Hermenéutica bíblica: Consejos prácticos para comprender la Biblia sin morir en el intento - Pepe Mendoza - E-Book

Hermenéutica bíblica: Consejos prácticos para comprender la Biblia sin morir en el intento E-Book

Pepe Mendoza

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Beschreibung

Esta guía indispensable está diseñada para pastores y estudiantes de seminario que desean profundizar su comprensión de las Sagradas Escrituras al desglosar conceptos cruciales que son esenciales para cualquier estudiante serio de la Biblia. Llena de aplicaciones prácticas de las Escrituras en tu vida diaria, este libro no es solo un recurso de aprendizaje, sino uno transformador. Qué encontrarás dentro: Contexto histórico y cultural: Comprende la riqueza de las épocas y entornos en los que se escribieron las Escrituras. Géneros literarios: Aprende a distinguir entre diferentes tipos de literatura bíblica para una interpretación más precisa. Ejemplo ilustrativo: Observa los principios clave en acción utilizando un libro completo de la Biblia como guía práctica y paso a paso. Ejercicios reflexivos: Profundiza tu comprensión con preguntas y actividades que invitan a la reflexión. Aplicación práctica: Transforma tu vida diaria con ideas procesables y ejercicios reflexivos diseñados para dar vida a las Escrituras. Entiende cómo la sabiduría colectiva y las prácticas compartidas enriquecen tu comprensión de la Palabra.

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Seitenzahl: 278

Veröffentlichungsjahr: 2025

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HERMENÉUTICA

Bíblica

CONSEJOS PRÁCTICOS PARA COMPRENDER

LA BIBLIA SIN MORIR EN EL INTENTO

PEPE MENDOZA

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 Viladecavalls

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2025 por José A. Mendoza Sidia

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.cedro.org; 917 021 970 / 932 720 447)».

© 2025 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

HERMENÉUTICA BÍBLICA.

Consejos prácticos para comprender la Biblia sin morir en el intento

ISBN: 978-84-19779-64-9

eISBN: 978-84-19779-65-6

Estudios bíblicos / Exégesis y hermenéutica

Acerca del autor

Pepe Mendoza es pastor, maestro, escritor y editor. Autor del libro Proverbios para necios: Sabiduría sencilla para tiempos complejos (Vida, 2024), sirve como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional (IBI) y es Director del Instituto Integridad & Sabiduría en Santo Domingo, República Dominicana. Colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Tiene un Doctorado en Ministerio (DMin) del SBTS. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana.

Contenido

Abreviaturas

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN: El propósito de la interpretación bíblica

CAPÍTULO UNO: Definiendo la hermenéutica bíblica

CAPÍTULO DOS: La Biblia y la necesidad de interpretarla

CAPÍTULO TRES: Dificultades al interpretar la Biblia (Parte I)

CAPÍTULO CUATRO: Dificultades al interpretar la Biblia (Parte II)

CAPÍTULO CINCO: Reglas y pasos básicos de interpretación bíblica. Interpretando las epístolas

CAPÍTULO SEIS: Interpretando la narrativa del Antiguo y del Nuevo Testamento

CAPÍTULO SIETE: Interpretando los Evangelios y las parábolas

CAPÍTULO OCHO: Interpretando la literatura poética

CAPÍTULO NUEVE: Interpretando los libros proféticos

CAPÍTULO DIEZ: Proceso de estudio práctico de la Biblia

CAPÍTULO ONCE: Ejercicio práctico de aplicación hermenéutica I: la labor individual

CAPÍTULO DOCE: Ejercicio práctico de aplicación hermenéutica II: la labor corporativa

