Fragmentos de historia ambiental colombiana - Claudia Leal - E-Book

Fragmentos de historia ambiental colombiana E-Book

Claudia Leal

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Beschreibung

Aunque Colombia puede representarse como una mancha en un mapa, esa abstracción en últimas remite a un espacio concreto que tiene montañas, carreteras, ciudades y multitud de ecosistemas, donde hace calor o frío y se respira un aire que huele a guayaba o a exhosto. Fragmentos de historia ambiental colombiana recoge once artículos escritos por historiadores y geógrafos de la Universidad de los Andes, que estudian cómo el mundo natural ha moldeado nuestra historia y desentrañan la forma en que nuestro pasado está entrelazado con el de los ríos, suelos y bosques de la geografía nacional. Un énfasis en la Bogotá del siglo XX permite entender por qué sus cerros están cubiertos de pinos y eucaliptos o cómo la formación de la ciudad sobre ríos y humedales ha generado formas de organización social. El libro también viaja al Valle del Cauca, al Cesar y al Atlántico, para explorar los costos de la modernización agrícola, y a la Amazonia, el Chocó y La Guajira para reconstruir la historia de nuestros bosques, que en unos casos siguen en pie y en otros desaparecieron. Este libro es una contribución decisiva a un novedoso campo de la historia que se abre paso en Colombia.

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Fragmentos de historia ambiental colombiana

Para citar este libro: http://dx.doi.org/10.30778/2019.85

Fragmentos de historia ambiental colombiana

Claudia Leal

(edición académica)

Universidad de los Andes

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Historia y Geografía

Nombre: Leal León, Claudia María, edición académica | Torres Barragán, Camilo Alfonso, autor. | Pereira Sotelo, María Fernanda, autora. | Uscátegui Ruiz, Camilo Ernesto, autor. | Wagner Medina, Ginna Marcela, autora. | Arias Solano, Lorena, autora. | Camargo Alvarado, Fabio Alejandro, autor. | Jiménez Ramos, Luis Miguel, autor. | Molano Camargo, Frank, autor. | Sánchez-Calderón, Fabio Vladimir, autor. | Vélez Pardo, Martín, autor. | Tarazona Sánchez, Daniel Felipe, autor. | Guhl Corpas, Andrés Ernesto, autor.

Título: Fragmentos de historia ambiental colombiana / Claudia Leal (edición académica).

Descripción: Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia y Geografía, Ediciones Uniandes, 2020.

Identificadores: ISBN 978-958-774-928-1 (rústica)

Materias: Colombia – Aspectos ambientales – Historia

Clasificación: CDD 304.23–dc23

SBUA

Primera edición: junio del 2020

© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia y Geografía

© Claudia Leal, edición académica y compilación

© Camilo Alfonso Torres Barragán, María Fernanda Pereira Sotelo, Camilo Ernesto Uscátegui Ruiz, Ginna Marcela Wagner Medina, Lorena Arias Solano, Fabio Alejandro Camargo Alvarado, Luis Miguel Jiménez Ramos, Frank Molano Camargo, Fabio Vladimir Sánchez-Calderón, Martín Vélez Pardo, Daniel Felipe Tarazona Sánchez, Andrés Ernesto Guhl Corpas

Ediciones Uniandes

Calle 19 n.° 3-10, oficina 1401

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfono: 339 49 49, ext. 2133

http://ediciones.uniandes.edu.co

http://ebooks.uniandes.edu.co

[email protected]

ISBN: 978-958-774-928-1

ISBNe-book: 978-958-774-929-8

http://dx.doi.org/10.30778/2019.85

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Facultad de Ciencias Sociales

Carrera 1.ª n.º 18A-12, Bloque G-GB, piso 6

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfono: 339 49 49, ext. 5567

http://publicacionesfaciso.uniandes.edu.co

[email protected]

Corrección de estilo: Manuel Antonio Romero

Diagramación interior: Nidian Andrea Rincón

Diseño de cubierta: Magda Lorena Morales

Imagen de cubierta: Parque del Centenario

(La Rebeca), Bogotá, Colombia [material gráfico].

Fotografía de Gumersindo Cuéllar Jiménez.

Fuente: Biblioteca Luis Ángel Arango

Los autores han puesto todo su empeño en contactar a aquellas personas que poseen los derechos de autor de las imágenes publicadas en este volumen, pero en algunos casos su localización no ha sido posible. Por esta razón, sugerimos a los propietarios de tales derechos que se pongan en contacto con Ediciones Uniandes. Las reclamaciones justificadas se atenderán según los términos de los acuerdos habituales.

Universidad de los Andes | Vigilada Mineducación.

Reconocimiento como universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964.

Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949, Minjusticia.

Acreditación institucional de alta calidad, 10 años: Resolución 582 del 9 de enero del 2015, Mineducación.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Contenido

Introducción. Visita guiada por algunos fragmentos de nuestro pasado

CLAUDIA LEAL

Bosques

1 El desmonte del bosque seco tropical en el Caribe: La Guajira y el valle del río Cesar a finales del periodo colonial

CAMILO ALFONSO TORRES BARRAGÁN

2 Entre ríos y playas: uso y gobernanza de los manglares en el Golfo de Tribugá y Bahía Cupica, Chocó, 1950-2015

MARÍA FERNANDA PEREIRA SOTELO

3 Viendo a contraluz el Paraíso: guerra y narcotráfico en la Serranía de Chiribiquete

CAMILO ERNESTO USCÁTEGUI

Modernización agrícola

4 Las huellas ambientales del “oro blanco”: los plaguicidas en la expansión algodonera del valle del río Cesar, 1950-1980

MARCELA WAGNER MEDINA

5 Cuestión de sed: cultivos de caña y conflictos por el agua en Candelaria, Valle del Cauca

LORENA ARIAS SOLANO

6 Aguas indomables: vulnerabilidad y transformaciones hidrosociales en el sur del departamento del Atlántico

ALEJANDRO CAMARGO

Crónicas urbanas

7 Unas montañas al servicio de Bogotá: imaginarios de naturaleza en la reforestación de los cerros orientales, 1899-1924

LUIS MIGUEL JIMÉNEZ RAMOS

8 “Que las quemen y no las usen como abono”: basuras en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX

FRANK MOLANO CAMARGO

9 Alejarlos del río y acercarlos a la ciudad: urbanización popular, intervención estatal y cambio ambiental en Bogotá a mediados del siglo XX

VLADIMIR SÁNCHEZ-CALDERÓN

10 De discursos fluidos y aguas pestilentes: el caso del río Bogotá, 1950-1985

MARTÍN VÉLEZ PARDO

VLADIMIR SÁNCHEZ-CALDERÓN

11 “Una tingua en Bogotá es un humedal recuperado”: ambientalismo en Santa María del Lago, 1950-2010

DANIEL TARAZONA SÁNCHEZ

A modo de cierre: hacia una historia ambiental propositiva

ANDRÉS GUHL

Sobre los autores

Lista de recursos gráficos

1. El desmonte del bosque seco tropical en el Caribe: La Guajira y el valle del río Cesar a finales del periodo colonial

Imagen 1.1. Imagen aérea cerca de Chiriguaná, Cesar (2014)

Imagen 1.2. Mapa de Santa Marta, Antonio Julián, 1787; mapa de Santa Marta, Joaquín Fidalgo, 1789; camino entre Garia y Mamatoco

