Género, jóvenes e Iglesia - Marta Rodríguez Díaz - E-Book

Género, jóvenes e Iglesia E-Book

Marta Rodríguez Díaz

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Beschreibung

Alrededor del género se ha abierto una enorme brecha que separa a padres e hijos, nietos y abuelos. No hay quien se entienda y se escuche. En las familias es motivo de disputa, los hijos no se sienten acogidos y los padres se frustran ante ideas tan desconocidas para ellos. Género, jóvenes e Iglesia propone otra forma de mirarse y dialogar. Un camino de acercamiento donde parecía imposible. Entender desde el cristianismo la cuestión del género puede facilitarnos construir puentes hacia nuestros hijos o padres. La autora nos cuenta la maravilla, mal entendida muchas veces, que puede ser para los jóvenes la propuesta de la Iglesia en torno a estos temas; y también lo que le falta a la misma para poder entender bien a las nuevas generaciones.

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Marta Rodríguez Díaz

Género, jóvenes e Iglesia

Juntar las piezas

Prólogo de Ramón Lucas Lucas

© El autor y Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2024

Prólogo de Ramón Lucas Lucas

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección 100XUNO, nº 129

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-180-9

ISBN EPUB: 978-84-1339-513-5

Depósito Legal: M-2112-2024

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Prólogo

AGRADECIMIENTOS

Preámbulo

I. LA FRACTURA GENERACIONAL: UNA APARENTE IMPOSIBILIDAD DE DIÁLOGO

II. ¿POR QUÉ ES TAN COMPLICADO HABLAR DE GÉNERO?

La psicología: Money y Stoller

El feminismo

La política

III. ¿TEORÍA O TEORÍAS DE GÉNERO?

IV. HACIENDO UN EXAMEN DE CONCIENCIA

V. LA OTRA CARA DE LA MONEDA: PROMESAS INCUMPLIDAS

VI. Y LA IGLESIA, ¿QUÉ DICE?

VII. PERSONA, SEXO, «YO»

VIII. Ingredientes de la identidad

La cultura

La libertad

La biología

Recapitulando

IX. PALABRAS SERIAS: PERSONA, NATURALEZA Y CULTURA

La persona y su naturaleza

Naturaleza cultural

Padres e hijos de nuestra cultura

X. ¿Y los estereotipos?

XI. El toro por los cuernos

Causas de la atracción al mismo sexo

¿Se nace o se hace?

La mirada de la Iglesia

XII. UN ALTO EN EL CAMINO

XIII. EL CUERPO, IMAGEN DE DIOS

Cuerpo y persona

Cuerpo e imagen de Dios

Algunas aplicaciones

XIV. EL CUERPO A LA LUZ de LA ENCARNACIÓN DE CRISTO

XV. MADRE Y MAESTRA

La Iglesia como Madre

La Iglesia Maestra

XVI. ¿CÓMO HABLAR DE LA VERDAD?

La mirada de simpatía

Verdad, conciencia y el criterio del corazón

XVII. ACOMPAÑAR CON EL MÉTODO DE JESÚS

XVIII. UNA EXPERIENCIA CONCRETA

XIX. HABLANDO CLARO

Queremos que estés con nosotros

Carta a las personas LGBTQ+

XX. UN INTENTO DE KINTSUGI

BIBLIOGRAFÍA

Prólogo

El término «género» es polisémico. Se podría evocar a Hume diciendo que es un término al que la gente le atribuye de todo. Tienes entre las manos un libro que pretende iluminar la oscuridad que envuelve la «realidad» indicada con este término. Provocador, exigente, no fácil de asimilar. La dificultad no está tanto en el espesor de los conceptos, que la autora busca diluir con sabia pedagogía y ágil estilo, sino porque requiere ampliar la mirada; como diría Benedicto XVI: hay que ensanchar los horizontes de la razón para entender la realidad. Marta lanza una hipótesis atrevida desde el primer capítulo: cuando hablamos de género, «no sabemos de qué hablamos y encima lo hacemos mal». Aceptar esto puede implicar un recorrido que no es solo teórico sino práctico; requiere un cambio de actitudes que cree puentes entre generaciones en una cuestión tan compleja como esta.

