Grandes de la literatura (Homero, Dante, Shakespeare) - Luka Brajnovic - E-Book

Grandes de la literatura (Homero, Dante, Shakespeare) E-Book

Luka Brajnovic

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Beschreibung

En 1973 el profesor Brajnovic publica sus Grandes figuras de la literatura universal y otros ensayos , un libro leído por decenas de promociones de universitarios. De esa obra magnífica se extraen ahora aquí tres de sus protagonistas: Homero, Dante y Shakespeare. Con la prosa del gran comunicador y la hondura del experto en literatura, Brajnovic introduce al lector en la biografía, contexto y aportación de cada uno de ellos: el mejor prólogo para enriquecerse luego con la lectura de alguna de sus grandes obras.

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Veröffentlichungsjahr: 2015

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Índice

 

 

 

 

 

Portadilla

Índice

I. Homero

II. Dante Alighieri

III. William Shakespeare

Créditos

I. Homero

ELEMENTOS PERMANENTES DE SU CREACIÓN POÉTICA

 

 

 

 

 

Hace unos noventa años fue descubierto en Egipto (Fayúm) un papiro del s. IIIa. d. C. que contiene una biografía de Homero (s. IXuVIIIa. de C.), y unos versos que coinciden, casi totalmente, con la información novelesca sobre la competición poética entre Homero y Hesíodo (probablemente s. VIII) conocida por los antiguos. En esta competición no venció Homero, célebre creador de la poesía heroica griega, sino Hesíodo, autor deLos trabajos y los días,del cual se ha dicho (Laurand) que era el primer representante del pueblo trabajador que se rebeló contra los poderosos. La sentencia del jurado de la competición resultó en favor del realismo de Hesíodo y en contra del romanticismo heroico de Homero, porque la poesía del autor deLos trabajos y los díasinduce a la labranza y a la paz, mientras laIlíaday laOdiseacantan las guerras y las matanzas.

Sin duda alguna, esta opinión pudo ser decisiva para la época alejandrina, para los modernos críticos utilitaristas o para la moderna sociología literaria, pero no para la valoración artística de unas obras literarias. Pese a casi treinta siglos de distancia, las epopeyas de Homero se prestan todavía para tratar de los elementos permanentes de la creación literaria, resumida, en este caso, a la acción, a la imaginación, a la intuición, al pensamiento, al estilo. Si la historia de esta expresión literaria es —como yo pienso— una actividad que no puede evitar un juicio estético sobre la obra considerada; si, por lo tanto, representa, de una manera esencial, una selección y una jerarquía de valores vivos y actuales y no los documentos o monumentos del pasado, como tales documentos y monumentos[1] —como lo haría, por ejemplo, la Arqueología— el juicio estético no puede desligarse de una visión actual, es decir, del gusto artístico vigente, atento y diligente. La Historia de la Literatura, que pretende ser al mismo tiempo una crítica artística, es imposible imaginarla desde una postura del pasado, como se pretendía hacer en los siglos XVIIIyXIXo en los primeros decenios del siglo XX, es decir, desde una postura mucho más histórica que literaria o artística, que es considerada como el elemento esencial de una disciplina independiente del valor literario. El historiador-crítico literario (el historiador de la Literatura, sencillamente) no es aquel que aplica a sus estudios la exigencia —como decía A. W. Schlegel— de «adaptarse a las características de otras épocas y pueblos, de sentirlos como eran, partiendo del punto central del pasado», sino aquel que busca en el pasado los valores literarios actualmente válidos. Es verdad que hace falta reconocer y describir racionalmente los distintos mundos de valores, pero vivir, pensar, apreciar y juzgar podemos hacerlo únicamente en un tiempo: en nuestro propio tiempo. Pues no se trata tan solo de exponer los hechos, sino de interpretarlos y juzgarlos, ya no desde el punto de vista únicamente histórico, sino también desde el punto de vista artístico, literario. Luego si una obra, nacida en otra época y en otro ambiente, no tiene para nosotros un valor literario, es que no lo tiene según nuestro propio punto de vista y, por lo tanto, para nosotros ha perdido su esencia artística, convirtiéndose, quizás, en un monumento lingüístico, filosófico, etnográfico, ético, etc., en un documento sobre la vida y el pensamiento de otra gente y de otras épocas. No se trata, pues, de adaptarse a los criterios del pasado y al gusto literario de otros tiempos y ambientes, sino de considerar y comprender este pasado y este gusto según nuestro criterio actual. En definitiva, se trata de una elección de las muestras del pasado, según los principios del gusto y del criterio estéticos actuales, que se proyectan en el pasado como una luz (las demás luces son las que nos proporcionan los focos de los estudios históricos, sociológicos, lingüísticos, etc.) para valorar sinceramente una obra literaria. Si no fuera así, todos los escritores que en un momento dado se consideraban como buenos literatos tendrían un valor artístico permanente. Eso quiere decir que una visión crítica es, al mismo tiempo, un acto subjetivo. Pero inmediatamente tengo que añadir: la contemporaneidad del hombre no es tan solo una suma de las experiencias individuales, ya que esta contemporaneidad se construye en un ambiente social, cultural, idiomático común, que tiene vivas sus tradiciones, sus lazos con el pasado, puesto que no existen (a pesar de lo que se suele decir demagógicamente) unos límites absolutamente determinados entre las generaciones. Por estas razones, además de las perspectivas personales, es necesaria una proyección histórica y la presencia de las características comunes del ambiente en que vivimos que, de una u otra manera, son la continuación de los ambientes y circunstancias del pasado, de una historia cultural.

