Futbolera - Brenda J. Elsey - E-Book

Futbolera E-Book

Brenda J. Elsey

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Beschreibung

Capturando más de un siglo de luchas, esta conmovedora historia cultural rastrea la evolución de la participación de las mujeres en los deportes en América Latina, desde la educación física hasta los clubes de aficionados y la creación de equipos nacionales. "Este trabajo bellamente escrito, meticulosamente trabajado e increíblemente reflexivo no es una mera descripción de las mujeres y el deporte en América Latina. Se trata, más bien, de la lucha de las mujeres por la equidad en el deporte, sin duda, pero también en todos los ámbitos, completando un espacio que estaba ausente en la historia social de las mujeres. Más allá de proporcionar un tema para iniciar una conversación, este libro tal vez brinde las bases para un campo de estudio completamente nuevo". Amy Bass, profesora en The College of New Rochelle "Una contribución transformadora a la historia del fútbol y del deporte en general, en América Latina y más allá. Futbolera brilla con historias fascinantes e inéditas, a la vez que reúne a la perfección una rica variedad de análisis social, cultural y discursivo. Una lectura imprescindible". Laurent Dubois, Duke University, autor de The Language of the Game

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COMITÉ EDITORIAL COLECCIÓN HISTORIA UC

Rafael Gaune, Pontificia Universidad Católica de Chile

Eugenia Palieraki, Université de Cergy-Pontoyse

Miguel Ángel Puig-Samper, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España

Rafael Sagredo, Pontificia Universidad Católica de Chile

Patience Schell, University of Aberdeen

Maria Rosaria Stabili, Università Roma Tre

Verónica Undurraga, Pontificia Universidad Católica de Chile

Pablo Whipple, Pontificia Universidad Católica de Chile

EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

FUTBOLERA

Historia de la mujer y el deporte en América Latina

Brenda J. Elsey y Joshua H. Nadel

© Inscripción Nº 2021-A-5078

Derechos reservados

Junio 2021

ISBN Nº 978-956-14-2825-6

ISBN digital Nº 978-956-14-2826-3

Traducción: English UC

Diseño: Francisca Galilea R.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Elsey, Brenda, autor.

Futbolera: historia de la mujer y el deporte en América Latina / Brenda J. Elsey y Joshua H. Nadel.

Incluye bibliografía.

1. Atletas mujeres – América Latina – Historia.

2. Fútbol para mujeres – América Latina – Historia.

3. Fútbol – América Latina – Historia.

I. t.

II. Futbolera: a history of women and sports in Latin America. Español.

III. Nadel, Joshua H., autor.

2021 796.082098+DDC23 RDA

Originally published as FUTBOLERA: A history of Women and Sports in Latin America. Coyright © 2019 by The University of Texas Press. All rights reserved.

Para Sofía, Rafael y Evanthia, σ’αγαπω πολυ.

Para Maya, con todo mi amor.

Contenidos

Agradecimientos

Introducción

PRIMER CAPÍTULO. Por el bien de la nación: La educación física y el deporte femenino en Argentina y Chile entre 1902 y 1971

SEGUNDO CAPÍTULO. La vigilancia del género: El fútbol femenino en Brasil entre 1910 y 1940

TERCER CAPÍTULO. Desafiando la prohibición: El deporte femenino brasileño entre 1940 y 1980

CUARTO CAPÍTULO. Formando a las niñas para que sean madres: La educación física y el deporte en Centroamérica y México

QUINTO CAPÍTULO. El auge y el colapso del fútbol femenino mexicano entre 1968 y 1975

Epílogo

Bibliografía

Agradecimientos

Este libro, que estuvo durante largo tiempo en gestación, no solo recoge la experiencia de distintos lugares, también abarca varias décadas. Su creación, además de demandar mucho tiempo, llevó a los autores a distintas partes del mundo, desde lugares aparentemente lógicos como México, Costa Rica, Brasil, Chile y Argentina, hasta lugares menos probables como Atenas. Si bien escribir en este estado de constante movimiento ha sido desafiante y complejo, también ha sido muy entretenido. Hay muchas personas a las que nos gustaría agradecer. En primer lugar, Kerry Webb, de la Universidad de Texas Press, quien se unió al proyecto desde el comienzo y nos alentó en todo el camino. También nos gustaría agradecer al Instituto Lozano Long de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas, al equipo de la Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson, y Daniela Alfonsi, directora del Museu do Futebol, quien nos ayudó enormemente con los archivos del museo. También queremos agradecerle a la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, uno de los lugares más tranquilos para investigar en Ciudad de México, con un equipo humano muy atento y simpático. No podemos dejar de agradecer a Mónica de la Vega, no solo por su ayuda durante la investigación, sino también por su sentido del humor y su gusto por la buena comida. También queremos agradecerle a Dominik Petermann, del archivo de la FIFA, quien ha trabajado con nosotros en dos proyectos y, por alguna razón, sigue respondiendo todos los correos electrónicos que le enviamos.

La red de futboleras también ayudó a que nuestra investigación fuera mucho más rica y cálida. Le enviamos muchos abrazos a Fabiola Vargas, Andrea Rodebaugh, Elvira Aracén, Mercedes Rodríguez y Ruby Campos. Mónica González nos dio información y nos orientó cuando lo necesitamos. Lucía Mijares y Mariana Bernárdez nos ayudaron a comprender el funcionamiento de la Federación Mexicana de Fútbol y sus cambios con respecto al juego femenino. Gaby Gartón, Ruth Bravo, “Marina” y Las Pioneras, en Argentina; Sisleide do Amor Lima y Márcia Taffarel, de Brasil; Camila García, Fernanda Pinilla e Iona Rothfeld, en Chile, compartieron sus historias con nosotros.

Muchos amigos nos ayudaron a convertir los borradores del manuscrito en un libro mucho más pulido, tanto directa como indirectamente. Jean Williams y Shireen Ahmed, hermanas en armas, su apoyo y aliento fueron muy importantes para nosotros. Matthew Brown y James Green nos enseñaron a ampliar nuestros argumentos. Los lectores anónimos del manuscrito nos sugirieron fuentes importantes y nos ayudaron a desarrollar nuestro enfoque. Peter Alegi, Matt Andrews, Amy Bass, Claire Brewster, Keith Brewster, Bernardo Buarque, Laurent Dubois, Alex Galarza, Roger Kittleson, Lindsay Krasnoff, Belinda Monkhouse, Jaime Shultz, Shawn Stein, Diego Vilches, Jonathan Weiler y David Wood, todos nos hicieron comentarios precisos.

También queremos agradecer de manera individual.

Palabras de Josh: Me gustaría agradecerle a Brenda. Es muy raro encontrar a alguien que sea capaz de mantenerte más o menos concentrado en lo que haces y que comprenda también que las vicisitudes de la vida a veces crean otras prioridades. Tengo la suerte de contarte entre mis amigos y como colega siempre haces que mi trabajo sea mejor. También me gustaría agradecer a mis colegas de la Universidad Central de Carolina del Norte, tanto dentro como fuera del departamento de Historia, pero especialmente a Lydia Lindsey, Baiyina Muhammad y la fallecida Sylvia Jacobs. En el Triángulo de Investigación, tanto real como psíquico, gracias a Matt y Lisa, Gustavo y Gracie, Todd y Erika, Ethan y Blain, Matthew y Leah, Layla y Josh, Claire y Jonathan, Mariola, Susan, Laura Wagner, la multitud de CSL, especialmente Marc y Drew (¿o Drew y Marc?) y Ascary Arias, Randall, Lisa, Molly, Charlie, Jeff y Stephanie, Sam Amago, William Thomas, Sophie Adamson, Alchemy y la fiambrería de Neal. Todos ustedes juegan un papel importante en mi cordura. La academia de Sporting Clube Portugal en Chalandri, Grecia, me dio un lugar para trabajar mientras mis hijos practicaban un deporte que aman y aprendían a maldecir en griego. A la administración y entrenadores, muchas gracias. Un agradecimiento especial a Mario Gavalas y Stavros Raptis. Ευχαριστω Tzeni por esos deliciosos cappuccinos freddo. El patriarcado es fuerte en Grecia, donde es más común que sean los padres y no las madres quienes llevan a los niños a las prácticas de fútbol.

