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Cowboys cascarrabias y romances apasionados... Bienvenidas a Chestnut Springs: la exitosa saga de Elsie Silver, la sensación de TikTok. Trabajar de niñera para el padre soltero más gruñón del mundo debería haber sido pan comido. Pero no puedo dejar de mirarlo... Y él no puede mantener sus manos lejos de mí. Cade Eaton es trece años mayor que yo y apenas me presta atención. Hasta que una noche me meto en el jacuzzi con él y decidimos jugar a verdad o atrevimiento. A partir de ese momento, todo vale, menos la ropa. Es todo un cascarrabias y un poco rudo, pero resulta que los rancheros fornidos y malhablados son mi debilidad. Así que, ¿cómo voy a resistirme? Sin embargo, cuando estamos a solas, muestra un lado más tierno, y estoy empezando a darme cuenta de que su carácter de tío duro no es más que una fachada. Alguien lo convenció de que no es lo suficientemente bueno, aunque nunca me he sentido más querida que cuando estoy en sus brazos. Puede que mi contrato diga que nuestra relación solo durará dos meses. Pero mi corazón me dice que será para siempre.
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Seitenzahl: 522
Veröffentlichungsjahr: 2025
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A las mujeres increíbles que siempre me han dado suapoyo incondicional. Y a todas las que empoderana otras en lugar de hundirlas.Juntas somos más fuertes..
«A veces hay que perder algo buenopara ganar algo mejor».
Marilyn Monroe
Lucy Reid me está mirando de una forma demasiado intensa para mi gusto.
—Bueno, me encantan las manualidades. En mi tiempo libre suelo hacer álbumes de recortes y también punto. Seguro que a Luke le chiflaría aprender a hacer punto. ¿No crees, Cade?
Casi me río al oír cómo ronronea mi nombre. A mí lo que me chiflaría es ver a alguien intentar que Luke se esté quieto el tiempo suficiente como para entretenerse con dos agujas y tejer algo.
Ahora se dirige a Summer, la prometida de mi hermano pequeño, y añade con una sonrisa:
—Me entiendes, ¿verdad? Todas necesitamos alguna afición femenina.
Oigo a mi padre, Harvey, reír desde el rincón en el que está sentado. Contratar a una niñera se ha convertido en un asunto familiar.
Y en una auténtica pesadilla.
Summer aprieta los labios y sonríe de manera forzada.
—Sí, por supuesto.
Estoy a punto de soltar una carcajada. El concepto de afición femenina de Summer consiste en levantar pesas en el gimnasio y torturar a hombres adultos bajo el pretexto de «entrenamiento personal». Está mintiendo como una bellaca, pero puede que Lucy no lo sepa porque Summer es nueva en el pueblo.
O quizá Lucy está siendo una zorra sarcástica con mi futura cuñada.
—Muy bien. —Me levanto—. Gracias por tu tiempo. Ya te llamaremos.
Lucy parece un poco sorprendida por mi brusco cambio de tema, pero ya he visto y escuchado todo lo que necesitaba.
Además, la delicadeza no es lo mío. Soy más de ir directo al grano.
Me doy la vuelta, agacho la cabeza y me marcho antes de que se note demasiado que he visto su mano extendida y he decidido no estrechársela. Me dirijo a la cocina a grandes zancadas, apoyo las manos en la encimera de madera frente a la ventana y dejo que mi mirada se pierda en la inmensidad de la pradera y en las escarpadas Montañas Rocosas que se elevan hasta el cielo.
Este paisaje, salvaje y lleno de contrastes, ofrece una explosión de color a principios de verano: la hierba es demasiado verde, el cielo demasiado azul y el sol brilla tanto que desenfoca los contornos y obliga a entrecerrar los ojos.
Después de echar los granos de café en el molinillo para prepararme una taza, lo pongo en marcha de modo que el sonido inunda toda la casa e intento no pensar en qué voy a hacer con mi hijo durante los próximos dos meses. Pero eso solo consigue agobiarme y siento que debería hacer más por él, pasar más tiempo con él y estar más presente.
Un sentimiento nada productivo.
El ruido del molinillo también tiene la ventaja de ahogar la despedida educada que mi padre y Summer le dan a Lucy en la puerta de entrada.
Como no es mi casa, no es mi problema. Estamos haciendo las entrevistas para escoger niñera en la casa principal, donde vive mi padre, ya que no me gusta meter a personas que no conozco en mi hogar. Sobre todo, a aquellas que me miran como si yo fuera la clave para completar su sueño de familia feliz.
Harvey, sin embargo, no tendría ningún inconveniente en convertir este lugar en un hotel rural y pasárselo en grande atendiendo a los huéspedes. Desde que se lesionó y me cedió el rancho, no hace más que ir de un lado a otro socializando.
Observo cómo el café molido cae en el filtro de papel blanco en la parte superior de la cafetera y me doy la vuelta para llenar la jarra con agua en el fregadero.
—¿No crees que es un poco tarde para hacer café? —pregunta Harvey, entrando en la cocina, con Summer detrás.
Si ellos supieran. Hoy ya voy a tope de café. Casi estoy temblando por el exceso de cafeína.
—Solo te lo estoy preparando para mañana.
Summer suelta un bufido y mi padre pone los ojos en blanco. Saben que estoy mintiendo.
—No has sido nada amable con ella —me dice. Ahora soy yo el que pone los ojos en blanco—. De hecho, estás siendo un obstáculo con todo este asunto.
Me cruzo de brazos y me apoyo en la encimera.
—No soy una persona muy amable. Y estaré encantado de ser un obstáculo si con eso protejo a mi hijo.
Estoy convencido de que mi padre está a punto de sonreír cuando se sienta a la mesa y cruza una pierna por encima de la otra, con la bota apoyada en la rodilla.
Summer se queda ahí parada, apoyada en el marco de la puerta, mientras me mira fijamente. Es algo que hace de vez en cuando y que me pone nervioso.
Es una mujer inteligente. No se le escapa nada. Casi puedo oír los engranajes de su cabeza en movimiento, pero no es de las que hablan mucho, así que nunca sabes qué es lo que se trae entre manos.
Me cae bien y me alegro de que mi hermano pequeño haya sido lo bastante listo para ponerle un anillo en el dedo.
—Eres amable —comenta ella, pensativa—, a tu manera.
Me muerdo el labio para no darles la satisfacción de ver que el comentario me ha hecho gracia.
Summer suelta un suspiro.
—Mira, ya hemos entrevistado a todas las candidatas. He hecho todo lo posible por eliminar a aquellas que parecían menos interesadas en cuidar a Luke y más interesadas en estar… contigo.
—¡Y había unas cuantas! —Mi padre da un golpe en la mesa—. ¿Quién se iba a imaginar que habría tantas mujeres dispuestas a soportar tus ceños fruncidos y tu mal humor? El sueldo no es tan bueno.
Lo fulmino con la mirada antes de volver a mirar a Summer.
—Está claro que no has hecho una buena criba. Quiero a alguien que no tenga ningún interés en mí. Nada de líos raros. ¿Qué tal una que esté felizmente casada?
—Las mujeres felizmente casadas no van a querer vivir en tu casa en verano.
Suelto un resoplido.
—¿Y alguien de fuera? Que no conozca a nuestra familia. Ni mis movidas. Alguien que no se haya acostado con ninguno de mis hermanos. —Hago una mueca—. Ni con mi padre.
Harvey emite una especie de sonido ahogado, como si estuviera a punto de reírse.
—Llevo décadas soltero, hijo, así que eso no es asunto tuyo.
Summer se pone roja, pero no se me pasa por alto la sonrisa que esboza mientras se vuelve hacia la ventana.
