Powerless: Sin control - Elsie Silver - E-Book

Powerless: Sin control E-Book

Elsie Silver

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Beschreibung

Vaqueros gruñones y romances de lo más ardientes... ¡Vuelve a sumergirte en Chestnut Springs con la tercera entrega de esta serie de novelas románticas de Elsie Silver, una sensación de TikTok! Dos amigos de la infancia. Dos corazones rotos. Un viaje por carretera improvisado para huir de todo. Hace años que vivo condenada a no ser más que una amiga para él. Para los fans de Jasper Gervais, él es solo el jugador de hockey rompecorazones que sale en televisión. Sin embargo, para mí sigue siendo ese chico perdido con los ojos tristes y un corazón de oro: el hombre al que he amado en secreto durante años. Así que, cuando mi vida se desmorona el día de mi boda, tiene sentido que sea él quien venga al rescate. Y cuando su mundo también se derrumba al su alrededor, yo estoy a su lado para devolverle el favor. Pero, cuanto más tiempo pasamos a solas, más evidente me resulta que Jasper ya no me mira como a una amiga. Y tampoco me toca como a una amiga. Se comporta como si me deseara. Pero se ha pasado años rechazándome, así que va a tener que demostrarlo...

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Para todos aquellos que se han pasado la vida siendoun poco demasiado complacientes.Para que aprendan a no temer decepcionara otros si con eso evitan decepcionarse a sí mismos.

La verdad es que apenas controlamosunas pocas cosas en la vida.El resto es una auténtica lotería.

Kandi Steiner

Nota para el lector

Este libro aborda temas delicados, como el trauma infantil, la muerte de un ser querido y la ansiedad. Espero haberlos tratado con el respeto y el cuidado que se merecen.

PrólogoSloane

Antes…

La puerta del coche se abre antes de que el motor del Bentley se haya apagado. Mis padres aún no se han bajado cuando ya mis pies tocan la grava del camino de entrada. En un abrir y cerrar de ojos, me lanzo hacia mi prima Violet. Nos abrazamos con tanta fuerza que casi nos caemos al suelo.

Huele a hierba fresca, a caballos y a la dulce libertad del verano.

—¡Te he echado de menos! —grito mientras Violet se aparta y esboza una sonrisa traviesa.

—Yo también.

Pillo a mi madre mirándonos con una mezcla de felicidad y tristeza. Yo me parezco a ella, y Violet, a su madre. Solo que la madre de Violet murió y la mía perdió a su hermana. Siempre he pensado que le gusta traerme aquí porque, cuando está en el rancho, se siente cerca de mi tía.

También porque así a mis padres les resulta más cómodo viajar por Europa. Mi padre dijo algo sobre que me vendría bien «ver cómo vive la otra mitad de la familia». No sé muy bien a qué se refería con eso, pero, cuando lo dijo, vi que mi madre apretaba los labios.

En cualquier caso, no me quejo, porque disfrutar de un mes entero en el rancho Pozo de los Deseos con la familia Eaton significa que puedo estar con mis primos y pasármelo en grande con ellos. Las reglas son más flexibles, no nos ponen hora para llegar a casa y puedo correr a mis anchas durante cuatro semanas cada verano.

—Robert, Cordelia. —El tío Harvey se adelanta para estrecharle la mano a mi padre; luego le da un fuerte abrazo a mi madre, que reacciona parpadeando demasiado rápido mientras observa los campos de cultivo y las montañas escarpadas al fondo—. Encantado de volver a veros.

Los tres se ponen a hablar de cosas aburridas de adultos, pero yo ya no los escucho porque veo salir a mis otros primos de la casa. Cade, Beau y Rhett bajan corriendo las escaleras entre bromas, empujones y comportándose como orangutanes.

Detrás de ellos aparece otro chico. Uno que no conozco. Uno que capta mi atención de inmediato. Alto, desgarbado, con el pelo color caramelo y los ojos más azules que he visto en la vida.

Y también los más tristes.

Cuando posa su mirada en mí, lo único que veo en su rostro es curiosidad. Aun así, giro la cabeza de golpe, sintiendo cómo el calor se extiende por mis mejillas.

Mi madre se acerca y me da unas palmaditas en la cabeza.

—Sloane, no te olvides de ponerte la crema solar. Ya estás demasiado roja. Pasas mucho tiempo en la escuela de danza, y tu piel no está acostumbrada a tanto sol.

Su preocupación solo hace que me sonroje aún más. Estoy a punto de cumplir once años y me está haciendo quedar como una cría delante de todos.

Pongo los ojos en blanco, molesta, y murmuro:

—Ya lo sé, me la pondré.

Luego cojo a Violet de la mano y me marcho enfadada.

Entramos en la casa y subimos a mi cuarto, la habitación de invitados, en busca de algo de privacidad mientras los demás se quedan fuera hablando.

Violet se deja caer sobre la cama y dice:

—Cuéntamelo todo.

Me río, me meto el pelo detrás de las orejas y miro hacia la ventana que da al camino de entrada.

—¿Todo sobre qué?

—¿El colegio? ¿La ciudad? ¿Qué quieres hacer este verano? No sé… Todo. Estoy tan contenta de tener otra chica aquí… Este lugar siempre apesta a chicos.

A través de la ventana, veo al chico misterioso estrechando la mano a mis padres. Noto el desagrado en la cara de mi padre y la pena en la de mi madre.

—¿Quién es ese chico? —pregunto sin poder dejar de mirarlo.

—Ah. —Violet baja un poco la voz—. Es Jasper. Ahora es uno de nosotros.

Me giro hacia ella arqueando una ceja y con las manos en las caderas, intentando actuar con naturalidad, como si no me interesara demasiado, aunque no sé muy bien cómo lograrlo.

—¿A qué te refieres?

Violet rueda sobre el colchón hasta quedarse sentada con las piernas cruzadas y se encoge de hombros.

—Necesitaba una familia, así que lo acogimos. No conozco todos los detalles. Hubo un accidente. Beau lo trajo aquí el otoño pasado. Yo lo veo como otro hermano apestoso. Piensa en él como un primo nuevo.

Ladeo la cabeza mientras mi corazón se enfrenta a mi cerebro.

El corazón está deseando mirar otra vez por la ventana, porque Jasper es tan guapo que, al verlo, se pone a dar saltitos en mi pecho.

El cerebro sabe que es una tontería, porque, si es amigo de Beau, debe de tener por lo menos quince años.

Pero no puedo evitarlo y lo vuelvo a mirar.

Lo que todavía no sé es que voy a pasar años luchando contra el impulso de mirar a Jasper Gervais.

UnoJasper

Ahora…

El prometido de Sloane Winthrop es un gilipollas de cuidado.

Conozco muy bien a ese tipo de personas. Cuando uno está en la liga profesional de hockey, la NHL, te encuentras con unos cuantos como él.

Y este tío borda el papel.

El nombre Sterling Woodcock ya es bastante revelador por sí solo. Pero es que, encima, ahora se ha puesto a presumir del safari que hizo con su padre, en el que se gastaron cientos de miles de dólares para cazar leones criados en cautividad, como si eso los hiciera más hombres.

Desde el Rolex que lleva en la muñeca hasta las uñas impecables, exuda opulencia por cada poro. Supongo que es lógico que Sloane haya acabado con un hombre como él. Al fin y al cabo, los Winthrop son una de las familias más poderosas del país y prácticamente controlan el sector de las telecomunicaciones.

Mientras Sterling sigue hablando, miro a Sloane, sentada al otro lado de la mesa. Tiene la mirada baja, de modo que no puedo ver sus ojos del color del cielo, y no para de juguetear distraída con la servilleta en el regazo. Parece que preferiría estar en cualquier otro sitio antes que en este asador tan recargado y mal iluminado.

