Motivos ocultos - Vidas paralelas - La vecina de al lado - Brenda Harlen - E-Book
SONDERANGEBOT

Motivos ocultos - Vidas paralelas - La vecina de al lado E-Book

Brenda Harlen

0,0
3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Motivos ocultos Brenda Harlen Tess Lucas había planeado con mucho cuidado hasta el último detalle de su vida con el fin de conseguir la felicidad que tanto había echado en falta de niña. Pero la ruptura de su compromiso desembocó en una noche de pasión con su mejor amigo… ¡y en un bebé! El rico playboy Craig Richmond jamás había tenido intención de convertirse en esposo y padre… hasta que Tess le dijo que estaba embarazada. Vidas paralelas Linda Lael Miller Cuando se mudó al rancho de su familia, Sierra se quedó desconcertada por la belleza del encargado del rancho, Travis Reid. Entonces su hijo empezó a decir que había visto a un misterioso niño por la casa y una vieja tetera de la familia parecía empeñada en aparecer en los lugares más inesperados, y Sierra se dio cuenta de que Travis era la menor de sus preocupaciones. La vecina de al lado Gina Wilkins Asistir a la reunión de antiguos alumnos de su vecino no era precisamente la idea de diversión que tenía Nicole Sawyer. Pero el viudo Joel Brannon le había pedido que lo acompañara y, por algún motivo, Nicole no podía negarle nada. El problema era que después de unos bailes… y unos besos a la luz de la luna, Nicole empezó a querer algo más que un fin de semana con un hombre que no estaba preparado para tener una relación.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 642

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 406 - julio 2019

© 2007 Brenda Harlen

Motivos ocultos

Título original: The Marriage Solution

© 2006 Linda Lael Miller

Vidas paralelas

Título original: Sierra’s Homecoming

© 2006 Gina Wilkins

La vecina de al lado

Título original: The Date Next Door

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-358-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Motivos ocultos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Vidas paralelas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

La vecina de al lado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CRAIG Richmond golpeó impacientemente el suelo con el pie mientras esperaba a que le abriesen la puerta. Sabía que Tess estaba en casa… había llamado antes para asegurarse, no iba a seguir permitiendo que lo evitase. No dejaría que una amistad de quince años se estropease sólo por haber cometido el error de haberse acostado juntos.

Aunque para él no fuese un error. Sino, más bien, una fantasía hecha realidad. Evidentemente, Tess se arrepentía de haber hecho el amor con él. A pesar de sentirse decepcionado por que no fuese a repetirse, no iba a acabar con la relación que tenían. Aquella noche, hablarían de lo que había ocurrido y encontrarían la solución para seguir adelante.

Por fin se abrió la puerta y apareció Tess.

Craig observó su pelo oscuro ligeramente despeinado, aquellos enormes ojos azules tan claros como el cielo en un día de verano, esos labios carnosos, y luego, descendió por sus femeninas curvas hasta llegar a esas interminables piernas.

Se había enfadado porque no había respondido a sus llamadas, le había hecho daño al rechazarlo, pero, sobre todo, había echado de menos a su mejor amiga. Había echado de menos poder hablar y estar con ella. Y por eso iba dispuesto a dejar a un lado el deseo, ese deseo que había ignorado durante tantos años.

La miró a los ojos y vio que estaba confusa e incómoda, se esforzó por sonreír.

—Hola.

—Hola.

Craig esperó a que lo invitase a entrar, pero ella permaneció en la puerta, bloqueándole la entrada. Así que se cambió la bolsa de comida que llevaba de una mano a otra y preguntó:

—¿Puedo entrar?

Ella dudó un instante antes de responder.

—Ya te he dicho por teléfono que no era un buen momento.

—Nunca es buen momento desde hace varias semanas. Y no pienso marcharme hasta que no hablemos. Podemos hablar aquí, en la puerta, o puedes invitarme a entrar y compartir conmigo la comida tailandesa que traigo.

—No tengo hambre —soltó Tess antes de apartarse para dejarlo pasar.

Craig fue derecho a la cocina, con tanta soltura como si estuviese en su propia casa, y sacó dos platos del armario. Tess se quedó detrás de él, indecisa, mientras Craig repartía la comida. Luego, se volvió a mirarla y se dio cuenta de que estaba pálida y tenía ojeras. Se preguntó si los recuerdos de su noche de pasión le habrían impedido dormir y la idea le produjo una gran satisfacción.

—Vamos a comer —dijo Craig llevando los platos a la mesa.

Tess se sentó frente a él y miró la comida con recelo.

Él frunció el ceño y empezó a comer. Pasaron varios minutos en silencio durante los cuales él comió y ella jugó con el tenedor. Craig la miró y se dio cuenta de que ya no estaba pálida, se estaba poniendo verde.

—Tess…

Antes de que pudiese continuar hablando, ella se levantó de la silla y corrió por el pasillo. Oyó un portazo proveniente del cuarto de baño y luego, el inconfundible sonido de unas arcadas.

Retiró su propio plato, también sentía el estómago un poco revuelto. Quizás Tess tuviese gripe.

O tal vez hubiese otra explicación. Quizás estuviese embarazada.

 

 

Tess Lucas miró la caja de cartón que Craig tenía en las manos y se ruborizó. La noche anterior, se había presentado en su casa con la cena. Y esa mañana, aparecía con un test de embarazo.

Ella cerró los ojos, como si eso fuese a hacer que la caja, y la posibilidad de que estuviese embarazada, desapareciesen.

Llevaba varias semanas sintiéndose cansada y con ganas de vomitar, pero había dado por hecho que era algún virus. Y el dolor de los pechos indicaba que le iba a venir la regla. Porque le iba a venir, en cualquier momento. Entonces, no tendría que preocuparse por las posibles repercusiones de no haber utilizado ninguna protección.

Desgraciadamente, cuando volvió a abrir los ojos, la caja, y Craig, seguían allí.

Tomó el paquete de su mano y fue hacia el salón, donde lo dejó en la mesita del café antes de sentarse en su sillón favorito. Craig la siguió hasta allí, pero se quedó de pie.

—No es eso lo que esperaba que hicieses con él —dijo secamente.

—¿Qué esperabas?

—Que tuvieses tantas ganas como yo de saber la verdad.

—La verdad es que he tenido una semana muy dura y no tengo la energía necesaria para sacar ciertas conclusiones.

—Yo todavía no estoy sacando conclusiones —respondió él con paciencia.

Cómo no, Craig siempre era paciente y razonable, tranquilo e imperturbable. Ése era uno de los motivos por los que era el presidente de Richmond Pharmaceuticals, la empresa farmacéutica familiar que algún día sería suya.

Tess no podía ni siquiera pensar en que estaba embarazada. Quería tener hijos, algún día. Pero todavía no, ni de ese modo. Volvió a sentir náuseas y tomó aire, intentando controlarlas.

—Por favor, Tess, hazte la prueba.

—¿Por qué me estás haciendo esto?

—Porque creo que es mejor averiguar la verdad que quedarme sentado dándole vueltas.

—Pues yo no —replicó ella. Le daba igual que aquello no tuviese sentido. No quería saber la verdad. No quería pensar en cómo podía cambiarle la vida un hijo.

—Tienes que averiguarlo. Para considerar las diferentes opciones.

—Tengo veintinueve años, sé cuáles son mis opciones. Y si estoy embarazada, tendré al bebé.

Craig se acercó a la mesa y tomó el test de embarazo.

