Historia de Numancia - Adolf Schulten - E-Book

Historia de Numancia E-Book

Adolf Schulten

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Beschreibung

La Historia de Numancia de 1913 es una obra de divulgación histórica. Relata, en un estilo ameno, la heroica defensa de los habitantes de la ciudad frente a la conquista por la República Romana en el año 133 a. C. Este asedio, junto con el de Masada en la Judea del año 74 de nuestra era, ha sido uno de esos hechos históricos cuyo eco político se ha extendido hasta mucho más allá de los acontecimientos. La Numancia de Cervantes de 1585, que Rafael Alberti representó en 1937 con los madrileños como población asediada ante las tropas franquistas, es solo un ejemplo. El tema de la población sitiada no ha perdido nunca actualidad. Los casos de la guerra de Bosnia en 1992, o la defensa de Ucrania en el año 2022, lo atestiguan. En este último caso, la Historia de Numancia de Schulten nos proporciona reflexiones muy valiosas sobre el dilema de morir libre o vivir sometido, la voluntad de unas gentes de mantener su forma de vida, y las estrategias de defensa de un pueblo pequeño y valiente ante una fuerza militar abrumadoramente superior. Escrita desde un conocimiento de primera mano de Numancia, la Historia de Numancia recoge las investigaciones arqueológicas e históricas del alemán Adolf Schulten (1870-1960), descubridor de la ciudad ante el mundo culto europeo de principios del siglo XX, y una de las personas inseparablemente unidas a este enclave soriano de resonancias universales. Esta edición, que reproduce el texto y la cartografía originales de 1913, incluye un prólogo que sitúa en el contexto del año 2022 tanto a la obra como a su autor, aportando un nuevo punto de vista en la controversia historiográfica sobre el alemán. Una obra imprescindible para comprender la defensa heroica de la libertad de un pueblo ante el asedio y la guerra total de un imperio.

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Adolf Schulten

HISTORIA

DE NUMANCIA

Traducción revisada por el autor con un prólogodel Dr. Francisco J. Tapiador

© Herederos de Adolf Schulten

© Edición: Francisco Javier Tapiador

© 2023. Editorial Renacimiento

www.editorialrenacimiento.com

polígono nave expo, 17 • 41907 valencina de la concepción (sevilla)

tel.: (+34) 955998232 • [email protected]

Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento

isbn ebooks: 978-84-19791-08-5

PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE 2022

Adolf Schulten (1870-1960) fue el arqueólogo alemán que dio a conocer al mundo culto el yacimiento celtibérico de Numancia. No fue esa, sin embargo, su mayor contribución a la disciplina. Investigador también de Tartessos y de otros lugares emblemáticos como Masada, inició una obra fundacional para el conocimiento de la historia de Hispania: las Fontes Hispaniae Antiquae, publicadas junto a dos de sus colaboradores, Pedro Bosch Gimpera y Luis Pericot, bajo los auspicios y a expensas de la Universidad de Barcelona. La obra reúne una compilación de fuentes escritas para adentrarse en aquel periodo. Junto con su continuación y mejora, el proyecto de los Testimonia Antiqua Hispaniae dirigido por Julio Mangas y Domingo Plácido desde la Complutense, la obra de Schulten ha formado parte de la educación de varias generaciones de historiadores. Pero en España, Schulten es conocido sobre todo por Numancia. Cualquier exposición sobre la ciudad saca a relucir al alemán, aunque como veremos el honor de localizar el lugar al que se referían las crónicas antiguas, el descubridor del emplazamiento de Numancia, corresponde a Eduardo Saavedra, que presentó las pruebas necesarias en 1861.

Aunque hoy pueda parecernos sorprendente, durante siglos no se supo muy bien dónde había estado aquella ciudad que resistió repetidamente a las legiones romanas hasta que en un lejano verano del año 133 a.C. fue finalmente conquistada por Escipión Emiliano, tras un asedio de quince meses. Se la llegó a situar en lugares tan peregrinos como Zamora (en el siglo x el obispo de la ciudad se titulaba episcopus numantinus), aunque leyendo las fuentes con atención eso fuera difícil de sostener. No obstante, durante siglos, los zamoranos se empecinaron en esta idea por motivos políticos, lo que nos revela el prestigio que tuvo la gesta desde antiguo. Como nos cuenta Schulten en este libro, no fue hasta el siglo xvi cuando la devolvieron a su lugar, el camino desde la cuenca del Ebro a la Meseta. Nebrija la situó, correctamente, cerca del nacimiento del Duero. Para Saavedra, y para otros que excavaron antes, alrededor de 1803, era evidente que si las fuentes eran precisas Numancia tenía estar sobre una colina cercana a la aldea de Garray, a un paseo de dos horas desde la ciudad de Soria, así que centró allí sus esfuerzos y encontró los restos de una ciudad romana, identificados por los trozos de cerámica y otros indicios arqueológicos de aquella época. No tuvo la suerte, sin embargo, de dar con restos anteriores.

Schulten tuvo conocimiento de las ruinas romanas en Numancia, y fue hasta el lugar con la intención de encontrar la ciudad ibera, la prueba de que aquella era la Numancia de las crónicas. Había quedado fascinado por una descripción de Apiano, el historiador romano que unos doscientos años después de la destrucción de la ciudad narró en su propio estilo el relato de Polibio, alguien que sí fue partícipe de los hechos. Un primer viaje, en 1902, le convenció de que, efectivamente, Numancia tenía que estar debajo de las ruinas romanas identificadas por Saavedra. En 1905 publicó esa idea en un libro titulado Numantia. Eine topographisch-historische Untersuchung. El libro debe mucho a la generosidad de Saavedra (a quien había llegado a partir de un contacto del gran matemático Felix Klein, profesor en Gotinga, ciudad en la que estaba Schulten), que le hizo llegar planos de 1861. El libro contenía un llamamiento al gobierno y al pueblo español para que excavaran el lugar, puesto que Schulten, como tantos otros antes que él, estaba convencido de que bajo los restos romanos se encontraban los de la ciudad antigua, la «heroica».

Ya sea que el gobierno y el pueblo estaban a otras cosas, o que no tuvieron tiempo de reaccionar, el caso es que, libro en mano, Schulten tuvo que dirigir sus esfuerzos a Alemania. Logró convencer a la Real Sociedad de Ciencias de Gotinga para que le dieran una buena cantidad marcos para irse a excavar a Garray, como cuenta en el capítulo XI de esta Historia de Numancia. Tuvo el buen criterio de recopilar los permisos necesarios en Madrid, y el 11 de agosto de 1905 llegó a Soria, donde fue bien recibido por los locales. El 12 de agosto organizó una cuadrilla de obreros y empezó a excavar. A las pocas horas de trabajo, a las seis de la tarde, y en un alarde de eficacia, dio con la Numancia celtíbera.

