Frost - C. N. Crawford - E-Book

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C.N. Crawford

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Beschreibung

Según la tradición, cada nuevo rey de los fae debe organizar una competición para elegir a su futura reina. La ganadora se convertirá en su esposa, pero Torin en ningún momento pretende enamorarse de ella. Después de un encuentro fortuito con Ava, una chica despechada con unas copas de más y una lengua viperina, el desafío se plantea interesante para ambos: ¿por qué no animarla a participar a cambio de cincuenta millones? Está claro que no se va a enamorar de ella. Ava no duda en aceptar. Total, ¿qué tiene que perder? La respuesta es simple: la vida, porque sus contrincantes están dispuestas a matar por la corona. Y cuánto más tiempo pasan juntos, lo que parecía helado toma calidez, y la farsa puede ser su enemiga… Ahora ya no solo sus vidas pueden estar en juego, sino también sus corazones.

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Según la tradición, cada nuevo rey de los fae debe organizar una competición para elegir a su futura reina. La ganadora se convertirá en su esposa, pero Torin en ningún momento pretende enamorarse de ella.

Después de un encuentro fortuito con Ava, una chica despechada con unas copas de más y una lengua viperina, el desafío se plantea interesante para ambos: ¿por qué no animarla a participar a cambio de cincuenta millones? Está claro que no se va a enamorar de ella.

Ava no duda en aceptar. Total, ¿qué tiene que perder? La respuesta es simple: la vida, porque sus contrincantes están dispuestas a matar por la corona.

Y cuánto más tiempo pasan juntos, lo que parecía helado toma calidez, y la farsa puede ser su enemiga… Ahora ya no solo sus vidas pueden estar en juego, sino también sus corazones.

C. N. CRAWFORD no es una persona, sino dos. Christine es de Lexington, Massachusetts, y toda la vida le ha interesado el folklore de Nueva Inglaterra, sobre todo los cementerios viejos y abandonados.

Nick pasó su infancia en los eternos inviernos de Vermont, leyendo libros de fantasía y ciencia ficción, lo que lo volvió resistente al frío.

Con dos hijos, se turnan para escribir. Son autores best seller de varios fantasy románticos y urbanos.

¡Visita su página web!

www.cncrawford.com

PRÓLOGO

Es una triste realidad que la mayoría de las relaciones están condenadas al fracaso.

Una vez creí que la mía sería la excepción, que había encontrado a mi media naranja, que, a diferencia de la mayoría de los otros amores resplandecientes, el mío ardería para siempre.

Andrew era humano, no como yo. Yo nací fae, pero me mantuve lo más alejada posible de mis congéneres. La mayoría de los fae eran violentos, caprichosos y terriblemente arrogantes. Andrew, en cambio, me hacía coronas de flores silvestres y me escribía poemas sobre sicomoros.

Lo primero que me atrajo de él fue su belleza: los ojos azules salpicados con motas doradas y el pelo castaño ondulado. Cuando sonreía, se le formaban unas arruguitas en las comisuras de los labios de una forma que siempre me daban ganas de besarlo. Andrew olía a hogar, a jabón y a té negro.

Pero no fue eso lo que me enamoró. Fue su bondad.

Cuando tenía una semana difícil, me preparaba un té o una copa, y me quedaba dormida con la cabeza apoyada en su pecho. Con Andrew, podía sentirme segura. Él era humano y yo fae, pero eso nunca pareció ser algo relevante entre nosotros.

Él siempre me escuchaba, me respondía enseguida a los mensajes de texto y me preguntaba cómo me había ido el día. Tenía un perro salchicha llamado Ralphie y llevaba a su madre a las citas con el médico. Los domingos pasábamos el rato en su ordenado y limpio apartamento de las afueras de la ciudad y leíamos los mismos libros mientras tomábamos café.

Él realmente creía que no había nada más importante que el amor, que había que celebrarlo. Me dijo que yo era su alma gemela.

A diferencia del resto de mi especie, Andrew me hacía sentir a salvo. Protegida.

Juntos, habíamos planeado un futuro. En líneas generales, este era el plan: yo lo ayudaría a pagar su hipoteca mientras él terminaba un máster en Administración y Dirección de Empresas. Cuando él empezara a ganar dinero, nos dedicaríamos a cumplir mi sueño: abrir un bar llamado Chloe en honor a mi madre. Andrew me ayudaría a financiarlo. Viviríamos juntos y felices entre los humanos en un barrio residencial lleno de árboles, organizando barbacoas en el jardín y creando fuertes de almohadas con nuestros hijos. Viajaríamos a la playa en verano. Llevaríamos una vida humana normal.

El problema fue que, la noche de mi vigésimo tercer cumpleaños, me enteré de que todo era mentira.

Y fue entonces cuando dejé de creer en el amor para siempre.

1 AVA

Iba caminando por una acera de adoquines, aferrada a mi bolsa de comida para llevar y salivando al pensar en el pollo vindaloo y el naan de coco. Royal Bistro hacía un exquisito naan mantecoso y un curry tan picante que me hacía sudar de felicidad.

Como era mi cumpleaños, el encargado me había dejado salir antes del bar. No había planeado nada especial. Después de unas cuantas horas preparando copas para la clientela del mundo financiero de los viernes por la noche, solo quería atiborrarme de comida y ver comedias con Andrew.

Mientras recorría el trayecto hasta nuestra casa, percibí el aroma a chile en polvo, comino y ajo que emanaba de la bolsa de papel que llevaba bajo el brazo. Fue lo primero que nos unió cuando nos presentaron nuestros amigos: la pasión por la comida lo más picante posible.

Con el estómago rugiendo, introduje la llave en la cerradura y entré en su casa.

Mis oídos se agudizaron al escuchar ruidos en el piso de arriba. No cabía duda de que Andrew estaba viendo vídeos porno a todo volumen, a juzgar por los gemidos y los jadeos excesivamente fuertes, de esos falsos y agudos dirigidos al público masculino. Las mujeres se darían cuenta enseguida del engaño.

