Hasta el amanecer - Cóctel de besos - Samantha Hunter - E-Book
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Hasta el amanecer - Cóctel de besos E-Book

Samantha Hunter

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Beschreibung

Hasta el amanecer Samantha Hunter Tessa Rose tenía completamente embriagado a su guardaespaldas, Jonas Berringer. Pero no sólo porque conociera íntimamente los aromas afrodisíacos, ni tampoco porque para él fuera fruta prohibida por ser su clienta, la hija del jefe… Jonas no creía tener nada que ofrecer a Tessa desde que se había quedado ciego. Pero entonces Tessa y Jonas se quedaron solos durante un apagón y comenzaron a descubrir los encantos de la oscuridad. Quizá no pudieran ver, pero sus otros sentidos eran ahora mucho más intensos; podían oír, oler, tocar y saborear… Cóctel de besos Alison Kent Shandi Fossey estaba trabajando temporalmente preparando cócteles en el hotel más excitante de Manhattan. Pero para ella no era más que una pequeña parada antes de continuar buscando su sueño. ¿Qué podía hacer una chica cuando un hombre tan sexy como Quentin Marks le ofrecía invitarla a una copa una noche tras otra? El productor musical Quentin Marks creía que Shandi era dulce, sexy y sorprendente. Quería saborear cada centímetro de su cuerpo… sumergirse en su suave piel. Él podría abrirle muchas puertas, pero la única puerta que quería atravesar con ella era la de una de las habitaciones del hotel.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Samantha Hunter. Todos los derechos reservados.

HASTA EL AMANECER, Nº 51 - marzo 2012

Título original: Mine Until Morning

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

© 2005 Mica Stone. Todos los derechos reservados.

CÓCTEL DE BESOS, Nº 51 - marzo 2012

Título original: Kiss & Makeup

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Publicado en español en 2006

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Pasión son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-554-2

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta:

Ciudad: PHOTOQUEST/DREAMSTIME.COM

Pareja: GEORGE MAYER/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

Hasta el amanecer

Samantha Hunter

1

1:00 p. m.

Filadelfia, Pensilvania

Jonas Berringer puso el cartel de CERRADO en la puerta de la tienda de jabones Au Naturel. Durante las diez horas que abría la tienda, no podía pensar en otra cosa que en estar a solas con su propietaria, Tessa Rose.

Aquella tarde hacía un calor sofocante en Filadelfia, como todos los días últimamente. Al menos en la tienda se estaba bastante fresco gracias al aire acondicionado. Las sencillas estanterías de madera estaban llenas de lociones y jabones de todos los colores y fragancias que se pudieran imaginar. También había pequeñas cestas de muestras y otros caprichos colocados donde los clientes pudieran verlos con facilidad.

Era un lugar elegante y con clase, pero al mismo tiempo cálido y acogedor, como la propia Tessa. Los aromas a jazmín, sándalo, naranja, vainilla y muchos otros que ahora era capaz de identificar embriagaban sus sentidos.

En la trastienda no había aire acondicionado, por lo que al entrar en la habitación donde Tessa hacía los productos, Jonas sintió una bofetada de calor. Era un poco más grande que la tienda y el olor era el doble de intenso, pero Jonas se había acostumbrado y ya no le resultaba asfixiante.

Una de las paredes de la sala la ocupaban casi por completo las distintas cubas y los fuegos, sobre los que había varias estanterías con moldes de madera, frascos de todo tipo y herramientas. En el otro lado de la habitación estaban los jabones en proceso de elaboración y una zona refrigerada en la que se guardaban los ingredientes más perecederos. También había una mesa para cortar y envolver los jabones cerca del escritorio en el que Tessa llevaba la contabilidad.

—Jonas —dijo ella levantando la mirada antes incluso de que él anunciara su presencia.

Sus bonitos ojos grises azulados le dedicaron una cálida mirada. Porque ella también lo estaba esperando. Después de varias semanas, por fin iba a ocurrir.

Jonas cubrió la distancia que los separaba y, sin importarle que tuviera las manos mojadas de loción y aceite, la puso en pie y la tomó en sus brazos.

—¡Jonas! —exclamó ella riéndose justo antes de que él la besara en la boca de un modo que no dejaba lugar a dudas sobre lo mucho que la deseaba.

Jonas dio varios pasos hasta dejarla aprisionada contra el escritorio. Ella gimió con la misma pasión que le transmitía él con su beso.

—Te gusta volverme loco, ¿verdad? —la acusó Jonas en tono juguetón mientras le mordisqueaba el labio.

Tessa siempre había sido terreno prohibido para él. La hija de jefe, una mujer completamente fuera de su alcance. Pero después de estar día y noche con ella durante varias semanas, Jonas había acabado por perder el control.

Ella suspiró con una sexy sonrisa en los labios.

—Me he empeñado en ello. Empezaba a pensar que no te rendirías jamás —añadió sin dejar de sonreír—. Ese maldito autocontrol tuyo.

—Llevas demasiada ropa —gruñó él.

Sin apartar la mirada de sus ojos, ella se limpió las manos con un trapo y se quitó rápidamente el delantal de trabajo. Debajo, se escondía un sencillo vestido de tirantes amarillo. Cuando se estiró para colgar el delantal en la percha que había junto a la mesa de trabajo, Jonas pudo ver el contorno de su figura, que se transparentaba bajo el vestido.

Deseaba besar y acariciar cada milímetro de esa figura.

—Enseguida vuelvo —le dijo con voz provocadora—. Tengo que cerrar la puerta.

—Ya he cerrado yo —respondió él en el mismo tono tentador—. Estamos solos. Ven aquí.

—¡Qué exigente! —murmuró, volviendo a sus brazos.

—Más bien es que estoy impaciente por tenerte —susurró él contra sus labios.

—Yo también.

—No puedo dejar de pensar en ti —le confesó Jonas.

Le temblaban las manos por el esfuerzo que le suponía ir despacio, recordar que Tessa merecía todo eso y mucho más. Y él iba a dárselo.

Pero ella le mordió el labio, dándole a entender que no quería ir despacio.

—No te contengas, Jonas —le pidió.

Él tragó saliva mientras le acariciaba los brazos desnudos, algo que hizo que a ella se le endurecieran los pezones bajo el vestido.

—Haré lo que tú quieras —le prometió con total sinceridad—. Lo que necesites.

—Solo te necesito a ti.

