Historia oculta del Satanismo - Santiago Camacho Hidalgo - E-Book

Historia oculta del Satanismo E-Book

Santiago Camacho Hidalgo

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"El autor, Santiago Camacho, nos describe cómo era esta ideología en sus orígenes y como la Iglesia, igual que siempre ha ocurrido a lo largo de la Historia (y no sólo en aspectos religiosos), ha tratado de contaminarla durante siglos hasta que se ha conseguido demonificar unas creencias milenarias."-web Comentarios de libros Desde tiempos ancestrales, los seres humanos han pactado con la divinidad, a cualquier precio, incluso si esa divinidad es la personificación del mal. Historia oculta del Satanismo recorre la historia de la adoración del maligno sin prejuicios, sin censurar nada y sin ponerse por sistema de parte de uno de los bandos, mostrando así que el problema del satanismo, históricamente contemplado, es más complejo de los que parece. Parte de la brujería ancestral y de su dominio de las hierbas para lograr estados alterados de conciencia, ese saber es transmitido oralmente y escapa al control de la Iglesia. Narra también la historia de los pactos con Satán, las diferentes formas en las que hombres deseosos de medrar han vendido su alma, o alguna otra cosa, al maligno. Desde el aséptico contrato hasta los sacrificios más horribles que se pueden imaginar las fórmulas son diversas, pero todas han llegado hasta nuestro siglo. La labor de investigación de Santiago Camacho es tremenda, y gracias a esa labor infatigable, el autor consigue llevarnos al centro de un aquelarre, conoceremos gracias a él toda la simbología luciferina pero también la irracional y cruel persecución que sufrieron los practicantes de magia negra o, simplemente, las mujeres que conocían los secretos de las plantas. En un estilo neutral, informativo y ameno consigue dejarnos estupefactos con las atrocidades que se cometieron en nombre de Lucifer pero también en nombre de Dios.

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Historia oculta del SATANISMO

Historia oculta del SATANISMO

La verdadera historia de la magia negra desde la antigüedad hasta nuestros días

SANTIAGO CAMACHO HIDALGO

 

 

 

Colección: Investigación abiertawww.nowtilus.com

Título: Historia oculta del satanismo

Subtítulo: La verdadera historia de la magia negra desde la antigüedad hasta nuestros días

Autor: © Santiago Camacho Hidalgo

© 2006 Ediciones Nowtilus S. L. Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 - Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: Rodil&HerraizDiseño y realización de interiores: JLTV

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN 13: 978-84-9763-348-2

Libro electrónico: primera edición

ÍNDICE

Prefacio

Capítulo 1. Magia negra

Capítulo 2. Los curas de Satán

Capítulo 3. Fuego infernal

Capítulo 4. Primeros pactos

Capítulo 5. Los Papas de Satán

Capítulo 6. Fausto

Capítulo 7. Magia sexual

Capítulo 8. El diablo

Capítulo 9. Sacrificios de sangre

Capítulo 10. El pacto

Capítulo 11. Sectas satánicas

Epílogo

Bibliografía

Prefacio

Escribir un libro como este en el mundo de comienzos del siglo XXI, dominado por la dictadura de lo “políticamente correcto”, es una provocación. Hablar de las relaciones del hombre con el Maligno, con el gran tentador, siempre ha sido nadar contra corriente, aunque ha atraído tanto o más como ha sido rechazado. La fascinación del hombre hacia el mal es uno de los más antiguos compañeros de viaje de la humanidad. Sería muy simple volcar en nuestro trabajo los mismos arquetipos manidos y chauvinistas que generalmente se han manejado respecto a este tema. Sin embargo, pretendemos ir un poco más allá y vamos a intentar analizar la relación del hombre con los conceptos del bien y del mal como una lucha desesperada del ser humano por encontrar su puesto en un Universo que a duras penas alcanza a comprender.

La existencia de los pactos con el Diablo a lo largo de la Historia nos llevará a adentrarnos en extrañas disquisiciones filosóficas sobre la naturaleza de Dios, el libre albedrío, el bien y el mal, el sufrimiento o el alma como un atributo susceptible de ser vendido a cambio de algo. Esto último no debería sorprendernos demasiado, pues el hombre casi siempre termina siendo, de una manera u otra, una propiedad que se vende o se alquila en función de las circunstancias y, en última instancia y siempre según los dictados de la religión, todos pertenecemos a Dios.

