Nuestro amor en primicia - Priscila Serrano - E-Book

Nuestro amor en primicia E-Book

Priscila Serrano

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Beschreibung

Sergio y Lucía lo son todo el uno para el otro. Jóvenes y enamorados, no saben que el destino tiene unos planes muy distintos a los que ellos dos esperan. Cuando el joven Sergio debe cumplir la última voluntad de su abuelo, se ve forzado a hacerse cargo de la empresa familiar, Fisher Enterprise. Dejando todo atrás, sus planes de futuro y a Lucía. Con el paso de los años Sergio se ha convertido en el CEO más importante y deseable de Alemania, pero eso no significa que lo tenga todo en la vida. ¿Habrá podido olvidar los besos de Lucía? ¿El caprichoso destino que los separó, jugará con ellos de nuevo? ¿Qué ocurrirá cuando vuelva a reunirlos?

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Nuestro amor

en primicia

Priscila Serrano

Primera edición en papel: Enero 2022

Título Original: Nuestro amor en primicia

©Priscila Serrano, 2022

©EditorialRomantic Ediciones, 2022

www.romantic-ediciones.com

Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

ISBN: 978-84-18616-71-6

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

ÍNDICE

Prólogo

1. Sergio

2. Lucía

3. Lucía

4. Sergio

5. Lucía

6. Lucía

7. Sergio

8. Sergio

9. Sergio

10. Lucía

11. Pablo

12. Lucía

13. Sergio

14. Sergio

15. Lucía

16. Lucía

17. Sergio

18. Sergio

19. Lucía

20. Lucía

21. Sergio

22. Sergio

23. Lucía

24. Sergio

25. Sergio

26. Sergio

27. Lucía

28. Sergio

29. Sergio

30. Lucía

31. Sergio

32. Lucía

33. Sergio

34. Lucía

35. Sergio

36. Sergio

37. Lucía

38. Lucía

39. Sergio

40. Sergio

Epílogo. Sergio

Agradecimientos

El primer amor te puede romper, pero también te puede salvar.

Katie Khan

A ti lector. A mi familia, a mi pequeño, a mi primer amor.

Prólogo

Solo había dos cosas en la vida que podían hacerme ver las cosas diferentes a como las veía ahora. Una: que mis padres se divorciaran. Y dos: que Sergio y yo no estuviéramos juntos. Si os dais cuenta, todo se centraba en que uno u otro, estuvieran juntos.

El problema aquí era que mis padres estaban a punto de firmar esos malditos papeles que los separarían para siempre. Encima tendría que decidir con cuál de los dos vivir. Aún tenía diecisiete años y obligatoriamente tenía que vivir con uno, pero ¿con cuál? A mi madre la adoraba, pero no la soportaba y mi padre... Él era diferente. Prefería darme todo para que no le juzgara. Aunque para eso ya era tarde, claro que lo juzgaba, ha engañado a mi madre con su asistente. En definitiva, la vida no era como la pintaban ni mucho menos, al contrario; era una mierda.

Pero eso no era todo, en este momento estaba delante de mi novio escuchando que tenía que marcharse a Alemania porque su hermano mayor lo llamó diciéndole de que su abuelo estaba enfermo. No era que no me importase, pobre hombre, pero ¿tenía que irse? Joder, en un día tantas malas noticias.

—¿De verdad tienes que irte? Si quieres voy contigo. Mi padre me daría permiso y dinero con tal de que no le odie —ironicé alzando las cejas a la vez que ponía los ojos en blanco.

Sergio me miró con media sonrisa. Ahí estaba esa media sonrisa que no me gustaba nada, solo me traía problemas. Tenía una facilidad de convencerme que ni mi mejor amiga cuando quería que la acompañase al vestuario de chicos para ver cómo se duchaban. Ahí estaban, desnudos, mojados... <<Calla que te pierdes>>, pensé. Negué para borrar todo rastro de esos chicos en mi mente.

—No puedes venir, estás aún con los exámenes y no dejaré que suspendas por mi culpa. Además, en dos semanas como mucho estaré de vuelta, no te darás cuenta de que me he ido. —Puse morritos fingiendo enfado, algo que le gustaba a él demasiado.

Cada uno tenía su talón de Aquiles. Sergio me abrazó fuerte y ya todo daba igual. Ninguna palabra más hacía falta. Yo lo amaba, lo amaba con toda mi alma, pero él se iba y por mucho que me jurase de que volvería, una parte de mí sabía que eso no sería así.

A la mañana siguiente estábamos en el aeropuerto, su vuelo salía en una hora y había llegado el momento que tanto me estaba costando, la despedida. No quería que se fuera, incluso le rogué que no lo hiciera, pero de nada sirvieron mis súplicas porque al final se iría de todos modos. Había sido tan bonito estar entre sus brazos la noche anterior, cómo me hizo el amor por última vez.

—No me iré para siempre Lucía... En dos semanas estaré aquí, te lo prometo —aseguró encerrándome entre sus brazos con tanta fuerza que su corazón y el mío se habían unido mucho más.

Era una estupidez lo que estaba pensando, ni siquiera debería creer que no iba a volver. Sergio volvería en dos semanas, me lo había prometido, él cumplía sus promesas, pero ¿por qué tenía esta sensación de que no volvería a verle nunca más? ¿Por qué creía que todo acababa aquí y ahora? Cogió mis mejillas y besó mis labios con dulzura. Las lágrimas querían salir, querían demostrarle cuan rota estaba por dentro, pero me hice la fuerte, la dura a la que no le importaba nada. Qué estúpida era, igualmente las lágrimas hicieron de las suyas y anegaron todo a su paso. Sergio me secó cada una de ellas con sus dedos y besó cada rastro de tristeza, algo difícil de conseguir.

—¿Me querrás siempre? —Pregunté en un hilo de voz.

—Te querré eternamente —declaró haciéndome más daño aún.

Sus labios volvieron a unirse a los míos y tan solo unos segundos después se alejó, dejándome completamente destrozada, dejando mi boca desnuda, dejando mi corazón paralizado. No quise ver cómo se marchaba, como desaparecía entre la muchedumbre. Prefería quedarme con su última sonrisa, su último beso y su último te quiero.

Ese fue el último día que vi a Sergio, mi primer amor. Es decir, a mi único y verdadero amor.

1Sergio

Dos semanas después.

