Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España - Bernal Díaz del Castillo - E-Book

Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España E-Book

Bernal Díaz del Castillo

0,0
2,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Gracias a su obra magna Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo ha pasado como uno de los exploradores y conquistadores españoles de América más importantes que participó de la mayoria de las jornadas de la conquista de Mexico. El volumen ha permitido, además conocer con exhaustivo detalle su historia, la de sus acompañantes y la realidad que se encontraron al otro lado del Atlántico en el siglo XVI. Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Cada página es un retrato pintoresco plagado de detalles. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 348

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Bernal Díaz del Castillo

Historia Verdadera de la

Conquista de la Nueva España

1a edición

Sumario

PRESENTACIÓN

HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA

PRESENTACIÓN

Sobre el autor y su obra

Según los historiadores, el conquistador y cronista español, Bernal Díaz del Castillo, nació en Medina del Campo (Valladolid) entre finales de 1495 y principios de 1496.

Durante su adolescencia, no fue demasiado provechoso en los estudios, aunque sí tuvo consciencia del don que tenía para la prosa y las armas. Ambas pasiones se fusionaron en sus lecturas, y sus crónicas daban buena muestra de su afán por las novelas de caballerías y los personajes clásicos de guerras históricas.

Gracias a su obra magna Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Días del Castillo ha pasado como uno de los exploradores y conquistadores españoles de América más importantes. El volumen ha permitido, además conocer con exhaustivo detalle su historia, la de sus acompañantes y la realidad que se encontraron al otro lado del Atlántico en el siglo XVI.

A punto de cumplir 20 años, en 1514, su espíritu aventurero y su formación militar le impulsaron rumbo hacia América. Los indicios históricos más coherentes apuntan que la primera expedición a la que se sumó fue la de Pedro Arias Dávila, un año antes nombrado primer gobernador de Castilla del Oro.

De la conocida como Tierra Firme, Bernal Díaz del Castillo zarpó hacia Cuba, donde gobernaba Diego Velázquez de Cuéllar. Hasta 1519, participó en sendas expediciones, encabezadas por Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva.

Ya en 1519 tuvo la opción de embarcar en la que sería su tercera expedición en América. Entre los alistados, figuraba el nombre de Hernán Cortés, que resultó elegido capitán. La sabida cercanía de Díaz del Castillo con el líder de la conquista de México provocó, siglos después, que algunos detractores de su obra, como el caso de Christian Duverger en 2013, atribuyesen la autoría a Cortés.

Con Cortés al mando, los españoles fundaron, en abril de 1519, Villa de la Vera Cruz, una de las primeras ciudades de América continental fundada por europeos. La expedición culminó con la conquista de México y la caída del imperio azteca. De Moctezuma, Díaz del Castillo llegó a escribir, admirado:

«(…) todos estos señores, ni por pensamiento le miraban a la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato».

Con los años, su experiencia, sus contactos y sus viajes a España para dar cuenta de sus crónicas, le permitieron obtener cédulas reales, beneficios familiares y encomiendas en los pueblos guatemaltecos de Sacatepéquez, Joana gazapa y Mistlán. Guatemala sería, desde 1541 hasta su muerte, su lugar de residencia. Allí convivió con Angelina, de origen indio y madre de su primer hijo, antes de contraer matrimonio con Teresa Becerra. Esta trajo al mundo a un total de nueve hijos. De entre ellos destacaron Francisco, a quien Díaz del Castillo legó el manuscrito de su obra, y Pedro, que llegó a ocupar un puesto en la administración real en Guatemala.

Sus últimos viajes a España no estuvieron exentos de interés, pues, además de difundir la presencia española en América, quería conseguir beneficios para el matrimonio de sus hijas e influir en el reparto de encomiendas en América. A cambio, ofrecía un testimonio escrito reservado para plumas de alto nivel. Primero, como archivo de cartas dirigidas en 1552 al Emperador Carlos I de España y, a partir de 1558, envió también las misivas al rey Felipe II y a Fray Bartolomé de las Casas. Al no recibir la respuesta deseada, Díaz del Castillo empeñó sus líneas en un «memorial de guerras». En sus páginas recogió todas las hazañas de los soldados españoles, también reconoció la valentía de los indígenas en su defensa y aprovechó para presumir de su participación en, según su versión, 119 batallas.

La obra titulada Historia Verdadera de la conquista de Nueva España no está exenta de polémica. En 1568, Díaz del Castillo reconoció tener una versión final de la obra. Sin embargo, la primera copia que llegó a España fue en 1575. Y, para más incertidumbre cronológica de los historiadores, algunos insisten en que hasta 1577 continuó proporcionando datos biográficos que se incluyeron en la obra. En cualquier caso, Historia Verdadera de la conquista de Nueva España terminó siendo una obra póstuma. Bernal Díaz del Castillo falleció en Guatemala, en febrero de 1584. La edición no se publicó hasta el año 1632.

En la actualidad, tanto en Guatemala como en Medina del Campo, se conservan dos monumentos en memoria de Bernal Díaz del Castillo.

Sobre la obra

Capa original

La Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España es una obra de Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los soldados participantes en la mayoría de las jornadas de la conquista de México en el siglo XVI.