En el terreno espiritual hay dueños, guardianes y pastores del rebaño llamado humanidad. Afortunadamente, el ser humano también cuenta con algunos amigos que, según la mitología, miran nuestra causa con cierta simpatía y desean que disfrutemos de un mayor poder y autonomía. El mito de Prometeo es un buen ejemplo de una fuerza que quiere que el hombre sea inteligente en lugar de ignorante. El dios de Prometeo (Zeus), por otro lado, quiere conservar al hombre ignorante, esclavo de su superstición y su estupidez. Prometeo es, por tanto, un divino, un “Lucifer”griego que no duda en alzar su mano contra el dios padre. Esta es la clave de la historia: el rebelde (Prometeo, Lucifer) no es enemigo de la humanidad, sino del dios de la humanidad y, tras la horrible faz con la que se le ha pretendido dibujar, esconde una esperanza de liberación respecto a la esclavitud que supone la obediencia incondicional a un Dios todopoderoso.

Un mito similar se repite en el “Jardín” de la historia del Edén. La Serpiente (a menudo identificada con el Diablo)tienta a Eva para que coma del Árbol del Conocimiento y se convierta en un ser de naturaleza divina. La “caída” es en realidad una iniciación en toda regla donde la Serpiente vuelve a ocupar el papel de Prometeo y otorga a la humanidad el conocimiento que Dios le ha negado.

La tradición judeocristiana contempla al hombre como una propiedad, como el rebaño de Dios. El tentador no hace sino llamar a la insurrección, a la desobediencia al amo. No en vano, los reyes (y algún que otro dictador) han gobernado tradicionalmente “por la gracia de Dios”, intentando establecer en la Tierra un fiel reflejo del orden jerárquico que reinaba en los cielos. No es de extrañar que la Revolución Francesa o la Guerra de la Independencia estadounidense causaran una honda turbación no solo política, sino también espiritual, y que fuesen calificadas desde los púlpitos como actos satánicos, ya que lo que se estaba cuestionando era un sistema social que en última instancia emanaba de los cielos, y las cabezas que rodaban no eran otras que las de aquellos que la gracia de Dios había designado como guardianes del divino rebaño. El Diablo, el Mal, le dice al hombre que no obedezca a su amo, le incita a seguir su propio camino.

LUCIFER

El nombre de Lucifer significa ‘portador de luz’, algo que encaja a la perfección en su papel prometeico. Al principio era un ángel bello y poderoso que más tarde se erigió en líder de la rebelión en el cielo contra la autoridad de Dios. Por su pecado de desobediencia, Lucifer fue desterrado a los infiernos, junto a aquellos ángeles que le habían seguido durante la guerra. En su nueva condición, su nombre pasó a ser Satán.

El poeta inglés Milton se convirtió en valedor de la imagen más romántica de este personaje. En su obra épica El Paraíso Perdido hace que Lucifer declare a sus compañeros caídos en desgracia unas palabras respecto a las que es casi imposible no sentir cierta simpatía:

» Nuestra dicha consiste,

» No en la naturaleza del externo

» Lugar a que la suerte nos destina, » Sino en la voluntad. Esta divina

» Facultad, lisonjeando nuestro triste

» Corazón, y calmando sus dolores,

» En placeres convierte los horrores.

» Guarde su cielo, pues, nuestro enemigo,

» Que a su corte servil anteponemos

» Reinar en este abismo, a cuyo abrigo

» La dulce libertad conservaremos.

La opinión de Milton es que Lucifer es un héroe trágico porque, hasta en la derrota, mantiene su orgullo y sus principios, lo cual es una perspectiva muy moderna sobre el Diablo. Esta visión tiene evidentes matices de nósticos. La creencia de éstos era que el conocimiento y la libertad son lo que realmente nos otorga la condición de humanos, y que cualquier autoridad que nos impida conocer nuestra verdadera naturaleza o escoger nuestro propio destino es mala, no importa como esta se caracterice. Desde la perspectiva nóstica, los ángeles eran esclavos antes de la rebelión en el cielo, ya que ellos nunca cuestionaron sus acciones o las del mismo Dios, al igual que Adán y Eva eran esclavos en el Jardín de Edén y hacían lo que se les decía sin preguntarse si era bueno o malo.

