Grieta entre el relato y la conversación - Damián Fernández Pedemonte - E-Book

Grieta entre el relato y la conversación E-Book

Damián Fernández Pedemonte

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Al analizar el discurso del poder en la Argentina, desde la crisis de 2001 hasta la pandemia, se obtiene un gran aprendizaje para el mundo académico y profesional de la comunicación, en especial, si nos focalizamos en los casos conmocionantes que mejor escenifican los principales géneros del discurso político: el de gobierno, el electoral y el de crisis. Más allá de las evidentes diferencias ideológicas del kirchnerismo y el macrismo, existe una gran divergencia en la gestión de la comunicación. Una verdadera teoría de los medios y del poder del relato sustentan las decisiones discursivas del kirchnerismo. La construcción del discurso macrista, en cambio, opera como una formulación contraria de aquella estrategia comunicacional. Al mismo tiempo, la mediatización evoluciona de un contexto de medios masivos a uno signado por la plataformización de la política, en el que los políticos pierden control del destino final de sus discursos. Dos modelos de comunicación se contraponen, entonces, en este período de la comunicación política. Al relato se contrapone la conversación, y al marco conceptual de la política, el del marketing. El estudio de la comunicación política en estos años nos permitió acrecentar las herramientas conceptuales para ayudarnos a comprender mejor cuáles son las condiciones comunicacionales tanto para los gobiernos como para los ciudadanos.

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GRIETA ENTRE EL RELATO Y LA CONVERSACIÓN

Al analizar el discurso del poder en la Argentina, desde la crisis de 2001 hasta la pandemia, se obtiene un gran aprendizaje para el mundo académico y profesional de la comunicación, en especial, si nos focalizamos en los casos conmocionantes que mejor escenifican los principales géneros del discurso político: el de gobierno, el electoral y el de crisis.

Más allá de las evidentes diferencias ideológicas del kirchnerismo y el macrismo, existe una gran divergencia en la gestión de la comunicación. Una verdadera teoría de los medios y del poder del relato sustentan las decisiones discursivas del kirchnerismo. La construcción del discurso macrista, en cambio, opera como una formulación contraria de aquella estrategia comunicacional. Al mismo tiempo, la mediatización evoluciona de un contexto de medios masivos a uno signado por la plataformización de la política, en el que los políticos pierden control del destino final de sus discursos. Dos modelos de comunicación se contraponen, entonces, en este período de la comunicación política. Al relato se contrapone la conversación, y al marco conceptual de la política, el del marketing. El estudio de la comunicación política en estos años nos permitió acrecentar las herramientas conceptuales para ayudarnos a comprender mejor cuáles son las condiciones comunicacionales tanto para los gobiernos como para los ciudadanos.

 

 

Damián Fernández Pedemonte. Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, con dos posdoctorados en Ohio University y Università Cattolica di Milano. Es investigador del Conicet y director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral, donde da clases en el área de análisis del discurso y de los públicos. Es profesor visitante de nueve universidades en cinco países. Autor de diez libros y de cincuenta papers académicos. Entre los primeros, se destacan Conmoción pública. Estructura y públicos de los casos mediáticos y Comunicación aplicada, teoría y método, en colaboración. Es asesor de organizaciones en temas de comunicación.

DAMIÁN FERNÁNDEZ PEDEMONTE

GRIETA ENTRE EL RELATO Y LA CONVERSACIÓN

COMUNICACIÓN POLÍTICA ARGENTINA, DEL 2001 A LA PANDEMIA

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaIntroducción. Una grieta en los modelos de comunicación1. El relato populistaMatices de un relato con pocos maticesIntroducción del relato: mito fundacionalNudo del relato: la gestaDesenlace del relato: ¿fin de ciclo?Cristina Kirchner: el populismo como relatoContexto teóricoEl relato populista de Cristina KirchnerEl lugar de las víctimas para Cristina KirchnerAlgunas conclusiones sobre el relato populista2. El caso mediáticoLa crisis de 2001 como mito de origenDefinición de caso mediático conmocionanteLa memoria de la poscrisis 2001Repetición y memoriaRepetición a través de los mediosRepetición dentro de cada medioRepetición dentro de una misma noticiaMemoria y archivosLa memoria del gobiernoEl conflicto del campo y la guerra por las representacionesElementos para una teoría del disenso en el discurso de Cristina KirchnerElementos para una teoría de los medios en el discurso de Cristina KirchnerLos medios de comunicación son actores políticosLa noción de libertad de expresión debe ser reinterpretadaLa libertad de prensa se articula con los derechos humanosLa prensa tiene una naturaleza a la vez ideológica y comercialEs necesario controlar la concentraciónEl discurso académico que soporta el discurso de Cristina KirchnerLos medios de comunicación son actores políticosLa noción de libertad de expresión debe ser reinterpretadaLa libertad de prensa se articula con los derechos humanosLa prensa tiene una naturaleza a la vez ideológica y comercialEs necesario controlar la concentraciónDiscusiónEl auge del públicoLa audiencia como enfoqueCaracterización del públicoLos públicos y los casos mediáticosAlgunas conclusiones sobre los públicos3. El caso posmediáticoEl caso Nisman, más allá de los mediosEl caso posmediáticoEl método del caso para estudiar los casos mediáticosEl caso Nisman y la estructura del caso conmocionanteEl caso Nisman y la mediatización posmediáticaAlgunas conclusiones sobre el caso posmediático4. Marketing versus comunicaciónLas petites phrases en la comunicación electoralMarco teóricoMetodologíaMuestraContextoAnálisisJosé MujicaCristina Fernández de KirchnerAlgunas conclusiones sobre las petites phrasesMarketing y campañas5. La conversación fracasadaLiminalidadNarradora y narratariosCambiemosConversaciónLa política como conversaciónDel fracaso de la comunicación a la comunicación del fracasoCoda. Modelos de comunicación de Alberto Fernández durante la pandemiaContexto teórico: comunicación gubernamental en un sistema híbrido de mediosMetodología: análisis del discurso dentro de la comunicación de gobiernoResultados: qué enunciador, a qué destinarios, sobre qué gestiónEnunciadorDestinatarioGestión de la crisisDiscusión y conclusión: de la comunicación de crisis a la comunicación polémicaBibliografíaMás títulos de Editorial BiblosCréditos

INTRODUCCIÓN Una grieta en los modelos de comunicación

La política produce textos.