El estudio científico que sostiene este libro de divulgación es una investigación muy seria, caracterizada por la precisión, profundidad y organización. «Precisión» porque distingue las diversas teorías de género, que con frecuencia son reducidas a un único bloque monolítico. «Profundidad» porque el análisis comprende los distintos niveles filosóficos implicados (metafísico, epistemológico, antropológico y ético), estableciendo con ello los distintos niveles del diálogo. Y «organización» porque ofrece una sistematización de las teorías en modelos, que permite ordenar este vastísimo campo sin perder la precisión ni la profundidad. Un logro indudable es el haber afrontado el tema con equilibrio y rigor, concentrándose en el ámbito filosófico y evitando las polarizaciones y las controversias de tipo sociopolítico.

Este libro busca dar un paso más. Desde un fundamento filosófico sólido y una antropología clara, la autora ofrece herramientas a los adultos para dialogar con los jóvenes sobre la cuestión del género. Demuestra con ello una finura intelectual capaz de reconocer el núcleo de verdad que hay en cada idea, sensibilidad pastoral para empatizar con las personas ahí donde se encuentran, y análisis crítico sobre las distorsiones. Mantener unidos estos cuatro elementos: antropología sólida, finura intelectual, sensibilidad pastoral y análisis crítico, constituye sin duda la riqueza y originalidad de esta publicación.

Este libro podría ser una aportación igualmente significativa para el enfoque pedagógico y pastoral del tema. Ciertamente no responde a todas las preguntas, pero considero que se coloca en el camino adecuado, con actitud de escucha y apertura crítica. Espero que la autora siga avanzando en investigaciones de fondo, que permitan sostener después la divulgación y el diálogo constructivo. Hoy más que nunca, es necesaria la búsqueda del fundamento de nuestro conocimiento y nuestro actuar libre, para satisfacer la necesidad existencial de dar sentido y valor positivo a nuestra vida en este mundo.

Ramón Lucas Lucas

Catedrático de Antropología filosófica

Universidad Gregoriana, Roma

Roma, 9 de noviembre de 2023

AGRADECIMIENTOS

En este libro recojo buena parte de mi recorrido académico y pastoral de los últimos años. Sería imposible agradecer a todas las personas con las que he caminado, y que me han ayudado a madurar estas ideas a través de conversaciones, cursos, experiencias y proyectos de todo tipo. Quisiera, sin embargo, agradecer a algunas personas, a las que debo particularmente parte de la redacción final de este texto.

Agradezco en primer lugar al P. Ramón Lucas Lucas, L.C., que fue mi director de tesis y que sigue siendo mi maestro y mi guía en el mundo académico. Para mí fue un regalo muy especial el interés con que se tomó este proyecto, el tiempo que dedicó a revisarlo, a ayudarme a perfilar algunos aspectos, y que haya querido prologarlo. Le estaré siempre agradecida por acompañarme en todo momento como un verdadero padre.

Debo mucho a Jaime, mi hermano sacerdote, con quien he tenido la alegría y la gracia de colaborar en tantos proyectos. Sobre todo, a través de los cursos de teología del cuerpo, que hemos impartido juntos tantas veces, hemos ido descifrando el significado del cuerpo del varón y de la mujer. Los aspectos que describo en el capítulo catorce son resultado de la reflexión de ambos, y me resulta imposible distinguir qué viene de mí y qué de él. A Jaime debo también haber comprendido mejor la antropología de Juan Pablo II, y muchas otras cosas que resulta imposible escribir aquí. Mi hermana Gloria, que además de ser estupenda, es psicoterapeuta, me ayudó a perfilar un par de capítulos desde el punto de vista psicológico, y me facilitó varias fuentes. Les estoy muy agradecida a los dos.

El P. Alejandro Mora, un muy querido amigo sacerdote, me ayudó mucho revisando el primer manuscrito, y animándome continuamente mientras lo escribía. Él me desbloqueó en varios momentos en los que no sabía si tenía sentido o no lo que iba saliendo. Además, el capítulo diecisiete es un resumen y adaptación de unos apuntes que trabajamos juntos. El capítulo dieciocho son prácticamente ideas suyas, y las conversaciones con él fueron el caldo de cultivo del capítulo quince. A él va mi gratitud de corazón.

El P. Juan Gabriel Ascencio, otro querido amigo sacerdote, revisó el primer manuscrito completo y me hizo anotaciones y comentarios que me ayudaron también a perfilar algunos puntos. Anita Cadavid, gran amiga y compañera, me ayudó revisando algunos capítulos y completando algunas citas. Les estoy sumamente agradecida a los dos por todo su cariño y competencia.