CONCLUSIÓN: La aplicación de la Palabra de Dios a la vida

BIBLIOGRAFÍA

Abreviaturas

Libros de la Biblia

Antiguo Testamento

Gn

Génesis

Ex

Éxodo

Lv

Levítico

Nm

Números

Dt

Deuteronomio

Jos

Josué

Jc

Jueces

Rt

Rut

1 S

1 Samuel

2 S

2 Samuel

1 R

1 Reyes

2 R

2 Reyes

1 Cr

1 Crónicas

2 Cr

2 Crónicas

Esd

Esdras

Neh

Nehemías

Est

Ester

Jb

Job

Sal

Salmos

Pr

Proverbios

Ec o Qo

Eclesiastés o Qohelet

Ct

Cantares

Is

Isaías

Jr

Jeremías

Lm

Lamentaciones

Ez

Ezequiel

Dn

Daniel

Os

Oseas

Jl

Joel

Am

Amós

Ab

Abdías

Jon

Jonás

Mi

Miqueas

Na

Nahúm

Hab

Habacuc

So

Sofonías

Hag

Hageo

Za

Zacarías

Ml

Malaquías

Nuevo Testamento

Mt

Mateo

Mc

Marcos

Lc

Lucas

Jn

Juan

Hch

Hechos

Rm

Romanos

1 Co

1 Corintios

2 Co

2 Corintios

Gl

Gálatas

Ef

Efesios

Flp

Filipenses

Col

Colosenses

1 Ts

1 Tesalonicenses

2 Ts

2 Tesalonicenses

1 Tm

1 Timoteo

2 Tm

2 Timoteo

Tt

Tito

Flm

Filemón

Hb

Hebreos

St

Santiago

1 Pd

1 Pedro

2 Pd

2 Pedro

1 Jn

1 Juan

2 Jn

2 Juan

3 Jn

3 Juan

Jd

Judas

Ap

Apocalipsis

PRÓLOGO

Este libro nace de una motivación pastoral, a saber, la preocupación por la escasa cultura o formación hermenéutica del lector común de la Biblia, lo cual da lugar a doctrinas y prácticas que se alejan del mensaje evangélico; obedece a un sano interés pedagógico: enseñar al que no sabe o no se preocupa en saber. «A pesar de la importancia que los cristianos le damos a la Palabra de Dios», nos dice el autor de esta obra, «son muy pocos los que se han preocupado por adquirir las habilidades y dedicar el tiempo necesario para estudiar, entender y aplicar la Palabra de Dios por sí mismos».

El cristiano se funda sobre la Palabra y vive de la Palabra de Dios. No es un deber o una obligación religiosa impuesta por los líderes o maestros de la iglesia; es una relación de amor con el fundador de la misma, causa y fuente de la salvación: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos con él morada» (Jn 14:21). Guardar la palabra de Cristo es un mandamiento con promesa: hacerse uno espiritualmente con Jesucristo, el Padre y el Espíritu Santo, quien vivifica la Palabra exterior en el interior de cada cual. Guardar la Palabra es aceptarla como camino de vida, de gozo y esperanza. Guardar la Palabra es darle vida en la práctica diaria en cuanto seguidores de Cristo. Guardar la Palabra es todo esto a nivel práctico y espiritual, pero es también estudiarla, meditarla, entenderla, hacerla propia mediante la reflexión y comprensión que ayudan al cristiano a «tener la mente de Cristo» (1 Co 2:16; Ef 4:23). Cimentado en la Palabra y la mente de Cristo, el creyente puede alcanzar una siempre renovada experiencia de su Salvador y Maestro, al mismo tiempo que su testimonio adquirirá una convicción, densidad y madurez propias de alguien que aprende y tiene comunión con su Señor glorioso. «Los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús» (Hch 4:13; énfasis añadido).

El Verbo de Dios que comenzó por ser carne, palabra viva, hablada en plazas y montes, ante multitudes e individuos, llegado el momento se hizo texto, registro escrito de aquellos que fueron testigos y compañeros de la manifestación de aquel Verbo divino.

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido. (1 Jn 1:1-4)

El texto bíblico conserva para nosotros, que pertenecemos a las generaciones posteriores a la encarnación del Verbo, el discurso vivo y esencial de Jesucristo, de modo que no estemos en desventaja con respecto a los creyentes de los primeros tiempos que lo escucharon con sus propios oídos y lo tocaron con sus propias manos. El texto escrito no es la palabra viva del Maestro, con su calor y acento personal, pero en cuanto a memoria y registro de lo que fue dicho y hecho por Jesús, pone a nuestra disposición su vida, su obra y su palabra. La Escritura bíblica —el Nuevo Testamento, en cuanto registro de la manifestación del Hijo de Dios, y el Antiguo Testamento, en cuanto testimonio profético de la misma— constituye para nosotros un modo privilegiado de encuentro con la buena palabra salvífica de Cristo. Por eso, dirá uno de los llamados Padres de la Iglesia, «conocer la Escritura es conocer a Cristo, ignorar la Escritura es ignorar a Cristo».1 Y podemos conectar con la Escritura también lo que León Magno decía sobre la fe: que «tiene el poder de no estar ausente en espíritu de los hechos en que no ha podido estar presente con el cuerpo».2

Cristo es el Señor, el Salvador, el Maestro y también el primer exégeta de la Escritura, que es su Palabra. Así lo vivieron sus discípulos después de que el Maestro les fuera arrebatado por la violencia y la muerte. «Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?» (Lc 24:32; énfasis añadido).

