Flora Poste y los artistas - Stella Gibbons - E-Book

Flora Poste y los artistas E-Book

Stella Gibbons

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Beschreibung

Dieciséis años después de haber puesto el pie por última vez en el pintoresco pueblo de Howling, Flora Poste, la díscola y encantadora protagonista de La hija de Robert Poste, vuelve a la carga para socorrer a los atribulados Starkadder, propietarios de la granja de Cold Comfort. La finca ha sido rehabilitada como un museo decorado en falso estilo rústico inglés, y se convierte en el lugar de celebración de una conferencia del Grupo de Expertos Internacionales, entre los que se cuentan inefables pintores, escultores insufribles, excéntricos sabios orientales, y toda una&#x

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Flora Poste y los artistas

Stella Gibbons

Traducción del inglés a cargo de

José C. Vales

Introducción

Dieciséis años atrás

por José C. Vales

En 1932 vio la luz una hilarante novela escrita por la periodista Stella Gibbons en la que se narraba la surrealista peripecia de una joven de voluntad férrea y espléndidas pantorrillas: Flora Poste. En aquel relato, la autora se permitía el lujo de entregarse a un humor descabellado, pero más cercano a las burlas inocentes que a la ironía o el sarcasmo.La hija de Robert Posteviajaba a un remoto paraje del sur de Inglaterra, perdido entre las colinas de los Downs, y, de acuerdo con los estrictos parámetros fijados un siglo antes por Jane Austen y sus seguidoras, «organizaba» la vida de todos cuantos encontraba a su alrededor. Flora Poste detestaba que las cosas no estuvieran limpias y ordenadas.

Dieciséis años después, Stella Gibbons emprende la tarea de redactar las nuevas aventuras de su singular heroína. Pero las cosas han cambiado mucho, y no solo para Flora Poste. El personaje puede considerarse feliz, pues se casó con su querido Charles Fairford, tuvo cinco hijos y ahora vive apaciblemente en una rectoría de Londres, frente a Regent’s Park. El mundo real, sin embargo, ha sufrido transformaciones más dramáticas: se ha visto sacudido por el horrendo espectáculo de la Segunda Guerra Mundial (en la novela, «los Recientes Acontecimientos»). Londres vive una espantosa posguerra de hambre y miserias («Segunda Edad Oscura») y el orgullo británico se siente humillado recibiendo la beneficencia americana. La nueva novela de Stella Gibbons no va a prescindir del humor, pero ahora ya no brilla con la alegría «de los lejanos y frívolos años veinte»; ahora se acumula en sus páginas cierta amargura y ciertos tonos de resentimiento contra el ser humano tiñen las descripciones del relato: «Conociéndolo, lo sorprendente sería que todo fuera bien». EnFlora Poste y los artistasla autora va dejando caer todos los reproches que tiene para con su mundo, especialmente para con los políticos y los científicos, y no escatimará los sarcasmos a filósofos, pintores y escritores.

A Stella Gibbons se le hace especialmente duro observar la frivolidad de los pensadores, los artistas y los científicos de su tiempo. En plena Segunda Edad Oscura, la autora no va a perdonar la falta de humanidad, ni la voracidad capitalista, ni la ignorancia de los científicos, ni la presunción intelectual, ni el egocentrismo ridículo de los artistas, ni la distante soberbia de la filosofía existencialista, ni la desconcertante vacuidad de las vanguardias («Usted no lo entiende», le dicen los artistas a Flora). Se ha repetido hasta la saciedad, como un mantra sospechoso, la idea de queFlora Poste y los artistasera muy menor respecto aLa hija de Robert Poste. Tal vez porque los varapalos y bofetadas que Stella Gibbons reparte a diestro y siniestro en esta novela no resultaron en su momento del agrado de «los exponentes máximos» de la vitalidad artística.

Dieciséis años después de la primera visita a Cold Comfort Farm, nuestra heroína encuentra una granja encalada, limpia, aseada, pintada «como una golfa en el paseo marítimo de Worthing», llena de cartelitos en hierro forjado y numerosos jardincitos pulcramente dispuestos. Se ha convertido en un «centro rural» de convenciones y reuniones. Es terrible, pero «¡ya no quedan Starkadder en Cold Comfort Farm!». La vieja casona era «lo que debía ser», pero a Flora Poste, por alguna razón, le resulta desagradable e incoherente... y antes de que se pueda decir «vi-algo-sucio-en-la-leñera», la heroína se dispone a remediar tan lamentable estado de cosas.

