Fue un miércoles - Whitney G. - E-Book

Fue un miércoles E-Book

Whitney G.

0,0

Beschreibung

Nos conocimos un miércoles. Nos convertimos en enemigos y luego en amantes un miércoles. E hicimos una última promesa antes de decirnos adiós un miércoles. Kyle Stanton es el playboy más arrogante que haya pasado nunca por el campus de esta universidad. También es la última persona del mundo a la que me gustaría entrevistar para mi tesis de grado, porque: 1) No he olvidado que me dejó colgada para un trabajo de grupo en primer curso. 2) Tiende a creer que cualquier mujer que respire en su dirección lo desea. 3) ¿He mencionado ya lo insoportable y exasperante que es? Si le escucho de nuevo pronunciar la frase «No tienes por qué quedarte ahí mirándome, si quieres te doy lo que buscas, solo tienes que pedirlo», juro que voy a gritar. Al menos, esa ha sido mi impresión inicial de él hasta que sugiere «un trato perfecto» que nos beneficiará a los dos. Pero entonces, un beso indecente lo cambia todo, y me muestra una parte de él que hace que me enamore perdidamente. Sin embargo, solo nos queda un semestre juntos… Él entrará en la liga profesional de fútbol americano, y yo me marcharé a Londres. Prometemos seguir siendo amigos en la distancia, pero una tremenda discusión nos separa y, desde entonces, no hemos vuelto a hablarnos. Hasta ahora. Nos conocimos un miércoles. Nos convertimos en todo y luego en nada un miércoles. Y ahora aparece en mi fiesta de compromiso, después de todos estos años, un miércoles…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 262

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título original: On a Wednesday

Primera edición: marzo de 2022

Copyright © 2021 by Whitney G.Published by arrangement with Brower Literary & Management

© de la traducción: Lorena Escudero Ruiz, 2022

© de esta edición: 2022, Ediciones Pàmies, S. L.C/ Mesena, 1828033 [email protected]

ISBN: 978-84-18491-67-2BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografías del modelo: path21/depositphotos.com

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Epílogo

Carta a mis lectores

Playlist

Contenido especial

Sobre el libro

La serie «Una semana» es una serie de novelas cortas, independientes y autoconclusivas que se inspiran en un día de la semana, una canción de Adele y un verso romántico y tierno.

Fue un miércoles es el segundo libro de la serie, y está inspirado en Someone Like You, de Adele.

Esta historia está dedicada a todos los amigos que hice en la universidad.

Desearía que todos pudiéramos volver a ese espacio y ese tiempo, y que todo fuera como antes.

1

En la actualidad

Boston, Massachusetts

Kyle

—¡Kyle Stanton es un asco! ¡Kyle Stanton es un asco! ¡Sacadle el dedo, le importamos un bledo!

Los fans habían estado gritando a pleno pulmón fuera de mi casa durante siete días seguidos.

Esto es ridículo…

Abrí la persiana y me di cuenta de que el grupo habitual de unas trescientas personas parecía mucho mayor ese día. En lugar de los típicos carteles con «¡A la mierda, Kyle! ¡Es un fraude!» que habían pintado, ahora también habían añadido un «¡Acabad con nuestro tormento! ¡Traspasadlo mañana mismo!».

Aparte de eso, el tinglado era el mismo: una pira de madera de casi dos metros de alto para quemar todas mis camisetas, una diana enorme con mi cara y un escenario improvisado con un micrófono donde se subían por turnos para proferir insultos ante mi apartamento. Daba igual que la lluvia y el granizo les hubieran caído encima sin cesar durante todas y cada una de las noches de esa semana; estaban decididos a dedicarme hasta la última gota de su veneno.

—¡Kyle Stanton nunca nos volverá a llevar a la Super Bowl! —gritó al micrófono una pelirroja que no parecía tener más de siete años—. ¡Está demasiado ocupado saliendo en anuncios de ropa interior y perfumes!

—¡Es verdad!

—¡Que lo sepa!

—¡Vamos, sigue! —la animó la multitud, y avivaron la pira para quemar otra camiseta.

