Hasta que me ames - Brenda Novak - E-Book
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Hasta que me ames E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

Tras haber pillado a su prometido engañándola… con otro hombre, Ellie Fisher había decidido disfrutar de una apasionada noche con un alto y oscuro forastero. Avergonzada por su comportamiento, a la mañana siguiente se había marchado a hurtadillas sin saber siquiera el nombre completo de su amante, algo que no debería haber supuesto mayor problema… hasta que el test de embarazo dio positivo. Jugador profesional de fútbol americano, Hudson King siempre se había mostrado cauteloso con las mujeres. Pero esa era distinta, tan poco interesada en su fama como interesada en su persona. Cuando Ellie lo encontró, asegurando que era el padre de su bebé, se quedó estupefacto. Y, aunque se sintió más que un poco traicionado, estaba dispuesto a compartir la custodia. Hudson tenía mucho amor que ofrecer, desde luego de sobra para su bebé y, si la llama volvía a prender, quizás lo tuviera también para Ellie. "Una vez que visites Silver Springs, nunca querrás irte". Robyn Carr, autora best seller de The New York Times

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Brenda Novak, Inc.

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hasta que me ames, n.º 184 - 10.4.19

Título original: Until you loved me

Publicada originalmente por Mira Books

© De la traducción del inglés, Amparo Sánchez Hoyos

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-790-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

Querido lector,

 

Bienvenido a Silver Springs, una población de cinco mil habitantes. Me encanta escribir esta nueva serie, sobre todo porque disfruto con los héroes heridos, y el rancho para chicos en el límite de mi ciudad inventada, al sur de California, situada a unos noventa minutos al noroeste de Los Ángeles, me surte convenientemente de ellos. Hudson King, el héroe de esta novela, fue abandonado al nacer en Bel Air, la zona más rica del estado. Nadie sabe quién lo abandonó, ni por qué. Pero ya no es un huérfano despreciado, sino uno de los mejores quarterback de la liga nacional de fútbol americano, logrando lo que muchos otros solo podrían soñar con lograr. Lo tiene todo. Casi. Sigue buscando respuestas, sigue buscando a la persona, o personas, que lo abandonó para que muriera hace muchos años. Necesita saber por qué. El problema es que lo que averiguará le hará desear no haber resuelto el misterio. Lo bueno es que tiene a su lado a la persona adecuada, la científica Ellie Fisher…

 

Me encanta recibir mensajes de mis lectores. Si tienes Facebook, me encontrarás en www.Facebook.com/brendanovakauthor. Puede que te interese unirte a mi grupo de lectura online, formado por más de seis mil fanáticos de los libros. También hacemos muchas cosas divertidas, sudaderas y camisetas del grupo, marcapáginas personalizados y autografiados, todos los meses. «Cajas del lector profesional», un programa para cumpleaños, un evento anual «en persona», un pin conmemorativo para todo el que haya leído más de cincuenta novelas Novak, ¡y mucho más! Toda la información está en mi página web (www.brendanovak.com). Marca la página Book Group y allí encontrarás el enlace para darte de alta. Y ya que estás en ello, no olvides añadir tu nombre a mi lista de correo. Me encantará enviarte noticias de ventas, libros nuevos y otras cosas.

 

Felizmente hasta siempre…

Brenda Novak

 

 

 

 

 

Dedicado a mi esposo, que me escucha y ofrece consejos cada vez que le leo mis novelas… y le he leído las sesenta que he escrito.

¡En ocasiones las ha tenido que oír dos o tres veces!

En eso consiste ser un verdadero héroe.

Prólogo

 

 

 

 

 

Deslumbrado por el brillante sol que atravesaba el parabrisas delantero, el hombre conducía lentamente por Bel Air, California. Allí había mucho dinero. Él ni siquiera podía permitirse el alquiler de su diminuto apartamento de un dormitorio, mientras que esas personas eran dueñas de fincas que abarcaban más de dos mil metros cuadrados. No era justo.

El bebé, de tan solo unas pocas horas de vida, envuelto en una andrajosa manta y tumbado en el asiento delantero, empezó a revolverse. No iba en un portabebés. No tenía ninguno. Y no iba a gastar dinero en algo que no le hacía falta.

–No llores –murmuró casi sin aliento–. Ni te atrevas a llorar.

No soportaba el sonido. Para él era como el arañar de uñas contra una pizarra. Tenía que deshacerse de ese crío antes de que empezara a hacer ruido. Un ruido que llamaría la atención.

Había decidido llevarlo a la casa más alejada. Había estado en dos ocasiones en esa mansión y se le ocurrió que las mujeres que vivían allí podrían ser lo bastante empáticas como para acoger a un bebé abandonado. Pero el pequeño se estaba despertando, de modo que detuvo el coche, miró a ambos lados de la tranquila calle, y agarró el pequeño bulto.

Solo le llevó unos segundos esconder al recién nacido bajo el seto más cercano. No se atrevió a acercarse más a la casa rodeada por ese seto. Ni podía perder el tiempo, ni arriesgarse a ser visto. Por la tarde el barrio estaba muy tranquilo, pero siempre había empleados entrando y saliendo…

Oyó que el bebé empezaba a protestar y se apresuró. Tras entrar de nuevo en el coche, arrancó.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Treinta y dos años después

 

–Pareces aburrida.

–¿Qué? –Ellie Fisher se obligó a sonreír a su mejor amiga–. ¡Yo no estoy aburrida! –tuvo que gritar para ser oída por encima de la música que reverberaba en paredes y techo. No entendía por qué los lugares para solteros tenían que tener la música tan alta. Ciento veinte decibelios hacían que resultara casi imposible mantener una conversación, y por fuerza tenía que lastimar los oídos, pero optó por no mencionarlo. Conocía de sobra la reacción de Amy, su mejor amiga de toda la vida, y de Leslie, a la que acababa de conocer. Además, tras el trauma emocional que había sufrido la semana anterior, no se habría sentido mucho mejor en ninguna otra parte–. ¡Me lo estoy pasando muy bien!

–Sí, claro, se nota –Amy frunció los labios.

Después de ser inseparables durante toda primaria, Amy y ella se habían distanciado en secundaria, tomando caminos muy diferentes. Amy se había convertido en la típica animadora, popular, sociable y divertida, optando por estudiar estética en lugar de ir a la universidad. Trabajaba en un exclusivo salón de belleza en Brickell, un barrio de Miami. Ellie nunca había sido tan popular, sobre todo entre los chicos, y hasta hacía poco tampoco le había importado. Siempre había preferido estudiar a ir de fiesta, siendo la mejor estudiante, aceptada en Yale, donde había estudiado la carrera y el posgrado. Tras acabar los estudios se había sumergido en la investigación en inmunología para hallar una cura para la diabetes. Su tía favorita había perdido una pierna por culpa de la odiosa enfermedad. Ellie trabajaba en uno de los centros de investigación punteros en el mundo, que se encontraba allí mismo, en Miami, donde había nacido. Pero gracias a ese vínculo de la infancia, Amy y ella siempre serían amigas. Ellie nunca se había sentido tan agradecida de tenerla como desde hacía una semana, ya que había sido la única en estar allí cuando su mundo se había desmoronado.

–Es verdad –Ellie miró de Amy a Leslie dándoles a entender que no podía haber nada mejor en el mundo que estar allí sentadas, en una diminuta mesa, en uno de los clubes nocturnos más populares de South Beach.