Schulten continuó excavando y el 24 de agosto tuvo lugar una coincidencia que traería como resultado un equívoco permanente. El rey Alfonso XIII había acudido a la colina a inaugurar un obelisco conmemorativo de la ciudad romana, pagado por un prócer local al que parecía un desdoro para el país que no hubiera casi nada que indicase la importancia del lugar. Era una visita programada desde antes de que llegara Schulten. En todo caso, el rey y su séquito visitaron sus excavaciones, inauguraron el monumento, y le invitaron después al banquete conmemorativo, en el fue agasajado como aún se estila con los profesores extranjeros. Esto dio lugar a cierta mixtificación sobre qué había descubierto Schulten y su papel en Numancia. Era fácil pensar, en una lectura apresurada del suceso, que el rey había ido al celebrar el descubrimiento de Schulten. Las simplificaciones periodísticas hicieron el resto. Una noticia se divulgó por toda España: un alemán había encontrado Numancia.

Fue entonces cuando empezó una polémica que aún continúa. Que allí había ruinas no lo dudaba nadie: los locales llevaban utilizando el yacimiento como cantera desde hacía décadas. Que se tratara del lugar donde se elevó Numancia, tampoco. La lectura de las fuentes lo sugería, y Saavedra ya había sacado a la luz restos romanos. Pero que hubiera una ciudad anterior y que la historia del cerco fuera cierta, eso era otra cosa. Hoy quizá extrañe que hubiera dudas, pero hay que tener en cuenta que durante mucho tiempo se sabía que las obras antiguas, incluidas las supuestamente históricas, contenían una buena dosis de inventos y exageraciones. Esto en ocasiones tenía motivos políticos: ya fuera para engrandecer la obra de un mecenas, arrastrar por el fango a un enemigo, o como catarsis social tras un hecho trágico que expiar. En otros casos, la mera convención del género introducía elementos míticos, como la loba en la fundación de Roma. Las crónicas a veces son interesadas, fantasiosas, o mienten adrede, pero las piedras, no. Por eso era importante excavar. Que debajo de las ruinas romanas estuviera la ciudad celtíbera era previsible, pero no seguro. Fue Schulten quien aportó la prueba, el dato empírico.

La polémica fue debida a un equívoco semántico relacionado con el método científico. Schulten se presentaba como la persona que encontró Numancia, pero para él esa frase tenía un significado muy diferente que para el lego. Para un científico (y Schulten se preciaba de serlo) «encontrar» algo no es lo mismo que sospechar o tener pruebas indirectas de ese algo. Para él, y para el pensamiento científico moderno, encontrar algo consiste en presentar unas pruebas inequívocas, y materiales, de lo que se hipotetiza. La verificación de una hipótesis es lo que da carta de naturaleza a un hallazgo. Esto es algo que estaba imbuido en la mente de Schulten. Y había sido él quien había sacado de la tierra los primeros restos quemados y fragmentos de cerámica de la Numancia pre-romana. Eso –en la época– demostraba científicamente que había dado con ella. Él lo llamaba, en su publicación de 1914, «la clave de la prueba».

Pero para la prensa y para el pueblo, y en general para todo aquel que no forme parte de la comunidad científica, la palabra «encontrar» y «descubrir» son sinónimas, y tienen en todo caso una connotación mucho menos restrictiva que la científica. Schulten reclamaba (con razón) la primacía científica de haber encontrado la Numancia pre-romana. Alguna gente entendía que si se aceptaba esa idea no se le estaba dando el suficiente crédito público a Saavedra, el «descubridor» en el significado habitual de la palabra.

Se argumenta, aún hoy, que ya se sabía desde hacía tiempo que Numancia estaba en aquel cerro, pero Saavedra, como persona culta que era, sí que entendía correctamente la diferencia entre creer algo por haberlo leído y tener evidencia empírica de ese algo, y de hecho con él no hubo polémica.

No fue solo porque Saavedra fuera una buena persona, o porque ya estuviera mayor. Era que entendía el lenguaje de Schulten, la connotación y la denotación detrás de la afirmación de que Schulten había encontrado Numancia. Otros no lo vieron así, y eso, unido a razones políticas que comentaré después, y a que el alemán no era el tipo de persona dada a explicarse, creó esa polémica que aún perdura, y a la que Schulten fue, por otro lado, patriciamente ajeno.

Hay que anotar también que en la Historia de Numancia, Schulten usa la palabra «descubrir» en el sentido de «destapar». Efectivamente, no se puede negar que Schulten fue el primero en destapar el nivel de la ciudad pre-romana, o que al menos hizo una cata. Tampoco se puede dudar que fue el alemán quien más hizo después por divulgar el hallazgo entre los círculos de la arqueología y la historia mundial. Y tampoco hay duda, como se puede leer al final de este libro, que Schulten dio el crédito debido a Saavedra.

El conflicto que ha ocupado tantas páginas desde entonces no se puede entender sin algunos elementos sociológicos que coadyuvaron a la polémica. Schulten tuvo desde el principio algún roce con los locales, celosos de su Numancia y heridos en su orgullo patrio porque un extranjero hollase sus ruinas. Atentos a cualquier afrenta para sacar a relucir sus intereses, ya fueran estos el monopolio intelectual de la historia local, el mantenimiento del statu quo, o la visión patriótica de la ciencia, pronto encontraron motivos suficientes para sentirse ofendidos. Schulten había enviado a Alemania unas cuantas cajas de materiales para analizarlas, y cuando se lo afearon, hizo unas declaraciones que no dejaban en buen lugar a aquellos supuestos, pero orgullosos, descendientes directos de los celtíberos. A pesar de que devolvió los materiales, que tardaron en llegar a Madrid, enredados en las burocracias aduaneras españolas, no le dejaron seguir excavando en la cima de la colina, y tuvo que contentarse con investigar los restos de los campamentos que construyeron los romanos.

Pero Schulten ya había conseguido lo que buscaba: identificar la ciudad celtíbera. Las fuentes literarias podían equivocarse, o mentir, pero él había conseguido pruebas materiales. Soslayó las críticas sin mayor problema, siempre pertrechado de los oportunos permisos, y siguió trabajando donde le dejaron, envuelto en el aura de respetado sabio internacional de la que sus adversarios carecían completamente. Era extranjero, y alemán en una época en que el país era la referencia intelectual de occidente, y además contaba con recursos para llevar a cabo su trabajo. No hay que olvidar que en aquel tiempo los universitarios españoles aprendían alemán y se iban de becarios a Alemania, no a Inglaterra o a Estados Unidos, que por entonces era un país rural y ensimismado.