Imagen 1.3. Patrones de deforestación en la Amazonía

Mapa 1.1. Detalle de mapa de la provincia de la Hacha, ordenado por el virrey Manuel Guirior en 1773

Mapa 1.2. Bosque seco y actividades extractivas

Mapa 1.3. Detalle del mapa Tierras del hato de San Antonio de Dividivi, 1789

Mapa 1.4. Valencia de Jesús: río César y caño de la Despensa, 1798

Mapa 1.5. Tierras en los ríos Cesar y Garupar, 1784

Mapa 1.6. Valledupar: tierras del potrero de Valerio, 1806

2. Entre ríos y playas: uso y gobernanza de los manglares en el Golfo de Tribugá y Bahía Cupica, Chocó, 1950-2015

Imagen 2.1. Calle de Nuquí, corregimiento de Jurubirá; el manglar al fondo

Imagen 2.2. Diferentes tipos de raíces de los manglares. Mangle rojo y mangle piñuelo, Parque Nacional Utría

Imagen 2.3. Puente a través de los manglares de Bahía Cupica que conecta al pueblo con el mar

Imagen 2.4. Cocina en una casa en Panguí. Estufa de gas y fogón de leña con trozos quemados de mangle rojo

Mapa 2.1. Territorio colectivo del Consejo Comunitario General Los Riscales

Mapa 2.2. Territorio colectivo del Consejo Comunitario Cupica

3. Viendo a contraluz el Paraíso: guerra y narcotráfico en la Serranía de Chiribiquete

Mapa 3.1. Caucherías y narcotráfico en lo que hoy es el Parque Nacional Natural Chiribiquete

Mapa 3.2. Colonización cocalera y áreas de interés estratégico circundantes al Parque Nacional Natural Chiribiquete

4. Las huellas ambientales del “oro blanco”: los plaguicidas en la expansión algodonera del valle del río Cesar, 1950-1980

Gráfico 4.1. Variaciones en el precio internacional de la fibra de algodón, 1970-1984, precios constantes

Gráfico 4.2. Área cultivada de algodón en el Cesar y total nacional, 1958-1982

Gráfico 4.3. Precipitación en el periodo de siembra del algodón de julio a septiembre, 1970-1980

Gráfico 4.4. Porcentaje de los insumos en los costos de producción del algodón, 1961-1980

Gráfico 4.5. Tamaños de explotación del cultivo de algodón en el Cesar, según tipo de tenencia, en 1967

Gráfico 4.6. Porcentaje del área dedicada al cultivo de algodón en el Cesar, según tipo de tenencia en 1967, 1973 y 1980

Imagen 4.1. Imagen emblemática del auge del algodón en el Cesar

Imagen 4.2. Familia recolectora de algodón

Imagen 4.3. Referencia a la cosecha 1977-1978: “La industria algodonera en la peor crisis en 24 años”

Imagen 4.4. Caricatura sobre el problema de los agroquímicos en Caracolicito

5. Cuestión de sed: cultivos de caña y conflictos por el agua en Candelaria, Valle del Cauca

Imagen 5.1. Viviendas rodeadas por caña, corregimiento Villagorgona, agosto de 2015

Imagen 5.2. Reservas de agua lluvias o pozos y tributarios. Programa de Recuperación de Tierras y Control de Inundaciones

Imagen 5.3. Candelaria, 1945

Mapa 5.1. Municipio de Candelaria

Mapa 5.2. Coberturas boscosas del municipio de Candelaria, 1957 y 1969

6. Aguas indomables: vulnerabilidad y transformaciones hidrosociales en el sur del departamento del Atlántico

Imagen 6.1. Ruptura del canal del Dique en 1984

Mapa 6.1. El sur del departamento del Atlántico

7. Unas montañas al servicio de Bogotá: imaginarios de naturaleza en la reforestación de los cerros orientales, 1899-1924

Mapa 7.1. Ríos y quebradas principales de Bogotá, 1925

Imagen 7.1. Bogotá, primera década del siglo XX

8. “Que las quemen y no las usen como abono”: basuras en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX

Imagen 8.1. Muerte de mulas del aseo, “la tracción de sangre”, barrio Las Cruces, 1936

Imagen 8.2. La mecanización anhelada, 1945

Imagen 8.3. Obreros del aseo, 1943

Imagen 8.4. Instalaciones del horno crematorio de basuras, 1940

9. Alejarlos del río y acercarlos a la ciudad: urbanización popular, intervención estatal y cambio ambiental en Bogotá a mediados del siglo XX

Gráfico 9.1. Perfil altimétrico del río Tunjuelo

Mapa 9.1. Barrios clandestinos en Bogotá y sus alrededores, 1950

Mapa 9.2. Sectores del barrio Tunjuelito, 1948

Mapa 9.3. Cambio de curso de la quebrada Chiguaza en el sector del barrio Tunjuelito, 1948-1969

10. De discursos fluidos y aguas pestilentes: el caso del río Bogotá, 1950-1985

Mapa 10.1. Cuenca del río Bogotá en 2013

11. “Una tingua en Bogotá es un humedal recuperado”: ambientalismo en Santa María del Lago, 1950-2010

Mapa 11.1. Humedal Santa María del Lago, 2015

Mapa 11.2. Humedal Santa María del Lago, 1933-1969

Mapa 11.3. Humedal Santa María del Lago, 1975-2004

Introducción

Visita guiada por algunos fragmentos de nuestro pasado

CLAUDIA LEAL

BOGOTÁ NACIÓ EN un altiplano, arrinconada contra los cerros orientales que la convierten en una ciudad amurallada. Hacia el occidente, el terreno baja suavemente y el río Bogotá, convertido desde hace años en una alcantarilla pestilente, sirve de límite al espacio urbano. Quien sale hoy de la ciudad en esa dirección, por la calle 13 o por la 80, ve un paisaje dominado por grandes bodegas construidas hace relativamente poco, galpones donde crecen flores de exportación y pastos para ganadería de leche. Pero aquel bogotano, que ha hecho ese recorrido una y mil veces, no sospecha que ese paisaje está moldeado por uno de los primeros distritos de riego que tuvo el país.

Cansados de las inundaciones, los dueños de las haciendas que bordeaban el río Bogotá promovieron en la década de 1930 la construcción del distrito de riego de La Ramada, conformado por una esclusa, varios canales de irrigación y una estación de bombeo. Querían controlar las aguas con el fin de aprovechar mejor los fértiles terrenos aluviales de parte de la cuenca media produciendo comida para los habitantes urbanos. Estas aguas ya se utilizaban (pero un poco más abajo) para generar electricidad para la ciudad, uso que sería reforzado con la construcción de la represa del Muña en 1944. Por esa época, la cuenca comenzó a ser alterada con otro propósito adicional: proveer agua para el consumo de la urbe. Se construyeron los embalses de La Regadera (1938) y Chisacá (1951) sobre el río Tunjuelo, afluente del Bogotá, para alimentar el moderno acueducto de Vitelma. Luego vinieron las represas del Sisga y el Neusa (ambas en 1951) y Tominé (1962) para controlar el caudal del río Bogotá desde su parte alta. Así se facilitó que entre 1958 y 1985 este río fuera la principal fuente de abastecimiento de agua de la ciudad a través de la planta de Tibitoc (véase mapa 10.1).

