Flora Tristán - Luisina Bolla - E-Book

Flora Tristán E-Book

Luisina Bolla

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Beschreibung

Flora Tristan vivió mil vidas en una, habitó mil mundos sin pertenecer por completo a ninguno. Nacida en París en 1803, hija de un coronel peruano perteneciente a una poderosa familia del virreinato del Perú y una joven francesa de familia burguesa, pasó demasiado pronto de ser una niña privilegiada a quedar en la calle junto a su madre, al morir su padre. El matrimonio de sus padres no fue reconocido por la justicia francesa, y ella, convertida en hija ilegítima, debió abandonar la cómoda casa que frecuentaban Simón Bolívar y Simón Rodríguez, entre otras figuras destacadas de la época, para retirarse con su madre a un pequeño departamento en un barrio pobre de París. Esta descendiente de Moctezuma, abuela de Paul Gauguin, conocerá lo más alto de la aristocracia de Francia, Perú o Inglaterra y los rincones más oscuros a los que son desplazados los parias de la sociedad de su época, con los que se identifica. Su vida está convulsionada tanto por su experiencia personal como por el contexto social atravesado por la Revolución francesa y la primera Revolución industrial. Luisina Bolla propone un acercamiento a la vida y la obra de Flora Tristan, una precursora en la defensa de los derechos de las mujeres y una crítica muy lúcida de la trama de desigualdades que castiga y vulnera los derechos de las mujeres, pero también de los trabajadores, los pobres, los marginados y desplazados de toda sociedad.

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Flora Tristánfilósofa intempestiva

Flora Tristánfilósofa intempestiva

Luisina Bolla

Índice de contenido
Portadilla
Legales
ENSAYO
Crónica del día cero
1. Las mil y una vidas de Flora Tristán
2. El tiempo de Flora: Ilustración, feminismo y revoluciones
3. En el Perú: paria y peregrina
4. La teoría social tristaniana: de los primeros ensayos a la sociología del capitalismo
5. Redefinir la justicia social: la Unión obrera
PALABRAS fiNALES
Flora intempestiva
SELECCIÓN DE TEXTOS
De la utopía a la acción
Hacer hablar los dolores: el testimonio como estrategia política
Contra la esclavitud
El capitalismo
Los derechos de las mujeres
Las mujeres: su diversidad
Constituir la clase obrera
El derecho a la educación
Contra el punitivismo
El suicidio, un objeto de estudio
Contra el maltrato animal
La naturaleza como expresión de lo sublime y lo divino
Amor entre mujeres. Dos cartas a Olympe Chodzko
Flora Tristán por sus contemporáneos
Anexo
Agradecimientos
Bibliografía

Bolla, Luisina

Flora Tristán / Luisina Bolla. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descargaISBN 978-950-556-969-4

1. filosofía Moderna. I. Título.

CDD 199.82

©2023, Luisina Bolla

©2023, RCP S.A.

Directora de la colección: Jazmín Ferreiro

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor y/o fotógrafa.

Diseño de interior: Pablo Alarcón | Cerúleo

Diagramación del interior y de tapa: Pablo Alarcón | CerúleoImágenes de tapa: ZU_09 iStock, Portrait de Flora Tristan Lithographie, Acuarela de Pancho fierro (Lima, 1807 - Lima, 1879) wikipedia.org

Digitalización: Proyecto451

ISBN edición digital (ePub): 978-950-556-969-4

ENSAYO..........................................................

Crónica del día cero

7 de abril de 1833, 7 a. m. Un carruaje alquilado pasa a buscar a Flora Tristán para llevarla al puerto de Burdeos. Hace tres noches que no duerme. Está por embarcarse rumbo al Perú, con la intención (y también la necesidad) de reclamar la herencia de su padre. El éxito del viaje no está para nada asegurado, eso la desvela. Su tío Pío, gobernador de Arequipa y antiguo virrey del Perú, ya le ha anticipado en una carta que solo tiene derecho a una pequeña porción de los bienes: 2.500 pesos de plata es la suma que le corresponde por el hecho de ser hija ilegítima.

Ese 7 de abril, que coincide con su cumpleaños número 30, no sabe que el viaje que está por emprender será un punto de clivaje en su vida. Todavía es Flore, la marginal, la fugitiva, la mala esposa y la mala madre. La policía la persigue por haber abandonado a un esposo violento. El divorcio, aquella conquista de la Revolución de 1789, ya no está permitido en Francia. Ha tenido que mentir para que su familia paterna acepte (en principio) recibirla en Arequipa: finge ser soltera, tener menos años de los que tiene y, por supuesto, omite la existencia de sus hijos. Mademoiselle Flora Tristán, la escritora y la activista, alabada en los círculos saint-simonianos como la Mujer-mesías, elogiada por la dupla Marx-Engels y famosa en los círculos obreros, está a dos océanos de distancia: uno de ida y otro de vuelta. Entre las dos, que son, sin embargo, la misma, está siempre ella: la peregrina.