Gracias a todos los padres y amigos griegos (demasiados para nombrarlos individualmente) por escucharme destruir su idioma y tener tanta paciencia. Muchos hicieron lo posible por ayudar: Antonis, Dino y Penny, Thanos y Ntina, Ariti, Giannis y Ntina, Elias y Roma, y Giannis. Gracias a Victoria Kalonarou por proporcionarme un excelente lugar donde vivir, pensar y trabajar.

A los gatos de Kalisperi Sevastis, especialmente a Isaiah, Steph y Berry. La familia de Eva en Grecia (los Drellas, Zaxaropoulos y Tiggelis) ευχαριστουμε πολυ por cuidarnos tan bien. Y, por supuesto, Evanthia, Sofía Ariadne y Rafael Nikolaos: me mantuvieron concentrado y me ayudaron de descansar cuando era necesario; sin ustedes todo esto hubiera sido mucho menos divertido, los quiero. Finalmente, a Ginger y Helen, las amo… ojalá, Bill estuviera aquí para esto.

Palabras de Brenda: Nunca hubiera escrito este libro sin Josh, en los últimos años solía recordarme las implicancias contemporáneas que tenía nuestro trabajo, lo que me ayudó a continuar. Estoy eternamente agradecida por su inteligencia, buena naturaleza y amistad. En Hofstra, me gustaría agradecer a todos mis colegas en el departamento de historia, quienes me han alentado de una manera increíble. También quiero agradecer especialmente a Benita Sampedro y Vimala Pasupathi.

También a Simon Doubleday y Susan Yohn, quienes, siempre que podían, me aconsejaban con la redacción de este libro y me ayudaban a equilibrar la enseñanza y la investigación. Hay tantos amigos en los que me he apoyado a lo largo de los años, Ernie Capello, Chandler Carter Melissa Connolly, Enrique Garguín, Paul Gootenberg, Alberto Harambour, Jorge Iturriaga, Zilkia Janer, Ana Julia Ramírez y Angie Thompson. Para los chicos del “shark crew”, saben quiénes son, sigan haciendo lo suyo. J. Edward Durrett, gracias por hacerme reír, casi a diario, durante tantos años. Jessica Stites, por varias razones ha sido una hermana del alma. Los Bardfield-Mañons, los Kramers y los Rose-Cortinas han hecho del Valle del Hudson un hermoso lugar para vivir. Todas las semanas, Shireen Ahmed, Lindsay Gibbs, Jessica Luther y Amira Rose Davis me ayudan a mantener mi ánimo y mi cerebro trabajando como parte del podcast “Burn It All Down” sobre el deporte y el feminismo. Chicas, las amo.

Gracias a mi familia, los Browns, los Steeles, los Elseys y sus respectivas familias, especialmente a mi madre, Joan y mis hermanos.

Si bien mis hijos no me ayudaron a escribir este libro, me llenaron de alegría y risas durante el proceso. Todo mi amor para Julieta, Luna y Maya, tres realmente es un número mágico. Y a su padre, Enrique, estoy eternamente agradecida por su apoyo. Nos vemos en la canoa, de una u otra forma.

“¿Por qué seguiste jugando?, toda la homofobia y la humillación, sin ganar un peso, ¿por qué?, ¿por qué no te dedicaste a algo más fácil?”, le pregunté a Marina, una exjugadora del equipo nacional de fútbol femenino argentino. Estábamos en un café en Queens, Nueva York, en un frío día de invierno. Había emigrado a Estados Unidos en 2010 para buscar oportunidades de jugar fútbol a nivel profesional. Aunque su sueño de una carrera pagada no se habían hecho realidad, Marina seguía jugando y arbitrando cuando no limpiaba oficinas en su trabajo nocturno. Ella me respondió: “mientras más dificultades había, más lo quería. No tenía educación, ni dinero, mi única arma era mi talento para el fútbol. Es todo lo que quería hacer”1. La reacción de Marina refleja la de miles de mujeres que han practicado deportes organizados en América Latina desde finales del siglo XIX. Su exclusión es clave para entender cómo se desarrolló el género y la sexualidad en la región. Las comunidades y actividades femeninas dentro del deporte también son clave para comprender la historia social. Este libro se centra en las relaciones de las mujeres con las asociaciones cívicas, incluidos los clubes deportivos, los equipos de educación física y las ligas sindicales, y la importancia que el deporte tiene en sus vidas.

Hay muchos íconos de mujeres poderosas en la historia de América Latina: la mexicana Adelita, la argentina Eva Perón, la brasileña Escrava Anastacia. Ya sean símbolos reales, imaginarios o mixtos, sirven como puntos críticos para comprender la vida de las mujeres en la región. Si bien estas figuras fueron excepcionales de una forma u otra, el enfoque tiende a centrarse en las actividades que las hicieron conocidas, más que en la experiencia común más mundana. Futbolera es una forma engañosamente directa de referirse a una niña o mujer que juega fútbol. Si bien las futboleras han desaparecido y reaparecido a lo largo de los siglos XX y XXI, en su mayoría, han sido ignoradas en las historias populares del deporte y en la historia latinoamericana en general. Como tales, sirven como metáforas para su aparición en la narrativa histórica. Cuando el término se utilizaba en el debate público, era una forma de referirse a una mujer que iba “demasiado lejos”, una farsante o monstruosidad. Las futboleras de hoy tienen hambre de su historia, que aún no se ha escrito y que este libro intenta reconstruir. Desde las federaciones internacionales hasta las nacionales, las organizaciones justificaban su falta de apoyo a las atletas en base a la supuesta falta de tradición que existía y porque se consideraban como recién llegadas al deporte. Esta obra discute la historia del papel de la mujer en otros deportes además del fútbol, pero está motivada por la intención de entender a las futboleras y a las deportistas más ampliamente, y meditar sobre su significado para entender el género, la clase, la raza y la sexualidad en América Latina.

La narración de la historia puede conferir legitimidad a los sujetos, al igual que puede negársela en la misma instancia. Descuidar la participación histórica de las mujeres en el deporte latinoamericano ha servido para naturalizar las diferencias de género en la sociedad y para justificar la negación de recursos para las atletas. Centrarse en las actividades de las mujeres dentro del deporte ilustra su creatividad y sentido de comunidad. El desinterés de los medios en el deporte femenino ha dejado a los historiadores con un rastro difícil de seguir.

Con frecuencia, son las propias atletas quienes conservan la historia del deporte femenino, al proporcionar sus recuerdos, fotografías, camisetas y recortes de prensa a los periodistas e historiadores. Al igual que la historia de los espectáculos de samba o drag, estas entusiastas conservan los detalles de sus actuaciones como materia prima que los historiadores luego tejen en la narrativa. Este no es un intento de dar voz a las que no tienen, ni de hacer un recuento exhaustivo de la historia deportiva de las mujeres, sino más bien registrar y situar los rastros disponibles y, con suerte, abrir nuevos caminos para la investigación.