—¿Entonces por qué no te haces la prueba?

Por mucho que odiase admitirlo, Tess sabía que su amigo tenía razón. Como casi siempre. Agarró la caja y se fue hacia el baño.

El corazón le latía con fuerza, le daba vueltas la cabeza y tenía ganas de vomitar. Otra vez.

Cerró la puerta y abrió la caja con manos temblorosas. Dentro había un folleto con las instrucciones y un palito de plástico. Parecía inofensivo, incapaz de cambiarle la vida.

Y lo era. Su vida, o al menos su relación con Craig, había cambiado por sus propios actos.

La atracción había estado ahí desde el principio, al menos por su parte. Había sido una adolescente tímida y se había enamorado perdidamente de él desde el principio. Pero se había guardado aquel sentimiento para ella y se habían convertido en amigos. En esos momentos, quince años de amistad estaban en peligro por culpa de una noche loca.

Aunque no había cambiado todo en una sola noche. A lo largo de los años, había habido cambios sutiles en su relación, coqueteos y tensiones ocasionales. Pero había conseguido ignorarlos por el bien de su amistad. Hasta la noche que habían hecho el amor.

Tess había esperado ser capaz de superarlo, pero no era demasiado optimista. Sólo con mirar sus labios recordaba cómo había recorrido con ellos todo su cuerpo y el más leve roce le hacía pensar en sus caricias. ¿Cómo iba a reanudar una relación platónica cuando no podía olvidar que había estado desnuda con él y deseaba hacerlo de nuevo?

No obstante, en aquellos momentos, la tensión entre ellos era la menor de sus preocupaciones. Lo más importante era decidir lo que iba a hacer con su futuro. Porque no necesitaba hacerse la prueba para saber algo que llevaba intentando negar casi dos semanas. Lo cierto era que el pequeño ser que llevaba dentro, el hijo de Craig, ya se había implantado en su corazón.

Pero él sí querría la prueba, así que miró el palito de plástico y esperó. Y, mientras lo hacía, estuvo dándole vueltas a la cabeza.

No sabía lo que pensaba Craig acerca de formar una familia. Había roto recientemente con la última de sus múltiples novias porque no estaba preparado para comprometerse. Y, a pesar de que Tess siempre había soñado con tener hijos algún día, también había esperado encontrar un marido, alguien con quien compartir las alegrías y las responsabilidades de educarlos. Después de haber sorprendido a su ex prometido en la cama con su ex mujer, había aceptado que aquel sueño nunca se haría realidad. Tendría aquel niño ella sola y cambiaría su vida lo que fuese necesario para ser la mejor madre soltera posible.

Se miró el reloj, suspiró hondo y tomó el palito de plástico. Según las instrucciones, si había sólo una raya en la ventana, no estaba embarazada; si había dos, sí lo estaba.

Le dio la vuelta al palito.

Una. Dos.

Le temblaron las rodillas y tuvo que sentarse en el borde de la bañera.

Iba a tener un bebé.

Aquello la sobrepasaba.

Estaba aterrada. Y un poco emocionada.

Un bebé.

No sabía si reír o llorar, pero sabía que su vida ya no volvería a ser la misma.

 

 

Craig iba y venía por la cocina de Tess. ¿Cuánto tiempo duraba la maldita prueba?

Se había leído los prospectos de todos los test de embarazo que había en la farmacia, pero no estaba seguro de haber elegido el más rápido.

¿Cómo era posible que dos minutos le estuviesen pareciendo aquella eternidad?

Quizás Tess no se hubiese hecho la prueba. Quizás no estuviese preparada para enfrentarse al resultado.

No podía culparla por estar asustada. Él se había sentido así veinticuatro horas antes, cuando se le había ocurrido que podía estar embarazada.

Después de una relación seria que había terminado un año y medio antes, había tenido cuidado de no hacer promesas a las mujeres con las que había salido después. Nunca se le había pasado por la cabeza tener un hijo con ninguna de ellas. Un hijo era la máxima responsabilidad que se podía tener, y él no quería asumir aquella responsabilidad de por vida. Nunca.

Se negaba a llevar a un hijo no deseado al mundo. No quería que ninguna mujer tuviese aquella arma para luchar contra él por la custodia o por una pensión. Sabía demasiado bien lo que significaba ser esa arma y había decidido que el único modo de asegurarse de que nunca haría pasar a un niño por algo así era no teniéndolo.

Así que siempre había tomado precauciones con la intención de proteger tanto a las mujeres con las que se acostaba como a él mismo. Y, a pesar de ser consciente de que ningún método contraceptivo era fiable al cien por cien, había sido la primera vez que se le había roto un preservativo.

El hecho de que hubiese ocurrido con Tess lo aliviaba y lo frustraba al mismo tiempo. Sabía que ella no se acostaba con cualquiera, así que su única preocupación era que pudiese quedarse embarazada. Pero era una preocupación vital, no sólo porque él no estuviese preparado para ser padre, quizás nunca fuese a estarlo, sino porque odiaba pensar en cómo le afectaría a Tess un embarazo no planificado. Era su amiga, su confidente, la mujer que más le importaba en el mundo, y no había sabido cuidarla.

Su propio egoísmo le dio vergüenza ajena. Se había dado cuenta inmediatamente de que había pasado algo, pero había seguido dentro de ella, en el calor de su cuerpo. Y cuando Tess había puesto las piernas alrededor de él y le había clavado las uñas en los hombros, no había podido evitar dejarse llevar.

Se metió las manos en los bolsillos y siguió yendo de un lado a otro. Lo último en lo que debería estar pensando era en cómo habían hecho el amor, pero no conseguía borrarlo de su mente. Pensaba en aquella noche con culpabilidad y remordimiento, pero reconocía que todo había sido perfecto hasta el momento en que el preservativo se había roto. No había vuelto a dormir sin soñar con ella y se había estado despertando deseándola cada día.

Sabía que hacer el amor con ella cambiaría su amistad. Pero no había pensado que sería incapaz de volver a mirarla sin desear tenerla de nuevo en su cama.

Se obligó a quitar aquella imagen de su mente y miró el reloj.

Tenía que haberse hecho la prueba ya.

Oyó sus pasos y al verla llegar, supo que se la había hecho.

Tenía los ojos muy abiertos, las mejillas pálidas y los labios muy apretados.

A pesar de que la veía angustiada, él se relajó. Prefería saber la verdad a estar con la incertidumbre. Al menos ya podía plantearse el futuro.

—Vamos a tener un bebé —dijo Craig.

Tess asintió.

Él estaba deseando abrazarla y asegurarle que estaban juntos en aquello, pero sospechó que a ella no le gustaría, sobre todo porque había sido aquel mismo deseo de reconfortarla lo que había llevado a otro tipo de deseo cuyo resultado acababan de descubrir.

Tess pasó por su lado y él la olió, su olor era afrutado, a ella. Volvió a desearla e, inmediatamente, se sintió culpable. Tess no era sólo su mejor amiga, también estaba esperando un hijo suyo.

Ella abrió la nevera y sacó un refresco.

—¿Quieres uno? —le ofreció.

—Sí.

Le dio la lata y sacó otra para ella. Le temblaban un poco las manos y tenía el rostro del mismo color que la noche anterior, cuando le había llevado la comida tailandesa.

—¿Vas a vomitar?

—Espero que no —contestó dando un trago al refresco—. Alguien va a tener que poner en hora el reloj biológico de este bebé porque en vez de tener náuseas por las mañanas, las tengo por las noches.