—¿Sabes? Podría hacerlo yo —añade Harvey. No es la primera vez que se ofrece.
—No.
—¿Por qué no? Es mi nieto.
—Por eso mismo. Esa es la relación que debéis seguir teniendo. Ya me has ayudado bastante con él desde que nació. Pero ahora tienes problemas con la espalda, las rodillas… Debes tomártelo con calma. Puedes pasar todo el tiempo que quieras con él cuando te apetezca, pero no quiero que te machaques con jornadas interminables, madrugones y, posiblemente, con noches en vela. No sería justo y no voy a aprovecharme de ti de esa manera. Fin de la discusión. —Vuelvo a mirar a mi futura cuñada—. Summer, ¿no podrías hacerlo tú? No se me ocurre nadie mejor. Luke te adora, yo no te intereso en absoluto y ya vives en el rancho.
Veo cómo aprieta la mandíbula. Está harta de que se lo pida, pero no quiero dejar a mi hijo con cualquiera. Es un niño muy activo. Un terremoto. Y este verano tengo mucho trabajo en el rancho. No voy a poder encargarme de todo sin alguien que lo cuide; alguien en quien pueda confiar para que vele por su seguridad.
—Y también acabo de montar un negocio y en verano es cuando más ocupada estoy. No puedo hacerlo. Deja de insistir; haces que me sienta fatal. Os quiero mucho a ti y a Luke. Pero estamos un poco cansados de hacer entrevistas para el puesto y no avanzar debido a tu comportamiento.
—Vale, está bien —mascullo—. Entonces me conformaré con alguien como tú.
Summer ladea la cabeza y se queda quieta.
—Se me está ocurriendo algo.
Se lleva un dedo a los labios y Harvey la mira, expectante.
Se le ve tan esperanzado. Si yo ya estoy hasta las narices de esta odisea de encontrar una niñera para el verano, mi padre debe de estar completamente exhausto.
Frunzo el ceño.
—¿Quién?
—No la conoces.
—¿Tiene experiencia?
Summer me mira fijamente con sus grandes ojos oscuros, sin darme ninguna pista de lo que está pensando.
—Sí, sin duda sabe lidiar con críos revoltosos.
—¿Va a sentir algo por mí?
Summer suelta un bufido nada elegante.
—No.
No sé si debería ofenderme por una respuesta tan rotunda, pero no me molesta. Me aparto de la encimera y hago un gesto con la mano.
—Perfecto. Adelante con tu idea entonces —le digo mientras salgo por la puerta trasera hacia mi casa, dispuesto a alejarme de todo este follón de encontrar a una niñera capaz de cuidar de un niño de cinco años.
Solo necesito a alguien que se ocupe de él. A alguien profesional que no me dé problemas.
Son solo dos meses. No debería ser tan difícil.
Intento recordar cuándo fue la última vez que me acosté con alguien.
¿Dos años? ¿Tres? ¿Aquel enero que me quedé a dormir en la ciudad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? ¿Cómo se llamaba esa tía?
La mujer que está delante de mí en la cola se mueve y me distrae con el vaivén de sus caderas. Los vaqueros ajustados se amoldan a su culo de una manera que debería ser ilegal. La curva bajo sus nalgas es casi tan hipnotizante como el balanceo de su melena cobriza sobre su espalda.
Menuda distracción. Lleva una camiseta ajustada metida en unos vaqueros igual de ceñidos que resaltan cada una de sus curvas.
Me olvido por completo de lo que estaba pensando. Aunque verla ahí es precisamente lo que ha hecho que empezara a darle vueltas a cuánto tiempo llevo sin tener sexo.
La conclusión es que hace tanto que ni me acuerdo. No obstante, tengo muy claro por qué no me he permitido siquiera prestar atención a nadie del sexo opuesto.
Un niño al que crío solo. Un rancho que llevo solo. Un millón de responsabilidades. Poco tiempo. Y muy pocas horas de sueño.
Hace siglos que no he disfrutado de un momento para mí, pero no era consciente de que hubiera pasado tanto tiempo.
—¿Qué le pongo, señora?
La mujer que está delante de mí se ríe; un sonido ligero y melódico que me recuerda a las campanillas de mi porche trasero cuando las agita el viento.
Madre mía, esa risa.
Es un sonido que reconocería en cualquier lugar. Sin embargo, no sé quién es esta mujer. Si la hubiera visto antes, me acordaría, porque conozco a todo el mundo en Chestnut Springs.
—¿Señora? No sé si me gusta cómo suena eso —dice.
Casi puedo oír la sonrisa en su voz. Me pregunto si sus labios serán tan bonitos como el resto.
Ellen, la dueña de Le Pamplemousse, la pequeña cafetería gourmet del pueblo, le sonríe.
—Bueno, ¿cómo debería llamarte? Suelo reconocer a todo el mundo que entra aquí, pero a ti no te había visto antes.
Así que no soy el único. Me acerco un poco más con la esperanza de oír su nombre, pero uno de los empleados decide poner en marcha el molinillo de café justo en ese momento. Aprieto los dientes.
No sé por qué me interesa tanto saber cómo se llama, pero es así. Vivo en un pueblo pequeño y tengo derecho a ser cotilla. No hay más.
Cuando el molinillo deja de sonar, la cara arrugada de Ellen se ilumina.
—Qué nombre tan bonito.
—Gracias —responde la mujer, antes de añadir—: ¿Por qué este lugar se llama «El pomelo» en francés?
Ellen suelta una carcajada y responde con una sonrisa desde su lado de la barra:
—Le dije a mi marido que quería ponerle a la cafetería un nombre que sonara elegante. Algo en francés. Y él me contestó que lo único que sabía decir en ese idioma era le pamplemousse. Me pareció adecuado y ahora es como una pequeña broma entre nosotros.
Al ver cómo se le ha suavizado la mirada al hablar de su marido, he sentido una punzada de envidia en el pecho.
Seguido de un atisbo de enfado.
La única razón por la que no me he quejado de su eterna charla es porque estoy demasiado ocupado intentando disimular la erección que me ha provocado la risa de esta mujer. En circunstancias normales, me habría molestado tardar tanto en conseguir un simple café. Le he dicho a mi padre que iría a recoger a Luke (miro el reloj) justo ahora. Tengo que volver para poder reunirme con Summer y la persona que, con suerte, será la niñera de Luke.
Pero mi cabeza va por derroteros que he evitado durante años. Tal vez debería dejarme llevar y disfrutar del momento. Quizá me venga bien abrirme a sentir algo.
—Podrías ponerme un café mediano, muy caliente, sin espuma, con la mitad de azúcar…
En mi mente, pongo los ojos en blanco. Estaba claro que la forastera con cuerpazo tenía que hacer un pedido largo y de lo más complicado.
—Son tres dólares con setenta y cinco —informa Ellen con la vista fija en la pantalla táctil de la caja registradora, mientras la desconocida hurga en su bolso enorme en busca del monedero.
—Ay, mierda —murmura.
Por el rabillo del ojo veo caer algo de su bolso al suelo de cemento pulido, junto a sus sandalias.
Me agacho sin pensarlo y recojo la tela negra. Me levanto al mismo tiempo que ella se da la vuelta.
—Toma —le digo, con la voz un poco ronca por los nervios. Hablar con desconocidas no es uno de mis puntos fuertes.
¿Mirarlas con el ceño fruncido? En eso soy un hacha.
—¡Madre mía! —exclama ella.
Ahora que la tengo de frente, por fin puedo verle la cara. Me quedo clavado en el sitio y dejo de respirar. Su risa no es nada comparado con su rostro. Ojos felinos, cejas arqueadas, piel de porcelana…
Joder, es guapísima.