Miré hacia un extremo de la calle y entrecerré los ojos al divisar a un grupo de gente muy cabreada que estaba montando equipos estéreo y preparándose para tirar otro montón de huevos frescos.

¿Ese es el guarda de seguridad de mi apartamento?

—¡Sabemos que nos estás mirando! —gritó un hombre de pelo canoso por el megáfono—. ¡Haces que odie ser fan de los Falcons, pedazo de mierda!

—¡Sí! —bramó un chaval con una sudadera azul en otro tono distinto—. ¡Si esto es «lo que hay» y no vas a cumplir tu promesa de traernos otro campeonato, haznos un favor y vete a tomar por culo, Kyle! ¡Pasamos de ti!

Gracias a esa última frase, la multitud se enamoró de otro nuevo cántico.

—¡No te queremos aquí! ¡Kyle, pasamos de ti!

Por Dios santo.

Cerré las persianas y cogí el teléfono para buscar el contacto de mi agente, Taylor.

—Ya te he enviado el acuerdo de confidencialidad por correo electrónico —me respondió al primer tono—. Tú asegúrate de hacerle una foto al carné de la mujer para que pueda investigarla antes de que hagáis nada los dos. Ah, y primero entérate de si es una fan de Nueva York.

—Hace años que no te llamo por algo así, Taylor —contesté, poniendo los ojos en blanco—. Te llamo porque necesito largarme de Boston esta misma noche. Haz que Charlie me recoja lo antes posible.

—Perdona, ¿qué acabas de decir?

—Necesito que Charlie me lleve al aeropuerto privado para ir a despejarme la mente en Cabo o en alguna otra parte.

—No puedes irte de la ciudad días antes de la primera ronda de los playoffs, Kyle. —Su tono era vacilante—. Es decir, ¿sabes lo mal que les va a parecer a los fans?

—¿Te refieres a los que están ahí fuera ahora? —Escuché que algo se estrellaba contra las ventanas y corrí a mirar otra vez.

Mis vecinos, mis putos vecinos, les estaban diciendo a los fans exactamente dónde podían arrojar sus muñecos bubblehead. La policía local estaba allí de pie, con los brazos cruzados, y estaba claro que se habían puesto de su parte.

—La semana que viene no tenemos partido —respondí—. No me importa lo que le parezca a nadie. Sácame de aquí.

—Eh… —Taylor soltó un lento suspiro—. Kyle, mi padre me mataría si accediera a ayudarte en esto. Me ha entregado las riendas de esta agencia por un motivo, y ahora no puedo arriesgarlo todo.

—Después de pedirle a Charlie que me recoja, puedes contarme lo de que tu padre te haya puesto la vida en una bandeja de plata, Taylor. Llama a Charlie. Ya.

—Lo único que tienes que hacer es ganar, y el enfado de todos tus fans se esfumará de la noche a la mañana —comenzó a hablar a toda pastilla—. Piensa en ello largo y tendido antes de empeorar todavía más las cosas. Volvamos a la última temporada, cuando eras feliz, para que puedas…

No necesitaba escuchar ni una palabra de lo que estaba a punto de decirme. Ya lo había oído antes, y estaba equivocada.

Equivocada del todo.

Desde el momento en que había puesto un pie en esa ciudad años atrás, desde el instante en que me habían seleccionado para la liga, les había dado a esos fans toda mi sangre, mi sudor y mis lágrimas. Me había dejado la piel en el campo temporada tras temporada, domingo tras domingo, pero no había sido suficiente.

Daban igual todas esas «jugadas épicas e increíbles» que la gente recordaba con total admiración, porque mis esfuerzos no importaban.

No importaban si no conseguía ganar la Super Bowl.

No importaban si no cumplía la promesa que les había hecho de conseguirles un trofeo.

Más de un año y medio atrás, había estado más cerca que nunca. Los había llevado a la gran final, pero nos habíamos enfrentado a un equipo mucho mejor que también tenía un líder mucho mejor: mi mejor amigo, Grayson Connors.

Había vuelto con las manos vacías y derrotado, y los fans habían dejado bien claro que estaban perdiendo la esperanza.

Aun así, incluso ese año, con un historial invicto de dieciséis a cero y las mejores estadísticas de mi carrera, no se mostraban contentos. Y ahora estaban totalmente furiosos por un comentario que le había hecho de pasada a un periodista la semana anterior.