No hay comunicación humana o divina que no esté sometida a la interpretación del receptor. La Escritura santa no es una excepción a esta regla. Leer la Biblia no es leer unívocamente la Palabra de Dios; leer es siempre interpretar, juzgar lo que se lee según los criterios del lector. Nunca es una lectura directa e inmediata, sino mediada por nuestra cultura, nuestra experiencia y nuestra capacidad de comprensión. Sin un mínimo entendimiento de lo que implica el arte de la interpretación o hermenéutica es imposible captar correctamente el mensaje total de la Escritura. Eso es lo que pretende Pepe Mendoza, autor de esta obra: ayudar a todo cristiano a leer, comprender y vivir la Escritura con espíritu, pero también con entendimiento.

El cristianismo ha sido desde el principio un movimiento interpretativo. Lo fue Jesús al respecto de la comprensión de las Escrituras sagradas de Israel de sus contemporáneos, fariseos y doctos de la ley, e incluso con respecto a su propia enseñanza. Como muchos antes que él, Jesús hablaba al pueblo en parábolas, las cuales, según el erudito Joachim Jeremías, por todas partes, tras el texto griego, dejan ver la lengua materna de Jesús.

Para derramar claridad sobre lo elevado y divino, sobre la naturaleza, sobre las leyes del reino de Dios, para hacer accesibles las cosas celestiales a unos oyentes esclavizados por lo sensible, los transporta Jesús bondadosamente de lo conocido a lo desconocido, de lo vulgar a lo eterno. Con magnanimidad regia toma a su servicio el mundo entero, aun lo que tiene de imperfecto, para vencer al mundo, y lo vence con sus propias armas. No desprecia medio alguno de cuantos puede ofrecerle el lenguaje para hacer penetrar la gracia de Dios en los corazones de los que le escuchaban. (Adolf Jülicher)

Pero sabemos que estas obras maestras de la comunicación imaginativa y popular, que son las parábolas, no fueron entendidas por sus oyentes inmediatos, los cuales estaban dispuestos a desviar todas sus enseñanzas hacia lo material. Lo que quieren es pan que llene sus estómagos y no aspiran a otro reino que a una libertad nacionalista. Humanamente hablando, tuvo que ser una experiencia amarga para Jesús. Solo a sus discípulos, que tenían la misma dificultad que el resto de la población, les explicaba en privado el significado de las mismas (Mc 4:34). Jesús sabía bien que el problema no estaba en las parábolas, sino en el entendimiento de los oyentes, cuyos ojos enceguecidos y oídos endurecidos eran incapaces de ver y oír la verdad.

Las parábolas son como un castillo inaccesible para quien no ha decidido previamente cruzar su puerta. Todo en ellas es lúcido para quien tenga el corazón limpio; todo oscuro para quien no lo haya antes purificado. Hasta ahora, invitó a entrar en su reino. Ahora, contará cómo es ese reino solo para aquellos que ya decidieron dar ese paso. Los demás viendo no verán, oyendo no entenderán. Así serán cegados los que hayan renunciado a sus ojos. Y las maravillas del reino se abrirán para quienes se atrevan a tenerlos.3

Como nos advierte aquí Pepe Mendoza, hay brechas, simas, barreras, que dificultan nuestro entendimiento directo de las Escrituras. Conocerlas es la primera condición para salvarlas. Hay brechas del lenguaje, brechas culturales, brechas históricas, brechas literarias, brechas textuales y brechas intrínsecas del propio lector, «relacionadas con las circunstancias y los prejuicios o preconceptos con los cuales el intérprete arriba al texto que busca interpretar» (cap. 4).