Le bajó los tirantes del vestido y lo dejó caer hasta dejar a la vista unos pechos preciosos que pudo admirar a placer, sin apenas poder creer lo bella que era. Tomó uno de sus pezones rosáceos entre los dedos y lo acarició suavemente, apretándolo con delicadeza y viendo el efecto que causaba en ella, cómo echaba la cabeza hacia atrás, cómo abría los labios y se le aceleraba la respiración.

Hasta que ya no pudo más, le agarró las dos manos y se las puso sobre los pechos. Jonas estaba fascinado con su falta de artificio.

—Quiero más —susurró ella e hizo que su miembro reaccionara de inmediato.

Atrás quedaron de pronto la paciencia y la suavidad, fueron arrolladas por el deseo. Tessa vivía justo encima de la tienda, su cama estaba a pocos metros de distancia, pero aun así era demasiado lejos. Iba a hacerla suya allí mismo, como llevaba días imaginando.

Una vez despojada del vestido, Jonas la estrechó contra sí y la besó hasta que ambos acabaron sin aliento. Tenía muy cerca la estantería con los aceites esenciales, por lo que no le costó ningún trabajo agarrar el frasco de aceite de almendras. Se echó unas gotas en las manos y comenzó a acariciarla por todas partes, cubriéndola de aquel dulce aroma desde los hombros, bajando por la espalda y luego las caderas. Ella se dio la vuelta y apoyó la espalda contra él para que pudiera seguir recorriendo su cuerpo por delante: los pechos, el vientre…

Era como una obra de arte, una mujer perfectamente esculpida que cobraba vida en sus manos.

—Jonas, esto es maravilloso, pero quiero más —le dijo, volviéndose a mirarlo, cubierta tan solo por unas braguitas de seda amarilla—. No te imaginas cuánto te deseo —confesó mientras colaba las manos bajo la cinturilla de la pequeña prenda para bajársela hasta que ya no hubo nada que se interpusiera entre ellos.

—Me hago a la idea —susurró él al tiempo que se despojaba también de la ropa.

En cuanto estuvo desnudo, ella se acercó para dejarse abrazar, piel contra piel por fin. Era una sensación increíble.

Jonas le pasó las manos por los muslos, por las nalgas redondeadas, las caderas. Su erección se apretaba contra ella, ansiosa, impaciente.

—Te deseo, Tessa —le dijo mientras la besaba.

—Entonces hazme tuya —respondió ella con mirada ardiente.

Jonas agarró un bote de miel que Tessa aún no había guardado y puso unas gotas sobre sus pechos para después lamerlas hasta conseguir que ella temblara de excitación y le clavara las uñas en los brazos.

Le levantó una pierna hasta colocársela alrededor de la cintura, de modo que su pene rozara esa humedad en la que tanto deseaba sumergirse.

—Jonas, por favor —le suplicó—. Hazlo ya.

—Todavía no… quiero que dure un poco más —le dijo.

La deseaba con todas sus fuerzas, pero había algo que lo tenía inquieto. La luz de la habitación le resultaba sospechosa. Miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos.

Se quedó bloqueado unos segundos.

¿Qué ocurría?

Nada.

Tessa lo abrazó de nuevo, ajena a cualquier problema o peligro.

Pero su trabajo era protegerla. Por eso estaba allí, para cuidar de ella como guardaespaldas. El senador Rose y su familia habían recibido algunas amenazas y Jonas se había ofrecido a cuidar de Tessa. Desde entonces no había podido apartar su mente de ella.

Volvió a mirar a su alrededor. No parecía haber nada fuera de lugar. Seguramente habían sido imaginaciones suyas, así que volvió a prestar toda su atención a la mujer que tenía entre los brazos.

Ninguno de los dos dijo nada más durante un buen rato. Jonas la levantó del todo al tiempo que movía las caderas para zambullirse en su cuerpo, un cuerpo cálido, húmedo en el que encajó a la perfección. Sabía que sería así.

Ella echó la cara hacia atrás para mirarlo a los ojos un instante antes de morderse el labio y cerrarlos de nuevo. Jonas supo que estaba a punto.

Siguió moviéndose, tratando de concentrarse en las líneas de su rostro, en los sonidos que salían de su boca y en el modo en que abrió los labios cuando empezó a temblar y se deshizo en sus brazos.

Se inclinó a chuparle un pecho, jugueteando con su pezón, un movimiento que la empujó definitivamente hasta el clímax. De su boca salió un grito ahogado.

Jonas deseaba unirse a ella, pero necesitaba algo más, así que comenzó a moverse más aprisa, con más fuerza mientras sus músculos se tensaban al sentir cómo se estremecía ella, disfrutando aún del orgasmo.

La liberación que tanto había deseado estaba ya muy cerca, tan cerca que era casi una tortura, pues no terminaba de alcanzarla. Le ardía el cuerpo entero mientras se zambullía en ella una vez más, tratando de llegar al orgasmo de su vida.

Tessa lo observó con gesto curioso, una expresión serena y feliz en su rostro, aunque quizá algo distante.

—A mi padre no va a gustarle nada todo esto —le dijo, sonriendo.

De pronto todo se volvió borroso y ella se esfumó, desapareció el calor de su cuerpo.

—No, no, espera —gritó Jonas, tratando de agarrarla.

Todo se volvió frío y la agonía de esa satisfacción que no había podido alcanzar le hizo temblar. Estaba solo. A su alrededor solo había oscuridad.

Jonas se despertó tiritando de frío, abrió los ojos pero no vio nada. Estaba sudando y el chorro del aire acondicionado le daba de lleno. Trató de levantarse, pero se le liaron los pies en la sábana y estuvo a punto de caer al suelo.

Seguía muy excitado por el sueño y ni siquiera el aire frío consiguió mitigar el dolor que sentía entre las piernas. Se estremeció al recordar las caricias soñadas de Tessa, pero el vacío que siempre experimentaba a continuación le dejaba un desagradable dolor en el pecho.

Aliviarse a sí mismo no era una opción que le resultara demasiado atractiva porque lo que ansiaba no era el orgasmo en sí, sino estar con Tessa.

Tenía que quitársela de la cabeza si no quería volverse loco. Seguramente la vida estaba castigándolo por haberse dejado distraer en su trabajo. La habían contratado para protegerla, no para acostarse con ella.

Debería haberse dado media vuelta nada más entrar a la tienda por primera vez. Había estado con muchas mujeres en su vida, pero por ninguna de ellas había sentido deseo a primera vista como le había pasado con Tessa.