Después de seguirme durante más de una hora de camino al campo de entrenamiento, me había provocado gritándome que nunca cumplía mis promesas y que era todo fachada, pero nada de resultados. Así que al final había terminado por incumplir mi regla de no hablar nuca con los medios y le había dado lo que quería.

—Te puedo garantizar que seguiré siendo un maldito millonario tanto si gano como si pierdo en los playoffs —le dije—. Y tú seguirás tratando de pagar el alquiler con mis fotos.

Quizá también dijera «Que le den a esta ciudad» y «Estoy deseando cambiar de equipo», pero me negué a confirmarlo o negarlo.

Mis comentarios encendieron los ánimos de toda la ciudad en solo unos minutos, y no hubo suficiente agua en el río Charles para apagar las llamas.

—Creo que los fans confían demasiado en tu potencial —suena la voz de Taylor de nuevo en mi oído—. Quieren que ganes un campeonato para esta ciudad, pero también les importa que cumplas la promesa que te hiciste a ti mismo. Te están apoyando, Kyle.

—¿Vas a conseguirme el coche privado o no? —pregunté.

—No puedo —contestó—. Por favor, solo…

La dejé con la palabra en la boca y bloqueé temporalmente sus llamadas.

Caminé de acá para allá tratando de pensar en qué hacer a continuación.

De ninguna manera pensaba pasar allí la noche, pero tenía que encontrar la forma de escapar sin que me vieran.

Me tiré sobre el sofá y la pantalla de la televisión se iluminó con un mensaje.

«¡Feliz vigésimo octavo cumpleaños, Kyle! ¡Pásalo en grande!».

Reprimí un suspiro.

Entre todo aquel odio, casi se me había olvidado que era mi cumpleaños. Bueno, en cualquier caso, el «falso»; llevaba desde la universidad ocultando la fecha real porque estaba cansado de que la gente pensara que sabía quién era el auténtico yo.

Tonto de mí, me metí en Instagram para comprobar si alguien que me conociera también me había felicitado. En mi último post, uno en el que estaba en medio del campo sosteniendo un cartel donde ponía «16-0», había más de veinte mil comentarios, y la mayoría de ellos eran de puro odio.

«¿Que le den a esta ciudad? ¡Que te den a tiiiii!».

«¡Espero que la última fan con la que te hayas acostado te haya pegado una enfermedad venérea!».

«Acabo de quemar tu camiseta… ¡otra vez!».

Gemí y desplacé la pantalla para llegar a los comentarios más recientes. Cuanto más avanzaba, más razonable parecía todo.

«@TheRealGraysonConnors: Feliz cumpleaños al mejor amigo que he tenido jamás. Estoy seguro de que esta noche lo estarás celebrando. Te llamaré por la mañana. #manténlacabezaalta».

«@AdrienW: Tampoco es que vayas a leer esto nunca, pero felicidades de todas formas. (Aunque sigo estando encabronado con tus últimos comentarios -_-)».

«@BarrettPratt: ¡Feliz cumpleaños, compañero! ¡Vamos a por esa copa la semana que viene! #nolehagascasoanada».

«@CourtneyRJohnson: Feliz cumpleaños, Kyle… Los grandes veintiocho, ¿eh? Espero que estés bien».

¿Courtney Johnson?

Me quedé paralizado al ver su comentario, y de repente sentí un dolor familiar en el pecho.

No hemos hablado desde hace dieciséis meses.

Pinché sobre su nombre y abrí su perfil. Después de todo ese tiempo, me sorprendía que al fin me hubiera desbloqueado.

Desde nuestra última conversación, una discusión brutal que nos hizo pedazos a los dos, no creí que volviera a dirigirse a mí en la vida.

Sus últimas fotos eran de la Space Needle de Seattle, de Pike Place Market y del estadio The Lumen, donde yo había jugado un montón de domingos.

Seguí mirando sus posts hasta que llegué a una foto en donde aparecía su cara. Y entonces el dolor de mi pecho se hizo veinte veces más insoportable.