Interesante. Bueno, debió pensar que faltaban unas horas hasta que yo llegara a casa. Que viera el porno que quisiera. Pero ¿por qué lo había puesto a ese volumen cuando las paredes del apartamento eran de papel?

Me quité los zapatos. Al entrar en la cocina, me golpeé la punta del pie con el filo de la pata de una silla de madera y grité «¡Ay!», irracionalmente irritada con la silla por existir. Con el ceño fruncido, saqué el pollo vindaloo de la bolsa. En ese momento, me di cuenta de que el porno se había interrumpido. Andrew debía estar avergonzado de que le hubiera pillado. Esbocé una sonrisa al pensarlo. Sin duda sabía que no me importaba.

—¿Hola? —La voz de Andrew llegó desde arriba. Tenía un tono de pánico. Me di la vuelta cuando dijo en voz más baja—: No creo que sea nada.

Se me cortó la respiración. ¿Estaba hablando con otra persona?

Me empezó a latir el corazón con fuerza. Apenas consciente de la tarrina de curry caliente que llevaba en la mano, subí la escalera de puntillas. El agudo y estridente jadeo de orgasmo comenzó de nuevo, el colchón chirriaba.

El pánico se apoderó de mí. Llegué al dormitorio y encontré la puerta levemente entornada.

Con mucho cuidado, la empujé para abrirla.

Se me revolvió tanto el estómago que estuve a punto de vomitar.

Andrew estaba tumbado en medio de la cama, con los miembros íntimamente entrelazados con los de una mujer rubia que no había visto en mi vida. Debí de gritar porque casi se cayeron de la cama al volverse para mirarme. Durante unos largos segundos, los tres nos miramos fijamente, paralizados por el horror.

—Ava, ¿qué estás haciendo aquí? —La cara de Andrew se había puesto roja.

—¿Qué cojones estás haciendo tú?

—Se supone que deberías estar trabajando. —Estaba tumbado debajo de una mujer desnuda, pero lo dijo como si esa fuera una explicación perfectamente razonable.

—Es mi cumpleaños. Y me han dejado salir antes.

Andrew empujó a la mujer para quitársela de encima y ambos se despatarraron en la cama, en nuestra cama, sudorosos y sonrojados. Me quedé mirándolos, incapaz de creer lo que estaba viendo, pero consciente de que era mi futuro desintegrándose ante mis ojos.

—Quería contártelo… —Andrew tragó saliva con fuerza—. No quería que pasase esto. Es que Ashley y yo nos hemos enamorado.

—Sin ánimo de ofender —añadió Ashley, tapándose con la sábana—. Pero él ya no quiere experimentar más. Quiere una familia. ¿Una familia normal? Es decir…, una familia humana.

Andrew volvió a tragar saliva con fuerza, con todo el cuerpo rígido por la tensión.

—Ashley y yo… tenemos cosas en común, Ava. Tenemos un futuro.

Yo no podía respirar. ¿Cómo no lo había visto venir? Mis pensamientos se acallaron y solo quedó la sensación de que se me partía el corazón.

Les lancé el vindaloo, y el recipiente de plástico golpeó la colcha y explotó al instante. Ellos quedaron cubiertos de pollo picante y chiles. Andrew y la chica gritaron, y me pregunté si había hecho algo ilegal. ¿Podrían arrestarte por arrojar curry picante a alguien?

—¿Qué haces? —exclamó Andrew.

—¡No lo sé! ¿Qué haces tú? —le grité yo.

Mi mirada recorrió la habitación y observé el cesto de la ropa sucia donde estaba mezclada nuestra ropa. Por alguna razón, la idea de tener que separar mi ropa de la suya me deprimía más que cualquier otra cosa. Yo siempre hacía la colada y la doblaba ordenadamente para él… ¿Ahora tendría que sacar mi ropa del cesto y lavarla en una lavandería?

Mierda, ¿dónde iba a vivir ahora?

Andrew estaba limpiándose el curry con la sábana.

—Dijiste que podía acostarme con otra cuando me fui de vacaciones. Y cuanto más nos conocíamos Ashley y yo, más me daba cuenta de que lo nuestro era obra del destino.

—¿Que podías acostarte con otra? —Le miré fijamente; veía a los dos borrosos a través de las lágrimas de mis ojos—. Te dije que sabía que había gente que hacía eso. No dije que te daba permiso. Y no estás de vacaciones.

—Conocí a Ashley estando de vacaciones. Y no pude evitarlo. Su belleza me cautivó.

Parpadeé y sentí que una lágrima se deslizaba por mi mejilla.

—La última vez que te fuiste de vacaciones fue hace casi tres años.

Andrew negó con la cabeza.

—No, Ava. Tú y yo fuimos a Costa Rica el invierno pasado, y te quedaste todo el tiempo en la habitación por una cistitis. ¿Te acuerdas?

—¿La conociste cuando estábamos juntos de vacaciones?

Andrew tragó saliva una vez más.

—Bueno, no estuviste muy divertida en ese viaje.

A su lado, Ashley estaba desesperada, tratando de limpiarse el curry caliente con una de mis toallas.

—Esto me está irritando mucho la piel.

Andrew me miró con ojos de cachorrito.

—Ava, lo siento. Obviamente, esto ha sido solo un error de comunicación. Nunca quise hacerte daño. Pero el corazón quiere lo que quiere.

Tenía un nudo en la garganta, me dolía el pecho.

—Pero ¿qué tipo de problema tienes?

—I… iba a decírtelo —tartamudeó—. Nos enamoramos. Y el amor es bonito, ¿no? El amor siempre debe celebrarse. Sinceramente, Ava, deberías alegrarte por mí. He encontrado a mi alma gemela. —Soltó un suspiro exagerado—. ¿Puedes dejar de ser egoísta por un segundo y ver esto desde mi punto de vista?

El mundo entero se desmoronaba.

—Me dijiste que tu alma gemela era yo. Supongo que también le escribes poemas, ¿no? —Me di la vuelta, ya había cruzado el vestíbulo cuando me di cuenta—. ¿El poema sobre el álamo fue para ella o para mí?

