GuíaBurros: La Revolución francesa - Yván Pozuelo - E-Book

GuíaBurros: La Revolución francesa E-Book

Yván Pozuelo

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Beschreibung

El valor histórico de la Revolución Francesa es incuestionable. Fue el periodo perfecto para decir que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, de ahí que merezca ser conocido y analizado de modo riguroso y didáctico. La Revolución francesa conmocionó y transformó el mundo. Denunció un tipo de sociedad y construyó otra, anticipó la modernidad con la voluntad de instaurar un progreso permanente. Se erigió en modelo para el resto de los territorios del mundo y hoy sigue abriéndose paso en la mayor parte de las naciones, especialmente en las que fueron sometidas a colonizaciones. El conocimiento sobre lo acontecido durante la revolución sigue aportando datos para la reflexión sobre la organización social, económica y política del mundo.

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GuíaBurros: La Revolución francesa

Las ideas y acontecimientos que cambiaron el curso de la historia

Yván Pozuelo

www.revolucion.francesa.guiaburros.es

© EDITATUM

© Yván Pozuelo

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Primera edición: octubre de 2023

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Sobre el autor

Yván Pozuelo Andrés, nacido en Gijón en 1974, realizó toda su vida escolar en París donde sus padres se habían trasladado para trabajar, hasta licenciarse en historia y presentar una maestría en historia en La Sorbona-París I bajo la dirección de François-Xavier Guerra. Al regresar a su tierra natal, logró en 2001 una plaza de profesor titular de francés en la enseñanza secundaria, a la vez que preparaba una tesis doctoral en la universidad de Oviedo dirigida por el historiador David Ruiz sobre “La masonería en Asturias durante la II República y la guerra civil española”, defendida en 2004.

Desde entonces participó y coordinó varios congresos internacionales, publicó decenas de trabajos y varios libros sobre historia de la masonería y sobre la II República buscando ampliar los enfoques académicos sobre dichas materias. Es el editor de la Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña plus de la universidad de Costa Rica y miembro de la junta directiva del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME).

Además de su faceta de historiador, y respecto a su profesión docente, escribió ¿Negreros o docentes? La rebelión del 10, que suscitó múltiples debates en torno a la innovación educativa. Desde hace años colabora con organismos que gestionan los planes Erasmus.

Agradecimientos

A los trabajadores y a los estudiantes del movimiento obrero francés que lograron que un inmigrante como yo pudiera estudiar en La Sorbona sin ser previamente un alumno con calificaciones “brillantes”, disfrutando de excelentes profesores especialistas en la Revolución francesa, realizando mis estudios universitarios con una beca de Estado que me permitió adquirir libros extraordinarios.

Introducción

La divisa “libertad, igualdad y fraternidad” no se acuñó ni se adoptó durante la Revolución francesa. En ninguno de los documentos oficiales producidos durante este acontecimiento se incluyó este lema, sino que se oficializó en 1849, tras las revoluciones de 1848, durante la Segunda República francesa (1848-1852). Tampoco se ejecutó por primera vez a un rey; lo habían hecho, por ejemplo, los ingleses en 1649 con Carlos I de Inglaterra y Escocia. Tampoco se estableció la república por primera vez; lo habían hecho los ingleses en la década de 1650. Tampoco fue durante dicho acontecimiento cuando se redactó por primera vez una declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. La declaración elaborada en 1789 en París se había inspirado del texto insertado en 1776 en la declaración de independencia de los Estados Unidos.

Con estos sencillos ejemplos se justifica el proponer unos datos y unos señalamientos generales sobre la Revolución francesa cuyo valor histórico universal es incuestionable. Este es el periodo perfecto para poder decir que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, de ahí que merezca su discurrir ser mínimamente conocido.

Con ocasión del bicentenario de la Revolución francesa, coincidente con el centenario de la Torre Eiffel, en 1989, los historiadores franceses se esforzaron por realizar una gran labor de investigación, cuyo resultado fue dejar pintado el cuadro realista de lo que sucedió en Francia a finales del siglo XVIII. Así pues, lo sabemos todo sobre la denominada Gran Revolución: las múltiples descripciones de una misma escena; las memorias de protagonistas, no solo de primera fila sino de personas que por primera vez tuvieron el derecho de ser actores y relatores de la historia; las actas de las asambleas; la pintura; los poemas; las canciones; los periódicos, que funcionaron como si de una radio en directo se tratara, las cuales nos proporcionaron diálogos exactos y una visualización precisa de los sucesos revolucionarios. En torno a esa celebración de 1989 se realizó incluso una película en dos capítulos, cuyo guion fue controlado por un equipo de historiadores, garantizando un calco entre la actuación y lo que realmente ocurrió.