Aparte de los miembros de la familia y los habitantes de la granja, enFlora Poste y los artistasreaparece uno de los personajes a los que Stella Gibbons abofeteó literariamente (mercilessly, en opinión de algunos) enLa hija de Robert Poste. Se trata del señor Meyerburg, a quien Flora llama Mybug (‘mi pesadilla’, ‘mi tortura’, ‘mi chinche’), un escritor obsesionado por el sexo y los instintos, y un tanto misógino, también. Aunque no parece existir constatación alguna por parte de la autora, todo el mundo parece de acuerdo en afirmar que el señor Mybug es un trasunto de D. H. Lawrence. Para cuando se publicóFlora Poste y los artistas, D. H. Lawrence ya había fallecido, pero Gibbons siguió mofándose de Mybug asignándole la autoría de una extravagancia tituladaEl dromedario. (Es una novela simbólica y larga, que describe la vida de un camello a lo largo de un solo día y, a decir verdad, con un aire muy joyceano.)Curiosamente, ya nadie lo llama Meyerburg: todo el mundo lo conoce como Mybug. La autora también presenta a varios artistas que hacen el ridículo con ahínco y el lector tiende a intentar averiguar quiénes se esconden tras los nombres ficticios (y malintencionados) que les impone Stella Gibbons. Por ejemplo, se da por seguro que el escultor Andrassy Hacke, autor de unas monumentalesMujer con niñoyMujer convientoes el escultor Henry Moore (1898-1986), y a juzgar por la obra del artista y las referencias de Gibbons, resulta difícil contradecir esta hipótesis. En algún caso (N. Humble, enThe Feminine Middlebrow Novel) también se ha dicho que el pintor Peccavi es un trasunto de Picasso, pero si lo es, las referencias son tanvagas que la identificación resulta un tanto forzada; un pintor relacionado con elfauvisme, como Matisse, se ajusta más a la descripción. También aparece una mujer francesa, hermosa, sonriente y educadísima, que representa a los existencialistas —a pesar de su afición a los diamantes y a los lujos caros—, que pasea con un libro de filosofía bajo el brazo, y a la que maliciosamente se le impone el nombre de Adrienne Avaler (avaler, ‘tragar’). Pero no todos los personajes se esconden tras nombres fingidos: por ejemplo, se cita explícitamente a don Futurible Wells (H. G. Wells, el padre de la ciencia ficción moderna) y se recuerda a la prolífica y olvidada escritora Charlotte Yonge, sobre cuyas novelas cae rendida de sueño Flora Poste, aunque tienen otros usos como armas arrojadizas.

Hay muchos más: Bob Flatte (flatted, ‘desafinado’), cuyo nombre se parece demasiado a Benjamin Britten, es el autor de una ópera estrafalaria; Tom Jones es el paradigma del poeta torturado y renegado; Maser Messe, el masoquista que hace «arte perecedero» con masa de pan; el miserable Claud Hubris (hubris, ‘soberbia’, ‘orgullo exacerbado’) propone unos derechos humanos basados en el comercio de alimentos (y asombra cómo sus postulados se parecen a los de algunas empresas de alimentación modernas), y a todos estos se une una cohorte de personajes menores (incluido el pobre e ingenuo señor Gonn, que aún cree en los derechos humanos) que no hacen sino contribuir al ridículo general de los tres grupos que, según la teoría sansimoniana, impulsaban las vanguardias: los artistas, los científicos y los industriales. También aparece un personaje llamado Ernestine Thump (‘trompazo’) que parece la imagen burlesca de Elsie Widdowson, la dietista que se ocupó de los problemas nutricionales de Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial.

Como enLa hija de Robert Poste, la autora hace referencia a acontecimientos, anécdotas, ambientes y personas que apenas puede conocer un lector español de nuestro tiempo (¿qué demonios será el ‘Lamastide’? ¿A quién se refiere cuando habla de «los Niños del Bosque»? ¿Quién era O. C. Wells, venerado como un santo junto a un pozo? ¿Por qué cantan los científicos una canción sobre los neutrones que dominan los océanos?). Stella Gibbons no malgasta ni un renglón en explicarle a sus lectores referencias sociales, económicas, geográficas, artísticas o literarias, de modo que, en lo posible, en esta traducción se ha procurado identificar buena parte de las referencias que solo conseguirían que el lector levantara la ceja, estupefacto. Por supuesto, la autora continúa con su costumbre de imitar o inventar el lenguaje rural de Howling y alrededores («¿Tú qué crees que quiere decir?», llega a preguntar la protagonista ante un texto incomprensible), con sus clásicos y abundantísimos ‘slaphammock’, ‘whoam’, ‘ungyun’, ‘Sattidy’, ‘arter-dinner-cuppa’ o el famoso ‘sukebind’, de difícil traducción al castellano.

