¿Farsa o realidad? - Priscila Serrano - E-Book

¿Farsa o realidad? E-Book

Priscila Serrano

0,0
3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

HQÑ 363 Fingir no es tan difícil . Daniela ha pasado de estar felizmente casada a ser una joven divorciada. Ahora le toca comenzar de nuevo, a pesar de que aún le duele el corazón y se siente estafada. Pero todo cambia cuando, por gracia del destino, acaba viviendo con su mejor amigo de la infancia, Saúl. Saúl se convierte en su apoyo, en ese hombro en el que llorar cuando los recuerdos la atenazan. Y también en su salvavidas, su héroe… y su novio. De pega, claro. Cuando su ex pretende recuperarla, Daniela le presenta a Saúl como su novio. No es buena idea, y menos aun cuando los besos fingidos han comenzado a gustarle. Ya no serán amigos. Ya no serán más que amigos. Serán amigos de más. - Un protagonista masculino perfecto por lo natural que es. - Un reencuentro emotivo que va a cambiar sus vidas. - "Me hacía mis días más llevaderos, más animados, y su cariño le daba una patada a mis miedos". - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, romance… ¡Elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 382

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Priscila Serrano

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

¿Farsa o realidad?, n.º 363 - julio 2023

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 9788411418959

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Introducción

 

 

 

 

 

Otra mañana calurosa en la que prefería estar metida en casa con el aire acondicionado. Otra estúpida mañana que tenía que madrugar para ir a la ferretería con mi padre. Trabajaba con él desde que acabé mis estudios de contabilidad. Se suponía que ese iba a ser mi puesto, pero ni por asomo hacía solo eso. Mi progenitor me puso en el mostrador por mi cara bonita… Sí, justamente fue por eso. «Cariño mío, tienes que estar cara al público, que tienes la cara muy bonita. Así me entran más clientes». Recordé sus palabras a la vez que comenzaba a vestirme.

Salí de mi habitación cuando estuve lista y me encontré a Fran, mi marido, sentado en el sofá. Me preocupé de inmediato, ya que debería estar en el instituto; era profesor de Educación Física.

—Cielo, ¿ha pasado algo? —le pregunté mientras me acercaba a él—. ¿Desde cuándo estás aquí? ¿No has ido a trabajar?

Fran me miró con seriedad y eso no hizo más que aumentar mi preocupación. Me senté a su lado y cogió mis manos. Noté su nerviosismo por cómo le temblaban y me asusté, me asusté demasiado.

—Tengo que decirte algo —habló de pronto, y su voz sonó entrecortada.

—Me estás preocupando. ¿Estás malito, mi vida? —Acaricié su mejilla provocando que cerrara los ojos unos segundos.

Soltó mis manos a la vez que un suspiro agónico se le escapaba de entre los labios. No entendía muy bien lo que estaba pasando, pero algo me decía que no iba a ser bueno.

No podía negar que llevaba un tiempo algo extraño conmigo; llegaba tarde algunas veces y casi ni me tocaba. Al principio pensé que era por el cansancio, lidiar con adolescentes a diario no debía ser un trabajo muy tranquilo. Sin embargo, verle así en ese momento, me decía que no era por eso y que escondía algo bastante serio.

—Me he enamorado de otra persona y creo que debemos separarnos —soltó de pronto, tras unos segundos en silencio.

Abrí los ojos llena de sorpresa a la vez que me levantaba para separarme de él. Comencé a negar y una sonrisa burlona se dibujó en mis labios, una sonrisa que no estaba para nada llena de felicidad. Escuchar a mi compañero de vida, al que elegí para pasar el resto de mi vida, que estaba enamorado de otra mujer, no era lo que esperaba para ese mierda de día.

Era lunes, la semana comenzaba y jamás me habría imaginado que lo haría de ese modo.

—¿Cuándo? ¿Quién? —iba a hablar, pero no lo dejé—. No, no quiero saberlo.

Las lágrimas comenzaron a salir sin control y ya no quería seguir escuchando nada más. ¿Para qué? Nada de lo que me dijera cambiaría el daño que me estaba haciendo. Estaba destrozando mi corazón, arrancándomelo del pecho para pisotearlo como si fuese basura.

Se levantó para acercarse a mí y abrazarme… No quise, y le pegué un guantazo cuando conseguí reaccionar.

—No quiero volver a verte, Fran.

No esperé respuesta y salí de mi casa, de mi hogar, el mismo que se había desmoronado sobre mí en cuestión de segundos. Corrí hasta mi coche y me encerré en él sin dejar de llorar, de gritar. No podía creerlo, no era capaz de pensar con claridad. Miré unos segundos hacia la puerta de nuestra casa antes de arrancar y lo vi mirándome. Me quedé un momento esperando a que viniera a por mí y no lo hizo, así que me fui sin mirar atrás.

La vida a veces te daba cosas buenas, otras te daba unos palos que ni la mejor medicina podría curar.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Daniela Meses después

 

—Tienes que firmar ahí, Daniela —me dijo Mónica, mi hermana, poniéndome la demanda de divorcio ante mis narices.

Estos meses habían sido una locura y más cuando me vi compartiendo casa con Fran hasta que saliese la sentencia de divorcio y la vendiéramos. Todo eso llegó antes de lo esperado y si no fuera porque debíamos bastante dinero al banco de la hipoteca y los préstamos en común que teníamos, nos habría quedado algún dinero para seguir adelante con nuestras vidas.

Miré a Fran antes de firmar y al no ver ni un ápice de culpabilidad en su rostro, firmé. Tragué saliva cuando volví a alzar la mirada para arrastrar la hoja en su dirección para que hiciera lo mismo.