Un periodo de diez años (1789-1799), durante los cuales se propuso, se decretó, se luchó, se dialogó con un carácter universal. El territorio francés fue el gran laboratorio donde se experimentaron la democracia y el liberalismo.

La Revolución francesa actuó y actúa en la historia contemporánea como esa piedra que rebota en el agua produciendo múltiples ondas. Conmocionó, estremeció, transformó el mundo. Denunció un tipo de sociedad y construyó otra, se lanzó hacia la modernidad con la voluntad de instaurar un progreso permanente. Se erigió en modelo para el resto de los territorios del mundo. Su eco sigue haciéndose paso en la actualidad en la mayor parte de las naciones de los cinco continentes, especialmente en las que fueron sometidas a colonizaciones, incluso en las que Francia llevó a cabo tras la revolución, mostrando claramente que la lucha por conquistar mayores partes de libertades no era para todos. Su universalidad tenía límites. El conocimiento sobre lo acontecido durante la revolución sigue confiriendo datos para la reflexión sobre la organización social, económica y política del mundo. Todo lo ocurrido pudo no ocurrir, y ocurrió todo lo que no pudo ocurrir.

La revolución de 1789 es un poco como el universo, sigue en expansión, debido a la fuerza que unió los factores esenciales para este big bang político. En 1847, el escritor Alfonso de Lamartine, nacido durante la revolución en 1790, en su Historia de los girondinos, advertía desde el principio de su relato: “Esta historia repleta de sangre y de lágrimas está repleta también de enseñanzas para los pueblos”.

En este corto espacio de páginas para describir y explicar tan gran acontecimiento histórico no solo se pretenden dar a conocer los datos básicos del periodo, sino también seleccionar y resaltar las batallas políticas clave que ayuden a comprender mejor el discurrir de la revolución.

Todo escrito está influido por los anteriores. Es la razón por la cual, en diferentes momentos de la explicación, se hará mención especial a uno de los periodos más polémicos de la revolución y a uno de sus personajes más controvertido: el del gobierno de Robespierre, entre mediados de 1793 y mediados de 1794. Es el momento en el que la revolución está a punto de dar aún más pasos hacia la igualdad social, en el que está amenazada por guerras desde el exterior y el interior del país, y en el que la figura de Robespierre obtendrá posteriores halagos, pero sobre todo repetitivas campañas de calumnias. Es una ocasión idónea para observar todo ello gracias a los avances historiográficos producidos por los historiadores en los últimos treinta años.

Con el objeto de emprender esta iniciación a la historia de la Revolución francesa, se propone una planificación heterodoxa del relato pensando en los lectores vírgenes de conocimientos sobre el periodo, en los estudiantes y en los curiosos de la historia. Primero, hay que entrar en la revolución sin previo aviso, con una descripción básica, chocando directamente con las tensiones vividas en vísperas de la revolución. En segundo lugar, para ubicarnos dentro de las masas en acción, se requiere identificar los complejos sectores políticos que las van a representar a lo largo de la revolución. Los dividiremos en dos grandes cosmovisiones contrapuestas: los revolucionarios y los contrarrevolucionarios. En estos dos grandes bloques se reagrupan las principales tendencias políticas y sociales que se fueron formando durante la revolución. Con estos primeros datos se está en disposición de poder obtener una visión panorámica de todo el periodo, con las fechas clave de la cronología entre 1789 y 1799, en un tercer punto dedicado a la revolución con el calendario en la mano. Allí nos encontramos con todo tipo de episodios, personajes e instituciones. Una vez recorrida toda la amplitud de la revolución de forma cronológica, parecía natural entonces optar por una cuarta parte en la que observar la revolución, comprender esos sectores, revivir esa cronología a través de una selección de las caras de la revolución. Las reseñas de varios de estos personajes siguen la cronología de su aparición durante la revolución o del momento de su acción más decisiva o polémica, según los casos. Pretende volver a impregnarse de la cronología por fechas vista anteriormente desde la vertiente de las experiencias personales. La breve descripción deja paso entonces al breve análisis sobre la proyección histórica de la Revolución francesa para la humanidad, en un quinto punto, que aborda esa nueva sociedad. En él, se plantea el nuevo edificio político, social, económico y cultural de estos intensos y sacrificados constructores de la democracia liberal. La última disección, la sexta, desea llamar la atención sobre el imaginario y la realidad de la revolución, puesto que, desde el mismo instante del estallido revolucionario hasta hoy en día, el relato se llenó de mentiras y de interpretaciones partidistas, actitudes que no cesarán ni siquiera después de esta modesta presentación de lo sucedido en los años que concentran las energías y las sinergias del nacimiento de un nuevo orden social.