Por consiguiente, lo mejor en todos estos casos es dejarse enseñar, esforzarse por aprender las reglas de la hermenéutica y de la exégesis del texto bíblico. En esta tarea tan sagrada y tan vital sobra la autosuficiencia, que puede degenerar en errores, herejías y cismas, lo cual acarrea mucho dolor para uno mismo y para la iglesia. Fue muy honesta y digna de admiración la respuesta del eunuco al servicio de la reina de Etiopía cuando, preguntado por el evangelista Felipe sobre si entendía lo que estaba leyendo, admitió: «¿Cómo puedo entenderlo, a menos que alguien me explique?» (Hch 8:26-31). El mensaje cristiano siempre se mueve en la cuerda floja de la interpretación.

El apóstol Pedro, discípulo directo del Señor Jesús, no tuvo ningún inconveniente en reconocer que había cosas difíciles de entender en los escritos del apóstol Pablo, pero lejos de desalentar la lectura de los mismos, reprende a «los ignorantes y los débiles en la fe que los tuercen, como tuercen las demás Escrituras, para su propia condenación» (2 Pd 3:16).

Para evitar esta condenación, madre de errores, sectas y dolores, es del todo necesario prestar atención al estudio de obras como la presente que, sin ser una obra de carácter académico para estudio en los seminarios —aunque sea también técnica—, es una obra práctica para todos y cada uno de los lectores de la Biblia. Dice el autor que su trabajo consiste en una serie de «consejos prácticos para comprender la Biblia»; sí, consejos, pero consejos bien estudiados y razonados a la luz de una materia tan importante y delicada. Una manera práctica e inteligente de introducirnos en la hermenéutica, bien distinta de esos textos cargados de elementos filológicos y críticos que podrían desalentarnos de entrar en el arte de la interpretación.

En nuestros medios evangélicos está muy extendida la creencia de que cualquiera puede interpretar la Biblia por sí mismo amparado en el principio protestante del libre examen. No hay duda de que el creyente se comunica con Dios por medio de la lectura de su Palabra, mediante la que no solo es edificado espiritualmente, sino que recibe inspiración para moverse en la vida en calidad de discípulo de Cristo. Como cristianos herederos de la Reforma del siglo XVI creemos que la Biblia es clara en su mensaje para toda persona, pues Dios la ha elegido como medio de revelación a toda criatura. Es lo que en teología se denomina perspicuidad de la Escritura,4 palabra desacostumbrada y de difícil pronunciación solo apta para los perspicaces. Bástenos saber que la Biblia es clara, llana, suficiente, comprensible y hasta transparente, si no fuese por lo que sabemos de la lectura retorcida. En las grandes confesiones de fe reformadas se afirma lo siguiente:

Las cosas contenidas en las Escrituras, no todas son igualmente claras ni se entienden con la misma facilidad por todos (2 Pd 3:16); sin embargo, las cosas que necesariamente deben saberse, creerse y guardarse para conseguir la salvación, se proponen y declaran en uno u otro lugar de las Escrituras, de tal manera que no solo los eruditos, sino aun los que no lo son, pueden adquirir un conocimiento suficiente de tales cosas por el debido uso de los medios ordinarios (Salmo 119:105, 130).5

Asentado el principio de claridad de la Escritura, es conveniente advertir que esa claridad le es propia a ella, no a nosotros. Todo cristiano, aun después de haber sido regenerado por el Espíritu y la Palabra, mantiene en su mente formas, costumbres y vicios cuya erradicación es una labor de toda la vida. Para leer y estudiar la Biblia dejando que Dios sea Dios en su Palabra y por su Palabra, es del todo necesaria una pedagogía moral, espiritual e intelectual que nos prepare interior y exteriormente para el milagro de la captación del mensaje divino, la cual comienza por una ascética rigurosa de escucha humilde, hasta el punto de la negación del ego: «Habla Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3:10). Esto vale tanto para eruditos como indoctos. En muchos casos, la lectura de la Escritura y la interpretación privada de la misma ha llevado a lecturas subjetivas, caprichosas, arrogantes, que trastornan el sentido de la revelación divina conforme al sentido deseado del lector. Hay que estar prevenidos ante semejantes vicios.