—Fue para mí —respondió Ashley con tono brusco.

Me di cuenta de algo horrible. Esto no era solamente el fin de mi relación. Era el fin de mis planes para el futuro.

—Andrew, ¿y el bar? Me ibas a ayudar a financiarlo.

Él se encogió de hombros, dedicándome una pequeña sonrisa.

—Ay, Ava. Ya se te ocurrirá algo. Ve a estudiar a la universidad o algo así. Serías una estudiante excelente.

Unos pensamientos llenos de pánico revoloteaban sin control por mi mente como hojas de otoño en una tormenta. Había convertido a Andrew en toda mi vida, y ahora se había esfumado.

Las lágrimas me escocían en los ojos.

—Estabas esperando a graduarte, ¿verdad? —dije—. Porque Ashley no paga tus facturas. Lo estaba haciendo yo.

Ella se acomodó el pelo por encima del hombro y señaló:

—Soy actriz. Lleva tiempo construir una carrera.

—Y talento también. Y considerando lo falso que ha sonado ese orgasmo, no tengo muchas esperanzas puestas en ti —repliqué.

Ashley cogió el recipiente de vindaloo de la cama y me lo lanzó. El curry rojo me salpicó toda la camiseta.

Yo ya era la amargada. La despechada. La bruja malvada que conspiraba para acabar con la joven belleza.

—¡Fuera! —gritó ella.

—¡Es todo tuyo! —le grité yo—. Vosotros dos sí que estáis hechos el uno para el otro.

Tenía que irme antes de hacer algo que me hiciera terminar presa en la cárcel durante veinte años. Cogí mi bolsa de deporte del suelo y bajé las escaleras a toda velocidad.

Y ahí fue: el momento en que decidí que nunca más volvería a enamorarme.

¿Los cuentos de hadas? Eran mentira.

2 AVA

Una hora más tarde, tenía los codos apoyados en la pegajosa barra de madera del Trébol Dorado. Bebía una Guinness mientras el televisor sonaba a todo volumen y veía Casadas y cosidas, un programa sobre mujeres que competían por conseguir un novio y una cirugía plástica para el día de la boda. Horripilante, sí, pero no por eso dejaba de verlo cada semana.

Tal vez ese programa presagiaba el declive de la civilización o algo así, pero nada de eso me preocupaba en ese momento. Tenía veintiséis años y…

¿Qué tenía? Nada, en realidad. Nada que fuera mío.

Esta noche solo quería estar en algún lugar donde a nadie le importara una mierda las manchas de curry de mi camiseta, un sitio donde pudiera emborracharme un día entre semana sin que nadie me juzgara.

El Trébol Dorado era el lugar perfecto.

No era solo la angustia de que me habían roto el corazón, aunque eso me daba ganas de acurrucarme en posición fetal. Esto había truncado otro de mis sueños, al menos por un tiempo: el bar Chloe. Había estado trabajando día y noche en esos planes, intentando conseguir los permisos.

Dejé caer la cabeza entre las manos. Ahora mismo ganaba unos treinta mil al año como barman, y gran parte de ese dinero se había ido en pagar la hipoteca de Andrew. Antes de conocerlo, había estado compartiendo un apartamento minúsculo con un alcohólico que siempre se quedaba dormido en el baño. No era el fin del mundo, pero me irritaba la forma en que Andrew había soltado: «ve a estudiar a la universidad», como si de repente yo pudiera pagarla.

Andrew venía de una familia rica; sus padres ganaban millones en el sector inmobiliario. Había decidido arreglárselas por su cuenta durante un tiempo, lo que supongo que significaba que yo le ayudaba a él en lugar de sus padres. Como nunca se había quedado sin un centavo, era totalmente ajeno a ciertas situaciones, y terminaba diciendo cosas como: «Deberías alegrarte de que me haya enamorado», mientras destrozaba varios de mis sueños.

Le di un sorbo a mi Guinness y me lamí la espuma de los labios. Ya encontraría la manera de lograrlo.

Una voz familiar me sacó de mi angustia.

—¡Ava!

Cuando levanté la mirada, vi a mi mejor amiga, Shalini, caminando en mi dirección. Su pelo oscuro y rizado caía en cascada sobre un vestido rojo ceñido que hacía juego con su color de pintalabios. Se había maquillado de una manera que hacía que su piel cobriza brillara, y su estilo contrastaba por completo con mi ropa de trabajo llena de manchas de comida.

Shalini se deslizó a mi lado e inmediatamente me rodeó los hombros con un brazo.

—Dios mío, Ava. ¿Qué ha pasado?

Me inundaron todas las emociones que había estado conteniendo y apoyé la cabeza entre las manos.

—He pillado a Andrew acostándose en nuestra cama con una actriz rubia. —Cuando volví a mirarla, se me había nublado la vista.

Shalini tenía los ojos marrones muy abiertos y apretaba la mandíbula.

—¿Me estás vacilando?

Le di un sorbo a mi cerveza, aturdida.

—Me dijo que tenía permiso.

—¿Permiso? ¿Para qué?

Respiré hondo y le conté a Shalini todo lo que había pasado: que había llegado antes a casa, el orgasmo fingido y la parte de que debería alegrarme por él. Cuando terminé, la expresión de disgusto de Shalini era un reflejo de mis propios sentimientos. Luego, una sonrisa curvó sus labios.

—¿De verdad les lanzaste pollo vindaloo?

—Estaba por todos lados.

—Espero que se le hayan metido chiles picantes en las pelotas… —Shalini se detuvo un segundo e hizo una mueca. Probablemente intentaba evitar la imagen del curry desparramado sobre el cuerpo desnudo de Andrew. Sacudiendo la cabeza, dijo—: Es increíble. Es decir, ¿de verdad creía que no le iban a pillar?