Y está roja como un tomate.
—Lo siento mucho —jadea ella, llevándose una mano a los labios carnosos.
—No pasa nada, tranquila —digo.
Aunque tengo la sensación de que todo está ocurriendo a cámara lenta. Me cuesta concentrarme en nada que no sea esa cara.
Mierda.
Esas tetas.
Es oficial: me he convertido en un viejo verde. Bajo la vista hacia mi puño y a la suave tela que asoma entre mis dedos.
La oigo soltar un quejido al tiempo que abro los dedos. Y así, poco a poco, me voy dando cuenta de por qué le ha horrorizado tanto que me haya comportado como un caballero y haya recogido sus…
Bragas.
Observo el trozo de tela negro que tengo en la mano y es como si todo a nuestro alrededor se volviera borroso. Clavo la mirada en sus ojos grandes y con una multitud de tonalidades verdes. Son como un mosaico.
No soy de sonreír mucho, pero curvo los labios en un atisbo de sonrisa.
—Se… Se le han caído las bragas, señorita.
A ella se le escapa un sonido entre una risa ahogada y un gemido mientras me mira la mano y luego la cara.
—Ay. Qué vergüenza. En realidad…
—¡Cielo, ya tienes el café! —exclama Ellen.
La pelirroja, visiblemente aliviada, aprovecha la interrupción para darse la vuelta.
—¡Gracias! —responde con un tono demasiado alegre antes de dejar un billete de cinco dólares en la barra y coger el vaso de papel. Después, se dirige hacia la puerta sin mirar atrás—. ¡Quédate con el cambio! ¡Hasta otra!
Cuando pasa junto a mí como una exhalación, evitando mirarme, me parece oírla reírse por lo bajo y murmurar algo para sí misma sobre lo graciosa que será esta historia cuando se la cuente a sus futuros hijos algún día.
¿Pero qué tipo de historias piensa contar esta mujer a sus hijos?, pienso antes de llamarla.
—Se le olvidan las… —Me detengo porque me niego a gritar lo que viene a continuación en una cafetería llena de gente a la que tengo que verle la cara todos los días.
Ella se vuelve, se apoya en la puerta y, durante un instante, me mira fijamente con una expresión de diversión contenida en el rostro.
—El que lo encuentra se lo queda —dice mientras se encoge de hombros.
Entonces se echa a reír; una risa sincera, plena y tremendamente divertida. Luego sale a la calle soleada, con el pelo brillando como el fuego y moviendo las caderas como si fuera la reina del mambo.
Me quedo mirándola, boquiabierto.
Y cuando vuelvo a bajar la vista hacia mi mano abierta, me doy cuenta de que ha desaparecido hace rato, que sigo sin saber cómo se llama y que continúo ahí…
Con sus bragas en la mano.
—¿Quién era? —pregunta Summer con voz entrecortada.
—Ni idea.
Se me viene a la mente la imagen de mis bragas negras cayendo al suelo y cómo la vergüenza inicial se ha transformado poco a poco en un ataque de risa histérica.
Solo a mí.
Estas cosas solo me pasan a mí.
Mi mejor amiga da un respingo y se inclina hacia delante en el balancín del porche.
—¿No las has cogido?
Sonrío y le doy un sorbo a mi cerveza.
—No. Él parecía tan… No sé. ¿Aturdido? No en plan ofendido, pero tampoco como si fuera un pervertido. Me ha resultado adorable. Me he sentido como si acabara de liberar a un elfo doméstico o algo así.
—¿Se parecía a Dobby?
Gimo y arqueo las cejas de forma sugerente.
—Si Dobby estuviera bueno.
—¡Ay, Willa, qué asco! —exclama entre jadeos—. Por favor, dime que estaban limpias.
—Por supuesto. Eran las de repuesto. Ya sabes que no soy de llevar bragas. Pero de vez en cuando son necesarias, ¿verdad?
Summer me mira con los ojos entrecerrados.
—Yo las necesito todos los días.
—¿Para ir incómoda? No, gracias. La vida es demasiado corta. Los sujetadores y las bragas están sobrevalorados. Además, ahora puedo pasarme las noches en vela preguntándome qué estará haciendo un desconocido con ellas.
Summer se vuelve a reír.
—Seguro que las habrá tirado, como haría cualquier persona en su sano juicio.
Últimamente se la ve muy feliz. Desde que dejó a su complicada familia y su estresante vida en la ciudad. Mi mejor amiga conoció a un jinete de rodeo, se «fugó con él al atardecer» y aquí está, toda sonrisas y pecas, acurrucada en un balancín en el porche de un precioso rancho con vistas a las Montañas Rocosas.
Está más radiante que nunca.
Me gusta meterme con ella por vivir en medio de la nada, pero lo cierto es que el paisaje de Chestnut Springs es impresionante. Una pradera infinita y unas montañas oscuras y escarpadas que se alzan como un tsunami viniendo directamente hacia ti.
En la ciudad también se ven las montañas, pero no así. No como si pudieras extender la mano y tocarlas.
—Y dime, ¿qué vas a hacer los próximos meses?
Suspiro. No tengo ni idea. Pero tampoco quiero que Summer se preocupe por mí. Es algo muy típico de ella. Empieza a darle vueltas y luego intenta arreglar mis cosas cuando yo solo querría dejarme llevar.
—¿Y si me vengo a vivir con Rhett y contigo una temporada? —pregunto con tono inocente, mirando a mi alrededor—. La casa ha quedado preciosa ahora que está terminada. No te importaría, ¿verdad?
Veo cómo aprieta los labios, como si de verdad se lo estuviera pensando. Madre mía, tiene un corazón que no le cabe en el pecho.
—Sum, te estoy tomando el pelo. No se me ocurriría haceros eso. —Suelto un suspiro y miro el campo—. En realidad no lo sé. Cuando Ford me dijo que iba a cerrar el bar para reformarlo, me hizo mucha ilusión. Pensé que me pasaría todo el verano viajando de certamen en certamen, gastando todos mis ahorros, sin preocuparme por planificar el futuro, y viviendo como una chica de veinticinco años que tiene el respaldo económico de su familia.
Intenta interrumpirme. No le gusta que sea tan dura conmigo misma por no estar a la altura gestionando el bar de mi hermano, que es todo un éxito. O por ir de vacaciones con mis padres superfamosos. O por ir por la vida sin un rumbo fijo en una familia llena de triunfadores.
Hago caso omiso de sus protestas y continúo:
—Pero, claro, mi caballo ha tenido que fastidiarlo todo y lesionarse justo antes de empezar la temporada de competiciones. Han operado a Tux y ahora me voy a pasar el verano dándole zanahorias y cepillándolo sin parar.
Mi mejor amiga se queda mirándome. Me encantaría meterme en su cerebro y saber qué es lo que está pensando, porque seguro que tiene mil cosas en la cabeza.
—No te preocupes, voy a estar bien. Son problemas del primer mundo. Vendré a verte un montón. Podrás machacarme en tu gimnasio y yo ligaré con algún jugador de hockey o jinete de rodeo. Todos salimos ganando.
—Claro… —Se toca el labio superior con el dedo índice—. ¿Y si…?
—Oh, no. Por favor, no te pongas en plan salvadora y quieras arreglarme la vida. Ya ayudas demasiado a los demás, lo sabes ¿no?
—Willa, cállate y escúchame.
Apoyo el trasero en la barandilla del porche, de cara a ella, y cojo el botellín de cerveza que tengo al lado. Está empapado de condensación y ni siquiera está frío. Estamos en junio y ya hace un calor insoportable. Ponerme los vaqueros ha sido un error.