La llegada a Alemania fue de lo más caótica. Pensé que sería algo más relajado y no el ajetreo en el que mi hermano Nick me ha tenido metido. Ya había llegado el día de volver y para ser sinceros, estaba deseando pisar Madrid y ver a mi pequeña de ojos azules. Cuánto la echaba de menos. Habíamos hablado casi a diario, cosa que no le había gustado a mi hermano; me lo hizo ver el día que llegué diciendo que tenía novia, pero me dio igual. No podía dejar de hablarle, de decirle lo que sentía por ella a cada instante y mucho menos lo que necesitaba de sus besos y caricias.

Mi vuelo salía por la mañana y no he querido decirle nada a ella para darle la sorpresa.

Miré la hora en mi reloj de muñeca y bostecé al tiempo en el que me recostaba en mi cama. Deseaba que amaneciera para salir de este encierro. En todos estos días lo único que me habían obligado a hacer, era ir a la empresa familiar, enseñarme su funcionamiento, cosa en la que no he puesto ningún tipo de interés. Y la verdad, no sabía a qué venía tanta insistencia por parte de mi hermano cuando era él quién debería coger las riendas de la empresa cuando mi abuelo faltara. Aunque, por otro lado, éramos él y yo, nadie más que mi hermano y yo. Mis padres fallecieron en un accidente de avión hacía ya diez años y me crie con mi tío, el hermano de mi madre, por eso viví toda mi vida en Madrid. En cambio, mi hermano prefirió venir a Alemania con mis abuelos y así fue formándose para llevar la empresa algún día. Por eso no entendía nada.

Escuché unos golpes en mi puerta, del susto, casi me caigo de bruces contra el suelo, pues estaba dormido. Me levanté y caminé hasta la puerta donde, al abrir, mi hermano tiró de mí sin decirme nada. Aunque sí me fijé en sus ojos, estaban hinchados y rojos, había llorado y eso me puso en alerta. Me paré y me puse frente a él.

—¿Qué ocurre? —Pregunté aun sabiendo la respuesta.

—El abuelo... Se muere —titubeó al decirlo.

Sabía lo que me iba a decir, pero escucharlo fue como si me arrancasen el corazón, como si una parte de mí se quebrara. Siempre quise a mi abuelo, aunque no lo viese a menudo. Él fue en parte, esa figura paterna que me faltó, aunque me hubiera criado con mi tío. Y también pasaba alguna que otra temporada con él. Además de las visitas que me hacía constantemente. Corrí hasta su habitación y ahí estaba... Sus ojos estaban cerrados, respiraba con dificultad y su semblante era blanquecino, sin un ápice de color en sus mejillas. No era lo mismo escucharlo, que verlo. No era lo mismo verlo, que sentirlo. Era muy, pero que muy triste ver morir a alguien y si encima era alguien de tu misma sangre, mucho peor.

—Abuelo, sé que me escuchas —murmuré en su oído—. Despierta, lucha. Tú eres fuerte, eres el hombre más fuerte que conozco —aseguré sintiendo como unas pequeñas lágrimas comenzaban a mojar mis mejillas.

Mi hermano se puso a mi lado y apretó mi hombro, intentaba darme fuerzas, unas que él mismo ya había perdido. Mi abuelo no respondió al instante, pero sí abrió los ojos unos milímetros. Al menos me había escuchado. Una diminuta sonrisa se dibujó en su arrugado rostro y pensé que haría como siempre. Se levantaría para demostrarnos que sí, que era ese hombre fuerte que yo le había mencionado, que era ese pilar en la familia indestructible. Pero no, no lo hizo y solo le dio tiempo a pedirme algo, una simple cosa me pidió, algo que cambiaría mi vida por completo y con lo que yo no estaba de acuerdo, pero que tampoco podía negarme. No cuando me lo pedía a punto de morir.

—Te necesito en la empresa —dijo con dificultad.

No quería escuchar, no necesitaba saber más sobre lo que estuviese pensando en ese momento. ¿Por qué yo? ¿Por qué cuando siempre me había negado a hacerlo?

—Prométeme que lo harás, que llevarás en mando de Fisher Enterprise. —Lo miré fijamente—, por favor.

Miré a mi hermano que aún seguía con su mano en mi hombro y él asintió, ayudándome o, más bien, obligándome a aceptar algo con lo que no contaba en este viaje que pondría mi relación con Lucía en la cuerda floja, tan floja que se rompería haciendo que ambos cayésemos en diferentes lugares, así como estábamos ahora. Una parte de mí, la parte racional, no podía negarle nada a mi abuelo y la otra, la parte del corazón se negaba... Negaba cualquier cosa que pusiera la relación con Lucía en peligro.

Me quedé callado, pensando en algo que pudiera hacer para no joder ninguna de las dos cosas, pero no había nada que pudiese remediar el caos de mi vida. Mi hermano me miraba suplicante, mi abuelo prácticamente parecía estar esperando mi respuesta para morir en paz y me sentí acorralado. Así que acepté, acepté ese puesto que me jodería la vida por el resto de mis días, que haría que no volviese a ver a Lucía, a no ser que ella aceptara venir conmigo. Era otra opción.

—Está bien abuelo, lo haré —anuncié al fin dejando que diera su último suspiro. Y con una sonrisa se fue, nos dejó para siempre.

Tras eso, las horas pasaron sin parar, sin darme si quiera un mísero respiro, un mísero minuto en el que poder llamar a mi novia para comentarle todo lo que había pasado. Y ya habían pasado tres días, tres días en los que no me había atrevido a llamarla por miedo, miedo a perderla… miedo de saber su opinión acerca de la decisión que había tomado sin haberle dicho nada antes.

Cuando terminamos con el entierro de mi abuelo y tras haber firmado toda la documentación en la que me nombraba presidente de la empresa, comencé a trabajar codo con codo con mi hermano y tenía que aceptar que no se me daba mal, pero tampoco lo estaba disfrutando. Entonces un día tras dos meses en los que no había parado de trabajar, que no podía siquiera hablar con ella, mi hermano me dijo que tenía que llamarla, que debía cortar una relación que lo único que me iba a traer era problemas en mi vida en este momento. Al ser presidente pasaba demasiadas horas en la empresa y en este momento, al menos no en mucho tiempo, mi vida amorosa debía quedar en tercer plano y aunque me jodía, era mi realidad, mi triste y puta realidad.