Agradezco mucho a la comunidad docente del Experto en «Género, Sexo y Educación», de la Universidad Francisco de Vitoria y del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, así como al maravilloso equipo del Instituto Desarrollo y Persona. El trabajo con ellos en los dos últimos años me ha ayudado a crecer y a madurar algunas de las ideas que he tratado de recoger aquí. Su calidad intelectual y humana han sido para mí un grandísimo estímulo, y sigo aprendiendo de cada uno. Agradezco también a Marcelo, que me puso en contacto con Ediciones Encuentro.

Un agradecimiento muy particular va a los jóvenes que formaron parte del grupo «Hablando claro», y a quienes debo tanto. Fueron para mí motivación y empuje para buscar un lenguaje que conectara con el mundo de hoy. Creo que caminar con ellos ha marcado para siempre mi forma de mirar, de investigar y de enseñar. Los llevo a todos en el corazón.

Para redactar este libro, me escapé casi dos semanas a Alzgern, Alemania, durante el mes de julio de 2023. Agradezco de corazón la solicitud con la que los sacerdotes de esa comunidad me recibieron, me animaron y me hicieron sentir en casa el tiempo que pasé con ellos. Sin sus ánimos, cariño y oraciones tal vez no habría logrado terminar este libro en tiempo récord.

Agradezco de corazón a mi comunidad y a mi familia: mi madre, mis cinco hermanos y mis cuñados, que con tanto cariño y paciencia me han animado para sacar adelante este proyecto, y me sostienen en cada una de mis aventuras. Escribí este libro pensando especialmente en mis sobrinos, esperando que alimente las buenas conversaciones que ya tenemos. Estoy convencida de que mi padre desde el cielo ha sido la mejor ayuda de todas.

Mientras escribía, tenía muy presente que lo único que nos llevamos al cielo es el amor con que hagamos las cosas. Al terminar estas líneas, confío en que el ofrecimiento y la pobreza que han acompañado este esfuerzo sean esos dos panes y cinco peces que el Señor multiplique como Él quiera. Confío esto, como todo, en manos de María.

Roma, 22 de octubre de 2023

Fiesta de San Juan Pablo II

Preámbulo

DEL CAMPO DE BATALLA AL ARTE JAPONÉS

Todos tenemos temas de los que evitamos hablar con algunos amigos. Si yo soy del Real Madrid y tengo un primo muy querido que es forofo del Barcelona, quizás hemos aprendido a comentar elegantemente el resultado del clásico, y a hacerlo con una dosis de austeridad y discreción para no herir sensibilidades. Lo mismo cuando hay discrepancias fuertes en el ámbito político. No es que no se pueda hablar de todo, pero sabemos que en ciertas ocasiones es mejor buscar lo que une, y no entrar al trapo en temas conflictivos en los que es fácil ofender o crear tensión.

De entre todos los temas difíciles de afrontar, quizás la cuestión del género se lleva la palma. Tiene un potencial explosivo considerable. ¿A qué me refiero? A que cuando entramos al campo de juego es muy fácil que se transforme en batalla, con heridos de guerra y todo. Los motivos de esta conflictividad potencial son de distinto orden. En una síntesis extrema, podríamos decir que se debe a queno sabemos de qué hablamos y a que encima lo hacemos mal. Esta respuesta tan sintética y quizás atrevida merece una justificación.

En primer lugar, creo que no sabemos bien de qué hablamos. Con esta afirmación no pretendo tachar a nadie de ignorante, ciertamente. Lo que quiero sugerir es que no siempre resulta claro desde qué perspectiva estamos afrontando la cuestión. Al hablar de género, muchos pueden tener en la cabeza el ámbito político: las leyes y políticas que permanentemente se proponen en los distintos países: leyes de equidad de género, de violencia de género, de educación, salud, leyes acerca de la transición… Movernos en el registro político trae consigo un determinado tipo de mirada, hecha de creencias, juicios y sensibilidades. La perspectiva política fácilmente nos coloca en la actitud de defensa y ataque, porque además nos solemos mover en una cultura polarizada y que polariza.