Finalmente, es necesario dejar bien sentado que no es imprescindible haber leídoLa hija de Robert Postepara disfrutar plenamente deFlora Poste y los artistas. Sin embargo, Stella Gibbons no siempre se muestra lo suficientemente condescendiente con el lector como para recordarle los antecedentes vitales de cada uno de los personajes. Para que el lector no se pierda por los embarrados caminos de las colinas de Ticklepenny, he aquí una brevísima nómina con los antecedentes vitales de los personajes más relevantes.

Flora Poste,la joven de voluntad férrea y espléndidas pantorrillas, acudió a la granja familiar de Cold Comfort dieciséis años atrás, y gracias a su talento para organizarlo todo a su gusto, consiguió que los habitantes de la granja fueran aproximadamente felices. Se casó con su primo Charles Fairford, pastor anglicano y piloto de avioneta.

Mary Smilinges la mejor amiga de Flora en Londres; viuda y rica, tenía abundantes admiradores —la mayoría exploradores locos por ella— y una obsesión: coleccionar sujetadores y corsés. Vive sometida a los caprichos de su viejo mayordomo Sneller.

Reuben Starkadder, a pesar de sus temores y miedos, heredó, como primogénito de la familia, la granja de Cold Comfort. Quiso casarse en su momento con Flora, pero esta lo convenció de que lo mejor sería casarse con una mujer de la familia Dolour (asalariada en la granja): Nancy.

Adam Lambsbreathera el nonagenario vaquerizo de Cold Comfort Farm. Dieciséis años atrás, Flora le regaló un estropajo con mango para que no tuviera que fregar los platos con ramas de espino. Estaba obsesionado con la joven Elfine Starkadder, y cuando esta se casó y se mudó a Haut-Couture Hall, él también se trasladó… con las vacas.

Elfine Starkadderfue el gran proyecto de Flora Poste: le quitó de la cabeza ciertas ideas poéticas y le enseñó los encantadores secretos delVogue. Además, consiguió que se casara con el joven noble del vecindario, Richard Hawk-Monitor. Ahora vive en Haut-Couture Hall con su marido y sus seis hijos.

Urk Starkadder, hermano de Reuben Starkadder, estaba obsesionado con las ratas de agua; sobre la sangre de una rata se había comprometido a casarse con su prima Elfine cuando esta nació. Flora lo convenció para que se casara con Meriam, una «moza a jornal» muy proclive a quedarse preñada cada vez que florecía la parravirgen.

El señor Mybugera un escritor obsesionado con la sexualidad, especialmente la suya; Flora lo llamaba señor Mybug, aunque su nombre real era Meyerburg, y la hija de Robert Poste consiguió casarlo con Rennet. En la nueva novela de 1949 ya todo el mundo lo conoce como Mybug.

Ada Doomera la gran matriarca de Cold Comfort. Con la excusa de que siempre había habido Starkadder en Cold Comfort y de que había visto «algo sucio en la leñera», tenía sometidos a todos los miembros de la familia, incapacitándolos para poder desarrollar una vida normal. Flora consiguió que la tía Ada Doom abandonara su cuarto y se fuera felizmente a recorrer mundo.

José C. Vales

Capítulo 1

Una soleada mañana, en plena Segunda Edad Oscura, Flora y Charles Fairford se encontraban sentados desayunando con su familia en la rectoría, con vistas a Regent’s Park, en Londres, donde habían vivido desde que Charles obtuviera su plaza, unos trece años atrás. Flora, como probablemente se recordará, era la famosa Flora Poste, alabada en su momento por la rectitud de su nariz y la eficacia de sus trabajos de orden y aseo en la granja de Cold Comfort, en Sussex. La nariz seguía conservando su elegancia clásica; respecto a otros trabajos, ese era un asunto en el que Flora rara vez pensaba ya, puesto que tenía cinco hijos y no disponía ya de tiempo para nada. El correo acababa de llegar y la familia se afanaba en la lectura de las cartas.

Las de Flora eran las típicas que suelen recibir las esposas de los vicarios de parroquias grandes y pobres como aquella. Sin embargo, entre las innumerables solicitudes y demandas que había recibido esa mañana, le llamó la atención un sobre, escrito en rojo y cuya caligrafía era tan retorcida como elegante; cuando vio el remite de la carta, no pudo evitar una exclamación de sorpresa en la que nadie reparó. Su marido estaba absorto con su propia correspondencia, y los niños seguían demasiado atareados desayunando.