—¿Y te encuentras muy mal? —preguntó Craig con curiosidad y preocupación al mismo tiempo.

—No puedo quejarme.

—Lo siento, Tess.

—¿El qué, que tenga náuseas o que esté embarazada?

—Las dos cosas —admitió él.

—No te preocupes. Aunque no estuviese planeado, quiero tener el bebé.

—¿Qué puedo hacer yo?

—Ya has hecho tu parte.

—Lo hemos hecho juntos, que yo recuerde.

—Tienes razón —dijo ella ruborizándose. A Tess siempre le había incomodado su facilidad para sonrojarse, mientras que a él lo fascinaba. Era una mujer inteligente y con sentido común, pero el color de sus mejillas daba una pista de su inocencia.

—Y seguiremos juntos en ello. No pienso dejarte sola.

—Podré arreglármelas.

Craig debía haber imaginado que aquélla sería su respuesta. Tess era fuerte, capaz e independiente, no necesitaba a nadie ni a nada. Aquélla era una de las cosas que más admiraba de ella, aunque también le causase frustración.

Pero en esa ocasión, no podía permitir que lo dejase fuera. Al fin y al cabo, también era su hijo. Tenían que encontrar una solución que los satisficiese a ambos.

—Podríamos casarnos.

Ella lo miró claramente sorprendida.

Él mismo estaba sorprendido. No sabía cómo había podido hacer semejante propuesta, pero, en cualquier caso, le parecía una solución lógica. Un bebé merecía el amor y el cuidado tanto de la madre como del padre, y si se casaban, ambos estarían implicados en su vida.

Se aflojó la corbata y tragó saliva.

Tess parecía haberse recuperado de la impresión, reía.

Él frunció el ceño.

—Casi me siento tentada a contestarte que sí —comentó ella—. Sólo para ver si es posible que palidezcas todavía más.

—Ya sabes cuál es mi reacción instintiva a la palabra matrimonio.

—Lo sé.

—Pero no tienes por qué reírte de mi propuesta.

—¿Estás de broma, verdad?

—Vamos a tener un bebé. ¿Por qué no íbamos a casarnos?

—¿Es una pregunta o una proposición? —quiso saber Tess—. Si es una pregunta, podría darte miles de razones por las que no deberíamos casarnos. Y si es una proposición, la respuesta es no.

—¿Miles de razones? —la retó él, aliviado y molesto al mismo tiempo por su negativa.

—Empezando por que tú no quieres casarte —le recordó ella.

Tenía razón.

Lo cierto era que amaba a las mujeres: rubias, morenas, pelirrojas. Le gustaba su aspecto, su olor y su suavidad. Pero nunca se había enamorado de ninguna.

Tess pensaba que el hecho de que su madre lo hubiese abandonado impedía que abriese su corazón, y quizás tuviese razón. Cuando Charlene Richmond había dejado a su marido, no sólo se había separado de él, sino también de sus hijos.

Había vuelto a casa un par de meses más tarde, reclamando la custodia de sus hijos, pero Craig ya había aprendido a no confiar ni querer demasiado a nadie.

—Quizás haya cambiado de idea al respecto.

—Te necesito más como amigo que como marido.

—Y soy tu amigo —dijo él tomándole las manos—. Eso no significa que no pueda ser algo más.

—Eso complicaría la situación.

—A mí me parece que la situación ya es suficientemente complicada.

Tess soltó las manos de las de él y se alejó.

—Podías pensártelo al menos —insistió Craig.

—No.

—No estás siendo nada razonable.

Tess pensaba que lo que no había sido razonable había sido ir a casa con Craig, besarlo, acariciarlo, y terminar juntos en la cama. Tenía que enfrentarse a las consecuencias de aquellos actos impulsivos de manera racional.

—No espero nada de ti, Craig.

—¿Y puede saberse por qué no? —quiso saber él enfadado.

—Porque… no voy a hacerte cargar con la responsabilidad de algo que ha sido culpa mía.

—¿Tengo que volver a recordarte que el bebé es de los dos?

—Ya sabes a lo que me refiero.

—No, no lo sé.

—Ambos sabemos que lo que ocurrió aquella noche fue porque sentías lástima por mí.

Él le levantó la barbilla con un dedo y la obligó a mirarlo.

—¿Es eso lo que crees?

Esto… Aquello estaba empezando a ponerse peligroso. El mero hecho de que la tocase hacía que todo el cuerpo de Tess se pusiese alerta y aquella manera de mirarla estaba revolucionando sus hormonas.

Siempre había pensado que había que estar ciega para no darse cuenta de lo guapo que era. Tenía el pelo rubio oscuro, con algunas mechas más claras, los ojos marrones, de mirada profunda, y unas pestañas larguísimas, una boca generosa que sonreía con facilidad y el mentón fuerte y cuadrado, con un hoyuelo en medio. Y luego estaba su cuerpo: era alto, delgado, fuerte y muy masculino.

Pero Craig Richmond era mucho más que una cara bonita y un cuerpo de escándalo. Tenía un aura a su alrededor, una confianza, en el límite con la arrogancia y una fuerte personalidad que la atraía a pesar de que su sentido común le advertía que debía mantenerse alejada de él. Y en aquellos momentos, con sólo un dedo, había conseguido que se le acelerase el pulso.

Tess sabía que estaba esperando una respuesta, pero no conseguía recordar la pregunta.

—¿De verdad piensas que hice el amor contigo por lástima? —repitió él.

—¿Acaso no es cierto? —preguntó ella tragando saliva, de repente, tenía la garganta muy seca.

—No —respondió él con una sonrisa muy sexy.

Tess sintió que un suave escalofrío la recorría, como una caricia. Se obligó a apartarse de él. No podía permitir que las hormonas anulasen su sentido común.

—Hicimos el amor porque era lo que los dos necesitábamos —continuó.

Ella cerró los ojos, intentando evitar recordar lo increíble que había sido. El modo en el que había respondido a los besos y las caricias de Craig. La manera en que sus cuerpos se habían unido, con tanta naturalidad como si estuviesen hechos el uno para el otro. Nadie la había hecho sentirse así antes, porque nadie la conocía ni la entendía como Craig. Y aquello la aterraba.

—Me abalancé sobre ti —admitió Tess abatida—. Me sentía rechazada y sola. Necesitaba a alguien y tú estabas allí.

—No finjas que no fue algo personal, porque no te creo. Hace mucho tiempo que nos atraemos. Como mínimo, desde que en Navidad nos besamos debajo del muérdago.

—Aquel beso no significó nada —mintió ella.

—Si quieres te demuestro ahora mismo que no tienes razón —sugirió él apoyando la cadera en la encimera.

—No —respondió ella inmediatamente, cruzando la habitación para alejarse de él.

Craig sonrió.

—La amistad y la química son ambas bases sólidas para una relación —dijo él—. Y si nos casamos, nuestro bebé tendrá una familia de verdad.

Parecía hablar en serio. Parecía que de verdad quería casarse con ella. Pero por mucho que desease darle una familia a su bebé, Tess no podía hacer aquello. No podía casarse con Craig por unos motivos equivocados.

—Estamos en el siglo xxi —le recordó ella—. La sociedad no lo juzgará porque sus padres no estén casados.

Tess no entendía por qué estaban teniendo aquella conversación. Craig ni siquiera era capaz de salir con una mujer durante más de un mes si veía que ella pretendía comprometerse. Era evidente que la noticia del embarazo los había trastornado a ambos.

