Historia de Roma - Sergei Ivanovich Kovaliov - E-Book

Historia de Roma E-Book

Sergei Ivanovich Kovaliov

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"La Historia de Roma, centro civilizador, social y cultural, máquina de guerra ciudadana e imperial, abarca cerca de mil años, desde la fundación de la ciudad hasta la caída del Imperio en manos de los bárbaros germanos. Relatar y analizar esa prolongada y fecunda historia es la hercúlea tarea que esta obra clásica se propone. Publicada en español en 1973, la Historia de Roma de Sergei I. Kovaliov es uno de los manuales más acreditados y de uso más prolongado entre los lectores. Su análisis de la historia antigua de Roma desde una perspectiva materialista posibilita el entendimiento de las dinámicas de la República y el Imperio romano atendiendo a los conflictos, los cambios sociales y la lucha de clases, siendo, en este sentido, una obra casi única en su género hoy día. La presente edición se acompaña de un prólogo de Néstor F. Marqués (Antigua Roma al Día) que pone en valor la muy singular mirada crítica de Kovaliov en esta obra."

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Akal / 50 aniversario

Sergei I. Kovaliov

Historia de Roma

Edición revisada y ampliada por Domingo Plácido

Traducción de Marcelo Ravoni

Prólogo de Néstor F. Marqués (Antigua Roma al Día)

La historia de Roma, centro civilizador, social y cultural, máquina de guerra ciudadana e imperial, abarca cerca de mil años, desde la fundación de la ciudad hasta la caída del Imperio en manos de los bárbaros germanos. Relatar y analizar esa prolongada y fecunda historia es la hercúlea tarea que esta obra clásica se propone.

Publicada en español en 1973, la Historia de Roma de Sergei I. Kovaliov es uno de los manuales más acreditados y de uso más prolongado entre los lectores. Su análisis de la historia antigua de Roma desde una perspectiva materialista posibilita el entendimiento de las dinámicas de la República y el Imperio romano atendiendo a los conflictos, los cambios sociales y la lucha de clases, siendo, en este sentido, una obra casi única en su género hoy día.

La presente edición se acompaña de un prólogo de Néstor F. Marqués (Antigua Roma al Día) que pone en valor la muy singular mirada crítica de Kovaliov en esta obra.

Profesor de Historia en la Universidad de Leningrado (hoy San Petersburgo) y director del Museo de Historia de la Religión y el Ateísmo de la Academia de Ciencias de la extinta Unión Soviética, Sergei Ivanovich Kovaliov (1886-1960) es uno de los más lúcidos y prestigiosos representantes de la historiografía soviética. Autor de una ingente producción his­tórica su obra cumbre, la Histo­ria de Roma (1948), se publicó en numerosas lenguas en todo el mundo.

Maqueta de portada

Jorge Betanzos y César Enríquez

Diseño de cubierta

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Istoria Rima

Primera edición en Akal, 1973

© Edición original: Universidad de Leningrado, 1948

© de la presente edición conmemorativa, Ediciones Akal, S. A., 1973, 2022

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5515-0

PRÓLOGO A LA EDICIÓN CONMEMORATIVA

Esta edición de la Historia de Roma de S. I. Kovaliov, publicada con motivo del 50 aniversario de Ediciones Akal, supone todo un hito temporal que nos lleva a mirar el pasado de la investigación histórica sobre la antigua Roma de una forma profunda. Algo que, desgraciadamente, pocas veces podemos permitirnos en esta época de inmediatez y fugacidad. El tiempo que pases entre estas páginas estará bien invertido, especialmente si primero lees las advertencias y sigues los consejos que estoy a punto de darte.

También es la confirmación de algo que todos los investigadores ya sabemos: la calidad y la apuesta segura que desde hace décadas es Akal en materias como la investigación histórica, política y otras afines. Por todo ello, es un placer para mí, como historiador, arqueólogo y divulgador, aportar estas líneas a una obra tan importante e influyente como la que ahora tienes en tus manos.

Recuerdo que la primera vez que me encontré con este libro fue al poco de comenzar la carrera. Adentrarme en profundidad en el estudio de la antigua Roma gracias a tan exhaustivo trabajo fue un regalo que, espero, ahora disfrutes tú también. Fue la primera de las muchas obras y trabajos académicos que devoraría en los siguientes años y gracias a los cuales pude formar mi pensamiento crítico al respecto de esa impresionante civilización que fue la romana. Sin duda, puedo decir que le debo a esta Historia de Roma haberme aportado, al menos en parte, los cimientos que años después me permitirían crear el proyecto de divulgación Antigua Roma al Día.

Al fin y al cabo, la finalidad de mi enfoque, así como el de esta obra, no debe ser otro que mostrarnos de la forma más rigurosa posible la historia de la Roma antigua. A lo largo de este prólogo trataré de reflexionar sobre si la obra todavía cumple esa premisa.

Su versión original fue publicada en la Universidad de Leningrado en 1948. Y, aunque fue un éxito inmediato –alejándose de la mera propaganda estalinista– y se tradujo a diversas lenguas, no llegó a España hasta 25 años después, en 1973. Lo hizo en una primera traducción de la que ahora nos separa el medio siglo que celebra esta nueva edición. En aquella época, el estudio de la historia romana en castellano necesitaba imperiosamente una nueva obra de referencia general que variara el enfoque con respecto a las que se manejaban hasta el momento.

Tal vez, si hablamos de aquellas que la precedieron, podemos retrotraernos a la magna obra de T. Mommsen o incluso a La decadencia y caída del Imperio romano de E. Gibbon, si nos centramos en la parte imperial de la historia de Roma. Cada una de ellas es hija de su tiempo y de sus circunstancias. Ambas son, a menudo, lecturas recomendadas; a pesar de lo cual yo no lo haría, al menos no sin antes tener un amplio conocimiento sobre la historia de Roma y de su investigación. Con permiso de Mommsen, cuya obra siempre tendrá cierta aura de inmortalidad, me permito criticar especialmente a Gibbon por su falta de rigor e imparcialidad, haciendo alarde de opiniones interesadas y de una visión para nada científica, opuesta a la que nosotros buscamos. Todo ello, eso sí, con la ligereza que me otorga escribir desde el siglo XXI con todo el conocimiento que ahora poseemos. ¡Ya me gustaría verme a mí mismo intentando investigar en el siglo XVIII!

Pero entonces, ¿qué tiene la obra de Kovaliov para diferenciarse de estas otras? ¿Cuáles fueron los aciertos que le permitieron gozar de gran éxito desde su publicación? El tratamiento crítico de las fuentes y la perspectiva renovadora con la que abordó la historia de Roma. La historia entendida a través de la sociedad que la genera, con sus cambios, los grandes y también los pequeños.

Siguiendo los preceptos que ya los propios historiadores de la Antigüedad trataban de aplicar –ciertamente con poca fortuna en muchos casos–, Kovaliov descartó la admiración con la que otros habían adornado sus textos anteriormente. Y no solo por la civilización en su conjunto, algo que autores como Mommsen habían hecho ya, sino también por los personajes particulares y sus figuras mitificadas, generando así una historia social que mostraría los inicios de un camino que se recorrería en las siguientes décadas de la investigación.

