Fragmentos De Venus - Tjalara Draper - E-Book

Fragmentos De Venus E-Book

Tjalara Draper

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Beschreibung

Fragmentos De Venus

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Derechos de autor del autor © 2022 Tjalara Draper

Derechos de autor del traductor © 2022 Lissethe Herrera

Derechos de autor de los servicios de traducción © 2022 Tektime

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de este libro o su traducción puede reproducirse de ninguna forma ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso por escrito del autor, traductor y editor, excepto para el uso de breves citas en un libro. revisión.

Gracias por respetar el arduo trabajo de este autor, traductor y editor.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se usan ficticiamente. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

www.tjalaradraper.com

Edición original en inglés Editado por: Kirstin Andrews

Diseño de portada por: Tjalara Draper Creative

Imagen de fondo del capítulo diseñada por: baimo on pngtree

Diseños de imagen de encabezado de capítulo por: Tjalara Draper Creative

Creado con Vellum

Para mi esposo, Kevin

Mi soporte, mi alegría y mi mejor amigo.

Muchas gracias por haber creído en mí y

por haber leído este libro a pesar de que no te guste la fantasía y pienses que paso demasiado tiempo con

«mis tontos dragones y hadas».

Te amaré por siempre.

ÍNDICE

ESCRITO POR TJALARA DRAPER

Capítulo 1

Cerrando el caso

Capítulo 2

Atentado contra papilas gustativas

Capítulo 3

Estúpida rosa

Capítulo 4

Hadas furiosas

Capítulo 5

Te encontré

Capítulo 6

Aquel candelabro

Capítulo 7

¿Qué quieres, rubita?

Capítulo 8

Sonrisa de tiburón

Capítulo 9

Encuentro casi mortal con un psicópata

Capítulo 10

Canela y sal

Capítulo 11

No más psicópatas dementes

Capítulo 12

Cuchillo carnicero barato

Capítulo 13

Manual para caballeros

Capítulo 14

Afrodita

Capítulo 15

Codiciosa con el título de «loca»

Capítulo 16

Preferiría ser una piñata

Capítulo 17

Árboles danzarines

Capítulo 18

Hoyuelos de Venus

Capítulo 19

Sangre, aliento y… ¿huesos?

Capítulo 20

Soy increíblemente guapo

Capítulo 21

Esquirlas de cristal

Capítulo 22

No te vayas a enojar, ¿sí?

Capítulo 23

Retorcidos juegos

Capítulo 24

Acércate, slith

Capítulo 25

Diamante salpicado en sangre

Capítulo 26

Seh’vuthi

Capítulo 27

Arroz con especias

Epílogo

Notas

Agradecimientos

SOBRE LA AUTORA

SOBRE LA TRADUCTORA

ESCRITO POR TJALARA DRAPER

CAMBIAFORMAS CELESTIALES

FRAGMENTOS DE VENUS - LIBRO 1

~ ¡FLAMAS DE MARTE - LIBRO 2 PRÓXIMAMENTE, EN BREVE, PRONTO! ~

CAPÍTULO1

CERRANDO EL CASO

Nathan Delano recorrió la oscura estancia de la cabaña, prestando especial atención a sus pasos. Las luces provenientes de las patrullas parpadeaban con intensidad, reflejándose en innumerables charcos y manchas carmesí. A continuación, procedió a saludar a cada uno de los Erathi uniformados presentes.

«Humanos», se recordó, negando con la cabeza. Aún después de tantos años, la palabra «Erathi»seguía siendo la primera que se le venía a la mente.

La detective Judith Walker inspeccionaba con una mano enguantada el sólido mecanismo del cerrojo de la puerta de un dormitorio. En cuanto notó su presencia, le hizo un gesto para que se acercara.

—Hola, Jude —la saludó, recorriendo una vez más la sala con la mirada—. ¿Cuál es la situación?

—Hola, Delano. —Se quitó el guante de un tirón y señaló una bolsa negra que contenía un cadáver, la cual estaba siendo cerrada por un paramédico—. Una adolescente fallecida.

—¿Sabemos de quién se trata?

—Sí. Es la chica Branstone desaparecida. —Jude le entregó su teléfono—. Ten, echa un vistazo. Tomé estas cuando llegué.

Nathan navegó entre las fotos de Jude, reconociendo a aquella chica rubia de inmediato. Sin duda se trataba de la víctima: Lyla-Rose Branstone. El tenebroso contraste entre ambas fotografías era asombroso; a diferencia de la amplia sonrisa que mostraba en la foto del anuario anexada en su expediente, sus ojos ahora se encontraban muy abiertos y vidriosos. Tenía cuatro horribles y profundos cortes grabados en el lateral de la cabeza, los cuales se extendían desde detrás de la oreja hasta llegar a la barbilla. Incluso la propia oreja había sido rajada en varias zonas.

—Mira esto. —Jude se posicionó a su lado para ampliar la imagen, mostrándole el área situada entre el cuello y el hombro de la víctima—. Lo primero que pensé fue que se trataba de una extraña mordedura.

Seis punzadas ensangrentadas, situadas justo debajo de la clavícula izquierda de Lyla, formaban un arco incompleto que carecía de cúspide. Las marcas ubicadas en los extremos de este eran las más pequeñas, mientras que las que se encontraban en el medio tenían el ancho de un bolígrafo.

Sintió una opresión en el pecho.

«No. Aquí no. No en Brookhaven». Solo una especie era capaz de haber causado tal mordedura: su propia raza, los Veniri.

De hecho, llevaba los últimos quince años escondiéndose de ellos.

—¿Encontraron algún arma? —preguntó, esperando que Jude no notara su evasiva respuesta.

Ella negó con la cabeza.

—Nada. Al menos, no todavía. Localizaron un vehículo abandonado en la carretera. Ya envié a un oficial a revisarlo. Solo falta que yo lo haga.

Nathan asintió y le devolvió su teléfono.

—¿Algún testigo?

—El dueño de la cabaña que vive en la parte baja de la colina. Él y su mujer estaban a punto de acostarse cuando escucharon gritos que venían de aquí. Decidió venir a investigar y, cuando encontró a la víctima, llamó a emergencias de inmediato.

Un músculo se tensó en su mandíbula.

—¿Pudo ver algo más? ¿Alcanzó a ver al culpable?

La detective volvió a negar con la cabeza.

—Quienquiera que haya estado aquí se marchó antes de que él… —Se vio interrumpida por la melodía de su teléfono—. Es uno de mis hijos —explicó, observando la pantalla. A continuación, lo miró en señal de disculpa.

Nathan le hizo un gesto para que contestara.

—Yo me encargo.

—Gracias, Nathan. —Tras darle una palmadita en el hombro, atendió de inmediato y se dirigió directamente a la salida—. Hola, ¿qué pasa, cariño…?

Una vez que se aseguró de que los paramédicos que llevaban la bolsa con el cadáver la hubiesen seguido, regresó a la habitación. Era hora de ponerse a trabajar.