—Vaya, escuchad esto —ordenó Flora, y empezó a leer la carta en voz alta:

Mi querida señora Flora Fairford,

Naturalmente, usted ya no se acordará de mí. Seguramente ya se habrá olvidado incluso de cómo me llamo. No sabía si ponerme en contacto con usted: albergaba serias dudas al respecto. Pero anoche vi su nombre de casada mientras hojeaba un libro sobre Messe, ese genio del arte perecedero, y… ¡y entonces se me ocurrióla idea!Seré franco con usted. El G. I. I. va a celebrar un congreso desde el 17 hasta el 24 de junio en la granja de Cold Comfort(¿lo entiende ahora, Flora?), y un servidor ejercerá como secretario de organización. ¿Podría usted venir y echarnos una mano? Podría usted organizarlo todo…como antaño.

—¿Qué es el G. I. I., mamá? —interrumpió la hija mayor de Flora.

—El Grupo Internacional de Intelectuales, boba —dijo su primogénito, sin levantar la mirada de un libro que tenía abierto sobre las rodillas, por debajo de la mesa.

—«¿No le pica a usted el gusanillo?» —continuaba diciendo la carta—. Gracias a Dios, yo no tengo gusanillos —murmuró Flora—. ¡Alex, deja de una vez la gramática latina y acábate el desayuno! —Y luego añadió con gesto de asombro—: ¿Y a que no adivinas de quién es la carta? ¡Del señor Mybug!

Toda la familia la miró con ojos estupefactos, excepto Charles, que frunció el ceño.

—Oh, no es nada… Ninguno de vosotros habíais nacido todavía —añadió Flora, y luego se dirigió a Charles—: Tú sí te acuerdas, ¿verdad que sí, cariño?

—Vagamente. Pero me temo que no puedes ir, Flora. Precisamente el día 17 tenemos el Té y el Mercadillo Americano.

—Es verdad. Lo había olvidado… No, no puedo, definitivamente. No me lo puedo ni plantear siquiera… —Y se guardó la carta en el bolsillo de su falda y no dijo nada más.

Pero tras el desayuno, cuando los niños mayores ya se habían ido a la escuela y mientras Emilia, que aún era un bebé, se dedicaba a observar al criado (contratado por Flora para ayudarla con las tareas de la casa, ahora que era madre de cinco muchachos), que estaba sacando brillo al suelo de la cocina, Flora cogió el teléfono y marcó un número.

Tras una pausa, excesiva incluso para los estándares de la Segunda Edad Oscura, se escuchó una débil voz:

—¿Hola? ¿Sí? ¿Oiga?

—¿Eres tú, Sneller? ¿Está la señora Smiling en casa?

—Manténgase a la escucha, señora. Voy a comprobarlo. ¿Quién debo decirle que llama, señora?

—Soy yo, Sneller: yo, la señora Fairford.

—Muy bien, señora.

Se escuchó el sonido de unas pisadas alejándose y, tras otra pausa igual de excesiva, se oyó una voz distinta, grave y adornada con un encantador acento americano:

—Hola, ¿quién está al aparato?

—¿Mary? Soy yo. Verás… ¿Te importa que vaya a tomar el té contigo esta tarde?

—Estaré encantada. Pero déjame que le pregunte a Sneller.

—¡Mary! ¿Aún tienes que pedirle permiso a tu mayordomo cada vez que quieres invitar a alguien a tu casa? Creía que después de tantos años…

—No, no es eso… Es que le disgusta mucho tener que ir a comprar pastas y todas esas zarandajas. Espera un segundo.

Se produjo una pausa aún más excesiva que la primera y la segunda juntas, y luego la señora Smiling regresó y dijo que ya estaba todo arreglado y que estaría encantada de recibir a Flora alrededor de las cuatro.

Así que serían poco más de las cuatro de la tarde cuando Flora hizo sonar el timbre del número 1 de Mouse Place. El edificio no había sufrido en demasía durante los Recientes Acontecimientos, pero la casa había permanecido cerrada, y al cuidado de Sneller, mientras la señora Smiling se encontraba en los Estados Unidos. Flora llevaba muchos años sin poner un pie en la casa. De cualquier modo, la señora Smiling tenía amigos en las cabañas y en los palacios, y había conseguido que le pintaran la casa. Parecía recién remozada y plena de elegancia, resplandeciente bajo la luz del sol estival, y había minutisas y clavellinas en las cestitas de metal que colgaban de los balcones.

Sneller, el mayordomo de la señora Smiling, abrió la puerta. Estaba tan viejo y tan estropeado que ya no lograba causar ninguna aprensión en los visitantes, más allá de la sorpresa de que aún continuara entre los vivos. A esas alturas, de hecho, era el retrato mismo de una tortuga entrada en años.

—Buenas tardes, Sneller. Es estupendo verte de nuevo después de tanto tiempo.

—Lo mismo digo, señora. Espero que se encuentre usted perfectamente, señora, así como el señor Fairford, y todas las señoritas y señoritos que tiene usted.