Sería injusto considerar a Schulten como un señor alemán que vino por aquí a desenterrar cosas que se llevó a Alemania, que era como le presentaban sus críticos menos refinados. Según la ley de la época, no robó nada, y además devolvió los materiales que se llevó, quizá solo para congraciarse y que le dejasen seguir trabajando. Es cierto que todavía quedan materiales en Alemania, pero no se le puede acusar de explotador, al menos no en el sentido en que se puede usar ese término para todos los arqueólogos ingleses y franceses que llenaron salas y salas del British Museum y del Louvre con lo más lucido que encontraron. Schulten no se llevó nada equivalente a una dama de Elche, o a las metopas del Partenón, sino restos arqueológicos de cultura material, poco vistosos, para cuyo estudio en detalle necesitaba tanto mano de obra como equipos especializados.

Schulten aprovechó un nicho de oportunidad y es poco lo que se le puede, aún hoy, reprochar. De hecho, comparado con lo que otros habían hecho en Egipto, Grecia o Turquía, su comportamiento fue ejemplar. En Numancia, simplemente encontró un campo casi virgen en un tema por el que los investigadores españoles no habían mostrado demasiado interés (la falta de medios y las turbulencias políticas de la época no son excusa), y lo aprovechó con pasión, interés y dando el debido crédito a quien lo merecía.

No haberle caído bien a los sorianos de la época tampoco es que sea motivo para garabatear su nombre en un trozo de cerámica y condenarle al ostracismo. El ambiente de aquella sociedad rural no difería mucho del que reflejaron Galdós y otros escritores naturalistas y realistas, ese caciquismo de chocolate con picatostes en la mesa camilla del casino, centro del poder local desde el que las fuerzas vivas del pueblo: el cacique, el senador, el alcalde, el buen abad, el boticario y el cronista local, arreglan el mundo cada tarde. Nada muy diferente de lo que podía pasar en otras partes del mundo, pero en una tierra ajena y cerrada, Schulten, un hombre reservado, absorto en sus investigaciones, intelectual puro, sin interés político, metódico y con poco tiempo que perder, no encajaba. Tampoco dominaba el castellano como para entrar en tertulias, ni era su carácter. A pesar de los esfuerzos que puso en llevarse bien con los nativos influyentes, solo obtuvo un éxito parcial en congraciarse con el ambiente castizo del nuevo siglo.

Tuvo la fortuna de que en Madrid le hicieron más caso, y que pesara tanto su paciente insistencia como el plus de ser un extranjero educado que se interesaba por unas piedras viejas del país en un mundo entonces obsesionado por el ferrocarril y otros instrumentos de progreso. No me cabe duda de que no hubiera disfrutado de tantas facilidades si en vez de presentarse en Madrid como Adolf Schulten de Elberfeld, Alemania, lo hubiera hecho como Adolfo Hombros, natural de Camporredondo, Valladolid, pero eso no es problema de Schulten, sino de los españoles desde 1898.

Hubo un elemento clave del conflicto. Schulten topó enseguida con la misma Iglesia que hasta hacía 50 años monopolizaba, Biblia en mano, la enseñanza de la historia; siendo de hecho una de las primeras críticas que recibió su trabajo una furibunda diatriba de un canónigo cuya línea argumental fue quejarse de que tengan que venir extranjeros a desenterrar nuestra historia habiendo aquí gente de valía. No le faltaba razón en esto, aunque su discurso parecía más otro episodio de esa afición patria a invertir recursos en levantar barreras para proteger las lindes de un terreno (no sea que otro venga a explotarlo mejor), para luego ­desentenderse de su cultivo. Más que la excavación en sí, lo que realmente irritó al abad fue que Schulten había publicado otra obra, Campesinos de Castilla (1913) ­–etnográfica pero que a mi juicio se puede leer en clave de crítica social sin estirar demasiado la interpretación– de cuya lectura contextualizada se pueden deducir que Schulten era un hombre sensible a las privaciones ajenas y que, a pesar de las críticas que se puedan hacer a su concepto de raza –algo nada singular en su época–, se fijó en aspectos que pocos habían reseñado antes, como el analfabetismo femenino, o la pobreza del medio rural del páramo castellano.

Cometió, eso sí, el error capital de escribir que Madrid era mejor que Soria, después de hacer las siguientes comparaciones: que Madrid era por la tierra, el Sahara; por el sol, Calcuta; por el frío el Polo Norte; y por el viento Edimburgo. Peor aún, dijo que en el páramo las únicas casas con ventanas eran las de los párrocos, y que era frecuente que los curas vivieran en concubinato con su ama. Señalar que el tono y el estilo en que escribió estas cosas se inscriben más en el naturalismo que en el romanticismo al que se suele asociar, por lo que en la época sus palabras debieron sonar especialmente bruscas.

Los locales se tomaron esta obra como una traición y una afrenta desagradecida a la generosidad con la que le trataron durante su estancia en Soria. Pero si Campesinos molestó tanto en la España de la Restauración, y especialmente al clero, fue porque –quizá mucho más allá de las intenciones del autor– la obra describía no solo una moral por la que no había pasado ni la Reforma ni la Contrarreforma, sino la abominable situación social del campo español de la que los tan ruidosamente ofendidos no estaban exentos de responsabilidad.

Con un estilo descriptivo, de notario, va listando lo que vio, criticando después al caciquismo y al clero como responsables de la miseria de los campesinos y pastores. Habla del abandono de esta tierra por el Estado, de la baja densidad de población, alabando no obstante el carácter de los habitantes entre cuyos rasgos destacaba el orgullo, el valor de la libertad y la caballerosidad. Su comentario de que mejor estarían estas pobres gentes del campo castellano dirigidas por catalanes o vascos no era solo un regalo para el programa imperialista catalán que Prat de la Riba había publicado tres años antes, sino una queja sobre la indolencia de la elite local, a los que pintaba como garbanceros de levita y mitra.

Leída hoy, y salvo que uno se sienta muy cercano a los intereses de caciques y abades, la obra no ofende en absoluto. De hecho, destila piedad y admiración por los castellanos sin escatimar, no obstante, críticas desnudas a la pereza, la indolencia, el orgullo o la avaricia que tradicionalmente no han dejado de considerarse como el reverso tenebroso de las supuestas virtudes castellanas. Como curiosidad literaria, Schulten personifica en don Quijote el carácter castellano (idealismo, austeridad) y en Sancho el catalán y vasco (industria, abundancia).

Pero sería simplista condenar a los que criticaron a Schulten por su Campesinos. No eran en absoluto unos palurdos rurales, sino gente instruida con una visión interesada y quizá un tanto limitada del mundo, pero no obstante personas que habían estudiado, capaces de leer en griego y latín, que estaban al corriente de la historia de su país, y que aún tenían presentes los estragos de la invasión napoleónica en el patrimonio español.