La pintoresca cabaña seguramente había sido construida hacía varias generaciones por uno de los antepasados del propietario. Las alfombras hechas a mano dispersas en el suelo le daban un toque acogedor, o al menos hubiera sido el caso si estas no se encontrasen aplastadas entre los muebles astillados. En una de las paredes de madera había un armero decorativo acompañado por una colección de cabezas de animales colocadas en placas: ciervos, zorros, un oso, una cebra y un tigre. Nathan nunca había entendido el afán humano por los trofeos, aquella necesidad que los impulsaba a exhibir con orgullo trozos de sus víctimas.

Se abrió paso entre el caos con gran precisión, observando los detalles de cada herida, salpicadura y mancha de sangre, y tomando algunas fotografías de vez en cuando. El piso de madera crujió ante el avance de sus botas. Una vez que llegó a la puerta trasera, la cual había permanecido abierta, fue recibido por una helada ráfaga de viento que golpeó su rostro y nuca, obligándolo a alzarse el cuello de la camisa y a ajustar su chaqueta. Contempló la oscuridad, aspirando una profunda bocanada del frío aroma que caracterizaba a aquella noche.

Un cosquilleo familiar se deslizó bajo su lengua.

Miró hacia atrás, asegurándose de que ninguno de los oficiales restantes le prestara atención. De esa manera, dejó que la pequeña transformación siguiera su curso, permitiéndole a aquel cosquilleo inicial convertirse en una fuerte punzada.

En cuestión de segundos, una lengua bífida salió disparada de entre sus labios como un látigo, volviendo a su boca al cabo de unos instantes. Fue así como evaluó los aromas y sabores de la noche; un ramillete de persistentes y potentes olores derivados de la actividad nocturna.

La habilidad que poseían los Veniri para rastrear esencias, o mejor dicho la esencia del alma, había ayudado enormemente a Nathan en su trabajo como detective Erathi, pues era mucho más sencillo determinar los hechos de la escena del crimen si se podían oler las intenciones y emociones residuales del momento. Sin embargo, teniendo en cuenta la cantidad de policías, paramédicos y civiles que habían transitado la zona durante la última hora, haría falta algo más que su lengua para aislar la información que necesitaba.

Examinó las estrellas. La luz que desprendían resultaba sorprendente, eso era un hecho. Aun así, ninguna de ellas brillaba tanto como Venus, cuyo resplandor podía apreciarse incluso a través de las ramas de los árboles. Nathan cerró los ojos y respiró profundamente, empapándose de los rayos venusianos.

Finas membranas se deslizaron bajo sus parpados cerrados, creando un nuevo par lateral en su interior. Cuando volvió a abrirlos, el paisaje que tenía delante no había cambiado; seguía empapado de oscuridad. O al menos así fue hasta que su lengua bífida volvió a hacer acto de presencia. Esta vez, los senderos plagados de almas se iluminaron, transformándose en fosforescentes zarcillos de humo, volutas brillantes que contrastaban con la oscuridad. Cada uno de ellos relucía un tono diferente del arcoíris y se dirigía hacia el bosque que se encontraba más al fondo.

Salió de la cabaña, sintiendo el crepitar y crujido de las hojas con cada paso. Cuando los rastros comenzaron a desvanecerse, volvió a avivarlos con ayuda de su lengua. Era gracias a esta que podía procesar los sabores infundidos en cada rastro, los cuales le permitían recopilar información valiosa.

Tras haber caminado durante unos instantes, sintió cómo su bota se impactaba contra algo. Devolvió las membranas al interior de sus ojos y sacó su linterna. El haz incandescente de esta reveló a un hombre inconsciente que vestía una capucha y unos jeans. Junto a él, a medio metro de distancia, había otra persona: una adolescente cuya ropa se hallaba salpicada de manchas de color rojo intenso.

Cuando el haz de su linterna captó su rostro, no pudo evitar maldecir en voz baja. Era otra de las jóvenes de su expediente.

«Violet Chambers, 16 años de edad. Tutores legales: Norman y Connie Hopkins. Dirección: Daisy Crescent #42. Desaparecida. Vista por última vez alrededor de las 11:15 p.m. del jueves 18 de julio».

Su pelo castaño oscuro estaba cubierto de sangre, suciedad y hojas. A diferencia de la foto en su expediente, lucía bastante demacrada. La mayor parte de su rostro se hallaba cubierta de cortes y magulladuras, y su ojo derecho era casi imperceptible debido a la hinchazón que lo rodeaba.

Nathan agachó la cabeza y se frotó las sienes con cansancio. Tomó aire durante algunos instantes, y después colocó su mano en el cuello de la víctima con el fin de localizar su pulso.

Un débil latido resonó entre sus dedos.

* * *

Nathan se apresuró a regresar a la cabaña, procurando no zarandear a la joven que llevaba en brazos. Violet emitió un débil quejido.

—Aguanta un poco más —le indicó—. Ya casi llegamos.

Ingresó por la puerta trasera, saliendo rápidamente por la delantera.

—¡Necesito una ambulancia! —exclamó.

Jude fijó su atención en él. Dejó escapar un grito ahogado, con los ojos abiertos de par en par, y vociferó algunas órdenes. En cuestión de segundos, dos paramédicos le habían acercado una camilla. Nathan depositó ahí a la chica y retrocedió, haciendo espacio para que los profesionales pudieran empezar a efectuar sus sincronizadas maniobras.

No recordaba mucho de lo que pasó después, solo que le había contado a Jude acerca de su descubrimiento, omitiendo el hallazgo del segundo cuerpo. Lo había ocultado apresuradamente, sabiendo que pronto debía regresar a limpiar el desastre antes de que alguien lo encontrara y empezara a hacer preguntas. En especial Jude.

La miró con detenimiento, sintiendo como su mandíbula se tensaba en el proceso. Tenía la barbilla apoyada en una mano, postura que hacía cada vez que reflexionaba. Casi podía ver a su cerebro descomponiendo y analizando las nuevas pruebas que él le había brindado. Su inteligencia e intuición siempre lo habían impresionado; aquellos rasgos la convertían en una gran detective. No obstante, que lo fuera también lo hacía trabajar horas extras para mantenerla al margen. Jamás debía enterarse sobre el origen de aquel caos infernal. De saberlo, su vida estaría en peligro, por no hablar de la suya.

Soltó un bufido. ¿A quién quería engañar? Esta llevaba años corriendo peligro.

Aquel sonido burlón trajo a Jude de vuelta a la realidad. Tras menear la cabeza, volvió a centrar su atención en él.

—Siento haberme desconectado así. Estaba pensando.

Nathan le dedicó una sonrisa cómplice, absteniéndose de responder.

—Ten. —Metió la mano en el coche en el que él que se apoyaba, sacando un termo rojo de su interior—. Toma un poco de café. Espero que siga caliente.

Bebió un sorbo, estremeciéndose de inmediato. Aun así, se obligó a tragar aquel líquido amargo y tibio.