—¿Por qué no damos ambos un paso atrás? —sugirió Tess—. ¿No crees que es mejor esperar a asumir lo que ha ocurrido antes de hacer planes de futuro?

—¿Cuánto quieres que retrocedamos? —quiso saber Craig.

—No lo sé. Sé que hay que tomar muchas decisiones, pero necesito tiempo. No quiero arruinarle la vida a mi hijo.

—No lo harás.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo se supone que voy a saber qué debo hacer?

—Lo averiguaremos juntos.

—No estaba segura… después de aquella noche…

—¿Qué?

Tess se limitó a sacudir la cabeza.

—¿Por qué estás empeñada en no admitir que fue algo maravilloso?

Ella apartó la mirada e intentó ignorar la atracción que sentía por él. El adjetivo maravilloso se quedaba corto para describir la noche que habían pasado juntos.

—Porque recordarlo no nos hace ningún bien.

—¿No te parece que la compatibilidad física es importante en un matrimonio?

—Creo que deberías ir a que te mirasen la cabeza.

—¿Por qué no lo consideras al menos?

—Porque todavía tengo un vestido de novia en el armario que me recuerda al último hombre que me prometió que me amaría eternamente.

—Yo no te haré promesas que no pueda cumplir. Pero cuidaré de ti y del bebé y te seré fiel.

Tess sintió que se le rompía el corazón, no sólo porque quisiese más de lo que Craig le ofrecía, sino porque él no se creía capaz de darle más. Ella confiaba en el poder sanador del amor, pero aquella declaración demostraba que las cicatrices que había dejado en Craig el abandono de su madre todavía no se habían cerrado, y quizás no fuesen a cerrarse. Y ella se negaba a casarse con alguien que no podría quererla nunca.

—El bebé es de los dos —continuó Craig al ver que ella no respondía—. Y debemos asumir la responsabilidad. No sólo durante los siguientes ocho meses, sino para siempre.

Luego le dio un beso en la mejilla y se marchó.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DOS semanas más tarde, Craig seguía dándole vueltas a lo mismo. Nunca había soñado con casarse y tener hijos, pero tenía que hacer lo correcto, por Tess, y por el bebé. Por mucho que se devanaba los sesos para encontrar otra solución, la mejor seguía pareciéndole el matrimonio.

Quería que aquel bebé tuviese un padre y quería ayudar a Tess, y casándose con ella conseguiría ambos objetivos.

Eso fue exactamente lo que le dijo cuando fue a verla a su despacho el viernes por la tarde.

—Deberíamos casarnos.

Tess se volvió tan rápidamente al oír su voz que se le cayó el café encima del escritorio. Maldijo entre dientes y apartó el ordenador para que no se mojase.

Craig fue por papel de cocina y se dijo que quizás tenía que habérselo sugerido con más tacto.

Su madre siempre le había dicho que tenía una manera de hablar y un encanto natural que hacía que todo el mundo hiciese lo que él quería. Craig había pensado que Tess preferiría que fuese directo. Pero el silencio que se instaló entre ellos mientras limpiaban el escritorio hizo que lo dudase. Cuando hubieron limpiado la mesa, Tess habló por fin:

—En el futuro, quizás podrías saludar antes de nada.

—Lo siento —dijo. Luego sonrió—. Hola, Tess.

—Hola, Craig —respondió ella educadamente.

Él se dejó caer en una silla.

—Ahora que ya hemos sido educados, ¿podemos hablar de lo que me ha traído aquí?

—Por favor —asintió Tess—. Me gustaría saber a qué se debe tu repentino cambio de actitud con respecto al matrimonio.

—El bebé —admitió él—. Tu bebé necesita un padre.

Ella se quedó pensativa unos segundos, luego asintió.

—Tienes razón. ¿Pero de verdad quieres ser su padre o sólo quieres hacer lo correcto?

—Quiero ser su padre —aunque no lo había pensado antes, siendo su mejor amiga quien estaba embarazada, resultaba ser verdad.

—Estoy un poco sorprendida. Pero también me siento aliviada. Pienso que para nuestro hijo será mejor que los dos formemos parte de su vida.

—¿Hijo, es un niño?

—Todavía no lo sé.

Craig pensó que le gustaba la idea de tener un hijo varón. Quizás en un futuro podría asumir su puesto en el negocio que él mismo había heredado de su abuelo. Aunque una chica también podría hacerlo. Entonces le intrigó la idea de tener una niña, un pequeño ángel igual que su madre.

—Sea niño o niña, no quiero conformarme con formar parte de su vida, quiero estar a su lado cada día. He estado pensándolo desde que te hiciste la prueba y de verdad creo que el matrimonio es la mejor solución.

—Yo no te he pedido una solución —espetó ella.

—Sólo estoy intentando ayudar.

—¿Del mismo modo en que me ayudaste llevándome a tu casa aquella noche?

Craig sabía que Tess se había arrepentido de sus palabras nada más decirlas. Pero no había marcha atrás. No se podía borrar la verdad que había en ellas. Tess lo culpaba de aquello, él también se culpaba.

—Lo siento —se disculpó ella.

—No. Tienes derecho a estar enfadada conmigo. Si hubiese pensado en lo que tú necesitabas en vez de pensar en lo que yo quería, habría sido sólo tu amigo aquella noche.

—Creo que yo también te demostré claramente lo que quería.

Sí. Pero él debía haber ido más allá de sus ojos, de la suavidad de sus labios y de aquellas cálidas curvas. Pero tener a Tess en sus brazos había sido como un sueño hecho realidad, y no había podido dejarla escapar.

—No estoy enfadada contigo —continuó ella—. Aunque quizás tú debieses estar enfadado conmigo.

—¿Por qué?

—Porque… quizás quisiese quedarme embarazada…

—¿De qué estás hablando?

—Sabes que siempre he deseado tener mi propia familia. En especial desde que murió mi madre. Cuando rompí con Roger, aquel sueño se evaporó. No tenía planeado quedarme embarazada, pero no sé si mi subconsciente…

—Tess. El preservativo se rompió. No tuvo nada que ver con tus deseos de formar una familia.

—Se rompió porque llevaba más de un año caducado.

Él la miró, sorprendido, y volvió a recordar lo que había ocurrido aquella noche.

Cuando habían querido darse cuenta, se habían encontrado en la cama de invitados, y sus preservativos estaban en su habitación. Él había hecho un amago de ir a buscarlos, pero Tess le había dicho que llevaba uno en su bolso, que estaba allí mismo.

—Entonces no lo sabía —explicó ella—. No me di cuenta hasta que no llegué a casa y miré la caja.

—¿Y por qué no miraste la fecha de caducidad cuando los compraste?

—Es que los compré hace un par de años… cuando Roger y yo empezamos a salir. Pero como siempre se ocupaba él de la protección, no los gasté.

—¿Llevas dos años con esos preservativos en el bolso? —no podía creerlo.

Tess sacudió la cabeza.

—Abrí la caja hace un par de meses, cuando decidí que iba a demostrarme a mí misma que había superado lo de Roger. Pero no tuve que utilizarlos… hasta esa noche.

—¿No? —preguntó él sonriendo.

—¿No estás enfadado conmigo?

Quizás debiese estarlo, pero conocía a su amiga y sabía que nunca se habría quedado embarazada a propósito.

—¿Crees en el destino? —inquirió él.