Para entender a las futboleras, hay una historia más larga que entender, una que involucra la construcción del Estado en América Latina. Los programas de educación física fueron parte de la expansión de las agencias estatales que formaron nuevas escuelas e institutos para educar a los estudiantes en toda la región a fines del siglo XIX y principios del XX. Los regímenes de educación física diferían entre países y también se basaban en objetivos nacionales y adaptaciones locales. Este libro revisa el caso de América Latina con cautela y aspira a utilizar casos comparativos para resaltar la heterogeneidad de la región. Es fundamental tener en cuenta la crítica de Walter Mignolo a la idea de América Latina, quien demostró que el término supone una subyugación de los pueblos indígenas y africanos2. De hecho, los expertos de todo el continente americano diseñaron programas para reemplazar cualquier comportamiento indígena o africano por hábitos europeos. En las primeras décadas del siglo XX, trabajaron en gran medida bajo el supuesto de que solo los europeos habían adoptado tradiciones de cultura física dignas de la política estatal.

Es difícil imaginar una imposición más directa sobre los niños que los programas escolares que estipulaban cómo debían mover sus cuerpos. Aunque la educación física se percibía como voluntaria, e incluso agradable para los estudiantes, el Estado aún buscaba controlar la forma en que los estudiantes se estiraban, brincaban, corrían e incluso se paraban. La educación física reforzó las diferencias de género como inmutables y la creación de comportamientos heterosexuales adecuados fue primordial. Aunque las mujeres deportistas y las jugadoras de fútbol salían de los límites de lo que era socialmente aceptable, participaron en un espectro del deporte y la educación física. Sin embargo, las ideas que tenían las niñas y mujeres sobre la educación física a menudo diferían de los proyectos nacionalistas del Estado. Las comunidades que formaron a las mujeres y la intensidad de los intercambios a través de las fronteras nacionales merecen atención en cualquier estudio de deportes. Además de estudiar las relaciones transnacionales, este libro presenta casos comparativos que reflejan cómo distintas historias de género crearon diferentes paisajes para el atletismo femenino.

La aceptación del género, que subraya el proceso y la contingencia de las categorizaciones masculinas y femeninas, llega a las academias de Estados Unidos y Europa al menos desde el ensayo fundamental de Joan Wallach Scott, “Género: Una categoría útil de análisis histórico”, de 1986. El género abrió una amplia gama de metodologías y fuentes a los académicos interesados en la historia de cómo las sociedades construyeron, naturalizaron y reprodujeron la diferencia en función de la masculinidad y la feminidad. Con el tiempo, estos términos se han pluralizado (géneros, masculinidades, feminidades, sexualidades) para reconocer las ideas que los rodean. El género ha permitido a los historiadores dar cuenta de la importancia de las mujeres para el trabajo, la propiedad y la política, incluso cuando no están representadas “en persona”. Podemos entender cómo las leyes que no las mencionan, a menudo escritas sin su participación, se han diseñado tanto lingüísticamente como en la práctica para otorgar capital a los hombres. Es fundamental recordar que las identidades de género no existen en el vacío, también se relacionan con la clase, la raza, la nación y la sexualidad. En la medida de lo posible, hemos intentado dar cuenta de estas interseccionalidades. A medida que avanza la investigación en biología evolutiva y ética médica, los límites entre sexo y género se han vuelto más nebulosos al reconocer que los dos sexos se encuentran dentro de un espectro de características.

El crecimiento de la historia femenina y de género ha llevado a una serie de estudios importantes que nos han obligado a repensar las narrativas históricas tradicionales. La historia de las trabajadoras, por ejemplo, demuestra no solo sus experiencias en el lugar de trabajo, sino también su importancia para las economías latinoamericanas3. Las ideas de que los hombres y las mujeres merecían salarios y beneficios diferentes dieron forma a la política de los sindicatos, especialmente en términos de restricciones al trabajo femenino y a la organización laboral. Las nuevas interpretaciones de la participación de la mujer en los movimientos políticos, en todo el espectro ideológico, han demostrado tanto su importancia para la política como su marginación. Como trabajadoras sociales, maestras y funcionarias públicas, las mujeres tenían la responsabilidad de implementar proyectos estatales a diario4. Sus historias sociales también dieron profundidad y matices a la forma en que entendemos la importancia de los proyectos estatales como la reforma agraria5. Dada la superposición de las desigualdades en toda la región, la erudición feminista ha explorado la forma en que el racismo, el clasismo y la homofobia se han cruzado con el sexismo para dar forma a la vida cotidiana de las personas6.

La historia de género y la historia de la mujer dependen la una de la otra para comprenderse, pero no son lo mismo. A pesar de todo el progreso logrado en la década de 1990 y principios de 2000, la historia social de las mujeres en América Latina sigue siendo un área de investigación descuidada. Esto se debe, en parte, a un mayor enfoque en los estudios de género, lo que inevitablemente arroja más luz sobre los hombres a medida que aparecen con mayor frecuencia en los materiales originales. En otras palabras, si bien el género y la historia femenina no son dispares, tampoco pueden confundirse7. Las historias de género, muchas de las cuales son más sugerentes que definitivas, han generado ideas de gran importancia que también contribuyen a la historia de la mujer y sus contribuciones. La historia de la sexualidad nos ha obligado a reevaluar las prescripciones legales normativas, las vidas privadas y las comunidades alternativas8. Las historias de los fundamentos familiares, sociales, religiosos y productivos de gran parte de la historia de América Latina han sido revolucionadas por nuevas investigaciones sobre la historia de la sexualidad. Las historias sociales de las mujeres son muy necesarias para continuar este trabajo de comprender mejor cómo las construcciones ideológicas como la masculinidad y la feminidad influyen en la vida cotidiana.

El estudio de las mujeres en comunidades clandestinas y sus actividades en un tema como los deportes, que actualmente se considera políticamente importante, no puede basarse en el mismo tipo de base documental que la historia de organizaciones feministas formales u organizaciones benéficas de mujeres, por ejemplo. Desde un punto de vista metodológico, este estudio a ratos se lee como si fuera una historia de los medios de comunicación, porque a menudo mencionamos los rastros de participación femenina en la prensa. Argentina y Chile han tenido publicaciones deportivas estables, mientras que otros países, como México, presentan un desafío mayor. La atención desigual que el deporte femenino ha recibido en la prensa hace que la búsqueda de su historia, y la creación de narrativas coherentes al respecto, sea similar a buscar una aguja en un pajar. Además de periódicos y revistas, hemos utilizado documentos gubernamentales, particularmente de departamentos de educación física, historias orales, memorias informales, sitios de admiradores, fotografías y documentos de clubes.

En los capítulos sobre Brasil, hay que agradecer la ayuda entregada por el Museu do Futebol en São Paulo y su directora Daniela Alfonsi, y la entusiasta coleccionista Aira Bonfim. La escasez de material fuente es, por supuesto, exagerada dada las restricciones sociales impuestas al deporte femenino y su exclusión por parte de la mayoría de los coleccionistas. Estas historias sociales sobre el fútbol y el deporte en general, aunque rara vez se centran en las mujeres, han proporcionado análisis importantes sobre el papel del deporte en la identidad nacional, la formación política, étnica y social de la clase9.