—Bueno, ya está todo listo.

Mónica había sido nuestra abogada para el trámite, algo que elegimos ambos porque no nos fiábamos de cualquiera y, aunque era mi hermana, él confiaba en ella.

—Tenéis dos días para dejar la casa. Los nuevos dueños firman mañana el cambio de titular, pero os han dejado ese tiempo para que podáis organizaros.

Mi hermana hablaba, pero yo no podía escuchar nada. ¿Cómo hacerlo si no podía creerme que esto me estuviera pasando a mis veintiocho años? Solo llevábamos cuatro años casados y tres de novios. Había compartido siete años con el hombre que tenía frente a mí y al que le daba igual estar jodiendo todo por una mujer cualquiera. Que ya sabía quién era la protagonista de mi desgracia: Alejandra, se llamaba, y era compañera de trabajo de él.

Fran se levantó y, tras despedirse, salió del despacho de mi hermana. Mónica, cuando nos quedamos solas, me abrazó. Estaba destrozada y no podía seguir reprimiendo las lágrimas, no delante de ella. Me había apoyado en todo este proceso, sorprendiéndome, pues no era que tuviéramos muy buena relación.

—Tranquila, Dani. Todo pasará pronto. —Acarició mi espalda.

—Ya está, no pasa nada. —Me calmé.

Tenía que ser fuerte y tirar para adelante, esto no me iba a hundir.

—Estaré bien, Mónica, no te preocupes.

—¿De verdad? Ya sabes que me tienes para lo que necesites. —Asentí, agarrando sus manos.

Me levanté para marcharme de una vez al trabajo y antes de salir ella volvió a abrazarme. Le di un beso en la mejilla y me fui, tenía que ir a trabajar.

Aprovecharía ese día para contarle a mis padres que me había divorciado, no había querido contarles nada hasta que no fuese un hecho, mantenía la esperanza de que Fran se retractara, pero ese deseo no llegó, así que era el momento de decírselo a ellos. Mi padre había estado muy preocupado por mí, mi ánimo en el trabajo no había sido el mejor, y por más que me preguntara y me dijera que sabía que me pasaba algo, no le contaba nada.

Conduje por mi ciudad, Málaga, hasta el barrio de Huelin, donde mi padre tenía la ferretería. Tardé más o menos quince minutos en llegar y gracias a Dios encontré un aparcamiento pronto, algo que me salía bien ese día.

Entré en la tienda y mi padre miró hacia la puerta, las campanitas que colgaban del techo en la entrada me delataron. Fui hasta él y lo abracé. Necesitaba que mi padre me cobijara unos minutos como cuando era niña y tenía miedo de la oscuridad, aún seguía teniendo ese temor, pero ya era muy mayor para dejar una lamparita encendida toda la noche. «Por eso dejas la del pasillo», me recordó mi conciencia.

—¿Qué te pasa, cariño? —Se preocupó cuando notó que lloraba.

—Tengo que contaros algo a ti y a mamá. —Lo miré haciendo pucheros.

Siempre lo hacía, aunque en otro momento era para conseguir de ellos algo que quería y no por el dolor que tenía en mi corazón por la separación.

—Pero dímelo a mí ahora porque me tienes preocupado.

Negué.

—Necesito que estéis los dos, papá. Cuando cerremos y vayamos a comer, ¿vale?

—Está bien, aunque estaré toda la mañana comiéndome el coco por tu culpa, y más si no dejas de llorar. ¿Te ha pasado algo con Fran?

Fue escuchar su nombre y llorar con más fuerza. Me giré y fui corriendo hasta la oficina para encerrarme en ella. Mi padre habría venido a por mí si no fuera porque entraron clientes. “La campanita”.

Me senté en la silla delante del ordenador y saqué el móvil de mi bolso. Busqué la galería para ver todas las fotos felices que teníamos Fran y yo y dejé de verlas cuando las lágrimas me nublaron la vista. ¿Por qué me pasaba eso a mí? ¿Por qué si éramos felices? Aún no comprendía qué había hecho yo para que él pusiera los ojos sobre otra mujer. ¿Acaso no era buena para él? No es que fuera una modelo, pero mi padre me decía que era bonita, ¿no?

Saqué el espejito que llevaba dentro de un neceser pequeño con maquillaje y me miré para comprobar por mí misma si era verdad eso de que era guapa. Tenía los ojos marrones y el cabello largo y castaño; las ondulaciones me caían hasta la cintura y un flequillo tapaba mi frente. Me maquillé para ocultar la tristeza, aunque de la mirada fuese imposible. Era delgada, bastante, a decir verdad, algo que a mi madre no le gustaba porque decía que estaba en los huesos y tenía una estatura normal.

—Eres bonita, Daniela —me dije a mí misma a la vez que cerraba el espejo y volvía a guardarlo.

Una vez que me sentí tranquila, salí de la oficina para concentrarme en el trabajo.

Mi padre estaba ocupado, por lo que no me preguntaría más, ya tendríamos tiempo de hablar y poder desahogarme con ellos.

La mañana la pasamos metidos en la ferretería, ese día entraron muchos clientes y eso me sirvió para no pensar en él y lo que faltaba por pasar; dejar mi casa iba a ser lo más duro.

Sobre la una y media mi padre echó el cierre y, por la puerta de atrás, subimos hasta su casa. La tienda conectaba por el interior, así que lo tenía muy fácil.

—Manuela, ya estamos aquí —anunció mi padre a la vez que caminaba hasta el salón.

Yo fui directa a la cocina para beberme un buen vaso de agua y me encontré con mi madre sirviendo el almuerzo.