El senador Rose había conseguido muchos contratos a la empresa de Jonas, Berringer Security, sobre todo después de que el hermano menor de Jonas hubiese evitado que el senador sufriese un secuestro hacía unos años. James Rose había acabado siendo casi un amigo. Por eso cuando les había pedido que protegiesen a su hija, Jonas y sus hermanos no habían podido negarse. Estaba a punto de aprobarse una ley que parecía no gustarle a todo el mundo, ya que ése era el motivo de que el senador y su familia estuviesen recibiendo amenazas. El caso era que Rose había confiado a Jonas el bienestar se su hija y él no había hecho bien su trabajo. Desde luego no estaba en su mejor momento.

Ya antes de empezar el trabajo, Jonas había hecho algunas averiguaciones sobre Tessa, como hacía siempre con todos sus clientes. Tessa era la hija rebelde del senador, un espíritu libre e inconformista. También era una mujer bellísima que estaba completamente fuera de su alcance.

Padre e hija tenían una relación bastante conflictiva. Aparentemente, Tessa era una de esas niñas ricas y mimadas que alardeaban de sus hazañas ante sus progenitores. Jonas había conocido bastantes a lo largo de los años. Tessa había tomado algunas decisiones poco acertadas en lo que se refería a las relaciones, entre otras cosas, pero todas ellas parecían tener el objetivo de provocar a su padre.

Sin embargo Jonas había descubierto que conociéndola más de cerca era una mujer muy distinta. Para empezar, ya no era ninguna niña, sino una mujer hecha y derecha que dirigía su propio negocio con gran éxito. A medida que iba conociéndola, no había podido evitar verla con otros ojos, aunque sabía que la relación con su padre seguía siendo difícil.

Era muy peligroso meterse entre el senador y su hija. Jonas tenía que elegir un bando y había optado por el de la persona que le pagaba. Además sabía que tener una relación con una clienta era un error que podía tener graves repercusiones.

Pero cuidar de Tessa había sido un trabajo más intenso que la mayoría de sus misiones porque durante varias semanas habían tenido que pasar día y noche juntos, prácticamente sin separarse el uno del otro. Siguiendo las órdenes del senador, no la había perdido de vista ni un momento, lo cual había hecho muy difícil controlar la química que había surgido entre ambos.

Tessa no parecía hacer demasiados esfuerzos y lo tentaba siempre que podía. Una noche, al volver de una tienda, Jonas se había dejado llevar por el deseo en el aparcamiento que había detrás de la tienda.

Había estado observándola toda la noche, bailando con sus amigos, con aquel vestido que se ajustaba deliciosamente a sus curvas. La había visto bailar con algunos hombres y eso había despertado en él la necesidad de hacerla suya de la manera más primitiva.

Ridículo, pero cierto.

Se había vuelto loco de celos y al volver a casa, ya no había podido aguantar más.

Estaba tan distraído que no se había percatado de que alguien los observaba desde un rincón del aparcamiento.

Aquel tipo se le había acercado por la espalda mientras él la abrazaba y le había dado un golpe en la cabeza que lo había dejado inconsciente. Tessa había peleado con uñas y dientes y había conseguido defenderse con un bate de béisbol que llevaba en el coche.

Jonas había despertado en el hospital, completamente ciego.

La primera voz que había oído después de que los médicos le informaran de su estado había sido la de Howie, el ayudante del senador. Por lo visto Rose no había podido ir a verlo.

Por lo que le había dicho Howie, estaba claro que Tessa les había contado que Jonas había metido la pata hasta el fondo. Peor aún, había hecho que pareciera que había sido él el que había intentado seducirla en lugar de concentrarse en protegerla.

Era evidente que lo había utilizado para vengarse de su padre por haberle puesto un guardaespaldas. Jonas había sabido desde el principio que a ella no le había hecho ninguna gracia la idea, el senador le había avisado de ello. Debería haberse dado cuenta de lo que pretendía Tessa y, para más humillación, se había quedado prendado de ella.

A Jonas nunca le había gustado Howie Stanton, pero era alguien importante en Washington y llevaba muchos años con el senador. Más de una vez se había fijado en que no dejaba de mirar a Tessa. Por más que se vistiera con trajes caros y ocupara un puesto de tanta importancia, seguía siendo un granuja.

Había sido precisamente Howie el que le había explicado cuáles eran los deseos del senador. Debía alejarse de Tessa para siempre si no quería sufrir las consecuencias y Jonas había percibido en su tono de voz lo mucho que había disfrutado siendo el portador de tales noticias.

Jonas había hecho lo que había ordenado el senador y no había vuelto a ver a Tessa, ni había hablado con ella, en el mes que había transcurrido desde el ataque. Tampoco tenía intención de hacerlo. Ya había cometido un error y no quería poner en peligro la reputación de Berringer Security. El senador podía hacerles mucho daño si se lo proponía.

Se levantó de la cama apoyándose en la mesilla de noche y fue hasta la máquina del aire acondicionado contando los pasos, pues sabía que eran siete los que la separaban de la cama. Aunque no le resultó fácil, consiguió bajar la intensidad del aire. Después echó mano del reloj, le quitó el cristal para poder tocar las manecillas y así averiguó que era la una de la tarde. Siempre había sido madrugador, pero últimamente dormía cuando podía y se despertaba a horas muy extrañas.

Sus hermanos, Garrett, Ely y Chance, estaban encargándose del negocio sin Jonas hasta que él recuperase la vista. Los médicos aseguraban que la recuperaría, pero por el momento no había ocurrido.

¿Qué pasaría si no recuperaba la vista? ¿Y si los médicos se habían equivocado? Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el aire acondicionado.

El golpe que había recibido en la cabeza le había dañado el nervio óptico, lo que le había causado una ceguera completa, pero temporal. El problema era que nadie sabía decirle cuánto duraría. Había consultado a cuatro especialistas y todos ellos le habían ofrecido las mismas explicaciones confusas sobre los misterios del cerebro.

Todos ellos le habían dicho que tuviera paciencia.

Se pasó la mano por un pelo que había dejado crecer demasiado y que le molestaba bastante con el calor. No se lo cortaba porque no le apetecía escuchar las frases de comprensión y lástima de su peluquero de siempre, ni de ninguna otra persona. Así pues, se había encerrado en su casa a la espera de que su vida volviera a la normalidad.

Echó mano de nuevo a la mesilla de noche en busca del teléfono móvil. Afortunadamente, era un modelo antiguo con un teclado convencional que podía utilizar sin ver, aunque a veces apretaba el botón que no era. Aún tenía el número de la tienda de Tessa en el número dos de la marcación rápida, después del de Berringer Security, pasó el dedo por encima como si quisiese tentarse a sí mismo. Sabía que debía borrarlo, pero todavía no había podido hacerlo.