Si bien los historiadores se dedican a circular por el tiempo, todavía no se han esbozado las cronologías básicas y los eventos deportivos femeninos de América Latina. Conscientes de las trampas y los problemas involucrados en este esfuerzo, hemos construido una cronología aproximada entorno a la cual el libro se estructura. En toda la región, la educación de las niñas comenzó formalmente en la década de 1880, especialmente en el Cono Sur, aunque en México, Costa Rica y otros lugares también se reconoció la importancia de la escolarización de las niñas. Poco después, los educadores comenzaron a crear programas de educación física al ver el vínculo que existe entre cuerpo y mente sanos. Estos programas abrieron oportunidades previamente no disponibles en los deportes y el ejercicio, especialmente para las niñas de la clase trabajadora. Los reformadores liberales, los oficiales militares y, en menor medida, los católicos conservadores, negociaron las líneas generales del plan de estudios de educación física. En todo el espectro político, la idea de que el deporte podía mejorar la salud eugenésica de la nación fue increíblemente poderosa e inherentemente involucró tanto a niñas como a niños. Al igual que con muchas otras corrientes ideológicas de la época, los estadistas latinoamericanos miraron hacia Europa para crear instituciones, políticas y planes de estudio que aportaran ideas “modernas” y científicas a sus programas. Las jerarquías raciales configuraron la forma en que los burócratas, los maestros y los reformadores entendían los objetivos de la educación física. La suposición de que las personas de ascendencia africana, indígena, asiática o mixta necesitaban copiar los movimientos y hábitos de los europeos para mejorar su composición racial se consideró “sentido común”. Influenciadas por las prácticas europeas, las mujeres dominaron los puestos docentes en la educación física de las niñas de esa época. Era común que extendieran su enseñanza más allá del aula y organizaran clubes y torneos.

A fines de la década de 1920, el feminismo latinoamericano surgió como un conjunto diverso de movimientos e ideologías. Esto coincidió con la creciente participación de las mujeres en la fuerza laboral y en las campañas de sufragio en la región. Al mismo tiempo, las actividades recreativas se expandieron rápidamente a las multitudes urbanas gracias a las nuevas tecnologías. La imagen internacional de la mujer moderna con cabello corto y ropa deportiva estaba estrechamente vinculada al deporte femenino. Los comentarios de las mujeres, la fanaticada y la participación en el deporte aumentaron notablemente. Los deportes asociados con las europeas de clase alta, como el tenis y la natación, tuvieron una amplia aceptación. Mientras algunos celebraban las nuevas tendencias, otros ridiculizaban a la “mujer moderna” como vanidosa y sexualmente promiscua. Los escritores de élite temían que estas nuevas tendencias desdibujaran los límites entre los géneros y las clases sociales y amenazaran la pureza de la mujer de clase alta que podría confundirse con cualquier callejera si apareciera en los estadios o con el pelo corto. Estos argumentos prosperaron más allá de las páginas de las revistas de élite y se extendieron a las calles. En México, en la década de 1920, por ejemplo, los hombres atacaron a las mujeres por adoptar el estilo emblemático de la “chica moderna”10. Por más que los educadores latinoamericanos hayan querido adoptar las normas europeas, reaccionaron sospechosamente a la tendencia global de la “chica moderna”, así como al nuevo modelo femenino: el cuerpo atlético. A medida que el deporte, particularmente el fútbol, se asoció fuertemente con la masculinidad y el nacionalismo, los periodistas y expertos encontraron que la presencia femenina era cada vez más aborrecible. Los líderes de los clubes, periodistas y educadores cuestionaron la sexualidad de aquellas que optaban por practicar deportes, particularmente de equipo.

En las décadas de 1940 y 1950, una mayor inversión estatal en cultura y recreación conllevó a una expansión en la construcción de instalaciones subsidiadas, educación física y amateurismo de élite, como los equipos olímpicos. También significó una mayor intervención estatal en la vida deportiva de los ciudadanos. Esta intrusión del Estado es más evidente en el caso de los deportes femeninos en Brasil, país que prohibió el fútbol, el rugby y la lucha (entre otros deportes) en 1941. En este país y en otras partes de la región, la profesionalización de la medicina deportiva, la educación física y los clubes deportivos restringieron aún más el atletismo femenino. Y, a medida que se fortalecieron las organizaciones deportivas femeninas, se enfrentaron a una mayor resistencia de quienes se oponían a estas actividades deportivas, tanto de hombres como de mujeres. Muchos estados latinoamericanos se expandieron significativamente a mediados de siglo, y en el proceso promovieron un patriarcado renovado. Una minoría logró capitalizar esta expansión, como los equipos de básquetbol femenino en el Cono Sur. El crecimiento del básquetbol y el voleibol en las décadas de 1940 y 1950 creó oportunidades internacionales para las jugadoras. Las mujeres viajaban, organizaban eventos para recaudar fondos y pasaban bastante tiempo juntas. Aunque los entrenadores hombres actuaban como chaperones, había libertades que normalmente no se otorgaban a las chicas involucradas en estos clubes. Sin embargo, los ataques de los expertos y las restricciones de los organismos estatales llevaron a muchas comunidades de deportes femeninos a la clandestinidad, así como a entrar en conflicto con la policía local. Pese a todo, lograron perseverar. Algunas atletas continuaron practicando los deportes que amaban sin tener acceso a los medios de comunicación, los subsidios estatales o el capital cultural. Debido a la escasez de fuentes, no tenemos cómo saber si las mujeres interpretaban su persistencia como feminista. No obstante, sabemos que en la práctica luchaban por tener tiempo libre y acceso al espacio público y promovían actividades que la burocracia profesional consideraba poco femeninas.

En los años sesenta y setenta, las mujeres que rechazaron el modelo doméstico se vieron en una posición desfavorable. La historiadora Valeria Manzano ha demostrado que las jóvenes, “prácticamente impugnaron las ideas predominantes sobre el ‘hogar’ al permanecer en el sistema educativo, participar plenamente en el mercado laboral, ayudar a dar forma a actividades recreativas juveniles, experimentar con nuevas convenciones judiciales y reconocer públicamente que habían tenido relaciones sexuales prematrimoniales y contraer matrimonio más tarde”11. De esta manera, desafiaron la ecuación de esposa y madre. El pánico moral generó discusión, recriminaciones y, en casos extremos (aunque no tan extremos como podría parecer) violencia contra la mujer. Los deportes, especialmente fuera de las escuelas y en equipos femeninos, desafiaron las normas y costumbres dominantes. Cuando, en la década de 1960, más mujeres comenzaron a ingresar a las universidades y sindicatos, empezaron a formar equipos. A medida que las selecciones nacionales se solidificaron y ganaron prestigio, los entrenadores masculinos desplazaron a sus contrapartes femeninas. Las dictaduras militares de la década de 1980 en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, que restringían las asociaciones civiles y prometían una vuelta a los roles de género tradicionales, dañaron el impulso del deporte femenino. En esa época, los organismos internacionales, especialmente el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) tuvieron que crear más oportunidades para las atletas. A medida que las atletas se reagruparon en la década de 1990 y principios de 2000, siguieron enfrentando discriminación, pero ahora con una nueva justificación: el mercado.

Esta cronología poco precisa del deporte femenino y la historia de género en el transcurso del siglo XX identifica cambios en el sentido más amplio. Si bien estos fueron inmediatamente promovidos como saludables y necesarios y, a la vez, temidos como transgresores por los actores estatales y las élites, los esfuerzos atléticos de las mujeres ocuparon un espacio intermedio y peligroso. A veces el Estado las apoyó, pero los padres y los activistas conservadores adoptaron una visión mucho menos optimista de la actividad física de las niñas. Para ellos, el aumento de las actividades fuera del hogar y la iglesia conduciría a la perdición. Nuestro estudio comienza con una descripción del surgimiento de la educación física y los deportes en el Cono Sur, donde encontramos los primeros intentos de crear programas para niñas y mujeres. Destacamos la construcción de los regímenes de educación física y algunos debates que surgieron. Si bien el Estado tenía un interés particular en el desarrollo de la educación física de las niñas, también desconfiaba de las prácticas deportivas femeninas. Al mismo tiempo que se promovió la educación física femenina, las atletas permanecieron bajo la atenta mirada de los maestros y los llamados expertos en salud pública. Estos expertos, como se muestra, tenían poco conocimiento sobre la fisiología femenina y se preocupaban más por la apariencia como indicativo del valor del deporte. La apariencia no solo les importaba a los supuestos expertos en el campo de la salud, sino también a las revistas deportivas de la época. Si bien hubo poco consenso sobre cómo tratar a las deportistas, según nosotros existieron dos temas recurrentes: la atleta como deportista y la atleta como objeto de burla masculina. Su trato varió no solo debido a las diferencias de opinión sobre los beneficios para la salud del atletismo femenino, sino también a las diferentes prescripciones en cada clase, lo que refleja la interacción entre el prejuicio de clase y la eugenesia. Si los países latinoamericanos iban a crear poblaciones más saludables, entonces la feminidad y la salud de sus “mejores” ciudadanos eran primordiales. Como resultado, las discusiones sobre el deporte femenino a menudo coincidían con las discusiones sobre la clase social y la raza. Ciertos deportes, como el tenis y la natación, se consideraron saludables y apropiados, en función de su supuesta armonía con las capacidades femeninas, el nivel de esfuerzo y la falta de contacto físico. Otros, como el fútbol y el básquetbol, se convirtieron en el foco de un intenso debate, apoyo ocasional y sospechas casi constantes. El posible empoderamiento de las mujeres a través de los deportes en equipo asustaba a las instituciones deportivas y estatales.

