Historia de las Indias - Bartolomé de las Casas - E-Book

Historia de las Indias E-Book

Bartolomé de las Casas

0,0

Beschreibung

La Historia de las Indias de Bartolomé de las Casas relata tres viajes de Colón a la Indias, así como otras expediciones de descubrimiento y conquista. Aunque Las Casas admiraba a los «descubridores», no elude la responsabilidad de estos en la destrucción del Nuevo Mundo. Su rigor histórico resulta tan notable como su sensibilidad humana. El lector advertirá aquí la obra de un hombre que, además de ser parte y testigo de la Conquista, procuró ser un cristiano consecuente. Por ello consagró una parte importante de su vida y su capacidad intelectual a la defensa de los derechos de los indios. Las Casas fue con Cristóbal Colón en el segundo viaje  a América. Llegó a la Isla de La Española en 1502 y, aunque se estableció allí como colono y encomendero. En 1511 un sermón de fray Antonio de Montesinos le hizo cambiar de vida: en 1515 se incorporó a la orden de los dominicos. Desde entonces, se convirtió en el primer y más feroz crítico del colonialismo español. En 1542 escribió Brevísima relación de la destrucción de las Indias. En ella denunció la esclavitud a que se sometía a los indios. Puso, además, en evidencia que la evangelización de los colonos se había convertido en un genocidio. Más tarde, entre 1552 y 1561, escribiría esta Historia de las Indias. La presente selección, basada en la edición de Aguilar, reúne diversos capítulos del texto original. Los cinco tomos de la Historia de las Indias están también disponibles en esta colección.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 419

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Bartolomé de las Casas

Historia de las Indias Selección

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Historia de las Indias.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Linkgua

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-552-4.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-733-5.

ISBN rústica: 978-84-9953-167-0.

ISBN ebook: 978-84-9953-166-3.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 11

La vida 11

Historia de las Indias 13

Libro I 15

Capítulo II. Donde se trata cómo el descubrimiento destas Indias fue obra maravillosa de Dios. Cómo para este efecto parece haber la Providencia divina elegido al Almirante que las descubrió, la cual suele a los que elige para alguna obra conceder las virtudes y cualidades necesarias que han menester. De la patria, linaje, origen, padres, nombre y sobrenombre, persona, gesto, aspecto y corporal disposición, costumbres, habla, conversación, religión y cristiandad de Cristóbal Colón 15

Capítulo III. En el cual se trata de las gracias que tuvo adquísitas Cristóbal Colón. Cómo estudió y alcanzó las ciencias gramática, arismética, geometría, historia, cosmografía y astrología. Cuánto dellas le fue necesario para el ministerio que Dios le elegía, y sobre todo que fue peritísimo en el arte de navegar sobre todos los de su tiempo. Cómo en esto se ocupó toda su vida antes que descubriese las Indias, y no en alguna arte mecánica como quiso decir un Agustín Justiniano 20

Capítulo IV. En el cual se trata de la ocasión que se ofreció a Cristóbal Colón para venir a España y cómo se casó en Portugal, y del primer principio del descubrimiento de las Indias e incidentemente de cómo y cuándo fueron descubiertas la isla de la Madera y la del Puerto Santo, que está cabe ella, y cómo las descubrió o ayudó a descubrir el suegro del dicho Cristóbal Colón 25

Capítulo XL. En el cual se trata de la cualidad de la isla que tenían delante, y de la gente della. Cómo salió en tierra el Almirante y sus capitanes de los otros dos navíos, con la bandera real y otras banderas de la cruz verde. Cómo dieron todos gracias a Dios con gozo inestimable. Cómo tomaron posesión solemne y jurídica de aquella tierra por los reyes de Castilla. Cómo pedían perdón al Almirante los cristianos de los desacatos que le habían hecho. De la bondad, humildad, mansedumbre, simplicidad y hospitalidad, disposición, color, hermosura de los indios. Cómo se admiraban de ver los cristianos. Cómo se llegaban tan confiadamente a ellos. Cómo les dio el Almirante de las cosas de Castilla y ellos dieron de lo que tenían 29

Capítulo XLI. En el cual se contiene cómo vinieron muchos indios a los navíos, en sus barquillos, que llaman canoas, y otros nadando. La estimación que tenían de los cristianos, creyendo por cierto que habían descendido del cielo, y por esto cualquiera cosa que podían haber dellos, aunque fuese un pedazo de una escudilla o plato, lo tenían por reliquias y daban por ello cuanto tenían. Hincábanse de rodillas y alzaban las manos al cielo, dando gracias a Dios, y convidábanse unos a otros que viniesen a ver los hombres del cielo. Apúntanse algunas cosas notables, para advertir a los lectores de la simiente y ponzoña de donde procedió la destruición destas Indias. Y cómo detuvo el Almirante siete hombres de aquella isla 37

Capítulo CL 44

Capítulo CLI 48

Capítulo CLII 52

Capítulo CLIII 57

Capítulo CLIV 62

Capítulo CLV. El cual trata del principio o principios de donde hobo su origen y procedió el repartimiento de los indios que llamaron después encomiendas, que han destruido estas Indias. Donde se prueba que nunca los indios jamás se dieron para que los españoles los enseñasen, sino para que se sirviesen dellos y aprovechasen 68

Capítulo CLXIV 74

Libro II 81

Capítulo III 81

Capítulo V 86

Capítulo VI 91

Capítulo VII 99

Capítulo VIII 102

Capítulo XI 109

Capítulo XII 113

Capítulo XIII 119

Capítulo XIV. En el cual se prosiguen la quinta y las otras tres partes de la carta de la reina, de que mal usó el Comendador Mayor, en perdición de los indios 126

Capítulo XLIII 133

Capítulo XLIV 137

Capítulo XLV 143

Capítulo XLVI 146

Libro III 151

Capítulo III. Del mal tratamiento que hacían los españoles a los indios 151

Capítulo IV. De las predicaciones de los frailes sobre el buen tratamiento de los indios 155

Capítulo V. Que trata de la misma materia 160

Capítulo VI. De los frailes que vinieron a dar cuenta al rey de lo que pasaba en Santo Domingo 165

Capítulo XIII. De una ordenanza que hizo la reina doña Juana para la Española 171

Capítulo XIV. En el cual se prosigue la declaración de algunos puntos del prólogo de las leyes 176

Capítulo XV. En el cual se comienzan a referir las leyes y a notar los defectos y puntos y males que contienen, etc. 182

Capítulo XVI. En el cual se prosigue la relación y declaración de los defectos que tuvieron las dichas leyes 188