LOS DOS ROSTROS DEL DIABLO

Así pues, nos encontramos con dos imágenes de Lucifer claramente diferenciadas: un demonio horrible que habita en el infierno y devora a las almas malditas, y un rebelde valeroso que sufre tormento eterno porque nunca se rendirá a la regla arbitraria impuesta por el Todopoderoso. El segundo es más pagano que cristiano y casi con seguridad es aquel al que claman quienes quieren establecer un “pacto con el Diablo”.

La desobediencia y el orgullo son los dos pecados fundamentales de Lucifer. De hecho, desde un punto de vista religioso, no existe pecado que no pueda ser reducido a un acto de desobediencia, de negativa a acatar la ley divina.

Desde niños, la escuela y nuestros propios padres nos enseñan a obedecer sin objeción. La actitud de obediencia se implanta así profundamente cuando el niño tiene siete años, antes de que el pequeño desarrolle su capacidad de tener una voluntad propia. Estos atavismos adquieren tal arraigo que, en muchos casos, niños y adultos defenderán con pasión argumentos contra su propia libertad. Cuando el niño alcanza la adolescencia, edad de la rebeldía por excelencia, cualquier acto opuesto a su adoctrinamiento social es visto por los adultos como peligroso e irrespetuoso. La mayoría de los adolescentes abandona su conducta rebelde cuando alcanza la veintena. Los impulsos rebeldes de aquella “edad difícil” han sido convenientemente aplastados y gracias a ello empiezan a tener un sitio en la sociedad de los adultos. Y así, cuando sus propios hijos nacen, parecen sufrir una absoluta amnesia respecto a sus propios sentimientos y experiencias de la niñez. Como padres, inculcan a sus hijos las mismas creencias y actitudes con las que ellos mismos fueron adoctrinados. Aunque cada generación introduce algunos cambios en el programa básico, la actitud primaria de obediencia y conformidad permanece intacta. Generación tras generación se implantan los mismos valores sociales. Si fuéramos plenamente conscientes del alto grado de similitud de las pautas que llevamos implantadas desde la más tierna infancia, muchos nos horrorizaríamos hasta el punto de sufrir una severa crisis de identidad.

Llegados a este término, muchos lectores comenzarán a plantearse que todas estas disquisiciones están muy bien a nivel teórico, pero que aquí vamos a tratar de algo que, de una forma u otra, está relacionado con el mal. Aún así, consideramos correcto hacer algunas puntualizaciones previas al respecto.

Durante toda la historia de la humanidad, el hombre ha estado luchando contra las fuerzas de mal para conseguir la salvación de su alma. Llegado el siglo XX, los adeptos al movimiento New Age describirán esta situación como “la Luz” (la Verdad) contra “la Oscuridad” (la Ignorancia). Hemos sido educados con el concepto de que ciertas cosas son consideradas Buenas y las demás son Malas (o que el Diablo intenta tentarnos para que recorramos sus caminos de perdición). El problema con la definición de estos conceptos es que cada religión o filosofía de vida parecen tener su propio significado para cada uno de ellos. Lo que puede ser un mal increíble para uno de nosotros, perfectamente podría ser aceptado por otra persona como algo completamente natural. Tal vez la clave se encuentre en aportar una perspectiva alternativa al aparente conflicto de estas dos fuerzas. Bien y Mal no existen, son una ilusión, una creación de la mente del Hombre, lo que C. G. Jung habría llamado un arquetipo (símbolos a los que acudimos los seres humanos para definir nuestra realidad).

BUENOS Y MALOS

En el campo que nos ocupa –el de los ángeles y los demonios– el hombre no ha dudado un instante en aplicar esta creación humana para calificar a seres no humanos, cuyas acciones y motivaciones deberían quedar por entero fuera de nuestro entendimiento. No importa que no tengamos “prueba” científica alguna de su existencia.

En muchas ocasiones conceptuamos objetos, seres y experiencias como buenos o malos simplemente en función de lo que nos perturba y lo que no, o de nuestra propia educación social. Así, bueno y malo se convierten en la expresión de un deseo de bienestar o un estado físico-psíquico emocional determinado y positivo.