Así como el viajero no sospecha que el paisaje que atraviesa al alejarse de la ciudad hacia el occidente tiene una especie de columna vertebral conformada por una infraestructura hídrica, la mayoría de bogotanos ignora que además de matar el río con sus aguas negras, la ciudad ha crecido y funcionado en buena medida gracias a los otros usos que ha dado a ese mismo río. La historia del crecimiento urbano es entonces inseparable de la historia de transformación de una cuenca… y de mucho más. Las obras de ingeniería que han garantizado la provisión de agua y energía para millones de bogotanos dependieron del desarrollo de ciertos conocimientos y tecnologías, y por lo tanto de un sistema universitario, así como de un aparato estatal capaz de planear y financiar las obras. El paisaje que no vemos es producto de nuestra vida urbana y materialización del desarrollo de saberes, instituciones y procesos de cooperación internacional; es una ventana a algunos de los principales procesos que signaron el siglo XX.

Quien quiera comenzar a entender esa historia puede leer la tesis de maestría de Gilberto Ramírez sobre el distrito de riego de La Ramada.1 Esa investigación habría podido servir de base para un capítulo de este libro, pero los tiempos no coincidieron; este proyecto iba ya muy adelantado cuando Gilberto concluyó su tesis. Fragmentos de historia ambiental colombiana recoge investigaciones de egresados de los diferentes programas que ofrece el Departamento de Historia y Geografía de la Universidad de los Andes: además de pregrado, maestría y doctorado en historia, una maestría en Geografía que tiene como uno de sus dos ejes el estudio de las relaciones de las sociedades con el ambiente. Los capítulos que componen este libro son entonces el resultado de la compenetración entre dos disciplinas —la historia y la geografía— que ha caracterizado a este departamento en los últimos doce años. Son también parte de la incipiente construcción de la historia ambiental colombiana, que descansa en buena medida sobre trabajos de grado. Algunos de ellos han sido publicados como libros cortos y unos pocos han dado origen a artículos en revistas.2 El resultado más jugoso hasta ahora es Semillas de historia ambiental, obra que recoge once artículos producto del semillero liderado por la profesora Stefania Gallini en la Universidad Nacional, sede Bogotá, y que inspira nuestro esfuerzo.3

La idea de hacer este libro surgió en 2015 de una conversación en la que algunos de los autores caímos en cuenta de que los estudiantes del Departamento habían hecho una contribución importante —pero poco visible— al estudio de cómo el mundo natural ha moldeado nuestra historia. Invitamos a varios egresados y entre todos convinimos trabajar juntos. Diseñamos un proceso cuidadoso para garantizar la calidad de la publicación, que consistió en realizar dos talleres, más dos rondas adicionales de comentarios y revisión. En el primer taller, que tuvo lugar en marzo de 2016, discutimos los primeros borradores y contamos con comentarios adicionales de un profesor más para cada texto; nos colaboraron Stefania Gallini, Andrés Guhl, Shawn Van Ausdal, Camilo Quintero, Ricardo Arias y Catalina Muñoz, con quienes estamos muy agradecidos. En octubre nos volvimos a reunir para discutir versiones mejoradas de cada texto; en esta ocasión tuvimos el apoyo de Bruno Capilé, quien en ese momento era estudiante doctoral de la Universidad Federal de Río de Janeiro. En 2017 los autores se dividieron en grupos para una ronda más de críticas. Revisé, ya en 2018, esas versiones para hacer unos últimos comentarios. Este largo proceso sirvió no solo para preparar los textos, sino para forjar una comunidad intelectual y de amigos en torno a la tarea de desentrañar la forma en que nuestro pasado está entrelazado con el de los ríos, suelos y bosques que forman la geografía colombiana.

No se trata de una comunidad limitada a los autores del libro y a la Universidad de los Andes. La mitad de los autores estudió también en otras universidades (la Nacional y la Javeriana en Bogotá y la del Valle en Cali), donde sentaron las bases para hacer historia o su interés por asuntos ambientales. Tres son profesores de otras universidades: Frank Molano entró a hacer su doctorado como profesor de la Universidad Distrital en Bogotá y Vladimir Sánchez y Alejandro Camargo recientemente se incorporaron a las plantas de la Universidad Industrial de Santander en Bucaramanga y la Universidad del Norte en Barranquilla. Esta red también sobrepasa las fronteras colombianas. Varios de nuestros estudiantes han participado en los congresos de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental (SOLCHA), y en las escuelas de posgrados que esta ha organizado, o están adelantando posgrados en universidades de Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania.4

Es también una comunidad interdisciplinaria que traspasa los límites de la academia. Algunos de los autores son historiadores, mientras que otros estudiaron biología, ecología, ingeniería ambiental, antropología y geografía. Todos ellos han llevado sus conocimientos híbridos a su desempeño profesional. Algunos, como los profesores ya mencionados, continuarán tendiendo puentes entre las disciplinas sociales y naturales desde la academia. Otros lo harán desde diversas instituciones que hasta ahora han incluido el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt; el Archivo, la Alcaldía y la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, y el Jardín Botánico y la Alcaldía de Medellín.

Este libro es un vehículo para compartir lo logrado con los lectores y ensanchar esta comunidad. Los textos tratan de temas, lugares y periodos variados, pues cada cual definió su investigación siguiendo su propio camino, no un plan trazado de antemano para todos. Aun así es posible encontrar tres grandes temas que he dado en llamar paradas estratégicas en esta visita guiada por los fragmentos aquí disponibles de la historia ambiental colombiana. Como estas paradas hay muchas otras posibles.

La construcción del territorio nacional

La palabra Colombia designa un país y en esa medida hace referencia, entre otras cosas, a un territorio asociado a un Estado y una población. Aunque ese territorio puede representarse de manera abstracta como una mancha en un mapamundi, en últimas remite a un espacio concreto con montañas, carreteras, ciudades y multitud de ecosistemas, donde hace calor o frío y se respira un aire que huele a guayaba o a exhosto. Eso que hemos dado en llamar “proceso de formación nacional” no solo pasa por concebir unas instituciones y alimentar identidades, sino también por definir, ocupar y transformar un espacio, es decir, por forjar un territorio haciéndolo propio. Aunque un espacio se puede apropiar trazando líneas o asignando nombres a ríos y montañas en un mapa, también se hace usándolo y por lo tanto dejando huellas físicas en él. La humanización del área que hoy conocemos como Colombia se remonta a varios miles de años, pero ese proceso se aceleró hace muy poco, en tiempos republicanos. Tenemos la suerte de contar con una visión panorámica, producida por Andrés Etter, Clive McAlpine y Hugh Possingham, que reconstruye los grandes cambios ocurridos en este espacio en los últimos quinientos años.5

Según estos investigadores, a finales del siglo pasado poco más de 40 millones de hectáreas del territorio colombiano habían sido fuertemente modificadas por la acción humana. En casi el 40 % del área nacional los cultivos, los potreros y las áreas urbanas habían reemplazado ambientes que estuvieron dominados por plantas y animales nativos. Otros usos, como la agricultura itinerante, cada vez menos importantes, habían alterado, pero no del todo, los bosques y otros ecosistemas neotropicales que tardaron milenios en formarse. Estos autores explican que los grupos prehispánicos transformaron unas 15 millones de hectáreas (y solo la mitad de ellas de manera drástica), sobre todo en la zona Andina y en menor medida la costa Caribe, las dos regiones más pobladas. Con la debacle poblacional que siguió a la llegada de los europeos, el área humanizada decreció ligeramente para luego aumentar poco a poco hasta que a finales del periodo colonial sobrepasó el espacio transformado en 1492. Después, el ritmo de cambio se aceleró cada vez más. En 1920 había algo más de 24 millones de hectáreas alteradas, es decir que tan solo en el último siglo hemos transformado más de 16 millones de hectáreas: más que en cualquier otro periodo equivalente en el pasado.