Capítulo XXIX. Del viaje que hizo Narváez con la gente que le dio Diego Velázquez 193

Capítulo XXX. Prosigue la misma materia 200

Capítulo LXXVIII. Que trata de la venida del Almirante a Castilla y de los trabajos que tenían los indios de Cuba 204

Capítulo LXXIX. De algunas pláticas que tuvo el clérigo Bartolomé de Las Casas contra Diego Velázquez sobre el repartimiento de los indios, y del sermón que dello hizo 208

Capítulo LXXX. Que trata de lo que acordaron Bartolomé de las Casas y Pedro de la Rentería para ir a Castilla, y de la llegada de cuatro religiosos de la orden de Santo Domingo a la isla de Cuba, y de algunas predicaciones que hicieron y de la ida de Pánfilo de Narváez a Castilla 214

Capítulo CXXVIII 218

Capítulo CXXIX 223

Capítulo CXXX 228

Capítulo CXXXI 232

Capítulo CXXXII 235

Capítulo CXLII 243

Capítulo CXLIII 248

Capítulo CXLIV 253

Capítulo CXLV 258

Capítulo CXLVI 263

Libros a la carta 269

Brevísima presentación

La vida

Bartolomé de las Casas (Sevilla, 1474-Madrid, 1566). España.

En 1502 fue a La Española (hoy República Dominicana) para hacerse cargo de las propiedades de su padre. Diez años después fue el primer sacerdote ordenado en América. Más tarde vivió en Cuba y obtuvo numerosas riquezas gracias a los repartimientos y encomiendas. En 1514 regresó a España, y renunció a todas sus propiedades. Afectado por su experiencia americana, pretendió imponer un nuevo modelo de evangelización y se convirtió en un ferviente defensor de los derechos de los indios.

Sin embargo, su actitud provocó la enemistad de obispos, gobernadores y miembros del poderoso e influyente Consejo de Indias. En 1520 volvió a América para poner en práctica en Cumaná (Venezuela) sus ideas sobre una colonización pacífica. Fracasó. Años después predicó en tierras de Nicaragua y Guatemala, hasta que en 1540 regresó a España, donde fue uno de los más destacados impulsores de las Leyes Nuevas (1542).

Nombrado obispo en Sevilla, en 1544, tomó posesión de la diócesis de Chiapas (provincia de la capitanía general de Guatemala), allí denunció los crímenes de los colonos. Tuvo muchos enemigos. En 1546 pasó a México y un año después regresó a España.

Durante esta época redactó su Historia de las Indias (1552-1561), publicada en 1875. Su defensa de los indígenas le hizo reclamar la presencia de negros africanos para que trabajasen como esclavos en América en lugar de aquéllos.

Bartolomé de las Casas navegó con Colón en el segundo viaje y fue uno de los primeros viajeros a las Américas. Llegó a La Española en 1502 y, aunque inicialmente se estableció allí como colono y encomendero, en 1511 un sermón del dominico fray Antonio de Montesinos le convenció de que debía cambiar de vida: en 1515 se incorporó a la orden de los dominicos. A partir de entonces, al cabo de los años se convertiría en el primer y más feroz crítico del colonialismo español en el Nuevo Mundo. En 1542 escribió Brevísima relación de la destrucción de las Indias, donde denunciaba la tortura y la esclavitud a que se sometía a los indios y ponía en evidencia que la supuesta labor evangelizadora de los colonos se había convertido en un genocidio. Más tarde, entre 1552 y 1561, escribiría Historia de las Indias en tres volúmenes. La presente selección, basada en la edición de Aguilar, reúne diversos capítulos del texto original, también disponible en su integridad en Linkgua (Historia de las Indias, 3 vols.).

Historia de las IndiasLibro I

Capítulo II. Donde se trata cómo el descubrimiento destas Indias fue obra maravillosa de Dios. Cómo para este efecto parece haber la Providencia divina elegido al Almirante que las descubrió, la cual suele a los que elige para alguna obra conceder las virtudes y cualidades necesarias que han menester. De la patria, linaje, origen, padres, nombre y sobrenombre, persona, gesto, aspecto y corporal disposición, costumbres, habla, conversación, religión y cristiandad de Cristóbal Colón

Llegado, pues, ya el tiempo de las maravillas misericordiosas de Dios, cuando por estas partes de la tierra (sembrada la simiente o palabra de la vida) se había de coger el ubérrimo fruto que a este orbe cabía de los predestinados, y las grandezas de las divinas riquezas y bondad infinita más copiosamente, después de más conocidas, más debían ser magnificadas, escogió el divino y sumo Maestro entre los hijos de Adán que en estos tiempos nuestros había en la tierra, aquel ilustre y grande Colón, conviene a saber, de nombre y de obra poblador primero, para de su virtud, ingenio, industria, trabajos, saber y prudencia confiar una de las egregias divinas hazañas que por el siglo presente quiso en su mundo hacer. Y porque de costumbre tiene la suma y divinal Providencia de proveer a todas las cosas, según la natural condición de cada una, y mucho más y por modo singular las criaturas racionales, como ya se dijo, y cuando alguna elige para, mediante su ministerio, efectuar alguna heroica y señalada obra, la data y adorna de todo aquello que para cumplimiento y efecto della le es necesario, y como éste fuese tan alto y tan arduo y divino negocio, a cuya dignidad y dificultad otro alguno igualar no se puede, por ende a este su ministro y apóstol primero destas Indias creedera cosa es haberle Dios esmaltado de tales calidades naturales y adquísitas, cuantas y cuales para el discurso de los tiempos y la muchedumbre y angustiosa inmensidad de los peligros y trabajos propincuísimos a la muerte, la frecuencia de los inconvenientes, la diversidad y dureza terrible de las condiciones de los que le habían de ayudar, y finalmente, la cuasi invincible, importuna, contradicción que en todo siempre tuvo, como por el discurso desta historia en lo que refiere a él tocante, sabía que había bien menester.

Y por llevar por orden de historia lo que de su persona entendemos referir, primero se requiere, hablando de personas notables, comenzar por el origen y patria dellas. Fue, pues, este varón escogido de nación ginovés, de algún lugar de la provincia de Génova; cuál fuese donde nació o qué nombre tuvo el tal lugar, no consta la verdad dello más de que se solía llamar antes que llegase al estado que llegó Cristóbal Columbo de Terrarrubia, y lo mismo su hermano Bartolomé Colón, de quien después se hará no poca mención. Una historia portoguesa que escribió un Juan de Barros, portogués, que llamó Asia, en el libro III, capítulo 2 de la primera década, haciendo mención deste descubrimiento, no dice sino que, según todos afirman, este Cristóbal era ginovés de nación.