Si todo fuera fácil, si obtuviéramos todo lo que queremos, entonces nos resultaría tremendamente fácil creer en la bondad intrínseca del universo. Si nos sentimos frustrados o heridos, solemos echar la culpa de nuestras penurias al mal que inmisericorde reina en el universo. Ambos sentimientos son necesarios y los dos son mentira.

Por desgracia, nuestro conocimiento del mundo espiritual solo puede realizarse a través de nuestras limitaciones humanas, mirando el entorno a través de nuestras propias lentes, que distorsionan la realidad para hacerla comprensible a nuestro entendimiento. Así es como nace este demonio perverso, con cuernos y rabo que nos atemorizaba de pequeños.

Gran parte de la cristiandad, junto con muchas otras religiones, creen que hay un ser o un monstruo que es el autor de los problemas que existen en el mundo y en nuestras propias vidas, aparte de ser responsable de los pecados que cometemos. La Biblia enseña claramente que Dios es todopoderoso. La teología llegó hace mucho a la conclusión de que el pecado es algo ajeno a la naturaleza de los ángeles. Si damos crédito a estas autorizadas fuentes, es imposible que haya un ser sobrenatural en este universo que se oponga al dios todopoderoso. Si creemos que existe tal ser, entonces estamos cuestionando seriamente la supremacía de Dios. Los evangelios nos dicen que Jesús destruyó al diablo con su muerte; sin embargo, a la humanidad le ha venido tradicionalmente muy bien la existencia de una figura que pudiera cargar con sus culpas.

LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO

Hablar de dioses y diablos como buenos o malos es una simple declaración de nuestras reacciones ante lo que nosotros creemos de las expresiones de su existencia.

La raíz de la problemática del bien y el mal se encuentra en la omnipresencia del sufrimiento. No olvidemos que el sufrimiento de uno u otro tipo es la razón última que se encuentra tras la inmensa mayoría de las crisis existenciales.

Sufrir es una de las manifestaciones más genuinas del género humano. La carne es débil, el mundo es demasiado duro. Inventar explicaciones sobre nuestro sufrimiento es un narcótico que ha seducido a la humanidad desde lo más profundo de la noche de los tiempos. Cada explicación consigue liberarnos de una parte del tremendo peso que supone la responsabilidad respecto a nuestro propio sufrimiento.

Añoramos el Jardín del Edén, el mítico lugar en el que no sufríamos y que perdimos por culpa de nuestra curiosidad, que nos hizo anhelar la inmortalidad, un objetivo que aún hoy no hemos abandonado. La curiosidad es la maldición del hombre, la que nos supuso la expulsión del paraíso. Ser curioso es desobedecer. La curiosidad es la característica fundamental de los recién nacidos y una cualidad frecuentemente asociada con el peligro y el mal. Llama la atención comprobar cómo los humanos nos volvemos menos curiosos según nos hacemos más viejos. No existe ninguna razón fisiológica para ello. Es simplemente que, al hacernos más acomodaticios, al seguir el camino trazado, nuestra curiosidad fallece de inanición. “La curiosidad mató al gato”, se suele decir, pero se debería dar la vuelta a esta frase y afirmar que el deseo de seguridad mata a la curiosidad y, de rebote, a lo mejor del espíritu del hombre.

En esta consideración de la curiosidad como un atributo diabólico radica el secular conflicto que ha existido entre la religión y la ciencia a lo largo de la historia registrada. Los que creen en Dios, o los dioses, afirman que la ciencia es malvada. La ciencia, dijeron a la gente, era una entrada sin autorización en el reino de la deidad. Tened fe en Dios, dijeron. Que nadie tenga ningún deseo de saber más sobre el mundo que lo que Dios ha hecho evidente. Pero la gente no quería mutilar de raíz su curiosidad. ¿Acaso era este un impulso impío? No debía serlo, puesto que Dios los había hecho a su imagen y semejanza, con capacidad de preguntar y razonar. Sin embargo, el ascenso de la Iglesia como institución no hizo sino forzar la polaridad que separa estas dos manifestaciones de la cultura humana. La ciencia ha podido florecer gracias a que a lo largo de su historia ha hecho caso omiso en su trabajo a la idea del dios o la religión. La polarización resultante ha extendido un enorme abismo entre estos dos reinos del pensamiento. Los científicos no creen en nada que no pueda ser probado. La gente religiosa no cree en nada que no esté escrito en sus libros sagrados. La dicotomía resultante no hace sino lastrar el progreso de la humanidad.