La fuerza más poderosa detrás de tales cambios ha sido el crecimiento poblacional y su consecuencia más visible, la deforestación. Ese también es el caso de América Latina en general, debido a la preponderancia de los bosques en esta región: se estima que a principios del siglo XIX más de dos tercios de su territorio estaban cubiertos de bosques, sobre todo húmedos tropicales, pero también secos y templados.6 Según estimativo de los mismos autores citados antes, el actual territorio colombiano tenía unos 4 millones de personas en 1500, que disminuyeron a 1 260 000 en 1600. Solo hasta el siglo XX volvimos a tener una población significativa, de 6 millones en 1920, para cerrar el siglo con algo más de 40 millones. Más de tres cuartas partes de esta población ha vivido en la región Andina y entre 10 y 20 % en el Caribe, por lo que no sorprende que sean estas las regiones más transformadas. Los bosques andinos y los bosques secos del Caribe son los ecosistemas que más han sufrido: de los primeros quedaba —en el año 2000— menos del 40 % de su cobertura original y de los segundos alrededor del 10 %. Sin embargo, de los bosques húmedos tropicales, ubicados donde ha vivido menos del 10 % de la población, casi el 80 % permanecía en pie. Pero estos han disminuido desde entonces.

Esas transformaciones, medidas a escala nacional, nos presentan un panorama general, pero dicen poco sobre los cambios producidos en localidades específicas y sus causas, que pueden ser increíblemente difíciles de reconstruir. El debate sobre el impacto causado en el siglo XVI por la multiplicación del ganado en el continente americano es ejemplo de esta complejidad. Según algunos autores que han estudiado distintas regiones mexicanas, vacas, marranos y ovejas destrozaron cultivos indígenas y además causaron fuerte erosión; otros consideran que su efecto fue más bien marginal.7 Sus discrepancias tienen que ver con la forma en que interpretaron a qué se referían los funcionarios reales con las palabras que usaban para describir el paisaje y con las formas en que estimaron el número de animales que pastaban en un área dada. El trabajo de Katherine Mora sobre Boyacá es un ejemplo de este tipo de investigaciones sobre el periodo colonial para tierras colombianas.8 En este libro, Camilo Torres contribuye con un estudio que plantea que la deforestación en La Guajira y el Cesar comenzó en el siglo XVIII, asociada a la ganadería y la extracción de palo de tinte. Para llegar a esta conclusión, el autor utilizó relatos de la época, como suelen hacerlo los historiadores, pero para convertirse en todo un detective también interpretó mapas y aprendió bases de ecología.

Los cambios producidos por el uso de ciertos espacios, sobre los que descansa la conformación del territorio nacional, también pueden ser sutiles, y por eso corremos el riesgo de dejarlos por fuera de la historia. En otro capítulo de este libro, María Fernanda Pereira muestra que la extracción de recursos de los manglares del norte del Chocó aumentó en la segunda mitad del siglo XX, pero que a pesar de ello estos bosques inundables costeros están en buen estado. María Fernanda explica los factores que llevaron a ese mayor uso, entre los que sobresale la migración de campesinos negros de las selvas de la Serranía del Baudó hacia la costa. Su investigación también muestra que son los hogares más pobres los que actualmente usan el manglar, ante todo para sobrevivir: recolectan leña para cocinar y animales para alimentarse. Llegar a ese resultado fue posible gracias a una metodología muy distinta a la que utilizó Camilo Torres, que incluyó viajar a esta zona dominada por el narcotráfico y establecer una base de confianza y respeto con los pobladores para conversar sobre sus vidas.

Aunque no haya habido fuerte deforestación, documentar cómo se ha usado el manglar, y de esta manera hacer una historia de este ecosistema, resulta razonable, dado que se trata de un espacio habitado. Ese no es el caso del parque nacional más grande que tiene Colombia: Chiribiquete, en la Amazonía, que tras su segunda ampliación, hecha en 2018, cuenta con más de 4 millones de hectáreas. Allí viven algunos grupos indígenas no contactados, además de jaguares, ranas, murciélagos y una lista indefinida de especies animales y vegetales. Esta condición ha facilitado que se olvide que aún este lugar, el que más se ajusta a la idea de naturaleza prístina, también tiene una historia humana. Camilo Uscátegui nos recuerda en este libro que en esa selva no solo hubo caucheros, sino que también la aprovecharon narcotraficantes para construir el mayor complejo de laboratorios de cocaína del que se tenga noticia, mientras que la guerrilla la utilizó como retaguardia de la lucha armada y el Ejército como escenario de una brutal ofensiva. Así, el “paraíso” tiene una historia muy poco paradisiaca.

El caso de la Sabana de Bogotá, mencionado al principio de este texto, también sugiere que la construcción del territorio colombiano es mucho más que un largo proceso de deforestación, pero por motivos distintos a la historia de los manglares y las selvas que permanecen en pie. Construir el país ha implicado la erección de represas y canales y la desecación de humedales en un afán por controlar el agua para producir electricidad, irrigar cultivos y garantizar el consumo humano y de industrias. Así como la infraestructura hídrica marca el paisaje y redefine el ciclo del agua, la creación de parques nacionales y otro tipo de áreas protegidas representa esfuerzos para que miles de hectáreas permanezcan en un estado considerado “natural”. Muchos otros procesos y fuerzas han moldeado nuestro territorio: el emblemático paisaje cafetero —conformado por un mosaico que incluye guaduales y caña, entre otra vegetación— fue producto de las decisiones tomadas y el trabajo realizado durante décadas por campesinos, empresarios, la Federación Nacional de Cafeteros y la Caja Agraria (por no mencionar al Estado brasileño).

Aunque algunas de estas transformaciones vienen de tiempo atrás, el ritmo de cambio, en Colombia y en el mundo, aumentó exponencialmente desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Por eso no sorprende que la mayoría de los capítulos de este libro se concentren en este periodo, que ha dado en llamarse la gran aceleración. En estas décadas, el impacto humano sobre la Tierra y la biosfera se ha disparado hasta el punto de que la acción humana se ha convertido en el factor primordial que define los principales ciclos bioquímicos (como los del carbón y el nitrógeno).9

La “gran aceleración”

A mediados del siglo XX el país era radicalmente distinto de lo que es ahora. Tenía 11 millones de habitantes, de los cuales casi tres cuartas partes vivían en el campo —en fincas y caseríos de menos de 1500 habitantes— sin servicio de agua, alcantarillado o electricidad. Hoy somos 50 millones con apenas una cuarta parte viviendo en las zonas rurales, es decir que en los últimos 70 años el país ha tenido que encontrar maneras de proveer agua y producir electricidad para más de 36 millones de pobladores urbanos, lo que ha implicado la construcción de represas, instalación de tuberías y líneas de trasmisión, erección de plantas de procesamiento, etcétera.10 Así por ejemplo, la capacidad instalada para producir energía eléctrica pasó de 208,5 MW en 1950 a 5660 en 1986, aumento que sobrepasa las tendencias del consumo energético a nivel mundial —que se quintuplicó entre 1950 y finales del siglo— pero que está en sintonía con ellas.11 Ahora tenemos industrias y hogares con altos consumos de energía que provienen sobre todo de fuentes hídricas (como en el resto de América Latina, pero no el resto del mundo), además de sistemas de transporte basados en el consumo de “energía solar congelada” en la forma de gasolina.12 La drástica aceleración que estos patrones cambiantes denotan también tuvo su paralelo en la agricultura.