Por supuesto, no debemos pensar que la obra representa la cumbre del conocimiento sobre la antigua Roma. Es difícil afirmar lo anterior de ninguna obra, pero, en el caso de la presente, el tiempo transcurrido –y sus consiguientes avances– entre la publicación original y la traducción española no fue en vano. Precisamente por ello la inclusión de comentarios y explicaciones del profesor de la Universidad Complutense de Madrid Domingo Plácido en las ediciones que se publicaron hasta finales de los años setenta, ayudaron a enriquecer la lectura en aquellos puntos que habían sido superados.

Lejos de ver esto como un defecto, pienso sinceramente que es una virtud poder adentrarse en las profundidades de la investigación; comprobar de primera mano cómo se construyen los discursos y los argumentos históricos, y cómo las visiones se contraponen y matizan –o no– en diversos aspectos. Todo ello recordando que, en su relato general, la obra sigue manteniendo su vigencia.

A través de sus páginas, como claro exponente del materialismo histórico, encontrarás una historia de Roma que va más allá de lo puramente anecdótico, que se separó de las corrientes y tendencias que se habían desarrollado hasta entonces, y que trató las fuentes de manera crítica. Música para los oídos de cualquier persona que investiga la historia en la actualidad. En contra de las anticuadas lecturas apegadas palabra por palabra a los textos y que no tenían en cuenta las intenciones o el contexto de los autores clásicos, Kovaliov reconoció que la lectura de las fuentes escritas nunca está exenta de peligros. Precisamente por eso, la postura que muestra al explicar la historia de los emperadores del siglo I puede parecernos verdaderamente avanzada, sobre todo si tenemos en cuenta que algunos de estos planteamientos únicamente han llegado al gran público en los últimos años.

Ciertamente, debemos reconocer que no puede concebirse una historia de Roma sin sus fuentes escritas, pero también son fundamentales otras como la arqueología, la epigrafía, la iconografía o la numismática. Kovaliov las emplea en su aparato crítico y, aunque las coloca por debajo de los textos clásicos, reconoce que es la visión de conjunto de las mismas la que hace la Historia.

Así, esta Historia de Roma se centra en los cambios sociales que se sucedieron a lo largo de los siglos, poniendo énfasis en la lucha de clases que, desde la óptica marxista, se produce incesantemente a través de los tiempos, desde la eliminación de la monarquía hasta las revueltas del sistema esclavista, pasando por los conflictos entre patricios y plebeyos, o los de los emperadores autocráticos en contra de la aristocracia senatorial.

Si bien ciertos conceptos como el de «revolución» o el de «Estado democrático», en el mundo romano, pueden resultarnos en ciertos casos poco apropiados en la terminología actual, no podemos negar que el enfoque social de la Historia nos ha permitido descubrir en las últimas décadas gran cantidad de información al respecto de esos plebeyos, esclavos, mujeres y todos aquellos que R. Knapp llamó hábilmente Invisible Romans, un concepto traducido en castellano con no menos pericia como Los olvidados de Roma.

El propio Kovaliov, al inicio del capítulo XIII, parafrasea a Polibio diciendo que aquel que asume la tarea de historiador debe necesariamente olvidar sentimientos personales y, frecuentemente, exaltar e ilustrar a los enemigos con las mayores loas cuando lo merecen, y condenar sin piedad a los amigos cuando así lo requieran las acciones cometidas. Él mismo reconoce que el historiador griego lo consigue en la mayoría de los casos, aunque en algunos momentos sus propias ideas afloren irremediablemente para modificar los hechos. Poniendo a Kovaliov a la altura de uno de los grandes historiadores de la Antigüedad como fue Polibio, creo que podríamos hacer un paralelismo en este sentido con su discurso.

Especialmente en dos asuntos, su obra se aleja de los planteamientos más actualizados. La primera es la negación total que hace de la mitología cívica romana al considerarla de nulo interés para el conocimiento de la historia romana arcaica. Aunque es cierto que tratar de legendarios los orígenes de Roma no es algo alejado del rigor, negar que de las leyendas se puede deducir o, al menos, intuir información histórica hace que perdamos, indudablemente, fuentes de gran interés.

Y, si este es el tema que abre la obra, uno de los que la cierra tiene un cariz similar. El tratamiento que el autor hace del cristianismo, desde una postura atea militante, no le permite atisbar los matices que la actual investigación aconfesional puede extraer de la historia del surgimiento del cristianismo y de la figura histórica de Jesús de Nazaret. Hoy en día ya son pocos los autores que defienden la teoría del Jesús mitológico, pues no parece racional negar la existencia de un personaje que cuadra perfectamente con la Judea de principios del siglo I –sin confundirlo con la figura mística de Jesucristo, desarrollada posteriormente por Pablo de Tarso y sus seguidores–.

En cualquier caso y, al margen de estos detalles puntuales, propios de una obra escrita hace tres cuartos de siglo –que pueden ser solventados con la lectura de ensayos más actualizados al respecto–, la Historia de Roma de Kovaliov es un clásico imperecedero que debe leerse para asentar un conocimiento profundo de los acontecimientos políticos y sociales más importantes de la antigua Roma, desde sus orígenes hasta la fecha tradicional de la caída de Occidente –¡ay de los historiadores y nuestros periodos cerrados en seco!–. Una lectura todavía de actualidad que muestra la habilidad de un investigador de gran formación y visión de futuro que ha conseguido que su obra tenga un lugar destacado en los altares de la investigación histórica.

Néstor F. Marqués

Antigua Roma al Día

Pompeya, 24 de octubre de 2022

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

La publicación en España de la Historia de Roma de Kovaliov, responde a una demanda real entre las personas interesadas en iniciarse en unos estudios sobre el mundo clásico, algo más profundos que los estrictamente elementales –sobre todo, en los ambientes universitarios–. Tal demanda –conocida la obra– está absolutamente justificada; primero, porque no existe en nuestra lengua ninguna Historia de Roma que responda a sus características puramente editoriales: dos volúmenes, de cerca de 400 páginas cada uno, que permiten una ampliación de estudios mayor que los volúmenes –más reducidos– que forman parte de series más amplias; segundo, porque promete una orientación nueva sobre una parte de la Historia en que la investigación generalmente se ha conservado dentro de unos límites tradicionales, al menos al nivel del público que puede acceder a este tipo de manuales.

El contenido general de la obra, considerado objetivamente, es del todo aceptable, dentro de sus características editoriales. Se estudian los hechos con profundidad, se describen instituciones y sistemas políticos, unidos a las manifestaciones culturales: en fin, cumple su misión de satisfacer a todo el que pueda acercarse a ella con ánimo de informarse de la historia de Roma, con la amplitud y extensión no de un especialista pero sí de un iniciado.

Junto a esto, que la pone a la altura de cualquier manual de sus características, hay que colocar la importancia que tiene el esfuerzo aquí contenido por entender la Historia de un modo nuevo, tratando de explicar, de forma globalizada, las transformaciones del mundo antiguo y sus características esenciales, al mismo tiempo que los hechos concretos y sus consecuencias. Ello abarca la desaparición de la monarquía; los resultados internos de los hechos externos, como la invasión de los galos; la importancia de la situación de pueblos exteriores para explicar la actuación de Roma frente a ellos –como en el caso de Etruria–, el intento bastante positivo de explicar las causas de las victorias de Roma en el exterior, a partir de su propia estructura y condiciones internas; las características del comercio exterior romano en la primera época de la República; las consecuencias de la victoria romana en las guerras púnicas sobre el refuerzo del poder central y de la nobleza, los intentos de aclarar la complejidad existente en los objetivos políticos de los Gracos; las transformaciones del ejército romano al final de la República, de acuerdo con la base social; o la nueva crítica de las fuentes, a partir de las condiciones históricas de sus autores et sic coetera.