Mientras se dirige al puerto, saca la cabeza por la ventanilla del coche para registrar todo lo que sucede: envidia a las campesinas que llegan al mercado para vender leche, mira a los obreros que van al trabajo, siente el aire de la primavera y la sombra de los árboles: “El soplo tibio de la brisa llegaba sobre mi rostro; sentía una sobreabundancia de vida, mientras que el dolor, la desesperación, estaban en mi alma”. Aunque seguramente no dimensiona la importancia de ese día crucial, Flora es bien consciente de los riesgos que está por asumir: tres meses a bordo de un barco de vapor, única mujer en la tripulación, cruce de las aguas y del cabo de Hornos, tempestades (meteorológicas y sentimentales, como se verá) de por medio. La nave es tanto la promesa de un futuro libre como un eventual coche fúnebre, por eso, en el trayecto hasta el puerto, describe el mundo alrededor como si fuera la última vez: “Me parecía al condenado al que conducen a la muerte”.(1)

Flora Tristán tiene poco que perder. Entonces apuesta: si el viaje sale bien, a pesar de que haya pocas chances, tiene todo para ganar; si el viaje sale mal, siempre está acechando el suicidio, esa posibilidad que anida en todas las posibilidades y que ha barajado culposamente en sucesivas noches. Al llegar al barco, observa a las demás personas que se despiden de sus amistades y seres queridos. Siente el deseo de dar marcha atrás, pero la impulsa una fuerza que impacta cuando se leen sus escritos autobiográficos e, incluso, sus ensayos. Una tenacidad, por momentos soberbia, que la lleva a la acción y que evita que se detenga: “El momento fatal había llegado (…) pero la presencia de todo el mundo me recordaba como un espectro horrible la sociedad que me había expulsado de su seno”.(2)

La paria, como ella misma se nombrará luego, sabe que todavía no existe un lugar en el mundo para ella. La sociedad europea la juzga, la asedia, la persigue. Su familia materna le reprocha haberse separado. El Estado francés no ha reconocido su legitimidad y por eso la ha convertido en una bastarda. ¿Qué busca en el Perú? ¿Un espacio habitable y seguro, el afecto de sus parientes paternos, aquel paraíso perdido del que escribió Vargas Llosa? ¿Reconocimiento, dinero o quizás otra cosa? ¿O todo eso junto?

Mujer, pobre, separada, ilegítima, sufre en carne propia las injusticias de su tiempo. Allí nacen, indudablemente, sus esfuerzos y la necesidad de luchar por los derechos de todas las personas que, como ella, son rechazadas por la sociedad hegemónica: parias, ilotas, marginales, indeseables. Son las mujeres, esclavos y esclavas, obreros y obreras, prostitutas, niños y niñas, que habitan las sombras del llamado “siglo de las Luces”. Ciertamente, su posición de oprimida en diferentes relaciones sociales (de sexo, de clase) sustenta su reflexión teórica. Porque Flora Tristán no teoriza por lujo ni por ociosidad. De allí que cuestione permanentemente a los saint-simonianos y a los fourieristas por su utopismo, por la falta de aplicación de sus proyectos.

Ella construye conceptos como una artesana porque nunca fue una erudita; y lo hace para sobrevivir, para significar sus experiencias vitales pero, sobre todo, para diseñar una estrategia de transformación eficaz, es decir, aplicable en la práctica: una revolución. ¿Diremos pese a ello, como tantas veces se escuchó, que fue una socialista utópica? ¿O más bien una bisagra entre el socialismo utópico y el materialismo científico? ¿O un pasaje del feminismo ilustrado al feminismo de clase? ¿Una precursora del feminismo interseccional? figura de transición, por momentos inaprehensible, Flora intersticial permanece en los márgenes de las clasificaciones para mostrarnos la labilidad de las etiquetas y lo contingente de cualquier orden.

Actualmente, a Flora Tristán se la reivindica como una pensadora nuestramericana, es decir, como parte de una genealogía situada en nuestras latitudes. Varias reediciones de sus obras se producen en nuestro continente, desde Argentina hasta México, pasando (por supuesto) por el Perú que conoció y que describió, muchas veces de modo implacable. ¿Puede considerársela una pensadora latinoamericana? ¿Tomaremos al pie de la letra sus declaraciones, como cuando dice “Pertenezco al país de mi padre” o cuando se dirige a los peruanos como “mis compatriotas”?(3) Todavía es pronto para responder a esta pregunta, pero lo que resulta indudable es que hay un antes y un después del viaje al Perú. Por eso, la suerte de Flora Tristán se enlaza doblemente con América Latina: por un azar filiatorio, como hija de un criollo peruano, pero también por una circunstancia histórica y política.

Las Peregrinaciones de una paria, la crónica del viaje que empieza ese 7 de abril de 1833 con su llegada al puerto, la convertirán en una escritora célebre y abrirán camino a su recorrido activista. Ella no encontró en nuestras latitudes lo que parecía buscar, el móvil declarado de su viaje: la herencia paterna y un lugar en la familia Tristán. En cambio, encontró otras cosas. Las que tuercen el timón del destino.

1- Tristán (1838: 2).

2- Tristán (1838: 3).

3- Tristán (1838: xi).

1. Las mil y una vidas de Flora Tristán

“¡En estos 40 años, la de siglos que he vivido!”

FLORA TRISTÁN, EL TOUR DE FRANCIA, 1843/1844

Todos los pensamientos llevan impresa la marca de los suelos y de los tiempos sobre los que gravitaron. Sin embargo, en el caso de Flora Tristán, las incidencias múltiples de su época y de su biografía modelan una imagen caleidoscópica, yuxtapuesta, abigarrada. No es fácil describir su figura y quizás ese sea un primer punto en que coinciden todos los estudios sobre esta pensadora. La verdad y la mentira, los espacios en blanco, los años en que perdemos rastro de nuestra protagonista —ella misma confesará haber destruido toda prueba, para salvaguardar su honor— y lo que recuperamos de su propia mano o gracias a los estudios posteriores, una fuerza centrífuga atrae todo al centro de un torbellino que lleva su nombre: Flora Tristán.

