GuíaBurros: ¿Por qué dejé de creer en el socialismo? - Hugo Pereira - E-Book

GuíaBurros: ¿Por qué dejé de creer en el socialismo? E-Book

Hugo Pereira

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Hoy día, los movimientos políticos muestran dos ideologías predominantes junto a la aparición de populismos de distinto signo. Estas ideologías son el socialismo y el liberalismo que además de diferir respecto a la idea de libertad, disienten sobre todo en sus planteamientos económicos. El autor, con un pasado socialista, y en aras a la coherencia y honradez intelectual, muestra en esta obra su evolución personal y de pensamiento basado en el conocimiento de la economía y la politología. Todo ello lo plasma en un libro didáctico fundamentado en datos y deducciones que ayudarán al lector a reflexionar sobre aspectos que, al final y más allá de teorías, son de suma importancia en su día a día

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GuíaBurros: ¿Por qué dejé de creer en el socialismo?

Y abracé el liberalismo

Hugo Pereira

www.abrazar-liberalismo.guiaburros.es

© EDITATUM

© HUGO PEREIRA

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Primera edición: abril de 2023

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Sobre el autor

Hugo Pereira es politólogo por la Universidad de Santiago de Compostela. Es Premio Extraordinario del Grado en Ciencia Política y de Administración. Apasionado por la comunicación y el análisis de la realidad política y económica, desde muy joven comenzó su andadura laboral en medios de comunicación.

Trabaja como periodista y analista de actualidad política y económica en ESdiario.com, uno de los digitales con más influencia e impacto de España. Tiene presencia habitual, además, en múltiples programas de televisión y radio: colabora en TeleMadrid, en Radio Galega, en TVG 2, en Radio Intereconomía, en Decisión Radio, entre otros medios. Es, asimismo, analista de política y economía en canales de televisión internacionales: colabora en A24 TV, en NTN 24 y en France 24.

Dispuesto siempre a aprender, innovar y a enfrentarse a nuevos retos profesionales, ¿Por qué dejé de creer en el socialismo?Y abrecé al liberalismo, es su primer ensayo de teoría política y económica.

www.hugopereirachamorro.com

https://twitter.com/Pereira_Hugo_

https://es.linkedin.com/in/hugopereirachamorro

www.facebook.com/PereiraChamorroHugo/

Agradecimientos

Agradecer a todas las personas que han pasado por mi vida y que han creído en mí, que me han enseñado, ayudado, que me han dado una oportunidad y, en suma, que me han hecho —y hacen— crecer como persona y profesional. Muchas gracias.

Prólogo

Cambiar de ideas no es fácil, como bien se señala en este libro que tengo el honor de prologar. No es fácil sea cual sea la orientación que este cambio tenga, porque implica al mismo tiempo, en muchos casos, un cambio de valores, un cambio de amistades e incluso un cambio laboral, si el ejercicio de la expresión de ideas forma parte de este. No porque exista necesariamente un sectarismo por parte de quien nos rodea, sino porque pasamos a relacionarnos con otras personas o con otros entornos profesionales y políticos. Es más, todo el capital social o humano acumulado hasta el momento pierde de repente buena parte de su valor. Pensemos en el caso de un intelectual marxista que adquiere ideas capitalistas —o a la inversa, que bien puede suceder también—. Este de repente se encuentra que lo que ha estudiado o escrito pierde validez y comienza a aprender casi desde cero. También en muchos casos el que cambia de opinión se encuentra que buena parte de su estatus profesional pierde relevancia y que, de ser una figura relevante en su área de especialización, pasa a ser poco más que un aprendiz. De la misma forma tampoco acostumbra a ser bien visto el cambio de ideas. Los antiguos camaradas pueden verlo como una deserción, y se le adjudican en muchas ocasiones intereses espurios a la mudanza y los nuevos aunque normalmente más cálidos no dejan a veces de verlo como un advenedizo. Por algún motivo que desconozco suele valorarse más en el ámbito de las ideas la coherencia de la cuna a la tumba que el hacer mudanzas en el ámbito de los valores, que a veces es calificado como de frivolidad —cuando no de inconsistencia intelectual—. Por esta razón el relato del cambio de ideas expuesto en este libro tiene tanto interés. Nada gana en principio el autor con el cambio, honrado a mi entender, y sí pierde mucho, por lo menos en sus comienzos. Y no dudo que seguirá cambiando de ideas a lo largo de su carrera profesional si así lo estima oportuno, y sin pensar en más intereses que el de la honradez intelectual.