—No me puedes estar pidiendo eso —le reproché—. ¿Cómo se te ocurre pedirme que la deje? Yo la amo... Es la mujer de mi vida —mascullé cabreado.

—Eso dímelo dentro de cinco años cuando esa adolescente de diecisiete años siga contigo porque te quiere y no por el dinero que tienes y que tendrás en un futuro no muy lejano, hermano —escupió levantándose de la silla.

Estábamos en mi despacho. Sí, mi maldito despacho.

—Ella no es así, Lucía me quiere tanto o más que yo.

—Lo que tú digas —respondió mirándome fijamente—. Pues si estás tan seguro llámala, dile que no puedes volver y que mejor venga ella. A ver si lo deja todo por ti, hermanito.

—No seas hijo de puta. Te encanta hacerme sufrir —bramé levantándome yo ahora.

Nick me miró con una compasión fingida, pues yo sabía muy bien que él no sabía lo que significaba ese sentimiento. Sabía lo que me molestaba que hablase así de ella, que me dijera algo que, por otro lado, ya había pensado yo. Pero como dije, no era lo mismo escucharlo, que verlo por tus propios ojos. Así que decidí hacer algo con lo que tenía la certeza, mi hermano no estaría de acuerdo. Cogí mi chaqueta del traje y me la puse.

—¿Dónde vas? —Frunció el ceño.

—A Madrid.

—No puedes dejar la empresa, Sergio ¿Crees que estás en el instituto y que puedes hacer pellas? No hermano, aquí tienes una responsabilidad muy grande y ninguna cría hormonada va a joder eso.

Caminé hasta él y le pegué un puñetazo que lo tiró al suelo. Nick no se lo esperó, aunque si era sincero, yo tampoco. Sin embargo, no iba a dejar que hablase más de ella y menos de esa manera. Se levantó y me miró decepcionado, cosa que no me dolió ni mucho menos.

—Está bien, tú sabrás lo que haces, pero atente a las consecuencias.

—Yo soy el presidente, no pueden decirme nada. Además, me importa una mierda las consecuencias. Voy a ir igualmente.

Y salí de mi despacho como alma que lleva el diablo. Debía coger un avión, ir a Madrid, verla por última vez, aunque con la esperanza de traerla conmigo y volver el mismo día. Demasiado para tan pocas horas. Menos mal que teníamos avión privado y en unas horas estaría pisando mi tierra.

Cuando llegué, eran las diez de la noche y sabía que era tarde para ir a verla, que sus padres podrían negarse, pero debía correr el riesgo, debía verla sí o sí.

Cogí un taxi que me llevaría desde el aeropuerto hasta el barrio de Salamanca y en unos veinte minutos, ya que el tráfico era incansable, daba igual la hora que fuera, llegué. Le pagué al taxista y bajé de ese coche con el corazón latiendo a mil por hora.

Paró justo al frente del edificio donde vivía. Hacía tantos días que no la veía, tantas horas. Parecía que llevábamos sin vernos años. Caminé despacio, con miedo, con algo de vergüenza por haberla abandonado cuando le prometí que volvería, cuando le dije la última vez que hablamos que faltaban días para vernos. Y no fue así, fallé a mi promesa. Entré al edificio y subí por las escaleras, pues ella vivía en el primer piso. Las manos me sudaban, el corazón se me iba a salir por la boca y el alma, esa, la tenía prácticamente resquebrajada. Deseaba verla, besarla, encerrarla entre mis brazos y secuestrarla para llevármela lejos, pero eso solo era en mi mente y corazón. La realidad era otra, una muy dolorosa que acabaría conmigo.

Cuando llegué a su puerta, mis pies se anclaron al suelo sin dejarme avanzar, incluso creo que mis brazos hicieron lo mismo, pues no podía levantarlos para poder tocar el timbre.

—Vamos, Sergio. Tú puedes —me animé a mí mismo al tiempo en el que negaba y le echaba valor para tocar el dichoso timbre.

Lo hice, claro que lo hice. El padre de Lucía se puso frente a mí y cuando me vio, primeramente, me miró de arriba abajo. La última vez que me vio, era un chico de veinte años despreocupado que vestía con vaqueros rotos y camisas de cuadros y ahora, ahora era un joven adulto con traje y corbata, aunque llevase la camisa con los primeros botones abiertos y la corbata y chaqueta en mi brazo.

—Sergio —anunció sorprendido a la vez que sus ojos me asesinaban.

Lo que me temía. Entonces escuché su voz, escuché esa preciosa y perfecta voz de la chica que robó mi corazón hacía ya dos años. Sin que su padre le respondiera, ella vino hasta la puerta y cuando me vio sus ojos se llenaron de lágrimas, aunque no podía asegurar si eran de alegría al verme por fin o de dolor por presentarme después de todo este tiempo. Sí, todo era por verme, pero también por saber que, tras esta visita, las cosas iban a cambiar. Quise acercarme a ella para abrazarla y jurarle que todo iba a estar bien, pero no, no lo hice. En cambio, su padre intentó cerrarme la puerta en las narices, por supuesto no le dejé y puse un pie para que no lo consiguiera.

—Por favor, señor, déjeme hablar con ella —supliqué.

—No quiero que le hagas más daño, Sergio —expresó duramente.

Me lo tenía merecido y sabía que esto iba a pasar.

—Prometo…

—No, no prometas algo que no vas a cumplir. —Miró a su hija buscando aprobación y ella asintió—. Tienes cinco minutos —afirmó mirándome a mí de nuevo. Asentí.

Lucía salió al rellano y cerró la puerta para que su padre no escuchara lo que íbamos a hablar. Me moría por besarla y borrar cada ápice de tristeza en ella. Me dolía, me desgarraba que estuviera sufriendo tanto y que fuese por mi maldita culpa. Caminé hasta ella con la intención de abrazarla, pero se alejó.

—Cinco minutos —me recordó.

—Lo siento, lo siento. Sé que debí llamarte, que debí explicarte lo que estaba pasando, pero no he podido.

—Aja.

—Por favor, Lucía. Te estoy diciendo la verdad.

—No te creo —anunció—. Dos semanas dijiste ¿lo recuerdas? Ya hace bastante tiempo de eso y aún sigo esperando tu llegada. —Iba a responderle, pero no me dejó—. No quiero escuchar nada, no quiero saber el motivo que hizo que no recordaras una simple promesa. No creo más en tus palabras y puedes irte por dónde has venido y regresar a tu vida lejos de aquí.