Sus padres fueron personas notables, en algún tiempo ricos, cuyo trato y manera de vivir debió ser por mercaderías por la mar, según él mismo da a entender en una carta suya. Otro tiempo debieron ser pobres por las guerras y parcialidades que siempre hubo y nunca faltan, por la mayor parte, en Lombardía. El linaje suyo dicen que fue generoso y muy antiguo, procedido de aquel Colón de quien Cornelio Tácito trata en el libro XII, al principio, diciendo que trujo a Roma preso a Mitridates, por lo cual le fueron dadas insignias consulares y otros privilegios por el pueblo romano en agradecimiento de sus servicios. Y es de saber que antiguamente el primer sobrenombre de su linaje dicen que fue Colón; después, el tiempo andando, se llamaron Colombos los sucesores del susodicho Colón romano o capitán de los romanos; y destos Colombos hace mención Antonio Sabélico, en el libro VIII de la década 10, folio 168, donde trata de dos ilustres varones ginoveses que se llamaban Colombos, como abajo se dirá. Pero este ilustre hombre, dejado el apellido introducido por la costumbre, quiso llamarse Colón, restituyéndose al vocablo antiguo, no tanto acaso, según es de creer, cuanto por voluntad divina, que para obrar lo que su nombre y sobrenombre significaba lo elegía. Suele la divinal Providencia ordenar que se pongan nombres y sobrenombres a las personas que señala para se servir conformes a los oficios que les determina cometer, según asaz parece por muchas partes de la Sagrada Escritura; y el Filósofo, en el IV de la Metafísica, dice que los nombres deben convenir con las propiedades y oficios de las cosas. Llamose, pues, por nombre, Cristóbal, conviene a saber, Christum ferens, que quiere decir traedor o llevador de Cristo, y así se firmaba él algunas veces; como en la verdad él haya sido el primero que abrió las puertas deste mar Océano, por donde entró y él metió a estas tierras tan remotas y reinos hasta entonces tan incógnitos a nuestro Salvador Jesucristo y a su bendito nombre, el cual fue digno que antes que otro diese noticia de Cristo y hiciese adorar a estas innúmeras y tantos siglos olvidadas naciones. Tuvo por sobrenombre Colón, que quiere decir poblador de nuevo, el cual sobrenombre le convino en cuanto por su industria y trabajos fue causa que descubriendo estas gentes, infinitas ánimas dellas, mediante la predicación del Evangelio y administración de los eclesiásticos sacramentos, hayan ido y vayan cada día a poblar de nuevo aquella triunfante ciudad del cielo. También le convino, porque de España trujo él primero gente (si ella fuera cual debía ser) para hacer colonias, que son nuevas poblaciones traídas de fuera, que puestas y asentadas entre los naturales habitadores destas vastísimas tierras, constituyeran una nueva, fortísima, amplísima e ilustrísima cristiana Iglesia y felice república.

Lo que pertenecía a su exterior persona y corporal disposición, fue de alto cuerpo, más que mediano; el rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña; los ojos garzos; la color blanca, que tiraba a rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto con los trabajos se le tornaron canos. Era gracioso y alegre, bien hablado, y, según dice la susodicha historia portoguesa, elocuente y glorioso, dice ella, en sus negocios. Era grave con moderación, con los extraños afable, con los de su casa suave y placentero, con moderada gravedad y discreta conversación, y así podía provocar los que le viesen fácilmente a su amor. Finalmente, representaba en su persona y aspecto venerable persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia. Era sobrio y moderado en el comer y beber, vestir y calzar. Solía comúnmente decir, que hablase con alegría en familiar locución, o indignado, cuando reprendía o se enojaba de alguno: «Dovos a Dios; ¿no os parece esto y esto?». O «¿por qué hiciste esto y esto?».

En las cosas de la religión cristiana, sin duda era católico y de mucha devoción; cuasi en cada cosa que hacía y decía o quería comenzar a hacer, siempre anteponía: «En el nombre de la Santa Trinidad haré esto» o «verné esto» o «espero que sea esto»; en cualquiera carta o otra cosa que escrebía, ponía en la cabeza: Iesus cum Maria sit nobis in via, y destos escritos suyos y de su propia mano tengo yo en mi poder al presente hartos. Su juramento era algunas veces: «Juro a San Fernando». Cuando alguna cosa de gran importancia en sus cartas quería con juramento afirmar, mayormente escribiendo a los Reyes, decía: «Hago juramento que es verdad esto». Ayunaba los ayunos de la Iglesia observantísimamente; confesaba muchas veces y comulgaba; rezaba todas las horas canónicas como los eclesiásticos o religiosos; enemicísimo de blasfemias y juramentos, era devotísimo de Nuestra Señora y del seráfico padre San Francisco; pareció ser muy agradecido a Dios por los beneficios que de la divinal mano recebía, por lo cual, cuasi por proverbio, cada hora traía que le había hecho Dios grandes mercedes, como a David. Cuando algún oro o cosas preciosas le traían, entraba en su oratorio e hincaba las rodillas, convidando a los circunstantes, y decía «Demos gracias a Nuestro Señor, que de descubrir tantos bienes nos hizo dignos». Celosísimo era en gran manera del honor divino; cúpido y deseoso de la conversión destas gentes, y que por todas partes se sembrase y ampliase la fe de Jesucristo, y singularmente aficionado y devoto de que Dios le hiciese digno de que pudiese ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro; y con esta devoción y la confianza que tuvo de que Dios le había de guiar en el descubrimiento deste orbe que prometía, suplicó a la serenísima reina doña Isabel que hiciese voto de gastar todas las riquezas que por su descubrimiento para los Reyes resultasen en ganar la tierra y Santa Casa de Jerusalén, y así la Reina lo hizo, como abajo se tocará.

Fue varón de grande ánimo, esforzado, de altos pensamientos, inclinado naturalmente, a lo que se puede colegir de su vida y hechos y escrituras y conversación, a acometer hechos y obras egregias y señaladas. Paciente y muy sufrido (como abajo más parecerá), perdonador de las injurias, y que no quería otra cosa, según dél se cuenta, sino que conociesen los que le ofendían sus errores y se le reconciliasen los delincuentes. Constantísimo y adornado de longanimidad en los trabajos y adversidades que le ocurrieron siempre, las cuales fueron increíbles e infinitas, teniendo siempre gran confianza de la Providencia Divina, y verdaderamente, a lo que dél yo entendí, y de mi mismo padre, que con él fue cuando tornó con gente a poblar esta isla Española el año de 93, y de otras personas que le acompañaron y otras que le sirvieron, entrañable fidelidad y devoción tuvo y guardó siempre a los Reyes.