A mediados del siglo pasado el principal sector de la economía era el agrícola (24 % del PIB en 1947) y el Banco Mundial estimaba que solo el 2 % del territorio nacional estaba cultivado y que la productividad era en general muy baja. Este diagnóstico, producido por el famoso estudio de la misión bajo la dirección de Lauchlin Currie, iba acompañado de propuestas para modernizar el campo, que generaron un debate de varios años que incluyó otras posiciones tendientes a fortalecer las economías campesinas, especialmente después de la guerra civil conocida como La Violencia (1946-1958).13 De la mano de créditos subsidiados y un alto nivel de protección por medio de aranceles, el sector agrícola aceleró la expansión que llevaba desde la década de 1930, especialmente entre 1945 y 1980. La expansión estuvo jalonada por productos de exportación y enmarcada dentro del modelo de la Revolución Verde.14 Este modelo aumentó la productividad agrícola a nivel mundial sobre la base del uso de semillas híbridas para el desarrollo de monocultivos que requerían copiosos insumos: fertilizantes, insecticidas, fungicidas y agua. La transformación agrícola estuvo acompañada entonces de cambios en el paisaje asociados a proyectos de drenaje e irrigación. Este periodo incluyó también la implementación de una tímida reforma agraria (a partir de 1961, pero especialmente entre 1968 y 1972). Tres de los capítulos de este libro analizan los esfuerzos de modernización del campo desde una perspectiva ambiental, novedosa para la historia económica y social en nuestro país.

La susceptibilidad de los monocultivos a las plagas es un asunto bien conocido que fue enfrentado por el modelo agronómico de la Revolución Verde mediante el alto uso de plaguicidas. Sabemos del efecto de enfermedades sobre cultivos de exportación a principios del siglo XX por estudios que han analizado el abandono de campos de cacao en Ecuador infestados por el hongo conocido como monilia y la forma en que las plantaciones de banano en Centroamérica terminaron siendo itinerantes a causa del mal de Panamá.15 En este libro, Marcela Wagner nos muestra cómo la crisis del algodón en el Cesar en 1977, que puso fin a 25 años de auge, fue causada en buena medida por un gusano que se hizo resistente a los plaguicidas. El aumento desmedido en el uso de productos que buscaban acabar con este animalito resultó fatal para esta economía en el contexto del incremento del precio de estos insumos. Este capítulo nos indica que el desarrollo agrícola está basado en dinámicas agroecológicas que resultan fundamentales para entender tanto el funcionamiento de esas economías como sus efectos sobre el resto del ambiente.

La contaminación ha sido uno de los principales efectos de la agricultura moderna. Los venenos que resultaron incapaces de ganar la batalla contra el gusano fueron esparcidos por el aire y así cayeron no solo sobre las matas de algodón, sino también sobre la vegetación vecina de pastos y bosques, habitada por perros, vacas y fauna silvestre. Esos tóxicos se acumularon en los suelos y en las aguas del Cesar, hábitat de peces y fuente de diversos consumos. En el capítulo sobre la escasez de agua en el municipio cañero de Candelaria, en el Valle del Cauca, Lorena Arias también aborda esta problemática. En este municipio, tanto los ríos como los acuíferos están contaminados por el uso de agroquímicos, lo que ha dificultado el acceso al agua de la población.

La contaminación muchas veces no se ve, pero los cambios en el paisaje asociados a la agricultura moderna sí. Obras de ingeniería de diverso tipo han facilitado procesos extensos de transformación ambiental. La desecación de humedales y la construcción de canales de irrigación facilitaron la expansión de la caña de azúcar, que reemplazó a cultivos de pancoger, pastos para el ganado, bosques y espejos de agua, lo que alteró radicalmente el paisaje.16 Este asunto lo aborda para el sur del Atlántico, en el Caribe, Alejandro Camargo en su capítulo. Como en el Valle del Cauca, esta zona inundable fue alterada para promover la agricultura. El terraplén del canal del Dique y el gran embalse del Guájaro eliminaron ciénagas y generaron nuevas dinámicas acuáticas en la región.

Pero el aspecto en que mejor convergen estos tres capítulos es en desentrañar ciertos efectos sociales de la modernización del campo. Alejandro nos recuerda que en el sur del Atlántico, zona de pescadores, la construcción de embalses para controlar las aguas y evitar las inundaciones estuvo asociada a la reforma agraria, que buscaba aliviar la pobreza y mejorar la productividad campesina. Se trataba de un proyecto de reconfiguración ambiental y social que funcionó a medias: las obras tuvieron problemas inesperados y el desarrollo agrícola a gran escala fracasó y fue reemplazado por ganadería. La población se multiplicó y en 2010 la ruptura del terraplén del canal del Dique y las consecuentes inundaciones hicieron evidente la vulnerabilidad a la que están sujetos los habitantes de la zona. Lorena, por su parte, analiza la paradoja en la que viven los habitantes de Candelaria: allí donde había abundantes ríos y acuíferos, carecen de agua para su consumo. La explicación se remonta a la década de 1940, cuando las haciendas cañeras se transformaron en ingenios productores de azúcar y al monopolio de la tierra fueron sumando el monopolio del agua.

Estos dos casos muestran vulnerabilidades asociadas al acceso y manejo del agua; el caso del algodón en el Cesar que reconstruye Marcela resalta los problemas sobre la salud humana del uso de plaguicidas. En ausencia de estudios sobre el tema, Marcela recoge lo que se sabe sobre el efecto de los químicos que se utilizaron y recuerda la forma irresponsable en que estos fueron manipulados y enterrados en zonas que hoy están habitadas. El panorama es angustiante y, aunque extremo, útil para pensar en la agricultura nacional en general. Colombia pasó de ser un país, en 1950, en el que “los insecticidas y fungicidas eran costosos, y [solían] no estar disponibles”, a ser uno de los países con mayor uso de estos insumos en el mundo.17 Tanto las grandes empresas agrícolas como los pequeños productores campesinos han utilizado por décadas productos tóxicos que han tenido un fuerte efecto acumulado sobre la vida de la gente en las zonas rurales.18