Con todo, lo que en algunos casos son realizaciones plenas de éxito, en otros parece quedarse en meros objetivos no realizados. Hay que tener en cuenta la fecha en que se ha escrito el original de esta obra y, con ello, que se trata de un intento bastante temprano de llegar a hacer una obra de conjunto sobre toda la historia de Roma, en base de tales presupuestos. Muchos aspectos de esta época están sumidos en la oscuridad y difícilmente pueden conocerse, ni siquiera los hechos más generales; pero a ello se suma la necesidad de una reinterpretación de los mismos datos conocidos, que han sido estudiados con resultados que han de ser sometidos a una revisión. Tales investigaciones se han llevado a cabo, en ocasiones, en fecha posterior a la publicación original del libro; en otros casos ni siquiera hoy se han realizado. Por ello se aceptan aspectos tradicionales que hoy están siendo sometidos a nueva crítica, tales como los referentes a las individualidades políticas y su influencia en los acontecimientos de la época de las guerras civiles, y de modo muy especial en el juicio emitido sobre los emperadores; las razones dadas para explicar el fracaso de Aníbal en Oriente; la falta de explicación para la problemática creada entre Antonio y Octavio; la eliminación automática de ciertas tradiciones legendarias como no verídicas, sin intentar su utilización científica como fuente histórica, del modo como el propio autor lo plantea al principio de la obra, al tratar de las fuentes; la aceptación de la tradición patricia contraria a Tarquinio el Soberbio; el carácter, en ocasiones excesivamente pragmático, de la historia externa y su separación –también en ocasiones– de la historia interna; la descripción, precisa y hábilmente sintética, pero exclusivamente tradicional, de las instituciones de derecho romano, sin acudir a las bases de su creación, existencia y evolución: todo lo jurídico trata de explicarse por causas estrictamente jurídicas: lo mismo ocurre cuando se trata de la literatura y de las artes. Finalmente, la exposición de una evolución organicista, más que histórica, de los rasgos de la religión romana.

Junto a ello hay, a veces, una disociación entre la exposición de los hechos y la explicación. Así, con respecto a los intentos de concesión de ciudadanía a los itálicos a lo largo de los siglos II y I, en el proceso que culminó con la guerra social o la afirmación final tras la descripción de la lucha de la nobleza itálica contra elementos de la sociedad romana, lucha de la que no se percibe nada a lo largo de las descripción del proceso; o la definición del carácter clasista de los tribunos de la plebe hasta el final de la República, que se contradice con la narración subsiguiente de los hechos. Este problema se agudiza por la frecuencia con que se utiliza, de modo un tanto abusivo, cierto tipo de términos que a veces es necesario puntualizar a posteriori. Ocurre así cuando se habla de la «liquidación de la oligarquía patricia» sustituida por un «estado democrático», que en cambio se ve aclarado gracias a una cita de Engels y al posterior inicio del párrafo por «la nueva aristocracia». Parece también excesiva la frase «grandiosa revolución económica de Italia en el siglo II», también posteriormente matizada. Un caso parecido es el apelativo de «reformas democráticas de Roma» a lo que se trata más bien del comienzo de unas divergencias de puntos de vista con respecto a la explotación esclavista del nuevo territorio y de las nuevas posibilidades de dominio tras la conquista romana.

La aplicación algo desfasada de la terminología parece responder a una visión un tanto esquemática de la problemática de clases de la sociedad romana. En el final de los Escipiones, debido al intento de estos de acumular el poder, se ve a los demócratas implicados en la lucha en contra suya, en contradicción con lo que luego aparece al hablar de Catón, oponente de los Escipiones desde el punto de vista de la tradición terrateniente romana. La confusión crece al hablar de la política blanda de los Escipiones como representativa de la nobleza que se apoya en sus posesiones agrícolas en Italia. Evidentemente, el esquematismo ha impedido comprender la postura de los Escipiones en su proceso. Esto nace del intento de ver un partido democrático en funcionamiento a lo largo de toda la historia de Roma –no una dialéctica más compleja en el enfrentamiento de las clases–. Por el hecho de ir contra un aspecto de la nobleza acumuladora de poder se atribuye tal actitud al partido democrático. La función del tribuno de la plebe en estos acontecimientos solo indica el manejo sobre ellos del senado o parte del mismo. Precisamente aquí se muestra que no siempre el tribuno de la plebe representa al mismo sector de la sociedad romana. En relación con esto se encuentra también el hecho de no comprender la función del poder personal en la crisis de la República, considerando excepcional el carácter democrático de la dictadura de C. Graco. Los Gracos y su historia son expresión de las contradicciones del momento y no se les puede atribuir un carácter monolítico inadecuado a sus circunstancias históricas. Sus consecuencias positivas estables –exclusivamente a favor de los caballeros– definen su papel histórico.

Tal vez, el uso abusivo del término revolucionario y sus derivados haya que ponerlo en relación con la cita de Stalin que se hace en la introducción y, posteriormente, dentro del texto, en que se habla, con referencia al final de la Antigüedad, de la «grandiosa revolución de esclavos que liquidó la sociedad esclavista». Este punto de vista parece mostrarse como una constante en todos los momentos de la historia de Roma, sobre todo cuando se trata de hacer un comentario definitorio y poner un epígrafe inicial. La situación histórica del historiador influye una vez más sobre la exposición de la Historia escrita.

Con todo esto se trata de dar un nuevo valor a la Historia de Roma de Kovaliov y de hacer su publicación más conveniente. Creemos que teniendo en cuenta estas circunstancias, su lectura puede ser más fecunda, tratando de precisar en ella las deficiencias producidas por el estado de la ciencia y la situación política del momento en que se escribió.

Domingo Plácido, septiembre de 1973

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

En el año 1973 se editó por primera vez en España la Historia de Roma de Kovaliov, y a esta edición le pusimos el prólogo que precede, que trataba de situar en sus justos límites el valor de la obra y, recomendando su lectura, inspirar espíritu crítico en el lector, que pudiera así sopesar las afirmaciones en ella contenidas. Cinco años más tarde vuelve a editarse por tercera vez, lo que indica la favorable acogida del público. Pero en la nueva edición se introducen algunos añadidos que tratan de aliviar lo que considerábamos aspectos negativos en el prólogo anterior. Este sigue teniendo vigencia general, y por ello lo conservamos. No vamos a cambiar la orientación general de la obra, ni su plan. Seguirá habiendo separación de elementos históricos y, en ocasiones, falta de relación entre lo general y lo particular. Una obra es una unidad y no se puede romper. Sin embargo, siempre haciendo notar la diferencia entre lo escrito por el autor y lo añadido, creemos que de este modo la obra cobra nueva actualidad y ocupa un nuevo espacio en la bibliografía de manuales históricos existentes en nuestro país. Sin intentar agotar, ni muchísimo menos, las innovaciones que en la investigación histórica han tenido lugar en fecha posterior a la primera edición original, hemos introducido las que nos han parecido más significativas y que pueden haber cambiado la orientación del problema, dentro de la línea ideológica que preside el libro, sin entrar en investigaciones que aporten simplemente un nuevo dato a la erudición. En este sentido se tocan los temas que se mencionaban en el prólogo anterior, que allí se consideraban excesivamente condicionados por la historiografía tradicional: el problema de los plebeyos, la interpretación de la época julio-claudia, el origen del cristianismo, el papel del ejército en el siglo III. Asimismo, creemos que, en algún caso, se ha aclarado la relación existente entre los hechos históricos y las explicaciones generales, como en la crisis del siglo III. El sistema seguido ha sido diferente según las circunstancias: cuando se trata de datos claramente superados, se ha sustituido el epígrafe, como en el caso de Los ítalos.