Yo estoy en las mismas.

Escuchar a su futuro marido alardear ante una mesa llena de familiares y amigos a los que ni siquiera conozco sobre algo que, sinceramente, da vergüenza ajena (y bastante pena) no es la idea que tenía de cómo pasar mi noche libre.

Pero estoy aquí por ella; o eso es lo que me repito una y otra vez.

Porque al verla tan decaída a solo unos días de la boda, tengo la impresión de que necesita a alguien a su lado que la conozca de verdad. Los otros miembros de la familia Eaton no han podido venir a la ciudad esta noche, pero yo le prometí que estaría aquí.

Y, con Sloane, siempre cumplo mis promesas, por dolorosas que sean.

Esperaba verla sonreír. Radiante. Esperaba alegrarme por ella, pero no es así.

—¿Tú cazas, Jasper? —me pregunta Sterling con ese aire altivo y condescendiente.

El cuello de mi camisa de cuadros me está asfixiando, aunque llevo los botones de arriba desabrochados. Me aclaro la garganta y me enderezo.

—Sí.

Sterling coge el vaso de cristal que tiene delante y se recuesta en la silla, examinándome con una sonrisa de suficiencia en esa cara perfectamente afeitada.

—¿Te has hecho con alguna pieza importante? Seguro que te encantaría hacer un viaje como este. —Las personas que no me conocen asienten y murmuran, dándole la razón.

—No sé si… —empieza a decir Sloane, pero su prometido la interrumpe sin miramientos.

—Todos sabemos lo que has ganado con tu último contrato. No está mal para un portero. Así que, si has sabido administrarte bien, podrías permitírtelo sin problema.

Lo que yo decía: un auténtico gilipollas.

Me muerdo el interior de la mejilla, resistiendo el impulso de responderle que he sido un irresponsable absoluto con mi dinero y que estoy sin blanca. Pero, aunque mi origen sea humilde, tengo la clase suficiente como para saber que no es de buen gusto hablar de dinero en una cena.

—Qué va, hombre. Yo solo cazo lo que puedo comer, y no sabría ni por dónde empezar a cocinar un león.

Oigo algunas risas alrededor de la mesa, incluida la de Sloane. No se me escapa el instante en que Sterling entrecierra los ojos, aprieta los dientes y tensa la mandíbula.

Sloane interviene de inmediato dándole una palmadita en el brazo, como si estuviera intentando calmar a un perro. Casi puedo sentir sus delicados dedos sobre mi brazo, y, cuando quiero darme cuenta, estoy pensando en que ojalá me estuviera tocando a mí.

—No sé si alguna vez te he contado que yo también solía ir de caza con mis primos en Chestnut Springs.

Me transporto al pasado, recordando a una joven Sloane que se pasaba todo el verano siguiéndonos a los chicos. Una Sloane con las uñas llenas de tierra, las rodillas raspadas y el pelo enmarañado, aclarado por el sol, cayéndole por la espalda.

—Es más por la adrenalina, ¿sabes? Por el poder. —Sterling ignora por completo el comentario de Sloane.

Me mira como lo haría un contrincante, aunque no estamos en una pista de hockey. Es una pena, porque, de ser así, le lanzaría el disco directo a la máscara.

—¿No has oído lo que ha dicho Sloane? —Intento mantener la calma, pero me revienta cómo la ha estado tratando durante toda la cena. No entiendo cómo ha podido terminar así. Es mi mejor amiga. Es elocuente, inteligente y divertida. ¿Es que él no lo ve? ¿No se da cuenta de lo que tiene?

Sterling hace un gesto con la mano y se ríe entre dientes.

—Ah, sí. Siempre oigo hablar del rancho Pozo de los Deseos. —Se vuelve hacia ella con una sonrisa burlona y un tono condescendiente—. Menos mal que dejaste atrás esa fase de marimacho, cariño. De lo contrario, habrías perdido tu vocación como bailarina.

Ahí es cuando me doy cuenta de que sí la ha escuchado y que ha decidido pasar de ella a propósito, lo que hace que su respuesta de mierda sea aún peor.

—¡No te imagino usando un arma, Sloane! —exclama al fondo de la mesa un tío con la nariz enrojecida por el exceso de whisky.

—Pues, en realidad, se me daba bien. Creo que solo le di a algo vivo una vez. —Suelta una risa suave y niega con la cabeza. Unos mechones le caen sobre la cara y se los aparta detrás de las orejas antes de bajar la mirada con un leve rubor—. Y luego me puse a llorar desconsoladamente.

Aprieta los labios y me quedo embelesado. Al instante, pienso en cosas que no debería.

—Recuerdo ese día. —La miro desde el otro lado de la mesa—. Esa noche ni siquiera probaste el venado de la cena. Todos intentamos consolarte, pero no hubo forma. —Ladeo la cabeza, inmerso en ese viaje por la memoria.

—Y esa es la razón —empieza Sterling, señalando a Sloane sin ni siquiera mirarla— por la que las mujeres no deberían cazar. Es demasiado traumático para ellas. —Los viejos amigos de Sterling a los que conoció en la fraternidad se ríen a carcajadas por su lamentable comentario, lo que le anima a llevar su estupidez a cotas insospechadas. Levanta la copa y recorre la mesa con la mirada—. ¡Por mantener a las mujeres en la cocina!

Se oyen algunas risas y unos pocos murmuran «Salud» o «Bien dicho».

Sloane se seca los labios carnosos con una servilleta de tela blanca, esbozando una sonrisa forzada, pero no aparta la vista del sitio vacío frente a ella. Sterling continúa pavoneándose con los demás invitados, ignorando a la mujer que tiene al lado.

Ignorando esa parte de sí misma que ha intentado compartir con él. Ignorando cómo la ha avergonzado.

Estoy a punto de perder la poca paciencia que me queda. Me muero de ganas de largarme de aquí.

Sloane me mira desde el otro lado de la mesa y esboza una de sus sonrisas ensayadas. Sé que es falsa porque he visto su sonrisa real.

Y esta no lo es.

Es la misma que puso cuando le dije que no podía acompañarla a su baile de graduación. Que fuera con un jugador de la NHL de veinticuatro años no era lo más apropiado para ninguno de los dos, y yo fui el gilipollas que tuvo que decírselo.

Le devuelvo la sonrisa, sintiendo cómo la frustración se va acumulando en mi interior al saber que está a punto de casarse con alguien que la trata como si fuera un adorno, que no la escucha. Alguien que no valora que sea una mujer compleja, llena de matices, y no solo la princesa perfecta en la que la ha convertido su familia.

Mantenemos el contacto visual y observo cómo sus mejillas empiezan a teñirse de rosa. Echa los hombros hacia atrás y bajo la vista hasta su clavícula. De pronto me imagino lamiéndola justo ahí, haciéndola estremecer.

Vuelvo a mirarle la cara de inmediato. Como si me hubiera pillado. Como si, de algún modo, pudiera oír mis pensamientos. Porque ambos sabemos que no puedo mirarla así. Al fin y al cabo, es como si fuéramos familia. Y lo que es peor, ahora pertenece oficialmente a otro hombre.

Sterling se da cuenta de nuestro intercambio de miradas y vuelve a centrar su atención en mí, lo que me provoca un escalofrío.

—Sloane me ha dicho que sois amigos desde hace años. Perdona la confusión, pero no creía que un jugador de hockey algo bruto pudiera ser amigo de una primera bailarina. Aunque también es cierto que no te he visto mucho desde que ella y yo estamos juntos. ¿Hay algún motivo por el que te hayas mantenido tan alejado? —Pasa un brazo sobre su hombro en un claro gesto de posesión, pero intento no obsesionarme mucho con ello.