¿Promovieron los reformadores el desenfreno hermenéutico con su principio del libre examen?, se pregunta R. C. Sproul. Ni mucho menos, y añade:

Los reformadores también se preocupaban por las formas y los medios de controlar la anarquía mental. Esta es una de las razones por las que trabajaron tan arduamente para delinear los principios sólidos de la interpretación bíblica como un dique a la interpretación extravagante o sin sentido de las Escrituras.6

El libre examen es el derecho de todo creyente a cotejar con la Escritura en la mano lo que sus predicadores le están enseñando, si se ajusta o no al texto bíblico que proclaman. De ahí la buena costumbre de seguir la predicación con la Biblia abierta, prestando atención a los textos que se citan. Sin perder de vista nunca esto, que la autoridad última en la iglesia es la Biblia, en cuanto Palabra de Dios para su pueblo, nadie tiene el derecho de interpretarla según sus propias conveniencias o inclinaciones doctrinales o morales. Los pastores, los predicadores, los teólogos, los maestros son ministros, siervos al servicio del pueblo de Dios en su voluntad sincera de conocer más y mejor la revelación que Dios le ha otorgado para así llevar una vida más realizada, más plena y agradable a Dios. Aunque solo los primeros están llamados, y obligados por su vocación, a procurarse una formación sólida y académica en el estudio de la Biblia, también los creyentes ordinarios, aquellos que aman y suspiran por la Palabra de Dios, tienen que buscar la mejor manera de formarse en el arte de la interpretación bíblica —adaptada a sus necesidades—, de modo que sean

plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda la plenitud de Dios. (Ef 3:18, 19)

Para unos y otros, ministros y creyentes por igual, esta obra les será de mucha ayuda, pues el fin de todo estudio, de cualquier logro académico, de conocimiento y sabiduría obedece a una sola y única intención o motivo práctico: ayudarnos a vivir. Si no nos sirve para vivir mejor, no nos sirve para nada. Tiempo y esfuerzo perdidos. Esto es más o menos lo que viene a decir Pepe Mendoza en la conclusión de su obra:

¿Entiendo el texto? ¿Me entiendo a la luz del texto? Ahora, ¿qué debo hacer? Qué debo hacer no en términos del resto de mi vida, sino en términos de qué es lo que debo hacer ahora, mañana, pasado, en la iglesia, con mis amigos, con mis compañeros de trabajo, conmigo mismo, qué cambios debo realizar, qué giros debo dar en mi existencia, detalles, grandes cosas, pecados por arrepentirme, situaciones por enfrentar, logros por alcanzar, llamados de Dios por obedecer.

Alfonso Ropero

8 de enero de 2024

1. San Jerónimo, en su prólogo al Comentario a Isaías.

2. León Magno, Homilía sobre la Pasión, 19.

3. Martín Descalzo, J. L. (2001). Vida y misterio de Jesús de Nazaret. Sígueme.

4. Véase Mendoza, P. (16 de noviembre de 2017). “La perspicuidad de las Escrituras”. Coalición por el evangelio. https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/la-perspicuidad-las-escrituras/

5. Confesión de fe de Westminster, I, 7.

6. Sproul, R. C. (1996). Cómo estudiar e interpretar la Biblia. Unilit, p. 34.

INTRODUCCIÓN

El propósito de la interpretación bíblica

El objetivo fundamental de este libro es proveer reglas, principios y herramientas que faciliten el estudio, el entendimiento y la aplicación de las verdades de la Biblia tanto a nivel personal como grupal. Este proceso metódico y sistemático es técnicamente llamado hermenéutica por los estudiosos de la Biblia.

A pesar de la importancia que los cristianos le damos a la Palabra de Dios, son muy pocos los que se han preocupado por adquirir las habilidades y dedicar el tiempo necesario para estudiar, entender y aplicar la Palabra de Dios por sí mismos. Es posible que algunos sean capaces de repetir y usar algunos conceptos y definiciones teológicas o doctrinales que han sido tomados de la Biblia, pero es probable que no sepan cómo extraer esas definiciones y conceptos de la Palabra de Dios por sí mismos. Los cristianos no le estamos dando la importancia requerida al estudio de la misma Palabra, a pesar de que el Señor ha sido muy claro en cuanto a lo exigente que él es en todo lo referente a la lectura, conocimiento y entendimiento de su Palabra por parte de su pueblo. Una gran mayoría de todos los errores doctrinales que se han difundido en la historia del cristianismo y que hasta hoy se siguen compartiendo son consecuencia de la débil y errónea interpretación bíblica de personas que no se han ejercitado en desarrollar un estudio sistemático de la Palabra de Dios y que han terminado enseñando lo que la Biblia en realidad no enseña, tratando de aplicar en sus vidas lo que solo conocen sin mayor profundidad. Por eso, lo primero que haré será demostrar por qué es necesario aprender a estudiar y entender la Biblia con cuidado, regularidad y fidelidad.