–Te conozco demasiado bien para tragármelo –Amy puso los ojos en blanco–. Pero no te voy a dejar que te largues en cuanto puedas, de modo que deja de consultar la hora en ese móvil. He invitado a un par de amigos para presentártelos, ¿recuerdas?

Ellie lo recordaba, pero Amy no había mencionado ningún nombre. Seguramente porque no tenía ni idea de qué amigos iban a aparecer. Sin duda había repasado su lista de clientes masculinos y otros contactos, invitando a cualquiera que estuviera disponible.

–No estaba mirando la hora –protestó.

–¡Te he visto! –la reprendió Amy.

–¡Estaba comprobando si tenía algún mensaje de mis padres! Ya deberían haber llegado a París –Ellie deseó haberse marchado con ellos, pero para cuando su vida había estallado, ellos ya habían hecho sus planes para el viaje y era demasiado tarde para comprar otro billete de avión. Pasarían el siguiente curso dando clases en Francia. Y en cuanto ella terminara los ensayos que estaba llevando a cabo, esperaba poder hacerles una visita. Ya que no habría luna de miel, tendría vacaciones de sobra para pasar allí unas tres semanas. Sin duda París sería una buena distracción. Salir con Amy no parecía estarle ayudando.

–Tus padres estarán bien –la tranquilizó Amy–. Tienes que relajarte, tomarte unas copas y ponerte a bailar. Olvida todo lo demás, incluyendo a ese bastardo de Don y… el hombre con el que te engañó.

Ellie dudaba que lograra emborracharse lo suficiente como para olvidar a Don. El martes anterior lo había pillado en la cama con Leonardo Stubner, un administrativo de su centro. Iba a tener que verlos a los dos, tal y como había hecho el miércoles, jueves y viernes, cuando acudiera a su trabajo en el BDC: Banting Diabetes Center, el siguiente lunes. Pero eso no era lo peor. Desde el impactante descubrimiento, Leo y Don habían salido del armario y declarado su mutuo amor, añadiendo otro grado de humillación a sus sufrimientos al hacerlo público. La mitad de sus compañeros de trabajo sentía tanta lástima por la presión a la que se habían visto sometidos esos dos hombre para ocultar su sexualidad que los alababan públicamente por haber tenido el valor de revelarlo. La otra mitad, los molestos con su traición, no se atrevía a hablar por miedo a ser acusados de homófobos, poco comprensivos, o ambas cosas. En cualquier caso, casi todo el mundo que conocía hablaba de ella y su situación, y daba su opinión.

Tras oír las palabras de Amy, Leslie se inclinó hacia delante, por fin mostrando siquiera una chispa de interés por Ellie.

–¿Tu novio te engañó con otro hombre?

Ellie se encogió ante la horrorizada mirada de esa mujer. Cuando Amy había sugerido salir con Ellie para ayudarla a olvidar un compromiso anulado, Leslie apenas había reaccionado. Pero las circunstancias hacían que pareciera aún más patética. Cuando Ellie había pillado a su prometido con su mejor amigo, al que conocía desde la universidad, y al que él mismo había contratado para el centro de investigación, también había caído en que todos esos viajes «de chicos», que habían disfrutado desde que Don y ella habían empezado a salir no habían sido tan inocentes como ella había pensado.

El único hombre que le había asegurado querer pasar el resto de su vida con ella ni siquiera se sentía atraído hacia ella. La había utilizado como tapadera para evitar el repudio de sus ultra religiosos padres.

Y eso dolía más que perder su sueño de formar una familia.

Pero el que se sintiera tan incómoda en un club nocturno no era culpa de Don. Nunca se había sentido cómoda rodeada de mucha gente, no se consideraba especialmente dotada para esa clase de interacciones sociales. Había estado demasiado absorta en su carrera en ingeniería biomédica, seguida de una beca en el centro, donde había conocido a Don, un colega científico, como para haber frecuentado muchos clubes, de ahí su poca experiencia.

No debería haber permitido que Amy la arrastrara hasta allí, decidió mientras miraba a su alrededor. Aunque quizás apareciera algún amigo de Amy y le ayudara a sentirse un poco menos miserable. Nada había funcionado desde la traición de Don, de modo que intentó sentirse esperanzada. Si no se esforzaba por recuperarse y pasar página, aunque no fuera más que con una breve aventura, moriría solterona, como lo habría expresado su abuela. Nunca hasta ese momento le había parecido una posibilidad tan grande. Estaba a punto de cumplir los treinta, pero en lugar de planear una boda, tal y como había previsto hacer, haría todo lo posible por proseguir con sus investigaciones mientras se tropezaba a diario con su exnovio y su amante.

Un hombre se les acercó desde el otro extremo de la sala. Los cabellos, color rubio arena, apartados de la frente le daban un atractivo aire de universitario. Buen cuerpo, aspecto de niño pijo, algo que a ella siempre le había gustado.

–¿Os importa? –preguntó.

Niño Pijo se dirigió a Amy. Ellie no pudo culparlo por ello. Su amiga llevaba un vestido negro corto y ajustado, tacones de más de quince centímetros y maquillaje de ojos ahumado acompañado de carmín de labios rojo brillante. Amy exudaba sex-appeal. Y, para el caso, Leslie también. Ante la insistencia de su amiga, Ellie se había arreglado y vestido de manera muy parecida, salvo que su vestido era blanco y el escote pronunciado lo llevaba en la espalda y no delante, la única concesión que Amy le había permitido a la modestia innata de Ellie.

–Necesitas echar un polvo, eso es –le había asegurado Amy ante sus protestas por la diminuta lencería y los elevados tacones.

Si alguien la invitaba a bailar seguramente se torcería un tobillo, lo que no aumentaba precisamente sus posibilidades de tener sexo. Con lo cual sus primeras ingles brasileñas no habrían merecido el tremendo dolor.

Amy recorrió a Niño Pijo con la mirada antes de sonreír resplandeciente.

–Claro. Me ahorrarás tener que buscarte cuando quiera marcharme.

La respuesta pareció gustarle al hombre y Ellie tuvo que admitir que resultaba sugerente. Estuvo a punto de abrir la aplicación de notas del móvil para apuntársela, pero dudaba que la frase surgiera de sus labios con tanta fluidez si intentara utilizarla. En ella flirtear quedaba ridículo. A ella le gustaba el sarcasmo, compitiendo con su padre, pero dudaba que ese talento impresionara a otros hombres.

Con esfuerzo, dada la cantidad de gente que abarrotaba el local, el hombre encontró una silla y se presentó como Manny. Durante unos minutos habló de naderías, antes de hacer un gesto con la mano hacia un amigo, una versión más baja y robusta de él, que estaba pidiendo unas copas en el bar.

Manny les explicó que los dos eran agentes inmobiliarios de una agencia local, y presentó a su amigo como Nick. Nick se fijó en Leslie, dado que Manny ya se había pedido a Amy, convirtiendo a Ellie en la tercera pata que había esperado ser. Intentó intervenir en la conversación, pero se descubrió consultando el móvil cuando Amy no miraba. No solo se sentía incómoda, se aburría. Pero si intentaba llamar a un taxi, Amy le recordaría esos «amigos», que querían conocerla.

Cuando las dos parejas se levantaron para ir a bailar, dejando a Ellie sola en la mesa, suspiró y llamó a una camarera.

–Tres chupitos de vodka –le pidió.