Como diría su propio nieto, el pintor Paul Gauguin, resulta prácticamente imposible desenredar en ella la realidad de la fábula. Una de sus biógrafas, Evelyn Bloch-Dano, llega a comparar la historia de Flora con el mito de la caverna de Platón: un juego de luces y sombras entrelazadas de tal modo que los hechos se funden con los espejismos. “Todos los que la cuentan o la analizan hablan primero de sí mismos y proyectan sobre ella sus propias convicciones”.(4)

Cuando a los 40 años, poco antes de morir, nos confiesa que siente que ha vivido siglos, tenemos que tomarnos en serio su declaración. Ciertamente, su vida parece abarcar más de una vida. Sin pretensión de ningún tipo de reduccionismo psicológico o sociológico, podemos entrever la vinculación dialéctica entre historia (singular y social) y teoría. Dos contextos exigen su esclarecimiento: la situación vital, existencial, la experiencia de Flora Tristán, por un lado; y la coyuntura social de la época, marcada por los años posteriores a la Revolución francesa y a la primera Revolución industrial, por el otro.

Flore Célestine Thérèse Henriette Tristán Moscoso nació en París el 7 de abril de 1803. Fue la primera hija del coronel peruano Mariano Tristán Moscoso y de Anne-Pierre Laisnay, de nacionalidad francesa. Tanto el padre como la madre de Flora eran conservadores, católicos y defensores de la monarquía en una época signada por las revoluciones. Mariano era un criollo perteneciente a una de las familias más poderosas del virreinato del Perú, que se jactaba de tener entre sus antepasados al emperador azteca Moctezuma.(5) Había viajado a Europa para educarse en el colegio La Flèche, de la orden jesuita (que tuvo graduados ilustres como René Descartes)(6) y luego había hecho carrera militar en España, algo frecuente entre las clases acaudaladas en la época virreinal. Lo mismo había hecho Simón Bolívar, “el Libertador”, que de hecho sería próximo al matrimonio Tristán y cuya correspondencia Flora daría a conocer posteriormente.

Anne-Pierre Laisnay (1777-1842), por su parte, provenía de una familia de burgueses que se habían exiliado en España a causa de la Revolución francesa. El padre de Anne, Jean Laisnay, parisino, había sido secretario de la Intendencia. Cuando, en julio de 1789, el intendente es linchado por una multitud, la familia huye a España. Anne residirá trece años en este país. Se radicará en la ciudad de Bilbao y allí conocerá a Mariano.

Las circunstancias en las que se casaron los padres de Flora Tristán son importantes para entender los avatares de la vida de nuestra protagonista. El matrimonio se llevó a cabo en el año 1802, en la casa de Anne-Pierre, sin oficio civil. La ceremonia religiosa estuvo a cargo del abate Servais-Toussaint Roncelin, un sacerdote francés emigrado y conocido de los Laisnay. Las causas por las que el matrimonio no se formalizó resultan desconocidas. Algunas/os intérpretes indican que, en esa época, el Consulado de Francia en Bilbao estaba cerrado; otros, como la propia Flora, señalan que Mariano tenía que solicitar autorización del rey de España, ya que estaba prestando servicio militar en ese país, pero no lo hizo. Es posible que Anne-Pierre ya estuviera embarazada de Flora y que eso hubiera acelerado los acontecimientos, sin prestar demasiada atención a las formalidades.

Sea como sea, los flamantes esposos se mudaron luego a París y compraron una casa en el número 102 de la rue de Vaugirard, que frecuentarían Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, entre otras figuras. Vaugirard era por ese entonces una zona en las afueras de París, un ambiente más bien rural, y la casona era muy amplia, compuesta por dos edificios, con un jardín y rodeada de muros.

Cuando Flora Tristán tenía 4 años, el 14 de junio de 1807, su padre muere de una apoplejía. En simultáneo, estalla la guerra entre Francia y España. Napoleón invade los territorios ibéricos, acontecimiento que culminará con la detención del rey de España, Fernando VII, y su abdicación en favor del hermano de Napoleón. Estos sucesos, que serán centrales en los procesos de independencia de las entonces colonias latinoamericanas, también impactarán de manera directa en la vida de Flora Tristán. Con la muerte de Mariano en pleno conflicto bélico, el Estado francés confisca todos los bienes por tratarse de un ciudadano español.(7) Aunque Anne-Pierre reclama, sus quejas son infructuosas. Francia no reconoce la legalidad de un matrimonio que se realizó en el extranjero y en una ceremonia religiosa. Pío Tristán, el hermano menor de Mariano, es reconocido como el único heredero de los bienes en Perú y en Francia.

La madre de Flora Tristán queda en la calle, está embarazada de nuevo y no cuenta con el apoyo económico de su familia materna. Si bien provenía de sectores burgueses, la madre de Anne-Pierre, Thérèse Laisnay, le había prestado el dinero que tenía (2.800 francos) a Mariano para que comprara la casa en la calle Vaugirard. Pero este acuerdo se había hecho solo de palabra y se esfumó, junto con todos los bienes, tras la muerte del esposo. Anne-Pierre compra una pequeña propiedad en el campo, en L’Haÿ-les-Roses. Luego se instalan en Nogent, cerca de L’Isle-Adam, unos 40 kilómetros al norte de París. Así es como la historia de Flora comienza con una primera injusticia, con dos consecuencias interrelacionadas: la desposesión de su madre y de la familia de sus pertenencias, que implicarán una infancia en la pobreza, y la desposesión de su genealogía en su marca como hija ilegítima.