Pero lo normal ha sido añadir una nota a pie de página en caso de modificación o matización concreta, o unos párrafos al final o en medio de los epígrafes en los casos en que hay mayor incidencia sobre el contenido general. La extensión es muy variable; depende de la importancia de las innovaciones, de los elementos que se consideran modificables y del carácter que tenga: de simple añadido o de intento de modificación de la interpretación general. En este sentido, creemos que lo más positivo ha sido el oponer, frente a los aspectos rígidos de los enfrentamientos de clases que se perciben en el libro, una visión más compleja de su conflictividad dentro de la dinámica de la historia romana.

Domingo Plácido, Madrid, 1979

PRIMERA PARTE

La República

INTRODUCCIÓN

División en periodos

Características de la Historia de Roma — La historia de Roma representa el último eslabón de la historia antigua de los países de la cuenca del Mediterráneo. Desde tiempos antiquísimos surgieron en las costas orientales del mar Mediterráneo formaciones de clases y fueron echadas las bases de la civilización antigua. Aquí, en la historia de los Estados del antiguo Oriente se nos presenta la primera sociedad esclavista, en un estado de desarrollo primitivo aún en su conjunto.

La sucesiva etapa del sistema esclavista se tuvo en la zona del mar Egeo, donde la feliz concurrencia de las condiciones geográficas, por una parte, y la fuerte influencia de los muy cercanos Estados orientales por la otra, crearon las condiciones para el florecimiento de las antiguas ciudades griegas (polis). Sobre la base de un sistema esclavista más desarrollado que el de Oriente, surgió la democracia antigua, durante la cual, especialmente en Atenas en los siglos V y IV a.C., se crearon aquellos preciosos valores culturales que sirvieron de base al desarrollo civil de Europa.

Sin embargo, los estrechos confines y el fraccionamiento político del mar Egeo aceleraron en la Grecia clásica la crisis del sistema esclavista. Dentro de sus propios límites restringidos ya no fue posible un desarrollo ulterior de la polis, y esto provocó el paso a un nuevo estadio del proceso histórico: el helenismo. Las conquistas de Alejandro de Macedonia y la sucesiva colonización de Oriente por parte de los griegos y de los macedonios crearon las condiciones para el surgimiento, en los países del Mediterráneo oriental, de una forma superior de economía esclavista. Los Estados helenísticos se convirtieron en poco tiempo en las fuerzas propulsoras del proceso histórico, preparando el paso a la cuarta y última época de la historia antigua.

Mucho tiempo antes, en Italia, sobre el Tíber inferior, surgía una pequeña ciudad-Estado: Roma. Hasta una determinada época permaneció, en el sistema del Mediterráneo, como un foco de desarrollo histórico independiente y particularmente aislado; sin embargo, se convirtió pronto en el germen de una gran potencia social, punto convergente de varias influencias, étnicas, económicas y culturales de la Italia central. Paralelamente al desarrollo de la expansión romana, primero en la península italiana (siglos V-III) y luego fuera de ella (siglos II-I), Roma asimiló rápidamente los sistemas económicos y culturales de los países conquistados, sistemas que sucesivamente ejercieron sobre la misma una fuerte influencia. En el periodo que va desde el fin del siglo I hasta el comienzo de la nueva era, se fue formando, en sus rasgos esenciales, la potencia mundial romana, que encerraba en sí todos los elementos de las formaciones estatales que la habían precedido en la zona del Mediterráneo. La historia antigua entraba así en su cuarta y última fase.

Como se ha dicho, Roma se introdujo en el sistema del mundo helénico en formación y, una vez dentro del mismo, empezó a transformarlo. La sociedad esclavista del mar Mediterráneo y, en primer lugar, de la misma Italia, sufrió, en el curso de las conquistas romanas, profundos cambios: considerable aumento de la circulación monetaria, enorme desarrollo de la esclavitud, concentración de la tierra, proletarización de los pequeños productores libres. Estos cambios fueron los rasgos específicos del sistema económico romano, que se convirtió en la forma superior de la antigua sociedad esclavista.

En la época romana el trabajo de los esclavos, tanto en la península italiana como en las otras provincias, tuvo una función preeminente en todos los campos de la vida económica. La posición de iure y de facto de los esclavos empeoró considerablemente con respecto a los periodos precedentes, hasta el punto de justificar la definición que de ellos daban Aristóteles y Varrón: «instrumentos animados» y «parlantes». Toda la zona de la cuenca mediterránea, con su vasta periferia, estaba unida por vínculos económicos ya bastante estrechos como para hablar de un embrión de un único mercado mediterráneo y de algunos fenómenos económicos comunes a toda la zona: oscilación de los precios, crisis. La potencia romana, creada por la expansión del sistema esclavista, se erigía, por tanto, no solo sobre la fuerza de las armas, sino también sobre una cierta unidad económica de la zona mediterránea. Y por su forma, esta potencia, aunque continuaba siendo una federación de ciudades autónomas, se acercaba a los Estados territoriales de tipo helenístico.

En el campo de la cultura, Roma disfrutó principalmente de las conquistas de épocas precedentes, y en especial del Helenismo. Fue arrastrada a la órbita de las relaciones mediterráneas cuando ya la civilización helénica había alcanzado un grado tal de desarrollo que a Roma no le quedaba otro camino que imitarla o copiarla. Por esto la vida romana no fue del todo original. El mérito de Roma consiste principalmente en la difusión en el Occidente, atrasado aún, de la civilización helénica, adaptada a las exigencias romanas.

Sería sin embargo un error afirmar que la civilización romana fuese solamente una imitación. En primer lugar, en la antigua civilización romana, por ejemplo en la religión, había muchos elementos locales itálicos, sobre los cuales solo más tarde se estratificaron las influencias greco-orientales; en segundo lugar, también en la civilización posterior, aunque tuvo en su conjunto un carácter más evidente de imitación, existían formas que revelan la impronta de una gran originalidad y en las cuales los romanos fueron verdaderos creadores, como el derecho, la arquitectura, algunos géneros literarios (como la sátira). Finalmente, y esto constituye el hecho más importante, aun imitando muchas formas de la civilización helénica, los romanos no imitaban mecánicamente, sino que insertaban en ellas el propio espíritu y el propio estilo. Como consecuencia de esto se produjeron fenómenos profundamente originales en su sustancia, no obstante, la imitación de la forma, por ejemplo, la lírica del periodo comprendido entre el fin del siglo I y el comienzo de la nueva era. Estas son, esencialmente, las razones por las cuales debemos reconocer a la civilización romana un estado propio de desarrollo original en el cuadro de la civilización antigua.

Llevando el sistema esclavista a su máximo desarrollo, Roma llevó al mismo tiempo a la máxima agudización todos los contrastes sociales que este sistema supone. Nunca en la historia del mundo antiguo las contradicciones entre libres y esclavos, entre ricos y pobres, alcanzaron tal intensidad como en la época romana. Ni el Oriente clásico ni la Grecia antigua conocieron luchas sociales tan grandiosas como las guerras civiles de los siglos II y I a.C. o los movimientos de masas de los colonos, de los esclavos y de los bárbaros de los siglos III y IV d.C. La época romana creó las premisas de aquella revolución que «liquidó a los propietarios de esclavos y suprimió la forma esclavista de explotación de los trabajadores»[1]. Esta revolución y las invasiones bárbaras destruyeron la sociedad esclavista de la cuenca del Mediterráneo y marcaron la iniciación del Medioevo europeo.