Comenzaré reflexionando en las siguientes palabras que Pablo le dijo a su discípulo Timoteo: «Procura con diligencia presentarte ante Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad» (2 Tm 2:15). Es indudable que el apóstol Pablo valoraba profundamente las Escrituras. Su absoluto respeto por «la palabra de verdad» le hacía acentuar la necesidad de que los siervos de Dios puedan ser personas altamente responsables durante el proceso de extracción, proclamación y aplicación de la verdad divina. El consejo de Pablo llegó en el momento en que Timoteo estaba enfrentando serios problemas en la iglesia de Éfeso debido a ciertas discusiones doctrinales que estaban ahogando la espiritualidad de la iglesia (1 Tm 1:3-7; 4:7; 6:3-5).

Pablo contrasta al verdadero obrero que sabe interpretar la Palabra de Dios con aquellos que simplemente contienden «sobre palabras, lo cual para nada aprovecha y lleva a los oyentes a la ruina» (2 Tm 2:14). Aquellos creyentes que no se preocupan por tener una correcta interpretación de la verdad bíblica convierten toda discusión en «palabrerías vacías y profanas» y llegan a ser personas «que se han desviado de la verdad» (2 Tm 2:16a, 18a). Esa es la razón por la que todo intérprete fiel debe preocuparse por descubrir la perfección y el brillo de la Palabra. Eso requiere, como dice Richard Mayhue, que «nosotros no tengamos que alterar las Escrituras para que armonicen con la verdad; en vez de eso, nosotros debemos entender que las Escrituras deben producir un cambio en nosotros y en nuestra manera de vivir acorde a la Palabra de Dios».7

Si alguien quiere llegar a ser un obrero aprobado y no pasar vergüenza, no delante de los hombres, sino delante de Dios, entonces debe «manejar con precisión la palabra de verdad». La palabra que se traduce como “precisión” viene de la raíz griega orthotomeo,8 que significa “cortar derecho”. Pablo le dice a su discípulo que es de absoluta importancia que cuando estudie la Biblia y tenga que presentarse con su interpretación, nuevamente, no delante de los hombres, sino delante de Dios, no lo debe hacer nunca de una manera superficial. Por el contrario, debe estudiarla de tal manera que pueda estar seguro de que la está “cortando” sin desviarse, sin torcer la verdad.

Podríamos preguntarnos cuántas veces un cristiano que quiere exponer un texto delante de otras personas se ha preguntado si el Señor está atento a su interpretación y si está manejando con precisión el texto que piensa exponer, porque si no está buscando la precisión con esfuerzo y dedicación, entonces no recibirá la aprobación de Dios. Un cristiano no está llamado a exponer sus propias ideas, sino a anunciar con fidelidad el mensaje de la Palabra de Dios. El pueblo de Dios anuncia las buenas nuevas como un mensajero que no está inventando o acomodando un mensaje, sino que es fiel en entregarlo tal como fue dicho por sus autores. De allí que la capacidad de interpretar el texto con precisión sea parte de la evaluación divina con la que el Señor nos considera o deja de considerar como siervos competentes.

Por lo tanto, la importancia de la hermenéutica no radica en la posibilidad de adquirir conocimientos teológicos, pasar un examen, impresionar a otras personas con nuestros conocimientos o predicar o enseñar con elocuencia. El propósito de la hermenéutica es ayudarnos a conocer a Dios más íntimamente para poder amarlo por encima de todas las cosas y llegar a saber con claridad lo que espera de nosotros y que así podamos serle fieles y obedientes. Graeme Goldsworthy expresa esta misma idea con las siguientes palabras:

Para nosotros los evangélicos, el propósito principal para leer y entender la Biblia es conocer a Dios y su voluntad para nuestras vidas. Creemos que solo si conocemos a Dios podremos realmente conocernos a nosotros mismos y conocer el verdadero significado de la vida.9