La política no es solo comunicación, ni la comunicación política es solo producción discursiva, pero las acciones de la política no son enteramente factibles en el decurso de la historia ni significativas para la posteridad fuera del campo discursivo en que se producen. El sentido es retrospectivo y la política es una producción social que deja huellas en los textos, que se pueden leer a posteriori como testimonios de la acción. Es tarea del analista recoger esas marcas de los discursos sociales, tarea que agrega inteligibilidad y, por tanto, enriquece el marco de interpretación de la política y aun puede contribuir a su gestión futura.

Este libro abarca casi dos décadas de investigación en discurso político. Se trata de un seguimiento del discurso del poder. Del kirchnerismo, sobre todo durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, y de su epifenómeno, el macrismo, durante el gobierno de Mauricio Macri, completando el recorrido con una coda referida al esfuerzo de Alberto Fernández por construir poder propio en el contexto de la pandemia. A diferencia de lo que suele pasar en el ámbito profesional de la comunicación política, el libro no se centra en los procesos electorales sino en la comunicación gubernamental, dentro de la cual las elecciones –sobre todo en su modalidad de campaña oficiosa (Verón, 1992)– son solo una instancia.

Las expresiones del poder pueden ser leídas como textos y analizadas en forma comparativa, desde la perspectiva de su producción de sentido. De esta manera se estaría respetando la naturaleza del objeto de estudio. Efectivamente, para Niklas Luhmann (1995), por ejemplo, el poder es un medio de comunicación, ya que su finalidad es motivar en una dirección las acciones de los actores sociales. En este canalizar la acción, catalizar sentidos, consiste la productividad del poder. “El poder crea significatividad configurando un horizonte de sentido en función del cual se interpretan las cosas”, afirma Byung-Chul Han (2016). Eliseo Verón (1985, 1988), por su parte, consideraba que lo propio del discurso político era su carácter polémico, su capacidad de dirigir diferentes mensajes a varios actores con finalidades distintas: confirmar, persuadir y refutar a la vez. El sentido del discurso político consiste en esa diferenciación, como se ve con claridad en la construcción de destinatarios oficialistas y opositores en la gestión de gobierno, así como en el contraste y el posicionamiento propios de la competencia electoral.

Más allá de las evidentes diferencias ideológicas y del modo de entender la política del kirchnerismo y el macrismo subyace al período que comprende este libro una gran divergencia respecto de la gestión de la comunicación política, comunicación política que alcanzó un prestigio dentro de los profesionales de la comunicación y de la política como nunca había tenido en nuestra frágil democracia. Luego de la crisis de 2001, la emergencia del kirchnerismo, con una estrategia de armado de poder, que luego se identificó como propia del populismo a partir de la construcción de enemigos, la delimitación del campo popular y la reunión de sus reivindicaciones en un relato, tematizó con fuerza la división en la sociedad. Con el kirchnerismo la grieta empieza a ser tema y estrategia de discurso, si bien no expresamente en los portavoces de ese espacio. La grieta es una abertura infranqueable y extensa, y como metáfora se refiere a las visiones innegociables que atraviesan diversos ámbitos de la vida social. La recurrencia al uso de la metáfora de la grieta radicaliza su connotación belicosa. La metáfora bélica es uno de los modos indirectos para referirse al ámbito de la política y, como toda metáfora, su popularización a través de los medios y su penetración en el imaginario de los públicos ilumina algunos de los aspectos a los que se refiere, a la vez que oscurece otros. Por ejemplo, la idea de la grieta supone que solo hay dos lados donde pararse, cada uno de los cuales es descripto por el otro lado para sus propios destinatarios.

Los cientistas políticos llegaron tardía e ingenuamente a la comunicación, mientras que los comunicadores interesados desde hace tiempo por la política desdeñan en sus análisis los aspectos pragmáticos y profesionales de la gestión, la negociación del consenso y el disenso, incurriendo en abordajes constructivistas en exceso y, con frecuencia, improductivos.

El kirchnerismo copó el escenario público durante más de una década, lapso que alcanza para verificar que en el discurso político circulan nuevas representaciones sociales. Ideas que antes no estaban en la conversación pública y luego, en cambio, comparecen sistemáticamente. Desde este punto de vista se puede aseverar que el kirchnerismo es un evento discursivo original, un régimen de prioridades, énfasis, relaciones con los actores políticos y sociales realmente distinto del de las dos décadas democráticas anteriores. Desde el punto de vista de su discursividad, el macrismo es un epifenómeno del kirchnerismo.

Todo nuevo presidente de la República tiene la oportunidad de fundar su régimen discursivo con sus primeras intervenciones públicas. Néstor Kirchner hizo uso de las prerrogativas que el poder otorga sobre el discurso público. Instaló una nueva agenda, la de la intervención del Estado para procurar la distribución de los recursos, y la de los derechos humanos, concretada en el impulso a los juicios contra los responsables de la represión ilegal. Construyó sus enemigos: los años 90, la Corte Suprema menemista, las corporaciones. Encuadró un debate en el que quedaban marginados los republicanos y recuperaban capital simbólico los militantes de los años 70 y la intelectualidad peronista de izquierda. En lo esencial, Cristina Kirchner profundizó y expandió esta matriz discursiva.

El kirchnerismo no solo renovó la agenda y al enemigo, sino que disputó con los medios de comunicación la gestión de las representaciones sociales. Fue a partir de 2008, al resultar políticamente derrotado en el conflicto con las entidades del campo, cuando el gobierno de Cristina Kirchner concentró sus energías en reducir el poder de enunciar de los grandes medios. Además de la cancelación de los canales institucionalizados de comunicación con los periodistas, y de la compensación del discurso crítico de los medios hegemónicos a través de la cadena de radiodifusión, el uso de los medios públicos y la propiciación de medios afines, el gobierno de Cristina Kirchner promulgó la ley de medios y acentuó una política de comunicación muy activa y coherente desde el Estado, que incluyó estrategias profesionales de diseño del discurso y de construcción de marcas. Toda una teoría de los medios y del poder del relato sustenta estas decisiones.