SUFRIMIENTO Y VIDA

La curiosidad y la rebelión son la base del ser humano. Es por ello que se nos enseña a obedecer; porque lejos de ser algo natural, es algo que tiene que ser impuesto mediante el adoctrinamiento.

El sufrimiento es uno de los mecanismos de control más potentes que existen. Las pólizas de seguros son invención de aquellos que saben hasta qué punto los humanos desean controlar el sufrimiento. De hecho, es tan importante para nosotros que aquellos espíritus independientes que deciden salirse del camino trazado son amenazados con el infierno, que no es otra cosa que una eternidad de sufrimiento. Sin embargo, eludir el sufrimiento es eludir la vida. No hay forma de escapar de él, no mientras estemos en este lugar que no en vano ha sido definido como “valle de lágrimas”. Algunos intentan huir, otros lo soportan, otros reaccionan con ira. A lo largo de nuestras vidas son diversas las formas que tenemos de afrontar nuestro sufrimiento.

Sufrir es el fundamento de la creatividad (¿se ha preguntado por qué los grandes genios suelen tener esas biografías tan terriblemente desgraciadas?). Sufrir con dignidad es un atributo destinado a los seres humanos extraordinarios.

La sociedad moderna enfatiza mucho la conveniencia, el confort y el evitar el dolor y las pruebas inevitables de la vida. Cuando algo terrible sucede en nuestro trabajo, en nuestra familia o con nuestra salud, tendemos a enojarnos con Dios o a maldecir nuestra mala suerte, en vez de aprender de nuestra experiencia, adquirir sabiduría, fortaleza y valor ante la vida.

No parece del todo cierta la idea de que todos los humanos vivimos en un valle de lágrimas, donde todos suspiramos “gimiendo y llorando”. Muchas personas disfrutan a lo largo de su vida de múltiples goces y se sienten satisfechas de su existencia. Sin embargo, difícilmente podría encontrarse una sola que, tarde o temprano, no haya tenido días de angustia y sufrimiento. Algunos seres humanos incluso parecen haber nacido para el padecimiento; sus males tienen apariencia de crónicos.

Lo normal es vivir períodos más o menos largos de relativo bienestar y, de pronto, vernos azotados por circunstancias, físicas o morales, intensamente dolorosas: una enfermedad grave, propia o de algún ser querido; la perspectiva de una operación quirúrgica de alto riesgo; un accidente de circulación que ha costado la vida al hijo, al hermano, al amigo, o los ha dejado penosamente lesionados para el resto de su vida; el hijito nacido con importantes deformaciones o minusvalías; la persona amada cuya vida va extinguiéndose paulatinamente bajo los efectos irreversibles del cáncer, de la enfermedad de Alzheimer, etc.; la situación de desamparo en que vive una mujer con sus hijos, abandonados despiadadamente por un esposo y padre egoísta; la aflicción causada por el desempleo, la penuria, el fracaso reiterado en todos los intentos de abrirse camino honradamente en la vida, los males causados por las injusticias y la agresividad de los hombres: opresión, guerras, torturas, violaciones, o por enfermedades mentales como alcoholismo, drogas, SIDA….

COMERCIANDO CON LOS ESPÍRITUS

Con tal cúmulo de miserias acechando en todas las esquinas, no es de extrañar que algunos espíritus intrépidos se decidieran por buscar un atajo, una trampa legal que les permitiera sustraerse de esta cadena de sufrimiento. A fin de cuentas, si el diablo es el responsable de los males del mundo, tal vez haya una posibilidad de negociar con él. Estas personas llegaron a la conclusión de que comerciar con un espíritu para conseguir lo que se necesita es una opción más eficaz y sensata que rezar para intentar llegar al mismo objetivo.

Hay una diferencia significativa entre orar y comerciar. Durante la oración, el ser humano tiende a hacer promesas que luego resulta difícil que cumpla. A menudo estas promesas toman la forma de buenos propósitos de enmienda. Así, la oración típica consiste en el “sacrificio” de un “mal” para obtener algo. Normalmente las personas son incapaces de dejar su vicio para obtener las gracias de Dios así que semejantes tratos tienen muy pocas posibilidades de prosperar.