—Si te soy sincero, yo tampoco he oído hablar mucho sobre ti. —Lo digo con un tono lo suficientemente desenfadado como para que nadie que no se esté fijando en cómo nos miramos capte la indirecta. Luego me recuesto en la silla y me cruzo de brazos—. Pero, bueno, supongo que no debo de ser tan bruto si soy yo quien le lleva la pomada antibiótica y los analgésicos cuando tiene los pies tan destrozados por las zapatillas de ballet que no puede ni caminar.

—Ya te lo comenté. —Sloane usa un tono conciliador—. Jasper me ayudó a mudarme a mi nuevo piso. A veces quedamos para tomar un café. Cosas sencillas como esas.

—Vamos, que Sloane sabe que, si necesita algo, siempre voy a estar ahí —añado sin pensarlo demasiado.

Sloane me mira de reojo. Debe de estar preguntándose por qué me estoy comportando como un capullo territorial. Para ser sincero, yo también me lo pregunto.

—Menos mal que ahora me tienes a mí para todo eso —le dice Sterling a Sloane, aunque es a mí a quien mira. A continuación coloca una mano sobre las de ella, que ahora están apoyadas sobre la mesa, retorciendo la servilleta con nerviosismo. Sin embargo, no es un gesto de apoyo ni destinado a reconfortarla; es más bien un manotazo, como un reproche a su inquietud.

La rabia fluye por mis venas. Tengo que salir de aquí antes de hacer algo de lo que realmente me arrepienta.

—Bueno, me retiro por esta noche —anuncio. Empujo la silla hacia atrás, desesperado por alejarme de estas paredes oscuras con estas cortinas de terciopelo que me asfixian y respirar un poco de aire fresco.

—Sí, será mejor que descanses, Gervais. Con la temporada que tuviste el año pasado, vas a necesitar toda tu energía si quieres que los Grizzlies levanten cabeza —comenta Sterling.

Me ajusto los puños de la camisa y hago un esfuerzo enorme por ignorar su pulla.

—Gracias por invitarme, Woodcock. La cena ha estado deliciosa.

—Te ha invitado Sloane —responde con tono petulante, dejando claro que no le caigo bien… o que le molesta mi presencia.

Le sostengo la mirada sin parpadear y esbozo una sonrisa de medio lado. En serio, me cuesta creer que alguien pueda ser tan imbécil. Noto que todos nos observan y empiezan a percibir la tensión en el ambiente.

—Bueno, para eso están los amigos.

—Un momento, ¿tú no eras su primo? —pregunta el tío borracho, señalándome. El movimiento provoca que derrame un poco de whisky de su vaso y se moje la mano.

No sé por qué Sloane y yo siempre hemos insistido tanto en aclarar que somos amigos, no primos. Si alguien me dijera que Beau, Rhett o Cade no son mis hermanos, lo corregiría de inmediato. Porque sí, son mis hermanos.

Pero Sloane… Ella es mi amiga.

—En realidad, somos amigos, no primos —señala Sloane, arrojando la servilleta sobre el mantel blanco con más ímpetu del necesario.

Toda la gente que está aquí por su boda nos mira.

Su boda. Una boda que se celebra este fin de semana.

Siento un nudo en el estómago.

—¿Vas a venir mañana a la despedida de soltero, Gervais? —continúa el borracho, hipando y esbozando una sonrisa bobalicona que me recuerda a uno de los ratones beodos de la fiesta del no-cumpleaños del Sombrerero Loco—. Me encantaría decir que he salido de juerga con la superestrella del hockey Jasper Gervais.

¿Quién se iba a imaginar que la única razón por la que un tipo como este quiere que esté presente es para presumir de ello?

—No puedo. Tengo partido. —Esbozo una sonrisa forzada, pero el alivio que siento al levantarme de la silla es inmenso.

—Te acompaño fuera —dice Sloane sin darse cuenta de la mirada asesina que le lanza Sterling. O quizá solo está fingiendo que no la ve.

Sea como sea, levanto la mano, le hago un gesto para que pase primero y atravesamos el restaurante en silencio.

Cuando intento apoyar la palma en la parte baja de su espalda para guiarla, noto cómo se tensa y, en cuanto siento el calor de su suave piel desnuda en las yemas de los dedos, retiro la mano de inmediato. Mantengo la vista en el suelo y meto la mano, que aún me arde, en el bolsillo, donde debería estar, ya que la espalda descubierta de una mujer que está a punto de casarse con otro no es el lugar más adecuado.

Aunque solo sea mi amiga.

No vuelvo a mirarla hasta que nos acercamos a la entrada del restaurante. Sloane se mueve con una fluidez y elegancia innatas que solo se consiguen tras años de práctica y dedicación.

Sonríe educadamente al maître y acelera el paso, como si pudiera vislumbrar la libertad más allá de la pesada puerta y la deseara con desesperación. Cuando apoya ambas manos en la madera oscura, baja los hombros y su cuerpo entero se relaja, casi con alivio.

La observo un instante antes de acercarme a ella por detrás, sintiendo el calor que su cuerpo emana hacia el mío. Luego estiro el brazo por encima de su esbelta figura, empujo la puerta y ambos salimos a la fresca noche de noviembre.

Me meto las manos en los bolsillos de los pantalones para no caer en la tentación de agarrarla de los hombros, sacudirla y exigirle que me explique por qué cojones está a punto de casarse con un hombre que la trata como lo hace Sterling Woodcock. Porque, en realidad, no es asunto mío.

Se queda de espaldas a mí, mostrándome su columna desnuda, mientras contempla la concurrida calle de la ciudad, llena de coches que pasan en un borroso juego de luces rojas y blancas. Una nube de vaho se arremolina sobre su hombro, como si estuviera intentando recuperar el aliento.

—¿Estás bien?

Asiente con vehemencia antes de volverse hacia mí con esa extraña sonrisa artificial de esposa perfecta.

—No tienes buen aspecto. —Agarro las llaves con fuerza en mi bolsillo y las hago tintinear.

—Joder, gracias, Jas.

—A ver, estás guapísima —me apresuro a añadir. Cuando veo que abre los ojos de par en par, frunzo el ceño—. Como siempre. Pero no se te ve muy… feliz.

Parpadea despacio y curva las comisuras de los labios en una leve mueca.

—¿Y se supone que eso es mejor? ¿Guapa pero desdichada?

Dios. La estoy cagando. Me paso una mano por el pelo.

—¿Eres feliz? ¿Él te hace feliz?

Abre la boca, sorprendida. Sé que he cruzado una línea o que me falta muy poco para hacerlo. Pero alguien tiene que preguntárselo, y no creo que nadie lo haya hecho.

Necesito que lo diga en voz alta.

Veo cómo se sonrojan sus pálidas mejillas. Da un paso hacia mí con la mandíbula tensa y mirándome con los ojos entrecerrados.

—¿En serio me estás preguntando esto ahora?

Suelto un suspiro y me muerdo el labio inferior con la vista clavada en esos grandes ojos azules, tan abiertos y rezumantes de indignación.

—Sí. ¿Alguien más te lo ha preguntado?

Aparta la mirada, se lleva las manos a las mejillas y se echa hacia atrás el cabello rubio, que le llega hasta la clavícula.

—No, nadie me lo ha preguntado.

Aprieto las llaves de casa con tanta fuerza que se me clavan en la palma.

—¿Cómo conociste a Sterling?