Doy un buen trago, echo los hombros hacia atrás y me preparo para el sermón.
—¿Y si hubiera encontrado la forma de que pases aquí el verano? Pero no en casa con Rhett y conmigo.
Reconozco que me ha pillado por sorpresa.
—Paso de acampar en tu jardín. No estoy hecha para dormir al aire libre. Puede que aún no tenga ni idea de qué hacer con mi vida, pero te aseguro que no incluye colchones hinchables ni sacos de dormir.
Pone los ojos en blanco y continúa:
—No tiene nada que ver con eso. El hermano mayor de Rhett necesita ayuda con su hijo durante las vacaciones de verano. La mujer que lo cuidaba cuando era más pequeño ya no puede seguirle el ritmo. El niño tiene cinco años.
Miro fijamente a mi amiga con el botellín oscilando entre mis dedos.
—¿Quieres que yo me haga cargo de un crío?
—Sí. Eres divertida y tienes mucha energía. Si puedes lidiar con un bar lleno de borrachos, ¿cómo no vas a poder entretener a un niño pequeño? Siempre estás diciendo que te gustan los niños.
Sopeso la idea. Mi primer impulso es decir que no, pero lo cierto es que me aterra pasar estos meses sin trabajar, sin competir y sin poder estar con mi mejor amiga. Los niños me han gustado de toda la vida, quizá porque a veces me siento como uno de ellos.
—¿Y dónde viviría?
Abre los ojos un poco más y traga saliva.
—Con su hermano, Cade. Él es el que lleva el rancho. Se levanta muy temprano y hay días en que, si surge algún problema, no llega hasta por la noche. No obstante, tiene contratado a un equipo muy competente que le ayuda con la carga de trabajo. A su padre le gusta echar una mano con Luke, aunque, si te soy sincera, no está para jornadas de doce horas. Pero seguro que te relevaría a menudo.
—¿Por qué pareces asustada? ¿Es el hermano capullo o el simpático y superhéroe que está como un tren? —Casi me siento mal por preguntar, porque no he venido mucho a visitar a Summer. Solemos quedar en el pueblo, en lugar de conducir los veinte minutos hasta el rancho Pozo de los Deseos. A estas alturas, ya debería haber conocido a todos los miembros de su futura familia, pero no es el caso.
—El hermano capullo.
—Cómo no… —Doy otro trago a la cerveza.
—¡Pero no lo verás mucho! —se apresura a añadir—. No le gusta que nadie le… ¿dé la lata? Además, Rhett y yo vamos a estar cerca. Podríamos pasárnoslo muy bien.
Visto así, hasta parece divertido. Al menos más que tirarme los mejores meses del año sola en la ciudad.
—¿Podemos hacer nuestros brunches etílicos? Siempre los hacíamos cuando ambas vivíamos en la ciudad, y quiero recuperarlos.
Tuerce los labios en una sonrisa.
—Sí.
Me bebo el resto de la cerveza, sabiendo cuál va a ser mi respuesta. Durante toda mi vida, me he dejado llevar. Me van surgiendo oportunidades y yo las aprovecho. Esta parece otra más.
¿Quién soy yo para decir que no?
—Pues venga, qué coño. Me apunto.
Atravesamos la granja y aparcamos frente a una casa roja con marcos blancos de lo más pintoresca. Me fijo en los pequeños setos que rodean el jardín y en la verja blanca que da paso a un camino de grava que conduce a la entrada.
Me enamoro de la propiedad al instante.
—¿Voy a vivir aquí? —pregunto al salir del coche de Summer, incapaz de apartar la mirada de esa casa tan adorable y bien cuidada.
—Sí. —Summer sigue hablando, sin darse cuenta de lo muchísimo que me gusta este lugar—. Creo que es lo más conveniente por los horarios tan variables que tiene. Antes nos turnábamos con su padre y la señora Hill, pero madrugar y tener que estar aquí a las cuatro y media de la mañana es demasiado para ellos. A Cade no le gusta pedírselo. Si vives aquí, puedes seguir durmiendo hasta que Luke se despierte y así no se quedará solo en casa.
Summer camina hasta la puerta de entrada como si nada, y yo la sigo, preguntándome en qué narices me he metido.
No sé nada sobre cuidar niños. Ni sobre la paternidad.
Ni sobre cómo funciona un rancho.
Me quedo atrás, dudando, pero Summer no se da cuenta. Sube los escalones que dan al porche con sus chanclas y en vaqueros cortos, levanta la aldaba y llama con fuerza.
—Oye, Sum… —empiezo, estirando el brazo como si pudiera detenerla cuando ya ha llamado.
Deberíamos hablar de todo esto con más calma. Aclarar algunos detalles.
Puede que mi carácter impulsivo me haya llevado demasiado lejos esta vez. Tengo la sensación de que está deseando zanjar esto cuanto antes. Y yo tengo dudas.
Demasiadas dudas.
Pero todas desaparecen en el instante en que se abre la puerta principal y me quedo ahí parada como una tonta, en medio del camino de grava, mirando boquiabierta al hombre de la cafetería.
Al que le dejé mis bragas.
Sigue siendo un hombretón. Pelo oscuro, ojos aún más oscuros bajo unas cejas fruncidas, hombros anchos, una barba de lo más sexy rodeando unos labios ligeramente curvados… y cara de pocos amigos.
Me mira fijamente mientras aprieta el pomo de la puerta con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos.
—¡Cade! —empieza Summer, sin darse cuenta de que me está fulminando con la mirada—. Te presento a mi mejor amiga, Willa, tu nueva niñera.
—No. —Es lo único que dice.
—¿A qué te refieres con «no»?
—A que por encima de mi cadáver. —Sus palabras rezuman condescendencia.
Summer ladea la cabeza y yo me acerco a ella. Va listo si cree que puede hablarle así a mi mejor amiga. La he defendido desde que éramos adolescentes. Ya ha tenido bastantes hombres despreciables en su vida, así que este puede irse a la mierda.
—Cade, no seas absurdo. Llevamos mucho tiempo intentando buscar a alguien que…
Él la interrumpe:
—Tú eres la que está siendo absurd…
Subo al porche hecha una furia. Soy la única pelirroja en mi familia. No sé si esto es debido a mi temperamento, pero tengo fama de perder los estribos y ser rencorosa.
Y también de acabar las peleas en el bar con un bate.
Y puede que ahora mismo esté a punto de ganarme la fama de dar patadas en los huevos a rancheros que están buenísimos.
Levanto una mano delante de él para que se calle.
—Piensa bien lo que vas a decir. Me importa un bledo que vaya a ser tu cuñada. Nadie le habla así a mi amiga. Y punto.
Me mira con esos ojos oscuros. Empieza por mi cara, y luego me recorre todo el cuerpo de la forma más crítica e inquietante. Cuando vuelve a mirarme a los ojos, su expresión es completamente neutral.
Como si me hubiera evaluado y hubiera llegado a la conclusión de que no valgo nada.
—Me da igual que sea tu mejor amiga. Hueles a cerveza y aún tengo tus bragas en el bolsillo trasero. No vas a cuidar de mi hijo.
Entrecierro los ojos y sonrío ante su metedura de pata.
—¿Las estás guardando para más tarde?
Le guiño un ojo y observo cómo un intenso rubor le tiñe las mejillas y se extiende por esa impecable estructura ósea que se oculta bajo la barba y el ceño fruncido.
Summer se vuelve hacia mí con los ojos color chocolate abiertos como platos. Tiene la misma expresión que esos adorables carlinos con los ojos saltones.