Pero no es de interés solo el relato de la migración de un mundo a otro, sino que este libro tiene interés por la exposición de las razones que le han llevado a hacerlo. Al tiempo que introduce reflexiones sobre su formación como comunicador de ideas, expone de forma muy clara y concisa los principios económicos y políticos que ahora dirigen su actividad profesional. Primero porque nos ofrece una visión panorámica de cuál es su visión de una sociedad libre, y esta pasa necesariamente por un sistema económico lo menos intervencionista posible. El liberalismo hispano ha sido tradicionalmente un liberalismo político y cívico, insistiendo en la división de poderes, a su vez centralizados y ordenados por una constitución que favorezca el pluralismo y el control político de los gobernantes por parte de la sociedad civil ordenada en partidos y asociaciones cívicas. Pero el liberalismo hispano ha olvidado con frecuencia el factor económico en sus diseños, obviando la necesidad de la existencia de una economía dinámica que genere los recursos necesarios para poder financiar los servicios estatales y que, a su vez, sirva de adecuado contrapoder a un poder que, dejado de su mano, bien podría llegar a ser despótico. Para ello es necesario reducir la excesiva inflación de normas y regulaciones que pudieran atrofiar la innovación y por ende el desarrollo económico, garantía última del bienestar ciudadano, sea este público o privado. De ahí el énfasis que discurre a lo largo de todo el libro en evitar intervenciones arbitrarias del gobernante en el discurrir de la vida económica. El autor ilustra muy bien estas disfunciones con el bien traído análisis, que discurre a lo largo de dos bien documentados capítulos, de la política industrial española de los últimos Gobiernos, y que justificaría por sí mismo una o varias monografías específicas, y que espero que el autor tenga a bien desarrollar en un futuro próximo.

Sea pues bienvenido este pequeño libro, no solo por el valor que el autor demuestra a la hora de exponer las razones de su cambio de ideas, sino también por el interés de su contenido y porque demuestra la rica pluralidad ideológica de nuestros universitarios, que, a pesar de los tópicos, sigue estando muy presente, y que les augura también a pesar de los tópicos un muy brillante porvenir.

Miguel Anxo Bastos

Profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad de Santiago de Compostela. Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales y licenciado en Ciencia Política.

Yo soy yo y mis circunstancias

“Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”.

George Orwell

La fatídica noticia llegó a mediados del año 2018.

Desde que era muy pequeño me caractericé por no entretenerme con lo que normalmente se supone que le gusta a un adolescente: no jugaba en ningún equipo de fútbol —más bien era un desastre en todos los deportes—, no me entusiasmaban especialmente los videojuegos, ni tan siquiera pasarme la tarde entera en la playa en verano con amigos. Y hasta que prácticamente inicié tercero de la ESO, era extremadamente tímido. Me costaba hacer amigos. Vamos, era el prototipo de hijo único y rarito.

A pesar de todo, desde que tengo uso de razón hay algo que me llena sobremanera y es la comunicación. Nunca olvidaré la comida con el periodista Juan Ramón Lucas en mi pueblo, Nigrán. Yo tendría unos diez años, y desde entonces supe que me gustaría trabajar en lo mismo que él. No en vano, pedí de regalo a mis padres un antiviento y un cubilete para vestir el micrófono que venía con el SingStar y poder convertirme en todo un reportero de televisión. Y recuerdo la turra que le di a mi padre para que me grabara con una cámara que teníamos por casa relatando noticias. Me lo pasaba en grande. Luego descubrí cómo grabarme con la webcam del ordenador y cuántas veces me hice pasar por todo un Matías Prats. Eso sí, de marca blanca.

Además de estar delante de la cámara, también me fascinaba —y me fascina— la parte técnica. Aprendí a editar vídeo y a realizar programas (usaba el Wirecast) con solo unos doce o trece años. Desde ahí entendí que los que salen en cámara, a pesar de que se lleven todos los aplausos —también las críticas—, no son, ni de lejos, más importantes que todos aquellos que están detrás de ellas, en control o produciendo el programa de televisión o radio en cuestión. Sin su profesionalidad, la comunicación no sería posible.