Quizás si consiguiera emborracharse, el resto de la noche la pasaría en una piadosa neblina. El alcohol no era bueno para el hígado. Como científica no pudo evitar pensar en ello. Pero llegados a ese punto, resultaba esencial para su pobre y dolorido corazón.

 

 

A Hudson King le encantaban las mujeres, seguramente más que a la mayoría de los hombres. Pero no se fiaba de ellas. Le habían puesto el nombre por la intersección de Hudson y King, en el exclusivo barrio de Bel Air, donde lo habían abandonado, oculto bajo un seto, al nacer. Seguramente de ahí provenía su desconfianza. Si no había podido confiar en su propia madre para criarlo y protegerlo cuando estaba completamente indefenso… no podía decirse que hubiera empezado con buen pie. Incluso tras ser encontrado, hambriento, helado y casi muerto, gritando a pleno pulmón, su vida no había mejorado hasta pasado algún tiempo.

Como cabía esperar, había resultado ser un niño iracundo e indisciplinado y, sin duda, era responsable de algunos obstáculos que había encontrado en su propio camino. Había hecho que las cosas fueran más difíciles de lo que podrían haber sido. Y había pasado por varias familias de acogida, antes de ser enviado de vuelta al orfanato.

Por suerte esos días habían quedado muy atrás y Hudson había enterrado gran parte de la ira que le había hecho excederse en su comportamiento. O a lo mejor simplemente la controlaba. Algunas personas decían que jugaba al fútbol con cierta soberbia, que su infancia había contribuido a la dureza y determinación que demostraba en el campo, y podría ser verdad. En ocasiones, cuando jugaba, tenía la sensación de que lo impulsaba un demonio interior, obligándole a llegar al límite. Quizás intentara demostrar que era alguien, que era importante, que podía contribuir con algo. Varios comentaristas deportivos lo había sugerido, pero Hudson desconocía si esos comentaristas hablaban con conocimiento de causa. Se negaba a acudir a un psicólogo. Nadie podía cambiar el pasado.

En cualquier caso, en cuanto lo enviaron al instituto, en el rancho para chicos New Horizons, en Silver Springs, California, donde quedó claro que sabía jugar al fútbol, su suerte cambió. Posteriormente fue nombrado el mejor jugador de la liga en la universidad. Y, en esos momentos, era el quarterback de Los Angeles Devils, ya había sido nombrado mejor jugador del año en una ocasión y había jugado en la selección pro bowl tres años seguidos. En su dedo lucía el anillo de la Super Bowl. En otras palabras, tenía todo lo que un hombre podría desear, una carrera de éxito, más dinero del que podría gastarse y más atención de la que sabía administrar.

La atención no le gustaba especialmente. En general, consideraba la fama un inconveniente. Estar bajo los focos había servido para que algunas de las familias que lo habían acusado de ser demasiado difícil, pensaran que quizás habría merecido la pena esforzarse con él. Pero también empeoraba su pequeño problema con las mujeres. ¿Cómo iba a confiar en ellas cuando les proporcionaba tantos incentivos para perseguirlo y engañarlo? Relacionarse con la chica equivocada podría dar lugar a falsas acusaciones de violación o abuso físico, mentiras sobre su vida personal o alguna otra publicidad indeseada, incluso un embarazo buscado con la esperanza de lograr una sustancial pensión. Ya había visto sucederle eso con demasiada frecuencia a otros deportistas profesionales, y por eso solía evitar las fiestas. No era tan estúpido como para caer en esa trampa.

De modo que, mientras se reclinaba en el asiento y aceptaba su segunda copa en el club Envy, de South Beach, se preguntó por qué había permitido que su nuevo agente deportivo, Teague Upton, lo convenciera para acudir a ese lugar. Supuso que porque Devon, el hermano pequeño de Teague, también había acudido, siendo dos votos a favor y uno en contra. Aun así, podría haberse escaqueado. Normalmente, cuando insistía, se salía con la suya. Pero desde la retirada de su anterior agente, Hudson había contratado a Teague, y Teague vivía en Miami y estaba orgulloso de la ciudad y ansioso por mostrársela. Además, el partido para el que había acudido allí no se celebraría hasta el domingo, y, hasta entonces, seguro que se aburriría. Dado que Bruiser, su mejor amigo en el equipo, no llegaría hasta el día siguiente, debido a un compromiso familiar, y el resto de los Devils había acudido a un club de striptease, la soledad también era un factor a tener en cuenta, aunque Hudson jamás lo admitiría. Él era el tipo del que se decía que lo tenía todo. ¿Por qué destruir una ilusión tan agradable? Ser ese tipo era un avance con respecto a la carga de indeseado que había llevado de niño.

Además, el dueño de Envy se había mostrado muy amable. Dado que Hudson no deseaba pasarse la noche firmando autógrafos, el dueño del club había acordado con Teague que entrarían por la puerta de atrás, y les había proporcionado un reservado en un rincón, tan oscuro que sería difícil reconocer a nadie. Desde su posición de ventaja, Hudson no veía toda la pista de baile, y solo una pequeña parte del bar iluminado, pero sí podía observar la mayor parte de lo que estaba sucediendo allí, al menos cerca de él. Y eso batía quedarse solo en la habitación del hotel, aunque los minúsculos vestidos y cuerpos curvilíneos de las mujeres le produjeran una considerable sensación de frustración sexual que tenía pocas esperanzas de satisfacer. Pero el club de striptease habría sido mucho peor…

–Hudson, ¿me escuchas?

Hudson aplacó la tormenta desatada en su interior para responder al hermano de Teague. El propio Teague ya había encontrado a una mujer de su gusto y hablaba con ella junto al bar.

–¿Qué has dicho?

–¿Qué piensas de esa? –Devon señaló con la cabeza hacia una rubia pechugona que daba vueltas alrededor de un tipo delgado y bien vestido.

–No está mal –concedió Hudson, aunque la rubia no le había impresionado demasiado. Le intrigaba mucho más la mujer a la que había estado observando disimuladamente desde su llegada. Delgada, de cabellos negros recogidos y apartados de un rostro oval, no era tan guapa como otras mujeres que había visto aquella noche, pero tampoco resultaba tan artificial. Parecía extrañamente sana, dado el entorno. Su pose indicaba que se merecía más atención de la que recibía. Por momentos parecía incluso ligeramente confusa, como si no comprendiera la frenética actividad que se desarrollaba a su alrededor, mucho menos disfrutara de ella. Acababa de pedir tres chupitos, bebiéndose los tres sin que nadie brindara con ella ni aplaudiera para animarla. Así no se conducían la mayoría de las chicas en las fiestas. Y mientras sus amigas seguían bailando, se había desecho de las evidencias y pedido algo que parecía una margarita de melocotón.

–Cómo me gustaría probar un poco de eso –continuaba Devon, en referencia a la rubia.

–Pues acércate a hablar con ella –sugirió Hudson con la esperanza de que lo dejara solo para poder seguir observando a la misteriosa mujer de la mesa cercana sin que nadie lo interrumpiera.

–¿Puedo decirle que estoy contigo? –la carcajada de Devon lo delató. Era una broma.

–No, no le digas a nadie que estoy aquí. Si lo haces me marcharé, y ahora mismo me estoy divirtiendo.

–¿En serio? Si ni siquiera querías venir.

–Pues me alegro de haberlo hecho.

–Lo único que estás haciendo es tomar una copa…

Al menos se la estaba tomando rodeado de personas, divirtiéndose a través de ellas.

–Con eso me basta –aseguró–. De momento.