—Nos presentó mi padre. —Se queda mirando el cielo nocturno. Es negro, sin una sola estrella visible; nada que ver con el del rancho, donde puedes ver cada destello de luz. Todo en esta ciudad me parece contaminado si lo comparo con Chestnut Springs. Decido que, en cuanto salga de aquí, me voy a ir a mi casa en el campo en lugar de pasar otra noche respirando el mismo aire que Sterling Woodcock.

—¿Y de qué lo conocía tu padre?

Me mira.

—El padre de Sterling es su nuevo socio. Ahora que ha vuelto a la ciudad, solo piensa en ampliar su red de contactos.

—¿Y hace cuánto que lo conoces?

Se humedece los labios.

—Nos vimos por primera vez en junio.

—¿Cinco meses? —Alzo las cejas y retrocedo un paso. Si se los viera locamente enamorados, podría entenderlo, pero…

—¡Ni se te ocurra juzgarme, Jasper! —Le brillan los ojos. Da otro paso hacia mí. Soy mucho más alto que ella, pero eso no la intimida en absoluto. En este momento, arde de rabia. Está furiosa conmigo. Aunque creo que es porque confía en mí lo bastante como para desahogarse, y a mí me parece bien que lo haga. Me alegra ser esa persona para ella.

La voz le tiembla cuando añade:

—No tienes ni idea de la presión con la que vivo.

La atraigo hacia mí sin dudarlo y rodeo sus delgados hombros con mis brazos. Está rígida y nerviosa. Casi puedo sentir la tensión vibrando dentro de ella.

—No te estoy juzgando, Sol.

Por lo visto, este no es el momento para recurrir a los apodos de nuestra infancia.

—No me llames así —me pide con voz quebrada mientras apoya la frente en mi pecho, como siempre ha hecho. Bajo la palma de la mano por su pelo hasta la nuca, sosteniéndola con delicadeza.

Como siempre he hecho.

Durante un segundo, me pregunto qué diría Sterling si saliera a la calle justo en este momento. A mi parte más mezquina le encantaría verlo.

—Solo quiero entender por qué estáis yendo tan rápido. Por qué no lo he conocido antes. —Hablo en voz baja, con un tono grave que casi se pierde entre el murmullo de los coches que pasan.

—Bueno, ya sabes que el ballet no me deja mucho tiempo libre. Y tú tampoco has dado muchas señales de vida últimamente.

Siento una punzada de culpa en el pecho. El año pasado, mi equipo tuvo una mala temporada y me prometí a mí mismo que entrenaría más duro que nunca durante el parón de la liga.

—He pasado el verano entrenando y viviendo en Chestnut Springs. —Y no miento. La novia de mi hermano abrió un gimnasio de la leche allí, y no encontré ningún motivo para pasar esos meses en la ciudad—. Luego empezó la pretemporada y ya no tuve tiempo para nada.

Lo cual también es cierto.

Lo que no es verdad es que haya estado tan ocupado como para no poder hacerle un hueco. Podría haberlo hecho. Pero no lo hice. Porque sabía que su padre había regresado a la ciudad y prefiero evitarlo a toda costa. Además, el anuncio de su compromiso me afectó de una manera que no esperaba.

—Debería habértelo contado en vez de dejar que te enteraras de esa forma —murmura.

Intento no recordar el momento en que Violet soltó la noticia de su compromiso hace unos meses. En cómo me quedé congelado en mi sitio mientras se me caía el alma a los pies con un golpe seco.

Paso una mano sobre su cabeza y le doy un apretón en los hombros, evitando esa franja de piel cálida y desnuda en su espalda.

—Debería habértelo preguntado —respondo—. Pero… estaba ocupado. No me imaginaba que tu vida fuera a cambiar… tan rápido. —Y esto también es verdad.

Noto como se relaja en mis brazos, como sus pechos suaves se aplastan contra mis costillas mientras me clava los dedos en la espalda. Solo durante un instante, porque luego se aparta. El abrazo ha durado lo justo para ser algo más que un simple abrazo, pero no hemos cruzado la línea.

Aunque todavía me muero por atraerla de nuevo hacia mí.

—Pues sí, es lo que hay. —Baja la mirada y se alisa la manga de su vestido de seda verde claro, que brilla bajo la tenue luz—. Mi padre y yo estuvimos de acuerdo en que lo mejor era celebrar la boda en otoño en lugar de alargar más las cosas.

Aprieto los dientes. La simple mención de Robert Winthrop me pone de los nervios, y el hecho de que haya influido en la decisión de Sloane de casarse hace que se me disparen todas las alarmas.

—¿Por qué? —Frunzo el ceño. Debería ser más sensato. Dar media vuelta e irme. Dejar que sea feliz.

Esto no tendría que afectarme tanto. Si realmente la viera feliz, no me importaría.

O quizá sí.

Sloane hace un gesto con la mano y mira hacia atrás, hacia el restaurante, dejando al descubierto su esbelto cuello.

—Por varias razones —responde encogiéndose de hombros con resignación. Es como si supiera que cada vez le queda menos tiempo conmigo. No creo que Sterling vaya a ser el tipo de marido que vea con buenos ojos nuestra amistad.

—¿Razones? ¿Como que estás deseando convertirte en la señora Woodcock? Porque nadie querría un apellido así. ¿O es tu padre el que te ha presionado?

Cuando menciono a su padre, los ojos le echan chispas. Nunca lo ha visto como el manipulador que es. Jamás. Ha estado demasiado ocupada siendo la hija ideal (y ahora la novia perfecta). Alguien que cumple lo que se espera de ella y que ya no hace cosas como cazar.

—Y si fuera así, ¿qué? Tengo veintiocho años. Los mejores años de mi carrera como bailarina están llegando a su fin. Necesito sentar la cabeza, tener un proyecto de vida. Mi padre se preocupa por mí.

Suelto una risa seca y niego con la cabeza.

—¿Dónde está la chica aventurera que recuerdo? ¿La que bailaba bajo la lluvia y se subía al tejado para que no estuviera solo en mis noches más difíciles?

La han moldeado hasta convertirla en un peón más para su tablero. Y me da rabia por ella. Nunca nos hemos peleado, pero, de repente, el impulso de pelear por ella nubla mi sentido común.

—Tu padre es un cabrón. Solo se preocupa por sí mismo, por sus negocios y por las apariencias. No por tu felicidad. Te mereces algo mejor.

Lo que de verdad quiero decirle es que yo podría darle algo mejor. Y eso lo he descubierto esta misma noche, sentado en la mesa de este restaurante.

Estoy pensando en cosas en las que no debería pensar.

Deseando cosas que no puedo tener.

Porque he llegado demasiado tarde.

Sloane retrocede como si le hubiera dado una bofetada, con los labios apretados por la rabia y el rubor subiéndole por el pecho y el cuello.

—No, Jasper. El que es un cabrón es tu padre. El mío me quiere. Tú simplemente no sabes lo que es eso.

Da media vuelta y abre la puerta del restaurante con una violencia poco habitual en ella.

Prefiero verla furiosa antes que apática. Eso significa que la chica salvaje todavía está ahí, en algún lugar.

Me ha dicho cosas que deberían dolerme. Pero el único dolor que siento es por ella. Porque sí, mi padre biológico es un cabrón, pero ¿el hombre que me ha criado? ¿Harvey Eaton? Él es el mejor. Él me ha enseñado lo que es el amor, y sé reconocerlo perfectamente.

También recuerdo cómo Sloane mira a un hombre cuando lo desea de verdad. Y no mira a su prometido de la forma en que solía mirarme a mí.

Algo que me complace mucho más de lo que debería.