—Hola, cariño mío. ¿Cómo estás? —me preguntó cuando sintió mis labios en su mejilla.

Musité un “bien” muy poco expresivo y eso no pasó desapercibido por mi señora madre. Se giró y, poniendo los brazos en jarras, gesto que yo misma había heredado de ella, me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué te pasa? —Las madres y sus sextos sentidos. Negué—. A mí no me engañas, niña.

—Sí que le pasa algo, ha llegado esta mañana llorando y aún no me ha dicho el motivo. Solo sé que me había pedido entrar dos horas más tarde porque tenía médico. ¿Estás enferma? —preguntó mi padre al percatarse de ese detalle.

—No, papá, no estoy enferma. Porque no nos sentamos y os lo cuento, tengo mucha hambre, no he desayunado hoy.

—¡Niña! Tienes que comer, que cualquier día voy a tener que mirar dos veces para verte —exclamó dándome una colleja.

—¿Por qué me pegas? Siempre estás igual.

Salí de la cocina con dos platos y fui hasta el salón para sentarme de una vez para comer. Mis padres me imitaron y nos pusimos a comer la ensaladilla de arroz que mi madre había preparado ese día. El verano estaba acabando ya, pero aún hacía mucho calor.

No dejaron de mirarme en todo el tiempo que duró la comida, esperando a que les dijera lo que me pasaba. Los entendía, estaban preocupados y no era para menos. Alcé la mirada y tragué saliva mientras que un suspiro se me escapaba. No sabía cómo empezar a contarle todo, ellos querían mucho a Fran y no se lo iban a creer, yo misma aún no me lo creía. Él siempre había sido muy cariñoso, me quería, yo sé que me quería, y era por eso por lo que aún me costaba entenderle.

—Fran y yo nos hemos divorciado —dije al fin.

—¿Cómo? —Mi madre fue la primera en hablar tras varios segundos de silencio.

Mi padre arrugó la frente, incrédulo, lo que me temía.

—Amador, que la niña se nos ha separado —le habló a él tocando su brazo para hacerle reaccionar.

—¿Por eso no podías venir esta mañana a tu hora? —Se interesó. Asentí—. ¿Por qué has tardado tanto en decírnoslo?

—Lo siento, no lo dije antes porque tenía la esperanza de que lo pensara mejor. No ha sido fácil para mí vivir con él estos meses sin estar juntos.

—¿Meses? ¿Has tardado meses en contarnos que te ibas a separar? Daniela Martín García. ¿En qué coño estabas pensando? ¿Por qué os habéis separado?

—Mamá, por favor, cálmate.

Pero no podía calmarse y eso no hacía más que ponerme más triste. ¿No podía entenderlo sin más? Yo era la única que sufría en todo esto y necesitaba el apoyo de mi familia. Vale que no se lo había contado en su momento, pero tampoco quería preocuparlos. ¿Para qué? No iba a cambiar nada si se lo decía a ellos también.

Mi padre se levantó y me abrazó, era el único que me entendía y protegía. Él no preguntó nada más, esperó a que yo misma diese detalles, si es que quería darlos. Mi madre era más cabezona y no iba a descansar hasta que lo soltara todo, así que no les hice esperar más y se lo conté todo con pelos y señales. Mi padre se cabreó con Fran y mi madre se entristeció por ambos, demostrándome lo mucho que quería a mi ex. Mi ex, era la primera vez que lo llamaba así y sentí cómo mi pecho se comprimía. Aún dolía demasiado y no sabía el tiempo que iba a tardar en volver a sentirme bien.

Sobre las tres de la tarde, me fui de casa de mis padres y regresé a la mía para empezar a recoger todo. Mis padres me dijeron que podía irme a vivir con ellos, pero yo no quería porque sería un paso atrás. Necesitaba tener mi propio hogar, aunque fuese sola.

Llamé a mi hermana para preguntarle si podía quedarme unos días en su casa hasta que encontrase algo. En un principio me costó pedirle ese favor, ella vivía con su novio y no quería ser un problema, pero me dijo que sí.

Aparqué el coche delante de mi hogar y me encaminé hasta la puerta para entrar. Cuando lo hice, me encontré algunas cajas en la entrada. Suspiré al darme cuenta de que todo era el fin, que ese día iba a ser la última vez que entrase en ese lugar en el que tan feliz habíamos sido.

Me adentré hasta mi habitación encontrándome con Fran guardando sus cosas en una maleta.

—Pensé que no había nadie —dije a la vez que soltaba mi bolso sobre la cajonera.

—Lo siento, me iré en seguida.

—No te estoy echando —respondí algo cabreada.

Mis sentimientos estaban pasando del dolor al cabreo en cuestión de segundos y prefería irme sin discutir con él, así que decidí no hablar más con él y guardar todas mis cosas, me iría ese mismo día.

Tres horas después, ya tenía todo guardado en el maletero y asiento trasero de mi coche. Volví a entrar para dejar mi llave en la entradita, ya que él sería el encargado de entregarlas en la firma del cambio de propietario. Fran me vio y antes de que saliese por la puerta, me agarró del brazo.

—Siento mucho que esto haya acabado así, Dani —se disculpó.

—Para ti soy Daniela —le corregí—. Tranquilo, todo pasa en esta vida. Un día crees tenerlo todo y al otro tu marido se va con la primera zorra que se le cruza en el camino, pero oye, no pasa nada. Mientras tú seas feliz, que nos jodan a los demás —escupí todo lo que llevaba guardando durante esos meses.

—Sabes que eso no ha sido así, yo no me he ido con ninguna zorra y lo sabes.