Lo de reportero se quedó en un segundo plano cuando descubrí La Sexta Noche, con unos catorce años. No había sábado que no viera el programa junto a mi padre, en el salón. Sí, me entretenía, y mucho, la actualidad política y económica. Era un rarito, ya te lo dije. Es más, en ese momento, como es comprensible, no sabía demasiado ni de política, ni de economía, ni de nada. Pero ver ahí a Eduardo Inda, Alfonso Rojo y tantos otros discutiendo con Pablo Iglesias, Elisa Beni…, me fascinaba. Hoy en día tengo la suerte de decir que muchos de los que se sentaban —y se sientan— en esos sillones son amigos.

No tardé en darme cuenta de que para llegar ahí hay que esforzarse mucho, aprender otro tanto, trabajar en demasía y, desde luego, tener la suerte de que la persona indicada se fije en ti y te quieran dar una oportunidad. Lo importante es tratar de ser el mejor en todo y destacar.

Y eso fue lo que traté de hacer desde pequeño. Si quieres destacar en lo que te motiva y te apasiona, échale ganas, horas, y no desistas nunca. Hay tiempo tanto para la diversión como para el estudio y el trabajo, pero si quieres destacar tienes que esforzarte más que los que te rodean. Esto fue lo que me inculcaron y me enseñaron mis padres. Y lo agradezco.

Recuerdo mis años de secundaria y bachillerato con especial cariño, me lo pasaba estupendamente bien yendo a clase. Siempre he sido una persona muy independiente. Me encanta pasar ratos a solas conmigo mismo. Lo sé, suena muy egocéntrico, pero, seguro, aquellos que sienten paz interior estando a solas me entenderán. La reflexión, la lectura, potenciar aquello que te motiva y te relaja, los paseos rodeado de naturaleza, jugar con tu perro, escuchar música… Son, desde luego, placeres de la vida que muchos disfrutamos en soledad. Eso sí, cuando estoy rodeado de personas no me gusta pasar desapercibido.

Era muy tímido, sí, pero me duró hasta finales de secundaria. Luego, para desgracia de mis profesores y compañeros, no había nadie que me callara en los típicos debates en clase o en mi grupo de amigos. Además, si por algo me distinguía era, como decía mi tutora en cuarto de la ESO, por ser muy vehemente. Si algo me entraba en la cabeza y creía que era lo correcto, lo defendía hasta las últimas consecuencias. Costara lo que costara. Hasta broncas y jaleos gratuitos con profesores y amigos. En cualquier caso, si luego hacían que me diese cuenta de que estaba equivocado, no me costaba absolutamente nada pedir disculpas.

Iba a llegar el verano del año 2018 y con él la selectividad. Estaba en segundo de bachillerato. Ese curso en el que desde el primer día y hasta el último escuchas unas cuantas veces al día el temible objetivo a perseguir: la s–e–l–e–c–t–i–v–i–d–a–d. Ciertamente, como casi todo en la vida, luego no fue tan difícil —al menos para mí— de superar, y con nota.

A lo que ya era un año difícil se le sumó lo que nunca me imaginé que me sucedería a mis dieciocho años y a los cuarenta y ocho años de mi padre: un demoledor informe médico que le diagnosticaba un cáncer de pulmón. Se me vino —se nos vino— el mundo encima.

Esa semana y la siguiente tenía muchos exámenes en el instituto. Mis profesores me apoyaron desde el primer momento y, a pesar de que mi responsabilidad me lo impedía, mi cabeza me exigía pedir que me cambiaran la fecha de los exámenes. No me podía concentrar. Fue todo un verdadero shock. Me aplazaron los exámenes y, poco a poco, fui asumiendo la nueva realidad familiar, marcada por vivir el presente y aferrarse a cualquier atisbo de esperanza.

Mi madre me ocultó, hasta el último momento, gran parte de la gravedad del asunto. Gracias a ello pude sacar, y con nota, el bachillerato, la selectividad e iniciar la carrera de Ciencia Política en Santiago de Compostela con alegría y esperanza. Y todo a pesar del deterioro físico que le podía apreciar a mi padre. Pero nunca perdimos la esperanza.