–Podrías cambiar eso fácilmente. Lo único que tienes que hacer es señalar con un dedo y podrías tener a cualquier mujer de las que hay aquí.

Cualquiera seguramente no, pero sí más de las que podría manejar. Ese era en parte el problema. Hudson nunca sabía si las mujeres que conocía estaban interesadas en él o en su fama.

–La fama no es tan estupenda como se cree que es.

La expresión de Devon indicaba que no se lo creía ni un poquito.

–¿Me tomas el pelo, tío? Daría cualquier cosa por ser tú. Cada noche tendría a una distinta en mi cama.

A Hudson no le gustaban esas cosas. No se había acostado con nadie desde que su novia lo abandonara casi dos años antes. No se había propuesto permanecer célibe tanto tiempo, pero no había encontrado a nadie que pudiera sustituir a Melody. No solo prefería evitar ciertos riesgos, como que lo estafaran, no le parecía ético tenderle a alguien una trampa que solo conduciría a la decepción. Las personas como él, que sufrían para enamorarse, deberían llevar colgada una señal de advertencia. Por eso Melody y él se habían separado después de siete años. Ella había llegado a la conclusión de que Hudson nunca le iba a entregar su corazón, nunca podría confiar lo bastante como para entregarlo, y a ella no le interesaba otra cosa. Quería casarse y tener una familia.

Él la respetaba por abandonarlo y era consciente de que ella tenía razón. Había permanecido con ella tanto tiempo porque era una mujer cómoda y segura, no porque sintiera una gran pasión por ella.

Aun así le resultaba difícil no llamarla, sobre todo cuando necesitaba el consuelo, la dulzura y la satisfacción sexual que una mujer podía proporcionarle. Lo único que le impedía recaer era su voluntad de evitar hacerle daño, ya que la ruptura había sido muy dura para ella.

–Me niego a ser tan estúpido –le aseguró a Devon.

–¿Qué has dicho? –el hermano pequeño de Teague se acercó.

–Nada.

Aunque intentara explicárselo, Devon jamás entendería su reticencia a follarse a todas las mujeres. En parte por su edad. A los veinticuatro años, lo mejor del mundo era practicar sexo con todas las mujeres que pudiera. Ocho años atrás, Hudson había pensado lo mismo. Solo su particular pasado, y ese problema con la confianza, le habían impedido sucumbir a sus instintos más básicos. Además, ya en la universidad, en UCLA, había alcanzado cierto éxito y a los veinticuatro ya tenía algo que proteger.

–Entonces, ¿por qué no la abordas? –insistió Hudson, señalando a la rubia.

–¿Crees que debería hacerlo? –Devon tomó otro trago de su copa.

La canción había terminado y la rubia se dirigía, sola, a una mesa.

–¿Qué puedes perder? Puede que te rechace, pero no tienes más que probar con otra, ¿verdad?

Con renovada confianza, Devon soltó la copa y salió del reservado.

–Buena observación. De acuerdo. Allá voy.

En cuanto el muchacho se marchó, Hudson se puso las gafas de sol que llevaba en el bolsillo de la camisa, ya tenía puesta la gorra, y llamó a la camarera.

Por suerte, estaba tan ocupada que apenas lo miró, por lo que el disfraz pareció innecesario, pero no iba a correr ningún riesgo.

–¿Qué vas a tomar?

–Esa mujer de ahí, ¿qué está bebiendo? –señaló hacia la figura solitaria que tanto le intrigaba. No le preocupaba que lo pillara señalándola, pues aún no había mirado en su dirección.

–Creo que una margarita de melocotón –la camarera se volvió.

Tal y como había pensado.

–Pues necesita otra. ¿Puedes ocuparte de ello?

–Por supuesto.

–Gracias –él le entregó un billete de veinte–. Quédate con el cambio.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Cuando la camarera le llevó a Ellie otra copa y le explicó que un caballero de un reservado la invitaba, estuvo a punto de rechazarla, sobre todo porque al girarse vio que llevaba puestas unas gafas de sol. ¿Qué clase de tipo era tan despistado, o estaba tan tocado, que llevaba gafas de sol en un bar pobremente iluminado, y de noche?

Encontró el comportamiento sumamente ridículo, pero el resto que alcanzaba a ver de él resultaba bastante atractivo. Una camiseta ajustada marcaba un firme torso y atléticos bíceps. Parecía alto, aunque estaba sentado, y su rostro no era desagradable. Lo cierto era que a ella le gustaba la forma cuadrada de su mandíbula y la fuerza de la barbilla. Pensándolo bien, Don tenía la barbilla floja. Ese tipo tenía aspecto de militar, una agradable asociación dado que siempre había admirado a los hombres y mujeres que luchaban por la libertad de su país.

Además, había ido al club para no pensar en sus problemas, ¿no? Y sus amigas no estaban haciendo gran cosa por ayudarla. Cada vez que regresaban a la mesa para ver cómo estaba, los dos hombres las alejaban rápidamente de allí.

De modo que, tras aceptar la copa, la levantó en alto para mostrar su gratitud al hombre que la había invitado. Si un extraño que llevaba gafas de sol en un bar quería invitarla a una copa, que lo hiciera, se dijo a sí misma. Por lo menos empezaba a relajarse, a disfrutar, sin duda gracias al alcohol. Todavía le entraban ganas de llorar cada vez que pensaba en Don. De modo que no pensaría en Don. Como todos los demás en el Envy, se perdería en las luces estroboscópicas, la música y la margarita.

 

 

La mujer no parecía haberle reconocido. Su sonrisa había sido del tipo, «gracias, pero no me interesa».

Hudson no estaba acostumbrado a esa reacción. A lo mejor había subestimado el poder de unas gafas de sol. Sus Ray-Ban parecían comportarse como la capa de invisibilidad de Harry Potter.

O a lo mejor lo había reconocido, pero no le gustaban los jugadores de fútbol.

En cualquier caso, tras haberla visto un poco mejor, le apetecía insistir. Era guapa y tenía una piel sedosa a juego con ese pelo espeso y oscuro.

En cuanto vio que se le había terminado la copa, le pidió otra, que ella rechazó sin dudar ni un instante. Hudson le oyó explicarle a la camarera que gracias, pero que ya había bebido bastante. Algo sobre no ser irresponsable, lo cual confirmaba su primera impresión. No era la típica chica de bar.

La mujer se volvió y lo saludó con la mano, su manera de mostrarse amable, de darle las gracias a pesar de no haber aceptado la copa, y él le devolvió el saludo. Sin duda, en cuanto lo viera mejor, lo reconocería. Normalmente, a esas alturas, las chicas ya estarían sentadas en su regazo.

Pero esa chica se limitó a volverse hacia la pista de baile.

Hudson no quería salir del reservado, pero era evidente que ella no iba a acudir a él. Cada vez más intrigado, por el mero hecho de que no parecía morirse de ganas de conocerlo, se levantó y la miró mientras se acercaba a la mesa.

Dado que prácticamente estaba a su espalda, la joven se sobresaltó cuando él se sentó en una silla a su lado. «Ahora sí que se dará cuenta de quién soy», se dijo a sí mismo. Pero cuando se presentó como Ellie y le preguntó su nombre, no dio ninguna impresión de conocerlo.

¿Iba a tener que explicárselo? Le gustó la inhabitual sensación de pasar desapercibido. De ser como los demás. Pensó en inventarse una falsa identidad, pero no tuvo valor para ir tan lejos.

–Hudson –sin duda con eso se acabaría su anonimato. Su nombre no era habitual. Pero no pareció cambiar nada.