En vísperas de la revolución

Con 28 millones de habitantes, Francia supera con creces, desde el punto demográfico, a los Estados colindantes, compitiendo justo por detrás con Rusia: era vista como se ve ahora a China. Un país rico, azotado por diferentes tipos de crisis debido a malas cosechas, dificultades comerciales, fluctuaciones de precios, el déficit, impuestos elevados para los que trabajaban, el hambre, deudas galopantes, desarrollo del capitalismo obstaculizado por la rigidez del régimen absolutista que a su vez mostraba ciertos signos de debilidad, las ideas de la Ilustración, el empuje de la burguesía para cobrar mayor protagonismo en el Estado, etc.

La sociedad se dividía en nobles (350 000); en miembros del clero (70 000 seculares y 60 000 regulares), y en el Tercer Estado, el cual agrupaba al 98,3% de la población. El sistema monárquico se regía por el de una monarquía absoluta de derecho divino: el rey es un rey sagrado, el intermediario directo entre sus súbditos y Dios. El rey era la ley. Esta sociedad estaba representada en una asamblea llamada Estados Generales, convocada y presidida por el rey. La función principal de esta asamblea se ceñía a asesorar al soberano en cuestiones fundamentales para el Estado. Era un órgano de plebiscito del rey (“conmigo o contra mí ”) y de exhibición autoritaria de las clases socialmente dominantes (nobleza y clero) sobre la mayoría de la población (el Tercer Estado). A la hora de votar, los nobles representaban un voto; el clero, otro, y el Tercer Estado, otro. Así pues, en realidad, un voto representaba al 98% de la población y otros dos al 2%. Al votar estos dos últimos juntos lograban siempre la mayoría, dos contra uno. Era pues una pantomima, pero que funcionó durante casi 500 años. A medida que fue construyéndose la monarquía definida de absoluta y divina, ni tan siquiera se tomó la molestia de convocar dicha asamblea. En 1789, con una crisis que iba acumulando un descontento no solo en las clases baja de la sociedad (campesinado, artesanos, obreros), sino también en las medias con aspiraciones a ser altas (burguesía), encuadradas en el llamado Tercer estado (burguesía, campesinado, artesanos, obreros), se convenció al rey, tras infructuosos intentos de resolver el déficit, para que convocase los Estados Generales. La última sesión se había cerrado hacía 174 años, es decir, seis o siete generaciones antes, justo antes del apogeo de la monarquía absoluta de derecho divino en el siglo XVII.

Para el rey Luis XVI, conocedor del resultado del dos contra uno, convocar dicha obsoleta asamblea fue una manera de mostrar un talante de diálogo que no le suponía ninguna concesión de parcelas de poder. No había analizado la relación de las fuerzas en conflicto. Esperaba junto a la nobleza utilizar esa reunión para afianzar su poder y reducir el ruido de las protestas. Para el Tercer Estado fue el lugar donde activar la revolución. Tan solo conocer que se había convocado sirvió para emprender unas campañas de propaganda a favor de las aspiraciones del Tercer Estado, con una cuestión central: ¿cómo se iba a votar? La pregunta fue formulada por el Tercer Estado, ya que las otras dos órdenes no se planteaban de ninguna manera otra posibilidad que no fuera la de siempre.

En 1789, se publicaron trescientos periódicos. La batalla para cambiar el voto por orden a por cabeza, es decir, por número de representantes, alteraba la dinámica del mundo y fomentaba los caminos de la rebelión. En efecto, de 1139 diputados reunidos en dicha asamblea, 270 lo eran de la nobleza, 291 del clero y 578 del Tercer Estado. El cálculo por cabeza daba una mayoría a la voz silenciada durante quinientos años. La propuesta atacaba directamente a los privilegios y a los privilegiados del sistema de entonces. ¡Qué momento! ¡Qué batalla política!