—No estoy segura.

—Yo, tampoco. Pero no puedo evitar pensar que el destino ha estado metiendo la nariz en mis asuntos desde que tú me rompiste la mía.

—No fue el destino. Te rompí la nariz porque estabas mirando a Barb MacIntyre en vez de prestar atención al partido de béisbol.

—Yo tenía quince años y Barb MacINtyre tenía tetas.

Tess sacudió la cabeza, pero lo hizo con una sonrisa en los labios.

Aquel día le había impresionado lo bien que jugaba Tess, que era una muchacha delgada, y el hecho de que, cuando le había golpeado con la pelota y él se había caído al suelo, sangrando, ella se había abalanzado sobre él y le había preguntado si él también iba a morirse.

Varias semanas más tarde, Craig se había enterado de que aquel mismo día habían enterrado a su madre y la habían llevado a una casa de acogida. Era una huérfana de catorce años con mucho coraje, pero detrás de él se escondía un profundo dolor. Y Craig supo en ese momento que causaría estragos en su vida. Lo que no había sabido por aquel entonces, era que se convertiría en la mejor amiga que había tenido.

Craig se pasó el dedo por el bulto que tenía en la nariz.

Ella intentó contener una sonrisa, pero no fue capaz.

—¿Seguro que no estás enfadado conmigo?

—Que me rompieses la nariz es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida —dijo él negando con la cabeza—. Aunque por aquel entonces no pensaba lo mismo. Pero, a la larga, sé que es la razón por la que nos hicimos amigos.

—¿Y qué tiene eso que ver con lo que nos está pasando ahora?

—Que pienso que dentro de otros quince años volveremos la vista atrás y nos daremos cuenta de que tu embarazo fue lo mejor que nos podía haber pasado.

—Yo ya sé que lo es —confesó Tess.

—¿Entonces por qué no crees que casarnos también pueda ser una cosa maravillosa?

Craig no podía ocultar la impaciencia que había en su voz, y Tess suspiró.

—No es que no lo crea.

De hecho, se veía perfectamente casada con él, compartiendo las alegrías y responsabilidades de la paternidad, construyendo la familia que siempre había deseado.

Pero sabía que su sueño nunca se haría realidad. Porque él no era su príncipe azul y aquel embarazo no era algo que hubiesen planeado o deseado juntos. De hecho, Craig nunca había querido tener hijos. Era su sentido de la responsabilidad lo que hacía que no pudiese abandonar a su hijo.

—¿Entonces, cuál es el problema? —quiso saber él.

Tess no supo qué decir, ni cómo explicar la batalla interna que había sufrido desde que había visto las dos rayitas en el test de embarazo. Podía ir por el camino más fácil o escoger el más correcto. Y quería hacer lo correcto.

El teléfono la salvó de tener que responder, al menos por el momento.

—Carl por la línea tres —anunció Elaine, la recepcionista.

Carl Bloom era uno de los dueños de SB Graphics, o sea, uno de los jefes de Tess, lo que significaba que tenía que volver al trabajo.

—Gracias —respondió ella. Luego se dirigió a Craig—: Tengo que responder a esta llamada.

—Puedo esperar.

—Preferiría que no lo hicieses. Voy a tardar un rato y luego tengo una reunión con Owen Sanderson… —que era otro de los jefes—, y todavía no la he preparado.

—Tenemos que terminar esta conversación —insistió él.

—Lo sé. Pero ahora no es el momento.

—Entonces ven a cenar esta noche a mi casa.

—De acuerdo —¿qué peligro podía haber en cenar con un amigo?—. Nos veremos esta noche.

—A las siete —dijo él levantándose de la silla—. Podemos hacer carne a la brasa, la carne roja tiene mucho hierro, os vendrá bien a ti y al bebé.

Tess sacudió la cabeza mientras lo observaba salir de su despacho.

No había sabido cómo decirle a Craig que estaba embarazada, había pensado que, al conocer la noticia, o bien se distanciaría de ella y del bebé, o se resignaría a las consecuencias y asumiría sus responsabilidades e iría a verlos todas las semanas. No había imaginado que fuese a gustarle la idea de ser padre.

Aunque quizás la idea fuese más fácil de admitir que la realidad. Cuando naciese el niño, quizás cambiase de opinión.

O quizás no, admitió suspirando. Y eso sería todavía peor para ella.

Apartó a un lado aquellos pensamientos y agarró el teléfono para hablar con su jefe.

 

 

El programa de software que estaba revisando Tess era difícil de manejar, así que después de dos horas luchando con él tenía las manos agarrotadas. Estiró los brazos y miró el reloj que tenía encima del escritorio, eran las siete menos cuarto. Tenía que estar en casa de Craig quince minutos más tarde.

Guardó los cambios realizados en el programa y apagó el ordenador. Luego lo llamó para decirle que no tardaría.

Fue al cuarto de baño y se dio cuenta de que era la única que quedaba en la oficina. Era lo bueno que tenía aquella empresa, que permitía conciliar la vida laboral con la personal.

SBG era una empresa de software de animación digital que había sido fundada veinte años antes por Owen Sanderson y Carl Bloom.

Ambos eran hombres familiares a los que les gustaba que sus empleados tuviesen vidas fuera del trabajo e insistían en ello.

Tess no le había dado excesiva importancia a aquello hasta el momento, pero dado que estaba embarazada, era un alivio saber que sus jefes lo entenderían. Lo único que le quedaba esperar era que el futuro padre fuese igual de comprensivo.

«Deberíamos casarnos».

Por si aquellas palabras no la hubiesen sorprendido lo suficiente, la convicción con la que las había dicho Craig la había dejado atónita. Ella sabía mejor que nadie lo obstinado que podía llegar a ser cuando se le metía algo en la cabeza. Y había decidido que quería casarse. Iba a tener que convencerlo de que había otras alternativas.

Se peinó y se puso la chaqueta. Quizás si diese la imagen de una mujer equilibrada y profesional, podría discutir aquello de manera equilibrada y profesional con él. Quizás incluso la escuchase cuando le propusiese una solución más razonable.

Cerró el bolso suspirando. Sí, y quizás pudiese dar marcha atrás y no acostarse con Craig. Tal vez estuviese dispuesta a discutir con él acerca de lo que era mejor para el bebé, pero lo que tenía claro era que quería tenerlo. Así ya nunca más estaría sola.

De camino a la salida, le rugió el estómago y se le hizo la boca agua sólo de pensar en el filete que le había prometido Craig. Entonces se dio cuenta de que había luz en el despacho de Owen.

Llamó antes de asomarse a través de la puerta entreabierta.

—Iba hacia… Oh —se calló al darse cuenta de que no era Owen quien estaba detrás del escritorio, sino otro hombre—. Lo siento. Pensé que era el señor Sanderson.

—Jared McCabe —dijo el extraño poniéndose en pie y ofreciéndole la mano.

—Tess Lucas —se presentó ella dándole la suya y preguntándose por qué le sonaba aquel nombre.

—Usted fue la jefa de equipo de DirectorPlus Cuatro.

Ella asintió, no tenía ni idea de cómo podía saberlo aquel hombre.

—Es un programa estupendo.

—¿Es usted cliente de SB Graphics?

—Potencialmente.

—Entonces le interesará saber que la versión número cinco va a ser todavía mejor.

—Cuento con ello.

Aquel comentario la extrañó, pero antes de que pudiese preguntarle lo que quería decir, Owen apareció por la puerta.