Capítulo III. En el cual se trata de las gracias que tuvo adquísitas Cristóbal Colón. Cómo estudió y alcanzó las ciencias gramática, arismética, geometría, historia, cosmografía y astrología. Cuánto dellas le fue necesario para el ministerio que Dios le elegía, y sobre todo que fue peritísimo en el arte de navegar sobre todos los de su tiempo. Cómo en esto se ocupó toda su vida antes que descubriese las Indias, y no en alguna arte mecánica como quiso decir un Agustín Justiniano

Dicho queda el origen y patria y linaje y padres y persona exterior y costumbres y conversación, que todo le era natural o de la natura concedido, y también de lo que se conocía de cristiandad de Cristóbal Colón, aunque en compendiosa y breve manera. Parece conveniente cosa referir las gracias que se le añidieron adquísitas y los ejercicios en que ocupó la vida que vivió antes que a España viniese, según se puede colegir de cartas que escribió a los Reyes y a otras personas y otros a él, y de otros sus escritos, y también por la Historia portoguesa, y no menos por las obras que hizo. Siendo, pues, niño le pusieron sus padres a que aprendiese a leer y a escrebir, y salió con el arte de escrebir formando tan buena y legible letra (la cual yo vide muchas veces), que pudiera con ella ganar de comer. De aquí le sucedió darse juntamente al arismética y también a debujar y pintar, que lo mismo alcanzara si quisiera vivir por ello. Estudió en Pavía los primeros rudimentos de las letras, mayormente la gramática, y quedó bien experto en la lengua latina, y desto lo loa la dicha Historia portoguesa, diciendo que era elocuente y buen latino; y esto ¡cuánto le pudo servir para entender las historias humanas y divinas! Estos fueron los principios en que ocupó su niñez y con que comenzó las otras artes que en su adolescencia y juventud trabajó de adquirir. Y porque Dios le dotó de alto juicio, de gran memoria y de vehemente afición, tratando muchas veces con hombres doctos, y con su infatigable trabajo estudioso, y principalmente, a lo que yo cierto puedo y debo conjeturar y aun creer, por la gracia singular que le concedió para el ministerio que le cometía, consiguió la medula y sustancia necesaria de las otras ciencias, conviene a saber, de la geometría, geografía, cosmografía, astrología o astronomía y marinería. Esto todo se colige muy claro de lo que escribía en los viajes que hizo a estas Indias y de algunas cartas suyas que escribió a los Reyes, que vinieron a mis manos; en las cuales, como era hombre temeroso de Dios y moderado, y consideradas las personas reales a quien escribía, es de creer que de lo que fuese verdad no excedería, de las cuales aquí determino poner algunas cláusulas, porque juzgo que de que sean a todos manifiestas son dignas:

Muy altos Reyes: De muy pequeña edad entré en la mar navegando y lo he continuado hasta hoy. La misma arte inclina a quien la prosigue a desear saber los secretos deste mundo. Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que hasta hoy se navega he andado. Trato y conversación he tenido con gentes sabias, eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, judíos y moros, y con otros muchos de otras sectas; a este mi deseo hallé a Nuestro Señor muy propicio y hube dél para ello espíritu de inteligencia. En la marinería me hizo abundoso, de astrología me dio lo que abastaba, y así de geometría y arismética, e ingenio en el ánima y manos para dibujar esta esfera, y en ella las ciudades, ríos y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio. En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver de todas escrituras, cosmografía, historias, crónicas y filosofía y de otras artes, de forma que me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable a que era hacedero navegar de aquí a las Indias, y me abrasó la voluntad para la ejecución dello, y con este fuego vine a Vuestras Altezas. Todos aquellos que supieron de mi empresa, con risa y burlando la negaban; todas las ciencias que dije no me aprovecharon, ni las autoridades dellas; en solo Vuestras Altezas quedó la fe y constancia.

Estas son palabras del Almirante, que escribió a los Reyes el año de 1501, creo que de Cáliz o de Sevilla, con la cual carta les envió cierta figura redonda o esfera. En otra carta que escribió a los mismos ínclitos Reyes, de la isla Española, por el mes de enero de 1495, haciendo mención de cómo engañan muchas veces los que rigen las naos en las navegaciones, haciendo uno por otro, de donde proviene peligrar muchos navíos y muchas veces, dice así: «A mí acaeció que el rey Reinel, que Dios tiene, me envió a Túnez para prender la galeaza Fernandina, y estando ya sobre la isla de San Pedro, en Cerdeña, me dijo una espía que estaban con la dicha galeaza dos naos y una carraca; por lo cual se alteró la gente que iba conmigo, y determinaron de no seguir el viaje, salvo de se volver a Marsella por otra nao y más gente. Yo, visto que no podía sin algún arte forzar su voluntad, otorgué su demanda, y mudando el cebo del aguja, di la vela al tiempo que anochecía, y otro día, al salir del Sol, estábamos dentro del cabo de Carthagine, teniendo todos ellos por cierto que íbamos a Marsella, etc.». En unas anotaciones que hizo de cómo todas las cinco zonas son habitables, probándolo por experiencia de sus navegaciones, dice así: «Yo navegué el año de cuatrocientos y setenta y siete, en el mes de febrero, ultra Tile, isla, cien leguas, cuya parte austral dista del equinoccial setenta y tres grados, y no sesenta y tres, como algunos dicen, y no está dentro de la línea que incluye el occidente, como dice Ptolomeo, sino mucho más occidental, y a esta isla, que es tan grande como Inglaterra, van los ingleses con mercaderías, especialmente los de Bristol; y al tiempo que yo a ella fui no estaba congelado el mar, aunque había grandísimas mareas, tanto que en algunas partes dos veces al día subía veinticinco brazas y descendía otras tantas en altura». Es bien verdad que Tile, la de Ptolomeo, está donde él dice, y que a ésta la llaman los modernos Frislanda; y más adelante, probando que la equinoccial fuese también habitada, dice así el Almirante: «Yo estuve en el castillo de la Mina del rey de Portugal, que está debajo de la equinoccial, y así soy buen testigo que no es inhabitable como dicen. Haec ille. En otras partes de sus escritos afirma haber muchas veces navegado de Lisbona a Guinea, y que notó con diligencia que el grado responde en la tierra a cincuenta y seis millas y dos tercios».