Para este tipo de perfiles, la noción de un señor alemán viniendo a educar a los españoles sobre su propia historia despertaba recelos, aunque no hay que olvidar que ese proceder ha sido común hasta hace bien poco, y que toda una generación de hispanistas ha venido explicándonos hasta hace muy poco quién era Felipe II, Carlos V o qué paso en España a partir de 1936. La idea (ya desde Sertorio) de que un experto es alguien que no es de aquí, ha calado en la mente del español medio, para la desesperación de los investigadores locales, que siempre se han sentido despreciados frente a colegas extranjeros cuya mejor credencial era que no eran de aquí y por lo tanto supuestamente imparciales. Afortunadamente, esto ha cambiado en las últimas décadas.

El mayor rival de Schulten, si es que se le puede llamar así, fue Santiago Gómez Santacruz, el canónigo al que me refería antes, y que era conocido en la ciudad como «el señor Abad».

A pesar de que es fácil caricaturizarle, era un hombre cultivado, pero sin formación técnica, y desde luego con ninguna capacidad de proyección internacional. Obviando el estilo con el que se despachaban las controversias en la época, hizo algunos comentarios interesantes en su crítica de 1914, como que unos supuestos campamentos del cerco romano que había identificado Schulten estaban demasiado cerca de la ciudad para ser tales. El abad no conocía aún la Historia de Numancia de este volumen (publicado en 1933), y de hecho su critica iba dirigida al librito Mis excavaciones de Numancia, una especie de avance que había publicado Schulten en 1914. Si aquello iba a ser todo, se quejaba Gómez Santacruz, las expectativas de los sorianos habían sido traicionadas.

Su cruzada contra Schulten fue una mezcla de torpezas del alemán, indignación por que aquel se arrogara (supuestamente) el título de descubridor de Numancia, orgullo herido, envidia no necesariamente sana, defensa de los intereses nacionales, malentendidos por la publicación solo parcial de los resultados de las excavaciones de Schulten, germanofobia, simplificaciones periodísticas, religión, patriotismo, intentos de contribuir él mismo a los estudios de Numancia, y es de suponer que demasiado tiempo libre en su canonjía. Podemos especular sobre las proporciones exactas en las que entraba cada elemento en lo que escribió para refutar a Schulten en 1914, pero el hecho es que ­–como casi cualquier esfuerzo de refutación basado en agravios– tuvo su cámara de eco entre afines y dependientes, pero una influencia cero en círculos internacionales. Hay que decir que, una vez que Gómez Santacruz accedió a la obra completa de Schulten, se dio por satisfecho, lo que, además de honrarle, revela a una persona inteligente.

Hubo también críticas más técnicas a la obra de Schulten, como la de Giménez Soler en 1921, también por su parte muy ofendido por la imagen de africanos que le parecía que proyectaba Campesinos; una idea que, como buen español de su época, abominaba. Aprovechando el acto solemne de la lección inaugural de un curso académico se despachó a gusto contra Schulten. La lección, una vez impresa, tuvo el impacto que puede tener un documento de esa índole, aunque algunos se molestaron en contestarle, mostrándole que en los aspectos arqueológicos andaba muy desencaminado como para desprestigiar a Schulten.

Otras críticas posteriores fueron más o menos tendenciosas o meros ajustes de cuentas; todas no obstante en la línea del deporte nacional de no hacer nada valioso, pero criticar sin piedad al que produce algo singular por detalles sin importancia. En realidad, hoy se puede decir que Schulten fue generoso con los que le ayudaron, y si le gustaba presentarse como descubridor de Numantia era por lo dicho sobre el contexto científico de la afirmación y porque él se refería a la ciudad celtíbera, no a la romana, que era pública y notoria desde hacía tiempo, y que era cierto que Eduardo Saavedra no había encontrado en sus excavaciones.

Es también injusto intentar hacer de menos a Schulten diciendo que su obra no fue celebrada en su tierra. Hay que recordar que la versión alemana de la Historia de Numancia se publica en 1933. Hace unos pocos años que los aliados han infringido una paz humillante a Alemania. En enero de ese mismo año, Hindenburg nombra canciller a Hitler, en febrero arde el Parlamento, en marzo el partido nazi obtiene un 43,9% de los votos, en abril se establece la Gestapo y en junio se prohíben todos los partidos que no sean el nacional-socialista. Pero a Schulten no se le conocen simpatías nazis, ni sufrió el proceso de desnazificación tras la guerra.

Antes de la contienda se adaptó al régimen vigente como tantos otros. Era un señor al que de repente, en un viaje que hizo volviendo de África, se sintió fascinado por España; que encontró en Numancia su catapulta para obtener su cátedra, y que se aprovechó de la inercia de la fascinación por los hallazgos de Evans en Creta y sobre todo de los de Schliemann, quien hacía poco también había empleado la literatura para encontrar nada menos que Troya, a la que todos tenían entonces por mítica y fruto de las fantasías literarias de Homero.

Numancia no tenía nada que ver, conceptualmente, con Troya. En Schulten, el papel de esta ciudad lo juega más bien Tartessos, que quiso identificar, con argumentos literarios, con la Atlántida de Platón. La asociación Atlántida-nazis también ha venido siendo muy socorrida para desprestigiar a quien se interesa por esa supuesta «civilización perdida», y Schulten no iba a ser una excepción. No tuvo nada que ver con esta mezcla, ni con las sociedades paracientíficas del nazismo, pero eso no ha sido óbice para que se deslicen comentarios al respecto cuando se valora su obra.

En realidad, Schulten era un científico serio muy alejado de ese mundo. Su interés por Tartessos de hecho le perjudicó en los círculos académicos, que siempre han considerado el tema atlante como poco serio y un detector infalible de todo tipo de chalados, diletantes y desconocedores de la obra de Platón. Pero Schulten era demasiado formal y estaba demasiado bien situado en la escena universitaria alemana para que le ningunearan (cosa que sí que hicieron con Schliemann), aunque tuvo que aguantar alguna nota displicente por una supuesta ‘fantasía indisciplinada’. Si Schulten hubiera encontrado algún resquicio de la Atlántida en las marismas del Gualdalquivir sus colegas le habrían elevado sin dificultad a los altares; no era un aventurero alejado de los círculos académicos ni alguien a quien se pudiera haber despreciado de reportar científicamente un hallazgo como ese.

Volviendo a lo que sí logro, fue Schulten quien, sin duda, puso a la Numancia en el mapa de la arqueología internacional. Lo pudo hacer antes que nadie porque tradicionalmente la ciencia ha sido muy maltratada en España. El presupuesto de Schulten era inalcanzable para los locales. La primera vez vino a España con un solo ayudante, pero luego trajo más, y contrató a gente para que le ayudaran. En su universidad alemana contaba con un equipo y tenía acceso a medios que aquí no se podían tener. Tenía recursos para contratar a 50 obreros, pero solo pudo hacerse con 5, lo que da idea de la situación económica de Soria en aquella época. En este sentido, el de los medios disponibles, sucede como con Lautensach en Geografía, que pudo completar unos estudios envidiables de la península gracias a una legión de estudiantes y a una buena financiación en su país de origen.