Joder…

En una publicación de diciembre estaba sentada sola en un reservado de color verde chillón sosteniendo una copa de martini extragrande.

«¡Por un nuevo año con nuevos amigos!», rezaba el pie de foto.

Con el pelo rubio recogido en un moño despeinado y los labios de un rojo fuerte, estaba todavía más sexy de lo que lo había estado en la universidad.

Me guardé unas cuantas capturas de pantalla en el teléfono solo por si se le ocurría volver a bloquearme.

Empecé a enviarle un mensaje directo, pero no estaba seguro de qué escribir. «Hola, ¿cómo te ha ido?» me parecía demasiado trivial, y «Te he echado de menos como un loco», demasiado grandioso.

En su lugar, di mil vueltas y me puse a pinchar sobre todas las personas a las que había etiquetado en las fotos para tratar de averiguar qué era lo que había estado haciendo con su vida.

Cuatro nombres aparecían con más frecuencia: Nick, Barrett, Samson y Alonna.

Los perfiles de los chicos no contenían nada más que fotos en grupo en un bar, así que fui a la página de Alonna.

Por algún extraño motivo, su última foto era con un vestido negro escotado impresionante. Un vestido que hizo que se me pusiera la polla dura.

Al pinchar sobre la imagen, leí lo que ponía al pie.

«¡Hola a todos!

He bloqueado a Courtney de mi página temporalmente, ¡así que no puede ver esto! (¡Shhhh! ¡No se lo contéis!).

Voy a darle una fiesta sorpresa este fin de semana, para comer, en The Savoy Bar, junto a Pike Place Market. Será a las tres de la tarde.

¡Respondedme por mensaje directo y no le digáis nada de esto! ¡Os veré allí!».

Volví a leer el pie de foto varias veces, preguntándome si su nueva amiga, Alonna, sabía que Courtney odiaba las sorpresas.

Dudaba que eso hubiera cambiado en los meses en los que no habíamos hablado, y también sabía que no debía responder a la invitación solo para volver a verla. Estaba seguro de que le había contado a todo el que quisiera escucharla cómo nos habíamos separado, cómo se había roto en mil pedazos nuestra amistad única.

Pero, claro, quería creer que su felicitación era una señal de que al fin podíamos arreglar las cosas. Que quizá, solo quizá, las promesas que nos habíamos hecho durante el último año le habían rondado la cabeza últimamente tanto como a mí.

¿Lo recuerda?

Me puse de pie, salí al pasillo y sopesé mis opciones.

Primera: podía volar a Seattle, sorprenderla en una fiesta que probablemente iba a odiar y preguntarle si podíamos hablar en privado.

Segunda: quedarme en la ciudad y esperar hasta después de los playoffs para enviarle un mensaje y pedirle que cenara conmigo.

Mientras caminaba hacia los ascensores, escuché un sonido familiar.

—Apesta. Apesta. ¡Apesta!

¿Qué demonios?

Dos hombres vestidos de camuflaje, los tipos que vivían en el piso de encima del mío, salieron de repente de detrás de la estatua del pasillo.

—¡Kyle Stanton apesta! ¡Kyle Stanton apesta! —gritaron a la vez—. ¡Sacadle el dedo, le importamos un bledo!

Vale, a tomar por culo. Me voy a Seattle.

2

En la actualidad

Seattle, Washington

Courtney

Esta no es la vida real, Court. Es solo una simulación pésima, y vas a despertarte dentro de treinta segundos.

—¿Un pedido de cinco bollos glaseados y dos tés taideluxe para Courtney Johnson? —interrumpió una voz de pito mis pensamientos, echando por tierra al instante mis esperanzas—. ¿Está aquí Courtney Johnson?

—Esa soy yo. —Cogí el pedido y salí de la cafetería para volver a The Fine Print Publishing.

Subí en el ascensor hasta la última planta, entré en el despacho de mi jefe y me mordí la lengua antes de dejar la bolsa.

—Muchas gracias por traérmelo, Courtney —dijo—. Tengo un largo día de trabajo por delante, y siempre me impresiona que llegue usted tan temprano. Es como una de las becarias.

La verdad es que yo también estoy empezando a pensarlo…

—Me alegra haber podido hacerle un favor rápido, señor Bruce.