Sus palabras traspasaron mi pecho, desgarrándome el alma por completo. No podía dejar que me echara de su lado así, debía conseguir que me escuchara al menos, que supiera todo lo que me había pasado, pero no, se negó y tras echarme una última mirada que terminó por destrozarme, entró en su casa pegando un fuerte portazo que retumbó en mis oídos.

La había perdido para siempre, la cagué y ahora todo estaba perdido. Sin saber que más hacer, me di la vuelta y volví al aeropuerto, donde mi avión, el maldito avión de la estúpida empresa de mi familia, esa estúpida empresa que ahora era mía, me llevaría de vuelta a una realidad aplastante y que tenía que aceptar de una vez por todas.

2Lucía

Meses después.

Los meses habían pasado demasiado lentos, tanto, que a veces no recordaba si era lunes o martes. No tenía cabeza para nada, solo pensaba y recordaba esa mirada rota, esa profunda mirada que me hacía sentir una mala persona, como si yo fuese la culpable de esta ruptura. Y ahora, después de tantos meses, me encontraba en el hospital a punto de dar a luz a su hijo, al fruto de nuestro amor. Sí, estaba embarazada de Sergio Fisher, el empresario más importante de Alemania. Me preguntarán por qué no le dije nada cuando lo vi, cuando según él, vino a buscarme. Y la verdad era que no lo sabía, podría habérselo dicho, pensé que nada cambiaría, que él igualmente se iría de nuevo y me olvidaría como creía que había hecho. Las revistas lo mostraban todo y cuando decía todo, me refería a que la última que vi, se le veía muy feliz de la mano de una modelo alemana preciosa. ¿Y dónde entraba yo? En ningún lado, mi bebé y yo, nunca seríamos parte de su vida.

De igual manera, solo lo hice por él, porque decirle que iba a ser padre le complicaría la vida, haría que todo por lo que su familia había luchado, generación tras generación, se fuera a la mierda por un escándalo como este. Ya leía los titulares de su propia revista; Sergio Fisher, el soltero más cotizado de Alemania, deja embarazada a una pobretona adolescente. Seguro que no es de él, que solo quiere endosarlo para que le pase una buena pensión y vivir del cuento. No, definitivamente, no quería eso para mi hijo. Y puede que sí, que solo era una adolescente, aunque acabase de cumplir los dieciocho, pero prefería ser lo que era, a ser alguien que no quería. Prefería vivir feliz criando a mi hijo cómo me enseñaron, con valores en la vida, sabiendo que había que luchar para llegar alto a tenerlo todo sin comerlo ni beberlo. No es que pensara eso de Sergio, yo le conocía, o bueno, lo conocía antes... Realmente ya no sabía quién era él, quien era ese hombre de mirada perturbada que solo salía en las portadas de revistas tonteando con una y con otra. Para ser sincera, cada vez que las veía, me destrozaba el alma y sabía que jamás iba a olvidarle, que siempre sería ese amor que me enseñó a amar, el que me enseñó todo lo bueno de estar enamorada, aunque también lo malo.

Mi madre siempre decía que Dios cerraba puertas, pero abría ventanas y cuando ese día le cerré la puerta en las narices, casi la abrí yo misma, pero para tirarme. Era tal el dolor que sentía que estaba rota por dentro. Menos mal que tenía a mis padres, ya que tras conocer que iban a ser abuelos, decidieron no separarse y seguir junto a mí, aunque no tuviesen esa relación de antes, aunque solo fuera para demostrarme que estaban conmigo y enseñarme que había que luchar por lo que uno quería en la vida, por lo que tenía y quería mantener y lo único en lo que pensé fue en mi hijo, en mi único y verdadero amor.

—Cuando cuente tres, empuja —me pidió la matrona.

Miré a mi madre asustada mientras apretaba su mano al escuchar ese maldito tres. Un grito desgarrador salió de mis labios al sentir como mi hijo intentaba salir por ese hueco tan pequeño. No podría estar al otro lado mirándolo, seguramente me haría replantearme el no tener más hijos, aunque ya lo tenía más que pensado.

—Venga Lucía que lo estás haciendo fenomenal, ya casi está fuera —anunció.

Mi frente sudaba, mi cuerpo se contraía y tras un último empujón, el llanto de mi hijo me hizo ver la realidad; soy madre, pensé... Había tenido un hijo joven, demasiado joven y sin padre. La verdad eso no me preocupaba, yo era capaz de sacar a mi príncipe adelante por mí misma. Además, contaba con la ayuda de mis padres que sabía que los tenía ahí.

—Es un niño precioso. —Se acercó a mí con el bebé entre sus brazos y lo colocó con sumo cuidado entre los míos.

Lo observé, miré cada facción rosada de su hermoso rostro y por un momento me di cuenta de que sería duro, que iba a ser demasiado duro para mí criarlo. Incluso había llegado a pensar en darlo en adopción, pero todas esas tonterías se borraron de mi mente en cuanto sus ojitos se abrieron y me miró. Yo sabía que no vislumbraba realmente bien, que más bien veía solo siluetas, pero apretó mi dedo con fuerza y tras darle un beso en la frente, sellé nuestro amor a primera vista, enseñándome y aclarándome todas mis dudas. Sí, me quedaría con él, cuidaría a mi hijo y lo haría inmensamente feliz.

Meses después.

Haber sido madre a los dieciocho y siendo una joven con las cosas tan claras en esta vida, era muy complicado. Había comenzado al fin la universidad y estaba estudiando para ser profesora de secundaria. Sí, puede que el tener un hijo me abriera los ojos para al fin poder decidirme, pues no tenía idea de qué hacer en la vida.

Me desperté por la mañana, muy temprano y mi hijo, mi pequeño Edu ya estaba despierto. Lo llamé así por mi padre y él estaba orgulloso de que su primer y único nieto, de momento, tuviese su nombre. Caminé hasta la cuna donde mi príncipe me miraba con esos ojazos azules que, por suerte, había heredado de mi familia. Lo cogí en brazos con cariño y tras llenarlo de besos, haciéndole cosquillas, arrancándole más de una carcajada, salí de mi habitación para ir a la cocina, donde mi madre ya nos esperaba para desayunar. Ya tenía el biberón de su nieto preparado.