Entender las transformaciones en el paisaje y en las formas de vida rurales implica examinar sus conexiones con otros procesos que pueden parecer distantes. La modernización de la agricultura en el llamado Tercer Mundo fue un proceso global asociado a programas de investigación internacionales, la producción de agroquímicos —sobre todo en el mundo desarrollado— y la expansión de mercados nacionales y extranjeros. El crecimiento y especialización del aparato estatal también fue fundamental. El periodo de 1950 a 1980 correspondió al de más altas tasas de aumento del gasto público en la historia de Colombia hasta ese momento; una de las razones para ello fue precisamente el financiamiento de grandes obras de inversión entre las que estuvieron las represas.19 Aunque las obras de desecación e irrigación en nuestro país han sido escasas en comparación con otros países de América Latina —en especial México y Brasil que tenían el 40 y el 17 % de la superficie total con riego en la región en 1986—, a finales de la década de 1980 había unas 750 000 hectáreas con infraestructura hídrica. La mayor parte de esas obras se construyó en las décadas de 1960 y 1970 como resultado del impulso dado por el Instituto Colombiano de Reforma Agraria, creado en 1961.20 Otras instituciones también han ayudado a este desarrollo, como las corporaciones creadas para manejar los recursos naturales en varias regiones, entre las que sobresale la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca, la primera de todas, creada en 1954.21

Un factor adicional de cambio ha sido el crecimiento de las ciudades que se han convertido en enormes espacios con ambientes singulares, que como huracanes tienden a transformar áreas aledañas y lejanas. Algunos estudiosos han dado en equiparar las urbes con organismos que de manera insaciable consumen innumerables recursos para luego expulsar otros: partículas suspendidas en el aire, basuras, aguas servidas… Qué mejor caso para explorar esos procesos que Bogotá.

La ciudad capital

Los autores del libro parecen no solo estar influenciados en la escogencia de sus temas de investigación por la gran aceleración de las últimas décadas, sino también por el ambiente en el que viven. Además del énfasis temporal señalado, este libro presenta un fuerte sesgo hacia el estudio de Bogotá, la ciudad donde los capítulos fueron escritos. El agua es el elemento más presente en ellos; sirve como camino para examinar la conexión de la ciudad con sus alrededores y el espacio que ocupa y transforma. También permite explorar las ideas cambiantes sobre la naturaleza, la formación de comunidades (políticas) urbanas y la relación de estos grupos y los ciudadanos en general con las autoridades locales. Todo ello en el contexto de una expansión urbana sin precedentes, que ha complejizado estas relaciones y concepciones. A principios del siglo XX, Bogotá era una ciudad con menos de 100 000 habitantes, que a mediados de siglo alcanzó más de 700 000 y, en 1964, ya sumaba un millón adicional. Ese ritmo siguió desbocado, de tal manera que a principios del siglo XXI, “la tenaz” suramericana tenía casi 7 millones de almas conviviendo juntas.22

Debido a su pequeño tamaño, la Bogotá de finales del siglo XIX continuaba utilizando el agua de dos riachuelos (afluentes del río Bogotá) que bajaban de los cerros orientales, tal como lo había hecho desde su fundación. Pero además de pequeña, era compacta, más densa que unas décadas atrás, lo que había generado mayor presión sobre esos caudales. La consecuente preocupación por el suministro de agua fortaleció una visión que ubicaba a la ciudad como el eje ordenador del espacio circundante y llevó a crear el actual paisaje citadino marcado por el verde de los cerros tutelares en lugar del café grisáceo de la erosión. Como muestra Luis Miguel Jiménez, alarmados por la disminución del caudal de estos riachuelos, ingenieros, científicos y altos funcionarios bogotanos identificaron como causa de este mal la deforestación de sus cuencas altas, es decir, de los cerros. Propusieron entonces reforestarlos, para lo cual fue necesario pasar ese espacio al dominio estatal mediante la compra de las haciendas que había allí. Los promotores del proyecto también abogaron por sacar a las pocas personas que vivían en esta zona. Como explica Luis Miguel, estos hombres de letras defendieron una estricta separación entre el espacio urbano habitado y el espacio contiguo, concebido como natural y al servicio de la ciudad.

El agua de los riachuelos que inspiró la reforestación de los cerros resultó insuficiente, dadas las crecientes necesidades de la urbe en expansión. En 1938, la ciudad inauguró el acueducto de Vitelma que se surtía de las aguas del río Tunjuelo, otro afluente del Bogotá. Este acueducto no lograba crecer al mismo ritmo de la ciudad y menos atender los barrios que se iban formando fuera de sus límites oficiales, incluyendo las riberas del propio río Tunjuelo al sur. En barrios como Tunjuelito, San Carlos y Meissen, surgidos a finales de la década de 1940, pobladores y urbanizadores tuvieron que buscar por su cuenta cómo solucionar las necesidades de consumo de agua y la posterior disposición de aguas negras. Como explica Vladimir Sánchez, en este sector el río y la quebrada Chiguaza sirvieron como fuente de agua, zonas de recreo y también como alcantarillado. Cuando en 1955 se creó el Distrito Especial que anexó seis municipios aledaños a Bogotá, barrios como estos, considerados “clandestinos”, pasaron a ser sujetos a “regularización”, lo que incluía su conexión al acueducto. El proceso implicó una nueva manera de acceder al agua, que en últimas alejaba a los pobladores del río que habían hecho suyo, y el establecimiento de una relación entre las autoridades municipales y los ciudadanos mediada por un servicio público, que movilizaba un elemento de la naturaleza sin el que no se puede vivir. Así, los tubos del acueducto, y el agua que fluye por ellos, conectaron al Estado con los citadinos, moldeando ciudadanías, y a Bogotá con el páramo de Sumapaz, donde nace el río Tunjuelo.

Así como la ciudad requiere agua para funcionar, también produce desechos con los que debe lidiar. Durante siglos la basura fue primordialmente orgánica y cada hogar la reutilizaba como abono o comida para animales, o la botaba a la calle y a los riachuelos para que los chulos (un tipo de buitres) o el agua se la llevaran. En la medida en que la ciudad creció, la disposición de las basuras se convirtió en un serio problema público. Como lo explica Frank Molano en su capítulo, al tiempo que las autoridades citadinas compraban los terrenos de los cerros para reforestarlos, debatían qué hacer con las basuras. Inspirados por las mismas ideas higienistas que llevaron a reforestar con eucaliptos, las voces más fuertes en este debate opinaban que las basuras —que seguían siendo en su mayoría orgánicas y malolientes— debían desaparecer de la ciudad. Abogaban por acabar con su uso como abono y con formas de reciclaje para en cambio quemarlas. Estas discusiones rodearon el proceso mediante el cual las basuras se volvieron objeto de intervención estatal permanente. Se creó así una burocracia especializada en recoger la basura y se impulsó una tecnología preferida: el horno crematorio, instalado en 1934. Este servicio implicaba establecer lo que Frank llama un contrato sanitario encaminado a garantizar un ambiente sano: los ciudadanos se comprometían a sacar la basura en ciertos horarios y recipientes a cambio de que el estado local la recolectara. Aunque el servicio nunca operó como se esperaba y el horno fue clausurado en 1958, la disposición de basuras ayuda a entender los modos en que el ambiente urbano fue concebido y la manera en que se formó un estado local en relación con ciudadanos que reclamaban el derecho a que su basura fuera recogida y desaparecida.