—No lo sé. Supongo que sí. Se suponía que yo salía más tarde del trabajo, pero es mi cumpleaños. —Tenía las mejillas húmedas y me las limpié con las manos—. Sé que la mayoría de las relaciones no duran, pero creía que la nuestra era diferente.

Shalini me dio unas palmaditas en el hombro.

—La cura para un corazón roto es un hombre más guapo. ¿Ya te has metido en Tinder?

La miré fijamente.

—Lo que te acabo de contar pasó hace una hora y media.

—Claro. Bueno, cuando estés lista, yo te ayudo. Estoy desesperada por tener una aventura. ¡Quizás podríamos irnos de crucero! ¿No hay cruceros para solteros?

Miré mi vaso casi vacío. ¿Era la segunda cerveza o la tercera? Estaba perdiendo la cuenta.

—Ni hablar —respondí—. No quiero saber nada más de los hombres. Puedo ser perfectamente feliz con dónuts y películas sobre las reinas de la casa de Tudor.

—Un momento. ¿No se suponía que iba a financiar tu bar? —preguntó Shalini alzando la voz—. Le has estado pagando la puta hipoteca. Te lo debe.

Asentí con la cabeza.

—Y habrá sido por eso por lo que estaba esperando para decírmelo.

—¿Y si invierto yo en tu bar?

Era muy amable de su parte, pero no quería arruinar una amistad perfecta por meter en la ecuación un gran riesgo financiero.

—No, pero gracias. Ya se me ocurrirá algo.

—Podríamos abrir un bar juntas. Uno de esos en los que se pueden lanzar hachas, quizás. Y podríamos invitar a Andrew a la inauguración, tomar unos chupitos y ver adónde nos llevan las cuchillas.

Asentí con la cabeza, mirando mi cerveza.

—Podríamos llamarlo «El hacha borracha» —aporté.

—¿Recuerdas cuando Andrew trajo el hacha de acampar y casi decapita a una ardilla? Qué puto gilipollas —dijo Shalini—. Necesitas un macho alfa. Alguien que pueda protegerte.

Me balanceé en la silla.

—Puaj. No, no necesito un macho alfa. Solo necesito averiguar cómo reunir el dinero para pagar un alquiler. —Me sujeté a la mesa—. ¿Cómo de tonta soy por haber confiado en él?

Shalini se encogió de hombros.

—No eres tonta. Ha sido él quien ha arruinado algo bueno.

—¿Cuánto cuesta un alquiler en el centro? —pregunté, recostándome en la silla.

Ella se aclaró la garganta.

—No hablemos de eso ahora. Puedes quedarte conmigo.

—De acuerdo —accedí—. La verdad es que suena divertido.

Un tipo delgado con el pelo castaño se acercó a nosotras. Llevaba unas Chuck negras, unos vaqueros y una sudadera gris con capucha. Su atención estaba centrada por completo en Shalini, como siempre ocurría cuando salíamos juntas.

—¿Estáis pasando una buena noche? —preguntó, enarcando las cejas. Era evidente que pretendía ligar.

—Ella no —dijo Shalini.

—Quizás pueda hacer que te sientas mejor —respondió él, aunque el comentario estaba totalmente dirigido a Shalini—. ¿De dónde eres? Hablo tres idiomas.

—De Arlington, Massachusetts.

—No, me refiero a… ¿de dónde eres en realidad? Originariamente.

—De Arlington. —Shalini entrecerró los ojos—. ¿Qué tal un poco de francés? Foutre le camp!

El hombre se rio, nervioso.

—Ese no es uno de los idiomas que conozco.

—¿Sabes lenguaje de programación? ¿Qué tal esto: «sudo kill menos nueve u»?

Los ojos del hombre brillaron de emoción.

—Lo sabré si me dices la contraseña de administrador. —Su tono sonaba ligeramente lascivo, y yo ya no entendía qué estaba pasando.

Mi mirada se desvió hacia Casadas y cosidas. El chico había sometido a sus posibles novias a un combate de boxeo. Al parecer, la mejor manera de elegir esposa era hacer que se golpearan entre ellas mientras iban vestidas en bikini. Fruncí el ceño ante la pantalla, preguntándome cuántas de ellas necesitarían una nariz nueva después de este episodio.

Cuando me volví hacia Shalini y el hombre, vi que estaban discutiendo sobre lenguaje de programación.

Shalini era un genio de la informática. Había estado trabajando para una importante empresa tecnológica que había salido a bolsa hacía un mes. Yo no sabía exactamente cuánto dinero había ganado con las acciones, pero fuera lo que fuese, ya no necesitaba trabajar. En otros tiempos había sido una estudiante obsesiva, muy motivada, pero que se había acabado quemando y ahora solo quería divertirse.

Shalini levantó una mano y anunció:

—Steve, Ava ha pasado una mala noche. En este momento no le caen bien los hombres. Vamos a necesitar algo de espacio.

Y aquí fue donde cometí un error crucial:

—Es que pillé a mi novio tirándose a otra.

Steve se mordió el labio.

—Si queréis hacer un trío, o…

—¡No! —dijimos Shalini y yo al unísono.

—Como queráis. —La cara de Steve se endureció mientras me miraba—. No quiero ser un capullo, pero de todas formas no eres tan guapa. No con esas orejas de elfo. —Se alejó murmurando para sí mismo.

—¡No soy un elfo! —Me volví hacia Shalini, tocándome con delicadeza las puntas de mis orejas de fae—. Mierda. Eso no ha ayudado a mi autoestima.

—Sabes que muchos hombres dicen estupideces cuando los rechazan, ¿verdad? En un momento, eres la persona más hermosa que han visto. Y dos segundos después, eres una zorra engreída con rodillas raras. Todo el mundo sabe que las orejas de fae son atractivas, y tú también. Es solo que los intimidas.

He vivido entre los humanos, he intentado adaptarme. Me gustaría decir que fue por elección propia, pero la realidad era que los fae me habían echado hacía mucho tiempo. No tengo ni idea de por qué.

—¿Es eso lo que piensan todos los hombres humanos cuando me ven? —pregunté.