Flora contestó que se encontraban todos bien y, pensando que las palabras de Sneller habían conseguido que su familia pareciera incluso más grande de lo que ya era, cruzó el vestíbulo, al tiempo que su larga falda gris susurraba conforme avanzaba por el mosaico de flores y conchas del suelo.

La señora Smiling emergió del salón para recibirla. El tiempo había sido amable con los ojos grises y los labios de la señora Smiling, y llevaba un vestido gris perla casi hasta los tobillos y una gargantilla de diamantes. Sin embargo, para consternación de Flora, cuando miró por encima del hombro de su amiga vio que había un bulto sentado en el sofá del salón. Se trataba de una mujer con un montón de pelo y unos ojillos brillantes bajo un sombrero lamentablemente fallido.

—¿Y esa quién es? —dijo Flora en voz baja, deteniéndose para besar cariñosamente a su amiga.

—Esa es la señora Ernestine Thump. ¡Shhh, Flora! No he podido evitarlo —susurró a su vez la señora Smiling, mientras le mostraba a su amiga el camino hacia el comedor.

La señora Ernestine Thump estaba sentada muy formalmente en el sofá, rodeada de papeles rojos, blancos y azules. Se había anclado el sombrero de un modo perfectamente vulgar en la coronilla, quizás en un obligado intento de parecer elegante. Al verla, Flora la reconoció al instante. Era una mujer que había tenido cierta relevancia social en el pasado, y de cuyas fotografías a menudo había apartado la mirada en los periódicos.

—Ernestine, esta es Florita. Florita, tú no conoces a Ernestine… —dijo la señora Smiling, y su acento americano se hizo aún más perceptible, como ocurría siempre que se ponía un poco nerviosa—. Conocí a Ernestine en el Queen, en el viaje de regreso de América. Ella venía de investigar qué opinan en aquel país de las equivalencias nutricionales… —concluyó vagamente.

Flora vio que Ernestine Thump se disponía a abrir la boca para preguntarle a qué se dedicaba ella, así que sonrió y le hizo una rápida reverencia de cortesía al tiempo que se lanzaba sin más a trazar un breve y rápido resumen de la carta del señor Mybug acerca del Congreso del Grupo Internacional de Intelectuales.

—Ya sé que habíamos quedado en que abrirías para nosotros el Mercadillo Americano el día 17, Mary, pero estoy pensando seriamente en aceptar la invitación del señor Mybug, así que te iba a sugerir que…

—¡Por supuesto! —gritó la señora Ernestine Thump—. ¡No debería perdérselo usted por nada del mundo! ¡Qué fantástica oportunidad! ¡Cómo me encantaría poder ir con usted! ¡Personajes internacionalmente famosos! ¡Un festival de la cultura! —añadió—. ¡Por supuesto: confiamos en nuestros artistas y en nuestros intelectuales! No sirven prácticamente para nada, ¡pero resultan tan decorativos…! ¡Siempre que se dediquen a elevar el nivel general de la cultura y que su tono sea democrático, al menos en apariencia, no tenemos nada en contra de ellos! ¿Quién más va a asistir? Ah, gracias —exclamó la señora Thump cuando Flora le entregó en silencio un folleto informativo sobre el encuentro; el señor Mybug se lo había adjuntado con la carta. En aquel preciso instante entró Sneller con el té, arrastrando ruidosamente los pies.

Casi de inmediato la señora Ernestine Thump comenzó a leer en voz alta la lista de los nombres que aparecían en el folleto.

—Claudie Hubris, ¡vaya! ¡Es un gran amigo mío! ¡Lo hace todo muy bien, muy bien! Es consejero técnico ejecutivo de Suministros Nutricionales S. A. ¡Es una empresa con sucursales en todo el mundo! ¡Se ha comprado la mayoría de las empresas de la competencia! ¡Y trata a sus empleados muy decentemente, también! ¡Le va a encantar a usted Claudie! ¡Es muy trabajador y, para colmo, una gran persona!

Engulló una pasta y se llenó el resto de la boca con té, chasqueando la lengua cuando consiguió tragarlo todo.

—¡Y Peccavi! Es el pintor portugués, ¿no es así? ¿Conoce usted lo que hace? ¡Yo fui a un pase privado de su última exposición, aquí en Londres! ¡Una cosa muy rara, muy rara, pero tenía su aquel! ¡Desde luego, pasó un infierno con los problemas que tuvo!

«Me imagino que igual que la gente que tuvo que tragarse la exposición», pensó Flora.

—¿Así que van a montar una exposición en los encuentros? —preguntó la señora Smiling, frunciendo el ceño ligeramente al tiempo que miraba a Flora, que parecía a punto de estallar.