La ciudad no solo produce basura, sino aguas servidas que han ido a parar al río Bogotá, una de nuestras grandes vergüenzas. Martín Vélez y Vladimir Sánchez examinan las formas como la contaminación del río ha sido considerada problemática. A mediados del siglo XX, cuando el crecimiento de la ciudad se disparó y la suciedad del río se hizo muy evidente, esta condición fue identificada en términos sanitarios como un riesgo para la salud de quienes consumían leche u otros alimentos producidos con dicha agua. Ya en la década de 1970, las aguas putrefactas del río Bogotá pasaron a ser consideradas también un problema ambiental, es decir, una situación indeseable no solo por las consecuencias que pudiera tener para los capitalinos, sino por la salud del río mismo. El punto aquí no es principalmente la contaminación y muerte del río, que no es noticia para nadie, sino las formas en que su transformación ha sido entendida. Tal estudio nos presenta un punto de quiebre más para una posible periodización de la historia ambiental de Bogotá. Además del paso del siglo XIX al XX, cuando el incipiente crecimiento urbano genera el establecimiento de servicios públicos para regular el metabolismo de la ciudad, y mediados de siglo, cuando esta expansión se dispara en sintonía con la gran aceleración mundial, estaría la década de 1970, cuando el ambientalismo afecta la forma de entender el medio ambiente.

Tal periodización parece confirmarla la investigación de Daniel Tarazona sobre el movimiento generado para salvar lo que quedó del humedal de Santa María del Lago. Así como Bogotá se construyó sobre el río Tunjuelo asfixiándolo, también lo hizo sobre los muchos humedales que había en el occidente. Hacia mediados de siglo, nuevos barrios empezaron a rodear los humedales y en el proceso separaron los flujos de agua entre ellos y los redujeron llenándolos de escombros para ganar espacio para construcción. Pero igual que el río, los humedales y sus lagos también fueron fuente de recreación y más adelante el objeto de movilización ciudadana. En la década de 1970 se creó un movimiento de vecinos que buscó exitosamente evitar la urbanización de lo que quedaba del humedal de Santa María del Lago y que además propendió por limpiarlo. Veinte años después, el distrito asumió la defensa de los humedales, dejando al movimiento de vecinos sin razón de ser y contribuyendo a ahondar la división entre quienes abogaban por un humedal para la recreación urbana y quienes consideran que este debía permanecer intocado para recuperarse mejor de todos los daños sufridos. La naturaleza urbana es en este caso no solo punto de articulación entre Estado y ciudadanía sino entre la ciudadanía misma.

Los textos de este libro develan las relaciones de la ciudad con su entorno —los cerros, el páramo, los ríos— y también demuestran que el manejo del ambiente urbano —mediante los humedales, el acueducto y los desechos— moldeó la pertenencia a una comunidad política en construcción. El libro explica asimismo cómo la ciudad no es un espacio abstracto e uniforme, sino que tiene características físicas concretas que la han definido. El suave descenso de los cerros hacia el río Bogotá fue fundamental para que el agua lluvia pudiera arrastrar las basuras por las calles empedradas de la ciudad. El río Tunjuelo facilitó la urbanización de parte del suroccidente al proveer una fuente de agua y alcantarillado, mientras que los empinados cerros marcaron el límite urbano.

La materialidad de la naturaleza es un asunto que contribuye al análisis en prácticamente todos los capítulos del libro. Los cultivos de algodón no eran solo un sector de la economía (medido de manera abstracta en términos del valor de la producción, por ejemplo), sino un agroecosistema que debe ser entendido en términos de la relación entre sus distintos componentes, entre ellos, suelos, variedades de algodón, químicos añadidos y fauna asociada. La transformación del sur del Atlántico nos ilustra lo que se vuelve obvio en algunas catástrofes: que la naturaleza, en este caso el agua, tiene sus propias formas de operar que van más allá de los designios humanos, por lo cual la podemos considerar un actor más en el gran drama de la historia. Y los resultados de los muchos procesos aquí estudiados tienen manifestaciones físicas claras, como la vegetación de los cerros que nos alegra la vida a los bogotanos.

El libro está organizado de la misma manera que esta introducción, en tres secciones aunque con títulos distintos: Bosques, Modernización agrícola y Crónicas urbanas. Los capítulos exploran desde diferentes ángulos la construcción del territorio nacional, la gran aceleración de los últimos setenta años y la urbanización como opciones —entre muchas— para pensar nuestro pasado en relación con la naturaleza. Mientras preparamos y publicamos este libro, otras investigaciones se estarán produciendo sobre regímenes energéticos, animales o ambientalismos, o tal vez las veremos más adelante. Así estaremos construyendo una historia más completa, que no asuma que lo humano está aislado de todo lo demás que conforma un solo mundo. Las posibilidades son infinitas, el futuro prometedor. Ojalá este libro les sirva a muchos como incentivo.

Referencias

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Notas

1 Gilberto Ramírez, “Irrigación y usos del agua en el río Bogotá: El caso del distrito de riego de La Ramada, 1939-2000” (tesis de Maestría en Geografía, Universidad de los Andes, 2018), dirigida por Andrés Guhl.

2 Julián Alejandro Osorio Osorio, El río Tunjuelo en la historia de Bogotá, 1900-1990 (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte, Observatorio de Culturas, 2007); María Lucía Guerrero Farías, “Pintando de Verde a Bogotá: Visiones de la naturaleza a través de los parques del Centenario y de la Independencia, 1880-1920”, HALAC 1: 2 (2012): 112-139; Bibiana Preciado, Canalizar para industrializar: La domesticación del río Medellín en la primera mitad del siglo XX (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2015); Katherine Giselle Mora Pacheco, Prácticas agropecuarias coloniales y degradación del suelo en el valle de Saquencipá, provincia de Tunja, siglos XVI y XVII (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2015); Diego Molina, Los árboles se toman la ciudad: El proceso de modernización y la transformación del pasaje en Medellín, 1890-1950 (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2015). Otras no han sido publicadas, pero están disponibles para consulta, por ejemplo el trabajo de Olga Fabiola Cabeza Meza, “Agua y conflictos en la Zona Bananera del Caribe colombiano en la primera mitad del siglo XX” (tesis de maestría, Instituto de Estudios Ambientales, Universidad Nacional de Colombia, 2014).

3 Stefania Gallini, ed., Semillas de historia ambiental (Bogotá: Jardín Botánico de Bogotá y Universidad Nacional de Colombia, 2015).

4 Véase http://solcha.org/.

5 Andrés Etter, Clive McAlpine y Hugh Possingham, “Historical Patterns and Drivers of Landscape Change in Colombia Since 1500: A Regionalized Spatial Approach”, Annals of the Association of American Geographers 98 (2008): 2-23.

6 John Soluri, Claudia Leal y José Augusto Pádua, “Lo ‘latinoamericano’ en la historia ambiental de América Latina”, en Un pasado vivo: Dos siglos de historia ambiental latinoamericana, editado por Claudia Leal, John Soluri y José Augusto Pádua (Bogotá y Ciudad de México: Ediciones Uniandes y Fondo de Cultura Económica, 2019), 7. Las historias de deforestación más emblemáticas con las que contamos son Warren Dean, With Broadax and Firebrand: The Destruction of Brazil’s Atlantic Forest (Berkeley: University of California Press, 1995) y Reinaldo Funes Monzote, De bosque a sabana: Azúcar, deforestación y medio ambiente en Cuba, 1942-1926 (México: Siglo Veintiuno Editores, Estado Libre y Soberano de Quintana Roo, 2000).