[...]

De todas estas cosas ya dichas parece la gran pericia, práctica y experiencia, estudio y solicitud que tuvo Cristóbal Colón de las cosas de la mar, y los fundamentos y principios y teórica que se requería para ser doctísimo en las alturas y en todo lo que concierne al arte de navegar, de los cuales, quien carece, muchas veces en las navegaciones podrá errar y errará, como vemos cuántos yerros hacen y daños que causan los pilotos en la navegación destas Indias, porque casi no aciertan sino acaso; y así creemos que Cristóbal Colón en el arte de navegar excedió sin alguna duda a todos cuantos en su tiempo en el mundo había, porque Dios le concedió complidamente más que a otro estos dones, pues más que a otro del mundo eligió para la obra más soberana que la divina Providencia en el mundo entonces tenía.

Bien parece por lo dicho cuán ocupado siempre anduvo Cristóbal Colón antes que tratase deste descubrimiento, y aun más abajo mejor parecerá, y cómo hobo bien menester todo aquel tiempo que vivió para ello, de donde asaz bien se sigue no haber bien dicho Agustín Justiniano, el cual, en una colección que hizo del Salterio en cuatro lenguas, sobre aquel verso: In omnem terram exivit sonus eorum, etc., y después en su Crónica, dice que Cristóbal Colón tuvo oficio mecánico, lo cual parece difícil y cuasi imposible haber sido, si no fuese como acaece a muchos buenos y hijos de buenos huirse de sus padres cuando muchachos y asentar en otras tierras por algún día, hasta que son hallados con algún oficial; pero aun para esto parece no haber tenido tiempo, cuanto más que el mismo Agustín Justiniano se contradice en la dicha colección del Salterio, diciendo estas palabras: «Este Cristóbal Colombo, habiendo en sus tiernos años aprendido los principios de doctrina, cuando ya fue mancebo, se dio al arte de la mar y pasó a Lisboa, en Portugal, donde aprendió las cosas de cosmografía, etc.». Por las cuales palabras y por otras que allí añade, parece que aun el mismo Justiniano lo ocupa de tal manera que no le deja tiempo alguno para en que se pudiese ocupar en arte alguna mecánica.

[...]

Capítulo IV. En el cual se trata de la ocasión que se ofreció a Cristóbal Colón para venir a España y cómo se casó en Portugal, y del primer principio del descubrimiento de las Indias e incidentemente de cómo y cuándo fueron descubiertas la isla de la Madera y la del Puerto Santo, que está cabe ella, y cómo las descubrió o ayudó a descubrir el suegro del dicho Cristóbal Colón

Y porque, como arriba se ha tocado, las cosas que Dios determina efectuar se han en fin de comenzar y mediar y concluir al tiempo y al punto y momento y a la sazón que tiene dispuesto, y no antes ni después, para lo cual dispone y rodea y ofrece las ocasiones, y porque para derramar el rocío de sus misericordias sobre aquestas naciones, al menos las que determinó desde antes de los siglos salvar, se iba ya apropincuando, y una dellas era traer a Cristóbal Colón a España, por ende, para que se sepa, pornemos de su venida en el presente capítulo la razón.

Como fuese, según es dicho, Cristóbal Colón, tan dedicado a las cosas y ejercicio de la mar, y en aquel tiempo anduviese por ella un famoso varón, el mayor de los corsarios que en aquellos tiempos había, de su nombre y linaje, que se llamaba Colombo Junior, a diferencia de otro que había sido nombrado y señalado antes, y aqueste Junior trujese gran armada por la mar contra infieles y venecianos y otros enemigos de su nación, Cristóbal Colón determinó ir y andar con él, en cuya compañía estuvo y anduvo mucho tiempo. Este Colombo Junior, teniendo nuevas que cuatro galeazas de venecianos eran pasadas a Flandes, esperolas a la vuelta entre Lisboa y el Cabo de San Vicente para asirse con ellas a las manos. Ellos juntados, el Colombo Junior a acometerlos y las galeazas defendiéndose y ofendiendo a su ofensor, fue tan terrible la pelea entre ellos, asidos unos con otros con sus garfios y cadenas de hierro, con fuego y con las otras armas, según la infernal costumbre de las guerras navales, que desde la mañana hasta la tarde fueron tantos los muertos, quemados y heridos de ambas partes, que apenas quedaba quien de todos ellos pudiese ambas armadas del lugar donde se toparon una legua mudar. Acaeció que la nao donde Cristóbal Colón iba o llevaba quizá a cargo y la galeaza con que estaba aferrada se encendiesen con fuego espantable ambas, sin poderse la una de la otra desviar; los que en ellas quedaban aún vivos, ningún remedio tuvieron sino arrojarse a la mar; los que nadar sabían, pudieron vivir sobre el agua algo; los que no, escogieron antes padecer la muerte del agua que la del fuego, como más aflictiva y menos sufrible para la esperar; el Cristóbal Colón era muy gran nadador y pudo haber un remo que a ratos le sostenía mientras descansaba, y así anduvo hasta llegar a tierra, que estaría poco más de dos leguas de donde y adonde habían ido a parar las naos con su ciega y desatinada batalla. Desta pelea naválica y del dicho Colombo Junior hace mención el Sabélico en su Corónica, en el 8.° libro de la 10.ª década, hoja 168, donde trata que en el tiempo de la elección de Maximiliano, hijo de Federico emperador, por rey de Romanos, fue enviado por embajador de la Señoría de Venecia Jerónimo Donato a Portogal, para que en nombre de la Señoría hiciese gracias al rey porque a los galeotes y remadores de las susodichas cuatro galeazas desbaratadas los había vestido y dado ayuda de costa para que se volviesen a sus tierras. Así que llegado Cristóbal Colón a tierra, a algún lugar cercano de allí, y cobrando algunas fuerzas del tullimiento de las piernas, de la mucha humedad del agua y de los trabajos que había pasado, y curado también por ventura de algunas heridas que en la batalla había recibido, fuese a Lisboa, que no estaba lejos, donde sabía que había de hallar personas de su nación; y así fue, que siendo conocido por de la nación ginovesa y también quizá su linaje y sus padres, mayormente viendo su autorizada persona, le ayudaron a que pusiese casa, y hecha con él compañía, comenzó a acreditarse y restaurarse.