La construcción del discurso macrista operó “en hueco”, como llama el historiador de la lectura Roger Chartier (Cavallo y Chartier, 1997) a la estrategia de los lectores para completar los contenidos censurados en los libros, como una formulación a contrario de la estrategia comunicacional kirchnerista. Relación amigable con los grandes medios y reposición del contacto frecuente con los periodistas, reemplazo del uso de la televisión como canal de comunicación con la gran audiencia por una apuesta intensa, profesional y costosa de comunicación digital, con manejo de métricas, troles y bots. A su tiempo, las plataformas escogidas para reemplazar el espacio público se cobraron venganza. En las redes sociales los políticos pierden el control del destino final de sus contenidos; estos van a parar donde los algoritmos y los usuarios deciden. La comunicación de gobierno de Macri toma su marco teórico del marketing y, en consecuencia, conceptualiza a la audiencia como agregado de individuos, desmovilizados políticamente, interpelados por eslóganes aspiracionales y meritocráticos. Semejante discurso gana, según sus cultores, cientificidad a la hora de enlazar con la nueva sensibilidad de los ciudadanos, a la vez que pierde sin pena densidad histórica e ideológica.

Dos modelos de comunicación se contraponen, entonces, en este período fecundo de la comunicación política. La metáfora de las interfaces (Scolari, 2018), ese lugar de interacción entre los usuarios y el dispositivo, puede servir para identificar la diversa propuesta de vínculo con la sociedad en la comunicación de Cristina Kirchner y de Mauricio Macri. Al relato se le contrapone la conversación. Si bien Macri realizó intentos de vincular la conversación digital con la territorialidad, por medio de los timbreos y la táctica de “cercanía” de sus funcionarios, la conversación nunca llegó a ser un dispositivo comunicacional organizador del imaginario social. Y esto por un error de teoría de la comunicación con graves consecuencias para la gestión. Para el marketing la comunicación es la explicación de las medidas ya tomadas, es el packaging de las ideas, que llega al final, para persuadir. Contrariamente, la comunicación política aparece desde el inicio de la negociación del plan, prepara las condiciones de recepción de las políticas, tiene como fin la construcción del consenso.

No hay nada más convincente que los resultados, decía Paul Watzlawick. La comunicación política está en mejores condiciones conceptuales que la ciencia política premediática y que el marketing comercial de explicar cuáles son las condiciones de felicidad comunicacionales para la gestión. Con este libro quiero aportar a la comprensión de los efectos que los modelos de comunicación han tenido sobre la grieta política en la Argentina reciente.

De modo que, siguiendo las estrategias discursivas de los presidentes, de Néstor Kirchner a Alberto Fernández, el libro se detendrá en diversos eventos que escenifican los tres principales géneros del discurso político: el de gestión de gobierno, el electoral y el de crisis o riesgo. Se ofrecen aquí un conjunto de categorías de análisis que devienen en conceptos sistemáticamente relacionados. Una teoría de la comunicación política emerge de la confrontación de la bibliografía con la evidencia empírica de un extenso corpus de análisis.

Conceptos como mito de gobierno (Riorda, 2006) y discurso del poder, la categoría relato como articuladora del populismo entendido este como estrategia de comunicación, la hipótesis de la conversación como alternativa no implementada del discurso neoliberal: del análisis textual y contextual se infiere una teoría de los actores, un modelo de comunicación en uso. Esa teoría incluye una hipótesis sobre los medios de comunicación, el otro gran enunciador que coconstruye con la política el espacio de enunciación de la comunicación política, a la vez que le disputa el sentido de las representaciones. El análisis aborda, además de los modelos situacionales e interpretativos promovidos desde los medios, un modo propio de intervención del sistema de medios en la escena política y su evolución debida a los cambios en la mediatización: la configuración del caso mediático conmocionante y del caso posmediático, con el pasaje del entorno de medios masivos al entorno digital, hasta el actual sistema híbrido de medios (Chadwick, 2017) en el que conviven los medios tradicionales y las redes sociales en las plataformas digitales. El análisis da cuenta de la emergencia de nuevos públicos, audiencias de los medios, centradas en agendas públicas, que hacen circular sus discursos en la esfera pública y se movilizan en el espacio público, y el creciente poder de los usuarios en el momento de la “plataformización” de la política, así como la intervención de las mismas plataformas en la comunicación política.

Gobernar es poder gobernar, la comunicación política es una condición de posibilidad de la gestión de la política. El estudio sistemático del discurso de gobierno, a su vez, puede contribuir a comprender cómo funciona la comunicación política. Sobre todo, si el estudio incorpora a la vez las categorías de la academia y las profesionales, buscando el diálogo entre las evidencias textuales y el punto de vista de los actores sociales involucrados en la producción de esos textos.

1. El relato populista

Matices de un relato con pocos matices1

Una idea muy sugerente escuchada al escritor y crítico argentino Ricardo Piglia me servirá para situar el abordaje que haré en este capítulo sobre la comunicación gubernamental del kirchnerismo. En 2013, en una clase en la Biblioteca Nacional, Piglia se preguntaba por qué Borges había sido un gran escritor. Y encontraba la respuesta en la lectura del famoso cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” en el que un grupo de intelectuales ha creado un mundo llamado Tlön que se describe detalladamente en una enciclopedia, y cuyos elementos imaginarios empiezan a comparecer en el mundo real. Al final el narrador del cuento vaticina: “El mundo será Tlön”. Borges no se preocupa por cómo la literatura refleja el mundo, sostiene Piglia, sino, al revés, por cómo la literatura incide sobre la realidad. La literatura es algo que se agrega al mundo, con la pretensión de reemplazarlo.

En este capítulo me ocuparé en general de la forma de la comunicación iniciada en el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) y profundizada en los dos mandatos de su mujer, Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011 y 2011-2015), del discurso de gobierno del kirchnerismo, entonces inflexión del peronismo que llega al poder en 2003 por elecciones, después de los cinco presidentes provisionales que sucedieron a la renuncia de Fernando de la Rúa (2001) durante la crisis económica y social más grave padecida por el país en democracia.