—Uf, quizás puedas ponerle un poco de azúcar la próxima vez —comentó mientras se limpiaba la boca con su manga.

—No tuve tiempo —respondió Jude, tomando un gran trago del termo.

Nathan echó una mirada por encima de su hombro; uno de los paramédicos le hacía señas para que se acercara.

—Se acabó el descanso. Nos llaman.

Ambos se dirigieron a la ambulancia, donde Nathan saludó con la cabeza al paramédico que se hallaba junto a la camilla.

—¿Cómo está la víctima?

—Está despierta y estable, al menos por ahora. Le dimos una dosis de morfina para aliviar el dolor hasta que podamos llevarla al hospital.

Asintió.

—¿Cree que pueda hacerle algunas preguntas?

El paramédico se encogió de hombros.

—Puede intentarlo. Quizás logre sacarle algo, pero dudo que sea mucho. Al menos, no por esta noche.

Nathan se acercó a la chica.

—¿Cómo estás? ¿Estás bien abrigada?

Ella lo miró, sus ojos se encontraban muy abiertos y vidriosos.

—Te llamas Violet, ¿cierto?

Tras unos instantes de vacilación, y haberle dirigido una mirada fugaz a Jude, asintió.

—Violet, ¿podrías contarme lo que pasó?

No hubo respuesta.

—¿Puedes decirnos quién te hizo esto? —preguntó Jude.

El estómago de Nathan se revolvió tras escuchar su pregunta. La expresión de Violet también cambió, volviéndose distante. Finalmente, negó con la cabeza y apartó la mirada.

—Está bien, Violet. Estás a salvo —la tranquilizó Nathan, mostrándose más relajado ante su respuesta.

Una de sus manos apretaba la parte superior de la manta isotérmica que la cubría. Tenía sangre seca bajo las uñas; la mitad de aquella que había pertenecido al dedo índice había sido arrancada. Además, sus nudillos se encontraban destrozados y ensangrentados. Algo era seguro, durante lo que fuera que le hubiese pasado, se había defendido con uñas y dientes.

Su mente se disparó, imaginando los horrores a los que debió enfrentarse mientras gritaba y rogaba a su atacante que se detuviera. La furia comenzaba a hacer estragos en la boca de su estómago, provocando que este hirviera. Sus codos empezaron a arder, los gritos en su mente cobraron fuerza. Pronto, una sensación punzante sustituyó al ardor; podía sentir como las mangas de su chaqueta comenzaban a desgarrarse. Necesitaba recuperar el control, y rápido.

No obstante, sin que se diera cuenta, el rostro femenino que gritaba en su mente había dejado de ser el de Violet. Se había transformado en…

«¡Ya basta!».

Cerró los ojos de golpe, apartando la mirada de la chica. Se dedicó a inspirar profundamente durante unas cuantas veces, obligándose a relajarse hasta que las cuchillas de sus codos volvieron a fundirse con su piel.

Se volvió hacia ella.

—Violet…

—Tenía un tatuaje —murmuró, con voz ronca.

El impacto que acompañaba aquellas palabras lo envolvió. Sus ojos grises-azulados se cruzaron con los suyos, mirándolo con gran intensidad.

—¿Un tatuaje? ¿De qué tipo? —interrogó Jude, sacando su teléfono.

Las siguientes palabras de Violet fueron lentas y deliberadas:

—Tenía un tatuaje de un escorpión de cristal, justo aquí —indicó, señalando el costado de su cuello.

Nathan frunció el ceño y rascó su cabeza.

—¿Estás segura? —cuestionó la detective mientras tecleaba más notas en su celular.

Violet asintió.

—¿Era amigo tuyo?

—Yo… —Frunció el ceño, cerrando los ojos con fuerza. Segundos después, dejó escapar un ahogado sollozo—. Yo… no… No recuerdo.

—No pasa nada —la tranquilizó con gentileza.

Violet se volvió hacia Nathan, una lágrima rodaba por su mejilla hinchada.

—No sé quién pudo ser —susurró.

—No te preocupes, Violet —la consoló, dándole una suave palmadita en el hombro.

La chica sujetó la manta con ambas manos, provocando que el plástico plateado se arrugara. Todo su cuerpo temblaba entre sollozos silenciosos; sus lágrimas formaban senderos que atravesaban la sangre y suciedad de su rostro.

—Es suficiente por ahora —indicó el paramédico—. Ya la hemos retenido lo suficiente. Debemos llevarla al hospital.

Ambos se hicieron a un lado mientras Violet era introducida en la parte trasera de la ambulancia. Pronto, las luces se encendieron y el motor del vehículo cobró vida.

Jude dejó escapar un fuerte suspiro.

—Supongo que deberíamos ir a investigar la zona donde encontraste... —Una vez más, fue interrumpida por el tono de su teléfono. Comprobó su reloj y chasqueó la lengua—. Es mi hija otra vez. Ha estado muy enferma, y con los largos turnos que he tenido que hacer...

—No pasa nada, Jude. Si necesitas ir a casa, hazlo.

Ella apretó los labios.

—No debería.

—Anda, vamos. Tus hijos te necesitan. —Le dio una palmadita en el hombro—. De todas formas, llevas aquí más tiempo que yo. Déjame encargarme de este lío.

—¿Seguro que no te importa? —cuestionó, dudosa.

—En absoluto. —La condujo hasta su auto—. Ve a casa y dale un beso de buenas noches a esos niños.

Jude le dedicó una sonrisa cansada y luego se enderezó un poco, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

—Gracias, Nathan. Siempre puedo contar contigo.

Dos horas más tarde, Nathan se encontraba al lado de su coche, observando cómo la última de las patrullas se alejaba de la escena del crimen. En cuanto sus luces traseras se perdieron en la oscuridad, pasó por debajo de la cinta policial y regresó a la cabaña.

Era hora de poner fin a la investigación.

Por mucho que odiara manipular las pruebas, los casos que involucraban cambiaformas era mejor dejarlos pasar. Además, lo que Jude ignorase no le quitaría el sueño ni a ella ni a sus hijos.

Tenía que deshacerse del segundo cuerpo, pero antes, debía comprobar algo. Violet recordaba un tatuaje, uno que, de volver a ver, desataría el caos.

Entrecerró los ojos ante la oscuridad del lugar, percibiendo el azote del viento a su alrededor. Nada. Parpadeó y alzó el rostro al cielo, y, de nuevo, buscó a Venus. La radiante estrella nocturna entonó una suave melodía que solo él podía escuchar, provocando que su cuerpo reaccionase; sus ojos, nuevamente cubiertos por un par de parpados extras, volvieron a hacer acto de presencia.

Repitió aquel movimiento de sacar la lengua, el cual inundó la oscuridad de brillantes colores; cada matiz del arcoíris cobraba vida ante sus ojos, exponiendo sus múltiples tonalidades. El arrebatador fenómeno no tardó en perder fuerza hasta que, con otro movimiento de su lengua, recobró su nitidez y vivacidad original.