—¿Cade es el tío de las bragas?
—No soy el tío de las bragas —interviene él, pero Summer y yo lo ignoramos.
—Sí. Y dijiste que cualquier hombre en su sano juicio las tiraría. Así que ya sabes lo que eso significa.
Nos miramos con una sonrisa de oreja a oreja y, antes de darme cuenta, a Summer se le escapa una risita. Segundos después, está doblada sobre sí, con las manos apoyadas en las rodillas, sin poder respirar de la risa.
—Por el amor de Dios. —El hermano cascarrabias se pasa una mano enorme por el pelo, frustrado—. No soy el tío de las bragas.
Me río tanto que me tiemblan los hombros y se me saltan las lágrimas.
—¿Qué probabilidades había? —murmuro.
—Es un pueblo pequeño. Las probabilidades eran bastante altas —señala Cade entre dientes, no tan divertido como nosotras.
Summer prácticamente se desternilla mientras se endereza y se seca los ojos.
—No te preocupes, Cade. Están limpias.
Él resopla y cierra los ojos antes de tomar una profunda bocanada de aire, como si eso fuera a tranquilizarlo.
—Tío de las bragas.
Sacudo la cabeza y le sonrío. Sea o no la niñera de su hijo, voy a pasar mucho tiempo con este hombre ahora que Summer se va a casar con su hermano, así que será mejor que intente calmar las aguas.
—¡No es el tío de las bragas! ¡Lleva calzoncillos! —grita una vocecita desde el pasillo, antes de que aparezca el niño más adorable del mundo, con el pelo oscuro y los ojos azules—. Pero de los que aprietan —aclara, para rematar la faena.
—Ya —digo con tono serio al niño, que ahora se ha metido debajo del brazo de su padre y me está mirando con sumo interés con sus ojos enormes—. Para que no tenga rozaduras.
—¿Qué son rozaduras? —pregunta con curiosidad, mientras su padre se lleva una mano grande y bronceada a las cejas y se las frota.
—Luke… —dice Cade.
—Cuando se te junta todo ahí abajo y te escuece —le explico.
Si te crías con unos padres como los míos, no te andas con rodeos con estas cosas. En mi familia no hay temas tabús.
—Ah, sí. —Asiente con la cabeza como si supiera de lo que habla—. Odio cuando pasa eso.
—Luke, vete a tu habitación. —Cade vuelve su enorme figura hacia su hijo, y yo no puedo evitar admirarlo. La fuerza que exuda, los músculos que se le marcan en los antebrazos, la forma en que se le mueve la nuez. Cómo se le suaviza la expresión al mirar a su hijo.
Ese es el punto clave.
—¿Por qué? —El niño lo tiene calado. Abre los ojos color zafiro de par en par, casi de forma dramática, y hace un pequeño puchero con el labio inferior—. Quiero ir a jugar con Summer y su amiga.
Es una monada.
—No —responde su padre al mismo tiempo que yo digo:
—¡Claro!
Cade gira la cabeza hacia mí de golpe, con el ceño tan fruncido que parece que acabo de hacerle algo imperdonable.
—Cade —Summer pone los brazos en jarras—, deja que pase un rato con nosotras. Igual hasta te llevas una sorpresa y todo.
Los miro alternativamente. Summer, tan menuda y dulce; Cade, tan grande y cascarrabias.
—Por favor, papá.
Cuando Luke le habla con esa voz tan melosa, ya no parece tan gruñón, sino más bien… resignado. Y puede que también cansado.
Cade me mira fijamente.
—¿Cuántos años tienes?
Me enderezo; no voy a permitir que me intimide con esa mirada penetrante.
—Veinticinco.
Veo cómo vuelve a tragar saliva mientras me examina de nuevo.
—¿Tienes antecedentes penales?
—Ninguno grave —respondo con sinceridad.
Una vez, me pillaron con marihuana antes de que la legalizaran. Sí, vale, culpadme por querer pasármelo bien en mi adolescencia.
—Dios bendito. —Se pasa una mano por el pelo corto y niega con la cabeza.
—¿Y tú qué? ¿Tienes antecedentes penales?
Me cruzo de brazos y enarco una ceja. Si este es el hermano del que Summer me ha hablado, estoy segura de que no ha sido ningún santo. Y soy yo la que va a vivir con él.
Vuelve a clavar la vista en mí. Con dureza. Una mirada que parece no tener fin. Summer nos observa a ambos, y por el rabillo del ojo veo a Luke levantar la cabeza hacia su padre y tirar del dobladillo de su camiseta.
—¿Puedo ir a jugar ya?
—Vale. —Cade me lanza una mirada asesina mientras responde—. Pero Summer se queda al mando.
El niño chilla de alegría y sale corriendo al porche.
Yo me limito a sostener la mirada a su padre, sin achantarme.
Ahora que Luke no está en casa, por fin tengo un poco de tiempo libre. Un rato para mí. Para relajarme.
Siempre estoy diciendo que necesito esto, pero ahora que lo tengo, no sé si me gusta mucho.
Resulta que, después de pasarme toda la vida cuidando de los demás, no se me da muy bien relajarme. Enciendo la tele y trato de encontrar algo para ver, pero no hay nada que me llame la atención. Me acerco a la estantería de mi salón, que está llena de clásicos de mis padres y de algunos libros que he ido comprando porque me parecieron interesantes y que nunca he tenido tiempo de leer.
Cojo uno y me dejo caer en el sofá con él, pero en cuanto me siento, noto un bulto en el bolsillo trasero y me tenso al instante.
Willa.
Ni siquiera sé cómo se apellida. En realidad, sé muy poco de ella. Lo único que tengo claro es que no es lo suficientemente buena para cuidar de mi hijo.
No tiene nada que ver con la monja sosa, responsable y asexual, aunque dispuesta a hacer cosas divertidas con un niño activo, que me había imaginado para el puesto.
No soy tan ingenuo como para pensar que esa persona exista de verdad, aunque no pierdo la esperanza. Pero Willa no es la solución que esperaba.
La madre de Luke nos hizo mucho daño. Y nos lo sigue haciendo, me lo sigue haciendo.
Mi nivel de confianza está por los suelos. Confío en la señora Hill porque cuidó bien de mis hermanos y de mí. Lo mismo ocurre con mi padre. Confío en Summer porque cualquiera que sea capaz de controlar a mi hermano pequeño, todo un espíritu libre, puede encargarse de un niño de cinco años que no para quieto.
Pero esta tal Willa… No la conozco. Y no confío en ella.
Lo único que sé es que me pone cachondo, habla demasiado y llevaba un par de bragas de repuesto en el bolso. Me enderezo y las saco. No son vulgares ni nada por el estilo. Son de un tejido de nailon suave, de color negro. Unas bragas que lo cubren todo, supongo. Pero ¿qué sé yo de bragas?
En cualquier caso, sentado como estoy en mi sofá, contemplando las bragas de la mujer que ahora mismo está con mi hijo, me siento como el mayor pervertido del planeta.
Debería devolvérselas.
No quiero seguir con ellas en el bolsillo.
Aunque tampoco quiero tener que mirarla a los ojos cuando se las devuelva.
Tengo treinta y ocho años y estoy actuando como un puto adolescente nervioso por unas bragas.
Me voy a la cocina, cabreado conmigo mismo, y las meto en el fondo del cajón de los trastos; el cajón donde van a parar todas esas cosas a las que me da pereza encontrarles otro sitio más adecuado. Me gusta tener la casa ordenada, pero ese cajón es mi pequeño y vergonzoso secreto.
Tiene sentido que las bragas de Willa terminen ahí.