—He oído que su supervisor, Michael Router, está trabajando en un notición. ¿No se alegra de tener la oportunidad de trabajar para alguien con ese talento para escribir?

—¿Se refiere a «con talento para plagiar»?

—¿Eh? —Levantó una ceja—. ¿Qué ha dicho?

—He dicho que sí. Es todo un honor. —Me obligué a sonreír—. ¿Puedo marcharme ya? He pedido la tarde libre por mi cumpleaños.

—Ah, claro. —Sonrió—. ¿Sabe? Un día, con su dedicación al trabajo, podría ser la siguiente Michael Router. Podría llegar a traer a la sección de deportes un montón de esas.

Señaló las placas que decoraban su pared izquierda, y la sangre me hirvió en las venas.

—Adiós, señor Bruce —anuncié.

—Adiós, señorita Johnson. No se olvide de comprobar que Michael no necesita nada más antes de marcharse, ¿vale?

Ni siquiera me molesté en responder a eso; me marché sin más.

Para todos los que trabajaban en esa zona del edificio, Michael Router era lo mejor que le había pasado al periodismo deportivo desde internet.

Sus palabras se alababan universalmente, se leían al instante y se reclamaban sin cesar cuando tardaba más de un mes en publicar su siguiente «impactante obra maestra». Hasta los deportistas que ganaban millones de dólares se quedaban fascinados por su manera de escribir aquellas reseñas biográficas en profundidad que adornaban las páginas de las revistas Time,GQ e Infinity.

El problema radicaba en que no era él quien las escribía.

Hacía dieciséis meses que había empezado a trabajar allí, y nadie más sabía que ese caraculo que se autoproclamaba «el mejor periodista deportivo de la actualidad» no sabía ni hacer la «o» con un canuto.

Yo era la titiritera que manejaba los hilos y él era el muñeco de trapo que bailaba a su son: él se llevaba todo el mérito y llenaba sus estanterías de premios que me pertenecían a mí.

Todavía no había tirado de la manta, pero cada día que pasaba estaba más cerca de hacerlo.

Cogí el abrigo de mi cubículo, saqué el móvil del bolsillo y vi que tenía un mensaje de mi amiga Alonna.

¿Unas copas para celebrar tu cumpleaños en el Savoy esta noche? Tu novio ha dicho que invitaba él. Porfa, di que sí. ¡Porfa, di que sí!

Claro. Ahora mismo voy para allá. (Solo porque sea un tipo con éxito no significa que tenga que pagarlo todo, Alonna).

¡Ja! Y una mierda que no. Te veré allí.

Me envolví el cuello con la bufanda y comprobé que lo tenía todo antes de salir. Después elegí el camino más largo hasta Pike Place, paseé por el muelle y contemplé todo lo que una vez juré que quería.

Sí, había pedido una vida nueva con un tipo guapo, amigos fantásticos y un trabajo genial, pero nada era suficiente para llenar el gran vacío que aún sentía.

Aparté ese pensamiento y esperé varios minutos antes de entrar en el Savoy.

Por algún motivo, la planta inferior estaba completamente vacía. Todas las sillas estaban pegadas a las paredes y las mesas apiladas, en las esquinas.

—Arriba, señorita —me informó el camarero con una sonrisa—. Es usted Courtney, ¿verdad?

—Sí, soy yo. —Me detuve—. ¿Ha llegado ya mi amiga?

Él asintió y me pasó una taza de café.

—La encontrará arriba, en la azotea.

—Gracias.

Miré hacia el ascensor y reprimí un suspiro cuando vi el cartel de «Fuera de servicio».

Bueno, pues a caminar.

Cuando llegué al último piso, me quedé de piedra al toparme con lo que debía de tratarse de una alucinación.

El café se me cayó al suelo y las rodillas me temblaron al ver una sonrisa que no había visto en siglos.

¿Kyle?

—Hola, Courtney —dijo, dejándome clavada en el sitio con su mirada verde—. ¿Cómo estás?

Apoyé la mano sobre la pared de cemento, bastante segura de que, al final, ese día sí que debía de ser una simulación. Era imposible que ese hombre estuviera diez veces más guapo que la última vez que nos habíamos visto.