Shalini negó con la cabeza.

—Eres jodidamente preciosa. Pelo castaño oscuro, ojos grandes, labios sensuales. Eres como una pequeña Angelina Jolie de los noventa. Y tienes unas orejas de puta madre. ¿Sabes una cosa? Mi objetivo en la vida va a ser conseguir un novio fae. Los hombres humanos son un desastre.

—Y los hombres fae son aterradores —señalé, haciendo una mueca.

—¿Cómo lo sabes?

Un oscuro recuerdo recorrió el fondo de mi mente, pero fue intangible, fugaz, un fantasma difuso entre mis pensamientos.

—No lo sé. Hay algunos fae comunes como yo por aquí, pero no suelo encontrármelos. Todos los altos fae viven en Feéra, y creo que tienen poderes mágicos. Pero en cualquier caso, solo se puede entrar en su mundo a través de un portal, y para eso hace falta que te inviten, cosa que de ningún modo me va a pasar.

—¿Cómo imaginas que serían los hombres fae en la cama?

—Jamás he pensado en ello, la verdad.

Shalini me señaló con el dedo.

—¿Te has dado cuenta de que el sexo más impresionante se tiene con los más idiotas? El mejor sexo que he tenido en mi vida fue con un tío que creía que había extraterrestres viviendo en el núcleo de la Tierra. Vivía en una yurta en el patio trasero de la casa de sus padres y solo se dedicaba a intentar hacer kombucha, lo que nunca consiguió, por cierto. Tenía los zapatos pegados con cinta adhesiva. Sexo alucinante en la yurta, y por eso sé que Dios no existe. ¿Y tú?

—¿El mejor sexo? —Mi primer instinto fue decir Andrew, pero no, esa no era la verdad. Y ya no tenía que serle leal—. Se llamaba Dennis. En nuestra primera cita, me sirvió sopa fría de lata y trató de hacer percusión con la boca durante quince minutos. Desayunaba brownies de marihuana y quería ser mago profesional. Sin embargo, su cuerpo era absolutamente perfecto y era una locura en la cama. En el buen sentido.

Shalini asintió en señal de que me comprendía.

—Exacto. Es una crueldad. ¿Es posible que los hombres fae sean buenos en la cama y también normales?

—A saber. Estoy bastante segura de que son todos unos arrogantes, y creo que algo sanguinarios… Pero ni siquiera tengo permitida la entrada al mundo de los fae. —Esto era algo de lo que nunca hablaba, pero tanta cerveza me había soltado la lengua.

—¿Por qué no? Nunca me lo has contado.

Me incliné hacia delante.

—El mundo de los fae gira en torno al linaje familiar. Y como mis padres me dieron en adopción al nacer, nadie sabe cuál es mi linaje. Soy una paria. —Me miré a mí misma, viendo lo que los demás debían ver—. Shalini, no me va mucho mejor que a Dennis, ¿verdad? No tengo ni un centavo y llevo una sudadera con la imagen de un gato manchada de comida. —Alcé la mano para tocarme el pelo y me di cuenta de que llevaba uno de esos moños que dicen «me doy por vencida», con los pelos saliéndose por todos lados—. Ay, Dios. Este es el aspecto con el que conocí a Ashley.

—Estás más sexy que nunca. Parece como si alguien te hubiera tenido despierta toda la noche porque estás buenísima. —Los ojos de Shalini se posaron en mi vaso de pinta ya vacío—. ¿Otra ronda?

Asentí con la cabeza, aunque ya me sentía mareada. Seguía escuchando los gemidos agudos de Ashley, y tenía que hacerlos desaparecer.

—Más —dije lentamente, y suspiré—. Gracias. Andrew era demasiado guapo. Demasiado perfecto. Debería haber sabido que no podía confiar en un hombre tan guapo.

Shalini le gritó al barman:

—¿Nos traes una jarra de margaritas? ¿Y puedes subir el volumen de Casadas y cosidas? Van a mandar a una a casa esta noche.

—Espero que sea Amberlee —dije—. No, espera. Espero que se quede. Está chiflada, y por eso es mi favorita. Intentó maldecir a Jennica con una vela negra.

Mientras el barman llenaba la jarra, apareció un aviso de «noticia de última hora» en el televisor de encima de la barra, interrumpiendo el vídeo de una concursante de Casadas sollozando borracha. Había un reportero colocado en la esquina de una calle.

Me quedé mirando la pantalla.

—Se acaba de anunciar —dijo el reportero, sonriente— que Torin, rey de los fae, se casará este año.

Se hizo el silencio en el bar. El rey Torin era el líder de los altos fae, un grupo mortífero de fae que ahora gobernaba nuestro mundo desde la distancia. Precisamente el tipo de fae que no querría tener nada que ver con una fae común como yo.

Y, sin embargo, me quedé con la mirada clavada en el televisor, embelesada junto con el resto.

3 AVA

Se va a celebrar un gran torneo de mujeres fae para elegir a la novia —continuó el reportero—. No todas las fae podrán participar. Solo se seleccionarán a cien entre miles de concursantes posibles, elegidas a dedo por el propio rey. Su pareja deberá demostrar fuerza, gracia…

Puse los ojos en blanco.

—Qué anticuado es esto. ¿No puede el rey conocer a alguien y decidir si le gusta…?

—¡Shh! —Shalini prácticamente me tapó la boca con la mano—. Te quiero, pero si sigues hablando, te mato.

Shalini, mi amiga humana hasta la médula, estaba obsesionada con los fae. Yo, en cambio, estaba perfectamente feliz de mantenerme alejada de ellos.

Los fae no se habían revelado al mundo humano hasta hacía unos treinta años. Al principio, los humanos reaccionaron con horror y repulsión y, por desgracia, esa actitud había permanecido durante la mayor parte de mi infancia. Pero ¿ahora? Los humanos adoraban a los fae. En algún momento, los fae habían conseguido forjarse una imagen de lujo y esplendor.

Yo tenía la ligera sospecha de que seguían siendo bastante aterradores detrás de esa fachada de sofisticación.