Otros, sin embargo, al escuchar la palabra «género» pueden colocarse en el registro más de tipo existencial o experiencial: tienen en la cabeza y en el corazón rostros de personas concretas que viven situaciones a veces dolorosas y no comprendidas: un hijo que acaba de declararse homosexual, un cuñado trans, un mejor amigo que se siente de género no binario… o tal vez la propia experiencia, a veces tan difícil de comprender o de explicar. Este registro provoca un acercamiento distinto, marcado por la empatía y la defensa de quien es percibido como la víctima. En mi opinión, aquí es donde se colocan espontáneamente los jóvenes, naturalmente solidarios.

Un tercer grupo podría acercarse al tema desde una perspectiva propiamente antropológica, interesándose sobre todo por qué es el género, cómo se relaciona con el sexo, cómo se forma la identidad de género… Este ámbito podría parecer más directamente científico, pero tampoco es fácil de afrontar. ¿Por qué? Porque no resulta claro saber qué estamos entendiendo por género exactamente. Se trata de un término equívoco, que puede ser interpretado de modos distintos. Como veremos más adelante, esto es un hecho ampliamente admitido por el mundo del feminismo1.

Así pues, cuando sale la cuestión del género en la conversación, podemos colocarnos inconscientemente en distintos registros: político, existencial, antropológico. Si además somos fieles creyentes y colgamos a ciertas ideas la etiqueta de «a favor de la Iglesia», o «en contra de la Iglesia», se podrían añadir decibelios a la visceralidad con la que nos acercamos, porque sentimos que nos tocan terreno sagrado. Al final, cada registro trae su propio tanque de guerra, hecho de historias, valores, miedos y sensibilidades implícitas o explícitas. Pongo algunos ejemplos, para ser más clara.

En lo personal, reconozco que me acerco a este tema desde la filosofía. Dediqué varios años de mi vida a intentar estudiar el tema a fondo, y de ahí salió mi doctorado, con el tema: Teoría de género: presupuestos y raíces filosóficas2. Al meterme en el ajo me di cuenta de la variedad de matices y significados que puede tener el término «género», y la importancia de comprender los puntos fuertes y los límites de cada uno de ellos para poder avanzar en un diálogo con fundamento científico. Además, vi que la comprensión antropológica que tengamos presupone a su vez unas ciertas categorías que se colocan en otros niveles filosóficos más profundos: gnoseológico3 y metafísico4, y que es necesario explicitar y hacer objeto de debate también. De ahí que mi principal interés cuando se habla del tema sea el de discutir sobre la manera más adecuada de comprender el género desde una antropología de la sexualidad bien fundamentada. Desde esta sensibilidad, admito que a veces me resultaba difícil conectar con quien se acercaba al tema quizás desde una perspectiva más bien política: teniendo en la mente por ejemplo leyes que hay que defender, promover o frenar. Y poco a poco he ido comprendiendo que mi perspectiva era válida, pero que no era la única. El otro punto de vista era igualmente importante, porque es verdad que existen las leyes injustas, intereses económicos, manipulación mediática y educativa. Tener en cuenta todo esto completa la perspectiva y la comprensión de la realidad.

Otro ejemplo, lamentablemente muy típico: la discusión de una madre con su hijo. Surge tal vez el tema en la mesa, y enseguida los dos sacan su armamento para la batalla. El joven se acerca desde una perspectiva existencial: tiene en la cabeza a su mejor amigo gay y a su amiga no binaria. Se conocen y se quieren desde niños. El chico sabe bien lo que han sufrido, sus incomprensiones y soledades. Y por eso no tolera el vocabulario con el que su madre se refiere al tema, y le rechinan prácticamente todas las palabras que utiliza: «ideología», «naturaleza», «no es normal», «Dios no lo quiere» … La madre, por su parte, se frustra ante la incomprensible cerrazón del hijo, y cuanto más impotente se siente, más echa mano de argumentos de autoridad, metiendo a Dios o a la Iglesia en cada uno de ellos, como si fueran sal para sazonar. El resultado es que los dos salen frustrados, pensando que es imposible entenderse en este tema. Se mueven en dos mundos que están a años luz el uno del otro. Y el problema es que están colocados en registros distintos, sin un terreno común ni un campo de juego claro.