DosSloane

Sloane: ¿Estás ahí?

Jasper: ¿Dónde iba a estar si no?

Sloane: Pensaba que igual estabas enfadado conmigo. No me odies, por favor.

Jasper: Jamás podría odiarte, Sol.

Tengo ganas de vomitar.

Por fin ha llegado el día con el que he soñado desde pequeña…, pero no tiene nada que ver con lo que yo había imaginado.

Está nevando. Y yo siempre quise una boda de primavera.

Tendrá lugar en una iglesia ampulosa en el centro de la ciudad. Y yo quería una acogedora ceremonia en el campo.

Será un espectáculo al que asistirán cientos de personas. Y yo soñaba con algo pequeño e íntimo.

Y lo peor de todo es que el hombre con el que voy a ir al altar no es el mismo que veo cuando cierro los ojos. No es el que me he pasado la mayor parte de mi vida deseando. Me he dado por vencida hasta tal punto que me estoy conformando con un hombre al que no amo. De hecho, no estoy segura ni de que me guste, y eso me pone enferma.

No, el día de hoy no se parece en nada, en absolutamente nada, a lo que había imaginado.

Mi prima Violet está arreglándome las horquillas del pelo. Estoy sentada en un tocador de madera teñida con las manos en el regazo, apretadas la una contra la otra, tapando el enorme diamante que llevo en el dedo anular. Si las dejo ahí y aprieto hasta que me duelan, conseguiré no llorar.

O evitaré hacer alguna estupidez, como salir corriendo.

—No sé dónde la tienes. Está tan tirante y retorcido que no veo nada.

—Tiene que estar por ahí. Noto los tirones. Está demasiado apretada; me duele.

Ella suspira y me mira a los ojos a través del espejo.

—¿Seguro que es el pelo, Sloane?

Alzo la barbilla, estiro el cuello y observo cómo trago saliva mientras lo hago.

—Sí. —Me obligo a sonar más segura de lo que me siento y dejo la mente en blanco, como hago cuando actúo. Cuando brinco y giro y las luces están brillantes y el público oscuro, me siento cómoda.

Violet, tras suspirar pesadamente y mirarme con preocupación, regresa con diligencia a la búsqueda de esa horquilla perdida en mi pelo que no está segura de que exista. Lo que acaba de insinuar es que mi incómodo moño traza una especie de paralelismo con mi vida.

Sé leer entre líneas.

Sobre Sterling no ha dicho gran cosa. Nadie lo ha hecho, a decir verdad… Salvo Jasper.

«Jasper…».

No puedo ni pensar en su nombre sin que me sobrevenga una oleada de náuseas. La culpa que siento por lo que le dije la otra noche me está reconcomiendo. No me deja dormir. Y saber que mi ya imposible oportunidad con él se esfumará irremediablemente cuando me case con otro me parte el alma una y otra vez.

Jasper Gervais y yo somos amigos. «Buenos amigos». Ya me lo ha dejado claro un par de veces, y no soy tan masoquista como para ir a por el triplete. Estoy segura de que todo el mundo piensa que ya superé lo que sentía por él, pero eso es solo porque me he convertido en una experta en esconder mis sentimientos. Jasper ha consumido hasta el último pedacito de mí desde la primera vez que lo vi, y él jamás me ha mirado como a nada más que una hermana pequeña.

Hago una mueca cuando noto algo mojado en las manos. Les doy la vuelta para echar un vistazo y al verlo se me escapa una risa de persona trastornada: un charquito de sangre se acumula lánguidamente en el centro de la palma de mi mano, formando una gotita perfecta y resplandeciente, casi como si solo con su existencia desafiara a la gravedad.

La herida que me han hecho las aristas puntiagudas de mi anillo de compromiso parece perseguirme. Es como si hasta el universo supiera que este matrimonio me hará sangrar de formas que permanecerán ocultas, escondidas de todo el mundo.

Sterling no me pondría una mano encima, pero todo lo demás sobre él, sobre esta vida, me agota. Me deja sin energía.

—¡Mierda! ¡Sloane! ¡Cuidado con el vestido! —Alarmada, Violet aparta las manos y corre al baño adyacente. La tela de satén del vestido negro se le restriega contra las piernas.

Negro. Me echo a reír otra vez. Yo jamás habría elegido vestidos negros para las damas de honor. Elegiría algo claro y singular, un color propio de una celebración.

Pero, claro, en realidad, esto no es ni mi boda ni una celebración. Quizá los colores funerarios tengan todo el sentido del mundo.

No he logrado reunir la energía necesaria para quejarme de las cosas que no quiero. Y ahora, mientras observo el pequeño orbe de sangre que se está formando en la palma de mi mano, me doy cuenta de que es porque lo que no quiero es esta boda.

—Toma. —Violet presiona un trozo de papel higiénico contra el profético corte y me mira con una expresión que solo podría definirse como aterrorizada—. ¿Estás bien?

Exhalo sin perder la compostura.

—Sí, sí. Tampoco es que haya perdido un brazo o algo así.

De repente, pienso en los animales que se acaban arrancando un brazo o una pata a mordiscos para escapar de una trampa.

Violet arruga el ceño.

—Oye… No te lo tomes a mal, pero necesito ofrecértelo al menos una vez. Si no, no me lo perdonaré nunca.

Esbozo una media sonrisa ante su seriedad.

—Vale. Te escucho.

Se pone recta con cierto dramatismo y me mira a los ojos. Me mira fijamente, como si quisiera leerme el pensamiento. Me siento tentada de apartar la vista, pero no lo hago.

—Si no quieres hacer esto… —Señala a nuestro alrededor con la otra mano—. Si necesitas una salida, un coche para escapar… Cuenta conmigo. No diré ni pío. No te juzgaré. Pero si sientes que esto no es lo correcto, si necesitas salir corriendo… —aparta la vista momentáneamente y aprieta los labios mientras sopesa con cuidado sus siguientes palabras—, parpadea dos veces o algo así. ¿Vale? —No parpadeo, pero se me escapa una lágrima que cae rodando por mi mejilla—. Mierda —prosigue en voz baja—. Te he hecho llorar. Lo siento. Es que tenía que decírtelo.

—Te quiero, Violet. No sé si te lo he dicho alguna vez. Pero tanto tú como tu familia… Las semanas que pasaba en el rancho durante el verano han sido algunos de los mejores días de mi vida.

Se le humedecen los ojos y se pone a parpadear una y otra vez, sin dejar de acunar mi mano en la suya.

—Pero el día de hoy es aún mejor, ¿no?

Sus ojos azules rebuscan en los míos con ahínco; azul contra azul. Lo único que consigo ofrecerle como respuesta es una sonrisa triste. Hoy debería ser el día más feliz de mi vida, pero no lo es, y a ella no quiero mentirle. Abro la boca antes siquiera de saber lo que voy a decirle, pero, en ese momento, mi móvil, que está en el tocador que tenemos delante, se ilumina y emite un fuerte pitido. «Salvada por la campana», pienso.

Aparto la mirada y cojo el móvil a toda prisa, aliviada porque se me haya presentado una vía de escape. Es un mensaje de un número desconocido. Cuando lo toco para abrirlo, solo hay una frase escrita.

Creo que deberías ver esto.

Debajo hay un vídeo. Y la imagen preliminar me resulta muy familiar.

Aprieto el botón para reproducirlo.

—¿Qué cojones…? —Violet se apoya en mi rodilla y se inclina hacia delante para poder verlo mejor.