El segundo capítulo se centra en el desarrollo de los deportes femeninos y la participación de las mujeres en Brasil a principios del siglo XX. A medida que el balompié masculino se arraigó tan profundamente en la sociedad brasileña, el fútbol femenino llegó a ser visto como un anatema para los ideales del país. Un Brasil sano, y por ende una brasileña sana, debía centrarse en las habilidades maternas y no en la destreza deportiva. Este capítulo rastrea el desarrollo del fútbol femenino en todo el país. Como parte de la trayectoria del fútbol femenino, los esfuerzos estatales para desarrollar la educación física de las niñas desempeñaron un papel importante. En Brasil, al igual que en Argentina y Chile, la preocupación por la sexualidad y la apariencia física de las mujeres impulsaron los debates sobre su salud pública. Los expertos promovieron la gimnasia y los ejercicios ligeros que resguardaban la supuesta fragilidad femenina al fomentar el ritmo y la armonía, mientras que otros “deportes violentos”, como el balompié, no se incentivaban, pues amenazaban la “estética” de la mujer. Así también, la clase social preocupaba a las autoridades brasileñas. Para muchos brasileños, el desarrollo del fútbol femenino se volvió preocupante solo después de que los brasileños blancos de élite comenzaron a jugar y los hombres de color se integraron en los mejores clubes. En ese momento, los críticos lo vieron como una amenaza para la nación y tenían amplia “evidencia” que los respaldaba. La principal revista de salud pública del mundo, The Lancet, había publicado estudios sobre los problemas percibidos de las actividades deportivas de niñas y mujeres en la década de 1920. Inglaterra citó esta evidencia para prohibir el fútbol femenino y, 20 años después, Brasil hizo lo mismo. Al momento de la prohibición, las mujeres brasileñas llevaban al menos 20 años jugando al fútbol en lugares tan variados como carpas de circo, fábricas y patios escolares. El deporte femenino, específicamente el balompié, pasó de ser un espectáculo marginal a convertirse en un deporte de moda en muy poco tiempo. A medida que el deporte ganó popularidad, sus críticos comenzaron a alzar más la voz, lo que llevó al recién centralizado Estado brasileño a prohibir el deporte dado que amenazaba la supervivencia de la nación.

A pesar de la prohibición, el fútbol femenino continuó, particularmente fuera de la capital. La continuación del deporte, combinada con la participación de las mujeres en el panorama deportivo de Brasil como miembros de los medios de comunicación y en los roles de clubes auxiliares, significó que la aparente aparición repentina de las futboleras a principios de la década de 1980 no fue más que un resurgimiento en la esfera pública. En otras palabras, si alguien hubiese querido buscar fútbol femenino en Brasil entre 1941 y 1981, lo hubiera encontrado. Aun así, el deporte necesitaba un pretexto “apropiado” para su actividad técnicamente ilegal. Al llamarlos partidos de beneficencia, tanto los organizadores como las jugadoras pudieron evitar el estigma legal y social. De todos modos, recaudar dinero para causas benéficas no neutralizó completamente la oposición al juego, los artículos editoriales en periódicos presionaron contra el deporte. En la década de 1960, el deporte había crecido lo suficiente como para que el CND se viera obligado a reiterar su postura contra el juego e investigar clubes masculinos, como Santos, que habían decidido apoyar a los equipos de mujeres. A pesar de la oposición oficial, las redes de relaciones personales permitieron que el fútbol femenino continuara. Tal fue el caso del Clube Atletico Indiano, organizado por la hermana de José María Marín, quien encabezaría la Confederación Brasileña de Fútbol (y sería acusado en el escándalo de la FIFA de 2015). Finalmente, a fines de la década de 1970, el CND cedió y permitió el fútbol femenino una vez más, aunque la prohibición recién terminó en 1981. El capítulo finaliza explorando los debates sobre el fútbol femenino que continuaron hasta la década de 1990. Las revistas feministas comenzaron a cubrir el deporte y elogiar su potencial poder transformador, pero las mujeres brasileñas continuaron enfrentando desafíos durante las décadas de 1980 y 1990, particularmente las percepciones sobre los supuestos efectos del juego sobre su salud y sexualidad. No obstante, el capítulo demuestra que la apertura política en Brasil contribuyó a un espacio social y cultural más amplio para el deporte femenino.

De Brasil, pasamos a México y América Central, donde el papel del Estado ocupa un lugar central en el desarrollo de la educación física y el deporte de las niñas. Aquí, como en otros países, el interés eugenésico en “mejorar” la nación llevó a un mayor interés en la maternidad como una función patriótica. La Revolución Mexicana (1910-1920) creó un aparato estatal orientado a diseñar nuevas formas de ciudadanía vertical. Como tal, los sucesivos gobiernos revolucionarios buscaron extender la educación secular a las zonas rurales de México. Tanto las escuelas rurales, desarrolladas por la Secretaría de Educación Pública (SEP) en la década de 1920 como las Misiones Culturales, iniciadas a fines de la década de 1920, tenían un componente deportivo explícito. El deporte en las zonas rurales fue visto como una forma de crear camaradería y un sentido de orgullo local, regional y nacional. Se alentó a las niñas a competir en básquetbol, voleibol y otros deportes, aunque solo ocasionalmente en fútbol. Aun así, la idea de la educación física y el deporte femenino molestó a muchos en las regiones más conservadoras del país, causando tensiones entre el Estado y la población. En México, el Estado llevo a otro nivel el uso de la actividad física para crear espectáculos de masas. Los desfiles deportivos y de trabajadores fueron comunes en la década de 1930, con decenas de miles de trabajadores gubernamentales que concurrían a Ciudad de México para mostrar su destreza física. Las mujeres jóvenes desempeñaron un papel tan importante en estas escenas como los hombres, en exhibiciones de gimnasia, así como marchas y bailes que formaron parte de los desfiles. En la década de 1930, el gobierno también organizó campeonatos nacionales para deportes aficionados bajo el auspicio de la Confederación Deportiva Mexicana (CODEME), incluidos campeonatos de básquetbol y voleibol femenino. La atención entregada a la educación física femenina y a la formación de profesoras de educación física supuso que solo era cuestión de tiempo antes de que las mujeres empezaran a jugar al fútbol, que de a poco se fue convirtiendo en el deporte nacional. México se unió a las repúblicas centroamericanas, incluidas Costa Rica y El Salvador, donde el Estado promovió la actividad física para mejorar la población. A fines de la década de 1940, en Costa Rica, los programas de educación física de principios del siglo XX y un movimiento vibrante de mujeres condujeron al desarrollo de los primeros equipos de fútbol femenino en América Central. Desde San José, el deporte se extendió por Costa Rica y en gran parte de América Central y el Caribe. En El Salvador, por otro lado, el interés retórico en la educación física de las mujeres no se tradujo en mayor financiamiento para los programas y, por lo tanto, las oportunidades deportivas se demoraron en llegar.