Aquí voy a leer algunas expresiones de estos años como la producción de un texto continuado, consistente y estructurado. Tal decisión metodológica impone centrarse más en la forma que en el contenido de la comunicación. Es una limitación, sin duda. Pero responde a la hipótesis de que el discurso es condición de posibilidad de la acción política, ya que la estrategia de discurso prepara el consenso sobre las medidas de mayor ruptura respecto del sistema sobre el que estas operarán (por ejemplo, en el caso del kirchnerismo, reestatizar las jubilaciones o la empresa petrolera nacional) y gestiona el disenso que permanentemente amenaza la gobernabilidad.

No toda la política es comunicación, pero sin comunicación no llega a haber acción política eficaz prolongada. Me ubico, entonces, en el análisis del discurso, con su preocupación por la construcción de los enunciadores, los destinatarios, los mensajes. Esto no quiere decir que mi lectura será inmanente: el discurso político es ininteligible fuera del contexto histórico y del campo de fuerzas en el que se inscribe. Las relaciones con los demás actores y con los públicos, con el pasado y con otras versiones del presente (en especial, en el caso del kirchnerismo, la de los medios de comunicación) expresadas en el corpus de análisis como diferencias de discurso, son, más bien, la clave de la interpretación.

El análisis del discurso viene ocupándose desde hace tiempo de la comunicación de gobierno y, sin mencionarlos, de sus relatos, en forma de discurso del poder. Un modelo, en el sentido que adquiere la palabra en la comunicación pública, es una estructura coherente de medidas, prácticas y expectativas sostenidas en una modulación de discurso que trasciende una gestión y penetra en el sentido común de varias capas de la sociedad. Es un fenómeno que discursivamente puede ser interpretado en términos de formación discursiva (Foucault, 1997) o de discurso social (Angenot, 2010), es decir, un nuevo concepto que se inicia históricamente con la convergencia de enunciados heterogéneos pero que coinciden en la construcción y legitimación de objetos discursivos tales como temas, nociones, enfoques, etcétera.

¿Por qué hoy hablamos de relato donde antes hablábamos de discurso del poder? El relato es una categoría que proviene de la teoría literaria. Es un término polisémico, que ha sido definido de distintas maneras. Claude Bremond (1966), para tomar una definición amplia y consagrada, afirma que todo relato consiste en un discurso que integra una sucesión de acontecimientos de interés humano dentro de la unidad de una misma acción. Sin sucesión, en un texto puede haber descripción (asuntos asociados por contigüidad espacial), deducción (si unos asuntos implican a otros) o poesía (si son evocados por metáfora), pero no un relato. Sin unidad de acción, puede haber una simple cronología o enunciación de hechos sucesivos, como las listas de los descubrimientos científicos más importantes del siglo XX, pero no relato. Tampoco hay relato si falta la referencia y la destinación al mundo humano. Relato es una forma del discurso que le agrega al texto el paso del tiempo, a pesar del cual se mantiene la unidad y el interés de la audiencia.

La categoría “relato” circula desde hace medio siglo por las ciencias sociales, pero se convierte en dispositivo central de la comunicación política cuando el storytelling se difunde en las disciplinas aplicadas que más divulgan sus constructos en el espacio público, como el periodismo o el marketing. Mi análisis del kirchnerismo se hará en producción más que en reconocimiento (Verón, 1987), es decir trabajando con las huellas de las operaciones narrativas sobre la superficie textual y no con los efectos o recepciones en las audiencias reales, sin duda potentes y necesitados de un estudio ad hoc. De modo que aquí relato será una categoría ordenadora de un discurso político con mucho de intuitivo y aluvial. A los investigadores sociales se les exige que definan y operacionalicen las nociones con una precisión que no tienen los autores de los discursos investigados. Decir que el discurso kirchnerista responde a la definición de relato no quiere decir que sus enunciadores se hayan propuesto ab initio desplegar consistentemente una historia. En el discurso kirchnerista hay también mucho de habilidad para la respuesta a las críticas y las coyunturas adversas o, en términos narrativos, competencia para integrar las intrigas discordantes dentro de la trama principal.

Introducción del relato: mito fundacional

Como dije, la generalización del uso de la categoría “relato” a la política es anterior al empleo divulgativo de ese término por parte del periodismo. Así, para el lector no experto, el kirchnerismo es rotulado como relato por el periodismo crítico al gobierno de manera gradual, extendiéndose el uso de la palabra con la llegada al poder de Cristina Kirchner en 2007. En este enunciador, periodismo de corte liberal, crítico a un gobierno autodenominado nacional y popular, la expresión “relato” tiene connotaciones negativas. Relato pertenece al orden de la ficción y de la manipulación, y se opone a la gestión eficaz y a los valores republicanos. Relato enlaza con populismo. También esta palabra adquiere valencias negativas en boca de los políticos de oposición y positivas en los ideólogos kirchneristas, que, contrariamente, entienden el populismo como lo definió Ernesto Laclau (2005), como la capacidad del líder de reunir demandas sociales de grupos abandonados por el Estado en la etapa precedente a su aparición. Profundizo esta caracterización en el siguiente apartado.

Convendría introducir aquí una distinción entre el mito de gobierno (Riorda, 2006) y el relato. El mito es el proyecto de gobierno, lo que en el ámbito organizacional se llama visión e impulso estratégico. Un rumbo que se incoa en la campaña electoral y adquiere allí la forma de eslóganes y titulares polémicos y se expresa con mayor claridad en el discurso de asunción ante la Asamblea Legislativa, dado que en campaña lo decible está más condicionado por el mercado ideológico que por la factibilidad de las propuestas. Ya aquí hay una delimitación de aliados y enemigos, de continuidad y cambio respecto del pasado político inmediato. El relato hace crecer este núcleo del mensaje, esta fuerte orientación inicial. Es misión del relato mantener en el tiempo el mito, expandirlo en busca de más adherentes, recrearlo frente a cada crisis y conflicto. El relato es el rito del mito: su actualización, para la que se requiere de una sistemática mise en scène, puesta en escena de la narración (organización de acontecimientos mediáticos, movilizaciones masivas, uso de los medios públicos o de la cadena de radiodifusión nacional, etcétera).