Los biógrafos de Díaz del Castillo coinciden en que 1568 fue la fecha de la conclusión del manuscrito. Una copia manuscrita llegó a España en 1575 ( 7 años después) (en el siglo XVI era habitual la circulación manuscrita de las obras), la cual sirvió de base a la primera edición impresa, que fue publicada póstuma en 1632; de ella existen dos ediciones diferentes en la que consta el año 1632 en portada, pero solo una fue impresa "verdaderamente" en ese año, aunque con dos variantes de estado (que no de edición); la segunda es una falsificación o edición contrahecha que imita la primera variante de estado y fue hecha a finales del siglo XVII o principios del XVIII, aunque muchos siguen considerando la primera edición.

La auténtica primera lleva una portada calcográfica de Juan de Courbes y sus dos variantes o estados, según fundamenta el estudio tipo bibliográfico exhaustivo de Carlos Fernández González, se distinguen en que una cuenta con un capítulo final que no tiene la otra y corrige dos erratas tipográficas (en la signatura y en el año de apostilla marginal en el f. 251v), además de otros rasgos diversos.

Es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Cada página es un retrato pintoresco plagado de detalles. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

Cada uno de los doscientos catorce capítulos se convierten en una vivencia para el lector. Como muestra de la sencillez de su estilo, Bernal narra un asombroso fragmento de cuando los españoles entraron por primera vez a la ciudad de México:

«Luego otro día partimos de Estapalapa, muy acompañados de (...) grandes caciques, íbamos por nuestra calzada adelante, la cual está ancha de ocho pasos, y va tan derecha a la ciudad de México, que me parece que no se torcía poco ni mucho, y puesto que es bien ancha toda iba llena de aquellas gentes que no cabía, unos que entraban en México y otros que salían, y los indios que nos venían a ver, (...) estaban llenas las torres y los cués [templos] y en las canoas y de todas partes de la laguna, y no era cosa de maravillar, porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros».

Sin embargo, no fue precisamente el hecho de dar a conocer las hazañas de los españoles en un libro de aventuras lo que motivó a escribir su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cuarenta años más tarde. El verdadero móvil fue el de nunca sentirse bien retribuido en premios (tierras e indios) y recompensas a sus múltiples méritos. Su Historia Verdadera es una desmesurada relación de méritos en la conquista de la Nueva España. Hace hincapié en la poca gloria que dejó Hernán Cortés a los soldados, artífices de la conquista.

Es frecuente encontrar en la Historia verdadera comentarios sobre el cronista real Francisco López de Gómara y su Historia general de las Indias. Bernal le acusa de hablar a sabor de su paladar, alabando a Cortés, callando y encubriendo las hazañas de los soldados. Su argumento era que escribían historias quienes no se hallaron presentes en la Nueva España y sin tener relación en lo realmente acontecido. A este respecto, nuestro cronista escribe:

«... Estando escribiendo en esta mi crónica, acaso vi lo que escribieren Gómara e Illiescas y Jovio en las conquistas de México y Nueva España y desde que las leí y entendí (...) y estas mis palabras tan grotescas y sin primor, dejé de escribir en ella, y estando presentes tan buenas historias y con este pensamiento torné a leer y mirar muy bien las pláticas y razones que dicen en sus historias y desde principio y medio no hablan de lo que pasó en la Nueva España...».

Caída la ciudad de México-Tenochtitlan, Bernal Díaz se fue a residir a Coatzacoalcos. En 1541 (cuando se fundaba la ciudad de Valladolid, hoy Morelia) resolvió ir a Santiago de Guatemala, lugar donde murió en el año 1584, contando más de ochenta y cuatro años.

Con lo anterior mencionado, podemos responder a nuestra pregunta inicial: Díaz del Castillo escribió la "Historia verdadera" como prueba de sus servicios a la Corona, para así exigir recompensas. Era una respuesta a las crónicas que enaltecían a Cortés dándole toda la gloria, reduciendo a nada el esfuerzo del soldado español.

Bernal Díaz del Castillo

HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA

Bernal Díaz del Castillo

COMIENZA LA RELACIÓN DE LA HISTORIA.

Bernal Díaz del Castillo, vecino y regidor de la muy leal ciudad de Santiago de Guatemala, uno de los primeros descubridores y conquistadores de la Nueva España y sus provincias y Cabo de Honduras e Higueras que en esta tierra así se nombra, natural de la muy noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor que fue de ella, que por otro nombre le llamaban ¡el Galán!, y de María Díez Rejón, su legítima mujer, que hayan santa gloria, por lo que a mí me toca y a todos los verdaderos conquistadores mis compañeros que hemos servido a Su Majestad así en descubrir y conquistar y pacificar todas las provincias de la Nueva España, que es una de las buenas partes descubiertas del Nuevo Mundo, lo cual descubrimos a nuestra costa, sin ser sabedor de ello Su Majestad.

Como mis antepasados y mi padre y un hermano mío siempre fueron servidores de la corona real y de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, de muy gloriosa memoria, quise parecer en algo a ellos. En aquel tiempo, que fue año de 1514, vino por gobernador de Tierra Firme un caballero que se decía Pedrarias Dávila, acordé venir con él a su gobernación y conquista. Y por acortar palabras no diré lo acaecido en el viaje, sino que, unas veces con buen tiempo y otras con contrario, llegamos a Nombre de Dios.