En 1817, muere Mariano, el hermano menor de Flora. Al año siguiente, ella y su madre se mudan a París. Se instalan en la rue de Fouarre, cerca de la Iglesia de San-Julián-el-pobre (plaza Maubert). Un barrio pobre, universitario, poblado de pequeñas librerías, donde Flora hojea los primeros libros y conoce las novelas del romanticismo. Las condiciones de vida en la ciudad eran mucho más duras que en el campo. Gracias al apoyo de su tío materno, Thomas-Joseph, Flora logra tomar unos cursos de dibujo. Allí conoce a un joven y se enamora por primera y, posiblemente, única vez. El vínculo es correspondido y se profundiza; planean casarse. Evocará luego este amor de juventud que quedará, sin embargo, asociado al dolor, una especie de maldición que se repetirá luego. Al enterarse de la situación de Flora, hija ilegítima y sin dinero, la familia del joven se opone al vínculo. “Este primer amor contrariado a causa de su ‘bastardía’ fue su primera experiencia en tanto paria, un estatus que ella reivindicará más tarde y que forjará su carácter y su empatía hacia los excluidos”.(8)

Los cursos de dibujo le permiten acceder, a los 17 años, a un trabajo como obrera colorista en un taller de grabado, coloreando etiquetas de perfumes. Comienza a trabajar allí y el dueño del taller, André Chazal, hermano de un pintor reconocido, se enamora de ella. Como era usual en esa época, Chazal empieza a averiguar sobre la situación de Flora Tristán; se entera de las dificultades extremas que atraviesan ella y su madre, de su condición de hija ilegítima, pero también escucha los recuerdos del pasado de opulencia en la calle Vaugirard: las conversaciones y visitas del Libertador, la nobleza de la familia, Anne-Pierre le muestra un retrato de Mariano en hábitos militares que evoca aquel parecido con Moctezuma.

Flora y André se casan el 3 de febrero de 1821 en la alcaldía del XI arrondissement (actualmente, el distrito VI, cerca de Les Invalides). Flora dirá luego que ese día comenzaron sus desgracias; que su madre la obligó a casarse con “un hombre a quien no podía amar ni estimar”.(9) Una carta dirigida a Chazal, dos meses antes de la ceremonia, muestra sin embargo una Flora apasionada. El erotismo de la escritura ha sido interpretado de diferentes formas: hay quienes piensan que Flora estaba atraída por Chazal y que efectivamente se casó enamorada, aunque lo negase años después. Sin embargo, hay otra lectura posible, porque es indudable que el casamiento era una solución rápida a la difícil situación en la que se encontraban Flora y su madre. Desde una mirada feminista, es válido preguntarnos cuánta libertad tuvo para decidir realmente; ¿cómo separamos en esa carta el ardor y la pasión del frío y del hambre? Muchas veces, por retomar la expresión de una teórica contemporánea, ceder no es consentir.(10)

La vida conyugal fue un tormento para Flora Tristán. Chazal la presionaba para que cumpliera con las expectativas de una esposa abocada al trabajo doméstico y, posteriormente, a una maternidad abnegada. Flora queda embarazada de su primer hijo, que nace en el año 1822 o 1823, Alexandre. Sin embargo, a la par que comienzan los padecimientos, también inicia su formación autodidacta de modo sistemático. Al igual que la mayoría de las mujeres de su época, Flora no recibió una educación formal. Recordemos que, en aquel tiempo, solo unas pocas accedían a la enseñanza; un logro que, en general, se vinculaba con los privilegios de clase. Pero aunque las condiciones económicas en las que creció le impidieron el acceso a la literatura, Flora encontró luego refugio en los cabinets de lectura, entre Rousseau, Lamartine, Madame de Staël, Benjamin Constant y Bernardin de Saint-Pierre.

En una carta a Chazal, antes de casarse, le había confesado: “En fin, quiero ser buena con todo el mundo, ser filósofa, pero de una manera tan dulce y tan amable que todos los hombres desearán a una mujer filósofa”. En la escritura se hace evidente la dificultad de Flora para conciliar su deseo, su avidez de saber, con las expectativas sociales de la época: “Quiero convertirme en una mujer perfecta (…) quiero darte tanta felicidad como para olvidar todo el mal que te causé. Quiero tratar a mi madre como quisiera ser tratada por mis hijos…”.(11) Devenir filósofa, pero de un modo aceptable, amable, sin contrariar los deberes asignados a su género… una conciliación imposible para una mujer con el temperamento rebelde de Tristán. Esta otra carta, escrita a los 17 años, cuando su escritura todavía se abría camino entre errores ortográficos y de sintaxis, muestra sin embargo su determinación y la fuerza de su voluntad.

A los 21 años, Flora queda embarazada por segunda vez. El 22 de junio de 1824, nace su otro hijo, Ernest-Camille. La violencia de Chazal es permanente: frecuenta bares y cabarets, se emborracha, la golpea. Comienza a desarrollar una adicción al juego que los endeuda y que los deja a merced de los acreedores. En 1824, requisan la casa y se llevan todos los bienes, con la excepción de las camas y de algunos utensilios de cocina.(12) Para saldar parte de sus deudas, Chazal le sugiere a Flora que se prostituya. Es el límite.