La pantalla se ilumina y aparece un vídeo de mala calidad. Suena música alta. Y lo que está pasando en el centro del plano debería disgustarme. Al fin y al cabo, lo que me resultaba familiar de la imagen no es otro que mi prometido, vestido con el mismo polo que llevaba la noche de su despedida de soltero.

—Violet, ¿puedes ir a buscar a Sterling, por favor?

Debería estar destrozada. Pero lo único que pienso mientras contemplo a esa mujer desnuda botar encima de la polla de Sterling es que, al final, no tendré que arrancarme un miembro a bocados.

TresJasper

Jasper: Vi, ¿has sabido algo de Harvey? Todavía no lo he visto. Ni a él ni a Beau.

Violet: No, pero aquí se acaba de ir todo a la mierda.

Jasper: ¿Qué pasa?

Violet: Que Sterling Woodcock es un pedazo de cabrón. Eso es lo que pasa.

Jasper: ¿Qué coño le ha hecho?

—En fin. ¿Quién inventó las corbatas? —protesta Cade, que está a mi lado—. Qué incómodas son, joder. —Es el mayor de los Eaton, el más gruñón y uno de mis principales apoyos.

—Y además estás ridículo con ellas —le replica Rhett riéndose y negando con la cabeza. Siempre se mete con su hermano mayor.

Sin embargo, al que más ganas tengo de ver es a Beau, el mediano, que es con el que tengo una relación más estrecha. La verdad es que estoy un poco ansioso porque no haya llegado todavía. Ha pedido unos días libres para intentar que le coincidieran con la boda, y se supone que podrá pasar unas semanas en casa antes de marcharse de nuevo. Sin embargo, todavía no ha aparecido, y Harvey, nuestro padre, tampoco.

—Que te den, melenudo —replica Cade, enfadado, mientras toquetea la corbata que tiene alrededor del cuello. Lo de reírse de la melena de Rhett no es nada nuevo. Hace años que soy testigo de conversaciones como esta.

—¿Dónde están las chicas? —pregunto intentando calmar las aguas. La arpista ya ha empezado a tocar y la gente se está reuniendo ante la imponente iglesia. Fuera, el tiempo es gris, frío y deprimente. Y lo único que me apetece es salir corriendo.

—Si llamas «chica» a Willa, te castrará —gruñe Cade. Se quita la corbata de un tirón y se la mete en el bolsillo de la chaqueta.

—A ti sí que te va a castrar, pero por no ponerte la corbata que te ha elegido —contesta Rhett con una risita.

—Se le pasará luego, cuando la use para atarla.

Cade inspecciona las puertas de la iglesia —así de afinado tiene el radar— justo cuando Willa las abre y sale con una mano puesta de forma protectora sobre la barriguita. Busca a Cade con la mirada entre el océano de gente y sonríe con dulzura cuando lo encuentra, aunque enseguida se vuelve a poner seria.

Unos instantes después llega Summer, su mejor amiga, que es la prometida de Rhett, y ambas se acercan a nosotros. Ninguna de las dos parece muy contenta.

—Pues sí que habéis tardado en ir al baño —protesta Rhett cuando están lo bastante cerca para oírnos.

Summer se acurruca bajo su brazo y Willa nos mira con recelo.

—¿Qué pasa? —pregunto mirando a las dos mujeres. Porque es evidente que pasa algo y que no nos lo dicen.

—Que Willa es una cotilla y pone la oreja detrás de la puerta —contesta Summer—. Eso es lo que pasa.

—Cállate, Sum. Oír gritar a una persona desde el otro lado de la puerta no es poner la oreja.

—Creo que, técnicamente, es poner la oreja de todos modos —interviene Cade mientras atrae a Willa hacia sí.

Pero mi cerebro se ha quedado encallado en una palabra.

—Perdonad… ¿Quién está gritando?

Summer aprieta los labios y abre mucho los ojos. Parece preocupada.

—Parece que entre el novio y la novia se ha producido un desacuerdo. Y el novio no tiene ningún control sobre su volumen de voz.

—Es un capullo integral —se limita a añadir Willa—. No hay más que verlo.

Antes de que nadie diga nada más, me dirijo hacia las pesadas puertas, mirando a izquierda y derecha para orientarme. Entro en un pasillo que parece tener varias puertas y sigo adelante a grandes zancadas hasta que oigo los gritos. Violet está enfrente de esa misma puerta haciendo una perfecta imitación de un cervatillo asustado mientras su marido, Cole, que es todo un gigante, se yergue tras ella como si estuviera a punto de cargarse a alguien. Aunque siempre tiene pinta de estar a punto de cargarse a alguien.

—¡Vas a pasar más vergüenza tú que yo! —grita Sterling como si estuviera regañando a Sloane. Su voz se me clava en los oídos aunque esté al otro lado de la puerta.

Echo un vistazo a Violet y a su marido. Él, que tiene los labios apretados, me hace un gesto con la cabeza como diciendo: «¿Entras tú o entro yo?». Dejaría que él pusiera a Sterling en su sitio de mil amores, pero disfrutaré aún más si lo hago yo mismo.

—¿Te estás quedando conmigo? —La incredulidad resuena en la voz de Sloane—. ¿Te follas a una stripper unas noches antes de nuestra boda y yo soy la que tiene que avergonzarse?

Ahora parece que hay más gente mirando hacia aquí y escuchando desde la iglesia, y esa es la razón por la que abro la puerta a la vorágine que está teniendo lugar ahí dentro. Sloane necesita que alguien le eche una mano. Y necesita saber que todo el mundo se está enterando de sus trapos sucios.

Al menos esa es la historia que me cuento mientras entro en la habitación sin avisar. No tiene nada que ver con que esté cegado de rabia por culpa de Sterling.

—¡Era mi despedida de soltero! ¡Una última fiesta! —Lo veo de espaldas con los brazos abiertos. Sloane está sentada en un delicado taburete antiguo y parece minúscula, y él está delante de ella, gritándole.

Siento que me atraviesa un impulso protector.

—¡Cierra el pico y lárgate! —grito al tiempo que cierro de un portazo—. ¡Te está oyendo todo el mundo!

Sterling se da la vuelta y me mira con los ojos entornados, rebosantes de veneno.

—Que te follen, Gervais. No necesito consejos de un deportista sin cerebro. Esto es entre mi mujer y yo.

Me cruzo de brazos y me quedo donde estoy. Lo de ser amable con Sterling Woodcock ha terminado oficialmente.

—No es tu mujer. Y no me pienso ir a ninguna parte.

No es tan alto como yo, y la única razón por la que me iguala en peso es porque tiene un poco de barriga. Es un hombre blando, con pinta de pasarse el día sentado y de beber demasiado alcohol por las noches.

—¿Perdona? —Ahora está de cara a mí y se me acerca con ademán agresivo. Las mejillas suaves y afeitadas se le han hinchado y enrojecido, lo que contrasta con el blanco y el negro del traje.

—He dicho que no pienso irme a ninguna parte. Pero tú sí.

Sloane me mira desde detrás de él con unos ojos como platos. Esperaba encontrármela llorando, pero en su rostro perfectamente maquillado no hay ni una sola lágrima.

Sterling se abalanza sobre mí con los brazos estirados, preparado para darme un empujón. Como un jodido niño en pleno berrinche. Sin embargo, estiro el brazo y coloco la palma de la mano sobre la frente sudada antes de que pueda ponerme un solo dedo encima. Me golpea varias veces en los brazos, pero es patético. Este cabrón es tan blando que no tiene ni idea de lo que hace. Es demasiado bajito. Y demasiado débil.

—Si vuelves a levantarle la voz a esta mujer, te aplastaré como a un insecto, Woodcock.

—¡Que te follen! ¿Tú y cuántos más?