–¿A qué se debe este placer? –preguntó ella.

No estaba coqueteando. En realidad le daba exactamente igual si se sentaba con ella o no. Se notaba.

–Me pareció que te vendría bien un poco de compañía. Eso es todo.

Ellie reflexionó durante unos segundos antes de asentir, como si estuviera de acuerdo.

–Supongo que sí. Al menos es mucho mejor que quedarse sentada aquí sola –extendió una mano–. Encantada de conocerte.

–Lo mismo digo –contestó él mientras se estrechaban la mano.

–¿Vives en Miami?

Hudson se preguntó si pretendía ser graciosa. ¿Lo decía en serio? Todo el mundo sabía que jugaba con el equipo de Los Ángeles, por tanto había muchas posibilidades de que viviera en la otra punta del país. Pero tras observar detenidamente su expresión, llegó a la conclusión de que su primera impresión había sido acertada. Esa mujer no tenía ni idea de quién era.

–No, solo estoy de visita –contestó–. ¿Y tú?

–Nacida y criada en Doral. Ahora vivo de alquiler en Cooper City.

–Que es…

–Que es un barrio no muy lejos de aquí.

–Has rechazado mi copa –él señaló el vaso vacío–. Si te arrepientes, aún estás a tiempo.

–No. El alcohol es muy dañino. Ya he bebido bastante.

–¿No se supone que un poco de alcohol es bueno?

Hudson bromeaba, pero ella se lo tomó en serio.

–Supongo que te refieres al vino tinto. Eso dicen, pero estás matando neuronas a cambio de mantener un corazón sano. No tiene mucho sentido. Si haces ejercicio y comes sano, no te hace falta. Lo mejor es no tomar nada.

Hudson tenía en una mano el huracán que se había pedido. Dado que él se preocupaba por la salud y la forma física, de lo contrario no podría mantenerse en la cima, las palabras de Ellie le resultaron más lógicas de lo que le habrían parecido a otra persona.

–¿Qué eres? ¿Médico o algo así?

–Científica, especializada en inmunología, por eso sé bastante bien cómo funciona el cuerpo –Ellie se recogió un mechón de cabellos detrás de la oreja–. ¿Cuánto tiempo te quedarás aquí?

–Unos días.

–¿Trabajo o diversión?

–Pues, he venido para jugar –contestó él. Técnicamente era así. Solo que para él, además, era trabajo.

–¿Habías estado aquí alguna vez?

–Un par de veces –le explicó sin darle mucha importancia, esperando minimizar el hecho de que acudía a Miami cada dos o tres años para jugar contra los Dolphins.

–¿Y? ¿Te gusta?

–Es agradable –Hudson se fijó en los ojos de mirada inocente y la boca ancha y expresiva. La encontraba atractiva, tipo la vecina de enfrente–. Si te digo la verdad, después de conocerte, empieza a gustarme aún más –añadió con una sonrisa que le salió, para variar, de forma natural.

Hacía mucho tiempo que las conversaciones con una mujer no empezaban con alguna frase aduladora sobre su porte atlético, habilidad para el fútbol o fama. La normalidad que esa mujer imprimía era como un salvavidas, uno al que podría agarrarse para no ahogarse en un mar de cinismo.

Al verla desviar la mirada hacia la pista de baile, como si estuviera a punto de entrar en pánico y correr en busca de sus amigas, pensó que se había pasado. Pero la tensión en su cuerpo se aflojó.

–Después de la semana tan terrible que he tenido, resulta agradable oír algo así. A pesar de que lleves puestas las gafas de sol.

–¿Disculpa?

–¿No está algo oscuro para eso? –ella se acercó un poco.

Hudson casi soltó una carcajada al comprender que esa mujer se avergonzaba de él

–Mis ojos son sensibles a las luces estroboscópicas.

Era la única mentira que le había contado hasta el momento, y tampoco era muy grande, nada por lo que pudiera enfadarse cuando descubriera quién era.

–Entiendo. Supongo que tiene sentido.

Temiendo que las amigas regresaran y lo reconocieran, Hudson echó un vistazo a la pista de baile.

Por suerte no vio nada que lo alertara sobre un peligro inminente de ser descubierto.

–¿Qué ha tenido de horrible tu semana? –preguntó.

–Nada de lo que me apetezca hablar –contestó ella bruscamente.

–¿Por eso te has metido todos esos chupitos? ¿Intentas olvidar?

–¿Me viste? –ella lo contempló con expresión de disgusto.

–Me resultó curioso que estuvieras bebiendo sola cuando es más divertido hacerlo en grupo.

–Las circunstancias desesperadas requieren medidas desesperadas –ella se encogió de hombros.

A Hudson le gustaba el delicado cuello y las pequeñas y finas manos, sin rastro de esas uñas falsas que llevaban muchas mujeres. Demostraba cierto sentido práctico.

–¿Tan malo ha sido?

–Sí.

–¿No vas a darme ni una pista? –él estiró las piernas y cruzó los tobillos–. ¿Perdiste el empleo? ¿Te dieron alguna mala noticia?

La oscuridad de las gafas de sol le dificultaba adivinar el color de ojos de la mujer, pero sí se notaban las oscuras y espesas pestañas que los enmarcaban. Estaba casi seguro de que eran azules…

–Ojalá fuera algo así –contestó ella.

–¿Y qué podría haber peor que eso? –Hudson esperaba no estar metiendo la pata y que acabaran de diagnosticarle un cáncer o algo parecido. Se sentiría fatal por haber insistido. Pero supuso que no sería eso. Había dicho que era peor que recibir malas noticias.

–Pillé a mi prometido en la cama con otro.

–Has dicho «otro», ¿verdad? –él se detuvo con la copa a medio camino de la boca.

–Sí. Su mejor amigo de la universidad. Al parecer llevan juntos un tiempo.

–¡Vaya! –él soltó la copa–. Qué mierda.

–No tienes ni idea. Lo que vi quedará grabado en mi mente para siempre.

Hudson hizo una mueca de desagrado. No era ningún homófobo. En su opinión, la gente tenía derecho a vivir como quisiera. Él era el primero en luchar por ello. Simplemente no le encontraba el atractivo a practicar sexo con otro hombre, de modo que la imagen que ella había dibujado en su cabeza le dio grima.

–¿Estás segura de que no te apetece otra copa?

–Estoy segura. En realidad no vine para beber. Bueno, supongo que sí. Pero solo porque buscaba algo de diversión. Estoy harta de repasar el incidente una y otra vez en mi cabeza.

A Hudson se le ocurrió invitarla a bailar. Eso sería divertido, ¿no? Se moría por tener una excusa para tocarla. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había abrazado a una mujer, y esa parecía diferente, refrescante.

Sin embargo, no se atrevió a arriesgarse a ser reconocido. Medía metro noventa y ocho, suficiente solo con su estatura para llamar la atención. En cuanto alguien lo mirara detenidamente, lo descubrirían, a pesar de las gafas de sol.

–La música está muy alta. ¿Por qué no damos un paseo junto a la orilla y charlamos? –propuso.

Seguramente había dado el paso demasiado pronto, pero no tenía mucho tiempo. Si no regresaban sus amigas, lo harían los suyos.

Ella pareció dudar, de manera que Hudson levantó ambas manos, indicando que no quería presionarla.