—Buenos días mamá —dije al entrar—. Buenos días abuelita. —Miré a mi hijo y cogí su manita para que saludase a su abuela a la vez que ponía voz de niña pequeña.

—Pero que payasa eres —expresó mi madre caminando hasta nosotros y cogiendo al niño entre sus brazos.

Era muy querido, lo adorábamos con locura y haríamos todo lo que estuviese en nuestra mano para que no le faltase de nada. Había momentos en los que Sergio entraba en mi cabeza, aunque intentara olvidarle, decirle a mi corazón que no lo amara, era algo imposible, siempre lo iba a amar. Y tener un hijo de él no me facilitaba las cosas.

Cuando terminamos de desayunar, fui hasta mi habitación para vestirme y salir corriendo, como cada día para la universidad. Siempre llegaba tarde, pero no podía hacer otra cosa. No me daba el tiempo suficiente para hacer todo, el día debería tener más de veinticuatro horas.

Sobre las diez de la mañana estaba llegando y, aunque debería de haber llegado antes, no pude.

Aparqué el coche de mi madre en el aparcamiento de la universidad y al bajar, me crucé con el mismo chico que llevaba viendo hacía ya un mes, ni si quiera sabía su nombre. Nunca habíamos cruzado más de un saludo, pero sin saber el motivo, me acerqué a él para presentarme. Era un chico muy dulce y la verdad me atraía; tenía los ojos color café, el cabello negro rizado y una barba de tres días que lo hacía ver mucho más atractivo. Había llegado el momento de olvidar, de expulsar de mi mente y corazón a ese hombre que, sin miramientos destrozó mi alma.

—Hola ¿qué tal? Me llamo…

—Lucía, lo sé. Encantado, yo soy Pablo —me interrumpió y presentó a su vez.

Sabía mi nombre, me conocía y nunca se acercó ¿por qué? No lo entendía, pero ya habría momento de averiguarlo. Me miraba intensamente, poniéndome nerviosa. La verdad que después de Sergio, este era el único hombre que había conseguido ponerme nerviosa. Me mordí el labio y él sonrió, mostrándome unos hoyuelos que me habían dejado completamente loca.

—¿Así que ya me conocías? —Asintió rascándose la cabeza. Estaba nervioso—. Mmm ¿por qué nunca te has acercado a mí?

Sí, a veces podía ser demasiado directa.

—No sé, pensé que no querrías conocerme. —Abrí los ojos sorprendida. Él volvió a sonreír.

—¿Y por qué? Va, déjalo. A veces puedo ser demasiado preguntona. Creo que, en vez de estudiar magisterio, debería de haber elegido periodista. —Ambos soltamos una carcajada.

Estuvimos un rato hablando y casi me pierdo la siguiente clase. Eso me hizo pensar, si consiguió hacer que mi tiempo volase, que no me importase nada de lo que pasara a mi alrededor, podría conseguir que olvidara a Sergio ¿no? Al menos podría intentarlo.

Mientras caminábamos para volver cada uno a su clase, me contó que estudiaba ingeniería y que estaba en su último año. Era mayor que yo por cinco años, aunque no me importó. Antes de que nuestros caminos se separaran, él me pidió salir a tomar algo después de la universidad. En un principio le dije que no podía, que debía cuidar de mi hijo. Se sorprendió al saberlo, pero más me sorprendí yo al saber que no le importaba. Entonces quedamos para cenar por la noche, ya hablaría con mis padres para que cuidasen de Edu. Nos despedimos con dos besos en las mejillas, unos besos que provocaron un cosquilleo en mi interior. No lo entendía, la verdad no me entendía a mí misma. ¿Por qué me ponía así con alguien al que acababa de conocer, después de estar enamorada hasta el mismo infinito del padre de mi hijo?

Con una de sus sonrisas, entró y yo seguí mi camino pensando. La noche prometía, la verdad me hacía ilusión tener una cita con alguien que sabía que era madre y que no le importaba. Era muy importante para mí que quien quisiera estar conmigo, me aceptara con todo, de no ser así, nadie entraría en mi vida.

Las horas pasaron rápido, la primera vez en mi vida que el día se me había ido volando. Cuando llegué a mi casa, fui directa a mi madre para contarle que tenía una cita, que era un chico de la universidad.

—Pero cuéntame más —me apremió expectante.

—Se llama Pablo, tiene veintitrés años y es… uf, no sé cómo explicártelo. Mejor lo ves por ti misma cuando venga a recogerme. —Me miró emocionada, creo que más que yo.

—¿Le dijiste lo de Edu? —Se interesó. Yo asentí con una sonrisa.

—Sí, fue lo primero que le dije…

—Pero hija ¿por qué lo has hecho? ¿No crees que eso podrías haberlo dicho más adelante?

En parte tenía razón, podría haberlo omitido hasta saber si llegábamos a algo más que no fuera una simple cita, pero algo en él me hizo confiar, me hizo ver que con él sería diferente. Puede que me equivocara, incluso puede que volviera a sufrir. ¿Qué más daba ya? Yo quería vivir, hacer lo mismo que él estaba haciendo sin miramientos. Olvidarle, así como él hizo conmigo. Sergio me olvidó y cada revista, cada noticia que veía, me lo afirmaba.

Aún recordaba aquel día, ese que vino a verme, el mismo día que supe de que estaba embarazada y que decidí que no lo sabría jamás. ¿Para qué? Su hermano me lo dejó bien claro con su llamada; Sergio no volverá a Madrid y mucho menos contigo. Esas fueron sus palabras, unas que me dolieron como si un cuchillo se clavara en mi pecho, hiriendo cada parte de mi corazón, cada rincón de este corazón que latía con tanta intensidad por él. Sergio fue mi primer amor, ese que iba a amar de por vida, pero también ese que tenía que olvidar de una vez por todas y Pablo, parecía el indicado para conseguirlo.

Sobre las siete de la tarde, ya tenía a mi hijo bañadito y cenado, pues él dormía pronto, como muy tarde a las nueve. Lo dejé en brazos de mi madre mientras yo me puse a buscar qué ponerme. Saqué toda la ropa y no había nada que me pareciera lo mejor para la cita.

—Cariño, ese vestido es precioso —dijo señalándome el de color negro.