7 Elinor Melville, Plaga de ovejas: Consecuencias ambientales de la conquista de México (México, Fondo de Cultura Económica, 1999 [1994]); Lucina Hernández, comp., Historia ambiental de la ganadería en México (México: Instituto de Ecología e Institut de Recherche pour le Développement, 2001); Karl Butzer y Elizabeth Butzer, “The ‘natural’ vegetation of the Mexican Bajío: Archival Reconstruction of a 16th Century Savanna”, Quaternary International 34/44 (1997): 161-172.

8 Mora Pacheco, Prácticas agropecuarias coloniales.

9 John R. McNeill y Peter Engelke, The Great Acceleration: An Environmental History of the Anthropocene since 1945 (Cambridge y Londres: The Belknap Press de Harvard University Press, 2014), 4.

10 Banco Mundial, The Basis of a Development Program for Colombia. Report of a Mission headed by Lauchlin Currie (Washington: The Johns Hopkins Press, 1950).

11 Carlos Sanclemente, Desarrollo y crisis del sector eléctrico colombiano (Bogotá: Universidad Nacional, 1993), 13, 27; McNeill y Engelke, The Great Acceleration, 9.

12 Ramón Espinasa y Carlos G. Sucre, “What Powers Latin America?” ReVista: The Harvard Review of Latin America (otoño de 2015), https://revista.drclas.harvard.edu/book/what-powers-latin-america. La expresión es de McNeill y Engelke, The Great Acceleration, 9.

13 Banco Mundial, The Basis of a Development Program.

14 Salomón Kalmanovitz y Enrique López, La agricultura colombiana del siglo XX (Bogotá: Fondo de Cultura Económica y Banco de la República de Colombia, 2006).

15 Stuart McCook, “Las epidemias liberales: Agricultura, ambiente y globalización en Ecuador, 1790-1930”, en Estudios sobre historia y ambiente en América Latina, vol. 2, Norteamérica, Sudamérica, y el Pacífico, editado por Bernardo García Martínez y María del Rosario Prieto (México: El Colegio de México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 2002), 223-246; John Soluri, Culturas bananeras: Producción, consumo y transformaciones socioambientales (Bogotá: Siglo del Hombre, Universidad Nacional de Colombia, 2013 [2005]).

16 Aceneth Perafán Cabrera, Enrique Peña Salamanca y Óscar Buitrago Bermúdez, Humedales vallecaucanos: Escenario natural de cambios históricos de ocupación y transformación (Cali: Universidad del Valle, 2018).

17 Banco Mundial, The Basis for a Development Program, 70-71. Datos de años recientes pueden ser obtenidos en: FAOSTAT: http://www.fao.org/faostat/en/#data.

18 Un importante estudio sobre este tema para México es Angus Wright, The Death of Ramón González: The Modern Agricultural Dilemma (Austin: University of Texas Press, 1992).

19 Fernando Uricoechea, Estado y burocracia en Colombia, historia y organización (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1986).

20 Departamento Nacional de Planeación, “Programa de adecuación de tierras 1991-2000”, Documento DNIP-2538-UDA-MINAGRICULTURA, Bogotá, junio 27 de 1991.

21 Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca, Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca 50 años (Cali: CVC, 2004), en especial la página 149; Francisco Canal Albán y Manuel Rodríguez Becerra, “Las corporaciones autónomas regionales 15 años después de la creación del SINA”, en Gobernabilidad, instituciones y medio ambiente en Colombia, editado por Manuel Rodríguez Becerra (Bogotá: Foro Nacional Ambiental, 2008).

22 La Atenas suramericana fue el apelativo con el que los modestos letrados capitalinos denominaron a su ciudad, que inspiró este otro apelativo un siglo después.

Bosques

1

El desmonte del bosque seco tropical en el Caribe: La Guajira y el valle del río Cesar a finales del periodo colonial*

CAMILO ALFONSO TORRES BARRAGÁN

HACIA EL FINAL del periodo colonial, el paisaje del Caribe colombiano fue descrito por habitantes, viajeros y funcionarios como un lugar de espesos montes y bosques, llenos de maderas útiles.1 Sin embargo, la imagen de la región hoy es la de una sucesión de llanuras de pastoreo y zonas semidesérticas, con algunas franjas aisladas de bosque. Ecólogos y biólogos concuerdan en que el paisaje del Caribe es uno de los más intervenidos por la acción humana en el país y señalan que solo quedan algunos fragmentos de la vegetación “original”.2 Usualmente, la desaparición de los bosques caribeños es atribuida a la ganadería y a actividades económicas de exportación desde finales del siglo XIX en adelante, por lo que existen pocos estudios sobre periodos anteriores.3 Asimismo, las actividades relacionadas con recursos forestales han sido estudiadas dejando de lado el análisis de su impacto ambiental.4 En contraste, en otras partes del continente, como México y Brasil, el impacto ambiental de actividades como la ganadería y la extracción de maderas ha sido ampliamente estudiado en periodos tan tempranos como el siglo XVI.5 En Colombia solo recientemente algunos autores han propuesto que la relación entre ganadería y deforestación data por lo menos de mediados del siglo XIX6 y que el impacto se puede rastrear incluso quinientos años atrás.7 Siguiendo el camino abierto por estos autores, propongo que el bosque seco tropical del valle del río Cesar y de La Guajira ha venido siendo afectado por lo menos desde mediados del siglo XVIII por el efecto combinado de procesos de colonización, ganadería y extracción de maderas tintóreas.

Hacia el final del periodo colonial, estos procesos estuvieron relacionados con una sostenida recuperación demográfica en el Nuevo Reino de Granada: de 798 000 habitantes en 1778 se pasó a 940 000 en 1800, con un crecimiento de 0,78 % anual.8 Asimismo, hubo un intento de la Corona por afianzar el control militar y económico sobre sus colonias, acelerando las Reformas Borbónicas.9 Dentro de estas reformas hay tres de especial importancia para las relaciones entre los pobladores y los bosques del Caribe: el edicto de libre comercio (1778), que abrió más espacios legales para el comercio intercolonial y aceleró actividades como la ganadería y la extracción de maderas; la organización de un monopolio del palo de Brasil (1784-1785), y el impulso de campañas para fundar nuevas poblaciones, muchas veces en zonas boscosas.10

A la par de estos cambios demográficos y políticos, las plantaciones francesas, inglesas y holandesas del Caribe se enfocaban en la exportación, dejando poco espacio para la producción de alimentos. Se hizo entonces necesaria la “importación” de reses vivas y carne seca desde el Caribe neogranadino, lo que, junto con la demanda interna, llevó a que se llegara a criar más de medio millón de reses.11 Asimismo, en el contexto de la revolución industrial, las textileras de los Países Bajos, Inglaterra, Francia y España demandaron grandes cantidades de materias primas, entre las que se incluyeron los tintes de origen vegetal.12 La gran mayoría del comercio de materias primas entre las colonias españolas y Europa se hizo por medio del contrabando, muchas veces con complacencia y participación de las autoridades locales.13

Estos procesos impactaron el bosque seco tropical, que era el paisaje más abundante en el Caribe del siglo XVIII y ha sido uno de los más transformados.14 De su cobertura “original” estimada en todo el país en 8 900 000 ha, actualmente solo quedan 717 000 ha (8,2 %), de las cuales únicamente el 5 % está en áreas protegidas, mientras que el 60 % está clasificado para uso ganadero.15