Cuando un cristiano no conoce al Señor correctamente, es decir, conforme a la revelación que Él ha dejado de sí mismo, su carácter, sus obras y su plan perfecto, tampoco puede amarlo con intensidad, porque toda su grandeza y misericordia le son desconocidas o su conocimiento es tan superficial que se desvanece con el cambio de las circunstancias. Tampoco podrá serle fiel y obediente porque desconoce lo que su Dios espera de él. Existe una relación directa entre el grado de conocimiento que tenemos de Dios y nuestro amor para con Él que se manifiesta en nuestra obediencia a sus mandamientos. Eso es justamente lo que la ley demandaba en el Antiguo Testamento: «Amarás, pues, al Señor tu Dios, y guardarás siempre sus mandatos, sus estatutos, sus ordenanzas y sus mandamientos» (Dt 11:1). La manera en que demostramos que amamos a Dios es guardando sus mandamientos, y eso es justamente lo que Jesús les dijo a sus discípulos en el Nuevo Testamento: «Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos» (Jn 14:15). Pero ¿cómo voy a amarlo si solo conozco sus palabras superficialmente? ¿Cómo voy a conocerlo bien para poder amarlo con todo el corazón si solo tengo un entendimiento básico de sus palabras? Lo que estoy tratando de decir es que la hermenéutica bíblica no tiene un propósito meramente intelectual o académico, sino que se fundamenta en el deseo de conocer a nuestro buen Señor, crecer espiritualmente, ser cada vez más obedientes y servirlo más fervientemente; por lo tanto, tener la «determinación personal de buscar y hacer la voluntad de Dios, y estos son los grandes prerrequisitos para un verdadero entendimiento de la Biblia».10

La importancia del estudio sistemático de la Biblia

Sabemos que tenemos un Dios eterno que habita en las alturas y que se ha comunicado con individuos finitos a través del lenguaje humano y limitado. Estas variables no hacen del mensaje bíblico algo ininteligible,11 pero sí nos generan la necesidad de estudiar la Palabra con diligencia a fin de poder entender plenamente lo que Dios ha tratado de comunicarnos. Martínez expone cómo la hermenéutica puede ayudarnos a sortear esa dificultad de la siguiente manera:

A menudo hay pensamientos que apenas hallan expresión adecuada mediante palabras. Tal es el caso, por ejemplo, de la esfera religiosa. Por otro lado, las complejidades del lenguaje frecuentemente conducen a conclusiones diferentes y aun contrapuestas en lo que respecta al significado de un texto. El camino a recorrer entre el lector y el pensamiento del autor suele ser largo e intrincado. Ello muestra la conveniencia de usar todos los medios a nuestro alcance para llegar a la meta propuesta. La provisión de esos medios es el propósito básico de la hermenéutica.12

Es por eso que una de las primeras razones para el estudio de la hermenéutica es que el conocimiento preciso de la Palabra de Dios es indispensable para poder crecer espiritualmente. El apóstol Pedro fue muy enfático al decir: «Deseen como niños recién nacidos la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación» (1 Pd 2:2). Mi crecimiento depende del consumo de esa “leche” que, en este caso, Pedro está usando como un símbolo para la Palabra de Dios.

Seguiré usando la ilustración de Pedro para preguntarnos qué ocurriría si siendo todavía bebés espirituales tomásemos leche recién ordeñada, es decir, sin procesar y con todo su contenido de grasa. Por ejemplo, si le diésemos leche entera de vaca a un niño de un mes (que todavía no tiene las enzimas13 desarrolladas), lo más seguro es que sufriera una descomposición estomacal y se deshidratase. Si usamos esta realidad médica como una analogía para el terreno espiritual, podríamos inferir que cuando estudiamos la Palabra y no la podemos digerir es porque no hemos desarrollado las “enzimas” espirituales para poder hacerlo. En lugar de ser alimentados por la Palabra, esta nos termina cayendo mal. ¿Qué es lo que quiero decir con esto de que nos cae mal? Pues que ese “malestar” se manifiesta cuando nuestro débil y enredado conocimiento de la Palabra no produce un verdadero crecimiento espiritual que nos lleve a parecernos cada día más a nuestro Señor Jesucristo. Por el contrario, lo que producimos es frustración porque pareciera que la madurez que tanto anhelamos tarda mucho en llegar.