Pasando algunos días, como él fuese de buena disposición y no menos tuviese gentil presencia, y con esto no le faltase la costumbre de buen cristiano, iba por la mayor parte a oír los divinos oficios a un monasterio que se decía de Santos, donde había ciertas comendadoras (de qué orden fuese no pude haber noticia), donde acaeció tener plática y conversación con una comendadora dellas, que se llamaba doña Felipa Moñiz, a quien no faltaba nobleza de linaje, la cual hubo finalmente con él de casarse. Esta era hija de un hidalgo que se llamaba Bartolomé Moñiz Perestrello, caballero, criado del infante D. Juan de Portogal, hijo del Rey D. Juan I de Portogal (como parece en la primera década, libro I, capítulo 2 de la Historia de Asia, que escribió Juan de Barros en lengua portoguesa), y porque era ya muerto, pasose a la casa de su suegra.

Andando días y viniendo días, conoció la suegra ser Cristóbal Colón inclinado a cosas de la mar y de cosmografía, porque a lo que los hombres se inclinan, noches y días querrían dello tratar, y vehementes deben ser los cuidados y urgentes las ocupaciones que del ejercicio y obra o habla de aquello los puedan del todo estorbar; así que, entendido por la suegra su inclinación, contole cómo su marido Perestrello había sido también persona que tuvo inclinación a las cosas de la mar, y que había ido por mandado del infante D. Enrique de Portogal, en compañía de otros dos caballeros, a poblar la isla del Puerto Santo, que pocos días había que era descubierta, y al cabo a él solo cupo la total población della y en ella le hizo mercedes el dicho infante; y como entonces andaba muy hirviendo la práctica y ejercicio de los descubrimientos de la costa de Guinea y de las islas que había por el mar Océano, y esperaba el dicho Bartolomé Perestrello desde aquélla descubrir otras, como se descubrieron, según abajo en el capítulo XVII y en los siguientes se dirá, debía tener instrumentos y escrituras y pinturas convenientes a la navegación, las cuales dio la suegra al dicho Cristóbal Colón, con la vista y leyenda de las cuales mucho se alegró. Con éstas se cree haber sido inducida y avivada su natural inclinación a mayor frecuencia del estudio y ejercicio y leyenda de la cosmografía y astrología, y a inquirir también la práctica y experiencia de las navegaciones y caminos que por la mar hacían los portugueses a la Mina del Oro y costa de Guinea, donde los portugueses, como está tocado, empleaban su tiempo y sus ocupaciones; y como cada día más y con mayor vehemencia de imaginación pensase, y, tomando su parte el entendimiento, considerase muchas cosas cerca de las tierras descubiertas y las que podían descubrir, traídas a la memoria las partes del mundo y lo que decían los antiguos habitable y lo que no se podía, según ellos, morar, acordó de ver por experiencia lo que entonces del mundo por la parte de Etiopía se andaba y practicaba por la mar, y así navegó algunas veces aquel camino en compañía de los portugueses, como persona ya vecino y cuasi natural de Portugal; y porque algún tiempo vivió en la dicha isla de Puerto Santo, donde dejó alguna hacienda y heredades su suegro Perestrello (según que me quiero acordar que me dijo su hijo D. Diego Colón, primer sucesor que tuvo y segundo Almirante, el año de 1519 en la ciudad de Barcelona, estando allí el rey de España D. Carlos, cuando la primera vez vino de Flandes a reinar y donde le vino el decreto de su imperial elección).

Así que fuese a vivir Cristóbal Colón a la dicha isla de Puerto Santo, donde engendró al dicho su primogénito heredero D. Diego Colón, y por ventura por sola esta causa de querer navegar, dejó allí su mujer, y porque allí en aquella isla y en la de la Madera, que está junto, y que también se había descubierto entonces, comenzaba a haber gran concurso de navíos sobre su población y vecindad y frecuentes nuevas se tenían cada día de los descubrimientos que de nuevo se hacían. Y éste parece haber sido el modo y ocasión de la venida de Cristóbal Colón a España y el primer principio que tuvo el descubrimiento deste grande orbe.

[...]

Capítulo XL. En el cual se trata de la cualidad de la isla que tenían delante, y de la gente della. Cómo salió en tierra el Almirante y sus capitanes de los otros dos navíos, con la bandera real y otras banderas de la cruz verde. Cómo dieron todos gracias a Dios con gozo inestimable. Cómo tomaron posesión solemne y jurídica de aquella tierra por los reyes de Castilla. Cómo pedían perdón al Almirante los cristianos de los desacatos que le habían hecho. De la bondad, humildad, mansedumbre, simplicidad y hospitalidad, disposición, color, hermosura de los indios. Cómo se admiraban de ver los cristianos. Cómo se llegaban tan confiadamente a ellos. Cómo les dio el Almirante de las cosas de Castilla y ellos dieron de lo que tenían

De aquí adelante será razón de hablar de Cristóbal Colón de otra manera que hasta aquí, añidiendo a su nombre el antenombre honorífico, y a su dignísima persona la prerrogativa y dignidad ilustre (que los Reyes tan condignamente le concedieron) de Almirante, pues con tan justo título y tantos sudores, peligros y trabajos, pretéritos y presentes, y los que le quedaban por padecer, lo había ganado, cumpliendo con los Reyes mucho más, sin comparación, de lo que les había prometido. Venido el día, que no poco deseado fue de todos, lléganse los tres navíos a la tierra, y surgen sus anclas, y ven la playa toda llena de gente desnuda, que toda el arena y tierra cubrían. Esta tierra era y es una isla de quince leguas de luengo, poco más o menos, toda baja, sin montaña alguna, como una huerta llena de arboleda verde y fresquísima, como son todas las de los lucayos que hay por allí, cerca desta Española, y se extienden por luengo de Cuba muchas, la cual se llamaba en lengua desta isla Española y dellas (porque cuasi toda es una lengua y manera de hablar) Guanahaní, la última sílaba luenga y aguda. En medio della estaba una laguna de buen agua dulce, de que bebían. Estaba poblada de mucha gente, que no cabía, porque, como abajo se dirá, todas estas tierras deste orbe son sanísimas, y mayormente todas estas islas de los lucayos, porque así se llamaban las gentes de estas islas pequeñas, que quiere decir, cuasi «moradores de cayos», porque «cayos» en esta lengua son islas. Así que, cudicioso el Almirante y toda su gente de saltar en tierra y ver aquella gente, y no menos ellas de verlos salir, admirados de ver aquellos navíos, que debían pensar que fuesen algunos animales que viniesen por la mar, o saliesen della, viernes, de mañana, que se contaron 12 de octubre, salió en su batel armado y con sus armas, y la más de la gente que en él cupo; mandó también que lo mismo hiciesen y saliesen los capitanes Martín Alonso y Vicente Áñez. Sacó el Almirante la bandera real, y los dos capitanes sendas banderas de la cruz verde, que el Almirante llevaba en todos los navíos por seña y divisa, con una F, que significa el rey don Fernando, y una Y, por la reina doña Isabel, y encima de cada letra su corona, una del un cabo de la cruz, y otra del otro.