Comerciando hay un intercambio de algo tangible por algo tangible. La persona quiere algo y el espíritu quiere algo a cambio. Se hace un trato. Este tipo de intercambio es a menudo lo que hace del pacto algo detestable a ojos de las personas religiosas. La idea de comerciar con Dios o los demonios es aborrecida por ellos, aunque eso es exactamente lo que hacen cuando oran. Las diferencias parecen ser de actitud y viabilidad. Orando, una persona ruega. En un pacto mágico la persona comercia, soborna, amenaza e, incluso, ordena.

PACTAR CON EL DIABLO

Uno de los aspectos más interesantes de la satanología es el tema recurrente de los seres humanos que hacen un pacto con el diablo. La leyenda de Fausto es la más conocida de estas historias. En el intercambio por su alma, Satán concederá abundancia o juventud por un tiempo especificado. En la mayoría de las versiones de la historia, Fausto engaña al diablo y evita el pago. En la versión original del mito, el diablo mutila y mata a Fausto como liquidación del contrato.

Las versiones más extendidas de esta historia ven las transacciones con los espíritus como un intercambio del alma por algo tangible. Pero la mayoría de las veces los espíritus no están interesados en las almas. Satanás ya “tiene” sus almas. Los espíritus, como los seres humanos, están sedientos de aplauso, alabanza y atención. Por ejemplo, el humano que hace el trato promete al demonio de turno la edificación de un templo en su honor, o escribir un libro sobre él o dedicado a él. Dejo a la imaginación del lector suponer qué favores se estarán pagando a través de estas páginas.

Los espíritus quieren notoriedad, mientras que los humanos quieren poder y ciertos favores especiales. Así, lo que se establece es una relación simbiótica entre los espíritus y el hombre.

En este libro hablaremos de los pactos con el Diablo desde una perspectiva histórica, psicológica y, como no, práctica. Hemos recurrido a fuentes muy diversas, muchas de ellas apartadas de la doctrina tradicional del satanismo y la demonología, por lo que algunas de las cosas que expondremos resultarán novedosas e, incluso, polémicas. De hecho, la conclusión fundamental a la que podremos llegar es que los pactos con el diablo no son una rareza medieval propia de los delirios de mentes supersticiosas de otros tiempos, sino una práctica completamente vigente y mucho más extendida de lo que cualquiera de nosotros pudiera suponer.

La idea del pacto o trato es tan antigua como el mismo hombre. Casi todos los humanos hacen algún tipo de promesa a los seres superiores, negocian, intercambian…

A diferencia de los animales, humanos y “dioses”hacen y rompen promesas de descanso. El pacto implica la asunción de que uno tiene el poder de cumplir lo pactado. Así, cada trato es el acto de orgullo y cada promesa una mentira potencial. De hecho una de las advocaciones de Satán lo califica de “Príncipe de las Mentiras”.

Las promesas, pactos, tratos y convenios son en sí mismos un acto de fe. En la tradición judeocristiana, la educación de los niños incluye el aprendizaje desde la más corta edad de la técnica para realizar este tipo de promesas a Dios. Incluso aquellos que se declaran ateos hacen tratos de vez en cuando con las fuerzas de lo invisible. Pactos y tratos son establecidos en casi cada relación imaginable. La fe en las promesas es uno de los pilares en los que se sustenta la civilización.

MERCADO LIBRE

El Pacto con el Diablo es un símbolo de la libertad del hombre, una situación de mercado libre en la que el hombre opera en términos de “igualdad” con sus –teóricos– superiores del mundo espiritual. Es un comercio honrado en el que el hombre intenta influir en el universo para obtener un beneficio honesta y abiertamente, algo de lo que el mismo Prometeo se sentiría orgulloso. ¿Es este el Dios-hombre del que tantos intelectuales han estado hablando durante los últimos cien años?

Hacer un pacto con el Diablo o cualquier otro espíritu es negociar para obtener beneficio. No debemos extrañarnos pues de que el pacto tenga tan mala fama, ya que nos encontramos ante un acto reprobable ante los ojos de la Iglesia y de la sociedad. El que se decide a establecer el pacto, rechaza los medios convencionales e ignora la presunta ayuda y autoridad de los próceres de la comunidad. Liberándose de la influencia de las autoridades, el hombre se convierte en libre y peligroso.