La crítica al proceder de Schulten en términos de abuso de posición dominante no fue la primera, ni la última. Es cierto que una buena cantidad de profesores extranjeros han abusado de la amabilidad y hospitalidad de los locales para hacerse con buenas bases de datos primarias que luego explotaban en ámbitos internacionales sin más que agradecer en nota a pie de página a sus informantes locales. Hasta hace poco, muchas disciplinas asistieron impotentes a un expolio que aprovechaba unos recursos varios de órdenes de magnitud superiores a los que podía disponer un investigador español, y a unas redes de contactos y de publicaciones refractarias a todo lo que no siguiera unas especificaciones inasumibles por países con menos recursos económicos. Lo hicieron multitud de geógrafos y de historiadores franceses, americanos, alemanes e ingleses, y siempre hubo cierto resquemor a esa manera de proceder.

En algunos casos esto se tradujo en críticas concretas, como la de Jesús García Fernández desde la presidencia de la asociación de geógrafos españoles (AGE), pero el ámbito de publicación nacional de estas quejas hizo que su impacto fuera de España fuera muy limitado, por no decir nulo. Pero sacar a colación a Schulten para criticar este proceder es no solo injusto, sino que va contra los intereses de los que lo hacen, porque no es un buen ejemplo. Eso no era lo que hacía Schulten. En el fondo, tenía razón el alemán cuando decía que si los extranjeros no hubieran empezado a desenterrar piedras los españoles no lo hubieran hecho nunca, y que lugares como Numancia, que habían estado sirviendo como canteras (al igual que Segóbriga, Itálica, y tantos otros yacimientos), se hubieran seguido degradando.

Historia de Numancia

La culminación del trabajo intelectual de Schulten sobre el asentamiento celtibérico es su obra en cuatro volúmenes titulada Numantia, repleta de materiales gráficos y en un estilo y formato académico. Está escrita en alemán, y nunca se ha hecho una traducción al español. La Historia de Numancia de este volumen es una síntesis de esa «obra grande», escrita por el mismo autor, traducida esta sí al castellano desde el alemán, y pensada para un público amplio.

Es pues una obra de divulgación. No pretende ser una obra técnica. Está escrita específicamente para españoles, para que aprecien lo que tienen, y con la concesión de presentar los acontecimientos en orden cronológico. No hay intención alguna de hacer una historia social y económica (que generalmente aburre a los que no han estudiado Historia), sino de proporcionar una narración inteligible y amena en un estilo épico y didáctico. Emplea exclamaciones, hace juicios de valor, y especula sobre meros detalles cuando no tiene datos. Pero a pesar de la indudable vena romántica en algunos párrafos (e.g. «Ya se hallaba forjado el sólido anillo de hierro que había de sojuzgar a la ciudad invencible»), Schulten no se muestra cursi, ni afectado, ni como un nacionalista exaltado, sino como un narrador que aprecia en su justa medida la tragedia de los numantinos, la traición de Roma a los pueblos de la Meseta, y que además sabe y desea escribir claro.

No es inane, ni insulso, ni avanza a trompicones sin enlazar ideas, ni se aventura en especulaciones alocadas como muchas obras de divulgación histórica, sino que traza un flujo narrativo preciso cuyo estilo va variando para no caer en la monotonía, y cuyo pulso logra mantener a través de las casi trescientas páginas, culminando en el bellísimo capítulo final. No es un corta-pega de su obra de cuatro volúmenes, pero tampoco podía serlo porque la obra madre es topográfica y técnica, y esta es cronológica y didáctica. A veces, en los pasajes en los que se limita a hacer un recuento, hace una traslación directa de su gran obra, pero luego se preocupa de disponer bien los retales de forma que no se vean demasiado las costuras.

Hay partes de la obra, como el último capítulo, líricas e inspiradas. En ellas, su visión de las tierras altas del Urbión, que compara con Suiza si no fuera por nuestra querencia secular por incendiar preciosos bosques, es precisa. El gusto actual quizá le hubiera llevado a comenzar su obra con este capítulo, pero es cierto que el libro encierra un orden cronológico y una orientación concreta, y que esa parte más literaria actúa de manera eficaz como colofón de la obra. De hecho, se trata de un texto independiente que escribió en 1922 y titulado entonces El paisaje numantino. Se puede suponer que esta sección, emocionante por el amor que demuestra por nuestra tierra, tuvo mucho que ver en que Gómez Santacruz le acabase perdonando su otrora imperdonable visión de Castilla, una vez que Luis Pericot limara algunas asperezas.

La Historia de Numancia es un trabajo accesible para el no especialista, que adquiere leyéndola una idea general de la conquista de Iberia por los romanos. Tiene ritmo y ofrece una narrativa de color, vívida y emocionante a pesar de que sepamos desde el principio que aquello no acabó bien para los numantinos. Schulten está decididamente a favor de los locales y no lo esconde, aunque mantenga un buen equilibrio cuando pondera la capacidad organizativa de Escipión.

Todavía fresca en su memoria la invasión napoleónica de su país, la idea de un imperio europeo que no esté dirigido por Alemania (que se unificó en el año de su nacimiento) no parece gustarle, por lo que oscila entre condenar el expansionismo romano y describir con admiración su organización territorial. Siendo cierto que no es incompatible, y que tampoco hay por qué manifestarse a favor o en contra de todo, esta posición ambigua dota a la obra de tensión dramática sin caer en maniqueísmos. No se ahorra críticas a los romanos, censurando lo que les hicieron a los pacíficos vacceos y a otros pueblos a los que fueron traicionando generales con pocos escrúpulos.

Es aquí donde la obra de Schulten alcanza sus cotas más altas: en la contraposición entre los leales, honestos y valientes celtíberos; y los traicioneros, codiciosos, corruptos y cobardes romanos. Pero no cae en simplificaciones: el caso de Mancino es paradigmático del tratamiento que da Schulten a las virtudes de los actores por encima del bando al que pertenecen. Y a Escipión, verdugo a la postre de Numancia, le admira por su disciplina y moralidad.