Podríamos seguir dando ejemplos, pero tal vez el punto ha quedado claro. Y nos lleva a una primerísima conclusión: si vamos a entrar en el campo de juego del género, será necesario definir desde qué perspectiva lo afrontamos. Es preciso además ser muy honestos con nosotros mismos, y llamar por su nombre a los prejuicios y temores que podrían convertirse en interferencias. Solo esto nos exige hacer silencio, entrar en contacto con nosotros mismos y ser valientes y humildes para decirnos dónde y cómo estamos colocados exactamente. Pero no basta. Decía al inicio que no sabemos bien de qué hablamos cuando hablamos de género, y que quizás solemos hacerlo mal. La distinción de las perspectivas desde las que nos acercamos es un primer paso para hacerlo menos mal, pero no es todo. Para que el género sea un campo de juego y no de batalla, será necesario tener otro tipo de instrumentos, y este es el intento de este libro. Y más aún: no escribo estas líneas mirando la cuestión como un campo minado que está condenada a permanecer como tal. Creo que podríamos verla también como una oportunidad. Y aquí traigo una imagen, que me propuso un amigo muy querido hace pocos días: la del kintsugi. Se trata de un arte japonés por el que se arreglan piezas de cerámica con oro. Quizás esa imagen nos ayude para atisbar un horizonte, que se nos podría abrir gracias a la tremenda crisis provocada por el género. Pero eso vendrá al final. Ahora estamos apenas emprendiendo el camino.

Quizás alguno se esté echando ya para atrás, y preguntándose si vale la pena o no entrar al tema, o si mejor damos la batalla por perdida. Por eso, el primer capítulo nos colocará directamente ante la fractura generacional. Trataremos de entender mejor la escena de la conversación de la madre con su hijo a la que nos referimos antes, y la diversidad de sensibilidades de los jóvenes y los adultos. Escucharemos qué pidieron los jóvenes del Sínodo5 a la Iglesia, para sentirnos interpelados y ver cómo podemos responder mejor a sus necesidades.

A continuación, será necesario comprender los motivos de la equivocidad del término. Para esto, el tercer capítulo afrontará la génesis y su introducción en el ámbito de la psicología, del feminismo y de la política. Esto nos ayudará a comprender algunas ambigüedades y también sensibilidades que se han dado a lo largo de la historia, que explican en parte la confusión de perspectivas a la que me he referido.

El cuarto capítulo nos introduce de lleno en la problemática desde el punto de vista antropológico. Veremos qué proponen las distintas teorías de género, y cómo conciben de manera distinta la relación entre sexo y género, desde puntos de partida filosóficos a veces muy distantes entre sí. El objetivo de este capítulo es dar instrumentos para iluminar el laberinto en el que a veces nos podemos encontrar. Solo si manejamos el tema con una cierta soltura podremos orientar a quienes podrían tener una visión más parcial o incompleta.

En un siguiente capítulo trataremos de comprender por qué el término género tuvo un éxito tan inmediato. En este capítulo afrontaremos las insuficiencias teóricas y pastorales que hicieron posible la difusión de ciertas ideas a veces reductivas e incluso ideológicas. Esto nos ayudará a hacer un examen de conciencia, que nos coloque en una mejor disposición sobre todo para dialogar con los jóvenes, pero no solo. Sigue un capítulo que presenta la otra cara de la moneda: la de las promesas no cumplidas a los jóvenes, y el precio de confusión y ruptura con el que muchos pagan ciertas ideas reductivas.

Los capítulos ocho y nueve buscan responder a esta problemática desde un fundamento antropológico adecuado. Veremos cómo se coloca el sexo en la persona y en la identidad, para comprender por un lado la radicalidad de la diferencia sexual y cómo el sexo toca a la persona desde el fundamento ontológico más profundo, y al mismo tiempo la complejidad de la formación de la identidad sexuada. También desde la antropología cristiana afrontaremos, y ya estamos en el capítulo diez, la relación entre persona, naturaleza y cultura.

Una vez realizado este pequeño recorrido antropológico, sacaremos las consecuencias para dos cuestiones candentes: los estereotipos y la homosexualidad. Será el momento entonces de hacer un alto en el camino y sacar, en el duodécimo capítulo, las conclusiones antropológicas del recorrido realizado. Desde ahí, nos lanzamos a los siguientes capítulos, que buscan dar una mirada pastoral.