Los pactos con los espíritus requieren trabajo y esfuerzo y no deben hacerse frívolamente. A menudo es más fácil usar medios convencionales para conseguir lo que se desea. Sin embargo, cuando estos medios han sido agotados, el pacto proporciona un sentimiento de poder que mitiga la impotencia, y frecuentemente es suficiente en sí mismo para hacer que el hombre se sobreponga a los obstáculos de la vida.

Da igual que no se crea en ello porque, como la inmensa mayoría de las liturgias, el pacto no es sino un psicodrama, un nuevo programa a introducir en nuestro ordenador mental que puede desatar insospechadas capacidades ocultas. No hay que seguir un ritual determinado al pie de la letra. Solo hay que entrar en el juego, que nos permitirá observar cómo funciona nuestra mente, y nos dará una oportunidad de oro para romper definitivamente con el “Condicionando” y lavado de cerebro de nuestra niñez. Por supuesto, existen riesgos que cada uno debe sopesar. En el peor de los casos, nuestros puntos de vista sobre muchas cosas pueden variar drásticamente. Quién sabe; incluso es posible que se cumpla alguno de sus deseos. La pregunta es: ¿está usted realmente dispuesto a pagar el precio?

Capítulo 1

MAGIA NEGRA

La práctica de la magia es el corazón de la tradición esotérica europea. La palabra “magia” proviene del término Magi, sacerdotes de la dinastía persa de los Sasánidas (224 - 729), –aunque su historia se remonta a los mismos orígenes de la cultura Aria en los desiertos de Irán–. Los Magi eran famosos y admirados por su sabiduría, así como su capacidad para realizar milagros (“magia”). Los entrañables Reyes Magos del mito de la Natividad cristiana eran Magi, de manera que fue el cristianismo quien introdujo la palabra “magia” en nuestra lengua.

El chamanismo (la religión tribal siberiana utilizada por los antropólogos para ejemplificar cómo surge la religión en las culturas) unificó las funciones de sacerdote, mago, profeta, adivino y sanador en un solo papel, el del chamán tribal. Según las sociedades se hicieron progresivamente más grandes y más complejas, las funciones sociales del chaman llegaron a ser generalmente más importantes que sus funciones mágicas. Esto condujo a menudo a una ruptura entre los sacerdotes “exotéricos”, que celebraban ritos como matrimonios y entierros, y los magos “esotéricos”, que sobrevivieron como sanadores y brujos. Después de esta ruptura, es común encontrar que el sacerdocio se convierte en “ortodoxia”, con un sistema convenido de reglas religiosas. La necesidad del contacto directo con deidad o deidades disminuye hasta casi extinguirse, pues cualquier nueva revelación divina puede trastornar el orden establecido. Es por esta razón que los sacerdotes ortodoxos organizan a menudo cruzadas contra sus contrapartes “heterodoxas”, cuya función como magos requiere por lo general del contacto directo con la divinidad.

En la cultura europea, la tradición mágica de los pueblos célticos, de los nórdicos y de los antiguos sajones sobrevivió hasta épocas relativamente recientes, a pesar de la represión salvaje de las autoridades eclesiásticas cristianas, cuya religión ya se había convertido en ortodoxa y exotérica en la época de su difusión por estos lares. Aparte de algunos focos de conversión obtenidos por misioneros especialmente eficaces, el cristianismo fue adoptado en primer lugar por los reyes y la nobleza, probablemente por razones más prácticas que espirituales. Como resultado de esto, las prácticas tradicionales se fueron alejando de los centros de poder, restringiéndose su influencia a los distritos periféricos de los distintos reinos. Es por esta razón que la supervivencia de la magia precristiana se asocia a menudo a los entornos rurales más alejados. El término “pagano” se refería originalmente a cualquier aldeano, ya que viene de la raíz latina “paganus”, que significa “rústico” o “pueblerino”. Desde los años 50, ha habido cierto número de tentativas para restablecer las prácticas, religiones y magia de los tiempos paganos, siendo la más notable la llamada Wicca, un sistema religioso que ha recopilado muchas de estas tradiciones.

Pintores de todas las épocas han sido cautivados por el poder del diablo, y ello se ha visto en sus magníficas creaciones, como este detalle de la obra de Alberto Durero “La bajada de Cristo a los infiernos”.