La duración y la complejidad de la historia romana requieren una particular atención en la subdivisión en periodos. Todos aceptan una primera subdivisión en dos grandes periodos: República e Imperio. El límite cronológico de separación está fijado casi siempre alrededor del año 30 del siglo I a.C. (batalla de Accio y muerte de Antonio). Sin embargo, esta subdivisión está muy lejos de ser completa. En primer lugar, no es fácil establecer con quién comenzó el Imperio: ¿con Sila, primer dictador, cuyo poder fue ilimitado, con César, fundador de hecho del Imperio, o con Octaviano Augusto, que condujo a su término la guerra civil? Si se considera a Augusto fundador del Imperio, como se hace de costumbre, ¿en qué año se inició este?, ¿en el 31 a.C., año de la batalla de Accio, en la que Octavio derrotó a su adversario Antonio, en el 30 a.C. (con la muerte de Antonio), o en el 27 a.C., cuando Octaviano renunció a los poderes del triunviro? Además de esto la subdivisión de la historia romana aceptada comúnmente no toma en cuenta el desarrollo de los factores económico-sociales y se funda únicamente sobre las formas superestructurales de la autoridad gubernativa.

Sin embargo, tal subdivisión está tan arraigada en la historiografía, que la tentativa de cambiarla sería inútil. Considera justamente dos épocas fundamentales de la historia ro­mana, si bien no las divide según la característica sustancial. Nosotros mantendremos la subdivisión en periodo republicano e imperial, pero con la salvedad siguiente: la época de la República representa la historia del desarrollo y el fortalecimiento del sistema esclavista en la cuenca del Mediterráneo; la época del Imperio representa la historia de su decadencia. Como punto convencional de subdivisión entre ambas consideraremos el año 30 a.C., año de la muerte de Antonio.

Cada una de estas dos grandes épocas debe ser subdividida todavía en periodos más breves. Dejando aparte, por el momento, la imperial, adoptaremos la siguiente subdivisión para la de la República (los límites cronológicos son, naturalmente, aproximados):

I. El llamado periodo de los reyes (siglos VIII-VI a.C.) periodo de la estructura posgentilicia o, ateniéndonos a la terminología de Engels, periodo de la «democracia militar».

II. Periodo de la República aristocrática de los patricios y de la lucha entre patricios y plebeyos (siglo IV, comienzos del III a.C.), formación de la polis esclavista romana y conquista de Italia.

Estos dos primeros periodos normalmente son englobados bajo el nombre de historia romana antigua.

III. Periodo de la República oligárquica de los nobles (comienzos del siglo III, alrededor del año 30 del siglo II a.C.), periodo de las grandes conquistas romanas y del desarrollo máximo de la economía esclavista en Italia.

IV. Periodo de las guerras civiles (alrededor del año 30 del siglo II, alrededor del año 30 del siglo I a.C.), movimiento revolucionario democrático de los esclavos y de los libres pobres, periodo de la formación de la potencia mundial romana, de la caída de la República y del surgimiento del Imperio.

[1] I. Stalin, Cuestiones del leninismo, Buenos Aires, Problemas, 1947.

CAPÍTULO I

Fuentes de la historia romana antigua

Su veracidad

Las más importantes fuentes históricas son las escritas, que se dividen en fuentes principales o documentos, y obras literarias en el más vasto sentido de la palabra (consideramos como tales principalmente las producciones historiográficas). En lo que respecta a la historia romana antigua, que comprende los dos primeros periodos (siglos VII-VI), debemos decir que han quedado bien pocas fuentes escritas.

Las inscripciones — Los documentos relativos a la historia romana están constituidos principalmente por inscripciones. Si la época del Imperio nos ha legado una gran cantidad de epígrafes, el periodo de la República ha dejado, en general, poquísimos, y casi inexistentes son los que se refieren al periodo más antiguo. Tal afirmación debe entenderse, sin embargo, en el sentido de que no nos ha quedado casi ninguna inscripción latina. En efecto, inscripciones no latinas se encuentran en cantidad, pero como veremos más adelante, son de escasa utilidad.

Las más antiguas inscripciones latinas datan de finales del siglo VI o comienzos del V. Recordamos sobre todo la inscripción grabada en la llamada «estela arcaica» (cippus). Fue hallada en el Foro por G. Boni en el 1899, en el mismo lugar en que los antiguos creían que había sido sepultado Rómulo, y fue llamada «la piedra negra» (lapis niger). Esta inscripción es muy antigua, tanto por la lengua como por los caracteres usados. Los renglones están dispuestos alternadamente: uno de izquierda a derecha, el siguiente de derecha a izquierda. Este tipo de escritura se llamaba «boustrofédica», lo que significa «en el modo en que el buey anda en el arado»[1]. La inscripción está muy deteriorada y no se puede entender su sentido; probablemente se refiere a algún rito religioso.

También pertenece a los más antiguos recuerdos de escritura latina la inscripción sobre una hebilla de oro encontrada en una tumba de Preneste. Está escrita de izquierda a derecha y se leen en ella las siguientes palabras: Manios med fhefhaked Numasioi, es decir, Manius me fecit Numerio (Manio me hizo para Numerio). Recordemos además algunas inscripciones menos importantes sobre vasos y otros objetos, compuestas generalmente por palabras aisladas y que no tienen, propiamente hablando, significado histórico.

Las primeras inscripciones históricas se refieren al final del periodo de la historia romana antigua. Son generalmente inscripciones de elogio hechas sobre los sarcófagos de la ilustre estirpe romana de los Escipiones (Scipionum elogia). Cronológicamente, la más antigua es la inscripción en verso dedicada a Lucio Cornelio Escipión Barbato, cónsul en el año 298. También aquí la lengua es aún muy arcaica. Dice: «Cornelio Lucio Escipión Barbato, nacido de su padre Cneo, hombre valeroso y sabio cuyo aspecto exterior era acorde con su dignidad, fue cónsul, censor, edil. Conquistó Taurasia, Cisauna, el Samnio; sometió a toda la Lucania trayendo rehenes a Roma».Los otros elogios de los Escipiones salen ya de los límites del periodo antiguo y por eso mismo no nos detenemos a considerarlos.

Las inscripciones no latinas son más numerosas. Actualmente se conocen cerca de 10.000, considerando solo las etruscas, aunque de periodos diversos. Desafortunadamente estas no pueden sernos, hasta el momento, de gran utilidad. Si bien las letras usadas pertenecen al alfabeto griego, la lengua etrusca es todavía muy poco conocida. Se pueden leer palabras aisladas, especialmente nombres propios; se logra comprender el significado de algunas frases, pero en su totalidad los epígrafes etruscos siguen siendo un secreto.

En lo que se refiere a las otras inscripciones no latinas (oscas, umbras, vénetas, etc.) la cosa es distinta. Muchas de ellas pueden comprenderse y se revelan interesantes para la historia de la civilización de las tribus itálicas. Las inscripciones griegas de la Italia meridional y de Sicilia no nos dan ninguna información sobre la historia de la antigua Roma.