–O, si lo prefieres, puedes darme tu número y te invito a salir mañana por la noche –llegado a ese punto, Teague podría buscarles algún lugar íntimo en el que poder cenar sin que lo interrumpieran o devoraran con la mirada.

–Son más de las once y media de la noche –Ellie consultó el móvil.

–¿Y eso qué significa?

–No creo que vayan a aparecer.

–¿Quién? –él enarcó las cejas.

–Mis amigas están esperando a unos amigos que iban a reunirse con nosotras.

–Y…

–Y que daré ese paseo contigo –contestó–. De lo contrario podría seguir aquí sentada otras dos horas.

–Estupendo –quizás no fuera la respuesta más entusiasta que hubiera recibido, pero era un sí.

Hudson se levantó y le ofreció una mano. En cuanto los finos dedos se cerraron en torno a los suyos, sintió acelerarse el pulso.

 

 

La luna estaba baja en el cielo, tan grande y llena que parecía flotar sobre el agua. A Ellie le parecía que podría confundirse con otro planeta.

–Esto es seguramente lo más bonito que he visto nunca –le confesó a Hudson, tirando de su mano para que se detuviera y le permitiera contemplarla.

–Preciosa, desde luego –murmuró él, aunque no miraba a la luna.

La miraba a ella. Desde que abandonaran el club no tenía ojos más que para ella. Quizás fuera el alcohol, pero Ellie sentía que ese hombre le estaba afectando bastante. Se había quitado las gafas y al verle la cara al completo lo encontró no solo grande y robusto, sino también tremendamente atractivo. Nunca había recibido tanto interés por parte de un hombre tan atractivo.

–¿Sabías que nuestra luna es única en todo nuestro sistema solar? –preguntó ella.

–No –él posó su mirada en los labios de Ellie antes de volver a sus ojos–. ¿Qué tiene de única?

Se notaba que no estaba pensando en la luna. Pensaba en tocarla, en besarla, y la posibilidad hizo que a Ellie se le acelerara el corazón y le flaquearan las rodillas. Una locura. Acababa de ser eviscerada, en sentido emocional, por Don. Aun así, la calidez de la mano de Hudson, el brillo de sus dientes cuando sonreía de esa manera tan sexy, y el grave timbre de su voz pareció sepultar todo ese dolor, toda esa decepción, y hacerle sentirse capaz de volar.

Tragó nerviosamente antes de continuar.

–Para empezar, es desproporcionadamente grande. De no serlo, no tendría la gravedad suficiente para sujetar a la Tierra en su eje orbital. Eso hace que nuestro clima sea relativamente estable.

–Qué interesante –observó él mientras deslizaba una mano por el brazo de Ellie.

–Y no se formó a partir de restos de nubes de polvo y gas –continuó ella sin aliento, la piel de gallina–. Los astrónomos opinan que hubo o-otro planeta que chocó contra la Tierra hace casi cuatro billones de años.

–¿En serio? –la mano de Hudson se deslizó más arriba.

–Por suerte –Ellie se aclaró la garganta–, no fue más que un golpe de refilón. De lo contrario se habría destruido la Tierra.

–Qué tragedia.

–Sin embargo, la colisión arrancó un pedazo de la corteza terrestre, y ese pedazo empezó a orbitar a nuestro alrededor.

–Y acabó por convertirse en nuestra luna.

–Eso es –ella se esforzaba por mantener la mirada sobre el enorme disco blanco del que estaban hablando. Temía que, si lo miraba a él a la cara, perdería el escaso control que tenía sobre la realidad.

Llevaban más de dos horas caminando descalzos por la arena, hablando de cualquier cosa, salvo de los detalles mundanos de sus vidas. Al abandonar el club habían acordado ahorrarse la típica charla insustancial. Dado que vivían cada uno en una punta del país, y seguramente no volverían a verse, no parecía tener ningún sentido. Pero el atractivo físico de Hudson y la excitación que sentía resultaban difíciles de ignorar.

–Sabes un montón de muchas cosas, salvo de televisión, deportes, cine y cualquier otro aspecto de la cultura popular –bromeó él.

Ellie abrió la boca para defenderse, pero Hudson tenía razón. Siempre había estado enganchada a un libro o un experimento. En cualquier caso no tuvo ocasión de contestar, pues él bloqueó su visión de la luna, colocándose enfrente. Lentamente agachó la cabeza y posó los labios sobre su boca.

Ellie se aconsejó a sí misma recular. Ni siquiera conocía a ese hombre. Pero la conversación que habían mantenido durante las dos últimas horas había sido muy agradable y fluida. ¡Y cómo le hacía sentir! Jamás había respondido a nadie de una manera tan inmediata y visceral.

Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza cuando las grandes manos de Hudson se deslizaron por su espalda, apretándola contra él mientras le abría la boca.

Ellie oyó un gemido, y comprendió que provenía de ella. Nunca la habían besado tan bien. No la estaba avasallando, ni hundiendo la lengua en su garganta. La estaba saboreando e invitándola a saborearlo a él, con tal habilidad que sabía que podía confiar en que la iba a tratar como a ella le gustaba que la trataran.

La cabeza le empezó a dar vueltas, y no podía culpar a los chupitos que había tomado en el bar. El efecto del alcohol se le había pasado hacía un buen rato. Tenía la impresión de que Hudson había estado aguardando el momento, esperando a que ella fuera capaz de saber qué quería y qué no. Y lo respetó por ello. Pero su beso resultaba tan embriagador como el alcohol, quizás más.

 

 

Cuando Ellie despertó supo exactamente dónde estaba. Lo que no sabía era cómo explicar el comportamiento que la había llevado hasta la cama de Hudson. No era propio de ella.

Contuvo el aliento mientras escuchaba la rítmica respiración de ese hombre. Seguía dormido, gracias a Dios. No solo habían hecho el amor tres veces, habían dormido abrazados. ¿Por qué? Desde luego ella estaba dolida por el engaño de Don y, cuando le había enviado a Amy un mensaje explicándole que había conocido a alguien y que se iría sola a casa, su amiga había respondido que se merecía un poco de sexo vengativo. En cuanto al control de natalidad, había ido preparada. Leslie le había metido un puñado de preservativos en el bolso, y también en el de Amy, antes de llegar al club. Pero las horas que Ellie había pasado con Hudson no habían tenido nada que ver con el compromiso anulado. Después del primer beso ya no había vuelto a pensar en Don. Hudson lo había borrado del mapa, junto con todo lo demás. Nunca había empleado el término «viril», para referirse a alguien que conociera personalmente, pero encajaba a la perfección con Hudson. Era tan perfecto en todos los aspectos que había momentos en que sospechaba que Amy lo había preparado todo.

Y quizás lo hubiera hecho, pensó mientras repasaba la secuencia de los hechos. Quizás, tras regresar a la vida real, iba a descubrir que uno de los amigos de Amy había aparecido. Hudson. Y que ese hombre había fingido que ella le era completamente extraña para hacerle un favor a Amy, para ayudar a reconstruir su autoestima y demostrarle que había otros hombres, otras opciones.

De ser el caso, había picado, aunque no se sentía especialmente orgullosa de ello. En cualquier caso, sin embargo, se sentía animada. Hudson la había encandilado, hasta el punto de hacerle olvidar lo patética que era su vida, para hacerle vivir el momento. Y eso no era ninguna tontería. Toda la noche había resultado mágica, incluyendo el tiempo que habían pasado en la playa. Llegado un momento ella se había quitado los zapatos y se había lanzado al agua, Hudson la había seguido, levantándola con un brazo y salvándola de una ola particularmente grande. La ola había acabado por estrellarse contra él. Pero Hudson había conseguido mantenerse sereno y, completamente empapado, la había sacado del agua, cayendo ambos sobre la arena, riéndose.