Arrugué la nariz y negué. La verdad no quería ponerme vestido en una primera cita y yo era más de pantalones, así que, sin más, cogí el negro ajustando y lo conjunté con una blusa en color verde agua que me llegaba a las caderas, me calcé mis sandalias de tacón y tras maquillarme, cogí mi bolso y caminé hasta mi hijo y le di un beso en el moflete, dejándole marcada la mejilla de color rojo. Sonreí y me di una vuelta para que mi madre me viese bien y cuando me dio su aprobación, aunque no me hiciera falta, salí al salón con ella detrás.

Cuando me iba a despedir de mi padre, el timbre sonó y los nervios entraron en mi cuerpo con tanta intensidad que pensé no abrir y volver a encerrarme en mi habitación. Mi madre me instó con la mano para que abriera y cuando lo hice, mi corazón se paralizó.

3Lucía

Mis ojos se abrieron con demasía, mi corazón comenzó a latir desbocado y mi semblante cambió de color en cuanto sus ojos se abrieron y me miraron. Sergio estaba frente a mí, mirándome de arriba abajo, haciendo que mi cuerpo temblara con solo eso. No sabía por qué había venido, justo ahora, justo en este momento y el miedo entró en mi cuerpo cuando escuché a mi hijo reírse por algo que había visto o escuchado.

—¿Qué haces aquí? —Titubeé.

Mi padre se acercó y al ver quién era, le hizo una señal a mi madre para que entrase en la habitación para que Sergio no viera al niño.

—¿Podemos hablar? —Negué—. Por favor, Lucía. —Su voz sonó apagada, destrozada.

¿Qué quería? Si seguía haciendo estas cosas, jamás iba a poder rehacer mi vida. Tragué saliva a la vez que miraba a mi padre y se encogió de hombros. Salí de casa y la cerré. Total, en unos minutos me iría, pues Pablo estaba a punto de llegar. Sergio estaba frente a mí, a unos cortos centímetros, provocando que mi cuerpo se erizara con solo tenerle cerca, pues reconocía quién era. Cogió mi mano e intenté soltarla, pero no me dejó y tiró de mí hasta pegarme a su cuerpo y sin que me lo esperara, me besó con brusquedad. No quería, no debía besarle, pero eso me lo decía mi parte racional. Y maldije al saber que escucharía a mi parte emocional. Sergio me apretó con fuerza, intentando meterme en su interior, pero no pudo, porque al final abrí los ojos al recordar que esa boca ya había besado a otra que no era yo, al recordar eso que su hermano me dijo, al entender que eso no iba a volver a pasar. Me solté de su agarre y le di un guantazo con tantas ganas, que hasta la mano me dolió.

—No vuelvas a besarme en tu puta vida —le amenacé.

Sergio me miró incrédulo, por un momento parecía haber pensado que le abriría los brazos y haría como si nada hubiese pasado y no, estaba equivocado. ¿Estaba loco? ¿Cómo se le ocurría venir después de más de un año y besarme? En definitiva, el haber elegido otra vida le afectó el cerebro.

—Lo siento —se disculpó—. Sé que fui un gilipollas que se dejó llevar por unas obligaciones que no me correspondían y por eso te perdí, pero si tú me lo pides lo dejo todo, Lucía.

Sus palabras me arañaban el alma. Venían tan tarde, tan desesperadas. Aun así, no aceptaría nada de lo que me pidiera, ni mucho menos le daría una mísera oportunidad, él no lo hizo conmigo.

Sus ojos estaban clavados en los míos, mirándome de esa manera tan especial que me volvía loca. Un día pensé que, si volvía y me pedía perdón, le iba a perdonar. Ese día había llegado y, aunque pareciera mentira, no sentía más que rencor. Estaba claro que mis sentimientos hacía él siempre iban a estar ahí, pero los había escondido tan profundamente que en este momento no sentía nada.

—No.

—Por favor. —Se arrodilló—. No puedo vivir sin ti. Este tiempo ha sido una tortura... no sabes lo que te he necesitado, lo que te necesito.

—Levántate, Sergio. Estás haciendo el ridículo —espeté reprimiéndome, reprimiendo las ganas de abrazarle y hacer que desapareciera ese dolor en su pecho.

Se levantó y se secó las lágrimas con el puño de su camisa. Me fijé en su rostro. Había cambiado mucho en el tiempo que no lo veía. No era lo mismo verle en revistas que en persona y el Sergio que tenía delante, no era el mismo que un día me prometió amor eterno.

—Te querré eternamente ¿recuerdas? —Suspiré—. Yo no lo he olvidado y el amor que siento por ti es aún más fuerte que antes, mucho más —declaró.

Estuve a punto de flaquear, a punto de aceptar lo que me pedía, de hacerle ver que yo también le quería. Entonces Pablo llegó justo en ese momento y prácticamente me hizo ver que el destino me tenía preparada otra cosa, otra vida, una en la que Sergio no era el protagonista. Sin decirle nada y bajo su atenta mirada, me acerqué a Pablo y le di un beso en los labios. No se lo esperó, claro que no y seguramente cuando estemos a solas, me dirá que estoy loca, pero era eso o caer en las garras de Sergio Fisher.

Al separarnos, Sergio nos miró enfurecido, aunque más bien me miraba a mí. Pablo se quedó perplejo, aunque pronto se dio cuenta de quién estaba frente a nosotros.

—Un momento. ¿Eres Sergio Fisher? —Preguntó. Mas él no respondió—. Sigo todas tus columnas, lo que estás haciendo con la asociación de mujeres maltratadas aquí en España, es algo impresionante.

Fruncí el ceño al escuchar eso, pues no tenía constancia de esa labor, de lo que hacía. Realmente cuando veía la portada de la revista, en donde estaba cada semana con una mujer diferente, la tiraba a la basura sin leer nada más, por eso no me había enterado de nada.

Sergio asintió y se relajó, aunque seguía escrutándome con la mirada, haciéndome sentir culpabilidad.

—Soy Pablo. —Le extendió la mano y Sergio la estrechó—. ¿De qué os conocéis Lucia? —Dijo mirándome.

—Es mi novia —respondió Sergio por mí. Yo me cabreé ante su respuesta.

—¡No somos nada! —Exclamé alzando una ceja.

Estaba aguantando demasiado y lo único que quería era salir de aquí y perderle de vista. De pasar una primera cita preciosa en la que Pablo me traería de nuevo a casa de madrugada y al despedirnos, me daría ese beso que ya le di yo por adelantado.