—No, yo ya no sé nada. Deseo que te cases y tengas muchos hijos y que ella te deje de la misma manera que tú a mí. Adiós, Fran.

No esperé respuesta por su parte y tampoco quería escuchar nada más, así que salí de aquel lugar para comenzar a vivir mi vida. Iba a ser difícil comenzar de nuevo, pero no había nada imposible en esta vida, que me lo digan a mí.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Llevaba dos días buscando piso y no encontraba nada más barato de setecientos euros. Tampoco tenía que ser tan difícil, no quería una mansión, algo normalito con una habitación o sin ella, con que tuviese cama, baño y cocina era más que suficiente, pero la cosa estaba muy complicada.

Ya era el segundo día que pasaba en casa de mi hermana, y no es que ella me estuviera echando ni nada por el estilo, y tampoco metiéndome prisa, me estaba ayudando, tanto ella como Víctor, mi cuñado. No obstante, sabía que estaban algo incómodos, no tenían intimidad, y mucho menos sitio para mí. Había ocupado su salón, pues solo tenían una habitación. Por eso necesitaba encontrar algo lo antes posible y dejarlos solos de una vez.

—Buenos días, cuñada —me saludó Víctor al salir de su cuarto.

—Buenos días —respondí sin apartar la mirada del portátil—. Mónica ha dejado café preparado —informé, aunque estaba segura de que ya lo sabía.

—¿Cómo va esa búsqueda? —Se interesó unos segundos después.

Había ido a la cocina y regresó con una taza en las manos.

Se sentó a mi lado en “su sofá de mil quinientos euros”. Sí, tenía constancia de lo que le había costado, mi hermana me lo dijo nada más llegar a su casa. Es que Mónica era una mujer muy, ¿cómo decirlo? ¿Pija? Sí, así era. Nos llevábamos bien, pero el que fuera así, me alejaba mucho de ella. Alardeaba de lo que había conseguido gracias a sus empeños de no acabar trabajando como ferretera. «Así me decía cada dos por tres». Estudió derecho y hasta que no tuvo su propio bufete, no paró. Que me parecía muy bien, estaba muy orgullosa. Lo único que no me gustaba es que fuera tan sumamente estúpida a la hora de tratar a los que eran inferiores.

—Fatal —declaré, pasándome las manos por el rostro. Estaba desesperada.

—¿Has pensado en la posibilidad de alquilar una habitación? —Fijé mi mirada en él—. Compartir piso.

No, claro que no había pensado en esa posibilidad. ¿Como iba a vivir con una desconocida o desconocido? Porque podría encontrarme cualquier cosa. No, eso no entraba en mis planes. ¿Y si era un loco maníaco al que le gustaba violar a sus compañeras? «Qué miedo». Noté un escalofrío recorrerme desde la espina dorsal. Sin embargo, si quería irme pronto, tenía que hacerlo. Yo sola, con el sueldo que tenía, no podía pagar un alquiler completo, y tampoco me había quedado tanto dinero de la venta de mi casa. Suspiré al recordar que hacía tan solo un día tenía mi propio hogar. La pena me invadió y tuve que ir al baño para no echarme a llorar delante de Víctor. Suficiente con tenerme allí viviendo gratis como para encima tener que escuchar mi llanto.

Estuve encerrada unos largos minutos, hasta que él necesitó entrar, tenía que irse a trabajar y solo había un baño. Yo también tenía que irme a la ferretería, pero aún me quedaban un par de horas, por lo que volví a sentarme en el sofá para cambiar la búsqueda de piso completo a compartido.

Miré por más de media hora y guardé en favoritos algunos que me interesaron. Me vestí rápidamente y, tras coger el bolso, salí de casa de mi hermana para ir a trabajar.

Otro mierda de día, otro en el que necesitaba agarrar mi cabello en un moño por el calor que hacía. Menos mal que en el coche tenía aire acondicionado y en la tienda también, algo que mi padre puso gracias a que se lo supliqué. Eso de tener que pagar más en la factura de la luz no iba con él.

Llegué a tiempo, aunque había dado más de tres vueltas buscando aparcamiento. Entré en la ferretería y mi padre ya estaba atendiendo a una clienta. «Joder, qué pronto vienen las viejas», pensé pasando por su lado.

—Hola, María. ¿Cómo está usted hoy? Qué tempranito, ¿no? —la saludé. Era una vecina de mi abuela.

—Estoy muy bien, bonita. ¿Y tú? Ya me ha dicho tu madre que te has separado, lo siento mucho.

Miré a mi padre con el ceño fruncido y cabreada, muy cabreada. ¿Cómo se le ocurría a mi madre contarle a la vecina que me había separado? De verdad que esto era para mear y no echar gota. Tendría una conversación con mi progenitora, lo que hacía no estaba bien, a nadie le importaba mi vida privada. Él se encogió de hombros, no sabía nada y le creía. De la mayoría de las cosas que ella hacía, no se enteraba.

—No pasa nada, María. Estoy bien.

Me adentré a la oficina para soltar mis cosas y ponerme la camisa de la ferretería. Suspiré unas cuantas veces antes de salir. Cuando llegué hasta mi padre, la señora ya se había ido, así que pude respirar con tranquilidad.

—De verdad que a mamá no se le cocina nada en la boca —expresé, a la vez que ayudaba a mi padre a reponer algunas cosas que habían llegado.

—Ya sabes cómo es, cariño.

—Sí, claro. Pero no puede ir contándole mi vida privada a nadie, papá. No entiendo qué gana.

—Bueno, tú tranquila. —Puso su mano derecha en mi hombro.

—Es que es por estas cosas por las que no quiero venirme a vivir con vosotros.