Al igual que un sabueso, siguió su rastro, cambiando de dirección según le indicase su lengua hendida. Aunque, a diferencia de estos, no eran olores lo que perseguía, sino emociones e intenciones; deseos e intereses, la esencia que caracterizaba al alma.

Poco a poco, consiguió filtrar el olor familiar de Jude, así como el de los demás agentes y paramédicos, reduciendo así la gama de colores. No tardó en identificar el olor de Violet y el de la chica fallecida, mismos que también filtró. Solo quedaban un par de rastros.

Recurrió a su energía venusina interna y, como si exhalara vaho en un día de invierno, expulsó parte de ella hacia los rastros restantes, iluminándolos y perfilándolos, distinguiéndolos de la oscuridad. Nubes de aquel leve resplandor se acumularon en varias zonas; estos eran los ecos de momentos pasados, instantáneas de las emociones más fuertes de su dueño. Volvió a soplar otra ráfaga, centrando su atención en dichos lugares hasta que, finalmente, logró distinguir rostros difusos en su interior. Inspeccionó cada uno con detenimiento hasta dar con el que buscaba.

Soltó un bufido. Ahí, en el reflejo vaporoso del cuello del hombre, se hallaba un tatuaje que mostraba a un escorpión de cristal.

Tras examinarlo, decidió ignorar la creciente marea de emociones que crecía en su interior, y seguir aquel rastro que se perdía en la oscuridad.

CAPÍTULO2

ATENTADO CONTRA PAPILAS GUSTATIVAS

Violet despertó de golpe; alguien la tomaba del brazo. Aquello provocó que los recuerdos de su secuestro resurgieran en su mente, por lo que se apartó de inmediato.

—Tranquila, Violet —dijo una voz femenina—. Solo revisaba tus signos vitales.

Su pánico disminuyó al reconocer a la enfermera junto a su cama. Mucho más relajada, volvió a recostarse sobre las almohadas y se frotó los ojos.

—Voy a medirte la presión arterial, ¿de acuerdo?

Antes de que Violet pudiera responder, la enfermera le colocó el brazalete correspondiente y encendió la bomba eléctrica que detonaba el proceso. El apretón en su brazo ya se había vuelto incómodo cuando, finalmente, la enfermera liberó la presión de este y anotó los resultados. Luego, procedió a revisar su temperatura y su ritmo cardíaco.

Se reprendió en silencio. Ya debería estar acostumbrada a esa rutina, puesto que una enfermera venía a revisar sus signos vitales aproximadamente cada seis horas. El personal del hospital de Brookhaven la había atendido bien, mas eso no cambiaba lo mucho que seguía odiando estar ahí. Para ella, todos los hospitales eran detestables; desde sus paredes blancas, los carteles promocionales de «Consulte a su médico» hasta los aromas, una mezcla de fluidos infectados con un fuerte olor a antiséptico.

Aun así, los olores y el ambiente de hospital eran mucho más tolerables que el dolor que la había acompañado desde que tenía memoria, aquel que le recordaba lo que ese lugar significaba para ella: el doloroso recuerdo de su madre abandonándola en uno de esos edificios fríos y solitarios poco después de haber dado a luz. Hacía tiempo que Violet había renunciado a la idea de que ella volviera a buscarla, pero eso no impedía que el dolor resurgiera cada vez que se veía obligada a entrar en uno de esos malditos lugares.

—Mmm —murmuró la enfermera, anotando algunos datos en el portapapeles ubicado al final de su cama—. Tus heridas están sanando bien, pero todavía tienes un poco de fiebre. Me aseguraré de que te den otra dosis de Tylenol.

Ella asintió, limpiándose las lágrimas que amenazaban con salir, y tragó el creciente nudo que sentía en su garganta.

A pesar de lo que sentía con respecto a los hospitales, quedarse ahí seguía siendo preferible a la alternativa. Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo ante la idea de ser devuelta con sus padres adoptivos.

La enfermera frunció el ceño.

—¿Tienes frío?

Violet asintió a modo de respuesta. Era mejor a explicar la verdad. ¿Cómo podría sobrevivir a su «hogar» ahora que Lyla-Rose se había ido? Ella había sido su salvavidas, la chispa que brillaba en la oscuridad, la brisa que impulsaba sus alas rotas. Lyla la había mantenido en pie, había sido su única amiga en el mundo. Aun así, también ella la había abandonado.

—Te traeré una manta caliente.

La enfermera le dedicó una sonrisa tranquilizadora antes de salir de la habitación.

En un intento por respirar y superar la creciente opresión en su pecho, se dedicó a observar el monótono patrón que formaban las baldosas ubicadas en el techo del lugar.

«Muerta. Lyla está muerta».

Esta vez ni se molestó en apartar las lágrimas, mismas que no tardaron en rodar por sus mejillas. En su lugar, volvió la cara hacia su almohada. Los dolores y molestias, que no se habían curado del todo, volvieron a hacer estragos, siendo acompañados por el estremecimiento de su cuerpo a causa de sus constantes sollozos.

No recordaba lo que había pasado en los últimos días; estos habían sido nublados por el dolor y envueltos por un enjambre de enfermeras, médicos, trabajadores sociales y agentes de policía. Estos últimos la habían interrogado hasta al cansancio, sacándole hasta el último detalle. «¿Qué había pasado? ¿Quién era el responsable?».No obstante, por mucho que lo intentara, seguía sin recordar nada, salvo una imagen que había quedado grabada en su memoria: el tatuaje en el cuello de un escorpión de cristal.

Cerró los ojos, haciendo presión en su cabeza con las yemas de los dedos.

«Vamos. ¡Piensa! Intenta recordar».

El hacerlo no cambió nada. Sus recuerdos seguían bloqueados. Durante aquellos instantes, el miedo reemplazó a la frustración. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no podía recordar?

Sus pensamientos se vieron cortados por un débil parloteo. A medida que el volumen de este aumentaba, Violet logró reconocer la voz grave de su doctor y una más suave, perteneciente a su trabajadora social: Miranda. A juzgar por el tono de su conversación, se trataba de algo serio.

Cuando escuchó como se detenían frente a su puerta, procedió a acurrucarse rápidamente entre sus almohadas, fingiendo dormir.

—No podemos mantenerla aquí para siempre, Miranda.

—Lo sé, lo sé... Esperaba haberle encontrado otra familia a estas alturas, pero a su edad resulta casi imposible.

Violet sintió como el pánico comenzaba a apoderarse de su pecho.

—Lo entiendo, pero lleva aquí casi dos semanas, y solo porque no hemos tenido tantos pacientes. Está más que lista para ser dada de alta. El hospital no es ninguna casa hogar.

—Tiene razón, lo entiendo. Tampoco puedo agradecerle lo suficiente por haberla dejado quedarse más de lo necesario. Es solo que no soporto la idea de llevarla de vuelta con esa gente horrible.

—Ojalá pudiera hacer algo más para ayudar. De verdad me gustaría. Pero por ahora, todo lo que puedo hacer es darle el resto de la tarde. Tiene que llevársela hoy.