—El rey Torin —dijo el reportero con una sonrisa— nació hace veintiséis años. Hacía tiempo que se esperaba que eligiera una reina, siguiendo la antigua costumbre del torneo…

Había visto su foto cientos de veces: pálido, con la mandíbula marcada como el filo de una cuchilla y el pelo oscuro bien corto. En esta foto, el rey Torin llevaba un traje negro que hacía resaltar sus anchos hombros. Tenía una sonrisa maliciosa y arqueaba una de las cejas negras.

Tal vez fue la cerveza o la congoja, pero me enfadé con solo mirarlo. Era más que evidente que solo se quería a sí mismo.

Sin embargo, tenía que reconocer que era difícil apartar la mirada de su foto.

—Bastardo engreído —balbuceé. Ah, sí. Estaba borracha.

—Dicen que es muy misterioso —comentó Shalini con un suspiro—. Le rodea un aura de tragedia absoluta y nadie sabe por qué.

Eso no tenía ningún sentido.

—¿Qué tiene de trágico ser el hombre más rico del mundo? ¿Sabes cuántos bares podría abrir si le diera la gana? ¿O colegios? ¿Sabes cuántos títulos universitarios podría tener? —Me di cuenta de que estaba gritando.

—He oído que vive con remordimientos —agregó Shalini, mirando a la derecha—. Supuestamente ha asesinado a gente… y se siente culpable por ello. Está siempre meditabundo y atormentado.

—¡Qué buen partido! ¿Sabes? Si fuera feo, a nadie le parecería encantador, ¿verdad? Ser un asesino no suele considerarse un rasgo positivo. —Terminé mi margarita. Se había acabado demasiado rápido—. Ese es el problema con los ricos y poderosos, ¿no? Y los estúpidamente apuestos. No saben nada sobre límites ni sobre tener una capacidad de empatía normal, y de repente, te enteras de que están metiendo la polla en actrices que se llaman Ashley. —Era vagamente consciente de que había gritado la última parte.

—Olvídate de Andrew, Ava. Piensa en los musculosos brazos del rey Torin. ¡Eres fae! ¿Por qué no compites en el torneo?

—¿Qué? ¿Yo? —resoplé—. No. En primer lugar, no me lo permitirían. Y segundo, me perdería nuestras divertidas fiestas de pijamas y las maratones de Los Tudor. Además, voy a empezar a hornear pasteles. Aunque tal vez podría hacer, digamos, pasteles de la época de los Tudor.

Shalini entrecerró los ojos.

—Ya hemos hecho dos maratones de Los Tudor.

—Podemos ver La reina virgen. No importa. —Sonreí—. Haré panecillos de Pascua, propios de la época.

Me quedé mirando la pantalla, viendo las imágenes del rey Torin grabadas desde la distancia. Él controlaba su imagen pública con mucho cuidado: iba siempre bien peinado, se vestía de forma elegante, no tenía ni un pelo suelto en la frente. Pero hacía un año se había filtrado algo. De algún rincón oscuro de Internet había aparecido una imagen de Torin emergiendo de las olas del océano como un dios de los mares, con las gotas de agua brillando sobre sus fornidos músculos. Con la sonrisa socarrona y los rasgos perfectos, parecía una mezcla entre Henry Cavill en Los Tudor y Poseidón.

Es decir, si a una le gustaran ese tipo de cosas.

La imagen en la pantalla del televisor cambió de nuevo. Ahora parecía ser una transmisión en directo desde un helicóptero. En la calle de abajo, un Lamborghini plateado rodeado de un desfile de motos negras avanzaba entre el tráfico.

—El rey y su comitiva han salido de Feéra para notificar en persona a cada una de las participantes del concurso —explicó el locutor—, el cual se hará según la antigua tradición del torneo.

—¿Esa es la autopista 8? —preguntó alguien al otro lado del bar.

—Vaya —dijo otro cliente—, están cerca.

Miré a Shalini. Ella tenía los ojos clavados en la televisión, con la boca entreabierta.

—¡Mierda! —gritó alguien—. Se han desviado por la salida 13.

—Eso está como a dos calles de aquí —dijo Shalini en voz baja.

¿De qué hablaba todo el mundo?

Ah, el espectáculo del rey de los fae y su novia.

Escuché la voz de Shalini a mi lado, sin aliento por la emoción.

—¿Has visto alguna vez al rey Torin en persona?

—No. Estoy segura de que tendrá un aspecto perfectamente aceptable, pero… —Dejé de hablar, mientras una gélida sensación de intranquilidad se extendía por mi pecho.

Perdí el hilo de lo que decía, y la mesa pareció tambalearse ante mí. Empecé a sentir mucha saliva en la boca. Las margaritas habían sido una mala idea.

Apoyé la cabeza entre las manos y los rasgos perfectos de Andrew afloraron en mi mente.

—Íbamos a plantar manzanos.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —me preguntó Shalini.

El sonido de las motos volvió a llamar mi atención. Al otro lado de las ventanas, pasaban rugiendo los primeros integrantes de la comitiva del rey Torin. El estruendo de los motores era como el de una avioneta en pleno despegue, pero si el ruido molestaba a los clientes del Trébol Dorado, una jamás se habría enterado. Tenían las caras aplastadas contra las ventanas mientras pasaban una, dos, tres, cuatro motos.

Me sorprendió ver que aún había luz fuera porque pensé que ya era medianoche. ¿Quién se emborrachaba tanto a plena luz del día?

—¡Ay, Dios mío! —La voz de Shalini interrumpió el ruido ensordecedor—. Acaba de pasar… Espera, ¿se está deteniendo? —Su voz se había vuelto tan aguda que me preocupé.

Todo el bar se había agolpado alrededor de la ventana, empañando el cristal con su aliento colectivo y manchándolo con los dedos.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Shalini de nuevo—. ¡Ahí está!

Me encontré tropezando con el taburete y me acerqué a la ventana para ver si podía echar un vistazo. Me metí entre el idiota que buscaba un trío y una mujer que olía a desinfectante.

