinco personas nada más y el vehículo tenía capacidad para diez, el interior le pareció a Erin demasiado pequeño. O, tal vez, era Corey quien era demasiado grande.

Erin se retorció en el asiento y se apretó contra la pared del coche. Pero podía seguir sintiendo el calor del cuerpo de él y su olor a loción para después del afeitado. Y no pudo evitar observar los expertos movimientos de sus manos mientras destapaba una botella helada de champán.

Corey sacó el corcho mientras Dillon ponía una pajita en una botellita de zumo para su nueva hija. Erika intentó ayudar, pero el novio parecía decidido a hacerlo solo. La novia se encogió de hombros y volvió a acomodarse en el asiento.

Erin sintió un poco de envidia, aunque se esforzó por ignorarla. Tal vez, Erika lo tuviera todo, pero no le había resultado fácil conseguirlo. Se le había roto el corazón cuando el padre de Emilia la había abandonado y había tenido que pasar por todos los sinsabores y dificultades de ser madre soltera. Desde su punto de vista, su amiga lo había hecho muy bien y se merecía más que nadie que hubiera terminado bien su romance con Dillon, pensó.

Corey terminó de servir el champán y les pasó las copas a los adultos.

—Por los novios —brindó él, levantando su copa. Erin se unió al brindis, pero apenas bebió. Aunque sabía que la bebida espumosa no se le iba a subir a la cabeza tanto como la proximidad de Corey, no quería arriesgarse a que el alcohol le nublara la mente.

—Por Erika —dijo Dillon—. No sólo es la mujer más hermosa y más increíble que conozco, sino también la que me ha dado el regalo más grande que podía desear al convertirse esta noche en mi esposa.

Erika tenía los ojos empañados por la emoción. Su esposo la besó con suavidad en los labios.

—Por mi hija —dijo el novio, brindando con la botellita de zumo de Emilia—. Otro regalo enorme.

La niña sonrió y sorbió de su zumo.

—Y por mi hermano —continuó Dillon—. Por estar siempre ahí cuando lo he necesitado y, sobre todo, hoy, el día más especial de mi vida.

Corey sonrió.

—Te recordaré esas palabras la próxima vez que protestes porque te sobreprotejo demasiado.

Su hermano sonrió también antes de posar la atención en Erin.

—Y por Erin…

—Espera —interrumpió Erika.

Dillon arqueó las cejas.

—Como novia, quiero ser yo quien brinde por la dama de honor.

Su esposo le indicó que prosiguiera.

Erin apretó la copa entre las manos, nerviosa al sentir que todos la miraban.

—Por Erin. Sé que te sorprendió que te pidiera que me acompañaras al altar y que te costó aceptar. Pero quiero agradecerte que lo hicieras porque, aunque sólo te conozco desde hace unos meses, me siento más cercana a ti que a la gente con la que crecí en Thunder Canyon. Sobre todo, me sentí apreciada por ti y aceptada por quien soy y siempre te estaré agradecida por tu apoyo incondicional y por su amistad.

—Oye, ¿y por qué no dices algo sobre mí? —pidió Corey a su cuñada—. Tú eres mucho más elocuente que Dillon.

Todo el mundo se rió, mientras la limusina aparcaba delante del complejo turístico.

Erin se alejó de Corey en cuanto entraron en el salón.

Los novios habían optado por una recepción con champán y canapés en vez de una comida tradicional, así que nadie estaba sentado y los camareros rondaban con bandejas de tentempiés fríos y calientes. Erin decidió que lo mejor sería alternar con los invitados lo más lejos posible del padrino del novio.

Era una retirada estratégica. La razón era que Erin no sabía cómo enfrentarse a los sentimientos que la invadían cada vez que estaba con Corey. Durante el tiempo en que había salido con Trevor, había sido consciente de que había faltado algo entre ellos. A ella le había gustado él y habían tenido algunos intereses en común, pero no había habido chispa.

Cuando Corey Traub se había presentado para hacer el ensayo la noche anterior, Erin había quedado cegada por las chispas. Nunca había imaginado poder sentirse así… Ni lo inquietante que era esa sensación.