Ni las fotos ni los vídeos que había visto de él en la tele le hacían justicia a su atractivo.

Se me quedó mirando, yo lo miré a él, y percibí la tensión palpable que flotaba en el pasillo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —conseguí decir.

—Quería hablar contigo.

—¿Eh? —Tragué saliva—. Recuerdo muy claramente habernos dicho todo lo que nos queríamos decir, incluyendo «adiós», hace dos años.

—Fue hace dieciséis meses —me corrigió—. ¿Puedo hablar contigo cuando termine esto?

—¿Esto?

Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería con «esto», la puerta de la terraza se abrió y los rizos rojos de Alonna me dieron en toda la cara.

—¡Vaya, aquí estás! —Me agarró de la mano y me condujo hasta la azotea—. ¡Sorpresa!

En ese momento me cayeron por encima una serpentina plateada y purpurina rosa. Por los altavoces comenzó a sonar una versión en hip-hop de la canción de cumpleaños.

No, no, no…

Me coloqué una mano en el pecho cuando el corazón empezó a palpitarme a toda máquina. Se me revolvió el estómago, avisándome del inicio de un ataque de pánico.

Los flashes me cegaron, empezaron a aplaudir desde todas las esquinas y, antes de que pudiera darle sentido a todo aquello, apareció delante de mí una tarta gigante de seis capas con los números dos y ocho.

Alguien me pasó una bolsa de papel desde mi izquierda, pero desapareció antes de que pudiera ver quién era.

Hiperventilando durante varios segundos, intenté convencerme de que todo aquello era una broma. Ninguno de mis verdaderos amigos habría hecho algo parecido.

—Feliz cumpleaños a mi persona favorita del mundo entero. —Mi novio, Graham, apareció de pronto delante de mí—. Toma. —Me quitó la bolsa de papel de la boca y me besó en los labios. Después, me dio una pequeña pelota antiestrés.

La apreté como si estuviera estrujándole el cuello a quien fuera que había organizado aquello.

Miré a mi alrededor y vi a mis compañeros de trabajo, a los compañeros ejecutivos de Graham y a varios miembros de su familia.

Y a Kyle.

Kyle está aquí de verdad…

—¿Estás sorprendida? —preguntó Graham.

—Estoy… algo.

Todo el mundo se rio.

Yo me aferré a la pelota.

—Sé que no eres fan de fiestas ni eventos como este —continuó—, y espero que no te importe que Alonna y yo quisiéramos organizar algo para hacerte feliz porque ha sido un año muy duro para ti.

Yo asentí.

—También espero que no te importe que no se me haya ocurrido otra forma de hacer esto, porque creo que debería haberlo hecho hace mucho tiempo. —Me miró a los ojos—. Tal vez la primera noche en que nos conocimos.

—¿Eh? —Levanté una ceja—. ¿De qué estás hablando, Graham?

—De esto. —Me agarró de las muñecas con suavidad y se arrodilló.

Le siguió una ronda de aplausos.

—Sé que solo estamos juntos desde hace seis meses, y que he sido yo quien ha insistido en que fuéramos despacio, pero quiero que sepas que estoy loco por ti desde el primer día.

La azotea se quedó en completo silencio, a excepción del viento y los graznidos de unas cuantas gaviotas en la distancia.

—Estoy enamorado de ti y quiero que seas mía durante el resto de mi vida —anunció—. Courtney Nicole Johnson, ¿quieres casarte conmigo?

Recorrí la azotea con la mirada y mis ojos se toparon con los de Kyle de inmediato. Los tenía entrecerrados y me fulminaba con ellos, como retándome a decir que sí en su presencia.

Conforme pasaron los segundos, los labios se le separaron, y parecía estar a punto de echar a correr y aplastar a Graham contra el suelo.

—¿Courtney? —volvió a apretarme este la mano—. Courtney, ¿qué me respondes?

—Sí —le contesté, volviendo a mirarlo—. Sí, Graham. Me casaré contigo.

La azotea prorrumpió en vítores y aplausos, y Graham se puso de pie y me abrazó.

Tras besarme, bajó la voz.