—Oh. Lucía si quieres quedamos otro día —murmuró Pablo cogiendo mi brazo con delicadeza. Yo comencé a negar eufóricamente.

—No, Sergio ya se iba ¿verdad?

—No, no hasta que me des una respuesta.

—La respuesta en no, Sergio. Fue un no hace más de un año y sigue siendo un ¡NO! —Aseguré alzando la voz.

Ya estaba harta, ya no podía más. No quería verle más, no hasta que mi corazón se diese cuenta de que no volvería a amarle como lo hacía, que no volvería a latir como lo estaba haciendo con su cercanía, con el beso que me robó hacía apenas unos minutos. Quería que se fuera, que desapareciera de una vez por todas de mi vida y esta vez tenía que ser para siempre.

Al ver que lo decía con decisión, que nada ni nadie me haría cambiar de opinión, se dio la vuelta y comenzó a caminar hasta el ascensor, donde, tras echarle una última mirada y decirme esas malditas palabras que tanto me dolían; te querré eternamente, se metió y nos miramos por última vez durante los segundos que tardó en cerrarse las puertas del ascensor.

Respiré con dificultad, mi cabeza no dejaba de pensar, de imaginar lo que pasaría si fuera tras él y le dijera que sí, que le perdonaba y que era padre. Pero no podía, debía mantenerme firme en mi respuesta, en mi decisión. Mi tranquilidad y la de mi hijo dependían de ello.

Pablo seguía mirándome, aunque al llegar vi algo de ilusión en sus ojos, ahora era otra cosa, era como si se sintiera engañado y no tendría por qué sentir eso, ya que ni siquiera conocía mi historia con el Sr. Fisher. Así lo llamaba cuando nadie sabía que había estado en mi vida, que era mi primer amor y que sería el último.

—¿Estás bien? —Preguntó acercándose a mí.

Negué mientras me encogía de hombros y una estúpida lágrima salió de mi ojo derecho, respondiéndole a la pregunta. Pablo se acercó y me abrazó, pasó sus brazos por mi cintura y me pegó a su cuerpo. Podría pensar que el beso lo confundió, pero lo que me hacía sentir era un apoyo, una amistad, una confianza que sabía que no podría tener con nadie más. Pablo se iba a convertir en alguien muy importante en mi vida, lo sabía, lo deducía con solo mirarle.

Esa noche, me llevó a un lugar tranquilo, a un lugar donde me desahogué de una manera que jamás hice con nadie. Le conté toda mi vida, lo que sufrí y lo que Sergio me hacía sentir cuando estábamos juntos. Ciertamente jamás me habría imaginado contándole a Pablo mi pasado, un pasado que parecía querer volver constantemente. Solo una cosa no le conté y era la noche que el hermano de Sergio me llamó.

—Hija, es para ti —anunció mi padre entrando en mi habitación.

Había escuchado el sonido del teléfono, era las once de la noche y la verdad no me preocupé, pues a veces mi tía Sara llamaba a esa hora. Desde las cinco de la tarde me mantuve encerrada, pues fue cuando la prueba de embarazo me afirmaba lo que tanto me estaba costando aceptar. Estaba embarazada de un hombre que no estaba y que no tenía claro si iba a volver. Sergio debía de haber vuelto hacía ya unas largas semanas, pero ni siquiera me llamó para decirme el motivo de su ausencia y ahora, ahora cómo le decía que seríamos padres. Yo solo tenía diecisiete años y no sabía nada de la vida, solo tenía ojos para el amor de mi vida, ese amor que ahora no estaba tan segura de que sintiera lo mismo que yo.

Mi padre me extendió el teléfono y solo su ceño fruncido me preocupó.

—¿Quién es? —Le pregunté.

—Será mejor que lo compruebes tú misma.

La dura voz de mi padre me puso en alerta, aunque, a decir verdad, él estaba un poco enfadado conmigo por haberme quedado embarazada a tan corta edad, pero ¿qué podía hacer ahora? Cogí el teléfono con manos temblorosas y respondí. Una voz que no conocía comenzó a hablarme. Su voz era fría y sus palabras aún lo eran más.

—Tienes que dejar que siga con su vida y en esa vida tú no cabes, Lucía —me pidió Nick, el hermano de Sergio.

Mis lágrimas vinieron con fuerza, con tanta fuerza que, si tuviera a ese tipo frente a mí, no sabía qué haría.

—No sé por qué no me llama él en vez de mandarte a ti.

—Porque prefiere que no sufras, pero créeme, él no te quiere y en este momento está con otra mujer, porque ella sí es una mujer y no una cría como tú.

—No voy a permitirte que me hables así. Dile a Sergio que se ponga, necesito contarle algo muy importante… tiene que saberlo —pedí entre sollozos.

Me estaba muriendo, me estaban arrancando el corazón y tirándolo a la basura de una manera desgarradora. Nick, se negó y me pidió saberlo él mismo. No quería tener que confesarle a una persona que no le importaba nada ni nadie, que sería tío, ¿Y si lo rechazaba? ¿Y si decía que no era de Sergio? Yo jamás estuve con alguien que no fuera él. Sergio fue el primero en todo, en enamorarme, en hacerme el amor y en destrozarme.

—Estoy embarazada —declaré. Las palabras habían salido de mi boca prácticamente solas.

—Pues te recomiendo que abortes, pero mi hermano no puede saberlo. Además, seguramente no es suyo y si lo es, no se hará cargo. Tú verás lo que haces —escupió con asco—. Una última cosa y espero que me hagas caso. Espero que seas lista y le dejes en paz, mi hermano no te necesita y mucho menos te quiere ¿queda claro?

—Más claro que el agua.

Y colgué o él colgó. Ahí se cortó la comunicación y yo, tras tirar el teléfono contra la pared, haciéndolo añicos, me tumbé boca abajo y escondiendo mi rostro en la almohada, lloré como jamás en mi vida lo había hecho.

Los recuerdos eran muy dolorosos, tanto, que, con solo escuchar su nombre, mi corazón latía desbocado, pero no por amor, eso hacía tiempo que sabía que él no sentía, aunque quisiera hacerme ver esta noche que sí. Si no, porque me dolía, sangraba y la herida que prácticamente estaba consiguiendo cerrar, se abrió en canal al escuchar sus malditas palabras, al sentir sus estúpidos labios contra los míos. Comprendí que jamás iba a dejar de amarle, que Sergio sería el primer y último hombre que entraría en mi corazón, en mi organismo, haciéndolo suyo por completo. Por mil hombres que se cruzaran en mi camino, ninguno sería él… Yo, siempre lo recordaré y amaré.