—¡Escultura, pintura, lectura de obras inéditas y, por si fuera poco, una exposición monográfica de Arte Perecedero! —exclamó la señora Ernestine Thump mientras se abanicaba con el folleto—. Bueno, ¿y quién más irá? Gracias —dijo aceptando la última pasta de té. (Flora vio que Sneller estaba haciendo un gesto a la señora Smiling, a un tiempo desesperado y amenazante. La dueña de la casa parecía angustiada. La señora Smiling comenzaba a temerse que la señora Thump no fuera a marcharse jamás: era cierto que ya no quedaba nada de comer, pero aún restaba algo de té en la tetera, y azúcar y leche en el azucarero y en la jarrita.)

—Oh, y Messe, el artista de obras perecederas —recitó la señora Ernestine Thump, royendo la pasta de té y escupiendo migas a diestro y siniestro mientras leía—; y Hacke, el escultor; y Tom Jones, el poeta, colaborador de la revista trimestralNadir; ymademoiselleAdrienne Avaler, representante del Movimiento Existencialista…

—¡Oh, vaya…! Y ya que está hablando del existencialismo, dígame… ¿quéesexactamente el existencialismo? —exclamaron Flora y la señora Smiling a un tiempo. Pero antes de que la señora Thump tuviera tiempo de borrar de su rostro el ligero gesto de desconcierto que por vez primera había ensombrecido su aire de desvergonzadagorrona, la señora Smiling continuó hablando con su voz grave, suave y lánguida—. ¿Eso del existencialismo no es realmente como…ser?En fin, no sé, debí de leerlo en alguna revista francesa, creo. Mi francés no es que sea extraordinariamente bueno…

—¡Tenemos pensado imponer el existencialismo a todo el mundo, en todas partes! —bramó la señora Ernestine Thump, comenzando a recoger sus papeles (para alivio de Flora).

—…pero, por lo que yo tengo entendido, si una es existencialista, una es capaz deir a los hechos en sí mismos en toda su sencilla esencialidad, interrogándolos sin plantear ninguna cuestión relevante y esperando pacientemente sus respuestas,[1]¿no es así?

—¡No tengo tiempo para eso ahora! —gritó la señora Ernestine Thump levantándose con dificultad del sofá—. ¡No puedo permitirme el lujo de entretenerme! ¡Es preciso que siga con mi trabajo! ¡En los tiempos que corren todos tenemos mucho que hacer! —Y sus brillantes ojillos se clavaron en la señora Smiling, cuyo aspecto era el de una mujer que tenía todo el tiempo del mundo a su disposición, y nada en absoluto que hacer con él.

—Y otra cosa que se dice —añadió la señora Smiling— es que la vida no es un problema que deba resolverse, sino una realidad que debe vivirse.[2] Eso me gusta, he de decir.

—Todo eso está fuera de mi alcance… —anunció Ernestine Thump… bromeando, naturalmente—. Las dejo a ustedes debatiendo estas ideas excelsas, señoras. Porque yo tengo que irme. Tengo Comité a las cinco y he quedado con mi dentista a las seis (me ha hecho un hueco solo porque soy yo, un encanto), y luego me tengo que ir a casa. Ustedes, queridas jovencitas, tienen una suerte estupenda —añadió con una siniestra jocosidad cuando pasó junto a Sneller, que estaba intentando mostrarle la salida y al que casi derribó de un golpe—, si su posición en la vida les permite estar aquí sentadas dándole al palique.Y usted—dijo, señalando a Flora con el dedo enfundado en un guante sucio—. Usted ya tiene bastante con esa cantidad de niños menores de catorce años que ha traído al mundo, supongo, pero… ¿qué me dice de usted? —preguntó al tiempo que giraba su dedo acusador hacia la señora Smiling—. ¿Una salud delicada, quizás? ¿Padres mayores?

—Sneller, mi mayordomo —dijo la señora Smiling arrastrando las palabras—. Al tiempo que se ocupa de mi delicada salud, actúa respecto a mí in loco parentis. Adiós, Ernestine, querida. Vuelva pronto.

A través de la ventana vieron cómo la señora Ernestine Thump se acomodaba en un coche minúsculo conducido por una chica de aspecto deprimido. Partieron sin demora.

—Mi querida Mary, con qué clase de gente te juntas —suspiró Flora, recostándose en su butaca.

—La señora Ernestine Thump es muy buena mujer y realiza un montón de trabajos de gran valor para la comunidad —replicó la señora Smiling reconviniendo a su amiga.

—Muy bien; ahora eso no tiene ninguna importancia. Si el mercadillo del día 17 pudiera posponerse, a mí me sería posible ir al congreso. ¿Podrías ponerte enferma durante una semana, Mary?