Ellie sonrió ante el recuerdo y levantó la cabeza. No había duda alguna, había pasado la noche con el atractivo forastero del bar. Estaba a escasos centímetros de ella, tapado con una sábana, pero debajo sabía que estaba desnudo. ¿Cómo había podido permitir que las cosas llegaran tan lejos? Hudson se había excusado por haberla mantenido fuera hasta tan tarde y se había ofrecido a pedirle un taxi. Pero, tras la llegada del taxi, la había besado por segunda vez, un beso apasionado, con la boca abierta, y había estallado la locura. Tal y como había sucedido con el primer beso, la cabeza de Ellie había empezado a dar vueltas y su corazón a latir con fuerza. Pero en lugar de permitirle apartarse, se había mostrado más atrevida. Y cuando él había abierto la puerta del taxi para acomodarla en el asiento trasero, había tirado de él para que entrara también. Y, en lugar de darle su dirección al taxista, le había susurrado a Hudson al oído que quería saber lo que se sentía al practicar sexo con un hombre que te deseara de verdad. Un hombre que no se sintiera atraído hacia otra persona. Y Hudson había gritado el nombre de su hotel.

Diez minutos después corrían hacia su habitación como dos adolescentes salidos en la fiesta de graduación. Pero a Ellie no le había invitado nadie al baile de graduación. Se había labrado tal fama como ratón de biblioteca que ningún chico la invitaba a salir. Por eso tenía la sensación de que se lo debía a sí misma. Y por descuidado que hubiera sido su comportamiento, no conseguía arrepentirse de haberse acostado con él. No era una mujer superficial. Lo demostraba el hecho de que hubiera elegido a Don, con sus estrechos hombros y delicada barbilla. Pero Hudson… ¡Vaya! Ese cuerpo era una obra de arte, fuerte, sinuoso, perfectamente proporcionado.

No pudo evitar deslizar la mirada hacia donde sabía encontraría otras partes decididamente impresionantes. Incluso en ese aspecto era muy superior a cualquier hombre que hubiera conocido.

Una nueva oleada de calor la inundó al recordar la maestría con la que se había ocupado de ella. En un abrir y cerrar de ojos había encontrado todos sus puntos sensibles, se había adaptado a cada sonido o movimiento que ella hacía, y la había hecho vibrar de placer.

Ellie se tapó la boca al recordar cómo había gritado en el primer orgasmo. Le avergonzaba, eso y también cómo se había subido encima de él después.

Tenía que marcharse de allí. No quería enfrentarse a él. Antes de la pasada noche solo se había acostado con dos hombres, los dos novios desde hacía tiempo, no recién conocidos. De modo que seguía sin explicarse cómo se había desviado de su habitual ser cauteloso, preocupado por otras cosas, para dejarse ir de esa manera. ¿Cómo había podido hacer el amor con ese total y lascivo abandono?

No tenía ni idea, pero tampoco podía fingir lo bueno que podía ser conectar con un hombre al que deseaba.

Ellie tenía miedo de despertar a Hudson al salir de la cama. Ya debía ser de día. Pero con las cortinas echadas y el reloj apartado de la cama, no lo sabía con certeza.

Por suerte, Hudson ni se movió.

En cuanto pudo moverse sin miedo a tropezarse con él o mover la cama, se apresuró en ponerse el minúsculo vestido blanco tirado sobre un montón de ropa en el suelo. Si bien había terminado por agradecer las ingles brasileñas que Amy le había obligado a hacerse, y la diminuta lencería, en esos momentos echaba de menos algo más modesto. Cualquiera que la viera salir de ese lujoso hotel seguramente daría por hecho que era una prostituta de altos vuelos.

Al menos Amy se sentiría orgullosa de que hubiera dejado de ser tan puritana, de que se hubiera soltado la melena.

Intentó hallar consuelo en ese pensamiento mientras apuntaba su número de teléfono en el bloc que había junto al teléfono de la habitación. Quizás Hudson quisiera volver a verla. Tenía la impresión de que él también se había divertido. Pero tras echarle un último vistazo, el musculoso brazo extendido sobre la almohada, los oscuros rizos contra las blancas sábanas y esos enormemente anchos hombros, arrancó la hoja de papel del bloc y se lo metió en el bolso. No quería correr el riesgo de que no la llamara. Ya había sufrido bastante, y todo seguía muy reciente. Además, él vivía en la otra punta del país, de modo que no había motivos para correr el riesgo. Lo que habían empezado no podía llevarles a ninguna parte.

La noche anterior no había pasado de ser una estupenda y memorable aventura.

Mejor dejarlo así.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

El constante zumbido del móvil, vibrando desde el bolsillo de los pantalones tirados en el suelo, despertó a Hudson. Levantó la cabeza para apagar el despertador antes de dejarse caer de nuevo sobre la almohada. Era más de mediodía. ¿Cómo había dormido hasta tan tarde? Normalmente se levantaba temprano, no siendo capaz de permanecer en la cama más allá de las siete o las ocho de la mañana, aunque lo intentara.

Estiró un brazo, buscando el cálido cuerpo de Ellie a su lado. A lo mejor la diversión aún no había terminado. Pero no la encontró.

El teléfono dejó de vibrar y él se sentó en la cama y entornó los ojos para intentar ver algo en la habitación a oscuras. Tenía una suite en el Four Seasons, de modo que el hecho de que ella no estuviera en el dormitorio no significaba que se hubiese marchado. Podría estar en uno de los cuartos de baño, o en la zona de estar, o el comedor.

Sin embargo no se oía ni un ruido, nada que indicara que hubiese alguien con él allí.

¿Por qué se habría marchado tan pronto? Sin siquiera darle su número de teléfono o asegurarse otra cita.

–¿Ellie? –llamó.

Nada.

Se levantó de la cama y se puso los calzoncillos antes de descorrer las cortinas para dejar pasar el sol. Después recorrió la suite entera.

Tal y como sospechaba, estaba vacía. Y sus ropas y bolso tampoco estaban.

¿Se habría ido a buscar el desayuno?

A Hudson no le habría importado llamar al servicio de habitaciones si le hubiese dicho que tenía hambre…

Si había salido a buscar comida, podría haberle dejado una nota indicándole que iba a regresar. Comprobó el escritorio, pero no había nada escrito en el bloc junto al teléfono.

Regresando a la cama, Hudson pegó la almohada de Ellie a su nariz. Olía a su perfume. Era lo único que había dejado tras ella.

El teléfono empezó a vibrar de nuevo. Decepcionado porque la mujer que había conocido, que tanto le había gustado, se hubiera marchado sin siquiera decir adiós, cuando aún le quedaban uno o dos días de estar en Miami, recogió los pantalones y sacó el móvil del bolsillo delantero. Al hacerlo sintió una pequeña punzada de esperanza. A lo mejor era ella que lo llamaba. Pero entonces recordó que esa mujer no sabía quién era él. No se habían intercambiado los números de teléfono, ni siquiera los apellidos.

Antes de marcharse, podría haberle sacado el móvil de los pantalones y llamarse a sí misma para así tener su número. Se lo había permitido hacer a otras mujeres. Pero, de haberlo intentado, lo habría encontrado bloqueado, porque hacía un buen rato que no lo utilizaba. Además, no le había parecido de esas. En parte le atraía por eso precisamente. No era tan agresiva como algunas otras mujeres a las que había conocido tras alcanzar la fama. Por eso no le sorprendió descubrir que la llamada era de Teague.