Cojo las llaves de la encimera y salgo por la puerta de entrada. Tengo la impresión de que mi padre está harto con mi indecisión sobre el asunto de la niñera, así que me subo a mi camioneta y decido ir a molestar a mi hermano pequeño en su lugar.
Bien sabe Dios lo mucho que me hizo sufrir de pequeño y que algunas de las canas que tengo cerca de las sienes son por su culpa. Lo mínimo que puede hacer ahora es invitarme a una cerveza y hablarme más sobre esta tal Willa antes de que la descarte y haga que Summer y mi padre me odien.
Porque estoy convencido de que, si sigo alargando todo esto, me van a mandar a la mierda por ser tan tiquismiquis.
Y con razón.
Solo tardo unos minutos en llegar a la flamante casa de Rhett y Summer por la carretera secundaria. Veo un Jeep Wrangler rojo aparcado al lado de la camioneta clásica que conduce mi hermano. Pero el elegante vehículo de Summer no está por ningún lado. Me entran unas ganas locas de sacar el móvil del bolsillo, llamarla y exigirle que me diga dónde está y qué narices está haciendo.
Puede que esté más alerta de la cuenta por tener a alguien nuevo cerca de mi hijo. Aunque en realidad, siempre soy así. Siempre tengo la sensación de que debo cuidar de alguien, de estar pendiente de todos.
Desde que mi madre murió, cuando yo tenía ocho años, llevo sobre los hombros una carga enorme. Y ya ni siquiera sé si alguien me la impuso o si fui yo mismo.
Sea como sea, ahí está. Y pesa mucho.
Subo a toda prisa los escalones de la entrada y aporreo la puerta, aunque tiene un timbre. Golpear algo siempre es mucho más satisfactorio.
A los pocos segundos, oigo pasos acercándose al otro lado de la puerta. A través del cristal esmerilado, puedo ver la silueta de mi hermano. Cuando la abre, sonríe como si supiera algo que yo no sé.
—¿Dónde está Summer? —pregunto, yendo al grano.
—Encantado de verte también, capullo. Mi mujer está en el pueblo. Ha tenido que ir al gimnasio.
Suelto un resoplido.
—Todavía no es tu mujer. No estáis casados.
Se ríe y me hace un gesto con la mano para que pase, abriendo más la puerta.
—Detalles sin importancia. Me ha dicho que sí, así que para mí ya estamos casados. Y suena muy bien, ¿a que sí?
Arrugo la nariz y miro a mi hermano pequeño. Nunca pensé que lo vería tan pillado por una chica.
—¿Está Luke con ella?
—Qué va. Está con Willa. Summer me ha comentado que te recuerde que fuiste tú el que dijo que ella se quedaba al mando, así que ha decidido dejar a Willa con Luke para poder trabajar en su negocio en vez de como tu asistente personal.
Aprieto los labios y vuelvo a mirar los campos de cultivo. Típico de Summer. Sabía que encontraría cualquier resquicio al que aferrarse.
Rhett levanta las manos en señal de rendición, intentando ocultar su diversión.
—Lo ha dicho ella, no yo.
Pongo los brazos en jarras y suspiro antes de mirar de nuevo a Rhett.
—Háblame más de esta tal Willa. ¿Y dónde está ahora mismo? —le espeto.
—Anda, ven conmigo. Vamos a sentarnos fuera. Tienes pinta de necesitar una cerveza. O diez.
Niego con la cabeza mientras entro en la casa.
—No necesito diez cervezas.
Rhett se ríe entre dientes y atraviesa la planta de concepto abierto hacia la cocina, rodeada de puertas de cristal que dan al amplio porche trasero.
—Ya lo creo que las necesitas. Tienes cara de querer matar a alguien y eso no es bueno para la tensión, que ya tienes una edad.
—Soy lo suficientemente joven para darte una paliza —mascullo. Me quito las botas y las llevo conmigo mientras lo sigo hasta el porche soleado.
Rhett me lanza una lata de cerveza y me guía hacia una silla que mira al campo que les sirve de jardín. Solo hay un árbol. Un sauce inmenso, con unas ramas largas que caen a su alrededor como si fuera una cortina.
Me pongo de nuevo las botas, abro la cerveza y me llevo la lata fría a los labios mientras Rhett se sienta en la silla de madera reclinable a mi lado. Summer las pintó de un rojo intenso, tan alegre como ella.
Me recuerda al pelo de Willa.
«Vaya una chorrada». Alejo ese pensamiento de mi cabeza. Y entonces, lo oigo.
—No puedo hacerlo. —Es la voz de Luke, con un toque de angustia.
—Claro que puedes —responde la voz algo ronca de la impresionante pelirroja. Estoy a punto de saltar de la silla para ir a rescatarlo.
—Quédate ahí quieto, hombre. Luke está bien. No seas un padre tan sobreprotector. Es un coñazo.
Ignoro mi instinto, doy un buen trago a la cerveza y agudizo el oído para escuchar qué está pasando bajo el árbol.
—No vas a subir más alto de lo que puedas controlar. Eres demasiado listo para eso. Confía en tu cuerpo.
—¿Y si me caigo? —pregunta Luke con un hilo de voz.
—Me voy a poner debajo de ti y así podrás caerte sobre mí para que nos hagamos daño los dos. Porque eres demasiado grande como para cogerte al vuelo. Pero no te vas a caer. Solo haz caso a lo que te diga, ¿vale?
—Vale —responde, ahora con determinación.
Rhett me mira y sonríe.
—Willa Grant es buena gente, hermano. Si está dispuesta a cuidar de nuestro chico durante el verano, sería de tontos rechazarla. Es de las personas más leales que conozco. Tiene un gran corazón.
Me da la sensación de que hay algo ahí que desconozco. Pero también sé que mi hermano no me mentiría en algo tan importante como el bienestar de Luke.
Vuelvo a oír su voz desde el árbol.
—Vas a mover el pie derecho hasta esta rama. —Una pausa—. Muy bien. Ahora la mano izquierda aquí. En teoría, ya deberías poder sentarte en esa rama y saltar.
Entre las ramas, veo sus pies con sandalias y los vaqueros ajustados mientras se mueve, dándole instrucciones a mi hijo. Al cabo de un rato, unos pequeños pies con zapatillas aterrizan a su lado, seguidos de unas manitas que se apoyan en la hierba.
—¡Lo he conseguido!
Luke se levanta de un salto, sin ser consciente de que estoy aquí.
—Por supuesto. Eres la hostia trepando árboles.
A mi lado, Rhett suelta una carcajada y yo lo fulmino con la mirada.
—¡Venga ya! ¿Crees que tu hijo no ha oído cómo hablas?
—Llevo años intentando enseñarle buenos modales.
Se ríe y se encoje de hombros.
—Bueno, si eso es cierto, entonces le has dado una buena base. Y pasar un verano con una niñera divertida no va a estropearlo.
Me limito a gruñir y a dar otro sorbo.
Puede que tenga razón.
—¿Cuánto puedes subir tú, Willa?
Espero que ella lo frene. O le calme con alguna excusa de que los adultos no se suben a los árboles. Pero se limpia las manos en las redondeadas nalgas cubiertas por los vaqueros y contesta:
—No tengo ni idea. Vamos a comprobarlo.
Me quedo paralizado, con la cerveza a medio camino, viendo a una mujer adulta trepar por el grueso tronco.
—¿Está loca? —mascullo antes de dar otro trago.
Rhett se echa a reír.
—Un poco. Pero en el buen sentido.
Luke mueve los pies, emocionado, mientras la mira.
—¡No subas muy alto! ¿Y si luego no puedes bajar?