—¿Esperamos hasta la luna de miel o rompemos nuestro pacto de celibato esta noche?

No me dio la oportunidad de responderle. En lugar de ello, volvió a besarme, y yo traté de perderme en sus labios.

Por suerte, la música comenzó a sonar y él me soltó. Me ahorré decir nada.

—¡Enhorabuena!

—¡Estoy deseando que llegue la boda!

—¡Qué suerte tienes de haber cazado a Graham, chica!

Todos los invitados me fueron felicitando de uno en uno.

—Tengo un regalo esperándote abajo —me susurró Graham al oído—. Ahora mismo vuelvo.

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! —Alonna se me acercó corriendo—. ¿Y? ¿Qué opinas de la fiesta?

—Creo que deberías protegerte el cuello antes de que pueda coger mis llaves.

—Pues entonces deja que dé unas últimas vueltas más. —Se rio y comenzó a girar delante de mí. Se detuvo de repente e inspiró con fuerza en cuanto divisó a Kyle.

—Oh, Dios mío… Te lo juro, yo no lo invité, Court. Te lo juro.

—Alguien lo hizo —murmuré—. ¿Por qué habrá sido?

Como si hubiera estado esperando, Kyle se acercó a mí.

—Tengo que hablar contigo en privado.

—Sea lo que sea va a tener que esperar.

—Tiene que ser ahora. —Me fulminó con la mirada—. A menos que quieras que monte una escena.

Parte de mí quería decirle que volviese al lugar del que había salido, pero otra parte estaba agradecida de tener un motivo para escapar de aquella mierda de evento.

—Ahora mismo vuelvo —le susurré a Alonna.

Kyle caminó delante de mí y yo lo seguí hasta el otro lado de la azotea, donde había solo sillas apiladas, tapadas con tela blanca, y una mesa para dos.

—¿No deberías estar preparándote ahora para los playoffs? —pregunté—. ¿Qué…?

—¿Estás enamorada de ese tipo? —interrumpió.

—¿Te refieres al tipo con el que acabo de aceptar casarme?

—Sí —respondió—. Ese tipo.

—Bueno, es evidente, Kyle.

—Juraría que tú y yo teníamos un trato para nuestro vigesimoctavo cumpleaños.

—Acordamos que, como nos llevamos solo cuatro días, nunca iba a haber un motivo para que te olvidaras del mío —le dije—. No recuerdo haberte visto el año pasado.

—Tú tampoco me llamaste en el mío —replicó—. Ni me has llamado ni me has dicho una mierda.

—¿Y de quién es la culpa?

Se hizo un silencio.

—No estoy segura de cómo te has enterado de esto, pero… —Respiré hondo cuando acortó la distancia entre nosotros, haciendo que mi corazón palpitara a un ritmo que no se había repetido desde la universidad—. Se supone que no debes estar aquí.

—Siento diferir —respondió, apartándome unos mechones de pelo de la cara—. Estás más guapa ahora que cuando ibas a la universidad.

—Gracias. Mi prometido parece pensar lo mismo.

Apretó la mandíbula al escuchar la palabra «prometido», pero no apartó sus ojos de los míos.

—Creo que lo he escuchado decir que solo os conocéis desde hace seis meses. ¿Es eso verdad?

No contesté nada.

No se merecía saber que Graham y yo primero habíamos sido muy amigos.

De hecho, nos habíamos hecho amigos después de que Kyle me destrozara.

—Seis meses no son suficientes para merecer una oportunidad con alguien como tú —declaró—. Es decir, incluso si todavía nos siguiéramos hablando, nunca te dejaría acceder a casarte en ese plazo tan corto de tiempo.

—Bueno, pues es una suerte que no nos hablemos —repliqué—. Graham Callahan es uno de los solteros más codiciados de esta ciudad y es un perfecto caballero.

—Seguro que sí. —Su frente rozó la mía, y ese mínimo contacto prendió fuego a todos y cada uno de mis nervios—. ¿Es que no te acuerdas de lo que tuvimos nosotros?

Me costaba respirar.

—Kyle…

—¿Lo sabe tu prometido?

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

—Así que ¿no te acuerdas?