–¿Hola? –descolgó tras suspirar decepcionado.

–¡Por fin! –saludó Teague–. Madre mía, te he llamado al menos diez veces. ¿Dónde demonios estabas?

–¿A qué te refieres? Estuve levantado hasta tarde. He estado durmiendo. ¿Por qué? ¿Pasa algo?

–No pasa nada. Solo quería saber de ti. Temía que te hubieses marchado enojado. De haberme dicho que te ibas, te habría acompañado. Intenté enviarte un mensaje, pero después de ese misterioso texto que me enviaste diciéndome que te ibas y hasta mañana, no conseguí comunicarme contigo.

–No esperaba que te marcharas del club. Me estaba divirtiendo sin ti –lo último que habría deseado, aparte del miedo a ser reconocido, era que Teague lo siguiera y le arruinara la diversión. Por eso se había inventado una excusa para convencer a Ellie de que debían salir por la puerta trasera y le había enviado el mensaje a Teague cuando ya estaban lejos de allí. De lo contrario, sabía que su agente lo habría seguido.

Lo curioso era que existía un millón de razones para que los sucesos de la noche anterior no se hubiesen producido como lo habían hecho. Y, aun así, había salido bien.

Jamás olvidaría cuando Ellie lo arrastró al interior del taxi. No se lo había esperado. Había pasado varias horas, antes y después, con una mujer que no tenía ni idea de que estaba con un deportista profesional, mucho menos el quarterback titular de Los Angeles Devils. Y, tal y como había sospechado, eliminar su fama de la ecuación había convertido su interacción en mucho más genuina. Por una vez podría estar seguro de que la persona con la que estaba no buscaba nada de él, que le gustaba por lo que era.

–¿Dices que te divertiste? –preguntó Teague sorprendido–. ¿Sentado tú solo en el reservado? No deberíamos haberte dejado. Sabíamos que no te entusiasmaba…

–¡Teague! –le interrumpió Hudson.

–¿Qué?

–Me marché con alguien, la traje al hotel.

–¿En serio? –preguntó su agente, aún más perplejo–. ¿Cómo? No te vi hablar con nadie.

–Bueno, tampoco estuviste vigilándome toda la noche.

–Cada vez que miraba te veía en ese maldito reservado.

–Había una mujer, llamada Ellie, sentada cerca. Conectamos.

–¿Así sin más?

–No fue tan rápido como suena, pero sí.

–¿Es aficionada al fútbol americano?

–No lo sé. No me reconoció. Por eso resultó tan agradable.

–¿No le dijiste quién eras? –Teague gruñó como si le costara trabajo procesar la información.

–No.

–¿Y ella no lo descubrió por sí misma?

Hudson percibía el escepticismo al otro lado de la línea y recordó haber sentido lo mismo al principio, mientras esperaba que ella sumara dos y dos.

–Supongo que no. No es aficionada al deporte. Lo cual no debería sorprenderme, supongo. Es científica.

–Qué interesante. Entonces me siento mejor. Me alegra que te lo pasaras bien.

Y así había sido. Y después había dormido como un bebé, algo que no conseguía desde hacía meses. Había estado muy preocupado por Aaron Stapleton, uno de los chicos a los que tutelaba en el centro New Horizons Boys Ranch, el internado para chicos con problemas de comportamiento al que había asistido durante su adolescencia. El chico había sido diagnosticado con un cáncer de vejiga hacía seis meses, y estaba pasando por su segunda sesión de quimio, que le sentaba fatal, y además no tenía ningún apoyo de sus progenitores. A Hudson le aterrorizaba que los tratamientos no resultaran tan efectivos como deberían, que fuera a perder a la única persona en quien sentía que podía confiar.

Pero no quería obsesionarse con ello mientras estuviera en Miami. Pronto regresaría a su casa, a tiempo para la siguiente cita de Aaron.

–Me alegra haberla conocido –admitió.

–¿Y dónde está ella ahora? –preguntó Teague–. Si hablas con tanta franqueza debe ser que no está muy cerca…

Hudson se acercó a la ventana y miró hacia la calle, veintidós plantas más abajo. Pensó que quizás la vería subirse a un taxi, pero no había nadie con un vestido blanco.

–Se ha ido. Se marchó antes de que me despertara.

–Eso es bueno.

–¿Bueno? –repitió él, sorprendido ante el alivio que transmitía la voz de su agente.

–Al menos no has tenido que inventarte algo para deshacerte de ella, ni enfrentarte a una incómoda despedida.

–Supongo –Hudson suponía que, en efecto, había tenido suerte, puesto que no buscaba una relación permanente.

Había conseguido lo que quería, se dijo a sí mismo. Había disfrutado de un increíble encuentro con una mujer que le atraía realmente, y eso le había llevado al mejor sexo de su vida. Mejor aún, lo había hecho de manera anónima, de modo que no habría ninguna represalia, ninguna recriminación incómoda por no enamorarse, ninguna petición de dinero ni otros favores, ninguna información inesperada sobre su vida amorosa publicada en la prensa. Ni siquiera le había dado su autógrafo.

Debería sentirse aliviado, feliz, preparado para seguir su camino.

Entonces, ¿por qué añoraba su regreso?

 

 

Ellie permaneció sentada en la terraza del café próximo a donde había estado de compras y se subió las gafas de sol. Tras regresar a su casa y ducharse, había ido de compras al Mary Brickell Village, donde había comprado algo de ropa, incluyendo un vestido negro envolvente de cóctel, simplemente porque no tenía ninguno, ropa interior, ahí se había vuelto un poco loca, dados los precios, y un par de gafas de sol de Dolce & Gabbana. No entendía por qué pasar la noche con Hudson la había empujado a esa locura consumista. ¡Acostarse con él ya había sido bastante locura! Pero ese hombre le había hecho sentirse tan atractiva y deseable que seguía con su comportamiento loco y salvaje. Además, permanecer ocupada evitaba que reflexionara demasiado sobre sus acciones. Eso era todo. Y dado que la boda se había cancelado, no hacía falta que ayudara económicamente a sus padres a pagar el banquete ni la luna de miel en las Seychelles. Don no disponía de ahorros y era ella la que iba a cargar con los gastos económicos. Aunque el banquete ya había sido contratado, y había perdido un par de miles de dólares del depósito, no era más que una fracción de todo lo que habría costado el evento, de modo que disponía de una buena cantidad de dinero para gastar.

Contó las bolsas que llevaba, las había llevado al restaurante para no tener que regresar hasta el coche, y sintió una punzada de pánico. Quizás se había gastado demasiado…

No. Se negaba a lamentar lo que había hecho durante el día, mucho menos durante la noche. No estaría de más que empezara a disfrutar de la vida. Ya no era ninguna jovencita y, dado que no iba a casarse, no había nadie más a quien complacer, salvo ella misma.

¿Debería ir a las Seychelles sin Don?

Le apetecía mucho conocer esa parte del mundo.

Se imaginó pasar dos semanas en las islas ella sola. Si encontrara allí a otro hombre como Hudson, merecería el tiempo y el dinero…

–Por fin te encuentro.

Al oír la voz de Amy, Ellie se volvió hacia su amiga que avanzaba entre las mesas. Por suerte Leslie no iba con ella. No le había caído demasiado bien.