—Jared, he encontrado… —se detuvo a media frase, sorprendido por la presencia de Tess—. No sabía que todavía estuvieses aquí.

—Me estaba marchando cuando vi tu luz —contestó ella sintiéndose incómoda.

—Tess siempre es la primera en llegar y la última en marcharse —le dijo Owen a Jared—. Y no sólo nos impresiona por su dedicación, sino también por su talento.

Ella se preguntó por qué la estaría alabando su jefe delante de Jared McCabe, pero no era el momento de averiguarlo.

—No quería interrumpir —se limitó a decir—. Ha sido un placer conocerlo, señor McCabe.

—El placer ha sido mío —respondió él sonriente.

—Que tengas un buen fin de semana —le deseó Owen.

Tess asintió, llena de dudas acerca del misterioso señor McCabe. Entonces recordó que iba a cenar con Craig y se dio cuenta de que tenía cosas más importantes en las que pensar.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

TESS aparcó en casa de Craig algo más tarde de las siete y media. No obstante, se quedó unos minutos en el coche, preparándose para lo que la esperaba. Odiaba sentirse incómoda con él, y también estar irritable, quisquillosa, confundida. Pero sabía que aquello no cambiaría hasta que no llegasen a un acuerdo acerca de su embarazo y del papel de Craig en la vida del bebé.

También sabía que si quería plantearse realmente la propuesta de matrimonio, tenía que mantenerse tranquila y centrada. Podía admitir que aquélla fuese una opción, pero tenía que convencer a Craig de que había motivos de peso para desecharla.

«La amistad y la química son ambas bases sólidas para una relación».

Sacudió la cabeza para intentar sacarse aquello.

«Si nos casamos, nuestro bebé tendrá una familia».

Una familia era lo que ella había querido siempre, y el mejor regalo que podría hacerle a su hijo. Y Craig sabía que la oferta era tentadora.

¿Pero qué coste tendría que ceder ante semejante tentación? ¿Cómo terminaría su amistad con un matrimonio de conveniencia? ¿Cómo podía arriesgar lo que tenían con la ilusión de conseguir algo más?

Salió del coche e intentó olvidarse de todo eso. Ella le había pedido que fuese su amigo, necesitaba recordar que era el mejor amigo que tenía.

Saludó al portero por su nombre y atravesó el portal. Nigel respondió con una sonrisa y un movimiento de mano, y luego avisó a Craig de que Tess iba de camino.

—Lo siento, llego más tarde de lo previsto —se excusó ella—. Me entretuve con Owen cuando estaba saliendo —prefirió dejar para más tarde el encuentro con el extraño.

—No pasa nada. Yo también voy muy retrasado, he tenido una visita imprevista de mi madre.

—Siento no haber estado —dijo ella quitándose los zapatos en la entrada.

—Pues no lo sientas.

Tess frunció el ceño.

—Es una larga historia —explicó él—. Ahora voy a preparar la cena.

—¿Puedo ayudarte?

—Prepara la ensalada si quieres.

Tess lavó la ensalada y empezó a cortarla. Esperaba que con aquella cena diesen un paso adelante para reanudar su amistad. Pero no podía negar que el volver a estar con él allí a solas le hacía tener un mal presentimiento.

En realidad temía más sus propias reacciones hacia él que lo que Craig pudiese decir o hacer. Desde que habían hecho el amor juntos, cualquier roce de su piel hacía que el corazón le latiese a toda velocidad y que recordase cómo la había acariciado aquella noche.

Se obligó a pensar en otra cosa y empezó a cortar el pepino violentamente. Craig entró en la cocina por el plato con los filetes. Al pasar por su lado, Tess olió su aftershave. En el pasado había sido un olor familiar y reconfortante, en esos momentos era nuevo y excitante. Tess bajó el cuchillo con fuerza y se cortó el dedo.

—¡Maldita sea! —gritó metiéndose el dedo en la boca para contener la sangre.

Él dejó corriendo el plato en la encimera.

—¿Estás bien?

La agarró por la muñeca con firmeza, le sacó el dedo de la boca y lo metió debajo del chorro de agua fría.

—Estoy bien —contestó ella con voz entrecortada. Craig estaba tan cerca de ella que podía sentir el calor que emanaba su cuerpo.

Él quitó el dedo del agua y lo observó, seguía sangrando, pero no era un corte profundo.

—Mantenlo debajo del grifo, voy a buscar una tirita.

Ella obedeció.

Craig era su mejor amigo, no podía desearlo tanto. Quizás las imágenes eróticas que la perseguían se debían a los cambios hormonales del embarazo. Sí, aquello tenía sentido. En cuanto tuviese el bebé, todo volvería a la normalidad. Quizás los siguientes ocho meses fuesen un reto, pero lo superaría sabiendo que aquella irresistible atracción era sólo algo temporal.

Craig volvió, le secó la mano con cuidado. El dedo, casi entumecido por el agua fría, se calentó sólo con sentir su piel. Iban a ser ocho meses muy largos.

—¿Mejor?

Tess asintió, luego levantó la cabeza. Por la manera en que Craig la miraba, él también parecía estar sintiendo la misma atracción temporal.

Entonces él apartó la mirada y Tess volvió a respirar.

—Ya está —comentó Craig después de ponerle una tirita.

—Gracias.

—Voy a hacer los filetes. Intenta no volver a cortarte.

 

 

Craig colocó los filetes en la parrilla y escuchó el chisporroteo del adobo al caer sobre el carbón. Aquello le recordó al calor que sentía cuando tocaba a Tess. Intentaba que no se notase, pero su suave piel y el olor de su pelo lo atormentaban. Al acercarse a ella a curarle el dedo no había podido evitar fijarse en cómo se adaptaba la fina blusa que llevaba puesta al contorno de sus pechos. Y no conseguía olvidar cómo había acariciado esos pechos y cómo había gemido ella de placer.

Respiró hondo e intentó olvidarse de aquello. A Tess no le agradaría saber lo que estaba pensando.

Se suponía que era su amigo, y lo había sido durante quince años. En los últimos tiempos, se había preguntado en varias ocasiones si podría haber algo más entre ellos, pero lo cierto era que valoraba tanto su amistad que no quería hacer nada que la pudiese poner en peligro. No obstante, había pensado en cómo sería tocarla y besarla, pero no como amigo.

Pues ya lo sabía, y desde entonces, la amistad no era suficiente.

Pasar de una noche juntos al matrimonio era un paso descomunal que nunca se le habría ocurrido dar si no hubiese sido porque Tess estaba embarazada. Pero en vez de sentirse atrapado por las circunstancias, veía aquello como una increíble oportunidad. Tenía que convencerla.

Durante la cena, hablaron de cosas sin importancia. Al menos hasta que le rozó el muslo a Tess con la rodilla sin querer. Ella se retiró como si le hubiese pinchado con un cuchillo y Craig se dio cuenta de que no iba a ser fácil hacer disminuir la tensión que había entre ellos.

—De postre tengo helado de plátano con trozos de chocolate y nueces —anunció.

Tess cargó el lavaplatos mientras él servía su helado favorito en dos cuencos. Craig se dijo que era el momento de hablar de cosas serias.

—Sabes que quería que vinieses esta noche para seguir hablando de mi propuesta.

—No recuerdo haber oído ninguna propuesta de verdad —replicó ella agarrando el cuenco y una cuchara.