Todas estas violencias motivarán su separación y la huida del hogar en el año 1825. Pero en esa época, si una mujer se iba de la casa, la ley permitía al esposo denunciarla a la policía y perseguirla. El derecho al divorcio, que había sido una conquista de la Revolución francesa, es abolido en 1816 por el código napoleónico, el antiguo código civil francés. Este plasmaba el orden político patriarcal de la época, ya que prescribía la eterna minoría de edad para las mujeres casadas; tras el matrimonio, perdían su apellido, no podían ser testigos en actos civiles, eran castigadas severamente en caso de adulterio y tenían obligación de mantener relaciones sexuales con el esposo (el llamado “débito conyugal”).(13) Ese era el marco legal y social en el momento en que Flora decide abandonar a su esposo, convirtiéndose en fugitiva. Está embarazada por tercera vez.

Se inicia entonces para Flora un “período sombrío, pero fecundo. Es el suelo sobre el que se basará su toma de conciencia de la exclusión y la alienación”.(14) Va a pedir ayuda a la familia materna, pero ni su tío ni su madre apoyan la decisión de abandonar a Chazal e, incluso, se ponen del lado del esposo. Este es el momento en que Flora asume su condición de paria:

Aprendí (…) todo lo que está condenada a sufrir la mujer separada de su marido en medio de una sociedad que, por la más absurda de las contradicciones, conservó viejos prejuicios contra las mujeres ubicadas en esta posición, después de haber abolido el divorcio y vuelto casi imposible la separación del cuerpo. (…) en esta sociedad que se jacta de su civilización, ella no es más que una desgraciada Paria…(15)

Durante los años que siguen, Flora debe ocultarse para evitar que la atrapen, viaja de ciudad en ciudad, cambia su nombre, se hace pasar por soltera o por viuda. El 16 de octubre de 1825 nace su hija Alina. Este acontecimiento será un punto de inflexión: por primera vez, experimentará la maternidad de manera feliz. Además, Alina se parece a ella, a diferencia de los hijos mayores que le recuerdan a Chazal y el infortunio de la vida en común.

Entre fines de 1825 y 1830, hay una nebulosa. Solo sabemos que viajó por Inglaterra, Italia y Suiza, presuntamente, como dama de compañía. Algunos intérpretes sugieren que puede haber estado en Argelia; otros, que puede haber tenido que ejercer la prostitución para sobrevivir. Esta es la hipótesis de Jules Puech, uno de los primeros estudiosos de la obra de Flora Tristán. Evelyn Bloch-Dano, sin ser explícita al respecto, señala que el mutismo parece indicar una experiencia dolorosa. Muchos años más tarde, en 1839, en medio de un juicio contra Chazal, Flora será interrogada sobre lo sucedido en aquel período. En ese contexto, Flora declarará haber hecho desaparecer los rastros de ese pasado, por amor propio.

De regreso en Francia, en 1829, ocurre un encuentro que marcará un nuevo giro en la suerte de Flora. En un hotel de París, conoce a Zacarías Chabrié, capitán de un barco que cubría la ruta entre Francia y Perú. Chabrié escucha el apellido Tristán cuando Flora se anuncia en la posada e, intrigado por el nombre, se presenta y le pregunta si tiene alguna vinculación con los del Perú. Por temor, Flora responde negativamente. Chabrié se explaya y le cuenta que Perú es un país al que viaja asiduamente y que allí, en Arequipa, vive una familia muy poderosa, la de Don Pío Tristán Moscoso. Flora sabía que Pío era el hermano de su padre, porque su madre le había mandado veinte cartas tras la muerte de Mariano pidiéndole ayuda. Ninguna de esas cartas había tenido respuesta, por tanto, la vía peruana se había cortado y no constituía una alternativa posible. Pero esta coincidencia, completamente azarosa o completamente predestinada, hace nacer en Flora la idea de comunicarse con la familia paterna.

Con esta intención, escribe una carta a su tío, Pío Tristán. Allí se presenta como su sobrina y le cuenta las dificultades en que se encuentra: “Señor, es la hija de su hermano, de ese Mariano querido por Ud., que se toma la libertad de escribirle”. La carta detalla pormenorizadamente la expropiación de los bienes de su madre tras la muerte de su padre; los padecimientos sufridos, el fallecimiento de su hermano a la edad de diez años. Le habla del no-reconocimiento de la legalidad del matrimonio religioso por parte del estado francés, aunque adjunta su acta de bautismo a modo de prueba y le ofrece como referencia algunos testigos…

Si le quedan algunas dudas, el célebre Bolívar, amigo íntimo de los autores de mis días, podrá disiparlas; él ha visto a mi padre alzarme, ya que frecuentaba la casa habitualmente. Ud. podría ver también a su amigo, conocido por nosotros por el nombre de Robinson [Simón Rodríguez], así como a M. Bompland [Aimé Bonpland], que Ud. debe haber conocido antes de que cayera prisionero en Paraguay.(16)

Se confía finalmente a su justicia y bondad, le pide protección y amor “en la esperanza de un futuro mejor”, recordándole las últimas palabras de su padre: “Hija mía… te queda Pío”.

Por primera vez, firma esta carta como Flora, en lugar de “Flore”, la versión francesa del nombre que figura en la correspondencia con Chazal. Flora de Tristán, Flora re-creadora de sí misma, Flora de nadie (ya que luego eliminará la preposición “de”), está emergiendo desde la superficie del discurso, abriendo un nuevo espacio para reconstruir su identidad. El intercambio con América Latina juega, por tanto, un papel central.