«Ya está, ya lo había dicho». Es que de verdad. Sí, yo adoraba a mis padres, pero mi madre se metía en todo y no estaba dispuesta a tener que dar explicaciones a estas alturas de la película. Joder, que tenía veintiocho años, por el amor de Dios.

A mi padre no le hizo demasiada gracia escucharme decir eso, pero lo aceptó. Ambos éramos iguales, no podíamos esconder lo que sentíamos y teníamos que decirlo antes de que se nos enquistara dentro. Sabía que a veces me pasaba, de verdad que sí. ¿Qué hacía? Yo era así.

La mañana fue bastante tranquila, por lo que mi padre, a las once de la mañana, me dejó ir a la cafetería a tomarme un café. Normalmente llegaba desayunada, pero a veces no, y ese día era uno de ellos. Entré en la cafetería de la acera de enfrente y me senté en la primera mesa que vi libre. La camarera vino hasta mí en cuanto me vio y, tras pedirle lo que quería, se marchó.

Cogí mi móvil mientras esperaba para volver a ver los anuncios que había guardado en favoritos y mandé un mensaje a los dos que más me habían llamado la atención. Uno de los pisos estaba cerca de la ferretería, por lo que tenía muy buena combinación para no tener que venir en coche; y el otro, el que más me gustó, estaba en frente de la playa. Eso sería un lujo, así podría ir por las tardes a tomar el sol sin tener la necesidad de gastar gasolina. Sí, ya sabía… todo lo que fuera ahorrar, ahora me venía muy bien.

—¿Daniela? —Escuché como alguien decía mi nombre.

Alcé la mirada y me encontré con un hombre joven y bastante guapo, aunque no sabía quién era.

—Jorge —se presentó a la vez que se señalaba.

Me quedé pensativa unos segundos hasta que le recordé. Abrí los ojos sorprendida y me levanté para saludarle; era un compañero del instituto al que no veía desde… bueno, desde que terminé la secundaria.

—Joder, Jorge. ¿Qué te ha pasado? —Me interesé—. Que no digo que estés mal, todo lo contrario… —carraspeé—. Estás muy bien.

—Tranquila, te he entendido. —Sonrió—. ¿Te importa que me siente contigo? —negué, sentándonos a la vez.

—¿Qué es de tu vida? —hablé tras darle un sorbo a mi café.

—Pues nada, trabajando como un negro limpiando las calles de Málaga.

—Vaya, de barrendero. —Asintió, soltando una carcajada—. Ya quisiera trabajar yo ahí, dicen que se gana una pasta.

—Sí, pero se trabaja muchas horas. ¿Y tú?

—Yo trabajo con mi padre en su ferretería, la de ahí enfrente.

Estuvimos hablando más de media hora, contándonos lo que habíamos hecho con nuestras vidas durante los años que no nos habíamos visto. Recordamos algunas cosas del pasado y a personas muy importantes, como Saúl, mi Saúl. ¿Qué sería de él? Hacía tantos años que no sabía nada de él que estaba segura de que jamás volveríamos a vernos.

Ese chico había sido mi mejor amigo, el único que tenía incondicional y al que quería como si fuera un hermano. A veces mi mente viajaba a mi niñez y adolescencia, cuando el único problema que teníamos era que el chico que nos gustaba no nos hacía caso. No como en ese momento, que lo más jodido era saber dónde vivir. «Qué mierda es ser adulto», pensé mientras me levantaba. Tenía que volver al trabajo.

—¿Puedo invitarme a comer? —me preguntó antes de despedirnos.

Lo medité por unos segundos, sería buena idea pasar tiempo con un amigo, ¿no? Asentí y le dije que salía a la una y media. Nos veríamos en la puerta de la tienda y de ahí nos iríamos a cualquier sitio a comer para seguir con la charla. Le di dos besos y salí de la cafetería.

Me centré en mis quehaceres y el tiempo pasó muy rápido. Mi padre me preguntó si comería con ellos, pero le comenté que había visto a un compañero del insti y que iría a almorzar con él. Se sorprendió, ya que yo no era de salir con nadie, era un alma solitaria, o eso decía mi familia. Y no, no era eso, es que estando casada solo salía con mi marido y su familia. No tenía amigos propios, solo los que había ganado estando con Fran, y estaba segura de que los perdí también con el divorcio.

Al salir, Jorge ya me esperaba sentado en una moto. Caminé hasta él para saludarle.

—Vaya moto. —Silbé haciéndole reír.

—¿Te gusta? —asentí—. Súbete.

—Estarás de coña. —Negó mientras me daba un casco—. Me da un poco de miedo.

—Venga, no seas cagueta.

—No, si no lo soy, pero he traído mi coche…

—Vale, pero para aparcar la moto es mejor. Después te traigo a por tu coche, ¿vale?

—Está bien, tú ganas.

Me subí detrás de él y me puse el casco después de soltarme el cabello. Con el moño iba a estar muy incómoda.

Jorge arrancó y se metió en el tráfico en dirección a la autovía. No sabía a dónde me iba a llevar, pero tampoco me importaba. Iba a intentar disfrutar un poco de la compañía y, sobre todo, de los recuerdos.

Me gustó encontrarme con un antiguo amigo, alguien que me conocía y con el que había compartido algunos años.

Llegamos a un chiringuito en Benalmádena y nos sentamos una de las mesas que tenían en la arena de la playa. Me quité los zapatos para no marcharlos y sentí su calidez. Cerré los ojos a la vez que un suspiro se me escapaba y, al abrirlos, Jorge me estaba mirando con una sonrisa.

—¿Te gusta? —asentí—. Vengo mucho aquí, la comida es buenísima y las vistas insuperables.