El origen mítico del kirchnerismo es la crisis de 2001, sobre la que profundizaré en el siguiente capítulo. Como es bien sabido, en el período que sucedió a esa crisis institucional, luego de un gobierno provisional, asumió la presidencia Néstor Kirchner, quien gobernó el país entre 2003 y 2007 (y falleció en 2010), sucedido por su esposa, Cristina Fernández. Lideró un nuevo modelo económico y político, que comenzó débil, con un pobre respaldo electoral y sistema de alianzas. Además, el nuevo gobierno tomó el poder en medio de una emergencia social, con cuestionamientos hacia toda la dirigencia política y una protesta social cada vez más amplia y con nuevas formas de expresión. Así, el recuerdo de “la crisis de 2001” es continuo en el discurso del presidente Kirchner, quien debe construir su poder desde el gobierno y contener la movilización social. El discurso periodístico también aludió permanentemente a “la crisis de 2001”. En esta etapa inicial del kirchnerismo se puede hablar de hecho de una convergencia, al menos en el marco general, entre el discurso periodístico y el discurso político en el modelo de crisis difundido.

Quien tiene el poder tiene el poder de enunciar. A partir de la observación del discurso inicial de los gobernantes, he propuesto reducir las prerrogativas del discurso del poder a tres: 1) la posibilidad de enmarcar el debate; 2) de definir la próxima agenda, y 3) de construir al enemigo (Fernández Pedemonte, 2006).

En el discurso pronunciado ante la Asamblea Legislativa el 25 de mayo de 2003, el presidente Néstor Kirchner elige como destinatarios directos a “la sociedad”, “cada uno”, “las ciudadanas y los ciudadanos”, “pueblo”, “la inmensa y absoluta mayoría de los argentinos”, “los argentinos”, “la sociedad”, “nadie”, “el conjunto”, “los ciudadanos”. Su convocatoria no es una convocatoria a la cuestionada dirigencia. Como enunciador, Kirchner aparece escindido de la dirigencia, a la que se refiere en tercera persona: “Dar vuelta una página de la historia no ha sido mérito de uno o varios dirigentes. Ha sido, ante todo, una decisión consciente y colectiva de la ciudadanía argentina”.

Frente a las nuevas circunstancias se erige el fantasma del pasado, en donde se sitúa al enemigo: “Sabemos a dónde vamos y sabemos a dónde no queremos ir o volver”. Junto con la descalificación del criterio de éxito postulado por el enemigo del pasado, Carlos Menem, presidente de la Argentina entre 1989 y 1999, Kirchner introduce una advertencia implícita a los grupos de poder económico, prohijados por el modelo de los años 90.

En contraposición, se sitúa al Estado como protagonista en todas las áreas: “Un Estado no puede tener legitimidad si su pueblo no ratifica el fundamento primario de sus gobernantes” (calidad institucional), “El Estado nacional debe recuperar su rol en materia de planificación y contenidos de la educación y sistemas de formación y evaluación docente” (educación), “El Estado asumirá un rol articulador y regulador de la salud pública” (salud), “Entre los fundamentales e insustituibles roles del Estado ubicamos los de ejercer el monopolio de la fuerza y combatir cualquier forma de impunidad del delito” (seguridad), “En el plano de la economía es donde más se necesita que el Estado se reconcilie con la sociedad” (economía). Así, en cada una de las áreas, la presencia del Estado entra en implícita o explícita polémica con el enemigo que, en el pasado y en el presente, quiere prescindir de él.

Como se pone de manifiesto en este y en todos los discursos de inicio del mandato presidencial, quien ostenta el poder tiene la ocasión de enmarcar el debate, de definir la próxima agenda y de construir al enemigo, tanto en su versión pretérita: el gobierno anterior, como en su versión contemporánea: quienes quieren mantener o restaurar el modelo superado.

En marzo de 2014, Néstor Kirchner enfrentó una crisis pública, la primera. Un ciudadano, padre de un joven secuestrado y asesinado, irrumpió en el espacio público para liderar el reclamo de seguridad, en un contexto en que el presidente se encontraba preocupado por construir su poder dentro del peronismo y por retomar la iniciativa en materia de derechos humanos para cooptar a los militantes de izquierda. La movilización multitudinaria convocada por Juan Carlos Blumberg reveló el contraste entre la agenda gubernamental y la agenda ciudadana. Para recuperar la iniciativa en materia de seguridad, en un evento mediático Kirchner presentó un conjunto de medidas que se enlazan con la idea del discurso de asunción de vincular la seguridad con procesos políticos, sociales, educativos y judiciales.

Aprovecha esta oportunidad para introducir misteriosas advertencias, como lo hará también en 2006 con ocasión de un enfrentamiento entre facciones del peronismo durante el traslado del cuerpo de Juan Domingo Perón a un cementerio definitivo, su segunda crisis. “Todavía se producen arrebatos de este infierno que no nos quiere dejar salir”, dijo Kirchner sobre los incidentes violentos en torno al difunto Perón. En el anuncio de las medidas de seguridad afirma que no va a ser “víctima de presiones inducidas de sectores de poder” y en el discurso ante la Asamblea Legislativa había dicho: “El Estado […] no puede aceptar extorsiones de nadie, ni de quienes aprovechan una posición de fuerza en cualquiera de los poderes del Estado o en la economía, ni de quienes usan la necesidad de los pobres para fines partidistas”. Hay un hilo conductor entre el discurso inaugural y la respuesta comunicativa a las crisis que sobrevienen. El punto de partida es el más crítico (“el infierno”) y la permanencia de poderosos intereses que se oponen a la recuperación del país. “Somos hombres comunes con responsabilidades muy importantes”, había dicho Kirchner al tomar juramento a su primer gabinete. Como en el mito, el tamaño de la misión es lo que transforma a los débiles en héroes.

Nudo del relato: la gesta

El despliegue temporal del relato kirchnerista presenta cambios decisivos, a los que la continuidad de la estructura axiológica se sobrepone. El más importante de esos quiebres es, sin duda, la sorpresiva muerte de Néstor Kirchner en 2010. Para entonces ya gobernaba Cristina Fernández de Kirchner, quien había presentado su gobierno, desde la campaña electoral, como una continuación de la epopeya iniciada por su marido. La muerte de Néstor envestirá el discurso de Cristina de componentes emocionales y simbólicos que la consagrarán como heroína en la nueva inflexión narrativa.