—Ay, Dios —dijo Shalini, estupefacta—. Ay, Dios…

Poco a poco, se abrió la puerta del Lamborghini, y salió el rey de los fae. Al atardecer, su pelo negro adquiría un brillo dorado. Era alto y fornido, e iba vestido con una chaqueta de cuero oscuro y pantalones negros. Parecía un modelo de Calvin Klein de otro mundo, dorado a la luz del sol, con la piel tan bronceada que contrastaba con el azul gélido de sus ojos. Un leve rastro de barba oscurecía su mandíbula definida. Le había crecido el pelo desde las últimas fotos que había visto de él. Estaba más largo, oscuro y ondulado.

Con una punzada de vergüenza, me di cuenta de que tenía la nariz pegada en el cristal y me había quedado boquiabierta como todos los demás.

El rey observó la fachada del Trébol Dorado, con sus ojos azul claro que brillaban bajo la luz del sol. ¿Qué hacía aquí? Dudaba que hubiera venido a buscarme a mí, porque ningún fae sabía quién era.

Se apoyó en el lateral del Lamborghini, con los brazos cruzados. Tardé un segundo en darme cuenta de que estaba esperando a que llegara el resto de la comitiva.

El rey Torin hizo un gesto hacia el bar y dos de sus guardias se bajaron de sus motos para dirigirse al interior.

A mi lado, Shalini susurró:

—¿Crees que vienen a por ti, Ava?

—No puede ser. Tiene que haber otra fae aquí.

Recorrí el bar en busca de otra fae como yo. No solíamos ser difíciles de detectar. Nos delataban las orejas ligeramente puntiagudas y el inusual color del pelo, pero por lo que podía ver, solo había humanos en el bar.

Uno de los integrantes de la comitiva del rey Torin abrió la puerta de un empujón, un hombre con la piel bronceada y el cabello negro y largo. Tenía la constitución de una montaña. En el bar, se podría haber oído caer un alfiler.

—El rey de los fae desea detenerse a tomar una copa.

Reprimí una risita. Seguro que el rey de los fae estaba acostumbrado a los vinos centenarios de los mejores viñedos de Burdeos. Qué sorpresa le esperaba en el Trébol Dorado, donde lo único añejo eran la comida y la clientela.

Estaba a punto de decirle eso a Shalini cuando el rey Torin entró por la puerta del Trébol Dorado y sentí que se me abría la mandíbula.

Sabía que era guapísimo, pero en persona, su belleza me impactó con la fuerza de un puño. Claro, había visto su cara en miles de revistas de cotilleos. La mandíbula cuadrada, la sonrisa diabólica, los ojos de un color azul glacial que parecían centellear con un secreto sucio. Pero en esas fotos no se apreciaban algunos de los detalles que ahora podía ver de cerca: las pestañas negras como el carbón, el tenue hoyuelo de la barbilla.

¿Un adonis de carne y hueso? ¿Un dios? ¿Era algún tipo de magia fae?

Siempre había pensado que Andrew era un diez. Pero si Andrew era un diez, tendría que inventar una escala completamente nueva, porque no le llegaba ni a la suela de los zapatos al rey de los fae.

Los ojos del rey se clavaron en los míos y dejé de respirar por completo mientras que un escalofrío glacial me recorría la espalda. De repente, sentí como si una escarcha naciera de mis vértebras y se expandiera hacia fuera.

Parecía que lo rodeaban sombras a medida que atravesaba el bar, y los clientes se apartaron instintivamente. Había escuchado que tenía ese efecto sobre la gente, que su mera presencia bastaba para doblegar a los humanos a su voluntad.

Al barman le temblaba la mano mientras le servía un whisky al rey Torin.

—Rey Torin —susurraban los humanos, con aire de reverencia—. Rey Torin.

Algunos se arrodillaron. Steve, el del trío, apoyó la frente contra el suelo manchado de cerveza.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Shalini, casi sin aliento y aferrada a mi brazo con tanta fuerza que supe que me estaba dejando moratones.

Tal vez fuera porque yo era fae, o tal vez era por las cinco cervezas que corrían por mi pequeño cuerpo, pero no me iba a poner de rodillas. Aunque pudiera sentir el poder del alto fae recorriéndome los huesos, exigiendo una reverencia, me quedaría de pie costara lo que costara.

Torin aceptó el whisky que le ofreció el camarero y sus ojos se clavaron en los míos. Cuando empezó a acercarse, me dominaron unas ganas irrefrenables de arrodillarme.

A él se le tensó la mandíbula.

—Se espera que los fae se inclinen ante su rey. —Su voz grave y aterciopelada me acarició la piel.

Sonreí con todo el encanto que pude.

—Pero en realidad no soy uno de vosotros. Eso ya lo decidisteis hace tiempo. —El alcohol enmascaraba el miedo que debería estar sintiendo—. Así que ahora vivo según las reglas humanas. Y los humanos no tienen que inclinarse.

El apretón fuerte y doloroso que Shalini me dio en el brazo me advirtió de que me callara. Hice una mueca de dolor, levanté la mano y continué:

—Además, ya no me gustan los hombres después de haber encontrado a Ashley encima de Andrew.

El silencio se apoderó del lugar, denso y pesado. El labio del rey se torció.

—¿Quién es Ashley?

—En realidad, el problema no es ella —respondí con un suspiro—. El problema es que no me voy a inclinar ante un hombre rico y guapo. He tenido un día bastaaaaaante difícil —balbuceé.

Él me observó, con la atención puesta en las manchas de mi sudadera de gato y en el vaso vacío que llevaba en la mano.

—Ya lo veo.

De nuevo, nuestros ojos se encontraron. Detrás de él, parecía acumularse la oscuridad y se iban acercando las sombras. Un escalofrío me recorrió los huesos y me empezaron a castañetear los dientes.

«Honra a tu rey. Honra a tu rey». Una voz en mi cabeza me ordenaba que me humillara ante él, y sentí que el miedo me recorría la espalda.