Ella no tenía experiencia con esa clase de atracción, tan intensa e inmediata. Pero estaba segura de que Corey, sí. Intuía que él causaba el mismo efecto en otras mujeres continuamente y, sin duda, sabía cómo manejarlo. Y, aunque le intrigaba saber cómo lo manejaría con ella, el miedo era más poderoso.

Erin no quería mezclarse mucho con la gente. Habló con varias personas que conocía, en especial con Marlon Cates y Haley Anderson. Cuando se giró, después de charlar con ellos, se topó de frente con Corey.

Se encontró con el pecho de él delante de la cara, aunque Erin llevaba tacones altos. Era un pecho impresionante, su anchura y sus músculos se adivinaban incluso debajo de la camisa y de la chaqueta que llevaba. Ella se obligó a levantar la mirada y se quedó sin aliento.

No era de extrañar. Corey era el hombre más guapo que había visto en su vida, pensó Erin, conteniendo un suspiro.

Tenía una frente y un mentón fuertes, la mandíbula un poco cuadrada. Sus ojos eran oscuros y sus pestañas densas y largas. Y, cuando sonrió, a ella casi le temblaron las rodillas.

Por encima de todo, el encanto malicioso de su mirada y de su sonrisa era su arma más letal.

—Me has estado evitando —comentó él, con más curiosidad que otra cosa.

—No es verdad —negó ella, aunque no sonó muy convincente.

—Demuéstralo —le retó él.

Ella lo miró con cautela.

—¿Cómo?

—Baila conmigo.

Erin le dio otro trago a su champán mientras pensaba cómo responder. Sabía que debía negarse, que acercarse más al padrino del novio no era buena idea, pues su estómago era un ovillo de nervios. ¿Pero cómo negarse? ¿Qué excusa podía dar para rechazar una invitación de aspecto tan inocente? Sobre todo, cuando él ya había adivinado que lo había estado evitando…

Por suerte, antes de que pudiera decir nada, otra mujer se acercó a él.

—Eh, vaquero, me habías prometido un baile — dijo, rozando un pecho contra el brazo de él de forma intencionada.

Cuando trabajaba de camarera en The Hitching Post, Erin había conocido a Trina, que siempre acudía al local los viernes por la noche con un grupo de chicas que solían irse acompañadas por un hombre diferente cada noche.

En el resort, Erin también había coincidido con Trina, que trabajaba en la recepción. Sin duda, Erika la habría invitado porque eran compañeras de trabajo, a pesar de que Trina había sido una de las personas que más la habían criticado cuando había empezado a salir con Dillon.

Erin no sabía si Trina había acudido a la fiesta con pareja, aunque estaba segura de que ir acompañada no le impediría coquetear con un hombre tan guapo como Corey.

Manteniendo la compostura, Corey miró a Erin con ojos suplicantes.

—Pero ya le había prometido este baile a Erin, ¿verdad, cariño?

Estaba en sus manos salvarlo, se dijo Erin. Sólo tenía que decir que sí. Pero tuvo la sensación de que, si lo salvaba de la loba que tenía al lado, ella acabaría siendo el cordero sacrificial. Y no quería correr el riesgo. En primer lugar, porque el modo en que Corey había dicho «cariño», con esa mirada tan ardiente y su sensual acento texano, había hecho que un dulce estremecimiento le recorriera el cuerpo. Eso le confirmó que lo que tenía que hacer era mantener las distancias con el atractivo vaquero.

—La verdad es que no me importaría dejarlo para luego. Tengo ganas de sentarme —señaló Erin.

—Enseguida vuelvo —repuso él, más como una amenaza que como una promesa.

La sonrisa de satisfacción de Trina le dijo a Erin, sin embargo, que Corey no regresaría tan pronto.

Cuando lo observó alejarse en la pista de baile con la otra mujer, Erin intentó convencerse de que lo que sentía era alivio y no arrepentimiento.

Corey sabía que acababan de deshacerse de él. Aunque era una experiencia nueva para él, no le costaba mucho interpretar el mensaje que Erin le había lanzado: no estaba interesada.

La mujer que tenía entre sus brazos, por otra parte, sí lo estaba. Por desgracia, Corey no podía recordar su nombre.

¿Carina? ¿Tina? ¡Trina! Creía que era ése. La verdad era que no había prestado mucha atención cuando ella se había presentado. Ni había prestado atención a su conversación, pues había estado demasiado cautivado por la hermosa dama de honor.