Desde tres o cuatro meses que estábamos poblados, dio pestilencia, de la cual se murieron muchos soldados, y además de esto todos los más adolecíamos y se nos hacían unas malas llagas en las piernas. También había diferencias entre el mismo gobernador con un hidalgo que en aquella sazón estaba por capitán y había conquistado aquella provincia aquella provincia, el cual se decía Vasco Núñez de Balboa, hombre rico, con quien Pedrarias Dávila casó una hija suya; y después que la hubo desposado, según pareció, y sobre sospechas que tuvo del yerno que se le quería alzar con copia de soldados, para irse por la mar del Sur, por sentencia le mandó degollar y hacer justicia de ciertos soldados. Desde que vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre sus capitanes, y alcanzamos a saber que era nuevamente poblada y ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decía Diego Velásquez, natural de Cuellar, acordamos ciertos caballeros y personas de calidad, los que habíamos venido con Pedrarias Dávila, demandarle licencia para irnos a la isla de Cuba y él nos la dio de buena voluntad, porque no tenía necesidad de tantos soldados como los que trajo de Castilla para hacer guerra, porque no había qué conquistar, que todo estaba en paz, que Vasco Núñez de Balboa, yerno de Pedrarias, lo había conquistado, y la tierra de suyo es muy corta.

Pues desde que tuvimos la licencia nos embarcamos en un buen navío, y con buen tiempo llegamos a la isla de Cuba y fuimos a hacer acato al gobernador; y él se holgó con nosotros y nos prometió que nos daría indios, en vacando.

Como se habían ya pasado tres años, así en lo que estuvimos en Tierra Firme e isla de Cuba, y no habíamos hecho cosa ninguna que se contar sea, acordamos juntarnos ciento diez compañeros de los que habíamos venido de Tierra Firme y de los que en la isla de Cuba no tenían indios y concertamos con un hidalgo que se decía Francisco Hernández de Córdoba, que era hombre rico y tenía pueblo de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitán, porque era suficiente para ello, para ir a nuestra ventura a buscar y descubrir tierras nuevas para en ellas emplear nuestras personas.

[La expedición de Hernández de Córdoba zarpó de La Habana el 8 de febrero de 1517. Como dice Bernal Díaz, la componían algo más de un centenar de hombres que viajaban en tres navíos, cuyo piloto principal era Antón de Alaminos. Desembarcaron en la península de Yucatán, a la altura del cabo de Cotoche y fueron combatidos por los nativos; por esta causa continuaron la navegación hasta Campeche y Champotón donde nuevamente fueron atacados.

Aquí tuvieron los españoles cerca de cincuenta muertos y algunos heridos, entre ellos Hernández de Córdoba. Esta circunstancia y la carencia absoluta de medios, hizo que la expedición, tomando la ruta de Florida, regresara a Cuba.

Fue ésta la primera exploración de las costas mejicanas.

La segunda estuvo a cargo de Juan de Grijalva, pariente de Diego Velásquez, gobernador de Cuba. Las noticias proporcionadas por Hernández de Córdoba decidieron a Velásquez a hacer una nueva tentativa. Para ello preparó cuatro navíos que puso bajo las órdenes de Grijalva. Lo acompañaban entre otros Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, y el piloto Juan de Alaminos. Zarparon de Cuba el primero de mayo de 1518 y llegaron cuatro días después a la isla de Cozumel.

Recorrieron las costas de la península de Yucatán hasta Campeche, llegando a fines del mes al Puerto Deseado, en la Laguna de Términos. A este lugar llamó Grijalva, Nueva España, nombre que Cortés, más tarde, impondría en sus cartas.

Al continuar la navegación desembarcaron en la isla que llamaron San Juan de Ulúa. Siguieron hasta Panuco hallando en todas partes poblaciones y terrenos cultivados. Pensó Grijalva entonces que todo debía de formar parte de algún imperio, para cuyo sometimiento él no contaba con medios bastantes.

Regresó a Cuba después de seis meses de ausencia. Esperaba reunir mayores fuerzas para emprender la conquista. Pero Diego Velázquez lo recibió con frialdad y buscó otro capitán.

DE LOS BORRONES Y COSAS QUE ESCRIBEN LOS CRONISTAS GÓMARA E ILLESCAS ACERCA DE LAS COSAS DE LA NUEVA ESPAÑA

Estando escribiendo en esta crónica acaso vi lo que escriben Gómara e Illescas y Jovio en las conquistas de Méjico y Nueva España, y desde que las leí y entendí y vi de su policía y estas mis palabras tan groseras y sin primor, dejé de escribir en ella, estando presentes tan buenas historias; y con este pensamiento torné a leer y a mirar muy bien las pláticas y razones que dicen en sus historias, y desde el principio y medio ni cabo no hablan lo que pasó en la Nueva España, y desde que entraron a decir de las grandes ciudades tantos números que dicen que había de vecinos en ellas, que tanto les da decir ochenta mil como ocho mil; pues de aquellas matanzas que dicen que hacíamos, siendo nosotros cuatrocientos soldados los que andábamos en la guerra, harto teníamos que defendernos no nos matasen y nos llevasen de vencida, que aunque estuvieran los indios atados, no hiciéramos tantas muertes, en especial que tenían sus armas de algodón, que les cubrían el cuerpo, y arcos y saetas, rodelas, lanzas grandes, espadas de navajas como de dos manos, que cortan más que nuestras espadas, y muy denodados guerreros.