—La verdad es que sí —mencioné mirando a mi alrededor.

Vino un camarero a tomarnos nota y le pedimos dos tintos de verano bien fríos. Nos dejó la carta para que mirásemos qué nos apetecía comer, aunque yo ya sabía lo que pediría: los calamares fritos con patatas eran mi comida preferida y siempre pedía lo mismo.

Mientras esperábamos, seguimos poniéndonos al día. Me contó que había estado con una mujer ocho años y con la que tenía una hija de tres. Su princesa, la llamaba.

—Yo me acabo de separar —declaré—. Hace dos días firmé el divorcio.

—Oh, lo siento. ¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes… Bueno, no. ¿A quién quiero engañar? Estoy echa una mierda. Después de cuatro años de matrimonio, me deja por una compañera del trabajo.

No entendía muy bien por qué le estaba contando algo que no era capaz de hablar con mi familia, pero necesitaba desahogarme con alguien que no fuera de mi círculo, y fue liberador.

Después de todo, él solo conocía de mí lo que le enseñé en mi adolescencia, y había cambiado mucho desde aquellos años. Ya no éramos unos niños.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Pasamos la tarde en la playa, Jorge era muy divertido, incluso más de lo que recordaba. Le pregunté por Saúl con la esperanza de que supiera algo de él, pero sabía menos que yo, aunque me dio la idea de buscarle en redes sociales. Podría haberlo hecho antes, pero había estado tan metida en mi mundo lleno de amor que me había olvidado de que una vez tuve un mejor amigo al que adoraba.

Sobre las nueve de la noche, me llevó hasta donde estaba mi coche aparcado y, antes de despedirse de mí, nos guardamos los teléfonos para estar en contacto.

—Espero verte pronto, Daniela. —Me dio un beso en la mejilla.

—Ya sabes dónde encontrarme. —Le guiñé un ojo, regalándole una sonrisa sincera.

Arrancó la moto y se marchó. Me monté en mi coche y me quedé ahí, no tenía muchas ganas de regresar a casa de mi hermana y empezar a molestarles tan pronto, así que cogí el móvil y vi que tenía varios mensajes de la persona que alquilaba la habitación frente a la playa. Abrí la aplicación y lo leí detenidamente.

 

Buenas tardes, efectivamente, alquilo una habitación a trescientos cincuenta euros. Si quieres venir a verlo, te espero mañana a las cuatro de la tarde. Confírmamelo, por favor.

 

Tecleé un “SÍ” en mayúsculas y esperé la respuesta por unos minutos. Cuando el “ok” llegó, sonreí complacida. No sabía si era hombre o mujer la persona que alquilaba, lo descubriría cuando fuera. Solo esperaba que fuese una chica, no estaba para compartir con ningún tío en ese momento.

Arranqué al fin, cuando vi que se acercaban las diez de la noche, era hora de irse a descansar.

Entré en casa en silencio, pensando que estarían acostados. Era pronto aún, pero mi hermana madrugaba tanto que no me sorprendería que estuviera dormida ya. Pero no, estaban sentados en el sofá viendo la tele. Sorprendida, los saludé y dejé mi bolso en la mesa de la entrada.

—Buenas noches, pensé que estaríais acostados —hablé arrastrando los pies en su dirección.

—No, te estábamos esperando. —Fruncí el ceño—. Queríamos hablar contigo.

Esa aclaración no me gustó demasiado. Aun así, me senté en el sillón de al lado para escuchar lo que tuvieran que decirme.

—Verás, Daniela… es que… —Mi hermana estaba bastante nerviosa—. Necesitamos…

—Tranquila, me iré mañana mismo —la interrumpí—. Aunque si a los dos días de venirme a vuestra casa me ibas a pedir que me fuera, te lo habrías ahorrado.

No podía callarme las cosas cuando me jodían. Sabía que estaba en su casa y que en algún momento tendría que irme, pero, joder, que no me había dado tiempo ni a dejar la silueta de mi culo en el sofá y ya me estaba echando.

—No es eso, hermanita —respondió endulzando la voz.

—¿Entonces qué es? Porque no te entiendo.

—Daniela, no te enfades, por favor —intervino Víctor—. Entiéndenos, siempre hemos vivido solos y el que tú estés aquí nos quita mucha intimidad. Sé que estás buscando piso, pero si pudieras hacerlo desde casa de tus padres…

—Claro, cuñado, tranquilo. —Me levanté—. Como he dicho, mañana mismo me iré de aquí.

Caminé hasta el baño y cerré de un portazo. Tras cerrar el pestillo, me giré, encontrándome con mi reflejo en el espejo. Por un momento me dejé llevar y me eché a llorar, todo estaba saliendo como el puto culo y lo peor de todo es que pensaba que mi hermana y yo comenzaríamos a llevarnos mejor. Me equivocaba. Me eché agua en la cara para borrar las lágrimas y me cepillé el cabello para después recogérmelo en una cola alta.

Guardé en mi neceser todas mis cosas y volví a salir del baño para empezar a recoger lo poco que me había dado tiempo a sacar de una maleta. Solo había estado cuarenta y ocho horas, no tenía que recoger demasiadas cosas.

Había estado tan ensimismada en recoger, que no me percaté de que ya no estaban en el salón y eso me ayudó a respirar con normalidad. Caminé hasta el sofá y me senté con la mirada perdida al frente. ¿En qué momento mi vida se había jodido tanto? «Pues cuando tu marido te dejó, gilipollas», respondió mi conciencia por mí. Tenía razón, toda la culpa la tenía Fran y, si no fuera por él, ahora estaría en mi habitación, en mi cama, en mi casa. Me dieron ganas de llorar de nuevo, y comencé a negar. Tenía que espabilar si no quería coger depresión y lo primero era que llegasen las cuatro de la tarde del siguiente día para ir a ver esa habitación. Con suerte, no tenía que regresar a casa de mamá y papá con el rabo entre las piernas.