Otro de los aspectos más interesantes de la narrativa de Schulten en su Historia es la atención que presta a los aspectos logísticos y organizativos del ejército romano. Se tiene a pensar en las campañas y batallas en términos épicos, de un grupo de hombres que se enfrenta a otro en un campo durante una jornada, pero esto es una idealización de brocha gorda sobre los hechos históricos. Había legiones mal preparadas, cuyos generales evitaban poner a guerrear para evitar pérdidas, como había intentos de deserción, cobardías y penalidades. Los detalles sobre el día a día son valiosos. Al igual que hoy, aunque en mucha mayor medida, los ejércitos romanos no estiraban mucho su línea de suministros so pena de quedarse sin trigo y sin forraje para la caballería y los animales de tiro. O conseguían recursos locales, agua y sal, o se veían obligados a subsistir, como les pasó a varias legiones en los páramos de Valladolid. Los legionarios pasaban frío, hambre y sed, y avanzaban aterrorizados por pasos estrechos desconocidos.

Este tipo de consideraciones son las que dotan de más interés a la obra para los aficionados a la Historia. La descripción de la estrategia de la guerra de guerrillas es sin duda esclarecedora cuando se lee por primera vez, y los detalles de la construcción del cerco de Numancia contribuyen a valorar el mundo antiguo. Hay muchas más anécdotas maravillosas, como que las guerras celtibéricas fueran el origen de trasladar el inicio del año desde el 15 de marzo al 1 de enero (que comenta en el capítulo V), la inveterada costumbre de preferir a incapaces políticamente favorables antes que a personas capaces que no sean de la cuerda, el comunismo agrario de los vacceos, los flotadores para cruzar ríos (importados de oriente), o la similitud de los campamentos romanos con los asirios y sus tres tipos de estos dependiendo de la duración del descanso. La manera de relatar las batallas, actualizando sus fuentes al gusto de la época, es animada, como por ejemplo en el caso de los elefantes de Nobilior.

Se le ha acusado de anacronismo por hablar de ‘artillería’, pero se comprende que usa el término para que el lector visualice mejor la tecnología de la época, y en castellano aparece como traducción de Geschütze, palabra que se toma del título de un libro de Schramm citado por Schulten.

Valoraciones del tema numantino

No hay más que explorar un poco las novelas históricas sobre la época romana en España para darse cuenta de su deuda con Schulten. Las fuentes originales no aportan una narrativa adecuada a nuestra época, mientras que Schulten nos proporciona no solo eso sino un contexto y una crítica. La Numancia de los libros escolares es la que hiló Schulten, cuyo prestigio ha ido variando desde una influencia incontestable, fluyendo luego a través de una crítica mediada por lecturas aquejadas de filtros ideológicos, para llegar a la necesidad que tienen algunos académicos de sacar punta a aspectos laterales que descontextualizan las obras para ponerlas al servicio de sus propagandas. En este último apartado conviene darse cuenta del carácter epigonal de algunos enfoques que, a falta de un tema de investigación de verdadero interés y novedad, se aprovechan de una figura como la de Schulten para intentar adornar con un supuesto barniz científico a unas investigaciones historiográficas prescindibles. A pesar de esos intentos, la posición de Schulten sigue estando muy por encima de aquellos que le acusan de faltas que no cometió.

Se dice a menudo que el romanticismo decimonónico incorporó el tema de Numancia a su imaginería nacionalista, y que desde allí pasó al franquismo. Es cierto que en la visión esencialista de España los numantinos representa el carácter indomable y rabiosamente independiente de unos defensores que prefiguran las defensas heroicas de Tarifa, Zaragoza, y como no, la preferida durante el régimen franquista: la del Alcázar de Toledo. El sitio de Numancia, y sobre todo el suicidio colectivo de casi todos los habitantes, epitomiza esa forma de heroísmo sacrificado tan cara a algunos españoles, y que sirve como uno de los pilares de su ideología. Pero esto no es privativo de nuestro país. Israel tiene su Masada, Grecia sus Termópilas, Japón su Saipán, y España tiene su Numancia y su Sagunto, y todas ellas forman parte del imaginario colectivo de esas culturas.

Por otro lado, el uso y abuso del tema tampoco ha sido el monopolio del ala conservadora. Alberti representó en la Numancia de Cervantes en 1937, con los madrileños jugando el papel de numantinos y las tropas franquistas como ejército sitiador. Y muchos otros después han utilizado el tema de la población sitiada, ya sea en la guerra de Bosnia en 1992 o en la de Ucrania de 2022.

Se olvida pues a menudo que la fascinación por el sitio de Numancia es muy anterior a la romántica, y que el tratamiento que se le daba no difería tanto del propio del siglo xix, quizá porque, se quiera o no, representa una gesta memorable que lleva a reflexionar sobre valores profundos como la libertad.

Se acusa a Schulten de heraldo de valores nacionalistas y patrióticos conservadores, pero el tema de la Historia de Numancia –como él deja claro en su prólogo– es la libertad, que es un valor que trasciende esas ideologías, y que no está ligado a los métodos que propugnan los nacionalistas para salvaguardarla, es decir: la oposición frontal hacia ideologías que no la valoran, la defensa de su práctica por la fuerza si fuera preciso, y la resistencia hasta la muerte heroica por defenderla. La visión liberal de la defensa de la libertad va por otros derroteros, de hecho, y eso convierte a la libertad en algo independiente de los medios que se empleen para mantenerla.

No obstante, es indudable que la narrativa de Schulten tuvo su atractivo para el nacional catolicismo de Franco. Una sociedad de postguerra necesitada de héroes y mitos cohesionadores no podía dejar pasar gestas como Numancia, Lepanto, Trafalgar, o la conquista de América. Su visión de la defensa de la libertad coincidía con la numantina, e incluso el ejército enemigo, y en especial Escipión, poseía unas virtudes castrenses perfectamente alineadas con el autoritarismo del régimen.

El relato de la gesta en Schulten es lo suficientemente complejo para no resultar panfletario, por lo que no es extraño el valor que le han otorgado generaciones de lectores inteligentes en el ala conservadora: Escipión es el verdugo de las libertades «españolas», pero no se pueden dejar de admirar su moral y sus capacidades ­–que resaltan más aún por la incompetencia y codicia de sus predecesores–. Pero tampoco se le puede dejar de reprochar la dureza con que trató a sus enemigos. Estas contradicciones, propias de la vida real, lo hacen muy interesante.

La mitificación de un pasado épico tampoco es algo de por sí reprobable. Es, de hecho, uno de los elementos clave de las políticas de atracción turística. A la persona que visita hoy Israel se le invita a ir a Masada. A nosotros, con más sentido común, no se nos ocurría hacer lo propio con Numancia.

No deja de ser reseñable que Schulten fuera a Masada después de Numancia, y que, a pesar de las diferencias de escala y la naturaleza de la lucha, percibiera no solo los paralelismos entre ambas gestas, sino las grandes diferencias, que juegan a favor de los numantinos. En un ejercicio de justicia poética que debió satisfacer al abad, si el clima de Madrid le pareció un horror y el de Soria aún peor, Schulten recordaría a Numancia como un edén cuando se enfrentó a la desolación del desierto judaico.