Saltando en tierra el Almirante y todos, hincan las rodillas, dan gracias inmensas al Todopoderoso Dios y Señor, muchos derramando lágrimas, que los había traído a salvamento, y que les mostraba alguno del fruto que, tanto y en tan insólita y prolija peregrinación, con tanto sudor y trabajo y temores, habían deseado y suspirado.

[...]

Luego el Almirante, delante los dos capitanes y de Rodrigo de Escobedo, escribano de toda la armada, y de Rodrigo Sánchez de Segovia, veedor della, y de toda la gente cristiana que consigo saltó en tierra, dijo que le diesen por fe y testimonio, cómo él ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla, a la cual ponía nombre San Salvador, por el Rey y por la Reina, sus señores, haciendo las protestaciones que se requirían, según que más largo se contiene en los testimonios que allí por escrito se hicieron. Los indios, que estaban presentes, que eran gran número, a todos estos actos estaban atónitos mirando los cristianos, espantados de sus barbas, blancura y de sus vestidos; íbanse a los hombres barbados, en especial al Almirante, como, por la eminencia y autoridad de su persona, y también por ir vestido de grana, estimasen ser el principal, y llegaban con las manos a las barbas maravillándose dellas, porque ellos ninguna tienen, especulando muy atentamente por las manos y las caras su blancura.

Viendo el Almirante y los demás su simplicidad, todo con gran placer y gozo lo sufrían; parábanse a mirar los cristianos a los indios, no menos maravillados que los indios dellos, cuánta fuese su mansedumbre, simplicidad y confianza de gente que nunca conocieron, y que, por su apariencia, como sea feroz, pudieran temer y huir dellos; como andaban entre ellos y a ellos se allegaban con tanta familiaridad y tan sin temor y sospecha, como si fueran padres y hijos; cómo andaban todos desnudos como sus madres los habían parido, con tanto descuido y simplicidad, todas sus cosas vergonzosas de fuera, que parecía no haberse perdido o haberse restituido el estado de la inocencia, en que un poquito de tiempo, que se dice no haber pasado de seis horas, vivió nuestro padre Adán. No tenían armas algunas, si no eran unas azagayas, que son varas con las puntas tostadas y agudas, y algunas con un diente o espina de pescado, de las cuales usaban más para tomar peces que para matar algún hombre, también para su defensión de otras gentes, que diz que les venían a hacer daño.

Desta gente que vivía en estas islas de los lucayos, aunque el Almirante da testimonio de los bienes naturales que conoció dellas, pero cierto mucho más, sin comparación, después alcanzamos de su bondad natural, de su simplicidad, humildad, mansedumbre, pacabilidad e inclinaciones virtuosas, buenos ingenios, prontitud o prontísima disposición para recibir nuestra santa fe y ser imbuidos en la religión cristiana. Los que con ellos mucho en esta isla Española conversamos, así en las cosas espirituales y divinas, diversas veces, comunicándoles la cristiana doctrina, y administrándoles todos los siete Santos Sacramentos, mayormente oyendo sus confesiones, y dándoles el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y estando a su muerte, después de cristianos, como abajo en el segundo libro, cuando destas islas y gente dellas, que dijimos llamarse lucayos, hablaremos, placiendo a Nuestro Señor, parecerá.

Y, verdaderamente, para en breves palabras dar noticia de las buenas costumbres y cualidades que estos lucayos y gente destas islas pequeñas, que así nombramos, tenían (y lo mismo la gente de la isla de Cuba que natural era della, aunque todavía digo que a todas hacía ventaja ésta de los lucayos) no hallo gentes ni nación a quien mejor la pueda comparar que a la que los antiguos y hoy llaman y llamamos los Seres, pueblos orientales de la India, de quien por los autores antiguos se dice ser entre sí quietísimos y mansísimos. Huyen de la conversación de otras gentes inquietas, y por este miedo no quieren los comercios de otros más de que ponen sus cosas en las riberas de un río sin tratar con los que las vienen a comprar del precio, sino según que les parece que deben de darles señalan, y así venden sus cosas, pero no compran de las ajenas; entre ellos no hay mujer mala ni adúltera, ni ladrón se lleva a juicio, ni jamás se halló uno que matase a otro; viven castísimamente, no padecen malos tiempos, no pestilencia; a la mujer preñada nunca hombre la toca, ni cuando está en el tiempo de su purgación; no comen carnes inmundas, sacrificios ningunos tienen; según las reglas de la justicia, cada uno es juez de sí mismo; viven mucho y sin enfermedad pasan desta vida, y por esto los historiadores los llaman santísimos y felicísimos.

[...]

Tornando, pues, a nuestro propósito de la historia, trujeron luego a los cristianos de las cosas de comer, de su pan y pescado y de su agua y algodón hilado y papagayos verdes muy graciosos, y otras cosas de las que tenían (porque no tienen más de lo que para sustentar la naturaleza humana, que ha poco menester, es necesario). El Almirante, viéndolos tan buenos y simples, y que en cuanto podían eran tan liberalmente hospitales, y con esto en gran manera pacíficos, dioles a muchos cuentas de vidrio y cascabeles, y a algunos bonetes colorados y otras cosas, con que ellos quedaban muy contentos y ricos. El cual, en el libro desta su primera navegación, que escribió para los Reyes Católicos, dice de aquesta manera: «Yo, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra santa fe con amor que por fuerza, les di a algunos dellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidro, que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que hobieron mucho placer, y quedaron tanto nuestros, que era maravilla; los cuales después venían a las barcas de los navíos, adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos, y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo lo tomaban y daban de aquello que tenían, de buena voluntad; mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una, farto moza, y todos los que yo vide eran mancebos, que ninguno vide que pasase de edad de más de treinta años, muy bien hechos, de muy fermosos y lindos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos cuasi como cerdas de cola de caballos y cortos; los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás, que traen largos, que jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y dellos de lo que hallan; dellos se pintan las caras, y dellos los cuerpos, y dellos solos los ojos, y dellos sola la nariz. Ellos no traen armas, ni las conocen, porque les amostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro; sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas dellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza, y buenos gestos, bien hechos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos, que pareció que nenguna secta tenían». Todas éstas son palabras del Almirante.