Si un bebé es muy delicado como para tomar leche entera, eso no significa que deberá pasar el resto de su vida siendo un infante. Lo que tiene que hacer es madurar. Siguiendo con la misma analogía del crecimiento y la leche, ahora nos encontramos con otra exhortación en la carta a los Hebreos:

Pues aunque ya debieran ser maestros, otra vez tienen necesidad de que alguien les enseñe los principios elementales de los oráculos de Dios, y han llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido. Porque todo el que toma solo leche, no está acostumbrado a la palabra de justicia, porque es niño. Pero el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal. (Hb 5:12-14)

Aquí está entonces una segunda razón para el estudio de la hermenéutica: es esencial para que crezcamos y así poder ir alcanzando la madurez.

El autor de Hebreos nos está diciendo que hay un grupo de cristianos en su congregación a los que otra vez hay que hablarles de las mismas cosas elementales que ya escucharon, cuando en realidad ya debieran ser maestros de la Palabra. El problema radica en que se limitaron a quedarse en la superficie y sin madurar, por lo que comenzaron silenciosamente a empequeñecerse en vez de crecer. El detalle interesante de todo esto es que el alimento sólido es solamente para los adultos, que se caracterizan porque «a fuerza de práctica están capacitados para distinguir entre lo bueno y lo malo» (NTV). Esta habilidad para discernir lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo que debo hacer o no, está directamente relacionada con cuánto alimento sólido lleno de nutrientes de la Palabra puedo consumir, y no simplemente quedarme con el alimento triturado o la leche infantil.

La razón por la que muchos hijos de Dios no tienen «los sentidos ejercitados» para discernir lo que deben hacer de lo que no deben hacer es porque ellos no tienen un entendimiento profundo de la verdad de Dios, y eso es producto precisamente de la falta de un estudio cuidadoso y exigente de la Palabra. Así como un ser humano no puede pasarse el resto de su vida tomando leche y siendo un bebé, tampoco existe la opción de pasarse el resto de su vida como un niño espiritual, repitiendo una y otra vez los principios elementales de la Palabra de Dios. La inmadurez permanente no es sinónimo de humildad espiritual (como algunos equivocadamente piensan) ni tampoco una opción válida en el cristianismo.

Todo lo que he dicho anteriormente está conectado con la tercera razón para el estudio de la hermenéutica: si queremos trabajar para Dios, obrar para Dios, enseñar para Dios, necesitamos estar bien equipados, y la única manera de lograrlo es entendiendo su Palabra correctamente para así poder aplicarla apropiadamente. Pablo no dudó en enseñarle a Timoteo los principios de la vida cristiana con claridad meridiana. Refiriéndose al valor de la Palabra de Dios, le dijo a su discípulo: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra» (2 Tm 3:16, 17). La Palabra de Dios sigue siendo actual, dinámica y certera como norma de conducta vital para los cristianos, sin distinción, del siglo XXI. Estudiar el mensaje de la Biblia es tener claridad con respecto a un pasado, presente y futuro que el Señor ha previsto y sigue teniendo fuertemente asido en sus propias manos. Esto lo confirmamos en la seguridad de un Dios que se mantuvo inalterable en el pasado, sigue siendo el mismo en el presente y ha dejado en claro su poder soberano sobre el futuro. El poder de las Escrituras para efectuar un cambio profundo en el corazón de los creyentes sigue vigente. Una correcta hermenéutica guiada por el Espíritu Santo enseñará, reprenderá, corregirá e instruirá al creyente hasta que llegue a ser como el Señor Jesucristo y esté preparado para toda buena obra.

Ignorar o menospreciar las Escrituras es perder de vista el corazón de Dios que late con fuerza por la santificación de su pueblo. Es también desconocer el remedio provisto por Dios para solucionar los males humanos. ¿Cuál es el propósito de Dios al dejar su Palabra revelada a la humanidad? Ya vimos lo que el apóstol Pablo le dijo a Timoteo. El tan mentado amor de Dios no es en el cristianismo una expresión sentimental vacía y sin significado en el presente. Es más bien la ferviente intención del Creador de guiarnos hacia la verdadera libertad: la del ejercicio de la verdad.

7. Mayhue, 1994, p. 17.

8. Ὀρθοτομέω