—Gracias, de verdad lo aprecio. Eso debería darme tiempo suficiente para hacer algunas llamadas más.

—Excelente. Dejémosla dormir por ahora. Me aseguraré de que una de las enfermeras le haga llegar los formularios para darla de alta.

Sus pasos resonaron sobre el piso de linóleo hasta que se perdieron en la distancia.

Violet abrió los ojos de golpe.

Hoy. Miranda la llevaría a casa hoy. Frunció el ceño, analizando sus opciones; claro, no tenía otro lugar a donde ir, pero ya tenía dieciséis años. Ya no era ninguna niña. Podía valerse por sí misma: hacer autostop para llegar a la ciudad, conseguir trabajo y pasar desapercibida hasta que los de servicios sociales se olvidaran de ella. El plan no era perfecto, pero era mejor a volver a un hogar de acogida. De ninguna manera regresaría, de eso estaba segura. Esos días habían terminado.

Se quitó la manta, estremeciéndose en el acto. Otra cosa de la que estaba segura era de que iba a necesitar algunos analgésicos para el camino.

Al cabo de unos instantes, Violet se encontraba vestida y llevaba colgado al hombro su pequeño bolso bandolero, el cual contenía las pocas pertenencias que Miranda le había traído. A continuación, asomó la cabeza hacia el pasillo, mirando en ambas direcciones antes de aventurarse a salir de la habitación.

Con los años, se había convertido en una experta escabulléndose. Procedió a avanzar con cautela, manteniéndose alejada del área de enfermería y ocultándose cada vez que pasaba alguien que pudiera reconocerla. Afortunadamente, logró llegar a la farmacia del hospital sin problemas.

La ventanilla de atención, al igual que la puerta de acceso lateral, estaba cerrada. El encargado debía estar haciendo guardia o almorzando. Tras echar un vistazo a su alrededor, asegurándose de que nadie la observaba, rebuscó en su bolso hasta dar con algunos pasadores para el cabello. Metió uno entre sus dientes, dobló el metal y clavó sus improvisadas ganzúas en el pomo de la puerta, con la destreza propia de alguien que había practicado aquella habilidad durante horas.

Clic.

«Perfecto».

Había conseguido abrir la puerta con facilidad.

—Sabes —habló una voz profunda detrás de ella—, una cosa es huir del hospital, pero robar medicamentos supone un pase directo al reformatorio.

Se congeló en el acto. Apenas y abría la puerta unos centímetros y ya había captado la atención de alguien. Un hombre estaba apoyado en la pared junto a la puerta de la farmacia: era uno de los oficiales que la había visitado con frecuencia y la había interrogado sobre el asesinato de Lyla. No la miraba; en su lugar, inspeccionaba sus uñas con indiferencia.

Dirigió su mirada hacia la salida del hospital, ubicada en el extremo opuesto del pasillo en el que se encontraba.

—Yo no haría eso si fuera tú —le advirtió—. Te derribaría y esposaría antes de que el sensor de la puerta automática lograra detectar tu presencia.

Frunció el ceño. Sus costillas, muslo y tobillo aún no estaban del todo curados, por lo que probablemente tendría razón.

—Pero lo que si haría —continuó—, sería pensar con cuidado lo que haría a continuación. —La miró de reojo—. Si tomas las decisiones correctas, es probable que olvide comentarle este asunto a mi compañera y al director del hospital. Por no hablar de Miranda. Estaría destrozada si se enterara de lo que ibas a hacer. Sobre todo, cuando se la ha pasado hablando maravillas sobre ti.

Violet dudó por unos instantes hasta que se percató de la dureza que poseían sus ojos leonados, los cuales parecían advertirle que debía actuar pronto o, de lo contrario, lo haría él. Con un resoplido infantil, retiró los pasadores de la cerradura y soltó la puerta neumática, que se cerró lentamente, produciendo un silbido. Ya no sentía adrenalina, sino vergüenza. Seguro que de todas formas el oficial terminaría delatándola y Miranda la mataría.

—Por aquí —indicó él.

Se dirigió al pasillo, el cual se encontraba en la dirección contraria a la salida del hospital. Violet miró con aflicción la puerta que conducía a su libertad. Todavía podía escapar; su acompañante ni siquiera se había molestado en comprobar si lo estaba siguiendo.

Se estremeció ante el pensamiento.

«¿A quién quiero engañar?».

Tras soltar un resignado suspiro, decidió seguirlo. Sin embargo, tras haber avanzado un poco, frunció el ceño. No la llevaba a su habitación. En su lugar, empujaba una puerta de cristal, la cual mantenía abierta para ella.

—Esta no es mi habitación.

—Lo sé —se limitó a responder mientras le hacía un gesto para que entrara.

El mundo en el que había ingresado contrastaba por completo con el esterilizado hospital: estaban en los jardines botánicos del centro. Estos estaban llenos de enormes árboles que se alzaban en lo alto. En lugar de paredes blancas, una enorme gama de inimaginables tonos de verde se extendía y asomaba en todas direcciones, patrón que se veía interrumpido por una gran variedad de flores brillantes que crecían a su alrededor. El agua caía suavemente por una pared rocosa ubicada junto a la puerta, y una suave brisa, cargada de aromas florales y terrestres, disipaba el olor a antiséptico.

Algunos pacientes deambulaban por los senderos serpenteantes o estaban sentados en los bancos que ahí se encontraban. Una enfermera, que empujaba a una anciana en silla de ruedas, se detuvo para dejar que su paciente acariciara con su mano arrugada una flor que colgaba a poca altura.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó ella.

—Recordar por unos minutos que la vida no siempre es una mierda.

Avanzó por el sendero hasta instalarse en una banca con vistas a un estanque, el cual era alimentado por una cascada artificial.

Violet frunció el ceño. ¿Qué pretendía ese tipo? Recién la había atrapado robando medicamentos y, en lugar de regodearse, ¿prefería relajarse en la naturaleza?

Decidió unírsele al cabo de unos instantes, sentándose en el extremo opuesto de la banca. Una vez ahí, lo miró de reojo; tenía los ojos cerrados y su rostro miraba hacia arriba, captando las pinceladas de luz solar que se colaban entre las hojas. Supuso que tendría alrededor de cuarenta años, en vista de los mechones plateados de su pelo oscuro y que también adornaban la barba de tres días que cubría su mandíbula cuadrada. Las arrugas que se formaban alrededor de su frente, ojos y boca hacían que su rostro pareciese decir: «estoy a punto de matarte», rasgos que, junto a su gran altura y su musculatura, no hacían más que aumentar su intimidante aspecto.

Aun así, no se sintió amenazada cómo había sucedido con oficiales anteriores, mismos a los que les gustaba usar su placa y fuerza para intimidar a quiénes creían culpables y llevarlos ante la llamada «justicia». Había algo en él que la tranquilizaba.

—Así que, ¿quieres decirme por qué intentabas escapar?