—Fuese lo que fuese, hace años de eso, Kyle. Así que no, no me acuerdo.

—¿Por qué no te creo? —Su mano me rozó la cintura, y el aroma de su perfume me hizo acercarme a él.

—Para. —Meneé la cabeza y me aparté de él antes de cometer un error garrafal—. Siento mucho que alguien con un sentido del humor retorcido te haya invitado a esta fiesta, Kyle. Se supone que no debes estar aquí, y lo sabes.

—He venido porque hiciste un comentario en mi post de Instagram.

—Te hice un comentario igual que otras veinte mil personas más.

—No pude evitar fijarme en los que no me decían «Te odio».

—Qué gracia —contesté—. En realidad, eso era lo que quería decir.

Sin inmutarse por lo que acababa de decir, me miró como si el tiempo no hubiera pasado, como si las palabras horribles que nos habíamos dicho nunca nos hubieran separado.

Se quedó quieto, como debatiéndose entre aplastarme contra la barandilla y besarme para compensar el tiempo perdido o marcharse para no volver jamás.

—Creo que deberías irte ya —logré decir—. Quiero pasarlo bien lo que queda de fiesta, a ser posible con la gente que ha venido para la ocasión.

—¿Qué ocasión? —Me miró el dedo anular—. No veo nada que merezca la pena celebrar.

—Márchate, Kyle. —Era incapaz de continuar mirándolo—. Por favor.

—¿Hay algún problema aquí? —Graham llegó junto a nosotros.

—No. —Me separé—. Kyle se ha pasado solo a saludar. Ya se va.

—Felicidades por todos tus éxitos con los Falcons. —Graham me pasó un brazo por la cintura, y la cara de Kyle se puso roja—. ¿Te quedarás a ver los fuegos artificiales? Me he gastado más de diez mil dólares en crear todo un espectáculo para mi futura mujer.

—No. —Kyle negó con la cabeza—. Como ha dicho Courtney, solo me he pasado para saludar, para comprobar si todavía recordaba algunas cosas.

Pasó de largo, y vi cómo algunas de mis compañeras le pedían autógrafos y selfis.

Para mi sorpresa, puso su mejor sonrisa de estrella y las complació. Después, se marchó llevándose consigo los trozos de mi corazón que todavía le seguían perteneciendo.

Me pasé el resto de la fiesta como inmersa en una neblina, y cuando al fin los fuegos artificiales de Graham iluminaron el cielo, cuando lo inundaron de los azules y dorados propios de mi universidad, lo único que vi fueron los recuerdos de ese tiempo.

Los recuerdos que había creado con Kyle en la universidad.

Por mucho que quisiera negarlo, lo recordaba todo.

Cada maldita cosa…

3

Por aquel entonces

Último curso

Pittsburgh

Courtney

No estaba segura de quién había diseñado el campus de la Universidad de Pittsburgh, pero estaba dispuesta a apostar que alguien había ordenado que no pudiéramos llegar a ninguna parte en menos de diez minutos.

La ruta habitual desde mi residencia al centro de estudiantes requería un viaje en el autobús del campus, un trasbordo al autobús de la ciudad y un paseo de media manzana a lo largo de diversas estatuas de panteras negras hechas de mármol.

Era como si los directivos del centro hubieran escrito «Que nunca olviden cuál es nuestra mascota» al pie del plano inicial del campus.

Durante el primer año, había disfrutado de que nuestro campus se pareciese más a una miniciudad, con sus empresas locales, hospitales y diversos restaurantes, donde no había residencias, comedores universitarios o aularios.

Sin embargo, al llegar al último curso y tener citas fuera de la universidad y una agenda repleta de eventos interminables, ya había roto cinco relojes Fitbit de tanto correr de aquí para allá.

Apretándome el bolso de cuero contra el pecho, salí del autobús 61D y subí la colina que llevaba al Peterson Events Center.

Como era el día de la Feria de Actividades de los Alumnos que celebraba nuestra facultad todos los años, nuestra mascota, una pantera de peluche, estaba bailando por el césped y haciendo piruetas para un montón de espectadores.

Pasé a través de la multitud hasta llegar a la sala del equipo de las animadoras e inspiré hondo varias veces.