Existen inscripciones latinas de época más reciente que se refieren a los tiempos de la Roma antigua. Nos referimos principalmente a los llamados «Fastos consulares o capitolinos» (Fasti consulares o capitolini) pero dado que fueron compilados solo en la época de Augusto, no tienen valor de verdadero documento.

Menos de fiar son los Fastos triunfales (Fasti triumphales o Acta triumphorum). Son listas que contienen el nombre de todas aquellas personalidades que celebraron victorias sobre el enemigo con la fecha y la indicación del motivo del triunfo. La lista comienza por Rómulo: Romulus Martis f. rex de Caeninensibus K. mar, es decir, «el Rey Rómulo hijo de Marte (celebró el triunfo) sobre los ceninenses el 1.o de marzo». Ya el simple hecho de que en la lista aparezcan las palabras «hijo de Marte» demuestra la falsificación de los hechos del periodo antiguo. La parte de la lista que se refiere a la historia de la antigua Roma fue compilada sobre la base de las concepciones de los historiadores de la época de Augusto, quienes se fundaban sobre la tradición histórico-literaria. Los fastos triunfales se hacen más o menos verídicos solo desde la época de los Gracos en adelante, es decir, aproximadamente desde el periodo comprendido entre los años 30 y 20 del siglo II a.C.

Como fuente de información para la historia de la antigua Roma, tienen una cierta importancia los llamados Fasti anni iuliani, fragmentos del calendario juliano de finales del siglo I a.C., comienzos del siglo I d.C., que nos han llegado en diversas variantes (por ejemplo, los «Fastos prenestinos»).

El himno en honor de Marte (Carmen Arvale) del colegio sacerdotal de los Arvales, constituye también un documento para la historia. Ha llegado hasta nosotros a través de inscripciones más recientes, que contienen los protocolos de los hermanos Arvales; pero la lengua arcaica usada, no siempre traducible, testimonia su extraordinaria antigüedad. Comienza con las palabras: Enos, Lases, iuvate, es decir, Nos, Lares iuvate (¡Oh Lares, ayudadnos!).

Documentos oficiales — Tal es, pues, el material epigráfico fundamental, que se ha conservado del periodo más antiguo de la historia romana. Como vemos, no ofrece casi nada al historiador. Sin embargo, algunos otros documentos han llegado hasta nosotros a través de las obras de escritores griegos y romanos. Uno de ellos está constituido por las «Leyes de las XII Tablas» (Leges XII tabularum), documento importantísimo proveniente de la segunda mitad del siglo V a.C. Sus artículos nos llegaron por separado a través de citas o referencias de varios autores romanos.

Menos dignas de crédito son las llamadas «Leyes reales» (Leges regiae) colección de leyes y disposiciones atribuidas a los reyes romanos y que se refieren principalmente al derecho sagrado. Nos han sido legadas por un jurista romano de la época imperial.

También han llegado hasta nosotros, transmitidos de modo más o menos preciso por escritores romanos, algunos tratados internacionales en los cuales Roma está presente como una de las partes interesadas. Por ejemplo, el texto del tratado entre romanos y cartagineses (verosímilmente del 508) transmitido por el historiador griego Polibio (III, 22). Pero estos documentos no tienen carácter de auténticas fuentes de información.

De este modo, las fuentes escritas referidas a la historia de la Roma antigua son muy escasas o, de uno u otro modo, dudosas, y en su conjunto es bien poco lo que ofrecen a la ciencia.

Las monedas — Consideremos ahora otra categoría de fuentes. Las monedas, que representan una fuente importantísima para la época imperial, no tienen casi ningún valor para el periodo pre-republicano. Las monedas romanas no existieron antes del siglo V (con toda probabilidad aparecieron después de la primera mitad del siglo IV). Se han conservado poquísimas y, por otra parte, poco es lo que sirven para la comprensión de la historia de ese periodo. Las monedas griegas de la Italia meridional y de Sicilia son, sin embargo, más antiguas y numerosas, pero como sucede con las inscripciones griegas, no pueden ser utilizadas para el estudio que estamos tratando.

Los monumentos — El material arqueológico relativo al periodo más antiguo de la historia de la península italiana se presenta bastante rico, aunque no en igual medida para las distintas zonas. Si bien los restos paleolíticos se encuentran solo esporádicamente, a partir de la edad neolítica y hasta la época del hierro, los signos de las antiguas civilizaciones crecen rápidamente: sepulturas neolíticas, restos de construcciones palafíticas en la Italia septentrional, las llamadas «terramaras» al sur del Po, el antiguo hierro de la «civilización de Villanova», las riquísimas tumbas etruscas, las primitivas sepulturas romanas y los más modernos sarcófagos, las ruinas de los edificios de las ciudades etruscas y romanas; la enorme cantidad de vajilla y utensilios que se encuentran en diversas partes de Italia, etc. Los restos arqueológicos como los que acabamos de enumerar, sin otras fuentes de información paralela, son de poca utilidad para el historiador. Por lo general, no comportan una fecha precisa, dan pie a distintas interpretaciones y caracterizan sobre todo la producción material y algunos aspectos de la ideología (arte, religión). La confirmación de esto se encuentra en las infinitas discusiones que surgen cuando es necesario resolver un problema histórico basándose únicamente sobre el material arqueológico. Véase si no el ejemplo de la época cretomicénica y el problema de Etruria, del cual nos ocuparemos más adelante.

La lengua — La lengua tiene una gran importancia como fuente de información para la historia de la cultura, pero es poco lo que proporciona a la historia general. Por ejemplo, sobre los problemas de la etnogénesis itálica y de la lingüística indoeuropea en general, se ha realizado un gran trabajo, pero las conclusiones a que se han llegado son tan discutidas como el mismo problema etrusco.

Material etnográfico — Los datos etnográficos tienen, como es sabido, una gran importancia para el estudio de los primeros estadios del desarrollo social. Entre los ejemplos más brillantes de estudios llevados a cabo sobre tales datos están los libros La sociedad primitiva, de Morgan, y El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, de Engels. Además, el material etnográfico tiene importancia como complemento de otras fuentes.

Folclore — Nos queda por considerar la última categoría de fuentes, el llamado folclore, que representa una documentación oral del genio creativo del pueblo (poemas épicos, canciones, cuentos, proverbios, etc.). Sobre la épica romana no existe una opinión unánime: algunos la niegan, otros la reconocen. De todos modos, el hecho indiscutible es que los romanos no nos dejaron nada similar a las grandes producciones épicas de los griegos, como la Ilíada y la Odisea. Es muy probable que también entonces existiera una tradición épica que, sin embargo, no fue recogida en poemas orgánicos, y solo llegaron hasta nosotros algunas leyendas aisladas transmitidas por escritores más recientes (Livio, Plutarco, etc.). Lo mismo sucede con el material folclórico más habitual.

Por esto, las fuentes principales de la historia romana antigua, documentos escritos, monedas, material arqueológico y etnográfico, folclore, no constituyen una base sólida para la reconstrucción de los hechos. Para tal reconstrucción histórica solo se puede utilizar el conjunto de todos estos aspectos, completado por los documentos literarios y, principalmente, por las propias obras históricas de los griegos y de los romanos. Solamente estas últimas, a pesar de su discutible veracidad, dan un cuadro general y coherente del desarrollo histórico. Y solo sometiendo a una severa crítica los testimonios de los escritores griegos y romanos y completándolos con los datos fundamentales que nos proporcionan las fuentes principales, se puede intentar fijar las líneas fundamentales de la historia de la antigua Roma.