Violet sujetó los extremos de las mangas de su suéter, fijando su atención en un pez koi anaranjado que se deslizaba tranquilamente en el agua.

—No estaba intentando escapar.

—¿Ah, sí? Entonces, ¿cómo lo llamarías?

Dobló las piernas sobre su asiento, abrazando sus rodillas.

—Estaba…

Hubo un momento de silencio. No se atrevió a terminar la frase. No tenía sentido hacerlo. Seguramente él estaba ensayando el sermón que le daría, incluyendo el amenazarla con usar su taser para obligarla a volver con sus horribles padres adoptivos. Porque era lo correcto, porque ella no era lo bastante mayor para cuidarse sola. Bla, bla, bla...

En su lugar, abrió la cremallera de su chaqueta hasta la mitad, metió la mano en ella y sacó una bolsa de papel blanco. Después, procedió a abrirla y a ofrecerle un poco de su contenido, mostrándole una especie de caramelos con forma de discos negros. Ella aceptó tomar uno. Él la imitó, metiéndose uno de los dulces en la boca antes de volver a guardar la bolsa en su chaqueta.

Violet inspeccionó ambas caras del disco; una de estas era lisa, mientras que la otra contaba con una impresión en relieve de algún tipo de moneda europea. Se encogió ligeramente de hombros, metiéndose el disco en la boca. Al instante, sintió como su lengua pareció querer suicidarse. Todo su rostro se contrajo cuando el intenso sabor a sal y regaliz llenó su boca.

—¿Pero que…? —exclamó justo antes de escupir involuntariamente la porquería viscosa en el jardín detrás de ella.

A continuación, profirió un sonido de asco al tiempo que intentaba eliminar el sabor restante de su boca. Como aquello no dio resultado, se frotó la lengua con la manga.

—Qué desperdicio —comentó el oficial; su expresión denotaba una pizca de diversión.

—¿Qué era esa cosa?

—Aquí se les conoce como monedas de regaliz holandesas.

Su cara se retorció en una mueca de asco.

—¡Iugh! Recuérdame no volver a comer una de esas.

—Oh, vamos. No está tan mal. —Aquel rasgo de emoción en su voz se transformó en una sonrisa.

—¿Bromeas? ¡Antes preferiría lamer el suelo! ¡Qué asco!

Su comentario lo hizo reír, provocando que liberara una ronca carcajada que resonó desde lo más profundo de su pecho.

—¡Violet, aquí estás!

La susodicha se giró solo para observar cómo Miranda ingresaba por la puerta ubicada a unos cuantos metros. A pesar de que su rostro denotaba tranquilidad, sus ojos parecían arder.

«Oh-oh, está furiosa».

—¿Qué significa esto? —reclamó Miranda—. Por favor, dime que no intentabas huir de nuevo. ¿De verdad piensas que vivir en la calle es lo mejor para ti? Ya es suficiente con que una chica haya muerto, y ahora tú...

—Está bien —intervino una nueva voz. Otra oficial que Violet reconoció. Una mujer de mediana edad se acercó a Miranda, tocándole el hombro—. Ya la encontramos.

Violet se hizo un ovillo, volviendo a abrazar sus rodillas. Los ojos le escocieron ante la formación de nuevas lágrimas.

—Ven, Miranda —le pidió la mujer mientras la alejaba de ella—. ¿Qué tal si lo discutimos? Nathan, ¿te importaría?

—Enseguida regreso —le prometió, dándole una palmadita en el hombro antes de ir a reunirse con las damas.

Se agruparon a unos cuantos metros, lo suficientemente cerca como para vigilarla, pero también lo suficientemente cerca como para que ella pudiera seguir escuchando su conversación a pesar de que hablaran en voz baja.

—Lo siento, Jude —se disculpó Miranda.

—No hace falta que te disculpes.

—Lo sé. Es solo que… Ya no sé qué hacer. Entiendo por qué quiere huir. De verdad. Yo haría lo mismo en su lugar. Llevo días haciendo llamadas para intentar conseguirle un nuevo hogar, pero incluso todos mis contactos de emergencia me dicen que están saturados. Solo...

Dejó caer la cabeza entre sus manos, emitiendo un gruñido que dejaba ver la frustración que había estado conteniendo.

—Te entiendo, Miranda —la consoló Jude—. A mí tampoco me gusta la idea de que vuelva con esa gente. Vaya, si no tuviera ya dos hijos, le ofrecería un techo en un santiamén.

—Gracias, de verdad lo aprecio. Y a ti también, Nathan. Gracias por asegurarte de que no se fuera. No sé qué habría hecho si volviera a desaparecer.

—¿Puede quedarse otra noche? —la cuestionó él.

Miranda negó con la cabeza.

—Ya lo intenté. Pero me dijeron que Violet ya se había quedado más de lo debido. Tengo que llevármela hoy, y lo mejor que puedo hacer por ahora es llevarla a un hogar de acogida en la ciudad; al menos hasta que encuentre un lugar dispuesto a acoger a una chica de dieciséis años. Si tan solo tuviera diez años menos...

Violet dejó caer la cabeza contra sus rodillas.

—En ese caso, tengo una habitación de invitados sin utilizar que podría servirle —comentó Nathan.

—¡Oh, Dios mío! ¿Lo harías? —exclamó Miranda.

—Mira, no sé si sea apropiado que un oficial la acoja, pero…

—No te preocupes —lo interrumpió—. Déjamelo a mí. Será algo temporal. Te lo prometo.

—Nathan, ¿estás seguro? —intervino Jude—. No es lo mismo que adoptar un perrito, ¿sabes?

—Sí, lo sé. Pero ella ya ha pasado por mucho. Lo menos que puedo hacer es darle una cama durante unos días. Además, podrías darme algunos consejos, ¿no, Jude?

—Todavía me falta para experimentar los cambios de humor adolescentes. En ese caso, sería como si un ciego guiara a otro —dijo con sorna.

—No sería la primera vez.

—Genial, entonces está decidido —decretó Miranda.

A continuación, comenzó a enumerar una lista de formularios que debía preparar antes de que pudiera llevar a Violet a casa de Nathan.

—Hola, Violet —la saludó Jude.

La aludida levantó la cabeza y vio como Jude la miraba; Nathan se encontraba a su lado. Miranda ya estaba haciendo una llamada detrás de ellos.

—Estamos arreglando algunas cosas para que puedas quedarte de forma temporal en la habitación de invitados de Nathan hasta que se pueda encontrar algo mejor. —Jude inclinó la cabeza hacia él—. ¿Crees que puedes soportar a este sujeto por unos cuántos días?

Violet mordió el interior de su mejilla. La idea de quedarse con un oficial era un concepto extraño. Pero, ¿qué otra opción tenía? Para ser uno, no era tan malo. Le había dado una oportunidad después de haberla atrapado entrando a la farmacia y no la había delatado. Todavía. De hecho, lo peor que había hecho hasta ahora era haber atentado contra sus papilas gustativas con ese disco con sabor a alquitrán.