El capítulo cinco se centra en las preocupaciones sobre la sexualidad que estuvieron presentes, aunque no dominaron, durante el breve auge del fútbol femenino en México entre 1970 y 1972. El desgaste del poder del Estado mexicano, en la década de 1960, abrió más espacios culturales para las mujeres, incluidos los espacios deportivos. A partir de intentos anteriores en las ligas de fútbol femenino, y el crecimiento de la fanaticada, varias ligas se desarrollaron en y alrededor de Ciudad de México entre 1969 y 1971. Esto se vio reforzado por el éxito de México en el primer Campeonato Mundial Femenino, organizado por la Federación Internacional de Fútbol Femenino Europeo (FIEFF) en 1970 en Turín. La nación azteca organizó el segundo torneo, un año después, aunque las futboleras enfrentaron muchas dificultades para jugar. La principal, como en otros lugares, fue la resistencia de las instituciones de fútbol dominadas por hombres (tanto nacionales como internacionales) y la resistencia de la familia. La primera dificultaba la búsqueda de canchas para practicar, la segunda obstaculizaba el acceso de las mujeres a los campos disponibles. Aun así, hubo aliados en el gobierno de Ciudad de México y en la prensa, que le dieron al deporte el espacio que necesitaba para arraigar. Cuando la FMF se hizo cargo del deporte en un esfuerzo por “proteger” a las mujeres de empresarios inescrupulosos y procedió a ignorarlas, las propias jugadoras ya habían desarrollado una red lo suficientemente fuerte como para mantener vivo el deporte bajo tierra.

Esta, en definitiva, es una historia del deporte femenino en América Latina. Los deportes femeninos siempre existieron, pero se mantuvieron debajo de la superficie y en el límite de un comportamiento aceptable. En el caso del fútbol, aunque comenzó casi simultáneamente al juego masculino, desde el principio se vio que las mujeres que jugaban transgredían las normas de comportamiento respetable. A medida que el balompié se fue convirtiendo en una parte de la identidad nacional en la región, las mujeres cada vez fueron más excluidas. No fueron las prácticas deportivas per se las que objetaron las instituciones deportivas. De hecho, durante el siglo XX, el Estado promovió ciertos deportes y actividades físicas para crear madres más saludables como un medio para producir ciudadanos más sanos, además patrocinó programas de educación física para niñas o deportes como régimen de belleza. Una vez que las mujeres comenzaron a organizarse y exigir tiempo libre, espacio público y recursos comunitarios, considerados dominio masculino, encontraron resistencia dentro y fuera del hogar. Tanto en los medios de comunicación como a través de aparatos oficiales, las vías para la práctica del fútbol femenino se cerraron lentamente. Ya no se consideraba espectáculo. La amenaza que causó a las nociones de feminidad y las percepciones de salud pública fueron demasiadas para ser ignoradas. No obstante, el deporte continuó y sentó las bases para las futboleras de hoy. Más allá del ámbito del deporte, las atletas latinoamericanas crearon nuevos ideales de tipos de cuerpos, desafiaron el monopolio que tenían los hombres sobre los recursos y formaron importantes comunidades.

En 1902, Juana Gremler escribió una carta al Ministerio de Educación Pública de Chile donde solicitaba, además de fondos para la escuela de niñas que dirigía, espacio al aire libre y recursos para educación física12. Gremler, quien había llegado a Chile desde Alemania con una apasionada dedicación por la educación de las niñas, quería promover los deportes de equipo y los juegos de pelota entre sus alumnas. En 1895, la maestra asumió el timón de la prestigiosa escuela pública Liceo No. 1 de Niñas13. Su plan de estudios priorizaba la educación física porque consideraba que, además de salud física, desarrollaba fortaleza moral. De hecho, su plan curricular sirvió como modelo para la educación femenina en otras escuelas chilenas, así como en Argentina y Perú. En su liceo, las niñas hacían educación física 2 horas por semana, más que en historia o ciencias naturales14. Este contenido formativo se convirtió en un importante lugar de intervención en los hábitos corporales y las mentes de las niñas y jóvenes15. En sus primeros años, la educación física brindó una desviación radical de las convenciones sociales que enfatizaban la importancia de la suavidad, la calma y el enfoque espiritual de las mujeres. A medida que los organismos estatales, los nuevos expertos en educación física y los médicos se fueron involucrando, la educación física fue dominada por hombres que, en base a poca evidencia científica, defendieron las diferencias fundamentales entre varones y mujeres e instruyeron a las niñas sobre su inferioridad.

Juana Gremler era parte de un pequeño, pero influyente círculo de maestras que fue pionero en la educación de las niñas a finales del siglo XIX y principios del XX en América Latina. La maestra brasileña Clara Korte, por ejemplo, creó un programa postsecundario, el Instituto Femenino de Educación Física en Río de Janeiro en 191616. Su plan de estudios fue mucho más allá de la instrucción física e incluyó cursos sobre higiene, salud infantil y economía doméstica. Al igual que programas similares en Argentina y Chile, su propósito principal era producir maestras científicas que desarrollaran las actividades físicas de miles de niñas. Estas mujeres, que por lo general eran solteras, fueron elogiadas por sacrificar la maternidad y el matrimonio por la profesión docente17. Las huellas de sus vidas muestran que no fueron ascetas enclaustradas, sino más bien viajeras, organizadoras comunitarias y profesionales capaces. Estas mujeres formaron asociaciones cívicas con colegas, estudiantes y exalumnas más allá del aula, y fueron pioneras en el deporte femenino en todo el continente18.

En el Cono Sur, a principios del siglo XX, las profesoras de educación física promovieron el ejercicio de sus estudiantes dentro de las escuelas y buscaron establecer clubes deportivos para niñas en la comunidad. Este capítulo examina el crecimiento de la educación física y el deporte de las niñas, particularmente en Argentina y Chile. Estos dos países, seguidos de cerca por Brasil, integraron a las niñas en la educación física desde el comienzo. Nuestra hipótesis es que esto alentó el desarrollo deportivo de las mujeres. Los burócratas estatales, los expertos médicos y los educadores depositaron sus esperanzas en estos programas para producir soldados aptos, ciudadanos disciplinados y poblaciones mejoradas eugenésicamente. Esto último abrió espacios para la participación de niñas y mujeres en actividades deportivas y de educación física. Sin embargo, su participación era condenada o justificada por los expertos en educación física dada su condición de futuros buques reproductivos. En general, la comprensión del cuerpo femenino fue sorprendentemente inexacta entre la comunidad médica hasta mediados del siglo XX, pues había muy poca investigación científica que se centrara en los efectos del ejercicio en la salud femenina. Por lo tanto, cuando las incluyeron en los tratados sobre educación física, los expertos presentaron recomendaciones sumamente contradictorias.

Las historias sobre la educación física y el deporte femenino reflejan la importancia de las relaciones transnacionales entre docentes y deportistas. Sin embargo, la falta de fuentes disponibles sobre la historia femenina a principios del siglo XX presenta un desafío para cualquiera que intente recrear una cronología perfecta. En Bolivia, Ecuador, México, Paraguay y Perú, por ejemplo, la mayoría de las fuentes son manuales de educación física y publicaciones gubernamentales, mientras que en Chile y Argentina algunas revistas (como Estadio y El Gráfico, respectivamente) cubrieron los deportes a lo largo de todo el siglo XX. En otras palabras, por más que queramos plantear una visión transnacional de la región, no podemos por la falta de documentación en ciertos lugares. De todos modos, este capítulo presenta argumentos y categoriza temas relacionados con la educación física femenina, y al mismo tiempo reconoce que las fuentes a menudo provienen de publicaciones esporádicas y rastros de evidencia.