No se puede por tanto atribuir a Schulten, como se ha hecho a veces, la mitificación de los numantinos. El tema de Numancia ha formado parte de la literatura española desde muy antiguo. Las fuentes clásicas –y no olvidemos que la historia la escriben los vencedores– tampoco dejaron de expresar su admiración por la tenacidad y el sacrificio último de los numantinos, bien es cierto que para realzar la conquista de Escipión. Que eso se hiciera por motivos políticos es lo de menos: lo importante, lo objetivo, es que el mero hecho de recoger la gesta indica que la decisión suicida de los numantinos, la libertad o la muerte, resonó en todo el Imperio, y por ello se les trató con el debido respeto y admiración. Y conviene recordar que los numantinos no perdieron en una batalla en campo abierto contra las legiones, y solo pudieron ser sometidos por hambre, lo cual no es precisamente una gloria militar para el vencedor, como discute Schulten.

No puede sorprender que el ejemplo de resistencia numantina haya funcionado como un potente revulsivo para la moral de cualquier población sitiada. Schulten entendió esto en Cervantes, y lo puso en el contexto de la guerra de independencia de los alemanes contra Napoleón. Merece pues la pena dedicar tres o cuatro párrafos a comentar cuál fue el enfoque de Cervantes sobre el mismo tema pero visto bajo el punto de la vista de la literatura.

La Numancia de Cervantes

El intento de Cervantes de hacer teatro fue muy maltratado por la crítica del diecisiete, y más aún por el público, que no llegó a arrojar pepinos en las pocas representaciones que se hicieron, pero que tampoco mostró mucho entusiasmo por la obra. Sin pretender ser iconoclasta, Numancia no se puede comparar con el teatro de Lope, pero porque la obra de Cervantes es mejor, más cercana a nosotros, más auténtica que la del madrileño. Es una obra mucho más intelectual que los folletines de sobremesa de Lope, su «arte nuevo», y es por tanto más difícil para las masas, pero tiene mucha más enjundia y un contenido intelectual mucho más rico. Eso explica, por otro lado, el éxito de Lope y el fracaso teatral de Cervantes. Estando la obra escrita por un soldado que conocía bien lo que era la guerra, el sufrimiento, el cautiverio y la relación que se establece con los enemigos, esta obra tiene además un valor humano extraordinario.

La Numancia de Cervantes sufre aún hoy por la poca facilidad para versificar que tenía su autor, algo de lo que él era bien consciente, aunque su poesía tampoco es tan terrible como para merecer el olvido. Solo hace falta arreglar algunos versos torpes ­­­–empezando por los tres primeros, que son atroces– para que El Cerco de Numancia (que es su otro título) pueda lucir en el contexto del teatro renacentista.

El contexto social y político de la época de su Numancia era un ejercicio de crítica muy refinado. El Peribáñez se criticaba el abuso de los corregidores y la baja nobleza (los hidalgos) sobre el pueblo llano, pero de una forma bastante evidente. Solo Calderón, años después, se acercará al nivel de refinamiento de Cervantes, bordeando a la censura, cuando se atreve a arrojar a un rey por la ventana (para lo cual tuvo que recurrir a que lo hiciera su hijo y heredero, que era lo único que lo podía hacer aceptable).

Cervantes fue aún más sutil al trazar su obra, y puso a los espectadores en la piel de los sitiados por los españoles en las ciudades rebeldes de los Países Bajos, unos hechos entonces de actualidad y que hoy casi nadie conoce, lo que hace perder buena parte del contexto. Cambiando las tornas, convirtiendo a los españoles de sitiados a sitiadores, reflexionó sobre la humanidad de la guerra y sobre el valor de la libertad en unos términos que no han variado después de tantos siglos, y que siguen pareciéndonos contemporáneos más allá del estilo o de la destreza poética de Cervantes.

Nótese la diferencia de este tema con las preocupaciones de Lope, la honra y el honor. El tiempo pasó para ellas, pero no para el tema cervantino. La contribución de Schulten, en la misma línea, da cuenta del hilo dorado que engarza las diferentes visiones que ha tenido la defensa de la ciudad a lo largo de la historia.

Interés actual de la Historia de Numanciade Schulten

¿Por qué hay que releer a Schulten en 2022? Aparte de por el mero placer de la lectura que proporcionan las obras bien escritas, y por todo lo dicho anteriormente, hay que visitarle precisamente por las muchas cosas que no han venido gustando de su obra, y además por las que no dice.

La lectura más rica de Schulten a finales del primer cuarto del siglo xxi es la crítica. En este sentido, su Historia es un documento único para ejercer el sano ejercicio de la meta-lectura. Aúna varios tópicos actuales: el imperialismo (habla de Escipión como el primer imperialista romano), el nacionalismo, las esencias patrias, la continuidad con el pasado, las guerras culturales, la hegemonía cultural de unas naciones sobre otras o el choque de civilizaciones. Además, la lectura literaria de la obra de Schulten revela no solo las formas de la cultura y las mentalidades de la época en que fue escrita, sino que también da cuenta, a través de nuestra recepción como lectores, de la capacidad actual de asimilar y enfrentarnos a ideas que no se corresponden con nuestro Zeitgeist.

En cierta manera aprendemos más de nosotros mismos leyendo a Schulten que de los pobres numantinos, cuya historia ya conocemos, y que –salvo tal vez en Soria cuando hay fútbol– tampoco despiertan ya pasiones ni debates.

No importa demasiado si creemos que los numantinos fueron unos héroes o unos pobres desgraciados que debieron dejarse asimilar por una civilización indudablemente superior (superior aunque solo sea porque ellos no fueron capaces de defender su forma de vida, mientras que los antiguos romanos, hasta 1453, sí). Da igual si pensamos que la economía social de los pueblos prerromanos solo podía sostenerse con tasas de mortalidad elevadas, y que cualquier acercamiento a la transición demográfica hubiera hecho colapsar un sistema basado en la destrucción de los recursos naturales; o si por el contrario no lo hemos entendido bien y les vemos como un modelo de gestión a imitar: todo eso es irrelevante, porque lo importante es que Schulten nos transporta a un escenario en el que nos surgen preguntas fundamentales sobre la geografía política y la relación del ser humano con su medio.

La obra es también, como señalaba arriba, una oportunidad para reflexionar sobre el tema central: la libertad. El debate sobre la importancia que tiene este concepto para diferentes culturas, así como las diversas maneras que tienen de defenderla aquellos que la consideran valiosa, puede ser muy enriquecedor y es, desde luego, actual. Numancia es un caso extremo para estudiar la libertad como el valor supremo, uno que está por encima de la propia vida. Vivir libres, o morir. Esa idea, que Schulten consideraba de origen ibero y que contraponía a la cultura celta (a su entender mucho más acomodaticia), la proyecta sobre lo castellano, y por ende sobre lo español. Solo entendiendo esta mentalidad se puede comprender bien la visión del nacionalismo español sobre algunos de los hitos de la historia del país; ese hilo que partiendo de Sagunto y pasando por Numancia llega hasta la invasión musulmana y la francesa. En 2022, tiene el interés adicional de que permite entender mejor la postura ucraniana ante la invasión rusa.