—Sí —respondió, mirándolos y asintiendo lentamente con la cabeza—, creo que podré manejarlo.

CAPÍTULO3

ESTÚPIDA ROSA

Tres Años Después.

Nathan soltó un suspiro de alivio cuando localizó un espacio libre para estacionarse cerca de la entrada de la universidad.

—Debe ser mi día de suerte —comentó en voz baja.

Cuando el jeep se detuvo, Violet, que aún dormía en el asiento del copiloto, se estremeció. Sus brazos se agitaron, golpeando el salpicadero, y luego soltó un grito, manteniendo los ojos cerrados.

Se inclinó hacia ella, sujetando uno de sus brazos.

—¡Despierta! Es solo un sueño.

Le respondió con un gruñido estrangulado, luchando contra su agarre.

—¡Violet!

Sus ojos se abrieron de golpe y sus gritos fueron sustituidos por jadeos. Miró a su alrededor, con el ceño fruncido a causa de la confusión. No fue sino hasta que vio a Nathan que se desplomó en su asiento y dejó escapar un quejido.

—Lo siento, me quedé dormida. ¿Otra vez grité?

Él asintió, dedicándole una sonrisa cargada de tensión.

—¿Mismo sueño?

La chica se frotó los ojos con las bases de las manos.

—Sí, el sueño del hombre sin rostro con el tatuaje en el cuello.

Una ola familiar de culpabilidad recorrió su pecho.

«Ese maldito tatuaje en el cuello». Aquella imagen había resultado traumática para ella, un recuerdo imposible de borrar. Inspiró profundamente, conteniendo un suspiro.

—No tienes por qué preocuparte, Vi. Fue solo un sueño.

—Sí, lo sé. —Su tono estaba cargado de frustración. A continuación, dirigió su atención a los edificios del exterior—. Guau, llegamos.

Salieron del auto, dispuestos a desempacar las pertenencias de Violet de la cajuela.

De pronto, un chico con el pelo azul grasiento y una chaqueta negra de vinilo con pinchos metálicos chocó contra Nathan, provocando que soltara la caja de cartón que llevaba consigo. Ni siquiera se molestó en detenerse para ayudarlo o disculparse, sino que continuó su camino. Ante aquella reacción, el afectado comenzó a maldecir en voz baja mientras se agachaba para recoger el contenido disperso de la caja. Se detuvo a media frase cuando la chica se colocó a su lado.

—Maldita sea, los chicos de hoy en día —gruñó, rebuscando con una mano entre los objetos que había reempaquetado apresuradamente—. Si rompió tu cámara, te juro que...

—Tranquilo, aquí la tengo —lo calmó, alzando su cámara, la cual se encontraba suspendida por una correa que llevaba alrededor del cuello.

Aun así, Nathan aseguró su agarre a la caja, sin dejar de fruncir el ceño.

—Si se rompió algo, puedes culpar al punk de pelo azul de allá.

Señaló con la barbilla a un grupo de universitarios con el pelo teñido de colores extravagantes. Además de las brillantes chaquetas de vinilo, varios llevaban collares de perro con tachuelas, e incluso hizo una mueca cuando vio a un muchacho con los labios pintados de negro.

Violet miró en su dirección, acomodando su almohada y maleta entre sus brazos.

—Yo diría que son góticos, no punks.

—¿Cuál es la diferencia? —Su respuesta fue acompañada por un resoplido.

La joven se mordió el labio, acción que, él sabía, era su forma de contener una sonrisa.

—Bueno, si el señor se pusiera unas gafas, se daría cuenta de la falta de alfileres y crestas.

—Con o sin ellas, tienen suerte de que no vaya hacia allá —respondió, desafiante.

Esta vez, Violet no pudo evitar sonreír.

—¿Por qué? ¿Temes que descubran que hueles a anciano?

—Para que lo sepas, no huelo a anciano, sino a Old Spice.

La menor echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—¿En serio? Estás usando algo que literalmente tiene la palabra «viejo» escrita en inglés.

Nathan sonrió. Violet tenía una estupenda risa, lo cual era un avance reciente para la joven que seguía madurando y desprendiéndose de las cáscaras de su antigua vida. La primera imagen que vio de ella la noche en que la encontró estaría siempre grabada en su cerebro, mas la chica que tenía delante lucía bastante diferente. Sus ojos grises-azulados, los cuales contrastaban con su cabello castaño oscuro hasta los hombros, lucían más brillantes y alegres. Cuando sonreía, sus pómulos definidos y angulosos, se volvían rollizos y redondeados, lo que demostraba que una dieta sana y ejercicio habían sido capaces de rellenar su cuerpo antes demacrado.

Había cumplido diecinueve hace unas semanas y, tal como lo pidió, los celebró con una sencilla barbacoa, teniendo a Jude y a los niños como únicos invitados. Aunque le preocupaba que saliera al mundo, sabía que estaba más que lista para hacerlo. Había hecho todo lo posible por prepararla para que pudiera cuidarse sola. Sus instintos eran mortales, o al menos, lo eran siempre y cuando no entrara en pánico.

—Sí, sí. Vamos, esto está comenzando a pesar —la apresuró, dándole un empujón con el codo.

Ya habían avanzado un tramo cuando Nathan se detuvo en seco.

—Casi lo olvido. —Balanceó la caja con una mano y sacó un juego de llaves del bolsillo de su chaqueta—. Lo último que quiero es que un delincuente robe mi auto nuevo.

Pulsó el botón que aseguraba su auto desde el mando a distancia.

Violet volvió a sonreír.

—¿Qué? —se defendió—. Apenas llevo una semana con él.

—Vamos, tu jeep estará bien —contestó entre risas, negando con la cabeza.

Una amplia escalera de piedra los conducía desde el aparcamiento hasta la entrada del lugar, que consistía en dos pilares de ladrillo rojo combinados con piedras angulares blancas, y que contaba con un par de pisos de altura. En la parte superior de este se hallaba un arco decorativo de color negro adornado con bordes dorados. El emblema de la escuela, un libro abierto respaldado por un escudo, estaba situado en la parte superior, mientras que en la inferior, tallado con letras color plateado, se leía: «Universidad Monarch Grove». Las verjas negras estaban abiertas de par en par, invitando a los recién llegados a ingresar en los terrenos del colegio.

Violet se detuvo en la entrada, frunciendo el ceño. Aquella expresión le recordó a Nathan el día en el que había llegado a su casa tres años atrás, poco después de haber sido dada de alta del hospital. Aún en aquel entonces, pudo notar su nerviosismo durante la visita a su nueva habitación.

Se inclinó hacia ella, dándole un suave empujón.

—¿Recuerdas la vida de infinitas posibilidades de la que hablabas? Podrás crearla una vez que hayas cruzado esas puertas.

—Lo sé —respondió con un suspiro.

Aun así, no se movió.

—No la encontrarás en las escaleras, Vi.

