Historia verdadera de la conquista de la Nueva España I - Bernal Díaz del Castillo - E-Book

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España I E-Book

Bernal Díaz del Castillo

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Beschreibung

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España relata la experiencia americana de Bernal Díaz del Castillo. En 1514, cuando Bernal Díaz embarcó hacia el Nuevo Mundo, no había cumplido veinte años. Tres años más tarde participaba en la expedición dirigida por Hernán Cortés hacia México. En ella unos pocos españoles, en algo menos de dos años, consiguieron derrotar al Imperio azteca. Cuarenta años más tarde, Bernal Díaz relata, con un afán de fidelidad tan tenaz como problemático, una de las expediciones que marcaron el imaginario occidental. Este libro relata los desafíos que planteaba el poder, las tácticas de Cortés para aproximarse al imperio de Montezuma y, más tarde, al de Cuauhtemoc. Describe también, el choque de creencias, la explotación de los nativos para conseguir oro y otros tesoros, o las batallas que se libraron hasta la caída de México. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es, junto con los - Diarios de Cristóbal Colón, - las Cartas de relación de Hernán Cortés - y la Brevísima relación de la destrucción de las Indias del padre Bartolomé de las Casas,si no un relato fidedigno de lo que ocurrió, sí una de las obras de la literatura de la Conquista, que mejor atestiguan la mentalidad occidental de la época. Como señaló Todorov, la conquista de América fue «el encuentro más asombroso de nuestra historia. En el "descubrimiento" de los demás continentes y de los demás hombres no existe realmente ese sentimiento de extrañeza radical» (La conquista de América: el problema del otro), es muy posible que esa radical extrañeza fuera lo único que compartieron los hombres que participaron en aquel encuentro. La Historia de la verdadera conquista de la Nueva España se estructura en pequeños capítulos de no más de cinco páginas. En ellos nos cuenta un pequeño episodio independiente que acaeció durante la conquista de México.

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Bernal Díaz del Castillo

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España Edición de Miguel León-Portilla Tomo I

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de la colección: Michel Mallard.

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-584-5.

ISBN ebook: 978-84-9953-174-8.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 21

La vida 21

Historia verdadera 23

Prólogo 23

Capítulo I. En qué tiempo salí de Castilla, y lo que me acaeció 24

Capítulo II. Del descubrimiento de Yucatán y de un rencuentro de guerra que tuvimos con los naturales 27

Capítulo III. Del descubrimiento de Campeche 30

Capítulo IV. Cómo desembarcamos en una bahía donde había maizales, cerca del puerto de Potonchan, y de las guerras que nos dieron 34

Capítulo V. Cómo acordamos de nos volver a la isla de Cuba, y de la gran sed y trabajos que tuvimos hasta llegar al puerto de La Habana 37

Capítulo VI. Cómo desembarcaron en la bahía de la Florida veinte soldados, con nosotros el piloto Alaminos, para buscar agua, y de la guerra que allí nos dieron los naturales de aquella tierra, y lo que más pasó hasta volver a La Habana 39

Capítulo VII. De los trabajos que tuve llegar a una villa que se dice la Trinidad 44

Capítulo VIII. Cómo Diego Velázquez, gobernador de Cuba, envió otra armada a la tierra que descubrimos 47

Capítulo IX. De cómo vinimos a desembarcar a Champoton 51

Capítulo X. Cómo seguimos nuestro viaje y entramos en Boca de Términos que entonces le pusimos este nombre 53

Capítulo XI. Cómo llegamos al río de Tabasco, que llaman de Grijalva, y lo que allá nos acaeció 54

Capítulo XII. Cómo vimos el pueblo del Aguayaluco, que pusimos por nombre La Rambla 58

Capítulo XIII. Cómo llegamos a un río que pusimos por nombre río de Banderas, y rescatamos 14.000 pesos 59

Capítulo XIV. Cómo llegamos al puerto de San Juan de Ulúa 63

Capítulo XV. Cómo Diego Velázquez, gobernador de la isla de Cuba, envió un navío pequeño en nuestra busca 65

Capítulo XVI. De lo que nos sucedió costeando las sierras de Tuxtla y de Tuxpan 66