—Tú me rescatarás —grita Willa desde mayor altura de la que me esperaba.
—Soy demasiado pequeño. ¡Pero mi papá sí puede rescatarte!
Su risa ronca, tan irresistible como antes, llega hasta el porche.
—No sé yo, Luke —dice—. Creo que estaría más que encantado de dejarme aquí arriba para siempre.
Aprieto los labios. No va muy desencaminada. Si no se hubiera presentado esta mañana en Chestnut Springs, mi vida sería mucho más sencilla. Y mi polla estaría mucho menos rígida también.
—¡De eso nada! Él ayuda a todo el mundo —replica mi hijo.
Me da un vuelco el corazón. A veces me pregunto cómo me ve, qué imagen tiene de mí. Y estas palabras me han llegado al alma.
—Vaya, parece que tienes un padre genial —contesta Willa al instante, con la voz un poco entrecortada—. ¿Te das cuenta de la suerte que tienes?
—Sí… —responde Luke con tono pensativo—. Pero no tengo mamá. Se fue y nunca viene a verme.
Mi hermano inhala bruscamente a mi lado y me mira de reojo.
—Joder. Los niños siempre dicen lo primero que se les pasa por la cabeza, ¿eh?
Trago saliva y asiento. He hecho todo lo posible por proteger a Luke de la verdad sobre su madre, de las decisiones que tomó, de la persona que es en realidad.
Nunca he querido que se sintiera rechazado.
Willa se deja caer al suelo, se limpia las manos en los vaqueros y se pone en cuclillas frente a mi hijo. Luego levanta la cabeza para mirarlo a los ojos y le acaricia los brazos con una sonrisa.
—Pues ella se lo pierde, porque eres el niño más guay que he conocido.
No lo dice con voz triste ni infantil. Le habla como una persona normal.
—Mierda —mascullo por lo bajo, porque prácticamente acaba de contratarse a sí misma.
Trago saliva cuando Luke entrelaza sus deditos con los míos e intento contener la rabia que siento al pensar que alguien, nada menos que una madre, no venga a ver a un niño como este.
He tenido la inmensa suerte de contar con dos padres maravillosos que harían lo que fuera por mí. Y algún día, quiero ser una madre así: feroz y valiente.
Respiro hondo y me recuerdo que no es asunto mío. Que no conozco toda la historia. Que tal vez haya una buena razón para lo que sea que esté ocurriendo con su madre. Pero su voz es tan tierna, y su manita tan regordeta, y me ha estado haciendo reír a carcajadas desde que me ha contado que su padre lleva calzoncillos y no bragas.
No me considero una persona especialmente cariñosa con los niños; al menos no de una forma empalagosa y cursi. No he tratado mucho con ellos como para saberlo con certeza. Suelo hablarles como si fueran adultos, pero más bajitos. Sin embargo, tras unos cuantos años detrás de la barra, sé calar a la gente. Y Luke es un chico increíble; da igual la edad que tenga.
Le doy un rápido apretón en la mano, que él me devuelve casi al instante, y aparto la cortina de ramas, para descubrir a Rhett y a Cade sentados en dos sillas rojas, mirándonos fijamente.
Es imposible no darse cuenta de lo parecido que es su lenguaje corporal. Pero mientras Rhett es todo sonrisas, Cade no hace más que fruncir el ceño.
Ceño fruncido, brazos fuertes, pecho ancho, piernas musculosas, botas sucias…
El típico cowboy de una fantasía sexual, con un físico de infarto, pero con cara de pocos amigos.
—¡Papá! —grita Luke, corriendo hacia el porche. —¿Me has visto? ¿Has visto a Willa? ¡Ha subido muy alto! Quiero aprender a trepar tan alto. Tío Rhett, ¿hasta dónde puedes tú?
—Mejor no preguntarle eso al temerario de la familia —masculla Cade, pero no mira a su hijo. No, sus ojos están clavados en mí.
Rhett se levanta y se coloca a mi lado.
—No lo sé, campeón. ¿Por qué no lo averiguamos?
Luke da un brinco de alegría.
—¿En serio?
—¡Pues claro que sí, colega! —Rhett deja su lata de cerveza y cruza descalzo el porche mientras Luke regresa corriendo al árbol—. ¡Vamos! Dejemos que el ladrón de bragas hable con Willa.
—Jesús. ¿Ya te lo han contado? —se queja Cade mientras Rhett se ríe a carcajadas.
Cade vuelve a mirarme y yo sigo caminando hacia él. Cuando me muerdo el labio inferior para no sonreír, baja la vista y parece incapaz de apartar los ojos de mi boca. Me clavo los dientes con más fuerza, hasta el punto de que casi me duele, para romper el contacto visual y escapar de su intensa mirada.
Después de unos pasos más, me siento a su lado.
—No me convences del todo —empiezo, aunque tengo claro que a este hombre le importa un pimiento lo que piense de él—, pero tu hijo es genial.
Lo miro de reojo y no puedo evitar sonreír al ver que vuelve a fruncir el ceño.
—Gracias —murmura al cabo de unos segundos. Se nota que está molesto conmigo, pero no tanto como para ser grosero después de un cumplido. No hay que ser un genio para darse cuenta de que lo que más quiere Cade Eaton en este mundo es a su hijo.
Haber congeniado al instante con Luke me ha hecho ganar puntos o algo así.
Bajo la barbilla, sin desviar la vista de Rhett y Luke al otro lado del jardín. No quiero mirar demasiado a Cade. Tiene una cara de mosqueo tan grande que me reiría o me quedaría observándolo más de la cuenta. Porque tendría que estar muerta para no disfrutar del regalo para la vista que es este hombre.
Tiene un aire intimidante. Como un profesor cañón, pero severo.
—Este verano no tengo trabajo —comento con indiferencia. Noto cómo se le marcan las venas de la mano al apretar la lata de cerveza—. Mi caballo de competición se está recuperando de una lesión y tiene que estar unos meses de reposo. Mi mejor amiga se ha enamorado de un vaquero engreído y se ha ido a vivir con él. Mi hermano se ha hecho famoso de la noche a la mañana y es un adicto al trabajo. Y mis padres están jubilados y viajando por el mundo.
Echo un vistazo al hombre moreno y sombrío que tengo al lado. Incluso sentado, parece enorme. Enarca una ceja oscura, aunque su expresión permanece impasible.
Ese breve instante se convierte en un silencio incómodo. Y yo odio los silencios incómodos.
Muevo la mano con un gesto como si le estuviese enseñando algo.
—En resumen, que estoy libre.
Me mira fijamente, sin decir nada.
—Así que, si necesitas una niñera, podría echarte una mano.
Sigue mirándome en silencio.
Pongo los ojos en blanco.
—Por Dios. ¿Te cuesta sonreír? ¿O decir algo educado? ¿Dónde está el hombre tan atento de la cafetería?
—¿No dejarás que le pase nada malo? —pregunta con voz áspera y unos ojos que parecen dos rayos láser analizándome. Si no fuera un imbécil tan gruñón, ese rollo de padre protector me pondría a cien.
Asiento.
—Por supuesto.
Me recorre la cara con esa mirada fría e inquisitiva, llena de preguntas, como si estuviera buscando algo.
—¿Le vas a enseñar a hacer punto?
Hago una mueca de asombro.
—¿Es… es una especie de requisito para el puesto? ¿Puedo decirle a alguien que le enseñe o tengo que ser yo? Porque no se me da muy bien hacer punto.
Me parece ver que se le mueve un poco la mejilla.
—¿Qué vas a hacer con él?
Suelto un resoplido y me recuesto en la silla.