Dicen que derrocamos y abrasamos muchas ciudades y templos, que son cúes, y en aquello les parece que placen mucho a los oyentes que leen sus historias y no lo vieron ni entendieron cuando lo escribían; los verdaderos conquistadores y curiosos lectores que saben lo que pasó, claramente les dirán que si todo lo que escriben de otras historias va como lo de la Nueva España, irá todo errado. Y lo bueno es que ensalzan a unos capitanes y abajan a otros, y los que no se hallaron en las conquistas dicen que fueron en ellas, y también dicen muchas cosas de tal calidad, y por ser tantas y en todo no aciertan, no lo declararé. Pues otra cosa peor dicen: que Cortés mandó secretamente barrenar los navíos: o es así, porque por consejo de todos los más soldados y mío mandó dar con ellos al través, a ojos vistas, para que nos ayudasen la gente de mar que en ellos estaban, a velar y a guerrear. En todo escriben muy vicioso. Y para qué yo meto tanto la pluma en contar cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta. Yo lo maldigo, aunque lleve buen estilo.

Dejemos esta plática y volveré a mi materia, que después de bien mirado todo lo que aquí he dicho, que es todo burla lo que escriben acerca de lo acaecido en la Nueva España, torné a proseguir mi relación, porque la verdadera policía y agraciado componer es decir verdad en lo que he escrito. Y mirando esto acordé de seguir mi intento con el ornato y pláticas que verán, para que salga a la luz y hallarán las conquistas de la Nueva España claramente como se han de ver.

Quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda descubriendo bajos por la mar adelante, cuando siente que los hay; así haré yo en decir los borrones de los cronistas; mas no será todo, porque si parte por parte se hubiesen de escribir sería más larga la costa de recoger la rebusca que en las verdaderas vendimias. Digo que sobre esta mi relación pueden los cronistas sublimar y dar loa al valeroso y esforzado capitán Cortés, y a los fuertes conquistadores, pues tan grande empresa salió de nuestras manos, y lo que sobre ellos escribieron diremos los que en aquellos tiempos nos hallamos como testigos de vista de ser verdad como ahora decimos las contrariedades de él; que cómo tienen tanto atrevimiento y osadía de escribir tan vicioso y sin verdad, pues que sabemos que la verdad es cosa bendita y sagrado y que todo lo que contra ello dijeron va maldito. Más bien me parece que Gómara fue aficionado a hablar tan loablemente del valeroso Cortés, y tenemos por cierto que le untaron las manos, pues que a su hijo, el marqués que ahora es, le eligió su crónica, teniendo a nuestro rey y señor, que con derecho se le había de elegir y encomendar.

CÓMO VINIMOS CON OTRA ARMADA A LAS TIERRAS NUEVAS Y POR CAPITÁN EL VALEROSO Y ESFORZADO DON HERNANDO CORTÉS

Después que llegó a Cuba el capitán Juan de Grijalva, y visto el gobernador Diego Velásquez que eran las tierras ricas, ordenó enviar una buena armada, muy mayor que la de antes; y para ello tenía ya a punto diez navíos en el puerto de Santiago de Cuba, donde Diego Velásquez residía; los cuatro de ellos eran en los que volvimos con Juan de Grijalva, porque luego les hizo dar carena y los otros seis recogieron de toda la isla. Los hizo proveer de bastimento, que era pan cazabe y tocinos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba ganado vacuno ni carneros, porque era nuevamente poblada. Y este bastimento no era más que para hasta llegar a la Habana, porque allí habíamos de hacer todo el matalotaje.

Diré las diferencias que hubo para elegir capitán para ir aquel viaje. Hubo muchos debates y contrariedades, porque ciertos hidalgos decían que viniese por capitán Vazco Porcallo, y temióse Diego Velásquez que se le alzaría con la armada, porque era atrevido; otros decían que viniese Agustín Bermúdez, o Antonio Velásquez Borrego, o Bernardino Velásquez, parientes del gobernador, y todos los más soldados que allí nos hallamos decíamos que volviese el mismo Juan de Grijalva, porque era buen capitán y no había falta en su persona y en saber mandar.

Andando las cosas y conciertos de esta manera que aquí he dicho, dos grandes privados de Diego Velásquez, que se decían Andrés de Duero, secretario del mismo gobernador, y Amador de Lares, contador de Su Majestad, hicieron secretamente compañía con un hidalgo que se decía Hernando Cortés, natural de Medellín, que tenía indios de encomienda en aquella isla, y poco tiempo hacía que se había casado con una señora que se decía doña Catalina Suárez, la Marcaida. A lo que yo entendí y otras personas decían, se casó con ella por amores, y esto de este casamiento muy largo lo decían otras personas que lo vieron, y por esta causa no tocaré más en esta tecla, y volveré a decir acerca de la compañía.

Fue de esta manera: que concertasen estos privados de Diego Velásquez que le hiciesen dar a Hernando Cortés la capitanía general de toda la armada, y que partirían entre todos tres, la ganancia del oro, plata y joyas de la parte que le cupiese a Cortés, porque secretamente Diego Velásquez enviaba a rescatar y no a poblar, según después pareció por las instrucciones que de ello dio, y aunque publicaba y pregonó que enviaba a poblar.