El Néstor inicial se presenta al mando del país luego de su peor crisis, con escaso respaldo ciudadano verificado en las elecciones y la oposición de corporaciones contrarias a la dirección nacional y popular que quiere darle a su gobierno. Del sur del país, es poco conocido en los centros de poder, de presencia desaliñada, con algún defecto físico y discurso nada florido, se exhibe como necesitado del apoyo de la sociedad para cumplir con su gesta. También la Cristina inicial es una heroína débil. En la crisis con el campo que sobrevino al inicio de su primer gobierno, por ejemplo, la enunciadora se presenta a sí misma como blanco del ataque de los poderosos, representados por las entidades del agro. Un tópico que se repite en todos los discursos pronunciados en esa ocasión es el de la inferioridad de condiciones en que coloca a la presidenta su condición de mujer: “Escuché, también, invocaciones, por no decir insultos, a mi condición de mujer”, “Tal vez, además de ser votada, tenga otro pecado: el ser mujer”. Como en el caso de Néstor, esta referencia sirve para recordarnos el discurso inaugural: “Les dije que por ser mujer me iba a costar más y no me equivocaba” (Fernández Pedemonte, 2011).

Otra tópica que atañe a la enunciadora (en este conflicto y en los siguientes) es la política de derechos humanos seguida por el gobierno, que se presenta no solo como una conquista indiscutida por la mayoría de la población del país sino como el tema que mejor deslinda el campo progresista de las posiciones de derecha y, en casos extremos, reivindicadoras de los militares acusados de violar gravemente los derechos humanos.

A veces la referencia a la dictadura militar parece forzada e ininteligible para un destinatario no imbuido de la carga ideológica de algunas referencias históricas locales (Raiter, 2002). Así, en el caso de la crisis del campo, a partir de una primera mención, aparentemente fortuita, se construye crecientemente la idea de que entre quienes adhieren a la protesta del campo se infiltran cuadros políticos que protestan por la política de derechos humanos, a los cuales Carta Abierta (un colectivo de intelectuales kirchneristas) asociaría con un “ánimo destituyente” ventilado con ocasión de ese conflicto entre el gobierno y el campo. La presidenta denuncia esas infiltraciones:

 

Vi también escrito, lo vi fotografiado en un diario, un cartel que decía: “Kirchner montonero”, no fue eso lo que más me preocupó, han dicho otras cosas también del expresidente. Debajo de eso decía: “Videla, volvé” […] Empecé a ver a algunos que parecían colarse entre esos reclamos, y que ya no cuestionaban ni las retenciones ni nada, simplemente nos insultaban por haber reinstalado la vigencia de los derechos humanos en la Argentina.

 

Contrapartida de los héroes protagonistas son los enemigos antagonistas. La teoría del conflicto es una de las teorías de rango medio que está en la base de los planteamientos más recurridos en comunicación política (Borrat, 1989; Wolton, 1992; Muraro, 1997). Eliseo Verón (1985), por ejemplo, considera que el carácter polémico es el rasgo diferencial del discurso político. Los varios discursos políticos se disputan un espacio de poder donde solo cabe uno. El político es un contradiscurso; una de sus funciones es deconstruir el discurso del adversario. Siguiendo la hipótesis de Laclau, los Kirchner fueron más lejos. No se trata solamente de diferenciar el propio discurso por medio de operaciones de contraste con el de los contrincantes, ni de contestarle a la oposición, ni sancionar con actos de habla a quienes obstruyen las políticas que se busca aplicar. Ahora corporaciones, grupos sociales y los medios son blancos empíricos de discursos con fuerza de denuncia, amenaza, descalificación social, con un estilo de confrontación infrecuente en la comunicación gubernamental precedente, por su duración y su intensidad.

Los enemigos se suceden como encarnaciones de un mismo gran enemigo abstracto que es la corporación. Se trata de instituciones comprometidas con la dictadura militar y con el gobierno neoliberal de Menem. Constituye el interlocutor expulsado por la prerrogativa que le permite al discurso de poder delimitar el campo de discusión y señalar a los actores racionales. Es el principal obstáculo para la transformación buscada. El enemigo del modelo, que no quiere la distribución del ingreso o una política de protección de la industria nacional, por ejemplo, porque atenta contra sus privilegios. Es el enemigo que, en cooperación con los medios cada vez más críticos, quiere aprovecharse de las fisuras para desarticular el relato.

Han cumplido el rol de enemigos de los gobiernos kirchneristas las fuerzas armadas, las empresas privadas concentradas, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el campo, los medios de comunicación, la Justicia, los fondos buitre, entre otros.

A partir de ese momento “vivimos una etapa de mediatización al cuadrado: la cuestión no es que los medios transmiten los conflictos, sino que los medios son el primer conflicto. Para cualquier tema, el gobierno ha tenido una posición para ese tema y una posición frente a los medios”. Por ejemplo, todos los debates sobre la seguridad no han sido sobre las estadísticas del delito, sino sobre la cobertura mediática de la inseguridad. Parte de la batalla con los medios se juega en el enfoque (frame) contrapuesto de los temas: el gobierno propuso una reforma del sistema judicial que llamó “democratización de la Justicia”, y los medios presentaron la resistencia a esta reforma como una lucha por la independencia de la Justicia.

Los enemigos no son los destinatarios; a lo sumo pueden ser contradestinatarios de algunos tramos del discurso, cuando su palabra es descalificada en público. Pero el destinatario para quien se narra, aquel que debe ser reforzado en su creencia, está, en principio, fuera del relato. Puede entrar bajo la forma de ayudante, cuando el héroe amenazado por las corporaciones le pide su apoyo, o cuando es incorporado por medio del nosotros inclusivo como actor, aunque simbólico, de la gesta. El kirchnerismo tiene el mérito de haber sumado como destinatario del discurso político a los sectores populares, cuyo contacto buscó por afuera de los medios críticos. Pero el pueblo, los compañeros, los argentinos y las argentinas, todos y todas no han sido tratados siempre como sujetos históricos autónomos. El discurso kirchnerista no ha confiado en una iniciativa y energía transformadora de los excluidos, que procediera de su propia situación, por ejemplo, de pobreza o desocupación (Vasilachis, 2013). La elección de las marcas de destinación y de instrucciones de lectura son cruciales para crear colectivos y vínculos estables, para competir con otros enunciadores públicos (como los medios de comunicación) por la gestión de las representaciones sociales. El modo de destinación del kirchnerismo no ha podido salir de la retórica verticalista y paternalista del peronismo y del populismo en su acepción negativa.