Agotada, me eché hacia atrás y me quedé dormida en cuestión de segundos, ni siquiera me había puesto el pijama, y mucho menos abierto el sofá cama.

Por la mañana, me desperté bastante temprano, antes de que sonara el despertador. Me levanté y fui al baño a asearme. Mi día comenzaba de una vez y lo primero que tenía que hacer era bajar todas mis cosas y guardarlas en el coche para llevármelas de una vez, así no tendría que volver.

—Buenos días, Daniela —me saludó mi hermana cuando salí del baño.

—Buenos días —respondí secamente.

—Daniela, espera. —Cogió mi brazo—. Siento lo de anoche, de verdad. —La miré de mala gana.

—Tranquila, esta noche no dormiré aquí —anuncié soltándome de su agarre.

—No tienes por qué irte todavía, no has encontrado nada. —Solté una risa nerviosa—. Joder, Daniela. ¿Qué quieres?

¿En serio me estaba preguntando eso? Era mi hermana, solo necesitaba un poco más de apoyo y empatía, pero ella carecía de todo eso.

—Nada, no quiero nada más de ti.

Fue lo último que le dije antes de coger las primeras cajas y salir. Lo único jodido era que tenía que volver, pues eran bastantes cajas las que tenía esparcidas por su salón. Sí, ya sabía que no podía recriminarle nada cuando yo había irrumpido en su casa con toda mi vida acuestas, pero lo hice porque ella se ofreció a acogerme unos días hasta que encontrase algo. Lo que no me había quedado claro era que esos días se sumaban a dos nada más.

Cuando terminé de cargar todas mis cosas en el coche, Mónica aún estaba en el salón, parecía estar esperándome para seguir con la conversación, pero yo no estaba por labor y lo que necesitaba era largarme de una vez.

—No te vayas así, Dani —musitó antes de que saliera.

—¿Qué quieres, Mónica? No quiero seguir molestándoos.

—No nos molestas —mentía, estaba segura de que mentía.

—Permíteme que lo dude. Mira, Mónica, te agradezco que me invitases a tu casa unos “diítas” —hice comillas—, pero sé que a tu novio no le hizo ni puta gracia y que por eso me tengo que ir antes. Tranquila, no te guardaré rencor por mucho tiempo, no soy rencorosa. Nos vemos en Navidad.

No la dejé responder y salí de allí antes de que nos dijéramos algo de lo que nos arrepentiríamos después. Suspiré unas cuantas veces al cerrar la puerta y caminé decidida hasta el ascensor.

Conduje con tranquilidad, no tenía demasiada prisa ya que aún mi padre no habría abierto. Me había levantado tan temprano que iba a llegar la primera. Al menos encontraría aparcamiento antes, o eso esperaba.

Con la suerte de mi parte, aparqué. Lo peor de todo es que aún tenía tiempo, así que fui a la cafetería a desayunar. Le pedí a Noelia, la camarera, que me preparase un café bien cargado y un pitufo con aceite y tomate. Me senté mientras tanto y saqué el móvil del bolso, pero como había estado tan jodida, ni me había dado cuenta de que no tenía batería, demasiado que me había durado dos días, aunque, claro, si no lo cogía para nada… Busqué un enchufe donde conectar el cargador y había uno al lado de otra mesa, no me quedó otra que cambiarme.

—Aquí tienes lo tuyo —dijo la camarera poniéndome el desayuno delante.

—Gracias.

Dejé el móvil cargando mientras desayunaba y cuando acabé, lo encendí y abrí las redes sociales. Recordé la idea que me dio Jorge de buscar a Saúl, así que primero busqué en Instagram poniendo su nombre. Ya, ya, solo poniendo su nombre iba a ser muy difícil, había mogollón de Saúles por el mundo, pero es que no me acordaba de su apellido. Puse Saulito, como yo lo llamaba, y encontré un par con ese usuario. Abrí el perfil del primero y lo tenía privado, poco iba a ver si no le daba a seguir, así que lo hice. Luego abrí el otro y este sí pude verlo. Vi las primeras fotos y salía un tío que estaba bastante bueno: moreno, alto, barbita de tres días… un “cachitas”. No, ese no podía ser mi Saúl. Aunque claro, hacía casi quince años que no nos veíamos y yo estaba buscando a alguien que lo que recordaba de él era que estaba gordito. ¿Y si era él? Joder, sí era él. No, no creía que fuera él. Seguí mirando otras imágenes babeando, porque era para babear. «Madre mía, que calor», pensé abanicándome.

De pronto me fijé en la hora y comprobé que ya llegaba tarde diez minutos.

—Joder, y eso que hoy he llegado antes —dije a la vez que me levantaba como un resorte.

Fui hasta la barra para pagar el desayuno y salí corriendo. Entré en la ferretería y mi padre me miró con una ceja alzada.

—Buenos días, papi —lo saludé con voz de pito.

—Buenos días, llegas tarde.

—Lo siento, se me ha ido el santo al cielo. Estaba en el bar desayunando.

Frunció el ceño.

—¿Por qué no has subido a desayunar a casa? —preguntó.

—Pues porque… no sé, papá. He llegado y me he ido al pub.

Le di un beso en la mejilla y entré en la oficina para cambiarme y dejar el bolso. Deseaba que la mañana pasase pronto, que llegasen las cuatro de la tarde. Necesitaba ver ese piso, la habitación y quedarme con ella. Rezaba porque fuera una mujer la persona que la alquilaba, compartir con otra chica sería más fácil para mí.