En términos generales, tres facciones ideológicas dieron forma a la política del deporte a principios del siglo XX. El primer grupo, y el más destacado, estaba conformado por los reformadores liberales, quienes trabajaban dentro del Estado y esperaban que, bajo la tutela europea, el ejercicio pudiera ayudar a reformar los hábitos de los pobres. El segundo grupo provenía de las asociaciones cívicas, con frecuencia de carácter religioso o caritativo, que buscaban promover el comportamiento “moral”, especialmente en lo que respectaba a la sexualidad y el alcohol. Los clubes deportivos surgieron como las principales organizaciones voluntarias seculares. La disparidad de género que existía respecto del tiempo libre, los recursos familiares y el acceso al espacio público significó que las mujeres se vieran excluidas de los clubes hasta mediados del siglo XX. La relación entre educación física y deportes organizados, a pesar de involucrar a muchas de las mismas personas, era complicada. A la luz del fanatismo y la sociabilidad de los clubes deportivos, algunos educadores los veían como antitéticos a la educación física, científica y adecuada. El tercer grupo de líderes trabajaba en el ejército. Los militares crearon clubes deportivos, planes de estudios de educación física y asociaciones olímpicas. Por ejemplo, en Brasil, los militares crearon su propia liga de fútbol en la década de 1910. Los directores de deportes militares tendían a favorecer los deportes marciales, como el tiro y los eventos ecuestres, y en menor medida, la esgrima y la natación. No sorprende que los clubes militares y el personal a cargo de las instituciones estatales fomentaran las estructuras verticales con cadenas de mando claras. Los directores deportivos militares veían la educación física como un vehículo para la glorificación del Estado nación y la producción de soldados sanos. En lo que respecta a las mujeres, mientras los reformadores liberales y las asociaciones conservadoras le hicieron un lugar dentro del currículo de educación física, principalmente como una forma de moldear su comportamiento, los directores militares las ignoraron por completo.

Pocas investigaciones se centraron en la salud femenina, por lo que los reformadores de principios del siglo XX crearon fantasías y trabajaron a partir de ideas retorcidas sobre la anatomía femenina. En los proyectos de educación de los liberales, las mujeres encajaban como futuras madres de una sociedad moderna y de ingeniería racial. En América Latina, la “ciencia” emergente basada en la “mejora racial” estaba estrechamente ligada a las amenazas de los inmigrantes y los movimientos laborales al poder de la élite, así como a los procesos de urbanización e industrialización. Las varias crisis que produjeron estos cambios se han denominado la “cuestión social”. Los responsables políticos buscaron en Europa soluciones a los supuestos problemas raciales y sociales de la región, pero finalmente crearon políticas locales que abordaban sus preocupaciones específicas y percepciones únicas de la composición étnica de sus naciones. Pioneras educativas como Juana Gremler lucharon por convencer a sus colegas de que las niñas debían ser educadas para su propio desarrollo, no solo como futuras madres y esposas19.

En Bolivia, ocurrió un caso ejemplar de eugenesia liberal impulsada por la educación física. Los estadistas liberales consideraron que los hábitos y costumbres indígenas eran los principales obstáculos para la modernización. Los legisladores bolivianos enfrentaron dos desafíos distintos: la resistencia política de una mayoría indígena que no se convencía fácilmente de la superioridad de los programas europeos para la educación de sus hijos y la falta de recursos estatales. En 1904, el país adoptó el modelo curricular argentino pues consideraba que había abordado con éxito su “problema indio”20. Los educadores diseñaron el plan de estudios con la esperanza de que los estudiantes adquirieran la disciplina necesaria para una futura sociedad industrializada. Inspirados por el educador sueco Henrik Ling, los maestros bolivianos abogaron para que los estudiantes practicaran la gimnasia, por sobre todo. A medida que el Estado boliviano elaboró planes de estudio nacionales, contrató asesores del Instituto Ling de Estocolmo para crear educación física mixta. Los burócratas bolivianos esperaban que los métodos Ling sobre la condición física femenina mejoraran la salud racial de sus futuros descendientes21. A principios del siglo XX, el gobierno boliviano contrató a Henry Genst, de Bélgica, para implementar el método Ling en La Paz, Sucre, Oruro y Potosí. Genst se mantuvo como asesor hasta que regresó a Bruselas en 192922. Genst y sus colegas incluyeron las danzas folclóricas y los juegos indígenas dentro del plan de estudios, aunque de manera tangencial. Junto con el trabajo de Genst en el desarrollo del currículum, el gobierno boliviano creó el Departamento de Educación Física, y contrató a Saturnino Rodrigo para renovar el programa de educación física en la década de 1930. Si bien Genst abogó por diferentes niveles de extenuación para los estudiantes masculinos y femeninos, las niñas siempre formaron parte de su programa más amplio. Sin embargo, después de la partida de Genst, el ejército boliviano se involucró más y mostró menos interés en la educación física de las niñas23. Los programas militares se enfocaron en el sistema prusiano de marcha y en el trabajo en las barras paralelas y horizontales. Sin embargo, los maestros presionaron para incluir juegos al aire libre, incluido el fútbol, en el plan de estudios prusiano y sueco24. La opinión predominante entre los educadores de que las niñas no podían manejar ese estrés competitivo, así como los argumentos estéticos de que su juego parecía poco femenino e indecoroso, impidió su participación en educación física.

Junto con los programas liberales de educación física, la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) también incentivó la integración de niñas y mujeres en los deportes, particularmente en el básquetbol, en toda América Latina. La YMCA estableció una sucursal en Brasil en 1893 y estuvo presente en Argentina desde 1902, donde brindó apoyo técnico a los profesores de educación física25. Para la década de 1910, la YMCA ya había abierto centros en todo el continente americano, aunque envuelta en controversias debido a su propósito misionero protestante. En 1919, el Arzobispo de Lima les prohibió a los católicos entrar a las instalaciones de la YMCA26. El personal de la YMCA, incluidos los “padres” del básquetbol argentino, Paul Phillips y Frederick Dickens, provenían de un contexto en el que las mujeres llevaban décadas jugando básquetbol, fútbol, tenis y muchos otros deportes27. En 1914, la YMCA hizo una conferencia con delegados argentinos, brasileños, chilenos y uruguayos en la que se discutió cómo incluir a las mujeres en el básquetbol. Un delegado uruguayo comentó: “La chica latina necesita mucho el atletismo”28. Si bien no queda claro lo que quiso decir, las diferencias de participación femenina entre Estados Unidos y el Cono Sur eran notables.

Los agentes de la YMCA continuaron desarrollando la educación física y los deportes en América del Sur. Por ejemplo, Frederick Dickens se desempeñó como Director de Educación Física en la YMCA de Buenos Aires, antes de ser ascendido a Director Continental de Educación Física de la YMCA de América del Sur. Luego dirigió la delegación olímpica argentina cuando fue a París (1924) y Ámsterdam (1928). También se desempeñó como profesor en el Instituto Nacional de Educación Física de Argentina hasta 1938. Quizás porque la YMCA se mantuvo alejada del balompié, que ya estaba institucionalizado (y demonizado por algunos), el básquetbol, la natación y el atletismo dominaron los deportes femeninos en Argentina y Chile. Por el contrario, el fútbol femenino prosperó en Estados Unidos y Europa en la década de 1920. Dados los intercambios regulares entre los expertos en educación física, podemos suponer que los latinoamericanos estaban al tanto de los avances en otros países. Durante su gira de 1922, las Dick, Kerr’s Ladies, un club de fútbol femenino inglés jugó en todo Estados Unidos. Curiosamente, en Nueva York el club jugó contra el club femenino Centro-Hispano F.C. compuesto principalmente por inmigrantes latinoamericanas29.