Hecho este concierto, tienen tales modos el Duero y el contador con Diego Velásquez, y le dicen tan buenas y melosas palabras, loando mucho a Cortés que es persona en quien cabe el cargo para ser capitán, porque, además de ser muy esforzado, sabrá mandar y ser temido, y que le sería muy fiel en todo lo que le encomendasen, así en lo de la armada como en lo demás, de manera que lo persuadieron a ello, y luego se eligió por capitán general, y el secretario Andrés de Duero hizo las provisiones, como suele decir el refrán de muy buena tinta, y como Cortés las quiso, muy bastantes.

CÓMO CORTÉS SE APERCIBIÓ Y ENTENDIÓ EN LAS COSAS QUE CONVENÍAN PARA DESPACHARSE CON LA ARMADA

Pues como ya fue elegido Hernando Cortés por general, comenzó a buscar todo género de armas, escopetas, pólvora y ballestas, y todos cuantos pertrechos de armas pudo haber, y a buscar rescate, y también otras cosas pertenecientes a aquel viaje. Y además de esto, se comenzó a pulir y ataviar su persona mucho más que antes, y se puso su penacho de plumas, con su medalla y una cadena de oro, y una ropa de terciopelo, sembradas por ella unas lazadas de oro, y, en fin, como un bravoso y esforzado capitán.

Para hacer estos gastos que he dicho, no tenía de qué, porque en aquella sazón estaba muy adeudado y pobre, aunque tenía buenos indios de encomienda y sacaba oro de las minas; mas todo lo gastaba en su persona y en atavíos de su mujer, que era recién casado, y en algunos forasteros huéspedes que se le allegaban, porque era de buena conversación y apacible, y había sido dos veces alcalde de la villa de San Juan de Baracoa, donde era vecino, porque en estas tierras se tiene por mucha honra a quien hacen alcalde.

Luego mandó hacer dos estandartes y banderas, labrados en oro con las armas reales y una cruz de cada parte, con un letrero que decía: ¡Hermanos y compañeros: sigamos la señal de la Santa Cruz con fe verdadera, que con ella venceremos!

Pues como se supo esta nueva en toda la isla de Cuba, y también Cortés escribió a todas las villas a sus amigos para que se aparejasen para ir con él aquel viaje, unos vendían sus haciendas para buscar armas y caballos, otros hacían pan cazabe y tocinos para matalotaje, y colchaban armas de algodón y se apercibían de lo que habían menester lo mejor que podían. De manera que nos juntamos en Santiago de Cuba, donde salimos con la armada más de trescientos cincuenta soldados.

Nos hicimos a la vela, y con próspero tiempo llegamos al puerto de la Trinidad.

Y tomando puerto y saltados en tierra, nos salieron a recibir todos los más vecinos de aquella villa, y nos festejaron mucho.

CÓMO EL CAPITÁN HERNAN CORTÉS SE EMBARCÓ CON TODOS LOS SOLDADOS ARA IR A LA HABANA

Después que Cortés vio que en la villa de la Trinidad no teníamos en qué entender, apercibió a todos los caballeros y soldados que allí se habían juntado para ir en su compañía, que se embarcasen juntamente con él en los navíos que estaban en el puerto de la banda del sur, y los que por tierra quisiesen ir fuesen hasta la Haban con Pedro de Alvarado, para que recogiesen unos soldados que estaban en unas estancias; y yo fui en su compañía. También mandó Cortés a un hidalgo, que se decía Juan de Escalante, muy amigo suyo, que fue en un navío por la banda del norte, y mandó que todos los caballos fuesen por tierra.

Pues ya despachado todo lo que dicho tengo, Cortés se embarcó en la nao capitana con todos los navíos para ir la derrota de la Habana. Parece ser que las naos que llevaba en conserva no vieron a la capitana, donde iba Cortés porque era de noche, y fueron al puerto. Asimismo, llegamos por tierra con Pedro de Alvarado a la villa de la Habana; y el navío en que venía Juan de Escalante por la banda del norte también había llegado; y todos los caballos que iban por tierra.

Cortés no vino, ni sabían dar razón de él.

Pág. 5

Pasáronse cinco días, y no había nuevas ningunas de su navío, y teníamos sospecha no se hubiese perdido en los Jardines, que es cerca de las islas de Pinos, donde hay muchos ajos que están diez o doce leguas de la Habana; y fue acordado por todos nosotros que fuesen tres navíos de los de menos porte en busca de Cortés.

En aderezar los navíos y en debates, vaya Fulano, vaya Zutano, o Pedro o Sancho, se pasaron otros dos días, y Cortés no venía. Ya había entre nosotros bandos y medio chirinolas sobre quién sería capitán hasta saber de Cortés, y quién más en ello metía la mano fue Diego de Ordaz, como mayordomo de Velásquez, a quien enviaba para entender solamente en lo de la armada, no se alzasen con ella.

Dejemos esto y volvamos a Cortés, que, como venía en el navío de mayor porte, como antes tengo dicho, y en el paraje de la isla de Pinos o cerca de los Jardines hay muchos bajos, parece ser tocó y quedó algo en seco el navío y no pudo navegar; y con el batel mandó descargar toda la carga que se pudo sacar, porque allí cerca había tierra, donde lo descargaron. Desde que vieron que el navío estaba a flote y podía nadar, le metieron en más hondo y tornaron a cargar lo que habían sacado en tierra, dio vela y fue sui viaje hasta el puerto de la Habana.