La respuesta de Pío llegará muchos meses más tarde, con una carta escrita en español (idioma que Flora maneja) y enviada desde Arequipa el 6 de octubre de 1830. Su tío se había asesorado jurídicamente y sabía que el pedido de Flora no tenía base legal. El presidente de la corte de justicia de Arequipa le había asegurado que ella no podía exigir ser reconocida como hija legítima y, por tanto, solo podía reclamar un quinto de los bienes de Mariano. La ley peruana era un reflejo de la ley española que establecía fuertes distinciones entre hijos legítimos y los considerados “naturales”.(17) Pero, de momento, el tío se guarda de compartir esas informaciones.

En su extensa carta, Pío admite haber tenido conocimiento de que Mariano tenía una hija por boca de Simón Bolívar y de Simón Rodríguez. Le asegura que hizo averiguaciones y que gastó mucho dinero, en su momento, para intentar precisar su paradero y el de su madre, pero que luego se resignó. “¿Cómo, después de veinte años a partir de la muerte de mi hermano Tristán, sin tener noticias suyas ni de su madre, podía figurarme que Ud. todavía existía?”. Culpa a su madre de haber sido negligente, porque alguna de las cartas debería haberle llegado, más aún siendo que esta, la primera escrita por Flora, ha sido recibida sin dilación. Le dice que está dispuesto a reconocerla como la hija de su hermano, pero que la partida de nacimiento carece de valor legal porque no está certificada por tres notarios y porque, como ella misma le había confesado, el matrimonio de sus progenitores también carece de valor legal. De hecho, afirma desconocer esta unión, que no había sido mencionada por Mariano en sus últimas cartas. “Convengamos entonces que Ud. no es más que la hija natural de mi hermano, lo que no es una razón para que sea menos digna de mi consideración y de mi tierna afección”.(18)

Querida sobrina, e incluso hija, como aventura su tío, pero sin derecho legítimo. Esta carta enfurece a Flora. Sin embargo, su abuela de 89 años ha decidido dejarle 3000 piastres (pesos de plata) y Pío le ha girado 2500 francos por medio de su apoderado en Burdeos, Felipe Bertera. La esperanza de conmover a su abuela materna se presenta como una vía para lograr ese futuro mejor del que hablaba en su primera carta. La idea de viajar a Perú comienza a tomar consistencia y, sobre todo, empieza a tener un sustento material concreto para llevarse a cabo.

En 1830, Flora asiste a la Revolución del 27, 28 y 29 de julio. Sin embargo, al igual que otras de sus contemporáneas, se opondrá al uso de la violencia y al derramamiento de sangre como forma de acción; propondrá, en cambio, una transformación pacífica. En 1831 realiza un segundo viaje a Inglaterra y en 1832 muere su hijo mayor. En la época, esto no era una excepción: en Francia, la malnutrición, las epidemias y la superpoblación de las ciudades provocaban condiciones de vida infrahumanas para las mayorías populares. De hecho, un tercio de la generación nacida en 1820 moría antes de alcanzar la mayoría de edad.(19) A Flora le preocupa la suerte de Alina, a quien adora.

Mientras tanto, la violencia con Chazal ha escalado. Habían logrado una separación de bienes en 1828, pero él no estaba dispuesto a otorgar la “separación de cuerpos”, es decir, la libertad definitiva para Flora. El 1 de abril de 1832, en la casa del tío de Flora en Bel-Air (París), un episodio de mucha violencia desemboca en Chazal queriendo golpearla con una silla y ella arrojándole un plato. finalmente, Chazal firma un documento en el que se compromete a aceptar la separación, a cambio de quedarse con Ernest-Camille. Alina quedará bajo tenencia de Flora. Sin embargo, después de firmar ese documento, Chazal las persigue e intenta secuestrarlas. Flora logra huir con Alina. Sigue viviendo como fugitiva, viajando permanentemente para no dejar pistas sobre su paradero, acompañada de Alina y haciéndose pasar por viuda. Deja a su hija en una pensión en Angoulême, al cuidado de Mlle. De Bourzac, en quien Flora confiaba, y se dirige a Burdeos.

En 1833 llega a esta ciudad, que también será importante en su historia. Ahí la recibe Mariano de Goyeneche, primo de su padre, y conoce a Felipe Bertera, con quien traba una fuerte amistad. Pasa allí un tiempo antes de embarcarse a Perú, el mismo día de su cumpleaños número 30, el 7 de abril de 1833. La noche antes de salir, después de pasar otras dos en vela, escribe una carta a Mlle. Bourzac y otra a su amigo y abogado, Émile Duclos, para encargarles el cuidado de su hija.

El barco El Mexicano estaba comandado por Chabrié, el mismo capitán que había conocido en París cuatro años antes. Flora había intentado evitar ese reencuentro por todos los medios, ya que Chabrié sabía de la existencia de su hija Alina, un dato que había omitido completamente a Mariano de Goyeneche y a toda su familia paterna. Para evitar los prejuicios y el repudio, Flora tampoco había contado de su casamiento y separación; además, se quitaba varios años para no despertar sospechas. Pero para Chabrié era una joven viuda con una criatura a cargo. Le preocupaba sobremanera que la mentira se destapase y que el viaje concluyera antes de iniciarse. Por eso, había tratado de posponer la partida, pero los barcos que cubrían ese trayecto (y con pasajeros) no eran frecuentes. Sin embargo, la suerte estuvo de su lado, porque enseguida Chabrié hizo complicidad con ella y el secreto estuvo a salvo.