Los orígenes de la historiografía en Roma — Según la opinión generalmente aceptada por la ciencia, la primera forma de composición histórica conocida entre los romanos fue la de los anales (anuales). Estos eran breves apuntes cronológicos de los sucesos más importantes, unidos a las listas de los cónsules y de otros funcionarios públicos cuyos nombres servían para indicar el año. Los anales fueron compuestos por sacerdotes cuya finalidad principal era la de crear un calendario. No se conoce exactamente la fecha de su comienzo, suponemos que en la segunda mitad del siglo V. Al comienzo del siglo III se empezaron a redactar en forma detallada y probablemente en el curso del mismo siglo los pontífices llenaron las distintas lagunas del viejo texto completando la historia inicial de Roma (hasta la mitad del siglo V).

Tal fue la finalidad de los Commentarii Pontificum, notas que contenían diversas prescripciones de carácter religioso y jurídico. Comentarios similares existían también en otras organizaciones religiosas, como por ejemplo los Augures.

Además de la historiografía oficial existían también textos de carácter privado. Las principales familias romanas llevaban, probablemente, crónicas familiares, y era frecuente que en los funerales se pronunciaran en honor del difunto panegíricos en los que se hacían referencias históricas. Sin embargo, es preciso tener presente que estos documentos pueden ser fuente de falsificación del material histórico.

¿En qué medida los historiógrafos posteriores han tenido acceso a todas estas fuentes? Livio (IV, 1) dice que la mayor parte de tal material fue destruido durante la invasión gálica del 390. «Si bien todo fue relatado en los Comentarios de los Pontífices o en otros documentos estatales o privados, la mayor parte de ellos fue destruida durante el incendio de la ciudad». Sin embargo, una parte de los documentos debía ser salvada o reencontrada posteriormente. Sabemos, de todos modos, que en la época de los Gracos, el pontífice máximo Publio Mucio Escévola reordenó los Anales completando la parte más antigua. Así se redactaron los Anales Máximos (Annales Maximi) en 80 libros, cuyo único fragmento nos fue transmitido por un tardío escritor romano. Después de la obra de Mucio Escévola parece que la compilación de los Anales se interrumpió.

Los Anales de los pontífices no eran una narración histórica orgánica, por lo menos hasta que los rehízo Escévola, y por eso no pueden ser considerados como una obra propiamente histórica y verídica. La historiografía, en el cabal sentido de la palabra, no comenzó a aparecer en Roma hasta la época de las guerras púnicas, en la segunda mitad del siglo III. Tal coincidencia no fue casual. Las guerras con Cartago representaban un punto crucial de la historia de Roma. Por ellas se amplió enormemente el horizonte de los romanos y surgió la necesidad de tener en cuenta los sucesos que se producían, lo que a su vez generó el interés por conocer el propio pasado. Además, en esa misma época de las guerras púnicas, se desarrollaron los contactos de los romanos con la civilización helénica, lo que influyó grandemente en la elaboración de la lengua literaria y en los gustos histórico-literarios.

Nevio — El primer historiador romano fue Cneo Nevio, nativo de la Campania (270-200 a.C.), una figura muy brillante. Simple ciudadano, no temió enemistarse con la conocida familia de los Escipiones Metelos, cosa que en aquellos tiempos suponía un gran coraje. En efecto, Nevio fue arrojado a la cárcel y liberado solamente gracias a la intervención de los tribunos de la plebe. Fecundo autor de tragedias y comedias que, no obstante la imitación del género griego, revelan una cierta originalidad, Nevio tomó parte en la primera guerra púnica y escribió sobre ella un poema épico en lengua latina utilizando los primitivos versos saturninos (versus saturnius)[2]. Luego el poema fue dividido en siete libros, de los cuales los dos primeros contenían la historia de la Roma antigua a partir de la leyenda de Eneas. De la obra de Nevio solo nos quedan algunos fragmentos insignificantes.

Ennio — De la generación siguiente es Quinto Ennio, nacido en Calabria, que participó en la segunda guerra púnica (239-169 a.C.). Dentro de su numerosa producción, tienen particular importancia los Anales, voluminosa obra en 18 libros escrita en hexámetros latinos. La introducción del hexámetro de Ennio provocó una importante reforma en la poesía latina. El contenido del poema abarca toda la historia romana de Eneas hasta los últimos años anteriores a la muerte del autor. Los Anales de Ennio ejercieron una gran influencia sobre los modelos tradicionales de la historiografía romana. Solo nos queda algún fragmento (600 versos sobre 30.000).

Quinto Fabio — Este género de historiografía poética era, sin embargo, por su mismo carácter, muy incompleto. La verdadera historia podía escribirse solamente en prosa. En este campo fue pionero Quinto Fabio Píctor, primer historiador romano. Nacido en el 254, pertenecía al cuerpo de los senadores, participó en la guerra contra Aníbal y después de Cannas fue enviado a Delfos como jefe de una embajada. Fabio Píctor escribió la historia de Roma desde los tiempos míticos, trató los hechos de su tiempo en modo muy detallado, ordenándolos cronológicamente y refiriéndolos a los magistrados en funciones –por este motivo fue llamado también «analista»–, se distinguió por el excelente conocimiento de los sucesos contemporáneos, convirtiéndose en una preciosa ayuda para los historiadores posteriores.

Ha quedado demostrado que la crónica de Fabio Píctor fue escrita en lengua griega, lo que significa que la prosa literaria romana no estaba aun suficientemente desarrollada en su tiempo.

Cincio Alimento — A la misma generación de viejos analistas, que escribían aún en griego, pertenece Lucio Cincio Alimento, pretor en el 210, que participó en la segunda guerra púnica y hasta fue prisionero de Aníbal. Sus Anales tuvieron probablemente el mismo carácter que la producción de Fabio Píctor.

Catón — La primera historia romana escrita en prosa la tina fue la de Marco Porcio Catón el viejo, llamado el Censor (234-149 a.C.). Catón era natural de Túsculo. Rico propietario, senador, ascendió toda la gradación de la magistratura de cuestor a censor, fue famoso por la severidad de sus costumbres, por sus ideas y por sus programas conservadores. Como hombre político, Catón representó las tendencias de dominio de los círculos esclavistas agrarios de Roma. Como escritor, le corresponde el mérito de haber elaborado la prosa literaria latina. El apogeo de la actividad de Catón se produjo en la época de las victorias decisivas de los romanos en la península balcánica. Es natural, por lo tanto, que como consecuencia de tales victorias creciese la conciencia nacional del pueblo romano y que la crónica escrita en griego hubiese dejado de satisfacer las necesidades de la sociedad. En calidad de historiador, Catón escribió una obra notable con el título de Los Orígenes, en siete libros. Los primeros tres libros cuentan detalladamente las leyendas, griegas o vernáculas, sobre la Roma primitiva y las demás ciudades itálicas; el cuarto y el quinto están dedicados a las guerras púnicas; el sexto y el séptimo a los últimos acontecimientos hasta el 149. Catón reunió el material atendiendo no a un orden cronológico exacto, sino a los hechos, agrupándolo en partes homogéneas entre sí. Por esto puede ser considerado el primer historiador romano en el verdadero sentido de la palabra. Catón se basó evidentemente en diversos documentos oficiales y estudió cuidadosamente sus fuentes. Es lamentable que de su obra solo nos hayan llegado fragmentos.