Craig la siguió hasta la mesa, disfrutando del balanceo de sus caderas al andar. Frunció el ceño al entender su respuesta.

—¿Qué quieres decir?

—No me has pedido que me case contigo. Has dicho que deberíamos casarnos.

Craig la observó comer el helado, la oyó tararear de placer al degustarlo. Él se metió también una cucharada en la boca, esperando que aquello calmase su calor.

—Sí que te lo he pedido.

—No, no lo has hecho. Nunca pides nada, das por hecho que vas a conseguir lo que quieres.

—Eso no es cierto.

—Sí lo es. Porque nadie da un no por respuesta a Craig Richmond.

Quizás Tess tuviese razón. En su trabajo, tenía un puesto de poder y sabía cómo utilizar ese poder, pero no se había dado cuenta de que también lo hiciese en su vida privada.

¿Por eso lo había rechazado ella, porque no le había pedido que se casase con él?

—Está bien. Tess, ¿te casarás conmigo?

—No —respondió ella sonriendo.

—¿No?

—No he rechazado tu propuesta porque no la hubieses planteado bien. La he rechazado porque mi embarazo no es motivo suficiente para que nos casemos.

Tess hundió la cuchara en el helado y luego la lamió y Craig casi grita al ver semejante gesto.

—Nunca te impediré que veas a nuestro hijo —continuó ella—. Y no voy a casarme con un hombre al que no quiero y que no me quiere sólo para que el niño tenga una familia, podemos compartir la custodia.

—Pero yo no quiero verlo sólo los fines de semana —no quería que su hijo creciese pensando que su padre no quería formar parte de su vida. Se pasó una mano por el pelo—. ¿Por qué no puedes aceptar que esto es importante para mí?

—¿Por qué no aceptas tú que yo no quiera casarme?

—Porque hace seis meses estabas preparando las invitaciones para tu boda —comentó él.

—Eso fue diferente.

—¿Porque pensabas que estabas enamorada de Roger?

—Quizás me equivocase con él, pero eso no quiere decir que vaya a olvidarme de mis sueños y vaya a casarme con alguien a quien no quiero.

—¿Le contaste alguna vez a tu prometido que estuviste cuatro años en una casa de acogida?

Tess frunció el ceño.

—¿Qué tiene eso que ver con todo esto?

—Eso no cambia el que fuese un cerdo que te engañó y que no te merecía. Pero me pregunto si la relación no salió adelante porque tú no quisiste que él supiese quién eras en realidad.

—Cuatro años en una casa de acogida no me han hecho ser quien soy.

—Una amiga me dijo una vez que todo lo que vivimos, lo bueno y lo malo, nos hace ser quienes somos.

Tess se encogió de hombros, no podía rebatir sus propias palabras.

—¿Y?

—¿Sabía Roger lo de la casa de acogida? ¿Sabía cómo murió tu madre? ¿Sabía lo sola que te sentiste cuando te quedaste huérfana? ¿Sabía lo mucho que esperabas las visitas mensuales a tu hermanastra, porque ella es la única familia que tienes? —Craig sacudió la cabeza, contestándose él solo a aquellas preguntas—. No lo sabía porque nunca se lo contaste.

—No pensé que fuese importante.

—Quizás te asuste el compromiso más que a mí. Quizás también te dé miedo abrirte, por si te hacen daño.

—No sabía que supieses tanto de psicología.

El sarcasmo en su voz le demostró a Craig que había metido el dedo en la llaga. Sólo sentía haber tenido que herirla para ello.

—No necesito saber nada de psicología, te conozco.

—De acuerdo —admitió ella suspirando—. Quizás tengas razón. Yo soy una cobarde y tú tienes fobia al compromiso, lo que me hace pensar que nuestra unión sería un desastre desde el principio.

—No obstante, los dos somos obstinados y decididos —le recordó él—. Si quisiésemos, podríamos conseguir que funcionase.

Tess dejó la cuchara encima de la mesa y lo miró a los ojos con convicción.

—Recuerdo cómo fue el matrimonio entre mis padres, lo mucho que se querían. Sólo tenía ocho años cuando murió mi padre, pero recuerdo lo felices que eran. Cuando mi madre se casó con Ken, supe que sería diferente. Ella estaba sola conmigo, y él, con Laurie. Se casaron para darnos una familia a las dos, pero no fueron felices.

—Eso no significa que nosotros no podamos serlo —murmuró Craig.

—Si me caso, quiero que sea porque alguien quiere estar conmigo, no porque vaya a tener un hijo suyo.

—Y yo quiero estar contigo, Tess. Quiero que estemos juntos por nuestro bebé. No sé cómo funcionan las cosas del amor. Ni siquiera sé si existe el amor eterno. Pero quiero que ese niño sepa que tiene un padre y una madre que siempre estarán a su lado, y el mejor modo de asegurarse de eso es casándonos.

—Creo que es la proposición más romántica que me han hecho nunca —respondió Tess poniéndose la mano en el pecho.

Craig se sentía cada vez más frustrado.

—¿Eso es lo que quieres, romanticismo? ¿Sería diferente si hubiese llenado el salón de flores y velas y hubiese puesto música?

—No —respondió ella sacudiendo la cabeza—. Porque los dos sabemos que sería peor para nuestro hijo crecer en un hogar sin amor que tener unos padres que no están casados.

—Podríamos hacer que funcionase, Tess.

—¿Y si no es así? ¿Querrías que nuestro hijo tuviese que sufrir una batalla por su custodia?

—No —admitió él sabiendo que Tess se refería a lo que le había sucedido a él y a su hermano—. Pero eso no ocurrirá porque nosotros siempre haremos lo que sea mejor para nuestro hijo.

—Por eso quiero que fijemos ya los detalles de la custodia y las visitas.

—Yo no quiero visitarle, quiero que sepa que es una parte importante de mi vida todos los días, no un fin de semana sí, uno no.

—¿Tiene esto que ver con el hecho de que Charlene te abandonase?

Tess nunca se refería a ella como su madre, ya que ambos sabían que, para Craig, Grace, la segunda esposa de su padre, había sido más una madre que ella.

—Tiene que ver con nosotros y con el bebé —insistió él.

Pero Tess no podía aceptar aquella respuesta. Alargó la mano y tomó la suya.

—Charlene no podía asumir la responsabilidad de tener hijos. Pero tú ya has dejado claro que quieres formar parte de la vida del tuyo y yo nunca me opondré a ello.

Él entrelazó los dedos con los de Tess. A pesar de que ésta tenía una mano pequeña, era fuerte y lo reconfortaba. Lo conocía mejor que nadie, entendía sus sueños y sus miedos y siempre estaría a su lado. Ninguna otra mujer lo había aceptado de un modo tan incondicional, ésa era otra de las razones por las que pensaba que su matrimonio podría funcionar.

Pero Tess seguía esperando que llegase el amor, y eso era algo que él no podía darle. Ni siquiera sabía si era capaz de amar, y no podía mentirle.

—Vas a ser un padre maravilloso, Craig —le aseguró ella.

—¿Quieres decir un padre a tiempo parcial?

Odiaba pensar que se iba a perder un solo día de la vida de su hijo. Él tenía cinco años cuando sus padres se habían separado, pero recordaba el sentimiento de pérdida, de rechazo que había sentido cuando su madre los había abandonado.