A pesar de que el periodismo me fascina, la política y la economía me hechizan. Algunos amigos periodistas me recomendaron por aquel entonces que antes me especializara en alguna disciplina (política, economía, derecho…) y posteriormente que me sacara la carrera de periodismo. Y así hice. Y no me arrepiento en absoluto. Me embarqué en la fascinante ciencia política y en un idílico lugar como es Santiago de Compostela.

El iniciar la universidad era todo un cambio de aires, tanto por la nueva metodología en las clases como por la nueva —y más autónoma— forma de estudiar. También porque me independicé. Todo era nuevo. El primer año lo pasé en una residencia de estudiantes, los siguientes en un piso solo.

En la carrera de Ciencia Política, como es lógico, hay mucha actividad y movilización social. Aunque, ciertamente, el sectarismo —como sí ocurre en otras universidades— no era el fuerte de mi facultad. Menos mal.

Yo por aquel entonces era un claro partidario del socialismo y hasta me llegué a afiliar al PSOE. Estaba completamente convencido de que el socialismo democrático era la mejor forma de hacer prosperar una sociedad, de conseguir derechos y fortalecer la libertad colectiva. Ciertamente la tontería me duró poco y en menos de un año me desafilié del PSOE; algo que fue, por cierto, muy sonado en unas redes que estaban acostumbradas a ver y oír opiniones mías que magnificaban lo bueno que eran los antifachas. Hasta hay por ahí una foto mía con un Pedro Sánchez que optaba a ganar unas elecciones.

Estaba profundamente equivocado, pero no me arrepiento de nada. Como liberal que llevo siendo desde ya hace muchos años, profeso al pie de la letra la máxima que define mi pensamiento político: el respeto irrestricto al proyecto vital ajeno. Cada uno que piense, defienda y haga con su vida lo que mejor le venga en gana. Faltaría más. Eso sí, siempre y cuando respete la libertad de los demás y cumpla con las leyes.

Nunca fui cerrado de mente. Sí, soy muy cabezota, pero jamás me clausuré ante nuevas explicaciones, puntos de vista o conocimientos; al contrario, siempre me gustó, como a los científicos, falsar mis ideas, máxime las políticas y económicas. Y la carrera de Ciencia Política me proporcionó precisamente eso, la capacidad de conocer a desconocidos autores y sumergirme en un mar de impensables formas de entender una compleja realidad sociopolítica.

Soy consciente de que no muchos ni tuvieron ni tendrán la misma suerte que yo y que, por desgracia, la gran mayoría se quedarán con el ideario mainstream. Y es normal. Si no te dedicas estudiar la política, ni a analizar la economía, ni nada por el estilo, ¿qué necesidad tienes de ponerte a leer complejos ensayos de autores que te son completamente ajenos y que arguyen conclusiones muy raras?

Como decía, no me arrepiento de haber sido socialista. Ser de izquierdas no es malo. En absoluto. Es completamente legítimo. Lo que sí es muy criticable es ser un sectario, tener la mente cerrada a todo cambio de ideas, vivir con prejuicios y, en fin, no ser mayor de edad. La minoría de edad significa no ser capaces de servirnos de nuestro propio entendimiento sin seguir a otro. Esto diría Kant: “Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro”.

En conclusión: Sapere aude!, ¡Atrévete a saber!

Y con esta filosofía, nunca mejor dicho, inicié la apasionante carrera universitaria en Santiago de Compostela. Ahí tuve, por cierto, el honor y la fabulosa oportunidad de conocer a quien más adelante se convertiría en mi director de TFG y en todo un referente: Miguel Anxo Bastos. Uno de los máximos exponentes de la escuela austriaca en el mundo. Y tras mucho esfuerzo llegó el último examen del curso, uno de Estadística. Nada fácil, ya te lo puedes imaginar.

A la puerta de la facultad me esperaba mi madre, que me vino a buscar para regresar a casa. Comenzaba el verano. Estaba verdaderamente contento. Había acabado el primer curso de carrera con muy buenas notas, ¡estaba estudiando lo que me gustaba! y por delante me esperan dos maravillosos meses de verano en los que poder cargar pilas pero también potenciar mi faceta como politólogo y comunicador: había reconvertido un viejo canal de YouTube en el que publicaba vídeos de actualidad tecnológica en uno en el que compartiría opiniones y análisis de la realidad política y económica que estábamos viviendo. Ojalá algún director de un digital o de algún programa de televisión se fijara en mí, pensaba. Pero era muy joven e inexperto.