 

 

La «cuestión» homérica y la personalidad de Homero

 

En este marco quiero considerar brevemente la importancia literaria de las epopeyas homéricas, laIlíaday laOdisea. El tema merece una atención especial puesto que Homero es el primer poeta europeo y —en expresión de Giacomo Leopardi (1798-1837)— «es el padre y el perpetuo príncipe de todos los poetas del mundo».

Los documentos de la edad micénica —o de la edad de los orígenes[2]— que se han descifrado hasta ahora tienen escasa importancia literaria, y nada sabemos de los míticos cantores Orfeo y Museo. No obstante, parece indudable que las dos grandes epopeyas homéricas tuvieron antecedentes: los poemas religiosos y heroicos que se han perdido y que, quizás, nunca fueron escritos, sino únicamente recitados. La relación entre estos poemas y las epopeyas de Homero constituye la llamada «cuestión homérica». Los antiguos griegos solían atribuir a un autor único obras del mismo género y de origen desconocido. Así —afirman algunos historiadores—, laIlíaday laOdiseafueron atribuidas a Homero, personaje de dudosa existencia histórica. Pero ya en la Antigüedad existían siete diferentes biografías de este autor[3]. En el siglo XVII, François Hédelin, abate de Aubignac (1604-1676), negó en su estudioLas conjeturas académicas sobre la Iliadala existencia de Homero, al afirmar que este nombre tan solo personificaba el genio poético anónimo de la primitiva Hélade, que elaboró las epopeyas en tiempos sucesivos. Esta teoría la defendió luego Giambattista Vico (1668-1744) enLa ciencia nuevay, sobre todo, Friedrich August Wolf (1758-1824) en su obra tituladaProlegomena ad Homerum, sive operum homericorum prisca et genuina forma variisque mutationibus et probabili ratione emendandi.

Posteriormente, los argumentos del abate Hédelin, Vico y Wolf fueron rebatidos por varios investigadores y escritores, entre ellos, por Francesco de Sanctis (1813-1883) (La historia de los griegos), pero nunca la «cuestión homérica» fue cerrada completamente. La coherente unidad poética de ambos poemas, la expresión artística (pese a distintos tipos de contenido) y el procedimiento lingüístico en general hacen pensar en un autor o coleccionador[4]. De ahí las diversas opiniones sobre la labor de Homero. Para unos, Homero fue un «poeta-redactor» que, utilizando los cantos anteriores, los refundió en una armoniosa construcción épica, dando a esta nueva composición una trama y una forma compacta. Para otros, Homero fue un poeta genial que —como decía De Sanctis— «dio a los griegos la antiquísima historia nacional colectiva que en realidad no tuvieron, porque sus empresas nacionales colectivas no se inician hasta las guerras persas. Por esto y por la difusión que alcanzaron en todo el mundo griego, los poemas homéricos contribuyeron poderosamente a despertar primero, y luego, a mantener siempre alerta, el sentimiento nacional en un pueblo que jamás logró realizar una verdadera unidad política» (La historia de los griegos).