Está perdiendo los papeles, pero lo cojo por su pequeña pajarita de seda y lo arrastro hasta la puerta, deseando, y no por primera vez, arrearle un buen bofetón con las guardas. Sin embargo, ya hace mucho tiempo que aprendí a mantener mi genio a raya, y no pienso permitir que alguien tan insignificante como Sterling Woodcock, y menos aún con un nombre como ese, sea quien haga que vuelva a descontrolarse.

Abro la puerta con la mano izquierda y, con todas mis fuerzas, lo saco del cuarto de un empujón. Luego espero un poco para ver cómo se tambalea hacia atrás justo antes de sucumbir a la fuerza de gravedad y desplomarse sobre la moqueta de color burdeos del pasillo. Cae convertido en una tosca maraña de brazos y piernas y yo grabo la imagen en mi memoria porque es demasiado buena para olvidarla.

Cierro la puerta y echo el cerrojo.

Al cabo de unos instantes, empiezo a oír los golpes y las maldiciones, pero los ignoro, porque toda mi atención está en Sloane, que tiene los codos apoyados en las rodillas y la cara escondida entre las manos. Le tiemblan los hombros.

Cruzo la habitación a paso seguro para llegar al tocador junto al que está sentada, dispuesto a consolarla… y, en ese momento, la oigo ahogar un grito.

Primero me parece un sollozo, pero no tardo en darme cuenta de que es una carcajada.

Sloane se está partiendo de risa y no sé qué más hacer aparte de quedarme aquí plantado y contemplar su cuerpo amoldado a ese vestido de satén ceñido y almidonado. Su pelo, peinado hacia atrás y retorcido de un modo que parece doloroso. Las delgadas tiras con incrustaciones de pedrería de sus sandalias de tacón, que se le están clavando en los pies, ya de por sí hechos polvo.

Está incómoda de pies a cabeza.

Y ahora también lo estoy yo, porque acabo de echar a su prometido el día de su boda y ella no puede parar de reírse.

—¿Estás… bien? —pregunto como un completo idiota mientras aprieto y extiendo los dedos.

—Mejor que nunca. —Resuella y se ríe todavía con más ganas—. ¡Lo has sacado de la habitación como si fuera un muñeco de trapo! —Se inclina hacia delante, apoyándose sobre las piernas y dejando la cabeza entre las rodillas, e intenta coger aire mientras araña la moqueta con las uñas pintadas de rosa pálido. Luego se endereza de nuevo.

—Te ha puesto los cuernos —le recuerdo entre dientes.

—Sí. Hay un vídeo y todo. Me lo han mandado de forma anónima. ¡Justo a tiempo! —Se enjuga delicadamente las lágrimas que se le han acumulado en las comisuras de los ojos.

—¿De qué te ríes?

Suelta otra risita, se encoge de hombros y entonces me dedica una mirada que rebosa fortaleza. Sin embargo, reconozco la tristeza de sus ojos. Es la misma que veo en el espejo.

—¿Qué otra cosa voy a hacer?

—No te vas a casar con él. —Me paso una mano por encima de la boca y contemplo la ornamentada habitación. Tiene molduras en el techo y unas lámparas de lo más exageradas. Me siento muy agitado. Repito lo único que se me pasa por la cabeza una y otra vez—. Por encima de mi cadáver. No te vas a casar con él.

Ella traga saliva, y yo contemplo el bulto que se mueve por la esbelta columna de su cuello.

—Siento lo que dije la otra noche. —Habla con voz más dulce, su lenguaje corporal transmite menos histrionismo y más desolación—. En la puerta del restaurante.

Hago un gesto como quitándole importancia.

—No pasa nada.

—Sí que pasa. —Niega con la cabeza y se mira los pies—. Sí que pasa. Lo pagué todo contigo. Y después de todas las veces que me has apoyado, no te lo merecías. Sé que solo te estabas preocupando por mí. Estabas siendo… —Levanta la vista para mirarme; la tristeza asoma a las comisuras de sus ojos—. Estabas siendo un buen amigo.

Me muerdo el interior de la mejilla. Odio esa expresión de indefensión que se ha adueñado de su rostro. Odio que le esté pasando todo esto.

Odio esa palabra.

«Amigo».

Joder, hace tanto tiempo que somos amigos…

Doy un brinco al ver una cabecita rubia que se asoma por la ventana, detrás de mí.

—¿Estás bien?

Es la prima pequeña de Beau, la misma niña que esta mañana me miraba fijamente a través de la ventana. Tiene los ojos muy abiertos y la expresión de preocupación de su rostro me encoge el corazón. Casi me recuerda a Jenny. Y no estoy bien, pero no se lo digo.

—Sí, estoy bien.

Me vuelvo y oteo los alrededores del rancho ensombrecido. Me encanta sentarme en este tejado bajo la noche oscura y silenciosa. Me llena de paz. Aquí puedo estar a solas con mis demonios.

—¿Quieres que te haga compañía?

Suspiro y agacho la cabeza. No quiero compañía, pero eso tampoco se lo digo.

Sale al tejado a cuatro patas antes de que me dé tiempo a responderle, pero le contesto que «claro» de todos modos. El tejado está oscuro, pero ya no hay silencio. Una niña que apenas conozco me suelta un monólogo sobre su vida y yo me limito a escucharla. Habla tanto que ni siquiera mis demonios pueden competir con ella.

Esta noche, y todas las noches de verano que vienen después, se sienta conmigo. Yo no la invito a acompañarme. Simplemente, está.

Y estar con ella también me da paz…

Carraspeo para desembarazarme de las emociones que me atoran la garganta.

—Si ahora tuviera que ser un buen amigo, ¿qué haría?

Sloane suspira; el alivio se adueña de cada centímetro de su cuerpo. Es como si acabase de plantearle la pregunta que necesitaba desesperadamente que alguien le planteara.

—Jas… Sácame de aquí. Quiero ir al rancho.

La miro de hito en hito un segundo, con las manos metidas en los bolsillos, pensando que en este momento haría cualquier cosa que me pidiera.

Y entonces le tiendo la mano y asiento con firmeza.

—Vámonos, Sol.

CuatroSloane

Jasper: ¿Hay alguna salida al otro lado del pasillo?

Cade: Sí, hay una salida de emergencia.

Rhett: ¡Jooooooder! ¿Estás ayudando a nuestra prima a escapar de esta mierda de boda encorsetada?

Jasper: Sí. Pensad alguna forma de distraer a la gente y mandadme un mensaje cuando sea seguro salir pitando de aquí.

Rhett: ¿Puedo hacer saltar la alarma de incendios?

Cade: Ahora pensaré algo.

Rhett: Siempre he querido hacer saltar la alarma de incendios.

Cade: Ya lo hiciste una vez, tonto del culo. Me tocó esperarte al salir del colegio durante semanas porque estabas castigado.

Jasper: Chicos…

Cade: Willa tiene un plan. Puede que sea peor el remedio que la enfermedad, pero, cuando os diga que adelante…, tendréis que correr.

«Sol».

Me pregunto si es consciente del efecto que ese sobrenombre tiene en mí. Si sabe que hace que el corazón me dé un brinco.

Si lo sabe, no da muestras de ello. Porque, ahora mismo, apenas reconozco al hombre que tengo delante. Jasper lleva casi dos décadas formando parte de mi vida, y nunca le había visto una mirada tan… letal.

Ni siquiera cuando está en la pista de hockey.

Me lleva hacia la puerta, pero se para en seco al oír unas voces: son Sterling y mis padres.

Dios. ¿Cuánta gente ha oído las palabras que hemos cruzado aquí hoy?