El rey Torin frunció ligeramente el ceño, como si le sorprendiera mi resistencia. Pero ¿acaso no me había escuchado cuando le dije que yo no era uno de ellos?

La comisura de sus labios se crispó.

—Menos mal que no estoy aquí para invitarte a competir por mi mano. Tu falta de respeto te descalificaría de inmediato.

Miré sus ojos glaciales. El rey Torin me acababa de descartar explícitamente de un torneo en el que no tenía ningún deseo de participar.

—Ah, no te preocupes, no tengo ningún interés en tu torneo. De hecho, creo que es un poco vergonzoso.

Los ojos del rey Torin se abrieron de par en par y, por primera vez, una expresión parecida a una emoción real invadió sus perfectos rasgos.

—¿Sabes quién soy?

—Ah, sí, el rey Torin. Ya sé que eres de la realeza, del antiguo linaje seelie y bla, bla, bla… —Tenía una ligera idea de que mi dificultad para pronunciar bien le quitaba algo de fuerza a mi perorata, pero el rey estaba en el lugar y el momento equivocados, e iba a tener que escucharlo—. En realidad, no sé mucho de ti ni de los fae desde que todos pensasteis que no era lo bastante buena como para estar con vosotros. Y eso está bien, porque hay cosas increíbles aquí en el mundo de los mortales. Pero sé que todos vosotros creéis que sois mejores que los humanos. Y esta es la cuestión, rey. —Ignoré las uñas de Shalini, que se me clavaban en el brazo—. Toda esta pom… pompa que estáis haciendo, no es mucho mejor que lo más estúpido de la cultura mortal. ¿Tu torneo de novias? Sé que es una tradición antigua y que se remonta al viejo mundo, cuando vivíamos en los bosques, con astas en la cabeza, y teníamos sexo como animales en los robledales…

Él se puso serio y sentí que me sonrojaba. ¿De dónde había salido eso? ¿Y qué estaba diciendo?

Cerré los ojos un momento, intentando recuperar el hilo de mis pensamientos.

—Pero ¿qué tiene de distinto todo este concepto con lo que pasa en Casadas y cosidas? —Hice un gesto descontrolado para señalar la pantalla—. Tu vida es básicamente el nadir de la civilización humana. Ahora tu torneo de novias incluso sale en la televisión. Es todo falso, ¿no? Y en realidad no eres mucho mejor que Chad, el piloto con los dientes absurdamente blancos de Casadas y cosidas. Unos imbéciles guapos y ricos, nada más. Cualquiera que quiera participar en este torneo busca dos cosas: fama y poder.

—Ava, deja de hablar —siseó Shalini.

A pesar de mi borrachera, era consciente de que estaba haciendo algo espantoso.

—Bueno, fama, poder y a ti… Ya sabes. —Le hice un gesto con la mano—. Tu cara y tus abdominales. Nunca os fieis de alguien tan sexy, señoritas. En fin, paso de hacer reverencias. Que tengas una buena noche.

El alcohol había desatado un río de palabras que brotaban de mí, y no podía contenerlo.

A mis espaldas, los clientes del Trébol Dorado me miraban con los ojos abiertos como platos. Las sombras que se arremolinaban alrededor de Torin parecían convertirse en algo casi sólido, confirmando lo que siempre había sabido de los fae: eran peligrosos. Probablemente por eso debería haberme arrodillado y haber cerrado la boca.

Los ojos del rey se volvieron más brillantes y el hielo invadió mis venas. Me sentía congelada y frágil. No podría haberme movido de mi asiento, aunque hubiera querido.

La voz del rey Torin era suave como la seda, y apareció un leve destello de diversión en sus ojos.

—Como quieras. Está claro que tienes toda la vida resuelta. —Su mirada volvió a recorrer mi cuerpo, fijándose en la sudadera del gato gruñón—. No quisiera arruinarla.

Entonces, antes de que pudiera decir otra palabra, se dio la vuelta y salió del bar.

Durante un largo rato, los clientes permanecieron inmóviles. Entonces, el hechizo se desvaneció y el bar estalló en una cacofonía de voces.

—¡Ha rechazado al rey de los fae!

—¿Qué significa «nadir»?

Shalini me agarró del hombro y preguntó:

—Pero ¿qué te pasa?

—Los cuentos de hadas no son reales, Shalini —respondí, haciendo una mueca de dolor al sentir su mano—. ¿Y los fae? No son las criaturas agradables que crees.

4 TORIN

Se acercaba la medianoche, tanto en Feéra como en la ciudad de los mortales, cuando regresé a mis aposentos tras pasar el día fuera.

Solté un suspiro al entrar en mi habitación. Las paredes eran de color verde bosque con tonos dorados, el aire húmedo estaba colmado del aroma de las dedaleras y de la dulce fragancia del manzano que crecía en mi dormitorio. La luz de la luna se derramaba sobre el árbol y las plantas a través de una claraboya. Era lo más parecido a un invernadero que se podía encontrar en el castillo.

Me dejé caer sobre la cama, aún vestido.

Hoy me había encargado de invitar personalmente a cien mujeres fae a competir por mi mano: una princesa de cada clan noble y otras noventa y cuatro fae comunes. Jamás había ganado el torneo una fae común, pero invitarlas a participar las hacía sentirse involucradas y evitaba que sus familias se rebelaran.

Durante las siguientes semanas, estas mujeres competirían por el trono de reina seelie y la oportunidad de reinar a mi lado como mi esposa. Y esa mujer borracha que no paraba de despotricar probablemente tenía razón: lo que en realidad querían era poder y fama.

No importaba.

Aunque no tuviera ningún deseo de casarme, tener una reina en el trono era fundamental para que siguiera fluyendo nuestra magia. Era la única manera de proteger el reino. Y lo más importante: me concedería la magia que tanto anhelaba.

Si no me casaba, Feéra y todos sus habitantes morirían. Era tan simple como eso, y realmente no importaba lo que yo quisiera.