—Podemos hacer mil cosas. Nunca me aburro. ¿Sabe montar a caballo? Puedo darle clases. También puedo enseñarle a tocar la guitarra. ¿Le gusta la música? A mí me encanta. Podemos quedar con otros niños para jugar. Cocinar. ¡Me flipa la repostería! ¿Y algo relacionado con la jardinería? En estos terrenos podríamos cultivar unas verduras riquísimas.
Solo obtengo una pequeña inclinación de la cabeza.
—Me enviarás mensajes con frecuencia para mantenerme informado. Madrugo mucho, pero me gusta volver a casa pronto para estar con él por las tardes. Haré todo lo posible para que tengas libres los fines de semana. Eres joven y supongo que quieres tener vida social.
Me encojo de hombros y me río. Empecé a trabajar de camarera a los dieciocho. Siete años después, ya no tengo muchas ganas de salir de fiesta.
«Mi plan ideal es un brunch etílico con mi mejor amiga y un libro subido de tono en la cama a las ocho».
—No mucho, la verdad.
Cade contempla el jardín, donde se oyen risas bajo el gran sauce.
—Vale.
Me enderezo.
—¿Vale?
Asiente con la cabeza una vez, con decisión.
—¿Es un vale en plan: «Willa, ¿te importaría venir a echarme una mano este verano? Me harías un gran favor»?
Ahora es él quien pone los ojos en blanco, como si le sacara de sus casillas. Y estoy segura de que lo hago. Hasta es posible que lo esté intentando un poco. Me gusta cómo se le tensa la mandíbula, cómo se le mueve la nuez bajo toda esa piel bronceada.
Incluso me gustan esas pocas canas que asoman en su pelo oscuro.
Siempre me han puesto los hombres mayores.
Cade me mira con esa cara de mala leche permanente y me dice con voz áspera y grave:
—Te agradecería que me echaras una mano este verano, Willa. Pero…
Alzo una mano.
—Nada de peros. Me lo has pedido con mucha educación. Buen trabajo. Mañana vuelvo y me pongo a ello. Tengo entendido que necesitas a alguien cuanto antes, ¿no? —Me levanto para irme, sabiendo que no debo quedarme más de la cuenta ni permitir que me haga demasiadas demandas.
Ya me he dado cuenta de qué tipo de hombre es. Exigente. Meticuloso. Sabe lo que quiere y espera que se lo des.
—Sí —responde tajante, recorriendo mi cuerpo con mirada crítica.
Levanto el pulgar hacia arriba con gesto alegre, sin saber muy bien qué hacer con él. Tampoco es que me importe mucho, ya que voy a pasar la mayor parte del tiempo con su hijo.
—Hasta mañana, entonces. Le pido tu número a Summer y ya te digo dónde estoy.
Me doy la vuelta para irme, repasando mentalmente todo lo que necesito hacer para prepararme. Hay gente que se agobia si tiene que cambiar su vida de un día para otro. Necesitan listas y planificarlo todo.
Yo no. Siempre he sido de improvisar sobre la marcha. No sé a dónde voy, solo… me dejo llevar. La vida es mucho más emocionante así. Trabajos, hombres, cosas materiales… Todavía no siento que nada de eso sea permanente.
Mi padre dice que soy un culo inquieto. Mi madre, que aún no he encontrado mi lugar. Y creo que tiene razón. Además, la presión de tener que triunfar como el resto de mi familia es estresante.
Es mucho más fácil estar indecisa que fracasar.
Justo cuando llego a la puerta trasera, le oigo decir:
—Willa. —Cade pronuncia mi nombre como si fuera una orden—. Mientras estés aquí, tienes que llevar ropa interior adecuada. No puedes andar sacándola del bolso delante de un niño.
Me quedo de piedra y con la boca abierta.
«Vaya una cara que tiene», pienso.
Si no me interesara tanto este trabajo, iría hasta allí y le pondría en su sitio por ser un gilipollas presuntuoso.
¿Ropa interior? ¿Pero en qué año estamos? ¿Y por qué traumatizaría a un niño?
Aunque en teoría va a ser mi jefe durante los dos próximos meses, soy yo la que le está haciendo un favor. No necesito el dinero, solo algo que hacer. Así que elijo la opción que sé que lo va a cabrear más.
Intento mantener la calma.
Más o menos.
Esbozo la sonrisa más dulce de la que soy capaz y giro la cabeza para mirarlo por encima del hombro.
—Mañana estaré lista para su inspección, jefe.
Luego le guiño un ojo y me marcho pavoneándome, sintiendo el peso de su mirada y sabiendo que ahora mismo debe de estar preguntándose si llevo «ropa interior».
Summer: Ya verás lo bien que lo va a hacer. Te va a caer genial.
Cade: No, no me va a caer genial. Solo la voy a soportar.
Summer: Llámalo como quieras. Lo importante es que seas amable.
Cade: Soy amable.
Summer: No. Eres un poco gilipollas.
Cade: Con una familia que me dice este tipo de cosas, no me extraña que lo sea.
Summer: Pero no te preocupes. Es parte de tu encanto.
Cade: ¿Entonces soy un gilipollas encantador?
Summer: ¡Exacto!
Me gustaría fingir que no estoy en el porche esperándola, pero lo estoy.
No puedo negar que me pone de los nervios, pero a mi hijo le cae bien y, en el fondo, soy un caballero.
Me saco el móvil del bolsillo trasero y compruebo la hora. Empieza la cuenta atrás. Tiene pinta de ser de las que llegan tarde. Despistada. Caótica.
O quizá solo quiero que sea así para justificar mi rechazo hacia ella. Si se retrasa la primera vez que quedamos, podré demostrarles a todos que tenía razón. Que no es lo bastante responsable para cuidar de Luke.
Aunque en realidad, tampoco sé quién podría serlo. No suelo confiar mucho en la gente, sobre todo en las mujeres.
Le quedan seis minutos.
Sonrío para mis adentros y apoyo la cadera en la barandilla, con la sensación de que hay muchas posibilidades de que esté en lo cierto.
Y justo en ese momento, el crujido de la grava hace que levante la vista y me demuestra que estoy equivocado.
Porque el todoterreno rojo de Willa viene por el camino de entrada con cinco minutos de adelanto.
Aparca junto a mi camioneta negra y se baja de un salto. La miro de arriba abajo, empezando por sus zapatillas Converse, subiendo por sus piernas largas y esbeltas hasta llegar a unos sencillos vaqueros cortos y una camiseta grande y desgastada de Led Zeppelin, con un agujero cerca del estómago que deja entrever un poco de su piel pálida.
Lleva unas gafas de sol Ray-Ban de aviador y el pelo cobrizo le cae salvaje y ondulado sobre los hombros, enmarcando su rostro como si fueran llamas. Un mechón le roza los labios.
Unos labios brillantes que se curvan en una sonrisa burlona.
—Llegas pronto —refunfuño, porque no se me ocurre nada más que decir.
No puedo dejar de mirarla por más que quiera. Y eso que, en este momento de mi vida, no es para nada mi tipo.
Se nota que es una mujer de ciudad, una mujer rebelde, no la típica mujer dulce de un pueblo pequeño.
Es la mujer que no se cortó un pelo antes de decirme que estaría lista para que yo le revisara su ropa interior. Es la tentación personificada.
Pero no se comporta como tal; simplemente se encoge de hombros y se quita las gafas de sol, clavando en mí sus ojos color esmeralda. Unos ojos capaces de dejarte sin aliento.
Willa Grant es, como mínimo, deslumbrante.
Demasiado joven para mí. Demasiado imprevisible.
Y absolutamente impresionante.
—Tenía muchas ganas de venir.