Cuando llegó, todos los más de los caballeros y soldados que le aguardábamos nos alegramos con su venida, Salvo algunos que pretendían ser capitanes y cesaron las chirinolas. Después que le aposentamos en casa de Pedro Barba que era teniente de aquella villa del Diego Velázquez, mandó sacar su estandarte y ponerlos delante de las casas donde posaba; y mandó dar pregones, según y de la manera de los pasados.

De allí de la Habana vino un hidalgo, que se decía Francisco de Montejo, y éste es el por mí muchas veces nombrado, que después de ganado Méjico fue adelantado y gobernador de Yucatán, y vinieron otros más, y todos personas de calidad. Cuando Cortés los vio todos aquellos hidalgos juntos se holgó en gran manera, y luego envió un navío a la punta de Guaniguanico, a un pueblo que allí estaba de indios, a donde hacían cazabe y tenían muchos puercos, para que cargase el navío de tocinos porque aquella estancia era del gobernador Diego Velázquez.

Volvamos a decir de Francisco de Montejo y de todos aquellos vecinos de la Habana, que metieron mucho matalotaje de cazabe y tocino, que otra cosa no había. Y luego Cortés mandó sacar toda la artillería de los navíos, que eran diez tiros de bronce y ciertos falconetes, y dio cargo de ello a un artillero que se decía Mesa, y a un levantisco que se decía Arbenga, y a un Juan Catalán para que lo limpiasen y probasen y que las pelotas y pólvora que todo lo tuviese muy a punto. Asimismo, mandó aderezar las ballestas, y que tirasen a terreno, y que mirasen a cuántos pasos llegaba la fuga de cada una de ellas. Como en aquella tierra de la Habana había mucho algodón, hicimos armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre los indios, porque es mucha la vara y flecha y lanzadas que daban; pues piedra, era como granizo.

Todo esto ordenado, nos mandó apercibir para embarcar, y que los caballos fuesen repartidos en todos los navíos; hicieron pesebrera y metieron mucho maíz y yerba seca.

COMO CORTÉS SE HIZO A LA VELA CON TODA SU COMPAÑÍA DE CABALLEROS Y SOLDADOS PARA LA ISLA DE COZUMEL

No hicimos alarde hasta la isla de Cozumel. Cortés mandó a Pedro de Alvarado que fuese por la banda del norte en un buen navío, que se decía San Sebastián, y mandó al piloto que llevaba en el navío que le aguardase en la punta de San Antón para que allí se juntase con todos los navíos para ir en conserva hasta Cozumel; y envió mensajero a Diego de Ordaz, que había ido por el bastimento que hiciese lo mismo, porque estaba en la banda del norte.

El diez de febrero de 1519, después de haber oído misa, nos hicimos la vela con nueve navíos por la banda del sur, con la copia de los caballeros y soldados que dicho tengo, y con los dos navíos por la banda del norte, que fueron once con el que fue Pedro e Alvarado con sesenta soldados, y yo fui en su compañía.

El piloto que llevábamos, que se decía Camacho, no tuvo cuenta de lo que le fue mandado por Cortés, y siguió su derrota, y llegamos dos días primeros que Cortés a Cozumel.

Cortés aún no había llegado con su flota, por causa que el navío, en que venía por capitán Francisco de Moria, con el mal tiempo, se le soltó el gobernalle, y fue socorrido con otro gobernalle de los navíos que venían con Cortés.

Volvamos a Pedro de Alvarado, que así como llegamos al puerto saltamos en tierra en el pueblo de Cozumel, con todos los soldados, y no hallamos indios ningunos, que se habían ido huyendo. Mandó que luego fuésemos a otro pueblo, que estaba de allí una legua, y también se amontonaron, y huyeron los naturales, y no pudieron llevar su hacienda y dejaron gallinas y otras cosas. De las gallinas mandó Pedro de Alvarado que tomasen hasta cuarenta. También en una casa de oratorio de ídolos tenían unos paramentos de mantas viejas y unas arquillas donde estaban unas como diademas e ídolos y cuentas y pinjantillos de oro bajo; también se les tomó dos indios y una india; y volvimos al pueblo donde desembarcamos.

Estando en esto llega Cortés con los navío, y después de aposentado, la primera cosa que hizo fue mandar echar preso en grillos al piloto Camacho porque no aguardó en la mar como le fue mandado. Y desde que vio el pueblo sin gente y supo cómo Pedro de Alvarado había ido al otro pueblo, y que les había tomado gallinas y paramentos y otras cosillas de poco valor de los indios, y el oro medio cobre, mostró tener mucho enojo de ello y de cómo no aguardó el piloto.

Reprendió gravemente a Pedro de Alvarado y le dijo que no se habían de apaciguar las tierras de aquella manera, tomando a los naturales su hacienda.

Luego mandó traer los dos indios y la india que hablamos tomado, y con el indio Melchorejo, que llevamos de la punta de Cotoche, que entendía bien aquella lengua, les habló (porque Julianillo, su compañero, ya se había muerto) que fuesen a llamar los caciques e indios de aquel pueblo, y que no tuviesen miedo.

Y les mandó devolver el oro y parámetros y todo lo demás, y por las gallinas, que ya se habían comido, les mandó dar cuentas y cascabeles, y además dio a cada indio una camisa de Castilla.