Capítulo XVII. Cómo Diego Veláquez envió a Castilla a su procurador 70

Capítulo XVIII. De algunas advertencias acerca de lo que escribe Francisco López de Gómara, mal informado, en su historia 71

Capítulo XIX. Cómo vinimos otra vez con otra armada a las tierras nuevamente descubiertas, y por capitán de la armada Hernando Cortés, que después fue marqués del Valle y tuvo otros ditados, y de las contrariedades que hubo para le estorbar que no fuese capitán 75

Capítulo XX. De las cosas que hizo y entendió el capitán Hernando Cortés después que fue elegido por capitán, como dicho es 78

Capítulo XXI. De lo que Cortés hizo desque llegó a la villa de la Trinidad, y de los caballeros y soldados que allí nos juntamos para ir en su compañía, y de lo que más le avino 82

Capítulo XXII. Cómo el gobernador Diego Velázquez envió dos criados suyos en posta a la villa de la Trinidad con poderes y mandamientos para revocar a Cortés el poder de ser capitán y tomarle la armada; y lo que pasó diré adelante 84

Capítulo XXIII. Cómo el capitán Hernando Cortés se embarcó con todos los demás caballeros y soldados para ir por la banda del sur al puerto de La Habana; y envió otro navío por la banda del norte al mismo puerto, y lo que más le acaeció 86

Capítulo XXIV. Cómo Diego Velázquez envió a un su criado que se decía Gaspar de Garnica, con mandamiento y provisiones para que en todo caso se prendiese a Cortés y se le tomase el armada, y lo que sobre ello se hizo 91

Capítulo XXV. Cómo Cortés se hizo a la vela con toda su compañía de caballeros y soldados para la isla de Cozumel, y lo que allí le avino 93

Capítulo XXVI. Cómo Cortés mandó hacer alarde todo su ejército, y de lo que más nos avino 95

Capítulo XXVII. Cómo Cortés supo de dos españoles que estaban en poder de indios en la punta de Cotoche, y lo que sobre ello se hizo 96

Capítulo XXVIII. Cómo Cortés repartió los navíos y señaló capitanes para ir en ellos, y asimismo se dio la instrucción de lo que habían de hacer a los pilotos, y las señales de los faroles de noche, y otras cosas que nos avino 101

Capítulo XXIX. Cómo el español que estaba en poder de indios, que se llamaba Jerónimo de Aguilar, supo cómo habíamos arribado a Cozumel, y se vino a nosotros, y lo que más pasó 102

Capítulo XXX. Cómo nos tornamos a embarcar y nos hicimos a la vela para el río de Grijalva, y lo que nos avino en el viaje 106

Capítulo XXXI. Cómo llegamos al río de Grijalva, que en lengua de indios llaman Tabasco, y de lo que más con ello pasamos 109

Capítulo XXXII. Cómo mandó Cortés a todos los capitanes que fuesen con cada cien soldados a ver la tierra adentro, y lo que sobre ello nos acaeció 113

Capítulo XXXIII. Cómo Cortés mandó que para otro día nos aparejásemos todos para ir en busca de los escuadrones guerreros, y mandó sacar los caballos de los navíos, y lo que más nos avino en la batalla que con ellos tuvimos 116

Capítulo XXXIV. Cómo nos dieron guerra todos los caciques de Tabasco y sus provincias, y lo que sobre ello sucedió 118

Capítulo XXXV. Cómo envió Cortés a llamar a todos los caciques de aquellas provincias, y lo que sobre ello se hizo 121

Capítulo XXXVI. Cómo vinieron todos los caciques y calachionis del río de Grijalva y trajeron un presente, y lo que sobre ello pasó 125

Capítulo XXXVII. Cómo doña Marina era cacica e hija de grandes señores, y señora de pueblos y vasallos, y de la manera que fue traída a Tabasco 130

Capítulo XXXVIII. Cómo llegamos con todos los navíos a San Juan de Ulúa, y lo que allí pasamos 133

Capítulo XXXIX. Cómo fue Tendile a hablar a su señor Moctezuma y llevar el presente, y lo que hicimos en nuestro real 138

Capítulo XL. Cómo Cortés envió a buscar otro puerto y asiento para poblar y lo que sobre ello se hizo 141