—Por supuesto. Pero, Flora, ¿estás segura de que quieres ir? Tenía entendido que algunos de esos tipos (me refiero a Peccavi y a Hacke, y a todos los demás) son unos tostones.

—En realidad, no quiero ir por el congreso en sí, sino por la granja, por Cold Comfort. No he sabido nada de todo aquello desde hace cinco años. Mary, presiento que las cosas no van del todo bien en la granja.

La señora Smiling se sirvió otra taza de té templado y contestó que, considerando la clase de sitio que era la granja y el tipo de gente que vivía allí, lo sorprendente sería que todo fuera bien.

—Algo que podría decirse de la especie humana entera —concluyó pensativamente—. ¿Qué es lo último que has sabido de la granja?

—Reuben solía enviarme una postal todas las Navidades. Siempre decía lo mismo: «Un fuerte abrazo de parte del primo Reuben». Aunque en la última también decía: «Todos los muchachos, menos yo y Urk, se han marchado a Sudafricania».

—No es mucho que se diga.

—No.

—¿Y la caligrafía de Reuben parecía nerviosa, o ilegible?

—No más ilegible que de costumbre. Antes solía tener noticias frecuentes de Elfine Hawk-Monitor, pero desde que su marido heredó el título y se fueron a vivir a Washington, no he sabido de ella tan a menudo, y durante los Recientes Acontecimientos, desde luego, puede que se hayan perdido algunas de sus últimas cartas. Así que no he tenido noticias suyas desde hace algún tiempo.

—Resulta un poco extraño que a alguien se le ocurra celebrar un congreso justamente en esa granja.

—Pues sí: es extraño, Mary; verdaderamente extraño, y eso es lo que me preocupa. ¿Será posible que ya no quede ningún Starkadder en Cold Comfort?[3]

—A lo mejor la han alquilado solo durante una semana. No te extrañaría que lo hubieran hecho, ¿verdad?

—No, desde luego. Y sin embargo… no sé. Todos ellos se sentían feroz y apasionadamente vinculados a aquel lugar. No creo que se lo hayan alquilado a unos extraños así como así.

—¡Y menudos extraños! —La señora Smiling cogió el folleto que había dejado caer la señora Ernestine Thump—. «Asistirán al Congreso diversos representantes del Partido Revolucionario de Obreros Especializados» —leyó en voz alta—. ¿Qué narices significa eso?

—Bueno, hablando en términos generales, son expertos. Poseen conocimientos técnicos de los que carecemos la mayoría de la gente común. Por ejemplo, imagínate que absolutamente todo desapareciera, así, de repente, excepto unas cuantas cosas, y todos deambuláramos por el mundo sin nada que comer y sin agua potable y sin calefacción y sin ropa y sin casas y por todas partes se declararan horribles enfermedades…

Flora se detuvo para coger aire, y la señora Smiling sorbió su té y dijo:

—Continúa, continúa…

—Y luego supón que hubiera un pequeño grupo de personas que supiera cómo construir una red de gas y cómo generar electricidad, o lo que quiera que necesitaras: esas personas tendrían una tremenda ventaja sobre el resto del mundo, que no sabría nada de nada sobre todas esas cosas, ¿no te parece? Esa gente podría controlarnos a todos nosotros (y de hecho lo haría) lo mismo que controlaría la red de gas. ¡Sería una revolución de obreros especializados en toda regla!

—Supongo que sí. Pero no me gusta la idea.

—¡A nadie le gusta! Todo el mundo le tiene un miedo cerval a esos obreros. El problema, desde luego, es que son tan necesarios como terriblemente útiles.

—Ya te entiendo. Y dices que algunos de esos asistirán al congreso…

—Sí. —Flora leyó entonces en voz alta lo que decía el folleto—. «Entre los delegados del Partido Revolucionario de Obreros Especializados se darán cita ingenieros de producción, ejecutivos operativos, supervisores, ingenieros en administración y especialistas en supervisión técnica.»

—No dice nada de la red de gas. Creo que no te va a gustar nada todo aquello, Florita.

—Ya.

Flora se quedó pensando durante unos instantes. (Sneller se afanaba en ese momento en retirar el juego de té con manos temblorosas. La señora Smiling no se atrevía siquiera a imaginar qué habría pensado el mayordomo acerca de la señora Ernestine Thump.)