Se marchó hacia la ducha maldiciendo entre dientes. Tarde o temprano la olvidaría. El problema era que la ceguera hacía que todo fuese más difícil y había disparado la atracción que sentía por ella. Estaba frustrado y aburrido, pero en cuanto recuperara la vista podría seguir con su vida y dejar atrás todo lo sucedido.

Quizá el golpe había impedido que cometiera un error aún mayor cuando todavía no estaban los dos desnudos en plena calle, donde cualquiera podría haberlos visto.

Apenas había abierto el grifo de la ducha cuando oyó que llamaban a la puerta suavemente. Siempre había tenido muy buen oído, antes incluso de quedarse ciego. Sin él, no habría sido capaz de sobrevivir en aquel negocio. Pero lo cierto era que su oído había mejorado ostensiblemente, lástima que fuera a costa de perder la vista.

Se puso una toalla a la cintura y cerró el grifo. Seguramente sería uno de sus hermanos, que querría sacarlo de la cama para acompañarlo a la cita médica que tenía esa tarde. Era tremendamente frustrante no poder ir solo a ninguna parte y necesitar ayuda para todo.

Abrió la puerta y volvió al salón.

—Lo sé, me he quedado dormido, pero aún queda una hora para la consulta. Dame unos minutos para ducharme y podremos irnos —dijo.

—¿Jonas?

Se detuvo en seco al oír aquella voz. Ahora no estaba soñando, o eso creía.

—¿Tessa? —preguntó con una voz ahogada que no parecía la suya. Se dio la vuelta hacia la voz con la certeza de que era de verdad, pues podía sentir su olor a miel y almendras. Se le había acelerado el corazón—. ¿Qué demonios haces aquí?

—Vaya, ese saludo haría sentirse bienvenida a cualquier chica —respondió Tessa Rose con un sarcasmo con el que pretendía ocultar los nervios que sentía.

Respiró hondo, en parte para reunir valor y en parte porque se había quedado sin respiración al ver a Jonas por primera vez desde la noche de la agresión.

Estaba más delgado y llevaba el pelo más largo, casi rozándole los hombros. Solo llevaba una pequeña toalla blanca alrededor de las caderas. Sin darse cuenta, Tessa se pasó la lengua por los labios, pero enseguida trató de olvidarse del deseo que siempre la invadía en cuanto miraba esos ojos oscuros.

Pero había algo extraño.

La había mirado al abrir la puerta y sin embargo, al darse la vuelta, le había hablado como si se dirigiera a otra persona.

—Estás ciego —murmuró, horrorizada.

—Sí.

Percibió la tensión de sus músculos al apartar su rostro de ella. Se sentía herido y avergonzado. Sin duda le resultaba incómodo que lo viera en esa situación tan vulnerable.

—No lo sabía.

—¿No te lo dijo tu padre? Claro, supongo que se enfadó tanto que ahora no te cuenta muchas cosas.

Había mucha amargura en esas palabras.

Al principio a Tessa no le había hecho ninguna gracia la idea de tener un guardaespaldas. Para ella era casi un reflejo oponerse a su padre. Sabía que era un magnífico político, pero estaba obsesionado con controlarlo todo, incluyendo la vida de su hija. Decir que no se habían llevado habría sido quedarse corto, pero, aunque aún tenían algunos problemas, las cosas habían mejorado mucho entre ellos desde la muerte de su madre dos años antes.

El senador era capaz de manipularlo todo para que su imagen saliera beneficiada y decir después que era necesario para su carrera. Tessa llevaba toda la vida rebelándose contra su control y reconocía que no siempre lo había hecho de la mejor manera. Claro que tampoco su padre había jugado limpio en todo momento.

Con el tiempo habían conseguido alcanzar una tregua, pero principalmente porque Tessa vivía en Filadelfia, donde dirigía su negocio, y su vida, como quería, y él se había quedado en la ciudad de Washington. Se veían cuando estaban de vacaciones y con eso bastaba.

Habían tenido una discusión cuando su padre le había dicho que iba a enviarle un guardaespaldas, pero Tessa había terminado por ceder al ver que realmente estaba preocupado por ella. Parecía convencido de que aquellas amenazas eran realmente serias.

Tessa había esperado un tipo rígido vestido de traje, pero había aparecido Jonas, con su más de metro ochenta de estatura, sus misteriosos ojos y esa sensualidad arrolladora que desprendía su imagen con vaqueros gastados y cazadora de piloto.

Una imagen que había despertado su instinto de chica traviesa.

Cuando estaba con él, sentía la chispa de la química que experimentaba siempre que daba con una nueva fragancia.

El olfato era el sentido más primario. Los aromas podían atraer o repeler, ése era el principio más básico de la química natural, la base de muchas estrategias de supervivencia. Pues bien, Jonas y ella eran una combinación perfecta, Tessa lo había sabido en cuanto se habían mirado el uno al otro por primera vez.

Pero era evidente que Jonas no había sentido lo mismo. Había mantenido las distancias y la había tratado con absoluta frialdad, pero Tessa había visto el deseo en sus ojos cuando él creía que no lo miraba. Eso no había hecho más que provocarla y jamás se detenía cuando deseaba algo. En eso se parecía mucho a su padre. Se había propuesto conseguir que el guapísimo guardaespaldas perdiera el control y, aunque le había resultado más difícil de lo que había imaginado, lo había logrado aquella noche en el aparcamiento.

Habían ido a la fiesta de cumpleaños de un amigo, para lo cual se había puesto el vestido más sexy que tenía. Jonas le había dicho que no creía que debiera ir, ella le había respondido que iba a ir y que, si él quería acompañarla, sería bienvenido. Tessa se había vestido para él. Había bailado para él y lo había provocado de todas las maneras posibles. Y había estado a punto de rendirse… hasta que habían llegado a casa. Él no había dicho ni palabra en todo el camino de vuelta, pero al salir del coche, la había abrazado de pronto y la había besado hasta dejarla sin aliento.

Tessa no se había retirado, ni él tampoco.

Había colado las manos bajo su vestido al tiempo que la apretaba contra su erección y la envolvía en su aroma masculino, que la había embriagado como una droga. Pero entonces se había estropeado todo.

—No deberíamos hacerlo —le había susurrado al oído.

Mientras ella se había permitido tocarlo como llevaba semanas soñando. Todo en él era grande y fuerte, y ella lo deseaba.

—Quizá por eso es tan increíble —le había respondido y jamás olvidaría el deseo que había visto en sus ojos al oír aquello.