La misma que no parecía interesada en él.

Corey miró hacia el otro lado del salón, donde Erin estaba con una copa de champán en las manos. Sus miradas se entrelazaron.

Estaba seguro de que, aunque ella fingiera desinterés, sus ojos contradecían sus palabras.

¿Cuál sería la explicación? ¿Por qué fingía ella no sentir atracción hacia él?

Después de haberla conocido en el ensayo la noche anterior, Corey había hecho algunas averiguaciones y se había enterado de que no tenía una pareja estable. De hecho, según lo que le habían dicho, no había salido con nadie desde que se había mudado a Thunder Canyon pocos meses antes. Tal vez, ella se había mudado para alejarse de alguien que le había roto el corazón, caviló él.

Aquel pensamiento le produjo un poco de desasosiego. Ni siquiera la conocía, así que no entendía por qué se sentía protector con ella. Sin embargo, algo en Erin le había llamado la atención desde el principio. Tal vez fuera su aire de vulnerabilidad o su sonrisa nostálgica o, tal vez, el extraño e irracional sentimiento de que Erin podía ser la mujer que había estado esperando.

Corey sonrió al pensarlo, diciéndose que no sólo era extraño, sino que era ridículo, teniendo en cuenta que ella ni siquiera quería bailar con él. Pero él no era de la clase de hombres que se rendían tan fácilmente ante un reto.

La pista de baile se fue llenando cada vez más, hasta que Corey perdió de vista a Erin. Cuando la canción terminó al fin, soltó a Trina.

—¿De veras vas a dejarme tan pronto? —preguntó Trina con un coqueto puchero.

—Sí, querida —contestó él y sonrió para suavizar su rechazo.

Trina le metió algo en el bolsillo.

—Mi número… Por si cambias de idea.

Su madre le había educado para ser un caballero, por eso Corey no le dijo que ella ya le había dado su número antes. Sin pensarlo más, se dio media vuelta y se alejó.

Entre la multitud, buscó a cierta mujer de ojos azules que le tenía cautivado.

Capítulo 2

ERIN había bajado la guardia. Cuando Corey se había ido a la pista de baile con Trina, ella había estado segura de que la otra mujer iba a mantenerlo ocupado. No esperaba encontrarse con él tan pronto.

Sentada en una mesa vacía con un plato de canapés, se metió una gamba en la boca.

—Creo que me debes un baile —dijo Corey, acercándose, y tomó un champiñón relleno del plato de ella.

Erin arqueó una ceja, sorprendida.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—¿Y si comparto mi cena contigo estamos en paz?

Corey sonrió, haciendo que ella se derritiera.

—Yo te traeré más champiñones rellenos siempre y cuando bailes conmigo.

—No tengo tanta hambre —repuso ella, tendiéndole su plato.

—¿De qué tienes miedo? —preguntó él y tomó un pedazo de empanada.

—De que me pises con tus botas de vaquero.

Erin había pretendido insultarlo, con la intención de hacerle desistir. Pero Corey se rió.

—Estoy seguro de que sobrevivirás —replicó él—. Mi anterior pareja de baile apenas cojeaba cuando la dejé.

—Estaba tan pegada a ti que no habrías podido pisarla aunque lo hubieras intentado.

Al instante, Erin se dio cuenta de que había metido la pata porque sus palabras delataban que los había estado observando.

Corey sonrió, percatándose de ello. Sin embargo, no comentó nada al respecto.

—¿Qué me respondes? —insistió él.

Erin sabía que, si se negaba de nuevo, sólo conseguiría hacer una montaña de un grano de arena. Después de todo, sería sólo un baile.

Así que le dio la mano que él le tendía y le dejó guiarla a la pista de baile. Aunque el corazón le martilleaba en las costillas, Erin intentó convencerse de que no había ningún peligro en bailar con él.

Pero, en cuanto Corey la rodeó con sus brazos, se dio cuenta de que se había equivocado. De pronto, todo su cuerpo vibró de deseo.

Debía haber imaginado que era un buen bailarín. Corey se movía con soltura y elegancia por la pista. Sin duda, conocía todos los movimientos adecuados para cualquier situación. Y lo cierto era que a ella no le costaba nada dejarse llevar en sus brazos.