Como una especie de puente entre el recorrido antropológico y el pastoral, vienen dos capítulos donde veremos el cuerpo a la luz de la antropología cristiana y de la Encarnación de Cristo. Con esta mirada «desde lo alto», espero poder dar esperanza y luz a algunas de las preguntas y anhelos del hombre de hoy.

Los capítulos dieciséis a dieciocho tienen como objetivo ofrecer claves para el diálogo y la pastoral, proponiendo algunas pautas para el diálogo con los jóvenes y para el acompañamiento. Vamos a intentar comprender qué podría significar actuar con el método de Jesús, y cómo encarnar el rostro de la Iglesia, Madre y Maestra. Finalmente, el libro se cierra con dos experiencias concretas en el trabajo con jóvenes, que pretenden ilustrar con un ejemplo algunas de las intuiciones pedagógicas de fondo. Concluyo este camino con una mirada hacia adelante, que busca transformar la actual crisis y desafíos en oportunidad. Y aquí es donde volveremos a la cuestión del kintsugi.

I. LA FRACTURA GENERACIONAL: UNA APARENTE IMPOSIBILIDAD DE DIÁLOGO

Quizás muchos se han sentido identificados con la escena del diálogo frustrado entre la madre y su hijo. Al escribir esto, espontáneamente me vienen al corazón tantos padres de familia a los que escucho compartirme cada día situaciones parecidas. Normalmente estamos hablando de madres o padres que han querido inculcar en sus hijos una serie de valores. Se han partido la cara toda la vida por predicar con el ejemplo, y transmitirles una idea de familia donde el varón y la mujer cometen la osadía de casarse por amor y para siempre, sacando adelante a sus hijos de la mejor manera posible. A estos buenos padres se les cae el alma a los pies el día que su hijo les dice que tiene atracción por el mismo sexo, o la mañana en que su niña preciosa suelta en la mesa que es de género fluido y de repente empieza a vestirse y a tener ademanes de chico. La frustración, confusión y sentido de culpa que les embarga entonces es muy dolorosa.

Pero esta es solo una cara de la moneda. Los padres no son los únicos que salen frustrados de esa conversación difícil. El hijo o la hija en cuestión también sufren. Sufren mucho si son ellos los que están viviendo una experiencia que sus padres no logran entender. Piensan que son mirados desde el prejuicio, y se sienten descalificados, no acogidos. Tal vez les da por disimular y dar apariencia de indiferencia y rebeldía, pero en el fondo se sienten desconcertados y profundamente solos. El dolor que esto produce en el corazón del joven es tremendo. Pero no solo. El chico o la chica también se frustran cuando el que vive una situación particular es su amigo, y las palabras de sus padres van dirigidas a esta persona que quieren. También en esos casos hay mucho dolor, porque los chicos se sienten incomprendidos, a años luz de sus padres.

Esta misma experiencia de frustración se da más allá del ámbito familiar. La educación es un escenario cotidiano y permanente de este tipo de choques (colegio, universidad, parroquias…). Aquí además se añaden otros matices particulares, porque el grupo genera algunas reacciones comunes. Junto a la frustración ante la aparente imposibilidad de diálogo, el adulto en este ámbito suele experimentar miedo, a veces paralizador. De nuevo, se trata de una escena recurrente y bien conocida. El profe de turno hace un comentario sobre la familia o sobre una ley en cuestión, y en pocos segundos, la clase se le echa al cuello. El motivo es que algún chico se ha sentido herido por sus palabras, y todos los demás cierran filas en defensa de la víctima, movidos por una especie de «solidaridad visceral» muy propia de los jóvenes, sobre todo los de hoy. El adulto vive entonces aterrado, porque una palabra mal dicha o entendida puede anularlo en el aula de ahí en adelante, e incluso arruinar su carrera. Para un docente, que le cierren la boca así es desalentador, casi traumático.

De nuevo, vale la pena colocarse en el otro lado, y ponerse en el lugar del joven que se ha sentido juzgado por el profesor. Las palabras caen muchas veces (tal vez siempre) en terreno sensible. Trae consigo quizás la incomprensión de su madre o de su abuela, y la reacción de ese amigo que de repente se ha vuelto distante por no compartir sus elecciones recientes. Probablemente le han roto el corazón de distintas formas. Sobre todo, trae el dolor no ser comprendido muchas veces en su experiencia, o de no lograr comprenderse a sí mismo del todo. Todo esto le va haciendo algo hipersensible al rechazo. ¿Y los de la clase? Algunos entienden a medias o intuyen lo que su amigo vive, y por eso lo defienden de modo instintivo. Pero, sobre todo, el comentario más o menos desacertado del profesor se convierte en la ocasión para protestar contra toda una mentalidad que experimentan, dogmática e impositiva, incapaz de acoger la diversidad o de ser realmente inclusivos. Y así se arma la guerra.