Estaban el uno en brazos del otro cuando aquel tipo había golpeado a Jonas por la espalda, dejándolo inconsciente. Tessa se había quedado sola para enfrentarse al agresor, un extremista político capaz de cualquier cosa para protestar contra las medidas que estaba tomando su padre. Aún podía sentir el miedo que se había apoderado de ella al pensar que Jonas podía haber muerto y que ella sería la siguiente.

Por suerte se había acordado del bate de béisbol que llevaba en el coche desde que había ido a jugar con sus amigos ese verano. La adrenalina la había ayudado a vencerlo.

En un primer momento, al no recibir noticias de Jonas y que nadie le dijera nada de él, Tessa había pensado que simplemente estaría tratando de pasar inadvertido porque la noticia había parecido en todos los medios, al menos lo relativo a su padre y a ella. En realidad era como si los Berringer no hubieran tenido nada que ver, ni existieran siquiera; seguramente por eso eran tan eficientes. Sabía por experiencia que muchas empresas de seguridad estaban más interesadas en conseguir la popularidad que les garantizaban sus clientes que en protegerlos realmente.

Berringer Security no era así. Era una empresa seria que siempre anteponía la seguridad los clientes por encima de cualquier otra cosa. Tessa había buscado información sobre Jonas en Internet, pero no había encontrado prácticamente nada: solo un par de artículos de la época en la que había pertenecido al cuerpo de policía y la página web de la agencia, en la que se daban los mínimos datos posibles.

No había tardado en darse cuenta de que Jonas no estaba simplemente tratando de pasar inadvertido. No quería saber nada de ella.

El día de la agresión su padre estaba fuera de la ciudad y Tessa tenía por costumbre no acercarse demasiado a Howie para no alentarlo. El ayudante de su padre se le había insinuado varias veces. Ella le había dejado muy claro que no le interesaba, pero no parecía dispuesto a aceptar la negativa.

Tampoco había conseguido que los hermanos de Jonas le contaran nada, seguramente porque la culpaban de haberlo distraído, lo que había estado a punto de costarle la vida. Y tenían razón de hacerlo. Había ido a verlo con la intención de disculparse, pero se había encontrado con algo que no esperaba.

—Lo siento mucho, Jonas —le dijo con una especie de murmullo que la devolvió al presente.

Se acercó a ella con un gesto feroz en el rostro. A pesar de no ver, cubrió el espacio que los separaba y la agarró de los hombros sin titubear.

—Déjalo, Tessa. Lo que menos necesito en estos momentos es compasión, ni la tuya ni la de nadie.

—¿Qué es lo que quieres entonces?

—Que te vayas y no vuelvas más —respondió tajantemente.

Tessa le tomó el rostro entre ambas manos y, a pesar de su gesto, no se apartó de él. No tenía la menor intención de marcharse.

—Jonas, lo que ocurrió aquella noche entre nosotros fue…

—No fue nada —la interrumpió—. ¿Qué haces aquí? ¿Es que no has hecho ya suficiente?

—¿Qué quieres decir? —no comprendía por qué le hablaba en ese tono—. He venido a disculparme.

—Vamos, Tessa. Tu padre me dejó muy claro que desde el principio no querías tener guardaespaldas y me advirtió de que podías ponerte muy… difícil. ¿Qué pensaste, que acostarte conmigo era la manera más sencilla de molestar a tu padre y conseguir que me relevaran del trabajo? ¿O lo hiciste solo para divertirte? ¿Estabas aburrida?

—Todo eso es mentira —afirmó, abatida.

—Lo que ocurrió aquella noche no debería haber ocurrido. Soy el único responsable de ello, pero no pienso volver a cometer el mismo error.

La mala opinión que, evidentemente, tenía de ella le dolió más de lo que habría imaginado. ¿Tanto se odiaba a sí mismo por haberse dejado llevar, por desearla?

—Si no recuerdo mal, tú me deseabas tanto como yo a ti, Jonas.

Hizo una larga pausa antes de asentir.

—Fue un descuido momentáneo. Suele pasar cuando se te lanza a los brazos una mujer casi desnuda —añadió con extrema dureza.

—Comprendo —dijo ella mientras le pasaba el dedo por el pecho, donde podía sentir los fuertes latidos de su corazón, tan intensos como los de ella. Estaba enfadada, herida y no iba a permitir que la tratara así.

Tenía un cuerpo perfecto. Su piel, aún bronceada por el sol, era cálida y firme como sus músculos, que se tensaban allí por donde ella pasaba la mano. No tenía ni un gramo de grasa en todo el cuerpo. Él le agarró las muñecas y le apartó las manos.

—Para, Tessa. Basta de juegos.

Sintió su pulso acelerado y supo que seguían afectándole sus caricias.

—No, Jonas —susurró ella sin impedir que la agarrara, pero aprovechando el momento para levantar la cara y besarlo en los labios inesperadamente—. No es ningún juego.

Él se resistió. Se quedó rígido y puso los labios duros hasta que ella se los acarició con la lengua al tiempo que suspiraba suavemente. Respiró hondo para inhalar al máximo su olor a sándalo, jabón y sudor.

—Me vuelves loca. Lo sabes, ¿verdad?

Él maldijo contra sus labios, le apretó las muñecas, pero luego se las soltó y la abrazó con fuerza, atrayéndola contra sí para besarla apasionadamente. Se hizo con el control de la situación con un beso que más bien parecía un castigo.

Tessa se entregó a él hasta que se separaron unos segundos después, los dos sin aliento.

—¿Es esto lo que quieres, Tessa? —le preguntó él.

Ella hizo una pausa antes de responder. Se fijó en la palpable excitación que se intuía bajo la toalla. No era completamente inmune a ella.

¿O acaso era, como él mismo había dicho, que cualquier hombre habría reaccionado del mismo modo?

—Así no —dijo por fin, consciente de que en él no había ni rastro del deseo y la ternura que había visto otras veces.

Él meneó la cabeza.

—¿Sabes lo que más me molesta? Que seas capaz de presentarte aquí con la intención de conseguir lo que quieres sin pararte a pensar siquiera en las consecuencias que puede tener para los demás. No te importa a quién perjudique con tal de poder restregárselo por la cara a tu padre.

—Eso no es cierto. Mi padre te respeta, si no, no te habría encargado que me protegieras. Además, él y yo ya no tenemos esa clase de relación.

—Claro. Como si no hubieras estado deseando restregarle lo que pasó aquella noche. Al fin y al cabo, yo solo soy un gorila, no soy precisamente el hombre con el que al senador le gustaría que acabases.

—Eso no es asunto de mi padre y yo no…

—Si has venido por más, olvídate de ello. Preferiría que no me utilizases para molestar a tu padre.