Jasper suelta un gruñido que le vibra en el pecho y se saca el móvil del bolsillo de la chaqueta del traje. Sus dedos esbeltos vuelan sobre la pantalla.

—¿Qué haces? —le pregunto de cara a su espalda, porque todavía no me he atrevido a acercarme del todo a la puerta.

Quiero irme, pero no mirar a todo el mundo a los ojos. Intentarán convencerme de que me quede, y lo único que yo quiero es volver al lugar donde siempre me sentí segura de niña. Anhelo estar allí tanto como la sencillez de la vida que lo acompañaba. Es como una profunda atracción en el interior de mi pecho, tan poderosa que no puedo ignorarla.

—Escribir a mis hermanos.

—¿Para qué? —Doy un paso al frente y echo un vistazo a la pantalla por encima de su bíceps para leer los mensajes que él y mis primos intercambian.

—Para que nos ayuden —contesta secamente. Luego se vuelve hacia mí; un matiz férreo asoma bajo sus hermosos rasgos—. Deberías quitarte los zapatos.

Bajo la vista y me levanto la falda.

—¿Los zapatos?

—Sí. No creo que estén hechos para correr.

Meneo los dedos de los pies. El esmalte rosa brilla bajo las luces fluorescentes baratas. Quiero decirle a Jasper que no tendría ningún problema en correr con estas sandalias. Me encanta llevar tacones; estaría dispuesta a sufrir todo el día con ellos puestos. Sin embargo, estos los eligió la que ha estado a punto de convertirse en mi suegra, y no me pegan nada.

La idea de quitármelos es demasiado tentadora.

Asiento con brusquedad, cojo la falda con ambas manos y me la subo unos centímetros para poder llegar hasta ellos. Sin embargo, Jasper se agacha frente a mí antes de que me dé tiempo a hacer lo propio. Con dedos hábiles, me desabrocha las delicadas hebillas plateadas mientras yo observo boquiabierta cómo este hombre se pone de rodillas solo para quitarme los zapatos, cómo libera uno de mis pies al tiempo que me acaricia el tobillo con las manos callosas de una forma reverente.

Sin levantar la vista, me pasa uno de los brillantes tacones y empieza a hacer lo mismo con el otro pie. Y, no por primera vez, me descubro mirando a Jasper embobada y con el corazón latiéndome salvajemente mientras él se centra en lo que está haciendo como si fuese lo más prosaico del mundo.

—Ya está —anuncia, y levanta la vista con la sandalia colgando del dedo por una de las tiras.

Cuesta no admirarlo ahora que está así, de rodillas, pero es su pulgar lo que me hace ahogar un grito. El pulgar con el que ejerce una suave presión en el arco de mi pie, como si no pudiera evitar masajearme.

—¿Te duelen? —Veo cómo su nuez sube y baja cuando traga saliva. Sigue con una rodilla clavada en el suelo; la otra está flexionada, lo que hace que los pantalones de traje se le estrechen sobre los muslos musculosos de la forma más deliciosa posible.

¿Qué clase de hombre se entretiene en mitad del proceso de ayudarme a escapar de la farsa que es mi boda para frotarme los pies doloridos?

«Un buen hombre», me respondo.

No debería estar babeando por él en el que se supone que es el día de mi boda. No obstante, llegados a este punto, babear por Jasper Gervais forma parte de mi personalidad.

—No, estoy bien —contesto a toda prisa mientras vuelvo a dejar el pie en el suelo. Siento que ahora piso con más firmeza, a pesar de estar descalza.

Doy un paso al frente, rodeo a Jasper, que se pone de pie, y pongo la oreja contra la puerta. Cuesta distinguir gran cosa, además de los tonos apremiantes y susurrantes y una voz profunda en la que reconozco a mi padre.

—¿Estás lista, Sloane? —me pregunta Jasper.

—¿Para qué? —susurro inclinándome más hacia la puerta, como si así pudiera escuchar mejor.

—Para correr.

Me vuelvo de golpe hacia él.

—¿Me vas a ayudar a convertirme, literalmente, en una novia a la fuga?

Jasper sonríe y se le suaviza la mirada; se le forman unas arruguitas a los lados de los ojos. Siempre ha sido mi gigante bonachón: alto, callado y bueno hasta la médula.

—Para eso están los amigos.

«Amigos».

Esa palabra me ha perseguido durante años. De niña, me sentía especial cuando me llamaba su «amiga», pero ahora que soy adulta… Ahora que soy una mujer… Ver a otras mujeres pavoneándose cogidas de su brazo mientras a mí me llama amiga…

Me mata.

Y soy demasiado gallina para hacer nada al respecto. Y siempre lo seré. Es como si nunca fuese el momento adecuado. Y voy con el rabo entre las piernas desde que me rechazó para el baile de fin de curso y luego en otra ocasión, aunque fuese más bien de broma.

«Si viviéramos juntos, no tendría que molestarte tanto».

Un comentario improvisado que se me escapó de forma despreocupada, demasiado despreocupada, mientras él me ayudaba a colgar un televisor en la pared en mi nuevo apartamento. Lo descartó como si nada con una carcajada mientras colocaba la pantalla plana sobre su soporte, igual que habría apartado un mosquito que estuviera volando alrededor de su cabeza.

«Como si eso fuera a ocurrir algún día».

Me dijo aquellas palabras hace un año, y con eso me bastó. Lo pillé. Decidí que tener a Jasper como amigo era mejor que apartarlo del todo de mí, que es lo que conseguiría si le confesaba lo que sentía. Así que lo dejé estar. Quizá tenga una estúpida obsesión por este hombre, pero también cuento con instinto de supervivencia. Me gusta pensar que me queda algo de dignidad, aunque últimamente me cuestiono hasta eso.

Al darme cuenta de que llevo demasiado rato mirándolo fijamente, le pregunto:

—¿Y cómo vamos a hacer eso?

Señala con el pulgar la dirección opuesta a la entrada de la iglesia.

—La salida de emergencia está por allí. Cade y Willa han pensado algo para distraer a la gente, y nosotros vamos a… —Se encoge de hombros. Le hace parecer un muchacho—. Darle.

—¿A darle?

Se ríe, y su risa es como un murmullo profundo y divertido. Hace que sienta aún más atracción por él, que se me realcen las mejillas para dibujar una sonrisa. Me tranquiliza de un modo inexplicable.

Asiente con decisión. Con firmeza. Hay algo reconfortante en saber que él siempre me apoyará, que puede coger una situación descontrolada y conseguir que parezca, de algún modo, bajo control.

—Sí, en plan… Darle duro. Darle.

Ladeo la cabeza.

—¿Es un dicho relacionado con el hockey?

—Ahora que lo pienso, es posible.

—Vale. Pues a darle —accedo con una suave risa.

Pero entonces su semblante se torna serio.

—¿Estás segura de esto, Sol?

«Sol». Esta vez no logro evitar estremecerme. Creo que se da cuenta, porque la confusión asoma a sus rasgos esculpidos. Y lo único que consigo hacer es asentir. Con decisión.

En ese momento le suena el móvil, lo que nos distrae a ambos. Y luego me da la mano, entrelazando los dedos con los míos, y quita con cautela el cerrojo de la puerta.

Antes de salir al pasillo, oigo un grito de dolor.

—¡Ay! ¡Mi bebé!

Cuando asomamos al pasillo unos segundos después, todo el mundo nos está dando la espalda. Willa está de cuatro patas en el vestíbulo, agarrándose la barriga con gran dramatismo, en tanto que Cade, a su lado y de brazos cruzados, le pregunta refunfuñando si está bien mientras intenta no poner los ojos en blanco.