El viaje a Perú duró más de cuatro meses; fue una experiencia decisiva, a nivel personal y, luego, profesional, ya que allí se convierte en cronista. En la isla de Praia, como veremos luego, conoció los horrores de la esclavitud. En Perú, comprendió que el matrimonio era un mal que oprimía a las mujeres en todo el mundo, pero vivenció otras formas de habitar la feminidad y, sobre todo, supo de otros márgenes de libertad y acción. Vivió las guerras civiles de una república incipiente y convulsionada; observó las contradicciones de la sociedad peruana, sobre todo, la dominación y las injusticias de las clases altas.

A su regreso en Francia, publicó su primer folleto, “Sobre la necesidad de dar una buena acogida a las extranjeras” (1835), cuyo título refiere directamente a su experiencia personal. Allí propuso la creación de sociedades filantrópicas destinadas a ayudar a las mujeres que viajan solas, e incluso detalló la composición de los miembros del consejo directivo, sus tareas, el estatuto de la sociedad, etc.(20) Es su primera plataforma teórico-política, acotada a un caso preciso: la situación de las que hoy llamaríamos “mujeres migrantes”. Esta delimitación del objeto de estudio es intencional. En este período, Flora Tristán considera que no es posible transformar la realidad de modo global, sino a través de reformas sucesivas y progresivas. Por eso, los proyectos sociales de otras personas de su época le parecen quimeras: bellos sueños, de imposible realización. Para Flora, en cambio, la concreción es fundamental.

Progresivamente, se vincula con los ambientes del saint-simonismo y del fourierismo, es decir, las corrientes del llamado “socialismo utópico”. En la época de Flora, muchas mujeres integraban las filas de estos primeros socialismos. Ella no se adscribirá a ninguna escuela porque mantendrá, a lo largo de toda su vida, su libertad de pensamiento y de acción. Sin embargo, dialogará con aquellas personas que buscan una sociedad más justa; de hecho, muchas de las ideas del período inspirarán y nutrirán su propuesta. Aunque el clima político de Francia no era favorable, existían espacios colectivos de resistencia con los que podía intercambiar ideas. En particular, había un legado feminista que se había iniciado luego de la Revolución francesa y que había sembrado un terreno fértil para los reclamos de derechos de las mujeres. Las parias exigían su parte dentro del nuevo contrato social; de manera sistemática y grupal, ellas tomaban conciencia de las injusticias del tiempo de los derechos del hombre.

4- Bloch-Dano (2001: 13).

5- Gerhard (1994: 66).

6- Gaudefroy (2022).

7- Tristán (1980: 45-46).

8- Gaudefroy (2022: 39).

9- Tristán (1838: XXXVI).

10- Mathieu (1985).

11- Tristán (1980: 43).

12- Bloch-Dano (2001: 45-46).

13- De Miguel y Romero (2022).

14- Bloch-Dano (2001: 52).

15- Tristán (1838: xxvii).

16- Tristán (1980: 44-45). Trad. propia. La carta está publicada en la primera edición de las Peregrinaciones de una paria (1838), tomo 1, pp. 206-209, seguida de la respuesta de Pío.

17- Michaud en Tristán (1980: 47).

18- Tristán (1838: 241, 243).

19- Bloch-Dano (2001: 32-33).

20- Sobre este tema, ver el Anexo incluido al final del presente volumen.

2. El tiempo de Flora: Ilustración, feminismo y revoluciones

Antes de avanzar, es preciso considerar la escena histórica y política: el tiempo de Flora Tristán. Como señalaron diferentes investigaciones, el pensamiento tristaniano está repleto de resonancias históricas. Un rasgo característico es la integración de aportes provenientes de diversas tradiciones. El feminismo de Flora “es heredero, sobre todo, de las reivindicaciones igualitarias de las revolucionarias francesas, pero también de la fuerza y el ansia de libertad de las escritoras románticas”.(21) Además, Flora se distingue por el modo en que conjuga la herencia ilustrada con las primeras críticas socialistas. De este modo, los reclamos igualitarios típicos del período se anudan con una denuncia de las condiciones de vida en una época de fuertes transformaciones a nivel económico, político y social.

Flora Tristán nace en 1803, en el inicio de un siglo que, en Europa, estuvo marcado por los efectos de dos revoluciones: la primera Revolución industrial, por un lado, y los efectos de la Revolución francesa de 1789, por el otro. En Inglaterra, la manufactura y exportación del algodón impulsan el cambio industrial y propician una serie de transformaciones que se expanden por el resto del continente, con fuertes consecuencias sobre las colonias, el principal mercado de las manufacturas europeas. La necesidad de mano de obra para la industrialización en curso, la pérdida de las tierras comunes que anteriormente aprovechaba el campesinado y la sustracción de sus medios de producción promueven las migraciones desde las zonas rurales hacia las ciudades. En estos centros de producción urbanos, las condiciones de vida son desastrosas. Un nuevo orden social está consolidándose, el capitalismo, basado en una forma de producción específica: la fábrica.

Las transformaciones económicas ligadas a la mecanización de la producción, es decir, a la invención de máquinas y tecnologías, fueron posibles gracias al desarrollo de grandes cambios en el campo del conocimiento. Una buena “fotografía” del período son los cuadros del pintor Joseph Wright of Derby: Un filósofo da una lección sobre el planetario (1766) y An Experiment on a Bird in the Air Pump (1768), donde se ven las distintas reacciones que suscitaban estos descubrimientos, desde la admiración y la curiosidad hasta el horror e, incluso, la indiferencia frente a la ciencia moderna. Estos hallazgos fomentaron una confianza en el avance de la humanidad y llevaron a imaginar un progreso en dirección ascendente, otra idea rectora de este período.