Por manera que fueron a llamar al señor de aquel pueblo; y otro día vino el cacique con toda su gente e hijos y mujeres de todos los del pueblo, y nadaban entre nosotros como si toda su vida nos hubieran tratado, y mandó Cortés que no se les hiciese enojo alguno.

Aquí en esta isla comenzó Cortés a mandar muy de hecho, y Nuestro Señor le daba gracia que doquiera que ponía la mano se le hacía bien, en especial en pacificar los pueblos y naturales de aquellas partes como adelante verán.

De ahí a tres días que estábamos en Cozumel, mandó hacer alarde para saber qué tantos soldados llevaba, y halló por su cuenta que éramos quinientos ocho, sin maestres y pilotos y marineros, que serían ciento; diez y seis caballos y yeguas (las yeguas todas eran de juego y de carrera), once navíos grandes y pequeños; treinta y dos ballesteros, trece escopeteros, diez tiros de bronce, cuatro falconetes, y mucha pólvora y pelotas.

CÓMO CORTÉS SUPO DE DOS ESPAÑOLES QUE ESTABAN EN PODER DE LOS INDIOS EN LA PUNTA DE COTOCHE

Como Cortés en todo ponía gran diligencia, me mandó llamar a mí y a un vizcaíno que se decía Martín Ramos, y nos preguntó de qué sentíamos de aquellas palabras que nos hubieron dicho los indios de Campeche cuando vinimos con Francisco Hernández de Córdoba, que decían: ¡Castillán, Castillán!; y nosotros se lo tornamos a contar según y de la manera que lo habíamos visto y oído. Dijo que ha pensado muchas veces en ello, y que por ventura estarían algunos españoles en aquellas tierras, y dijo: ¡Paréceme que será bien preguntar a estos caciques de Cozumel si saben alguna nueva de ellos!.

Con Melchorejo, el de la Punta de Cotoche, que entendía ya poca cosa de la lengua de Castilla y sabía muy bien la de Cozumel, se lo preguntó a todos los principales, y todos a una dijeron que habían conocido ciertos españoles, y daban señas de ellos, y que en la tierra adentro, andadura de dos días, estaban, y los tenían por esclavos unos caciques, y que allí en Cozumel había indios mercaderes que les hablaron hacía pocos días. De los cual todos nos alegramos.

Díjoles Cortés que luego los fuesen a llamar con cartas, que en su lengua llaman amales; y dio a los caciques y a los indios que fueron con las cartas camisas, y los halagó, y les dijo que cuando volviesen les darían más cuentas. El cacique dijo a Cortés que enviase rescate para los amos con quien estaban que los tenían por esclavos, porque les dejasen venir, y así se hizo, que se les dio a los mensajeros de todo género de cuentas.

Luego mandó apercibir dos navíos, los de menos norte, que el uno era poco mayor que bergantín, con veinte ballesteros y escopeteros, y por capitán de ellos a Diego de Ordaz, y mandó que estuviese en la costa de la punta de Cotoche aguardando ocho días con el navío mayor, y entre tanto que iban y venían con la respuesta de las cartas, con el navío pequeño volviesen a dar la respuesta a Cortés de lo que hacían.

Luego se embarcaron en los navíos con las cartas y lo dos indios mercaderes de Cozumel que las llevaban, y en tres horas atravesaron el golfete, y echaron en tierra los mensajeros con las cartas y rescates; y en dos días las dieron a un español, que se decía Jerónimo de Aguilar, que entonces supimos que así se llamaba. Desde que las hubo leído y recibido el rescate de las cuentas que le enviamos, él se holgó con ello y lo llevó a su amo, el cacique, para que le diese licencia, la cual luego le dio para que se fuese a donde quisiese.

Caminó el Aguilar a donde estaba su compañero, que se decía Gonzalo Guerrero, en otro pueblo cinco leguas de allí, y como le leyó las cartas, Gonzalo Guerrero le respondió: Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras. Id vos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. Qué dirán de mí cuando me vean esos españoles ir de esta manera. Y ya veis estos mis hijitos cuán bonitos son.

Por vida nuestra que me deis de esas cuentas verdes que traéis para ellos, y diré que mis hermanos me las envían por tierra. Y asimismo la india mujer del Gonzalo habló a Aguilar en su lengua muy enojada, y le dijo: ¡Mira con qué viene este esclavo a llamar a mi marido; los vos y no curéis de más pláticas!

Aguilar tornó a hablar al Gonzalo, que mirase que era cristiano, que por una india no se perdiese el ánima, y si por mujer e hijos lo hacía, que la llevase consigo si no los quería dejar. Y por más que le dijo y amonestó, no quiso venir.

Parece ser que aquel Gonzalo Guerrero era hombre de la mar, natural de Palos.

Desde que Jerónimo de Aguilar vio que no quería venir, se vino luego con los indios mensajeros adonde había estado el navío aguardándole, y cuando llegó no le halló, porque ya era ido, porque ya se habían pasado los ocho días, y aún uno más, que llevó de plazo Ordaz para que aguardase; porque visto que Aguilar no venía, se volvió a Cozumel sin llevar recaudo a lo que había venido. Cuando Aguilar vio que no estaba allí el navío quedó muy triste y se volvió a su amo, al pueblo donde antes solía vivir.