—Lo que haya entre nosotros no tiene nada que ver con mi padre —aseguró, con frustración.

—Entre nosotros no hay nada.

—Pero podría haberlo.

—De eso nada —insistió obstinadamente.

Tessa dio un paso atrás, herida por su rechazo, pero incapaz de aceptar que entre ellos no hubiera nada.

—Bueno, si decides cambiar de opinión, ya sabes dónde estoy. Pero no te voy a esperar indefinidamente, Jonas.

Salió de su casa y él no dijo nada más.

2

3:00 p. m.

Era la cuarta vez que la enfermera de la consulta del oftalmólogo chocaba contra Jonas de camino al despacho del médico y volvió a hacerlo una vez dentro.

Tenía la voz bonita y una agradable fragancia a jazmín y vainilla, además de un pecho generoso, por lo que notó cuando pasó junto a él para abrirle la puerta.

Una vez dentro del despacho y justo cuando entró el médico, la enfermera aprovechó para ponerle un papel en la mano y decirle:

—Llámame. Podemos tomarnos una copa. Seguro que puedo darte algunos consejos para moverte por ahí sin ver.

—No lo dudo —respondió Jonas riéndose, pero lo cierto era que aquella propuesta lo había dejado frío porque solo podía pensar en Tessa, a quien maldijo una vez más por haber ido a verlo.

Ni siquiera sabía cómo había conseguido su dirección, aunque seguramente la hija de un senador disponía de buenos contactos. Siempre era útil conocer gente en los centros de poder… hasta que uno hacía algo que no era del agrado de dicha gente.

—Hola, Jonas —le dijo el doctor Matt Sanders, a quien Jonas conocía desde hacía tiempo, pero no como paciente—. Espero que no tengas intención de aceptar la invitación de mi enfermera —le dijo en tono distendido mientras comenzaba a examinarle los ojos—. ¿Ves algo? ¿Alguna sombra o luz?

—No, nada —respondió Jonas tratando de parecer tranquilo—. ¿Por qué no debería llamarla?

Matt se echó a reír.

—Porque está intentando ponerme celoso, por eso ha esperado a decírtelo hasta que yo estuviera aquí. Seguramente no haya nada escrito en ese papel.

—O sea que vosotros dos…

—Aún no lo sé —admitió Matt.

—Bueno, ¿qué tal lo ves?

—Seguramente le pida que salga conmigo, pero no quiero perderla como enfermera, es muy buena.

—Me refería a mis ojos —aclaró Jonas—. No te preocupes por tu enfermera, ahora mismo no me interesa salir con nadie. Es toda tuya.

—Vaya, gracias —respondió el médico sin apartarse de él—. ¿Has tenido dolor de cabeza o náuseas?

—No.

—Bueno, tiene mucho mejor aspecto. La inflamación casi ha desaparecido, seguramente lo que hace que persista la ceguera es el hematoma. Puede tardar algún tiempo en desaparecer, pero si dentro de unas semanas no ha mejorado haremos más pruebas.

Jonas permaneció completamente inmóvil, pero se le quedaron las manos heladas. Matt hablaba en ese tono tan neutro que utilizaban los médicos para no preocupar a los pacientes y que lo único que conseguía era volverlos más paranoicos. Aunque eso no era nada difícil últimamente, en el caso de Jonas.

—¿Quieres decir que podría ser permanente?

—No. Jon, te aseguro que si creyera que cabe la posibilidad de que no recuperes la vista, te lo diría sin rodeos.

Jonas volvió a respirar con normalidad al escuchar eso y sentir la mano de su amigo en el hombro. Jonas no era especialmente dado a las muestras físicas de afecto, pero desde que había perdido la vista, el sentido del tacto había adquirido una importancia completamente nueva. Ahora agradecía enormemente cualquier contacto físico y, en los momentos más oscuros y difíciles, casi lo necesitaba.

—El sistema nervioso es muy delicado e impredecible —continuó explicándole Matt—. Cada persona necesita un tiempo para recuperarse. El cerebro te avisará cuando esté preparado para que tus ojos vuelvan a funcionar. Dale unas semanas más y, si para entonces no has recuperado al menos parte de la visión, aunque lo más probable es que sí, veremos qué hacer, ¿de acuerdo? Ten paciencia. Ese tipo estuvo a punto de abrirte la cabeza. Podría haber sido mucho peor.

Jonas asintió, aferrándose a ese «lo más probable es que sí». Siempre se había considerado una persona con paciencia, pero ahora ya no estaba tan seguro. Primero Tessa y luego aquel problema con su vista le habían demostrado lo contrario.

—Está bien, esperaré unas semanas —declaró, poniéndose en pie.

—Cuídate, Jonas, y avísame inmediatamente si hubiera algún cambio. Pide cita para dentro de dos semanas.

—Muy bien —no tardó en encontrar el picaporte de la puerta a tientas—. Una cosa, Matt.

—Dime.

—Tu enfermera está perdiendo la paciencia.

—¿Por qué lo crees?

—Porque sí que hay algo escrito en el papel —dijo mientras lo tocaba dentro del bolsillo—. Distingo al menos tres números —se lo dio y lo dejó pensando en ello.

Afuera lo esperaba su hermano Garrett, que parecía preocupado cuando le preguntó qué le había dicho el médico.

—Bueno, hay que ser optimistas —dijo Garrett después de escuchar el resumen de la consulta—. En cualquier momento podrías empezar a ver.

—Sí, no hay motivo para pensar lo contrario.

—Chico listo.

—Más que tú, desde luego —bromeó Jonas dándole un puñetazo en el brazo a su hermano, que se echó a reír.

—Tienes buena puntería para estar ciego.

—Pórtate bien o te daré más arriba —replicó Jonas y los dos se echaron a reír.

Sentaba muy bien reírse un poco. ¿Qué otra opción tenía? Su familia había vivido momentos difíciles. Pertenecían a la clase trabajadora más humilde, aunque sus padres habían trabajado como mulas para darles todo lo necesario a sus cuatro hijos. Habían pasado varias crisis a lo largo de los años, pero las habían afrontado juntos con amor y sentido del humor.

Aquélla no sería diferente. El no ver hacía que Jonas se sintiera extraño incluso entre los suyos porque todo el mundo le trataba de un modo diferente y eso no le gustaba.

—¿Así que Tessa se presentó sin más? —le preguntó Garrett de repente.

Su hermano había llegado a su casa justo cuando Tessa se marchaba. En ese momento Jonas no se había sentido con fuerzas para hablar de ello y Garrett lo había dejado pasar. Seguía sin querer hacerlo, pero sabía que su hermano seguiría insistiendo.