La Historia de Numancia de Schulten es hoy una obra de interés geográfico e histórico por razones que trascienden el indudable valor de su contenido. En primer lugar, su libro forma el núcleo de la idea colectiva de Numancia, la versión popular de lo que sabe el español medio sobre el tema. Se trata en efecto del libro que articuló la memoria de la resistencia heroica al invasor romano, una de las pocas veces en las que coinciden los extremos, aunque sea por razones bien diferentes.

Los unos la vindican porque representarían la tragedia de unas comunidades pacíficas –ligadas a la tierra, igualitarias, respetuosas con el medio ambiente y que practicaban el comercio justo con sus vecinos– frente al invasor imperialista romano, que vendría a explotar la tierra, robar los metales, el trigo, los caballos y el aceite, e imponer su forma de vida y esclavizar a la población autóctona destruyendo el paisaje con sus políticas de colonización.

Para los otros, más favorables al papel civilizador de Roma, sería una muestra del valor, la resistencia y el espíritu de sacrificio de un pueblo español que, por otro lado, sería heredero de lo mejor tanto de los celtíberos como de sus dominadores romanos y de sus posteriores albaceas godos, y que sin mucha mezcla tras los siete siglos de ocupación musulmana, llegaría hasta la época contemporánea.

Como casi cualquier afirmación que se pueda resumir tanto y que no profundice en matices críticos, ambas interpretaciones son más o menos erróneas, lo que no ha sido un obstáculo para su éxito en sus respectivos campos.

Otra razón de interés actual por Schulten es explorar el alcance y la vigencia del determinismo geográfico que se le achaca. Siendo, sin duda, uno de los primeros geógrafos de la España prerromana, es evidente que su análisis (limitado a los conocimientos y modas de su época, y en cierta medida simplista) pasó por alto aspectos que hoy son evidentes para cualquier estudiante, como que la altitud de la meseta condiciona los aprovechamientos culturales, y que si los sorianos no cultivan huertas no es porque desciendan de los africanos y sean unos vagos ­–una idea muy alemana– sino porque Numancia está a un kilómetro sobre el nivel del mar. Schulten escribió alguna barbaridad, como que Alicante es la parte más árida de España, y aunque era consciente de la geografía de España, no supo extraer todas las consecuencias de sus observaciones, y fue incapaz de librarse de los prejuicios etnológicos de la época. Pero tampoco cayó en decir que conocer el medio ambiente de los pueblos pre-romanos nos iba a llevar de la mano a través de su historia posterior.

Pero tampoco es lo que hubiera dicho Carl Ritter. Su determinismo geográfico ha sido mal entendido, y a veces incluso retorcido maliciosamente. El consabido matiz que se supone que lo refuta, que la geografía condiciona, pero no determina la evolución de los grupos humanos no es más que una de esas observaciones supuestamente penetrantes que en realidad no son más que otra de esas cuestiones semánticas que hacen que Wittgenstein se revuelva en su tumba de Cambridge.

Leyendo despacio a los deterministas se observa que aún dentro de sus múltiples prejuicios racistas, étnicos, clasistas y religiosos, no solo hilaban mucho más fino de lo que querrían sus detractores, sino que contribuyeron con observaciones precisas y muy relevantes al estudio de la relación entres los seres humanos y el medio. Censurarles sus anteojeras ideológicas y un lenguaje a veces exaltado es olvidar que estamos en el romanticismo, y que ese movimiento intelectual cae en todo lo anterior y aún más bajo: en la irracionalidad, el subjetivismo, y en ese narcisismo tremendista que está hoy de vuelta. Escribir sobre geografía en aquella época, sobre todo si se hacía para el gran público, requería emplear un estilo que hoy nos choca, pero que hay que poder separar del contenido si es que se quiere aprender algo al respecto.

Si deterministas como Ritter nos parecen ligados a corrientes ideológicas totalitarias es más por el uso que hicieron aquellas de los escritos originales (en los que leyeron lo que les convenía), que por lo que puede leer hoy en ellos. Dejando a un lado la ideología, que está siempre presente, el afán objetivador de Ritter, su casi positivismo, lo acerca más al estudio que hacen hoy en día la Física y las Ciencias Ambientales del planeta Tierra que a las corrientes que hubo entre medias.

El hecho de que el medio ambiente no determina la historia es tan evidente ahora como en el siglo xix, pero el que el medio ambiente, la geografía física si se quiere poner en esos términos, ha motivado migraciones, marginado espacios, y jerarquizado relaciones económicas hoy no se discute. Por poner un ejemplo, las zonas montanas han sido reductos de biodiversidad y de mentalidades más conservadoras que las llanuras fértiles, atravesadas por la agricultura y sujetas al trasiego continuo de gente diversas.

En Schulten podemos ver esos procesos en movimiento cuando habla de la pobreza del medio y del clima, pero esto hay que entenderlo siempre como parte de una interpretación multifactorial, y una que no conduce a un destino prefijado, que es como a veces se explica, erróneamente, el determinismo. En sentido, al análisis algunos historiadores de esta teoría geográfica se le puede achacar a veces un cierto desconocimiento de la Física de la Tierra.

Conviene también recordar el revival del determinismo ambiental en el siglo xx, con autores como Diamond, Engerman, Sokoloff o Gallup, y que la emergencia climática ha vuelto a poner sobre la mesa el enorme impacto del medio ambiente sobre las sociedades humanas, así como su inverso: la acción humana sobre el planeta.

La huella del autor en su obra

Investigar al autor más allá de los apuntes anteriores nos puede ayudar a poner en contexto su obra si estamos de acuerdo con la idea de que El Quijote es una obra muy diferente si la leemos escrita por Miguel de Cervantes o por Pierre Menard. En caso contrario, solo nos sirve para entender el marco, porque hay poco en la obra en sí que se pueda achacar a su personalidad sin caer en la especulación o, aún peor, en la pseudociencia.

Se puede declarar obviedades, como que un profesor alemán de los años treinta estuviera imbuido de una interpretación nacionalista de la historia, pero poco más. Con la salvedad de algunos comentarios que hace Schulten en su prólogo, su texto se limita a relatar unos hechos según los conocimientos de la época, basándose en fuentes literarias primarias o pseudo-primarias, y elaborando materiales literarios y arqueológicos propios a través de una narrativa que pretende ser popular y accesible.