Entre 1787 y 1789, el rey quiso evitar la convocatoria de los Estados Generales nombrando a la cabeza del gobierno, sucesivamente, a tres grandes conocedores del estado del Tesoro, para buscar soluciones al déficit y a la crisis en general. El segundo (Brienne) criticó al primero (Calonne), y el tercero (Necker) criticó al segundo. Los tres acabaron concluyendo a la vista del estado de las cuentas que la nobleza debía también pagar impuestos: la igualdad de todos ante los impuestos. La nobleza y el clero rechazaron dichas propuestas; es más, se habla de una revuelta de la nobleza. El malestar entre el estamento de la sangre azul se junta con el malestar del Tercer Estado, y por razones antagónicas van a confluir en la convocatoria de los Estados Generales: la nobleza con el objetivo de rechazar todas las reformas; el Tercer Estado con el de lograr alguna.

Convocados los Estados Generales para el 1 de mayo de 1789, las voces, los lemas, las reivindicaciones se alzaron con mayor eco en toda Francia. Es hora de ilustrar el relato con un protagonista, unos planteamientos y expresiones que pasaron a formar parte de la historia universal. En enero de ese año, el abad Sieyès publicó un panfleto titulado ¿Qué es el Tercer Estado? Contestó que lo era todo. No le cabía más razón, a sabiendas de representar sus diputados al 98% de la población. Y siguió interrogándose: “¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político?”. Respondió con un rotundo: “Nada”. Estas constataciones hicieron reflexionar a un sector del Tercer Estado estudiado, bañado en las ideas de la Ilustración entre Montesquieu, Voltaire, Rousseau y Diderot hacia la consecución de la libertad individual en una sociedad regida por leyes y cuyos poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) debían ser independientes el uno de los otros. Este pensamiento ponía en jaque la centralización del poder en una sola persona de manera hereditaria. Justo inmediatamente después de estas preguntas y respuestas, pasó el abad Sieyès de la reflexión a un llamamiento a la acción. Se preguntó y se contestó lo siguiente: “¿Qué pide [el Tercer Estado]? Convertirse en algo”.

Por encima de todo el material existente con vistas a investigar sobre la Revolución destacan los 60 000 cuadernos de quejas y de reivindicaciones redactados desde todos los rincones de Francia con motivo de la convocatoria de los Estados Generales. De cara a preparar esa reunión, se organizó una recolecta de opiniones, que se materializó en esos cuadernos. Fue el momento más relevante de politización de las masas sin voz. Estos cuadernos fueron escritos por la burguesía en los pueblos y en los barrios de las ciudades donde por primera vez se hacía constar la opinión del campesinado, de los artesanos y de los obreros de las ciudades. Estos cuadernos dibujaron la sociedad del Antiguo Régimen, sobre todo sus arraigadas injusticias y sus obstáculos para lograr mejoras a las condiciones de vida. Esta descripción inducía a realizar un cambio social, económico y político. El redactor real de esos cuadernos gozaba del poder de escribir, o no, lo que se le decía que escribiera. Un cometido asignado al burgués, a pesar de que, en varias regiones del país, sobre todo en el norte, una parte considerable de hombres y de mujeres, más de la mitad de cada sexo, sabían leer y escribir.

Tres días antes de la reunión de los Estados Generales se produce en París un motín, con el resultado de trescientos muertos y millares de heridos, conocido por el nombre de “motín Réveillon”. Réveillon era un importante empresario parisino, de mano dura con sus obreros. En un alarde de soberbia, mientras se debatía qué escribir en uno de esos cuadernos de quejas, lanzó que un obrero podía vivir bien con quince pesos, el precio de un pan para una familia. Durante el motín se entremezclan eslóganes económicos, sociales y políticos: “¡A muerte los ricos!”, “¡Viva el Tercer Estado!”, “¡Libertad!”, entre otros. Parece que la pólvora y el fuego se estaban juntando.

El rey no forma parte del blanco. Se le considera bueno, mal aconsejado, incluso se piensa que los aristócratas (la nobleza y el clero) montaron un complot contra él. Sin embargo, el rey despreció al Tercer Estado en los primeros días de celebración de los Estados Generales. Lo que mostró fue la intención de mantener la sociedad inalterable, como siempre había sido. Reunió aquella asamblea para seguir sin escuchar al Tercer Estado, cuyos representantes transformaron su decepción en rebeldía. Hasta tal punto que, un mes más tarde, ante la parodia monárquica y ante el hecho de representar realmente la nación, se separan de los Estados Generales, se reúnen aparte, incluso engrosando sus filas algún miembro de las otras dos órdenes. En ese momento, prestan el juramento “ante los franceses”, pero también ante Dios, de no separarse hasta dotar a Francia de una constitución.