El relato no crece solo desde su matriz ideológica ni está completamente en ciernes en la mente de sus autores. Tiene un eje constante que lo diferencia de otros relatos, que en el lenguaje narrativo podemos identificar con el plot. El plot no es el argumento –resumen de la historia– ni el tema –realidad universal que el relato aborda–, sino la estructura de la trama. Los plots son limitados (el viaje de retorno al hogar, la búsqueda del paraíso perdido, el amor imposible, el ascenso y el descenso, etcétera) y hay muchos relatos con los mismos plots (Tobias, 1993). El plot encarna en historias y temas diversos. En el caso de la comunicación política, la agenda pública impulsada por el gobierno es uno de los modos en que el plot toma cuerpo. Pero también influyen en la evolución del relato la mayor o menor adhesión que los públicos tienen a los temas propuestos, los conflictos con los otros actores políticos y las crisis públicas, el azar. Sin un gran condimento de azar Néstor Kirchner no hubiera llegado nunca a ser presidente de la Nación, lejos como estaba de los centros de poder, tanto geográfica como políticamente.

La estrategia kirchnerista de posicionamiento de temas estuvo orientada, por un lado, a neutralizar la influencia de posibles detractores de sus políticas, apropiándose de sus banderas. Así funcionó la no represión de la protesta social y la cooptación de líderes piqueteros, es decir, de los movimientos de protesta social por la crisis de 2001 que Kirchner encontró en la calle cuando tomó el poder. La anulación de los indultos a los militares acusados de violaciones a los derechos humanos, a través de la figura de los delitos de lesa humanidad, y el siguiente aceleramiento de sus juicios le ganó la adhesión de los organismos de derechos humanos. La discusión y posterior promulgación de una ley de medios acercó más al kirchnerismo a intelectuales y profesores universitarios, lo mismo que la ley de matrimonio de personas del mismo sexo, hábilmente denominada “de matrimonio igualitario”, acción fuera del programa de gobierno, estuvo dirigida a granjearse la simpatía de sectores medios decepcionados. Cada una de estas medidas tuvo también sus detractores y sus discrepancias en el mismo grupo cuya bandera tomó.

El plot tiene puntos de giro. En general, imprevistos por el enunciador. Aunque también puede haber nuevas intrigas narrativas promovidas desde el poder. Por ejemplo, para retomar la iniciativa frente a una derrota o para renovar la propuesta en período electoral. Estos cambios suelen atentar contra la coherencia del relato, pueden provocar un realineamiento de aliados. Ejemplo de esto es el encolumnamiento de la presidenta y su gobierno detrás del papa cuando fue elegido el cardenal argentino Jorge Bergoglio, de quien tanto Néstor como Cristina habían estado muy distanciados y quien había sido blanco de denuncias de parte de aliados del poder.

El último ejemplo me permitirá introducir una característica muy importante del relato kirchnerista. La prolongada coherencia de este relato y su eficacia hasta el final se deben, por un lado, a un estilo de liderazgo autoritario, inasequible a la crítica, que concentra el monopolio de la enunciación y reprime cualquier disidencia interna y cualquier filtración, y, por otro, a la enorme inversión en comunicación, tanto en planificación estratégica como en recursos humanos y financieros, lo cual muestra la prioridad creciente que la comunicación ha tenido en estos gobiernos y también la dificultad de obtener una comunicación tan consistente si no se cuenta con el suficiente poder y cierta discrecionalidad para los gastos.2

Desenlace del relato: ¿fin de ciclo?

La comunicación del gobierno kirchnerista persigue primariamente el fin de mantenerse en el poder para darle continuidad al modelo. Considerando las cosas desde este solo aspecto, los resultados electorales,3 la superación de las crisis internas y externas (por ejemplo, las protestas de las entidades del campo y el proceso de crisis financiera internacional, sufridos al mismo tiempo, a partir de 2008) y la evaluación positiva de Cristina Kirchner al final del su segundo mandato4 indican que el relato ha resultado eficaz. ¿El mundo será Tlön?

En la era kirchnerista la corporación mediática se partió al medio. Y, muy temprano ya, se produjo una colusión (Muraro, 1997): una alianza cruzada entre los medios “hegemónicos”, la oposición política y otros sectores críticos al gobierno, por un lado, y, por otro, el gobierno y los medios públicos y otros medios aliados que fueron formando un verdadero multimedio oficialista. Al final de su gobierno, Néstor Kirchner enfrentó discursivamente a los principales medios informativos y en particular rompió con el influyente Grupo Clarín. La ley de medios sancionada en 2009 fue vista por los expertos como bien inspirada y necesaria, pero demasiado orientada a reducir el poder enunciativo de Clarín, erigido –a partir de la crisis con el campo del año anterior– en el principal enemigo, rol que conservará para Cristina Kirchner hasta el final de su mandato.

Este particular enemigo atraviesa todo el relato kirchnerista. Es de hecho una de sus fuentes de inspiración. Efectivamente, el gobierno popular amenazado por las corporaciones encuentra en el relato mediático la principal resistencia. “El populismo contemporáneo toma la idea de «hegemonía» de Antonio Gramsci para fundamentar su análisis de la situación mediática. La idea de «hegemonía» asume que los medios reflejan perfectamente los intereses de las clases dominantes, quienes ejercen un dominio cultural que sistemáticamente excluye ideas contrarias y convierte las ideas de las minorías en sentido común” (Waisbord, 2013). De modo que el relato del gobierno popular crece refutando el relato de los medios. Para lograrlo necesita bajar el volumen de los medios críticos, no tanto para hacer entrar en el escenario público las voces excluidas (las voces que no están en el poder) como para aumentar el volumen de las voces oficialistas. Para contrarrestar “la cadena nacional de la mala onda” se necesita recurrir insistentemente a la cadena de radiodifusión, prescindir de las conferencias y entrevistas de prensa, premiar o castigar a los medios con la publicidad oficial, planificar eventos populares cargados de contenidos (la celebración del bicentenario del primer gobierno patrio, la inauguración del majestuoso Centro Cultural Kirchner), desarrollar campañas publicitarias muy profesionales (incluyendo el branding: la tarjeta para transporte público SUBE, el nuevo DNI, la feria de ciencia y tecnología Tecnópolis, etcétera).