Considerando las obras homéricas como tales obras literarias, este problema se nos presenta como secundario. Tampoco tiene actualmente una gran importancia —desde el punto de vista del valor artístico de la obra— si la vida de Homero es fruto de la fantasía o fiel reproducción de la tradición, o es mezcla de estos dos elementos con un simbolismo (las narraciones populares de los ciegos y ancianos) adaptada a las suposiciones sobre la experiencia de laIlíaday laOdisea. Es verdad que los datos biográficos de un autor tienen cierto interés en el momento de opinar sobre sus obras. Pero estos datos no son absolutamente necesarios, no son esenciales, porque el acto creador —como hemos visto— no depende solo de la experiencia sensible (exterior), sino también de la experiencia interior, a veces, incomunicable, o mejor dicho, no manifiesta en la vida vivida (biografiable) del escritor. Aún más. Un autor puede escribir —pongamos por ejemplo— profundas poesías religiosas en un momento de arrepentimiento, de conversión o del encuentro con la muerte, aunque hubiera vivido sumergido en la inmoralidad manifiesta, como era el caso del poeta medieval francés François Villon (1431-¿1463?), autor de laBalada de los ahorcados.

Tampoco importa en nuestro caso si los sabios griegos —como Aristóteles— buscaban en las epopeyas de Homero un fondo de ideas y pensamientos filosóficos o unahyponoia. Homero, o mejor dicho, sus obras, actuaron en su época —y en las épocas posteriores, cuando ellogosya había vencido almito— en los hombres receptivos, mediante la realización íntima de sus visiones poéticas. ¿Es posible imaginar, por ejemplo, que la fuerza y la viveza con la que Homero nos describe la llegada de Aquiles a la tienda de campaña de Príamo (padre de Héctor y Paris), en el canto XXIV de laIlíada, o el encuentro de Ulises con su viejo perro que muere de alegría al ver a su amo después de tantos años (canto XVII de laOdisea), dejara a los lectores u oyentes de aquel entonces insensibles y pasivos? Es un hecho que las obras construidas intelectualmente —sin que en ellas actuara el impulso del acto creador— nunca han podido provocar una emoción viva y una participación artística a causa de su trama fría y de su técnica artificial. Pero este no es el caso ni de laIlíadani de laOdisea, pese a que su perfecta construcción de hexámetros puede inducir a las dudas sobre su espontaneidad. Pero esta construcción, en realidad, añade un nuevo elemento de belleza, un nuevo y muy valioso elemento de arte. Estas epopeyas son verdaderas obras poéticas y, como tales, provocan en el lector una activa participación artística, aunque, a veces, el lector no se dé cuenta de ello. Por lo tanto, si las teorías sobre la obra homérica fueron distintas en diferentes épocas, es decir, si los intentos de explicar racionalmente la vivencia poética recibida mediante la lectura no fueron siempre iguales, no se puede por ello proclamar el arte —ni en este ni en cualquier otro caso— como algo meramente relativo. Las teorías estéticas, nacidas en unos determinados momentos de la historia, podrían estar influenciadas por ideas extraliterarias o extraartísticas. Pero esto no significa más que un error al explicar la vivencia del acto creador, el valor literario de una obra. En este sentido, las epopeyas de Homero son y seguirán siendo actuales, igual que en el pasado, son y eran fuente de inspiración y de expresión, aunque hayan cambiado las ideas, los conocimientos, las técnicas literarias, las creencias, etc., pues en todas las obras literarias —por más grandes que sean— se encuentran los elementos no poéticos, no literarios.

 

 

Una escena de la Ilíada