Erin vio a Dillon y a Erika pasar a su lado y se alegró de poder posar la atención en algo ajeno a sus propios pensamientos.

—Hacen muy buena pareja —comentó ella.

—Nunca había visto a mi hermano tan feliz —admitió Corey—. Casi tengo ganas de perdonarle por haberse mudado a Montana.

—¿Casi? —preguntó ella, levantando la vista hacia él.

Corey se encogió de hombros.

—Un texano es siempre un texano, no importa donde aparque su caballo.

Erin sonrió al imaginar un caballo atado en la puerta de la clínica de Dillon.

Entonces, Corey posó los ojos en sus labios y ella se quedó sin respiración.

—Tienes una sonrisa muy bonita.

De inmediato, la sonrisa de Erin se desvaneció.

—¿Por qué te pongo tan nerviosa?

Ella no podía confesarle que era porque le atraía demasiado.

—Porque no sé qué quieres de mí —contestó Erin.

—Ahora mismo, sólo bailar.

—¿Y después?

Corey esbozó una lenta y sensual sonrisa.

—¿Por qué no lo pensamos después?

—Si estás buscando alguien que te distraiga mientras estás en Thunder Canyon, creo que Trina es más adecuada —señaló ella.

—¿No crees que tú y yo podamos pasarlo bien juntos, cariño?

Su tono de voz le acarició el cuerpo a Erin de arriba abajo.

—Seguro que sí —repuso ella con sinceridad—. Pero yo no soy la clase de mujer que se va a casa de un desconocido.

Corey la apretó contra su cuerpo. Sus muslos se rozaban con cada movimiento de la danza.

—Yo no soy un desconocido.

—Te conocí ayer.

—Y no he podido dejar de pensar en ti desde entonces.

Erin no estaba segura de poder confiar en lo que él decía. Por una parte, sonaba sincero y sus ojos delataban que también se sentía atraído por ella. Pero, por otra, intuía que Corey Traub era el tipo de hombre que siempre sabía qué decir para conquistar a una mujer. Tendría que ser una tonta para dejarse seducir por él, aunque casi ya lo había hecho.

Él inclinó la cabeza, mirándola con un brillo juguetón en los ojos.

—Dime, ¿tienes los pies amoratados de tanto pisotón?

—Sabes que no.

Corey sonrió, dejándola de nuevo sin respiración. Maldición, se dijo ella. La sonrisa de aquel tipo era un serio peligro.

—¿Entonces por qué pareces tan molesta?

—No estoy molesta.

Sin embargo, Corey sabía que ella estaba guardando las distancias. Podía percibirlo en sus ojos. Y no podía culparla. Lo más probable era que estuviera acostumbrada a que los hombres sólo quisieran llevarla a la cama y, aunque él no podía negar que la idea lo atraía, no tenía ninguna intención de tratar a la amiga de su nueva cuñada como si fuera un objeto.

Cuñada.

La palabra resonó en su mente.

Erin arqueó una ceja.

—Estaba pensando que estoy bailando con la mujer más hermosa que hay en la boda de mi hermano —afirmó él—. Y eso me ha hecho darme cuenta de que Dillon ya es un hombre casado.

—¿Era uno de esos hombres que juran que no se casarán nunca?

—No sé si tanto, pero Dillon y su esposa se divorciaron cuando murió su hijo y él nunca tuvo la intención de volver a contraer matrimonio. Lo cierto es que nadie esperaba que se enamorara al venir a Thunder Canyon para un trabajo temporal.

—Erika era quien menos lo esperaba.

—Sí, creo que ella también hizo todo lo posible para no enamorarse —repuso él, riendo.

—Tenía una buena razón para ser cauta —observó ella.

—Supongo que sí —admitió Corey—. Mi hermano, también. ¿Y tú?

—¿Qué pasa conmigo?

—¿Por qué no has venido con pareja esta noche?

—No tenía sentido que trajera acompañante, cuando no le iba a poder prestar atención debido a mis obligaciones como dama de honor.

De esa forma, Erin respondió a su pregunta sin tener que confesarle si tenía novio o no. Él decidió confiar en lo que había oído por ahí y dar por hecho que estaba libre.

Sin embargo, había algo más que despertaba la curiosidad de Corey.

—¿Hace mucho que conoces a Erika?

—Desde que me mudé aquí, en verano.