Otros analistas antiguos — Otros antiguos analistas, bajo la influencia de Catón, comenzaron a usar también la lengua latina. La primera crónica en latín fue escrita por el contemporáneo de Catón, Lucio Casio Emina, que con su obra llegó hasta el 146. Otro contemporáneo de Catón, Cneo Gelio, fue el primero de los analistas que abandonó el modo conciso y empezó a desarrollar los hechos en un relato más amplio. Su producción fue por lo menos de 97 libros.

En la época de los Gracos vivió Lucio Calpurnio Pisón, cónsul en el 133, censor en el 120. Su obra fue utilizada por los escritores posteriores que frecuentemente citan sus Anales. En esa tempestuosa época aparecieron también memorias y monografías. Recordaremos las de un importante hombre político que vivió durante la reacción posterior a los Gracos: Marco Emilio Escauro, cónsul en el 115. Lucio Celio Antípatro escribió una monografía sobre la segunda guerra púnica que vio la luz después de la muerte de C. Graco (121). En Antípatro notamos ya los primeros elementos de retórica, por ejemplo, cuando describe la partida del ejército romano hacia África con expresiones como esta: «Al clamor de los guerreros, los pájaros caían a la tierra, y tanta gente subió a las naves que parecía que en Italia y en Sicilia no hubiera quedado alma viviente».

Los analistas posteriores — La sucesiva generación de analistas, que vivió en la primera mitad del siglo I, fue fuertemente influida por la retórica griega. Tratando de dar al público una literatura interesante, reelaboraron los viejos anales áridos, sin preocuparse por atenerse a la verdad histórica, y cuando encontraban lagunas las completaban con hechos inventados que, por lo general, eran imágenes de acontecimientos posteriores. Empujados por el patriótico deseo de esconder los fracasos de Roma, recurrían a falsificaciones directas, transformando las derrotas en victorias o tratando, cuando menos, de disminuir o de ocultar su importancia. Además, el gusto por las sensaciones y los efectos dramáticos los llevaba a la exageración. La analística más reciente confería a la historia el mismo papel que a la literatura. De allí derivaba la narración detallada de los acontecimientos, llevada hasta el punto de registrar los discursos y los pensamientos de los héroes. Cuando los héroes no eran suficientes, los inventaban. La muerte del héroe se producía siempre a requerimiento del efecto dramático y no teniendo en cuenta el curso real de los acontecimientos.

De este modo, la actividad de los analistas posteriores condujo a una fuerte alteración de la historia y en especial de la historia de la Roma antigua. Esto tuvo una influencia extraordinariamente dañina sobre la historiografía romana, ya que estos analistas fueron la fuente principal para Livio, Dionisio y Plutarco, es decir, para toda nuestra tradición corriente. Nada se conservó hasta nuestros días de la obra de los analistas posteriores.

Quinto Claudio Cuadrigario escribió una obra histórica en veintidós libros, que abarca el periodo que va de la invasión de los galos a la muerte de Sila; Livio se refiere frecuentemente a ella. Valerio Anciate, contemporáneo de Sila, dejó una producción de 75 o 77 libros que llegan hasta la muerte del célebre dictador. Anciate, famoso por las numerosas invenciones y por la exageración de las cifras contenidas en su obra, falsificó la historia sobre todo para elogiar a la estirpe de los Valerios. También Anciate fue una de las principales fuentes de Livio.

A la analística posterior pertenece también Cayo Licinio Macer, contemporáneo de Cicerón, personaje democrático. Fue enjuiciado por la mala administración de una provincia en el año 66 y terminó la vida suicidándose. Macer es interesante como historiador por el hecho de que se refiere a ciertos materiales de archivo que utilizó y que llama «libros tínteos». Custodiados en el templo de Juno Moneda, contenían tal vez listas de magistrados. Si no se trata de una invención de Macer, esta indicación es muy útil, porque demuestra la existencia en Roma de un archivo estatal ya en la época de la República.

El último analista fue Quinto (o Lucio) Elio Tuberón. Partidario de Pompeyo, participó en la batalla de Farsalia (48). Sus anales abarcaron el periodo que va desde los tiempos más antiguos hasta la guerra civil entre César y Pompeyo.

El desarrollo del pensamiento histórico romano que acabamos de exponer preparó la aparición de los grandes trabajos históricos del siglo I a.C. de Salustio, Tito Livio y otros.

La visión que hemos dado de los primeros pasos de la historiografía romana muestra que a nosotros no nos ha llegado casi nada del material de aquellos primeros tiempos, a excepción de algunos fragmentos desdeñables. Surge entonces la pregunta: ¿cuáles son las fuentes corrientes de estos dos primeros periodos de la historia romana? En otras palabras, ¿qué fuentes literarias tenemos a nuestra disposición para estos periodos?

Livio — En primer lugar tenemos a Tito Livio, nacido en Padua, en la Italia septentrional. Livio recibió una óptima educación y fue un escritor múltiple y fecundo. De su producción nos queda solo una parte de la monumental obra histórica conocida por el título Ab urbe condita libri. Estaba compuesta por 142 libros y abarcaba el periodo comprendido desde la llegada de Eneas a Italia hasta el año 9 d.C. Nos quedan solamente 35 libros: los primeros diez, que tratan el periodo hasta el 293 a.C. y los comprendidos entre el 21 y el 45, que abarcan la época que va del 218 al 167 a.C. Además de estos, nos han llegado algunos fragmentos y breves exposiciones del contenido de casi todos los libros (con excepción del 136 y del 137). Para la historia de la Roma antigua tienen, naturalmente, importancia los primeros diez.

Livio vivió en la época de Augusto y esto no pudo dejar de reflejarse en su producción. Por sus convicciones políticas él era partidario de la República aristocrática, hasta el punto de que Augusto le llamaba su «pompeyano». Pero el carácter con servador y patriótico de su historia llevaron a Augusto a reconciliarse con este espíritu libre. En realidad, Livio se había impuesto la tarea de glorificar el valor y la grandeza del pueblo romano y en sus escritos puso siempre en evidencia las buenas costumbres antiguas en contraste con la corrupción de su tiempo. Fue un historiador moralista.

«La utilidad placentera y fecunda del estudio de la historia –escribe en la introducción a su trabajo– consiste también en el hecho de que os es posible admirar brillantes ejemplos de todo tipo, de los cuales podréis extraer lo bueno para vosotros y para vuestra patria y rechazar cuanto haya en ellos de oprobioso».

Livio fue un magnífico estilista, aunque no fuera inmune a la influencia de la retórica. Gustaba poner en boca de sus personajes discursos imaginados y construidos según todas las reglas del arte oratorio.

Livio no fue un investigador, sino más bien un narrador. Por eso el problema de sus fuentes adquiere un significado particularmente importante. No siempre se puede establecer cuáles han sido. En todo caso, no hay duda de que para los libros que comprenden la cuarta y quinta décadas se ha ceñido casi exclusivamente a Polibio, el gran historiador griego de siglo II. En lo que respecta a los primeros diez libros es casi imposible establecer cuáles son sus fuentes. Lo más probable es que se sirviera de las obras de los analistas más recientes. Livio no acostumbraba a someter sus fuentes al tamiz de la crítica. Si por ejemplo para un determinado periodo disponía de una única fuente, la aceptaba sin discusiones en su totalidad (así pasó con Polibio); si por el contrario, las fuentes a las que podía recurrir eran numerosas, o elegía según criterios subjetivos, o bien se nutría de todas las versiones, que a veces eran contradictorias. Raramente Livio llegó a la crítica histórica.