4Sergio

Un año después.

Podría pasarme la vida entera recordando aquella vez que la vi, como sus labios se pegaron a los de aquel tipo que luego alabó lo que hacía. Encima parecía buen tío, uno que sí sabría valorarla. Ahora me encontraba a las puertas de una iglesia donde ella estaba a punto de darle ese sí quiero que debía ir para mí. ¿Por qué tuve que aceptar esta maldita vida? ¿Por qué dejé que me la arrebataran? ¿Por qué sigo buscándola? Estaba cansado de tanto seguirla, de seguir tratando de acercarme a ella cuando ya me había olvidado. Lucía estaba casándose con el hombre del cual ni siquiera recordaba su nombre.

Y no sabía si podría acercarme e interrumpir algo que a lo mejor lo único que iba a darme, era la realidad de todo. Y eso era que la perdí, que ella ya no era mía y que nunca más la iba a poder tocar, abrazar y mucho menos hacerla mía como tantas noches había soñado.

La amaba con todo mi ser, con todo el maldito corazón que he querido endurecer, pero que con su simple recuerdo se volvía el más débil de este mundo.

—Pablo Alcázar. ¿Aceptas como esposa a Lucía Lago?

La pregunta del Cura fue lo que me hizo despertar de mi trance. Mis ojos no se despegaban de ella, de toda ella. Estaba tan hermosa con ese vestido blanco. Siempre la imaginé caminando hacia el altar, donde yo la esperaba con una amplia sonrisa. Era tan guapa, tan perfecta. Suspiré cuando escuché el sí de ese tal Pablo y como ella sonreía plácidamente, aunque no era la sonrisa que a mí me regalaba, esa que irradiaba felicidad. Parecía contenta, pero no feliz.

—Lucía Lago. ¿Aceptas como esposo a Pablo Alcázar?

Ella se quedó callada, anclada al suelo o eso fue lo que me transmitió. Su cabeza se movió despacio, buscando a alguien con la mirada, hasta que me vio, sus ojos se clavaron en mí. No era a mí a quien quería ver, su gesto me lo demostró, pero tampoco dejó de mirarme. Por un momento pensé que lo dejaría todo y correría hasta mis brazos, pero no, no lo hizo y dejó de mirarme para mirarle a él, a ese tipo que esperaba una respuesta ansioso.

—Sí, quiero… claro que quiero —respondió y mi mundo cayó al suelo.

No volvió a mirarme y lo último que vi, fue como se besaban, sellando con eso su amor. Me di la vuelta y salí de esa iglesia tan grande y pequeña a la vez. A mí me ahogaba estar encerrado ahí mientras los veía felices.

Me subí al coche y conduje hasta el hotel donde me esperaba mi hermano. Teníamos una reunión muy importante con una revista española, aunque el dueño era alemán, pero llevaba en Madrid unos años. En principio ese fue el motivo de mi regreso, pero llamé a casa de Lucía para hablar con ella, para saber de ella y me respondió su padre. Ese hombre me odiaba y no lo culpaba. Él fue quien me dijo que se casaría y el lugar. Creo que lo hizo para hacerme ver que ya la había perdido o puede que con eso pusiera a prueba a su hija si yo le pedía que no se casara. No lo sabía, el caso era que ya se casó y que no había nada que podía hacer.

Cuando llegué al hotel, mi hermano me esperaba en la puerta. Me cabreaba que tuviera que estar tan pendiente de mí y mi vida, cuando la suya era una puta mierda. Claro, por eso no se aguantaba ni él. ¿Quién iba a quererle con ese carácter?

—Hasta que llegaste. ¿Dónde estabas? Seguro que fuiste a buscarla ¿me equivoco? —Se interesó. Lo asesiné con la mirada, sinceramente no estaba para que me tocase los huevos.

—Pues sí, fui a verla, pero tranquilo que se cumplió tu deseo.

—¿A qué te refieres?

—No volveré a buscarla, ya no es mía —anuncié con el corazón estrujado.

—Nunca lo fue, Sergio. Solo era la ilusión de un adolescente, pero creciste y tienes obligaciones que atender, como la reunión con la revista Meyer —ignoró por completo mis sentimientos, como siempre.

—Me importa una mierda esa revista, ya lo sabes. Pero sí, ya he crecido y tengo que sacar adelante la empresa a la que me habéis obligado elevar.

—Vamos, no te quejes tanto.

Comenzamos a caminar y entramos en el restaurante del hotel Villa Manga, donde el Sr. Meyer, nos esperaba junto con una mujer rubia bastante guapa. Aunque ninguna se comparaba con ella; joder, dejar de pensar de una vez en Lucía, pensé. Imposible, jamás iba a olvidar el momento de ese sí quiero, ni mucho menos cuando me miró y aun así se casó. Sus ojos no me miraban de la misma manera, con ese amor que decía que me tenía y que yo mismo jodí.

—Buenas tardes, disculpen la espera —saludé a Jackson Meyer y a su hija Penélope.

Cuando la vi de cerca, sí la reconocí. Era una modelo muy famosa en Alemania y para qué negarlo, era muy guapa. Nos sentamos y noté como ella me miraba y sonreía de una manera extraña, aunque dulce.

—Entonces ¿a qué debo esta reunión? —Preguntó Jackson sin tapujos.

—Vaya, directo al grano —respondí con seguridad.

Eso fue lo que le gustó a mi hermano de mí, la seguridad que siempre desprendía y que aprendí de mi abuelo. Cuando comencé, la empresa estaba casi en banca rota y la elevé como la espuma, llevándola a lo más alto en menos de un año. Siendo sincero, estaba ahí, por mi esfuerzo y trabajo, porque si fuese por mi hermano, no existiría Fisher Enterprise.

—Me gustan las cosas claras desde el principio, Sr. Fisher.

—Por favor, llámame Sergio.

—Bueno, pues entonces nos tutearemos —anunció. Yo asentí—. Quiero presentarte a mi hija Penélope, aunque creo que sabes quién es ¿cierto?

—Sí, la verdad es que una mujer tan bella no se olvida fácilmente. —Ella se ruborizó mostrándome una sonrisa.