Flora sabía que si iba al congreso su vida acabaría embarullándose mucho más, precisamente ahora, cuando más tranquila quería estar, y todo el mundo le preguntaría su opinión sobre esto o aquello o (lo que es peor) sobre lo que ocurriría con lo de más allá; todos los días tendría que encontrarse con enormes jetas encendidas de pseudoenergía y sin duda acabaría tragándose sus tonterías, quisiera o no; también habría caras largas y nerviosas que tímidamente insinuarían que nada de lo que iban a hacer allí serviría absolutamente para nada de todos modos; y, aún peor, allí tendría que enfrentarse con lasobrasde Peccavi, Hacke y Messe, por no hablar de los temas y tonadas de la nueva ópera de Bob Flatte,Eldespellejado vivo(tal y como pudo comprobar con una breve mirada al folleto explicativo), interpretadas por el propio compositor en persona ¡con la ayuda de un magnetofón! «¡De eso nada!», pensó Flora. «Le escribiré al señor Mybug y le diré que me es imposible asistir.»

—Creo que tu deber es asistir, Florita —dijo repentinamente la señora Smiling.

—Me temía que acabarías diciendo eso, Mary —dijo Flora con un suspiro.

—No estoy pensando en todos esos intelectuales. A ellos les encanta. Estoy pensando en tu primo Reuben, que siempre me ha parecido un tipo de lo más agradable, y en esa chica con la que se casó, y en la granja en sí…

—¡Y en los intelectuales internacionales, Mary! —exclamó Flora, repentinamente enojada—. ¡Todas esas pobres criaturitas! ¡Mi deber es ayudarlos!Creo que tengo un presentimiento…

—Eso significa que tu complejo de Florence Nightingale[4]se ha reactivado, Florita. Y respecto a «esas pobres criaturitas» de las que hablas, te recuerdo que no son ni más ni menos que los exponentes máximos de todo lo más vital y dinámico que ha dado el mundo…

—Vale, vale, ya lo sé, Mary; no me hables como si perteneciera a un Club Femenino de Negaunee. Si tú crees que debo ir, iré. Yo también creo que debería ir. Comenzaré con los preparativos de inmediato.

—Dame tiempo al menos para coger la gripe, querida.

—Ah, sí: se me había olvidado que ibas a ponerte enferma, Mary, querida. Pero no hay nada que temer: haré mis preparativos preliminares en secreto.

—¿Y puedes largarte, y dejar solo a Charles, y a todos los niños, así sin más? —dijo asombrada la señora Smiling, acompañando a su amiga hasta el vestíbulo.

—Por supuesto que no; requerirá un esfuerzo hercúleo por mi parte; la casa siempre requiere un esfuerzo hercúleo, de hecho. Pero en caso de necesidad, Charles se las arreglará perfectamente; y el criado adora a los niños, y, en fin, la rectoría quedará bien vigilada por nuestro enorme perrazo guardián,Cripps. Adiós, Mary, querida. Salvo por esa espantosa amiga que tienes, ha sido una velada encantadora.

* * *

La señora Smiling se puso enferma el 15 de junio, dos días antes de la fecha fatídica, así que Flora pudo telefonear al señor Mybug y decirle que el desarrollo de los últimos acontecimientos le permitía aceptar gustosa su invitación.

—¡Oh, magnífico! —exclamó el señor Mybug, recuperando todo su antiguo entusiasmo juvenil—. Le estoy… le estoy muy agradecido, Flora. ¿No le importará que utilice su nombre de antaño, verdad?

«Y si me importa, me va a dar igual…», pensó Flora.

—Pues lo dicho: ¡vaya suerte! —añadió el señor Mybug—. Peccavi nos va a dejar exponer su gran cuadro La excrementación, ¡y además nos va a traer a Riska!

Flora dejó escapar un ruidillo interrogativo.

—Usted la conoce, claro que sí. Ha sido modelo de Peccavi durante los últimos seis meses… Es la cosita más adorable del Portugal de Salazar.

—¡Ah, qué encanto!

—Desde luego, ninguno de los dos es de trato demasiado fácil —advirtió Mybug—. Diría que la tensión sexual entre ellos es muy fuerte.

«Qué bien, qué divertido», pensó Flora.

—Y Hacke, el escultor, nos va a llevar su Mujer con niño y su Mujer con viento. Tienen un valor incalculable, naturalmente; ninguna compañía ha querido asegurarlas, así que Hacke y yo vamos a llevarlas en el tren, metidas en un vagón blindado. Mi querida señorita, ¡no hay vehículo lo suficientemente resistente como para aguantar su peso! —contestó ante el gesto interrogativo de Flora—. Y yo no puedo alquilar un camión. Las estatuas son enormes, claro. Monumentales. Asirias.

«Así que resultará más difícil de lo que pensaba no tener que verlas», pensó Flora. Pero no iba a retractarse ahora.

—Y Messe ha prometido organizar una exposición monográfica con obras de Arte Perecedero que duren un día, tal y como habrá visto usted en el folleto publicitario que le envié. ¿Sabe usted cuál es el intríngulis