Desde los medios, que sufrieron hostigamiento, pero no censura, llegaron las críticas al relato. El autoritarismo, la corrupción y el aislamiento internacional son los tres tópicos más repetidos. En un contexto ideológico muy distinto se repite un escenario público similar al de la era del presidente Carlos Menem: graves denuncias de arbitrariedad y corrupción que por la libertad de prensa y la colusión incentivan el periodismo de investigación y la construcción de una red intelectual crítica, que va adquiriendo la fisonomía de un actor político opositor al gobierno. Las diversas denuncias confluyen en un lastre del gobierno kirchnerista tapado por el relato: una enorme transferencia de recursos hacia el Estado no orientados solo a la distribución de la riqueza o a atender equitativamente las necesidades de la población. De hecho, otra resistencia al relato provino de las víctimas de la negligencia o la marginación por parte del Estado kirchnerista que en su momento se movilizaron multitudinariamente para exigir reparación: los asambleístas de la ciudad de Gualeguaychú que protestaban contra la instalación de una planta pastera en Uruguay, los familiares de las víctimas del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) –quienes recobrarán centralidad opositora con ocasión de la muerte de Alberto Nisman, fiscal de la causa AMIA–, los familiares de las víctimas del accidente ferroviario en Once, las madres de los jóvenes muertos por delincuentes, etcétera.

Este “primer kirchnerismo” pasa a la historia como un discurso: la enunciación que durante una década ha establecido la agenda, los enemigos, los destinatarios y las víctimas, los límites de lo decible y los requisitos para poder decirlo. Un relato que no necesariamente se compadece con la verdad. Por ejemplo, en 2015 el ministro de Economía afirmó que no conocía el número de pobres del país. Después, la presidenta afirmó ante la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés) que el índice de pobreza de la Argentina era del 5%. Menos de veinte puntos de lo que sostienen por ese entonces los estudios del gremio ATE y el Barómetro de la Deuda Social dirigido por la Universidad Católica Argentina. Estas ostensibles divergencias con la realidad social de los destinatarios constituirían el límite interno del relato, de su verosímil. Efectivamente muchas de las medidas económicas más resistidas fueron justificadas por la redistribución de la riqueza. Pero en el kirchnerismo la ausencia de datos ha sido un buen aliado del supuesto éxito de la política social. Sin datos, no hay pruebas de que la redistribución de la pobreza no ha tenido lugar. De hecho, así como al final de su mandato, Néstor Kirchner rompió con los medios, también ordenó intervenir el Instituto de Estadística y Censos (INDEC), el organismo oficial que suministra los datos de pobreza y de incremento de precios.

Cristina Kirchner: el populismo como relato5

Mi propósito en este apartado es comprender la interacción entre la comunicación y el populismo como expresión política, ya que no de ideología, aunque pueda contenerla y en dosis abundantes. Me interesa más delimitar mejor la estrategia de comunicación política del populismo que definir con precisión al mismo populismo, empresa esta última siempre incompleta y de tal ambigüedad que pone en dudas su utilidad. En el caso de Cristina Kirchner la comunicación está indiscerniblemente unida al modo de hacer política. Y si se trata de términos interrelacionados, de modo que una noción puede iluminar a la otra, aquí se pretende esclarecer desde el populismo una determinada estrategia de comunicación, de producción de sentido, y no a la inversa.

Se explorará la eficacia cognitiva de una metáfora: el populismo como comunicación. La hipótesis teórica de este apartado es, entonces, que el populismo, en su versión latinoamericana, es, antes que una categoría sociopolítica, una forma de comunicación. Para avanzar en esa dirección será necesario, primero, estabilizar lo que se pueda el otro término de la comparación: el populismo. Lo haré desde el aporte teórico de Ernesto Laclau. Y eso por tres motivos: primero, porque es una caracterización contemporánea de los fenómenos que se propone describir, gobiernos populares de fines del siglo XX y principios del XXI en Latinoamérica. Segundo, porque Laclau estudia al populismo, como me propongo hacer aquí, como manifestación discursiva. Tercero, porque el propio autor ha aplicado su aparato conceptual al caso que se analiza ahora, es decir, al discurso de Cristina Kirchner.6

Vuelvo a un extenso corpus de discursos políticos de Cristina Kirchner7 con el propósito de revelar cómo califica el populismo a esa estrategia discursiva, es decir, para preguntarme qué quiere decir que una comunicación política sea populista. Finalmente, esbozaré un análisis de los alcances y las limitaciones que tiene la comunicación populista en el campo de la comunicación política actual.

Por lo tanto, se trata de tomar a Cristina Kirchner como un caso. Como caso es perfectamente delimitable. Sucede en el poder a su marido, Néstor Kirchner, quien muere antes de terminar ella su primer período presidencial (27 de octubre de 2010). Luego de un segundo período, inhabilitada constitucionalmente para una nueva reelección, su movimiento pierde las elecciones y ella pasa a un rol de política opositora, con liderazgo menguante y varias causas por corrupción en su contra. La sucede Mauricio Macri: un cambio de orientación institucional, política y comunicacional. Finalmente, vuelve al poder como vicepresidenta del presidente designado por ella: Alberto Fernández.

Contexto teórico

Según Claudio Elórtegui (2013), las corrientes teóricas más influyentes en los estudios sobre populismo han sido la estructural-funcionalista y la latinoamericana. Para la primera, la industrialización es el eje en torno del cual se constituye el populismo. Los diversos estudios que responden a esta corriente coinciden en asumir que el populismo aparece en sociedades en crisis, divididas entre el sector tradicional y el moderno. Para diversos autores de esta corriente, el populismo es un intento de síntesis entre los polos que tensionan a estas sociedades en transición, tales como países centrales versus periféricos, capital versus provincia, ideas nacionales versus ideologías importadas. El populismo es juntura: a la vez sutura y separación entre esos polos, que se piensan siempre desde la conciencia de la identidad pobre y tercermundista.