Me puse a colocar las herramientas que habían llegado antes de que entraran algunos clientes, a veces no dábamos abasto.

—¿Hoy comes con nosotros? —Escuché la voz de mi padre detrás.

—Joder, papá, que susto.

—Sé que soy feo, pero no es para tanto —refirió haciéndome reír.

—Anda, tú no eres feo. —Se carcajeó—. Sí, hoy almuerzo con vosotros.

—¿Y dónde vas a dormir? —Esa pregunta no me la esperaba.

Lo miré fijamente, esperando una explicación a esa pregunta, porque no estaba segura de que mi hermana los hubiera llamado, nunca lo hacía y que lo hubiera hecho solo para decirle a mis padres que ya no dormiría en su casa, me extrañaba.

—¿Por qué me lo preguntas, exactamente? —respondí con otra pregunta.

—Yo he preguntado primero.

—Ya, pero no me has dicho el motivo de esa pregunta —contraataqué.

—Tu hermana nos has llamado para decirnos que te has ido de su casa. —Alcé una ceja—. ¿Habéis discutido?

—¿Eso es lo único que ha dicho? —asintió—. Vaya, me sorprende. ¿No te ha dicho por qué me fui de su casa? —negó y solté una risa irónica—. Pues esta tarde voy a ver una habitación y, si me gusta, me mudaré hoy mismo.

—¿Habitación? ¿Vas a compartir casa? —Se puso las manos en la cabeza—. Eso no me gusta, Daniela. Tú no puedes vivir con una desconocida o desconocido. ¿Y si es un hombre? Eso no puede ser, tú te vienes a vivir con nosotros.

—Papá, por favor, no seas antiguo. —Seguí colocando cosas en las estanterías—. Además, si es un hombre, pues sin problema. Yo solo voy a dormir allí, tampoco es que vayamos a vernos todo el día, ¿no? —Esa pregunta me la hice a mí misma.

—No lo sé, tú sabrás, que eres tan liberal.

Me dejó comiéndome la cabeza para irse a atender a unos clientes que habían entrado. No había pensado en eso. Sí, yo iba a alquilar una habitación, pero por mucho que solo sea eso, viviría con esa persona, compartiríamos todo: baño, cocina, salón, sofá. ¿Y si era con un tío? ¿Y si no me gustaba? ¿Y sí? ¿Y sí? «Joder, cállate ya». Si es un hombre no pasaría nada, yo podría vivir fácilmente con quien sea.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Comí con mis padres tal y como le había dicho, y no tendría que haberlo hecho, porque vaya hora más mala. Mi madre comiéndome la oreja por un lado y mi padre por el otro. Bastante nerviosa estaba ya para tener que escucharlos a ellos.

Sobre las tres de la tarde, me fui, estaba agotada. Mi madre no hacía más que decirme que esa noche me esperaba, que fuera a dormir, pero no, no lo haría. Qué perra les había entrado con que me fuera a vivir con ellos, coño. No estaba dispuesta, regresar a casa de mis padres después de tantos años era como tirar la toalla. Tenía suficiente edad como para salir adelante por mí misma, y se lo iba a demostrar a todos.

Conduje hasta el barrio donde estaba la casa, no estaba demasiado lejos, así que llegué rápido. No obstante, como había llegado antes, me quedé unos minutos en el coche para hacer tiempo. Cuando faltaban solo diez minutos, salí y caminé hasta el portal, le di al número cinco y se escuchó la voz de un tío.

—Mierda —dije más alto de lo que habría querido.

—¿Perdona?

—Nada, nada. Soy la chica que viene a ver la habitación. —Suspiré.

—Vale, te abro.

Entré y subí en el ascensor hasta el quinto. Por el altavoz del ascensor se escuchó “cerrando puerta”. «Joder, que nivel, Maribel», me dije a la vez que subía. “Abriendo puerta”. Flipé con las calidades. Salí y arrastré los pies hasta la puerta, esta estaba entreabierta.

—¿Hola? ¡Entro! —exclamé.

—Sí, pasa. —Escuché desde lo que creí, sería la cocina.

El chico salió y caminó hasta mí decidido. Mis ojos se abrieron desorbitadamente cuando, delante de mí, me encontré con el mismo tío que había visto esa misma mañana en Instagram. Comencé a negar incrédula y él se percató. Pero entonces, él mismo fue quien habló.

—¿Daniela? —preguntó, y ahí sí que me quedé helada.

—¿Saúl? —Mi boca se abrió tanto que casi llegó a desencajarse.

—¡Sí, soy Saúl! —Movía la cabeza de arriba abajo rápidamente—. No puedo creer que seas tú, porque eres tú, ¿verdad?

—Sí, soy yo, Daniela. —Me abrazó sin esperármelo.

Entonces, emocionada por reencontrarme con mi mejor amigo de la infancia, comencé a llorar como una magdalena.

—Ay, mi Saulito. —Suspiré.

Me cogió en volandas y dio dos vueltas conmigo en brazos. Yo me enganché a su cuello con miedo a caerme, con la mala suerte que tenía, seguro que me caía y me partía una pierna. Una nunca sabía. Me dejó en el suelo y cerró la puerta sin soltarme la mano y yo seguía flipando de que fuera él y de que estuviera tan bueno. ¿En serio este era mi mejor amigo?

—Dios mío, ¿cuántos años han pasado? ¿Quince?

—Casi, casi. Te largaste con quince y ahora tienes… —moví los dedos echando cuentas—. Veintinueve.