Creo que es fácil identificarse con algunas de estas situaciones, o al menos pensar en personas cercanas que las viven de modo más o menos cotidiano. No las traigo aquí ni para consolarnos ni para frustrarnos o convencernos de que es imposible superar la fractura. Al contrario. Creo que esta fenomenología frecuente nos tiene que interpelar, y que es posible salir de este aparente laberinto.

Tal vez ayude colocar la cuestión en un marco más amplio. No se trata solo de la cuestión del género. Lo que estamos viendo aquí es la colisión de dos cosmovisiones aparentemente antagónicas: una centrada en el criterio de la norma objetiva, pasando muchas veces por encima de las personas concretas, y otro centrado en el yo individual, de modo que toda ley o todo límite se perciben como violentos y alienantes. El punto dolens aquí es que no se trata simplemente de ideas que se contraponen entre sí, sino del intento fallido del hombre por comprenderse a sí mismo. A lo largo de la historia ha ido oscilando de un péndulo al otro, incapaz de integrar en una comprensión armoniosa las distintas gramáticas. El resultado es que el hombre de hoy está roto. La fractura entre generaciones es una manifestación del drama del ser humano que no sabe quién es.

En marzo del 2018, tuve la gracia de participar en la reunión presinodal del Sínodo de los jóvenes6, en Roma. Casi cuatrocientos jóvenes de todo el mundo trajeron la voz de sus coetáneos. Además, 15.000 jóvenes participaron por medios digitales, a través de las redes sociales dispuestas para ello7. En ese contexto, los jóvenes expresaron con fuerza que esperaban de la Iglesia «una palabra clara, humana y empática»8 sobre el género y la homosexualidad. En lugar de ello, lamentaban que la Iglesia era muchas veces «espacio de juicio y de condena»9. Creo que lo que los jóvenes pedían a la Iglesia se puede aplicar perfectamente a toda la generación de adultos, con los que se da esa aparente imposibilidad de diálogo que he tratado de describir. Así que esto vale para todos. La pregunta del millón es: ¿cómo hacerlo? ¿Se trata de una misión imposible?

Cuatro años más tarde, en septiembre de 2022, tuve otra experiencia que me iluminó mucho, y que me hace entrever una posible respuesta, o al menos un camino a explorar. Fue en una universidad en México, donde organizamos dos jornadas de diálogo intergeneracional sobre el género10. Convocamos a cincuenta jóvenes y a cincuenta adultos. No se les había explicado con precisión a qué iban, para no predisponerlos de ninguna manera ni provocar agitación o ruido en el resto del campus. En la primera sesión se les expuso claramente el objetivo: lograr un verdadero diálogo sobre el género entre las dos generaciones. Al compartir el fin de esos días, no se escondió que se trataba de un desafío grande. En primer lugar, porque el diálogo es cada vez más difícil en una cultura polarizada. En segundo lugar, porque el diálogo intergeneracional ha tenido siempre su intríngulis. Pero, además, porque la cuestión del género se ha hecho particularmente álgida y difícil de afrontar, por algunos de los motivos que ya mencionamos en el preámbulo. De la dinámica y experiencia de esos días, me interesa compartir aquí solo dos cosas: 1) cómo llegaron y cómo salieron; 2) algunas claves que favorecieron el trabajo.