No recibió la respuesta sarcástica que esperaba. De hecho, su mirada lucía mucho más angustiada.

—No sé si pueda hacerlo, Nathan.

Cuando la escuchó, no pudo evitar parpadear varias veces y rascarse la cabeza.

—Eh… bueno… —En momentos como ese, deseaba ser una persona experta en dar ánimos—. Mira, tal y como lo veo, puedes rendirte ahora y pasar el resto de tu vida preguntándote el «que hubiera pasado», o puedes atravesar esas puertas con la cabeza bien alta, sabiendo muy bien que mereces estar aquí. Harás amigos, irás a fiestas, estudiarás mucho y te graduarás con tu merecido diploma. La opción que elijas, dependerá de ti.

Ella asintió un par de veces, mordiéndose el labio inferior.

—Pero nunca había hecho algo así de grande.

—Sí, pero tampoco sabrás de lo que eres capaz si no lo intentas —respondió, encogiéndose de hombros.

Respondió con un resoplido, el cual fue acompañado, para su alivio, por el alzamiento de las comisuras de su boca, formando una sonrisa.

—Entonces, Violet, ¿qué camino elegirás?

—De acuerdo. —Asintió con la cabeza—. Lo intentaré.

—¡Genial! Odiaría pensar que condujimos dos horas hasta aquí para nada.

Ella se rió, propinándole un puñetazo juguetón antes de atravesar las puertas.

La luz del sol brillaba a través del frondoso follaje que enmarcaba el camino, mismo que contaba con una muy bien cuidada y rebosante vegetación, adornada por cientos de llamativas flores. Había bancas repartidas por los jardines, la mayoría de ellas ya ocupadas. Los edificios del campus, que en su gran mayoría seguían el diseño de ladrillos rojos y piedras angulares blancas, podían verse más allá de los árboles. Los dormitorios eran fáciles de identificar gracias a los ventanales que se asomaban en las fachadas de los edificios, los cuales contrastaban con las aulas tipo anfiteatro de apariencia convencional y establecimientos comunitarios.

La habitación de Violet se encontraba en el segundo piso de uno de los dormitorios. Se abrieron paso entre los innumerables estudiantes, padres y encargados de dar la bienvenida a la universidad, asegurándose de no tropezar con ninguna de las cajas y ropa de cama que el resto cargaba y que aún no había llegado a su destino.

Finalmente, estuvieron frente a la habitación número 2052 del ala oeste. La puerta estaba entreabierta, lo cual parecía hacerla dudar.

Nathan le colocó una mano en el hombro.

—Infinitas posibilidades, ¿recuerdas?

Cuando se volvió hacia él, se sintió aliviado al ver que su expresión ya no era temerosa. En cambio, sus ojos poseían cierta chispa de entusiasmo. Con una sonrisa y un asentimiento, abrió la puerta de golpe.

—¡Auch! —se quejó una voz masculina desde el interior.

—¿Qué…?

Violet retrocedió, chocando contra Nathan, provocando que la caja que este llevaba se volcara y derramara por segunda vez en ese día.

La puerta se abrió lentamente, dejando ver a un chico que sujetaba su rostro. A pesar de haberse cubierto parte de la cara, unos cuantos gemidos de dolor alcanzaron a escucharse de entre sus dedos.

—¿Qué pasó? —preguntó una voz femenina desde el fondo de la habitación.

El muchacho se limitó a gemir.

Una chica menuda con rastas castañas, que llegaban hasta la mitad de su cintura, apareció. Llevaba una camiseta extragrande de un grupo de heavy metal y unos shorts cortos de mezclilla azul con bordes de encaje blanco. Su piel era dorada, quizás por el sol o por algun spray; parecía como si acabara de salir de la playa.

—Muéstrame —ordenó, apartando las manos de la cara del herido.

—¡Auch! Con cuidado, Autumn.

—Deja de ser un llorón y muéstrame. —Tras inspeccionarlo unos momentos, lo soltó y le propinó un golpecito en el hombro—. No hay sangre. Estarás bien.

Su respuesta fue un gruñido cargado de reproche. Luego, señaló a Violet.

—Creo que ya llegó tu compañera de cuarto.

Las rastas de la chica se desplegaron cual abanico mientras se giraba en dirección a la aludida.

Los ojos de Violet se abrieron de par en par. Sus manos cubrieron su boca y sus mejillas enrojecieron.

—Lo siento mucho. No tenía ni idea de que... Dios mío. ¿Te encuentras bien?

—Descuida, está bien —respondió ella, mostrando una sonrisa. A continuación, colocó sus manos sobre sus caderas. Su delgada nariz se arrugó mientras sus oscuros ojos marrones la inspeccionaban de arriba a abajo—. Así que... tu eres mi nueva roomie.

Aunque la chica medía unos centímetros menos que el metro y setenta y dos de Violet, irradiaba una fuerza que provocó que ésta se apretara contra él.

—Sip —confirmó su nueva compañera tras unos segundos—. Creo que servirás.

El chico detrás de ella refunfuñó, poniendo los ojos en blanco.

—No te preocupes por Autumn. Al final te acostumbrarás a sus actitudes autoritarias y arrogantes. —Se puso delante de ella y le tendió la mano—. Hola, soy August.

Era más alto que Violet, aunque aún le faltaban algunos centímetros para llegar a la altura de Nathan. Llevaba el pelo castaño oscuro peinado con un copete desordenado. Vestía unos pantalones de mezclilla descoloridos y rotos, un escote en V blanco y alrededor de media docena de collares compuestos por hilo negro, cuentas de piedras preciosas, cobre, y plata.

Tras dudar un poco, Violet le estrechó la mano, la cual lucía un brazalete de color turquesa descolorido adornado con unas pulseras que hacían juego con sus collares.

—Hola, soy Violet.

—Mucho gusto —contestó con una sonrisa.

—Siento de nuevo haberte golpeado con la puerta.

August le hizo un gesto con la mano para restarle importancia; su otra mano seguía sujetando la de Violet.

—Ni lo menciones. No hubo daños permanentes. Además, se necesitaría más que eso para arruinar este bello rostro.

El apretón de manos continuó hasta el punto en que Nathan lo consideró el más largo de la historia. Finalmente, se aclaró la garganta, provocando que el chico dejara de sonreír y soltara su mano.

—Él es Nathan —lo presentó Violet, ladeando la cabeza hacia su dirección.

—Genial. —August asintió con la cabeza, de forma que le recordaba a uno de esos muñecos cabezones que adornaban los autos. Luego, le tendió la mano—. Encantado de conocerlo.

—Igualmente —respondió, asegurándose de que su tono tuviera una nota de advertencia.

Aunque contuvo las ganas de aplastar su mano, sí que se la apretó más de lo normal. El chico ocultó muy bien su gesto de dolor, aunque su alivio resultó evidente cuando él lo soltó.

—Entonces —agregó Nathan tras una pausa— ¿Autumn y August?1

—Sí, puede culpar a nuestras madres hippies por eso —explicó él.