Meses después, Charlene Richmond había decidido que quería la custodia de sus hijos, o quizás se había dado cuenta de que teniéndolos a tiempo parcial, su padre tendría que pasarle una pensión. Los siguientes años habían sido un constante ir y venir de una casa a otra con Gage, su hermano, y una niñera a la que había contratado su padre para que los acompañase. Lo cierto era que, durante sus visitas a su madre, había sido la niñera quien se había ocupado de ellos.

Y un día, se habían encontrado con que su madre no estaba en casa. Había dejado una nota diciendo que iba a casarse y que se marchaba del país, así que cedía toda la custodia a su padre.

Al principio, Craig se había sentido aliviado, por fin podrían establecerse en un solo sitio. Pero después, había tenido miedo de que su padre también se fuese. De que nadie lo quisiese lo suficiente como para quedarse a su lado. No podía permitir que su hijo sintiese lo mismo.

 

 

Por mucho que Tess entendiese los motivos de Craig para querer casarse, no quería sacrificar lo que quedaba de su amistad y dejar a un lado sus sueños por un matrimonio de conveniencia que estaba destinado a fracasar.

Pero cuando la miró con aquella intensidad y determinación, se dio cuenta de que su resolución se estaba debilitando. Craig la acarició con el dedo pulgar y ella se estremeció.

Intentó retirar la mano, si quería mantenerse firme, no podía permitir que la tocase. Pero Craig la agarró con firmeza.

—He intentado no presionarte…

Ella casi ríe, aquello era absurdo, claro que se sentía presionada.

—… pero no vas a poder mantener en secreto tu embarazo para siempre —continuó Craig—. Por qué no nos casamos antes de que la gente empiece a especular.

A pesar de todo su sentido común, a Tess le tentó la ida. La idea de tener sola al niño, de ser la principal responsable, la asustaba. Pero era una luchadora.

Retiró la mano con cuidado.

—No puedo casarme contigo, Craig.

—Piénsalo con lógica. Nos conocemos desde hace años. Lo que existe entre nosotros: amistad, confianza, respeto, es más importante que el amor. Y más duradero. No hay ninguna razón por la que lo nuestro no pudiese funcionar.

—Mira tus padres. Tu padre y Grace —se corrigió Tess—. Es evidente que se quieren. ¿Te conformarías con menos de lo que ellos tienen?

—No pensaría que casarme contigo significa conformarme con menos.

Parecía tan sincero que Tess casi lo cree. De hecho, quería creerlo. Pero su desastrosa experiencia con Roger había hecho que desconfiase. A pesar de que conocía a Craig desde hacía mucho tiempo, su relación había cambiado tanto en las últimas semanas que ya no estaba segura de conocerlo de verdad.

En el trabajo, era una mujer segura de sí misma, una profesional competente, pero lo era porque había pasado años estudiando. En el amor no había estudios que valiesen.

Por otro lado, Craig había salido con muchísimas mujeres, todas guapas y sofisticadas. Nunca sería feliz con alguien como ella.

Tess suspiró y se levantó de la mesa. Fue hacia la ventana y miró las estrellas, que brillaban en el cielo. No, no podía casarse con él.

—Quizás no te des cuenta ahora —dijo—. Pero acabarías sintiendo resentimiento hacia mí, y hacia el bebé, por haberte puesto en esa situación.

Para ella era peor la idea de perder la amistad de Craig que la de educar sola a su hijo. No lo oyó levantarse y no se dio cuenta de que estaba detrás de ella hasta que no sintió sus manos en los hombros y que la hacía girarse para mirarlo.

Lo observó sin alterarse, casi desafiantemente. Sabía que Craig no era de los que se rendían fácilmente, pero ella podía ser igual de pertinaz. No pondría en peligro su amistad casándose con él. Su madre y Ken habían sido amigos antes de casarse y cuando su matrimonio se había roto, no había quedado nada de esa amistad. Tess se negaba a que a ellos les ocurriese lo mismo. No permitiría que Craig la convenciese, fuesen cuales fueran sus argumentos.

Pero Craig no respondió como ella esperaba. No discutió, ni utilizó ninguna otra táctica que ella pudiese rebatir con confianza. Se limitó a besarla.

Al principio, estaba demasiado sorprendida para reaccionar. Y después, se dejó llevar.

Craig metió la mano entre su pelo y le sujetó la cabeza para intensificar el beso. Ella no sabía si eran sus hormonas o que, de repente, Craig le atraía como hombre, no quería estar en otro lugar que no fuesen sus brazos.

Tembló cuando él le masajeó la cabeza y gimió al sentir su lengua dentro de la boca. No obstante, sabía que tenía que separarse de él. No podía permitir que sucediese aquello, pero no era capaz de detener el deseo que la invadía. Deseaba a Craig, más de lo que hubiese creído posible.

Él le sacó la blusa y metió las manos por debajo, acariciándole la piel, y Tess se estremeció y buscó los botones de su camisa. No tardó en quitársela.

Craig puso la mano por debajo de sus rodillas y la levantó, apoyándola contra su pecho, sin dejar de besarla.

La llevó al sofá de cuero que había en el salón y se puso encima de ella. Sus cuerpos estaban pegados, sus piernas, entrelazadas. Tess sentía su erección contra el vientre y apretó las caderas contra las de él.

Craig le quitó la blusa y la tiró al suelo. Luego se colocó completamente encima de ella y le mordisqueó el cuello, el roce de su mentón la hizo estremecerse.

Luego fue descendiendo hacia sus pechos, que acarició por encima del sujetador. Tess sintió que se le endurecían los pezones. Como si le hubiese leído la mente, él los acarició con la lengua y mordió la tela. Tess dio un grito ahogado y levantó las caderas. Craig le quitó el sujetador con impaciencia y se metió el pezón en la boca. Lo acarició con la lengua, jugó con él y chupó con fuerza. Ella se mordió la lengua para evitar gritar y se balanceó contra él, loca de deseo por que le hiciese el amor.

—Déjame que te haga el amor —le pidió Craig.

—Sí —accedió ella agarrándolo con manos temblorosas por los hombros.

Craig le desabrochó los pantalones, le bajó la bragueta y metió la mano en su interior. Estaba húmeda y caliente.

—Deja que te demuestre lo bien que estamos juntos —le susurró mientras seguía acariciándola—. Deja que te demuestre lo maravilloso que sería poder hacer el amor todas las noches si estuviésemos casados.

Tess tardó un minuto en darse cuenta de lo que le estaba diciendo.

—¿Qué…? —tuvo que detenerse a respirar, se obligó a dejar a un lado lo que le pedía el cuerpo—. ¿Qué has dicho?

Craig volvió a besarla.

—He dicho que quiero hacerte el amor.

Ella quería volver a fundirse con él como estaba haciendo antes de que le hubiese dicho aquello.

—¿Por qué?

—Pensé que era obvio —contestó él sonriendo sensualmente.

—¿Sí? —Tess se sonrojó, pero no permitiría que Craig la distrajese con su encanto.

Se levantó y se apartó del sofá. Estaba desnuda de cintura para arriba, le dio la espalda y se abrochó los pantalones.

—¿No formará esto parte de tu plan para convencerme de que me case contigo?

—No lo había planeado, Tess. Pero, sinceramente, creo que la atracción que existe entre nosotros es una prueba de que nuestro matrimonio podría salir bien.

—¿Crees que deberíamos casarnos porque lo pasamos bien en la cama?

Él se levantó y se acercó a ella.

—Lo pasamos mucho mejor que bien, pero ése es otro tema.

—Vete al infierno y llévate tu propuesta contigo.