Es el tiempo de la Ilustración, lapso de la modernidad histórica que se inicia a mediados del siglo XVIII y que abarca buena parte del XIX. Pero la Ilustración no fue solo un período histórico, sino que fue, sobre todo, un proyecto. Como tal, implicó una ruptura con el pasado y una comprensión del presente en clave de apertura hacia un futuro distinto. En efecto, los modernos se percibían a sí mismos como iniciadores de otra era, de una etapa nueva. Así lo entendía, también, Flora Tristán:

Intelectos superiores caracterizaron acertadamente nuestra época, cuando la llamaron una época de transición en el estado social y de regeneración para la especie humana. Las bases sobre las cuales reposaba la antigua sociedad de la Edad Media colapsaron (…); y una sociedad nueva busca erigirse sobre sus escombros.(22)

La época inmediatamente anterior va a ser considerada como un tiempo oscuro, dominado por instituciones (religiosas, tradicionales) que limitan a los individuos al impedir el libre ejercicio de su pensamiento. En la modernidad, en cambio, la razón se erige como la facultad central, la característica definitoria del ser humano, y se la comprende como el faro capaz de iluminar las tinieblas medievales. De allí los otros nombres de este período: el “Iluminismo” o “siglo de las Luces”.

El filósofo Immanuel Kant, el gran representante del idealismo (corriente filosófica que surge en este período), va a definir su tiempo del siguiente modo: “La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. (…) ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración”.(23)

En definitiva, la modernidad invitaba a liberarse de la tiranía de los viejos prejuicios y de las creencias que oprimían a la humanidad. La existencia de diferencias naturales era uno de estos prejuicios, que justificaba los estamentos sociales a partir de jerarquías fijas (por ejemplo, la idea de que la nobleza poseía “sangre azul”). En palabras de Michel Foucault, a la tiranía del dogma se le va a oponer la actitud crítica; a la heteronomía, la imposición de una ley o norma externa al sujeto, se le contrapondrá la autonomía, es decir, la capacidad de darse a sí mismo la ley. Se produce también una transformación sustantiva en la idea de “verdad”: ya no será verdadero aquello que una autoridad me obliga a aceptar, sino solo lo que tengo buenas razones para considerar válido.

En ese horizonte, la Revolución francesa fue interpretada como el acontecimiento histórico que, al menos en principio, ponía en práctica los ideales ilustrados. En palabras de Kant: “Esta revolución de un pueblo lleno de espíritu, que estamos presenciando en nuestros días (…) no puede reconocer otra causa que una disposición moral del género humano”, más exactamente, una tendencia que lo lleva a progresar hacia lo mejor.(24) Para Kant, los hechos ocurridos en 1789 eran la prueba de que el conjunto de la humanidad avanzaba, el símbolo inequívoco de la perfectibilidad, es decir, de la capacidad del género humano para superarse y desarrollarse.

A ojos de estos filósofos, la lucha por elevar a ley un ideario basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad (eslogan de la Revolución francesa) no era otra cosa que la concreción de la filosofía de las luces, su implementación. Sin embargo, releída de modo crítico, la Ilustración habilitó un doble movimiento simultáneo de apertura y de clausura.

Por un lado, promulgó la libertad de acción y de pensamiento, la autonomía, e invitó a ejercer la actitud crítica para romper con los dogmas heredados. Construyó así un marco universalista que identificó la existencia de ciertos derechos naturales, inalienables e imprescriptibles, propios de los individuos solo por su pertenencia a la humanidad e independientes de sus respectivas posiciones de clase. Sin embargo, en el seno de esta humanidad común, introdujo diferencias de naturaleza, mantuvo viejas asimetrías y reforzó o produjo otras.

Las mujeres europeas, en un primer momento, se sintieron convocadas por el proyecto filosófico ilustrado. La propuesta de dejar de lado las diferencias físicas para equiparar a la humanidad, apelando a su común racionalidad, se resignificó en clave feminista. Si la modernidad era el tiempo de la renovación, ¿por qué no podrían transformarse también las formas tradicionales de organizar las relaciones entre varones y mujeres? La prédica laica que invitaba a liberarse de los dogmatismos y creencias obsoletas habilitaba la subversión del más extendido de los prejuicios, por retomar la expresión del filósofo François Poullain de la Barre: la desigualdad entre los sexos. Como refuerzo, la idea revolucionaria de que no existían privilegios de cuna, que marcó el pasaje del antiguo orden feudal al nuevo modelo capitalista, invitaba a cuestionar las asimetrías y a rechazar el origen natural de la desigualdad. Intérpretes coherentes de esta filosofía iusnaturalista, muchas mujeres la llevaron a sus últimas consecuencias, denunciando la existencia de otros privilegios de nacimiento, no solo vinculados al estamento de pertenencia, sino también al sexo (seguimos aquí los análisis de la filósofa Celia Amorós, una de las primeras en abordar la Ilustración en clave feminista).

Por eso, hay cierto consenso en afirmar que el período ilustrado es el momento en que los feminismos se conforman como un movimiento sistemático. María Luisa Femenías destaca el hecho de que las reivindicaciones comienzan a plantearse en términos colectivos, como derechos para todas las mujeres, y ya no como reclamos parciales ligados a los intereses particulares de mujeres de cierta clase o grupo social.(25)