Cerca de lo que dice que no vido viejos, debía de ser que no querían parecer, aunque después dice que vido algunos. Es de saber que todas aquellas islas de los lucayos eran y son sanísimas, y había en ellas hombres y mujeres viejísimos, que cuasi no podían morir por la gran suavidad, amenidad y sanidad de la tierra, y yo vide algunos dellos; y es tan sana aquella tierra, que algunos españoles, siendo hidrópicos en esta isla, que no podían sanar, se iban a alguna de aquellas islas, y desde a poco tiempo, como yo los vide, volvían sanos. Cerca de lo que dice más el Almirante, que eran de hermosos gestos y cuerpos, es cierto así, que todos los vecinos y naturales dellas, por la mayor parte, y de mil no se sacará uno de hombres y mujeres que no fuesen muy hermosos de gestos y de cuerpos. Así lo torna el Almirante a certificar en otro capítulo, diciendo: «Todos de buena estatura, gente muy hermosa, los cabellos no crespos, salvo correntíos y gruesos, y todos de la frente y cabeza muy ancha, y los ojos muy hermosos y no pequeños, y ninguno negro, salvo de la color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues están leste güeste con la isla del Hierro, en Canaria, so una línea; las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha, etc.». Estas son sus palabras.

Pareció, también aquesta gente, por su simplicidad y mansedumbre, a la de una isla que cuenta Diodoro en el libro III, capítulo 13, de su Historia, de la cual dice maravillas. Esta isla fue descubierta por ciertos griegos cativos de Etiopía, y enviados en una barca o navecilla pequeña, por cierto oráculo que los etíopes habían tenido, los cuales, navegando cuatro meses de Etiopía por el mar Océano hacia el Mediodía, después de muchas tormentas y peligros, llegaron a una isla redonda, de cinco mil estadios (que hacen docientas y diez leguas), fertilísima y beatísima, la gente de la cual, en barcas, se vino luego a recibillos; recibiéronlos y tratáronlos benignísimamente y conmutaron con ellos de lo que traían, dándoles recompensa de las que ellos tenían. Aquella gente tenía cuatro codos de cuerpo, eran hermosos en todos sus miembros, carecían de pelos, si no era en la cabeza, y cejas y párpados y la barba, tenían horadadas las orejas, y la lengua cortada por medio a la luenga, que parecían tener dos lenguas, y así hablaban, no solo como hombres, pero como aves cantaban, y, lo que maravillosa cosa era, que hablaban con dos hombres disputando o respondiendo diversas cosas sin errar, juntamente, a uno con la una parte de la lengua, y al otro con la otra. Tienen de costumbre vivir hasta cierta edad, y llegados a allí, ellos mismos se dan la muerte: hay cierta hierba, sobre la cual, si alguno se echa, tómale luego un muy suave sueño y con él muere. Las mujeres tienen comunes, y así todos tienen por proprios todos los hijos; quitan muchas veces los niños de las que los crían, porque no conozcan a las madres, y como ninguno entre ellos tiene ambición o señalada afección a persona alguna, viven concordes, sin revueltas, pacíficamente. Otras cosas refiere Diodoro, de la isla y de la gente, dignas de ser leídas.

Capítulo XLI. En el cual se contiene cómo vinieron muchos indios a los navíos, en sus barquillos, que llaman canoas, y otros nadando. La estimación que tenían de los cristianos, creyendo por cierto que habían descendido del cielo, y por esto cualquiera cosa que podían haber dellos, aunque fuese un pedazo de una escudilla o plato, lo tenían por reliquias y daban por ello cuanto tenían. Hincábanse de rodillas y alzaban las manos al cielo, dando gracias a Dios, y convidábanse unos a otros que viniesen a ver los hombres del cielo. Apúntanse algunas cosas notables, para advertir a los lectores de la simiente y ponzoña de donde procedió la destruición destas Indias. Y cómo detuvo el Almirante siete hombres de aquella isla

Vuelto el Almirante y su gente a sus navíos, aquel viernes, ya tarde, con su inestimable alegría dando gracias a Nuestro Señor, quedaron los indios tan contentos de los cristianos y tan deseosos de tornar a vellos y haber de sus cosas, no tanto por lo que ellas valían ni eran, cuanto por tener muy creído que los cristianos habían venido del cielo, y por tener en su poder cosa suya traída del cielo, ya que no podían tener consigo siempre a ellos, y así creo que se les hizo aquella noche mayor que si fuera un año. Sábado, pues, muy de mañana, que se contaron trece días de octubre, parece la playa llena de gente, y dellos venían a los navíos en sus barcos y barquillos, que llaman canoas (en latín se llaman monoxylla), hechas de un solo cavado madero de buena forma, tan grandes y luengas, que iban en algunas cuarenta y cuarenta y cinco hombres, dos codos y más de ancho, y otras más pequeñas, hasta ser algunas donde cabía un solo hombre, y los remos eran como una pala de horno, aunque al cabo es muy angosta, para que mejor entre y corte el agua, muy bien artificiada. Nunca estas canoas se hunden en el agua aunque estén llenas, y, cuando se anegan con tormenta, saltan los indios dellas en la mar, y, con unas calabazas que traen, vacían el agua y tórnanse a subir en ellas. Otros muchos venían nadando, y todos llevaban, dellos papagayos, dellos ovillos de algodón hilado, dellos azagayas, y otros otras cosas, según que tenían y podían, lo cual todo daban por cualquiera cosa que pudiesen haber de los cristianos, hasta pedazos de escodillas quebradas y cascos de tazas de vidro, y, así como lo recebían, saltaban en el agua, temiendo que los cristianos de habérselos dado se arrepentirían; y dice aquí el Almirante que vio dar diez y seis ovillos de algodón hilado, que pesarían más de una arroba, por tres cetís de Portogal, que es una blanca de Castilla.

Traían en las narices unos pedacitos de oro; preguntoles el Almirante por señas dónde había de aquello; respondían, no con la boca, sino con las manos, porque las manos servían aquí de lengua, según lo que se podía entender, que yendo al sur o volviendo la isla por el sur, que estaba diz que allí un rey que tenía muchos vasos de oro. Entendido por las señas que había tierra al sur y al sudueste y al norueste, acordó el Almirante ir allá en busca de oro y piedras preciosas. Y dice más aquí, que defendiera que los cristianos de su compañía no resgataran el algodón que dicho es, sino que lo mandara tomar para Sus Altezas, si lo hobiera en cantidad.