Lo primero que hicimos fue proponerles que rellenaran una encuesta anónima sobre cómo veían a la otra generación con respecto al género. Fue sumamente interesante comprobar que las dos generaciones se sentían impotentes y frustradas ante el diálogo. Comparto algunas preguntas que lo ilustran particularmente. Cuando se les preguntó qué es lo que la otra generación no entendía acerca del género, algunas respuestas fueron:

- Nuestra generación es de mente abierta

- Lo peligroso de su planteamiento y repercusiones a mediano plazo

- A los mayores les cuesta aceptar los cambios en roles y sexualidad

- Mi vida es diferente a lo que ellos vivieron

- Pueden existir distintos géneros y cada persona es lo que decide ser con base en su historia y experiencias

- La plenitud de la felicidad está en seguir la ley natural que tenemos inscrita en nuestro corazón

- Las etiquetas no importan

- Que no buscamos cosas locas

- Que hay realidades objetivas, que no dependen de opiniones ni de épocas

- Tenemos diferentes opiniones que deben de ser escuchadas

- Que existen solo dos géneros

- Ante todo, debe de primar el respeto y la empatía por cada persona

- El mundo está en constante cambio

La encuesta era anónima, y por eso no era posible identificar las respuestas que provenían de una u otra generación. Sin embargo, resulta bastante sencillo distinguir unas de otras. Otra pregunta era qué sucedía cuando expresaban la propia opinión frente a la otra generación en cuestiones de género. Nuevamente, las respuestas fueron muy iluminadoras. Comparto solo algunas:

- No respetan a géneros que consideran diferentes

- No me entienden, se cierran en su idea y no son abiertos a escuchar cómo son las cosas ahora

- A veces entienden

- Por lo general los noto cerrados

- Con respeto intento expresar mis ideas, pero cuando veo que puede haber un choque prefiero no hablar

- Lo rechaza, generalmente

- Siento miedo de ser etiquetado y no ser escuchado

- Me siento obligada a responder como ven ellos las cosas

- Consideran que quiero enseñarles o que no sé nada

- Siento un poco de miedo a cómo van a reaccionar

- Son un poco cerrados, con ideas arcaicas

- Es difícil hacer un bound

- Se contraponen

- Prefiero evitar la confrontación

- Que yo estoy en otro mundo

- No trata de comprender lo que estoy expresando

- Espero una posición radical no abierta al diálogo respetuoso

- Me da miedo el daño emocional y la reacción de no pensar como ellos

- Creo que nunca he sido abierta al respecto con la otra generación

- Me siento a años luz de lo que ellos viven o vislumbran

La última cuestión que quisiera compartir aquí es la que preguntaba acerca de qué creían que pensaba la otra generación sobre ellos en cuestiones de género. Nuevamente, recojo solo algunas respuestas:

- No los entendemos

- Somos incapaces de pensar en lo correcto y en lo erróneo

- Buscamos violentarlos cuando no es así

- No estamos de su lado

- Estamos equivocados al hacer las cosas diferentes

- No somos tolerantes

- Queremos coartar su libertad, violentarlos

- Que no sabemos nada, que somos ignorantes

- Solo queremos vivir una vida relax

- Etiquetamos

- Que no estamos abiertos al cambio

- Queremos prohibirles cosas

- Estamos jodidos por la forma en la que pensamos y queremos hacer las cosas

- Somos frágiles, una generación «de cristal»

- No podemos comprenderlos, y que sus problemas son diferentes a los nuestros

- Nos ponen un molde de rebeldes, irresponsables. Que estamos perdidos por la tecnología y otras cosas

- Vivimos en un libertinaje desenfrenado

- Queremos oprimirlos

Estas son solo algunas de las preguntas del módulo inicial, pero con esto ya nos hacemos claramente idea de cómo estaba el patio. Después de la encuesta, empezaron los trabajos. Y al concluir el segundo día, les preguntamos qué habían aprendido sobre el diálogo en esos días. Las respuestas me conmovieron profundamente. Algunas de ellas fueron:

- ¡Que sí se puede!

- Que hacen falta espacios seguros para poder confiar y hablar de estos temas

- Que no es del todo cierto que los jóvenes siempre piensan como los otros jóvenes y que los adultos siempre piensan como los demás adultos

- Que compartimos muchas ideas y valores

- Que ha sido posible porque hay respeto y apertura

- Que ha sido posible por el modo en el que se ha dirigido todo el encuentro

- Ha sido posible porque nos hemos esforzado en superar las polarizaciones

- Que llegamos con ideas sobre la otra generación que estaban equivocadas

- Que es posible dialogar sin discutir, gracias a que se han afrontado temas polémicos sin tono polémico

- Que ha sido posible por el respeto, escucha activa, hacernos vulnerables

- Ha roto los esquemas o preconcepciones que traíamos

- La importancia de hacer puentes a través de la empatía, la conexión, el respeto y la humildad