La educación física, los medios de comunicación y las deportistas en Argentina

Argentina siempre se caracterizó y satirizó como un país que idealizaba la cultura europea. Por lo mismo, no sorprende que las ideas argentinas sobre los beneficios del ejercicio y el deporte se acercaran a los modelos europeos, particularmente a los métodos de gimnasia sueca y prusiana. Al mismo tiempo, la comunicación con sus vecinos y las particularidades de las instituciones argentinas cambiaron fundamentalmente los programas importados. Los estadistas argentinos promovieron la educación física para las niñas casi desde el principio. En 1839, cuando Domingo F. Sarmiento asumió la dirección del Colegio de Niñas Pensionadas de Santa Rosa, incluyó la danza y la gimnasia dentro del plan de estudios de las niñas30. En la década de 1870, el Dr. Francisco Berra escribió un texto de educación física, que se convirtió en estándar tanto en Argentina como en Uruguay. En él, Berra afirmaba que la educación física era tan importante para las niñas como para los niños. En reuniones como el Congreso Pedagógico de Buenos Aires de 1882, Berra y sus contrapartes en Brasil, Chile y Uruguay entablaron un diálogo directo31. Berra veía la educación física de las niñas como una forma de prevenir los estados nerviosos de las mujeres y evitar enfermedades mortales como la tuberculosis32. Enrique Romero Brest, el sucesor de Berra, fue el experto en educación física más influyente de principios del siglo XX. Brest no solo reconoció la necesidad de que las niñas tuvieran educación física en las escuelas, sino que también la de extender la cultura física fuera de la escuela. En 1902, Brest fundó el club de deportes femeninos Atalanta33. El experto declaró deliberadamente que el objetivo de la educación física femenina era mejorar la “raza” mediante la adopción de hábitos germánicos y anglosajones.

La integración de las niñas en la educación física significó que el Ministerio de Educación creara un vehículo para la representación diaria y corporal de las diferencias de género. Cuando los médicos y profesores afirmaron que las mujeres necesitaban armonía y equilibrio de movimiento, mientras que los hombres necesitaban vigor y acción lo que hicieron fue atribuir cualidades sociales a la biología. Los educadores físicos argentinos repitieron, hasta el cansancio, que el ejercicio femenino necesitaba mejorar la belleza, lo que significaba que las niñas debían mantener un peso saludable, pero no desarrollar músculos. Como ha señalado Pablo Scharagrodsky, aunque mejorar la salud materna era el objetivo final de la educación física femenina, lo mismo no era cierto para los niños34. Los campos emergentes de la educación física y la medicina deportiva enfatizaban la eventual aptitud materna de las niñas, pero no la capacidad de los niños para la paternidad. Brest, por su parte, se opuso a los ejercicios militares que habían sido populares en el siglo XIX. En cambio, defendió los juegos al aire libre que convertirían a los niños en ciudadanos con moral.

El caso de las atletas en Argentina, a pesar de tener puntos en común con los países vecinos e incluso haber influido en ellos, se destaca por varias razones. En primer lugar, los educadores físicos y comentaristas deportivos argentinos priorizaron el papel del ejercicio en la belleza, incluso más que la maternidad. En segundo lugar, la revista deportiva nacional El Gráfico, que tuvo cobertura e influencia regional, cubrió a las atletas de manera regular y trasmitió varios matices. Esto es especialmente cierto cuando se compara con países como Brasil o Chile, que tenían programas similares de educación física y participación deportiva. Finalmente, los recursos que el gobierno peronista entregó a las organizaciones deportivas abrieron oportunidades sin precedentes para las mujeres. Si bien los recursos no igualaban a los de los hombres, el apoyo estatal les dio un impulso temporal a los deportes femeninos. El interés de Perón de abrir espacio para la clase trabajadora dentro de los deportes tradicionalmente de élite también generó oportunidades para que las mujeres practicaran deportes menos populares, como el polo.

Más allá de las clases de educación física para niñas, que eran supervisadas, los expertos no estaban de acuerdo con que las señoritas hicieran ejercicio. Los profesores de educación física, los médicos y los periodistas coincidían en que las mujeres eran muy perezosas y nerviosas35. Estos expertos pensaban que los regímenes de ejercicio debían estar diseñados para ayudarlas a relajar sus nervios y equilibrar sus drásticos cambios de humor. Las revistas femeninas y los expertos en educación física las alentaron a hacer ejercicio en sus casas y no en clubes deportivos públicos. Las revistas de entretenimiento se centraron en las rutinas de ejercicio de actrices famosas que promovían entrenar en casa36. Revistas como El Hogar y Caras y Caretas desaconsejaron el ejercicio en público. Los autores asumieron que las mujeres tenían demasiado trabajo doméstico para acudir al club deportivo local37. Además, asumieron que serían ridiculizadas y, por lo tanto, les aconsejaron que mantuvieran sus actividades privadas. Los programas radiales de la década de 1930 les indicaron ejercicios que podían realizar en casa, especialmente estiramientos y pequeños movimientos de resistencia. La gimnasia se promovió universalmente porque vigorizaba el cuerpo, sin la “desfiguración” que implicaba un ejercicio más riguroso. Los expertos también recomendaron la danza rítmica porque ayudaba al sistema nervioso y embellecía el cuerpo.

Entre principios de 1900 y 1920, las imágenes de deportistas irrumpieron y crearon nuevas representaciones de niñas y mujeres. Al comienzo del siglo XX, las revistas y los periódicos mostraban a mujeres haciendo ejercicio con las piernas rígidamente juntas y vestidas desde los tobillos hasta el cuello. En la década de 1920, los uniformes pesados dieron paso a trajes cortos y piernas descubiertas, gracias a los cambios en la industria textil, que había desarrollado y popularizado telas más ligeras. La revista deportiva argentina El Gráfico comenzó a publicarse en 1919 y jugó un papel muy importante en la creación de estas nuevas imágenes de la mujer y el deporte. Sorprendentemente, la tercera edición de la revista, publicada el 12 de julio de 1919, tenía a mujeres tenistas en la portada38. A lo largo de la década de 1920, la revista, conocida como la “biblia de los deportes”, publicó fotografías de atletas. El Gráfico mostraba imágenes de mujeres con equipo deportivo, en la cancha o en acción. Aunque las publicaciones femeninas tradicionales parecían sugerir un enclaustramiento de su ejercicio, los medios deportivos de la época alentaron a las mujeres a practicar deportes en público. Debido a que las presentaron como sujetos activos en lugar de objetos pasivos, y destacaron su destreza física en lugar de solo su belleza, estas imágenes interrumpieron la cultura visual argentina en los años veinte y treinta. A lo largo de la década de 1930, en aproximadamente un 15% de las portadas de El Gráfico aparecían mujeres. Aunque todavía eran una minoría, la frecuencia con la que aparecieron las atletas superó con creces la de cualquier publicación similar en el continente y probablemente jugó un papel en la normalización de la idea de mujeres deportistas. Además de presentarlas en las portadas, El Gráfico también escribió sobre sus logros. Mientras que revistas femeninas como El Hogar presentaban imágenes de damas de sociedad y estrellas. Una de las pocas portadas que muestra mujeres en poses activas es la de una chica en zapatillas de ballet sobre un trampolín39. En otras palabras, en lugar de temas activos, la mayoría de las revistas las representaban como objetos pasivos que debían ser admirados por su belleza, gracia o riqueza.

Otra forma en que El Gráfico