Pero la felicidad duró poco. Jamás olvidaré ese paseo junto a mi madre hasta el aparcamiento para coger el coche que nos llevaría a un piso que ya nunca más significaría lo mismo. Mi madre, confesándome que había esperado hasta este momento a decírmelo, para que no me afectara en mi rendimiento académico, me desveló que mi padre estaba muy grave. Ya no había nada que hacer, le habían retirado la quimioterapia y la radioterapia, ya nada hacía remitir su cáncer de pulmón. Le quedaban, a lo sumo, un par de meses de vida o semanas, quién sabía.

Se me vino el mundo encima. Empecé a percibir un dolor, una impotencia y un miedo que nunca había sentido. Íbamos de camino al piso, donde se encontraba mi padre, al que en poco tiempo ya no volvería a ver. Los días de ese verano del 2019 se volvieron amargos y eternos. Cada día podía ser el último para mi padre. Qué angustia. Llegó septiembre y empecé el segundo curso de carrera. Me tuve que ir a Santiago de Compostela.

Iba todos los fines de semanas a visitar a mi familia. Llegaba el viernes y me iba el domingo. Así fueron todas las semanas. Menos la del veintiocho de septiembre. Ese fin de semana mi padre empeoró y el domingo lo tuvieron que ingresar. Y la muerte llegó.

Maduré todo lo que tenía que madurar para mi edad, y de golpe. Fue un punto de inflexión en mi vida. Entendí que esta vida es fugaz: todo puede cambiar de un segundo a otro. Y que debía centrarme en lo verdaderamente importante. De mi padre me llevaba una lección muy valiosa: en la vida nadie te regala nada y todo se consigue a base de esfuerzo, dedicación y trabajo.

Me considero una persona muy realista y pragmática. No todo está bajo nuestro control. Hay muchas circunstancias que no podemos controlar, ni predecir, ni solucionar. Los seres humanos no somos funciones matemáticas. Y nuestra racionalidad es limitada: no podemos acceder a toda la información necesaria para tomar las mejores y más racionales decisiones. Ni tampoco tenemos tiempo para ello. Nuestro tiempo es limitado y, desde luego, muy codiciado.

Como reflexión final, quiero destacar que, como dijo José Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias. Cada uno de nosotros tenemos unas vivencias, unas aptitudes, unos miedos, un entorno que nos hacen ser potencialmente desiguales los uno de los otros y, desde luego, impredecibles. Nadie nos puede controlar, ni obligarnos a ser iguales los uno de los otros. Nuestra libertad es innata, forma parte de nuestra esencia humana. Todo aquel poder que nos quiera planificar se encontrará de bruces con la más pura realidad y es que no estamos (pre)determinados.

Ahora te contaré algunos aprendizajes que adquirí durante mis años de Universidad. Mi objetivo no es convencerte, sino hacerte dudar; que tras leer este libro sientas curiosidad y quieras profundizar en todos —ojalá— o, al menos, en algunos de los temas que te propongo.

Lo único que te pido es que abras tu mente y la liberes de todo prejuicio e idea preconcebida.

¡Vamos allá!

Las políticas públicas

“Las obras públicas no se construyen con el poder milagroso de una varita mágica, son pagadas con los fondos arrebatados a los ciudadanos”.

Ludwig Heinrich Edler von Mises

Recuerdo que una de las primeras cuestiones que aprendí durante la carrera es a definir lo que son las políticas públicas. Y no tardé en darme cuenta de que ni la definición de este concepto ni la de tantos otros iba a ser tarea fácil. Voy a tratar de explicarlo.

Como te decía, la conceptualización de política pública no es una tarea sencilla. Para tratar de conseguir tal objetivo, tengo que contar a qué nos referimos los politólogos cuando hablamos de política. Dentro de ese concepto, y usando instrumentalmente la lengua anglófona para entenderlo, confluyen tres acepciones distintas y de recurrente uso en la ciencia política: polity, politics y policy. Con polity nos referimos a la configuración jurídico−política de un Estado y todas las instituciones que de ella emanan; con politics describimos la acción de la política, esto es, las prácticas, estrategias o procesos que concluyen en el alcance y conservación del poder político−estatal; y, finalmente, con policy nos referimos propiamente a las políticas públicas. Muy bien, pero ¿qué es una política pública o policy?