VUELVE EL ESOTERISMO

En el siglo XVI surgió un renovado interés por la exploración de las ramas esotéricas de la cristiandad (la tradición Rosacruz), el judaísmo (la Cábala) y el Islam (sufismo). Esta inspiración fue en gran medida el caldo de cultivo que propició la creación de la Sociedad Teosófica, fundada en 1875 por Helena P. Blavatsky, Judge y Olcott. A pesar de que la sociedad estaba imbuida de un aire inequívocamente orientalista, supuso también un despertar en el interés hacia manifestaciones espirituales más genuinamente europeas, en particular la tradición rosacruz, el esoterismo cristiano y el paganismo céltico. La profundización en estos terrenos fue lo que llevó a dos masones británicos, S. L. MacGregor Mathers y W. W. Westcott, a fundar la Orden Hermética del Amanecer de Oro (Golden Dawn) en 1888. Esta se convirtió indudablemente en la influencia más significativa de la magia ritual del siglo XX, siendo sus técnicas y filosofía la base de la que han surgido una variedad casi infinita de adaptaciones. Quizás el iniciado más famoso la Golden Dawn fuera Aleister Crowley, cuyos numerosos escándalos y su calificación por parte de los tabloides como “satanista” y “mago negro” le hicieron obtener notoriedad internacional. En los años 40 Crowley desarrolla la llamada “Magia Thelémica”, que funde la tradición de la Golden Dawn con elementos herméticos, tántricos y egipcios, dando un paso más en la tendencia hacia el sincretismo esotérico comenzada por la propia Golden Dawn y la sociedad Teosófica. Su Magia en teoría y práctica sigue siendo uno de los textos definitivos sobre el tema.

En 1921, Margaret Murray publicó un libro enormemente influyente, La religión de las brujas en Europa occidental, que fue seguido 10 años más tarde por El dios de las brujas. En estas obras, la autora se hacía eco de la existencia de una religión paneuropea que sobrevivió hasta la Edad Media en forma de brujería. En 1948, las circunstancias para que se diera un renacimiento del paganismo europeo se vieron fortalecidas por la publicación de La diosa blanca, un impecable tratado antropológico salido de la pluma de Robert Graves, quién más tarde alcanzaría fama mundial por la adaptación televisiva de su novela Yo, Claudio. Parece probable que estas fuentes formaran la base para la moderna restauración de la brujería conocida como Wicca, que comparte la visión de la brujería como culto paneuropeo basado en la adoración de un dios solar provisto de cuernos (Murray) y una diosa lunar con tres manifestaciones diferentes (Graves). La Wicca (que toma su nombre de una palabra celta que significa “sabiduría”) aparece en 1953, cuando es mencionada por primera vez en el libro Brujería hoy, de G.B. Gardner. A pesar de que muchas de las teorías históricas en las cuales se basa han caído en la actualidad en el descrédito, la Wicca es indudablemente la inspiración principal que se encuentra tras el enorme ímpetu que está adquiriendo el movimiento neopagano, y sigue siendo uno de los sistemas más influyentes de la cultura mágica occidental.

MAGIA PSICODÉLICA

En los años 60 los hippies, el LSD, y el ascenso de la cultura alternativa proporcionaron nuevos públicos para las ideas y las prácticas mágicas. Aquella época supuso también el ocaso casi definitivo de la magia thelémica y de las tradiciones de la Golden Dawn. El estallido psicodélico apadrinado por Timothy Leary y la cultura de la droga trajeron un nuevo ímpetu experimentador, mientras que la sofisticación de la tecnología de información y el estudio de la antropología aportó crecientes oportunidades para la síntesis de diversas tradiciones religiosas. En 1978, un gurú tántrico llamado Mahendranath creó AMOOKOS, la Orden Arcana y Mágica de los Caballeros de Shambhala. Esta organización trabajaba con un sistema mágico desarrollado por Michael Magee, que sintetizaba las tradiciones tántrica y thelémica en una serie de prácticas y rituales separados por grados. En 1991, Mahendranath murió y la secta se desmembró en diversos grupos de los que el más influyente es el conocido como Garuda Gana.

El miedo a lo demoníaco se vio reflejado en tratados míticos como el Malleus maleficarum y otros, todo un referente en la caza de brujas y en la lucha contra las fuerzas satánicas.