—Vamos a comer algo —propuso Jonas, que no había comido nada en todo el día, y después resopló antes de decidirse a responder—. Sí, se presentó sin más.

—Sabía que me gustaría esa chica —dijo Garrett y Jonas sintió que lo decía sonriendo—. Y sabía que también a ti te gustaba —añadió.

Jonas no dijo nada. Su hermano era un romántico incorregible.

El deseo sexual no tenía nada que ver con el romanticismo, pero debía admitir que durante las últimas semanas, había visto muchas cosas en Tessa que le gustaban. Más de las que esperaba y de lo que le habría querido.

Se tomaba muy en serio su trabajo, igual que él. Era evidente que era muy atenta con sus clientes y con sus amigos y parecía querer mucho a su padre, a pesar de sus diferencias. Era una mujer extrovertida, sexy y sociable, pero no tenía nada que ver con la persona egoísta e insensata que había imaginado en un principio. Al menos eso era lo que había creído hasta que ella le había demostrado lo equivocado que estaba.

Había muchos motivos para mantenerse alejado de sus clientes, de las personas a las que debía proteger. Las mujeres en especial, incluso las casadas, tenían cierta tendencia a enamorarse de sus guardaespaldas. Jonas jamás se había dejado llevar, hasta que había conocido a Tessa.

—Ya sabes lo que hizo, Gar. No tendría por qué haberle contado a nadie lo que había pasado entre nosotros. Pero la culpa es mía por morder el anzuelo.

Garrett no pudo responder nada a eso. Lo cierto era que perder a un cliente como el senador era un serio golpe para la empresa.

—Creo que deberías concederle el beneficio de la duda. Ha venido varias veces por la oficina a buscarte y, no sé, Jon, no me encaja que hiciera algo así. A lo mejor hay algo más.

—¿Cómo explicas entonces que su padre me advirtiera que debía alejarme de ella?

—Tienes razón. Lo que ocurre es que se te veía distinto durante las semanas que estuviste con ella. No sé por qué, pero pensé que podría ser la persona ideal para ti.

—Sinceramente, Gar, después de todo lo que has pasado, me sorprende que sigas siendo tan romántico.

Jonas escuchó el silencio de su hermano, más elocuente que cualquier otra respuesta.

—Perdona, no debería haberte dicho eso.

—No pasa nada —dijo Garrett—. Tienes razón. Lainey y yo fuimos muy felices durante unos años, la perdí demasiado pronto, pero eso no quiere decir que no mereciera la pena lo que vivimos juntos. Tú mereces vivir esa maravilla con una mujer. Pasas demasiado tiempo solo.

Jonas no respondió, pero lo cierto era que las palabras de su hermano le habían hecho pensar.

Garrett y él era muy diferentes a pesar de ser hermanos. Su esposa había muerto en un accidente de coche mientras él estaba trabajando y su pérdida había estado a punto de acabar con Garrett. Había conseguido salir a flote y, por lo que veía Jonas, sería capaz de volver a encontrar la felicidad algún día. Desde luego era lo que Jonas esperaba. Garrett estaba hecho para ser padre y esposo.

Jonas no veía nada parecido en su futuro, aunque la familia fuese lo más importante para él. El ayudante del senador le había dejado muy claro que, si volvía a acercarse a Tessa, su empresa, sus hermanos y todo por lo que había trabajado se verían afectados por las consecuencias. Jonas no podía arriesgarse a que sucediera algo así.

—Deberías venir a la oficina y ponerte al día con los casos nuevos —sugirió Garrett, cambiando de tema.

—Puede ser —respondió Jonas.

No había nada que le apeteciese más que volver al trabajo, pero creía conveniente ocultar lo ocurrido. El hecho de que los clientes se enterasen de que había cometido semejante error estando de servicio podría perjudicar enormemente a la empresa; los clientes podrían dejar de confiar en ellos y en su capacidad para hacer bien su trabajo.

Jonas supo por el delicioso olor a comida que habían llegado a su cafetería preferida. Tuvo que servirse del bastón para llegar hasta la mesa. El bastón le resultaba imprescindible para moverse por lugares desconocidos o llenos de obstáculos.

—No es más que un bastón, Jonas —le dijo su hermano, adivinando su incomodidad—. La gente ni lo ve. Hoy en día la mayoría de los ciegos puede llevar una vida completamente normal.

—Yo no soy ciego, es algo temporal —espetó Jonas, pero enseguida se arrepintió de haber utilizado ese tono.

Garrett tenía razón, el problema era que Jonas estaba muy tenso, aunque esa palabra se quedaba corta para describir el estado emocional en el que lo había dejado Tessa.

Había tenido que recurrir a toda la fuerza que llevaba dentro para no llevársela a la cama en ese mismo momento. La deseaba enormemente y eso hacía que se sintiera furioso consigo mismo. ¿Cómo podía sentirse tan atraído por una mujer tan manipuladora? Pero lo cierto era que, si por él hubiera sido, habría ocurrido.

Todo era culpa del deseo reprimido y la frustración, o al menos eso era lo que se decía a sí mismo una y otra vez.

Desde luego el hecho de que estuviera ciego no parecía haber desanimado a Tessa, pensó Jonas, recordando la pasión que había percibido en ella. Aún llevaba su olor en la piel. Quizá había acudido a su apartamento con la intención de terminar lo que habían empezado la noche del ataque.

—Aunque no sea con Tessa, tienes que salir más —continuó diciéndole Garrett—. Estás ciego, pero no en cuarentena. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una cita?

—Mira quién habla —respondió Jonas.

—Yo he tenido algunas citas, pero mi situación es diferente.

Jonas frunció el ceño.

—Pues yo no tengo citas, hay muchas mujeres con las que puedo estar con solo llamarlas.

—¡Qué romántico!

—Déjalo ya, Garrett. ¿Podemos hablar de los casos que tiene la empresa, o del tiempo, o de cualquier cosa que no sea mi vida sentimental? Estás consiguiendo que lamente no haberme quedado sordo también.

Su hermano se echó a reír. Afortunadamente, la conversación se vio interrumpida por la llegada de la comida. Los sándwiches estaban tan ricos como siempre, pero Jonas empezaba a hartarse de comer cosas para las que no necesitara utilizar cubiertos. En cuanto recuperara la vista, llamaría a alguna de las mujeres que acababa de mencionar y se iría a cenar a un buen restaurante italiano, así mataría dos pájaros de un tiro. Sabía que si conseguía volver a su vida normal, se acabaría aquella obsesión que tenía con Tessa.