Cuando Cortés vio volver a Ordaz sin recaudo ni nueva de los españoles ni de los indios mensajeros, estaba tan enojado, y dijo con palabras soberbias a Ordaz que había creído que otro mejor recaudo trajera que no venirse así sin lo españoles ni nuevas de ellos, porque ciertamente estaban en aquella tierra.

CÓMO EL ESPAÑOL QUE ESTABA EN PODER DE INDIOS SUPO QUE HABÍAMOS ARRIBADO A COZUMEL, Y SE VINO CON NOSOTROS.

Cuando tuvo noticia cierta el español que estaba en poder de indios que habíamos vuelto a Cozumel con los navíos, se alegró en gran manera y dio gracias a Dios, y mucha prisa en venirse él y los dos indios que le llevaron las cartas y rescate a embarcarse en una canoa; y como la pagó bien, en cuentas verdes del rescate que le enviamos, luego la halló alquilada, con seis indios remeros en ella; y dan tal prisa en remar, que en espacio de poco tiempo pasaron el golfete que hay de una tierra la otra, que serían cuatro leguas, sin tener contraste de la mar.

Llegados a la costa de Cozumel, ya que estaban desembarcando, dijeron a Cortés unos soldados que iban a cazar, porque había en aquella isla puercos de la tierra, que había venido una canoa grande allí junto del pueblo, y que venía de la punta de Cotoche. Mandó Cortés a Andrés de Tapia y a otros dos soldados que fuesen a ver qué cosa nueva era venir allí junto a nosotros indios, sin temor alguno, con canoas, y luego fueron. Cuando los indios que venían en la canoa que traía al Aguilar vieron los españoles, tuvieron temor, querían se tornar a embarcar y hacer a lo largo con la canoa. Aguilar les dijo que no tuviesen miedo, que eran sus hermanos.

Andrés de Tapia como los vio que eran indios, porque Aguilar ni más ni menos era que indio, luego envió a decir a Cortés con un español que siete indios de Cozumel son los que allí llegaron en la canoa. Y después que hubieron saltado en tierra, el español, mal mascado y peor pronunciado, dijo: ¡Dios y Santa María y Sevilla!. Y luego le fue a abrazar a Tapia; y otro soldado de los que habían ido con Tapia a ver qué cosa era fue con mucha prisa demandar albricias a Cortés, cómo era español el que venía en la canoa, de lo que todos nos alegramos.

Luego se vino Tapia con el español adonde estaba Cortés, y antes que llegasen, ciertos soldados preguntaban a Tapia: ¿Qué es del español?, aunque iba junto con él, porque le tenían por indio propio, porque de suyo era moreno y trasquilado a manera de indio esclavo; y traía un remo al hombro, y una cotara vieja calzada y la otra atada en la cintura, y una manta vieja muy ruin, y un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas; y tría atado en la manta un bulto, que eran Horas muy viejas.

Cuando Cortés los vio de aquella manera también picó, como los demás soldados, que preguntó a Tapia que qué era del español; y el español, como le entendió, se puso en cuclillas, como hacen los indios y dijo: ¡Yo soy!. Luego le mandó dar de vestir camisa, jubón, zaragüelles y caperuza y alpargatas, que otros vestidos no había, y le preguntó de su vida, y cómo se llamaba y cuándo vino a aquella tierra.

Él dijo, aunque no bien pronunciado, que se decía Jerónimo de Aguilar, y que era natural de Écija, y que tenía órdenes de evangelio; que hacía ocho años que se había perdido él y otros quince hombres y dos mujeres, que iban desde el Darién a la isla de Santo Domingo, cuando hubo diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, y dijo que llevaban diez mil pesos de oro y los procesos de los unos contra los otros, y que el navío en que iban dio en los Alacranes, que no pudo navegar, y que en el batel del mismo navío se metieron él y sus compañeros y dos mujeres, creyendo tomar rumbo a la isla de Cuba o a Jamaica, y que las corrientes era muy grandes, que les echaron en aquella tierra; que los calachiones de aquella comarca los repartieron entre sí, y que había sacrificado a los ídolos muchos de sus compañeros, y de ellos se habían muerto de dolencia, y las mujeres, que poco tiempo había pasado que de trabajo también se murieron, porque las hacían moler; que a él le tenían para sacrificar, y una noche se huyó y se fue a aquel cacique con quien estaba; y que no habían quedado de todos sino él y Gonzalo Guerrero. Los caciques, por consejo de Aguilar, demandaron una carta de favor a Cortés para que si viniesen a aquel puerto otros españoles, que fuesen bien tratados y no les hiciesen agravios; la cual carta luego se la dio. Y después de despedidos con muchos halagos y ofrecimientos, nos hicimos a la vela para el río de Grijalva.

CÓMO LLEGAMOS AL RÍO DE GRIJALVA, Y DELA GUERRA QUE NOS DIERON

El doce de marzo llegamos con toda la armada al río de Grijalva, que se dice tabasco, y como sabíamos ya, de cuando lo de Grijalva que en aquel puerto y río no podían entrar los navíos de mucho porte, surgieron en la mar los mayores, y con los más pequeños y los bateles fuimos todos los soldados a desembarcar a la punta de los Palmares, como cuando con Grijalva, que estaba del pueblo de Tabasco obra de media legua.