—Parece ser que se aproximan fuertes tormentas —comentó Garrett—. El cielo ya está poniendo gris.

A Jonas le encantaban las tormentas de verano, con toda esa explosión de energía.

—¿En qué andan Ely y Chance?

—Están los dos de misión. Yo he estado haciéndome cargo de la oficina —le explicó Garrett.

Siempre lo hacían así, tres de los hermanos salían de misión y otro se quedaba en la oficina e iban cambiando. No querían contratar a nadie que hiciera el trabajo administrativo, pues creían que así todo era más seguro, que era de lo que se trataba.

Ely era el más serio de los cuatro, el segundo más joven acababa de regresar de Afganistán, donde había estado destinado como marine. Había estado a punto de volver a marcharse, pero después de recuperarse de las heridas que le había provocado un artefacto explosivo que podría haberlo matado, había decidido quedarse en casa.

Toda la familia había estado muy preocupada durante el tiempo que había durado su misión en Afganistán y ahora se sentían muy aliviados de que Ely hubiese vuelto a casa para siempre.

Chance era el más pequeño de la familia y al que más le gustaba el peligro; siempre estaba dispuesto a lanzarse de un precipicio, conducir a toda velocidad o volar tan alto como fuese necesario. También era un experto en tiro y en artes marciales. Jonas siempre le decía que se esforzaba tanto para compensar por ser el más joven y el más bajito de todos los hermanos, aunque midiera casi un metro ochenta. Chance era quizá el más eficiente porque no tenía miedo a nada.

Sin embargo Jonas había cometido una tremenda negligencia al haber estado a punto de acostarse con Tessa, pero lo peor era que, con su error, la había puesto en peligro. Jamás se habría perdonado si le hubiera pasado algo a ella, del mismo modo que estaba seguro de que tampoco lo perdonaría el senador. Solo esperaba que, con el tiempo, pudieran volver a hacer negocios juntos.

Al salir a la calle, la humedad del ambiente era casi asfixiante, aunque soplaba una ligera brisa cálida. Jonas podía oír los truenos a lo lejos, acercándose, precedidos por unas gotas que ya habían empezado a caer.

Garrett tenía que volver a la oficina, lo cual dejaba a Jonas en la difícil situación de todos los días. No sabía qué hacer sin poder trabajar y eso le creaba una enorme ansiedad. Solía hacer ejercicio, escuchar libros o la televisión, pero resultaba muy frustrante no ser de utilidad para nadie y lo cierto era que en la oficina no había mucho que él pudiera hacer.

Ya en el coche, oyó las enormes gotas de lluvia que se estrellaban contra el cristal. Garrett empezó a decir algo, pero se vio interrumpido por el estruendo de un trueno al que siguió un fuerte rayo que obligó a Garrett a pisar el freno y detener el coche en seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Jonas.

—Acaba de caerse un árbol —respondió su hermano con voz de preocupación—. Se ha partido en dos y ha dejado la calle bloqueada delante de nosotros. La tormenta se acerca muy deprisa. Estamos más cerca de la oficina que de tu casa, así que será mejor que vayamos allí.

Jonas asintió con gesto distraído pues, aunque no debería ser así, seguía pensando en Tessa. Volvió a sentir su aroma en la piel y su sabor en los labios. La energía eléctrica que había dejado el rayo en el aire debió de exacerbar su recuerdo.

Encendió la radio para escuchar lo que decían de la tormenta y tratar de olvidar a Tessa, pero tenía la sensación de que iba a necesitar mucho tiempo para conseguirlo.

—Lydia, te prometo que no tenía ni idea. Me he quedado de piedra. ¿Por qué no me lo dijo nadie? —se preguntó Tessa por cuarta vez mientras iba de un lado a otro del taller—. Y todo por mi culpa. Mi padre debía de saberlo, podría habérmelo dicho.

Empezaba a llover con fuerza y el cielo se había oscurecido por completo. El tiempo estaba en consonancia con su estado de ánimo.

Lydia Hamilton, la propietaria de la tienda de tatuajes que había junto a Au Naturel, miraba a Tessa con gesto comprensivo.

—Tu padre estaba de viaje y ya sabes cómo es. No es culpa tuya, Tessa. Su trabajo es así, consiste en correr riesgos a diario —le dijo Lydia con su habitual franqueza—. Pero la verdad es que una lástima porque era muy guapo.

—Sigue siéndolo. Está ciego, no muerto —le recordó Tessa, dando las gracias al cielo por ello.

Ése era uno de los motivos por los que siempre se había opuesto a que su padre le mandara un guardaespaldas; no soportaba la idea de que alguien pudiera morir para protegerla. Ella no era tan especial.

—Jonas estaba tan… enfadado. No sé por qué, creer que lo utilicé para vengarme de mi padre.

—Bueno, quizá porque era el tipo de cosas que solías hacer en otro tiempo —le recordó su amiga con una mirada de reprobación.

—Sí, cuando tenía veinte años, pero de eso hace ya mucho tiempo. No tardé en darme cuenta de que esos tipos con los que salía para molestar a mi padre no iban a hacerme feliz. No comprendo por qué Jonas piensa eso. Creía que nos conocíamos bastante bien y que había empezado a gustarle —o quizá algo más que eso.

—Ha perdido la vista y supongo que aún estará en estado de shock. La gente reacciona de maneras muy extrañas ante ese tipo de traumas. A lo mejor solo necesitaba arremeter contra alguien y te ha tocado a ti.

—Puede ser. Pero parecía tener muy claro por qué estaba enfadado conmigo.

Tessa jamás habría imaginado que Jonas hubiera salido tan mal parado del ataque de aquella noche. Recordó lo contenta que se había sentido al oírlo hablar mientras lo metían en la ambulancia. Había querido acompañarlo, pero la policía había tenido que hacerle algunas preguntas sobre lo sucedido, después su padre había enviado a Howie a comprobar qué tal estaba todo y el resto de la noche había sido un caos. Había pasado horas con la prensa y tratando de deshacerse de Howie.

—Supongo que tienes que darle tiempo —le recomendó Lydia—. Seguro que se le pasa.

—No debería haberme lanzado en sus brazos, no creo que eso haga que mejore la opinión que tiene de mí. Me estaba molestando tanto que se empeñara en decir que no había nada entre nosotros.

—Que decidiste demostrarle que no era así.

—Sí.

—No sé, pero por el modo en que te miraba, hasta un tonto se habría dado cuenta de que estaba loco por ti —aseguró Lydia.