Capítulo XLI. De lo que se hizo sobre el rescate del oro, y de otras cosas que en el real pasaron 144

Capítulo XLII. Cómo alzamos a Hernando Cortés por capitán general y justicia mayor hasta que su majestad en ello mandase lo que fuese servido, y lo que en ello se hizo 148

Capítulo XLIII. Cómo la parcialidad de Diego Velázquez perturbaba el poder que habíamos dado a Cortés, y lo que sobre ello se hizo 152

Capítulo XLIV. Cómo fue ordenado de enviar a Pedro de Alvarado la tierra adentro a buscar maíz y bastimentos, y lo que más pasó 153

Capítulo XLV. Cómo entramos en Cempoal, que en aquella sazón era muy buena población, y lo que allí pasamos 156

Capítulo XLVI. Cómo entramos en Quiahuistlán, que era pueblo puesto en fortaleza, y nos acogieron de paz 160

Capítulo XLVII. Cómo Cortés mandó que prendiesen aquellos cinco recaudadores de Moctezuma, y mandó que dende allí adelante no obedeciesen ni diesen tributo, y la rebelión que entonces se ordenó contra Moctezuma 163

Capítulo XLVIII. Cómo acordamos de poblar la Villarrica de la Veracruz, y de hacer una fortaleza en unos prados junto a unas salinas y cerca del puerto del nombre feo, donde estaban anclados nuestros navíos, y lo que allí se hizo 166

Capítulo XLIX. Cómo vino el cacique gordo y otros principales a quejarse delante de Cortés cómo en un pueblo fuerte, que se decía Cingapacinga, estaban guarniciones de mexicanos y les hacían mucho daño, y lo que sobre ello se hizo 169

Capítulo L. Cómo ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velázquez, viendo que de hecho queríamos poblar y comenzamos a pacificar pueblos, dijeron que no querían ir a ninguna entrada, sino volverse a la isla de Cuba 171

Capítulo LI. De lo que nos acaeció en Cingapacinga, y cómo a la vuelta que volvimos por Cempoal les derrocamos sus ídolos, otras cosas que pasaron 173

Capítulo LII. Cómo Cortés mandó hacer un altar y se puso una imagen de nuestra señora y una cruz, y se dijo misa y se bautizaron las ocho indias 179

Capítulo LIII. Cómo llegamos a nuestra Villarrica de la Veracruz, y lo que allí pasó 182

Capítulo LIV. De la relación y carta que escribimos a su majestad con nuestros procuradores Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, la cual iba firmada de algunos capitanes y soldados 184

Capítulo LV. Cómo Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo por cartas muy por cierto que enviábamos procuradores con embajadas y presentes a nuestro rey, y lo que sobre ello se hizo 188

Capítulo LVI. Cómo nuestros procuradores con buen tiempo desembocaron la canal de Bahama y en pocos días llegaron a Castilla, y lo que en la corte les sucedió 191

Capítulo LVII. Cómo después que partieron nuestros embajadores para su majestad con todo el oro y relaciones: de lo que en el real se hizo, y la justicia que Cortés mandó hacer 194

Capítulo LVIII. Cómo acordamos de ir a México, y antes que partiésemos dar con todos los navíos a través, y lo que más pasó; y esto de dar con los navíos a través fue por consejo y acuerdo. de todos nosotros los que éramos amigos de Cortés 196

Capítulo LIX. De un razonamiento que Cortés nos hizo después de haber dado con los navíos a través, y cómo aprestamos nuestra ida para México 199

Capítulo LX. Cómo Cortés fue adonde estaba surto el navío, y prendimos seis soldados y marineros que del navío hubimos, y lo que sobre ello pasó 201

Capítulo LXI. Cómo ordenamos de ir a la ciudad de México, y por consejo del Cacique fuimos por Tlaxcala, y de lo que nos acaeció así de rencuentros de guerra como de otras cosas 203

Capítulo LXII. Cómo se determinó que fuésemos por Tlaxcala, y les enviábamos mensajeros para que tuviesen por bien nuestra ida por su tierra, y cómo prendieron a los mensajeros, y lo que más se hizo 209

Capítulo LXIII. De las guerras y batallas muy peligrosas que tuvimos con los tlaxcaltecas, y de lo que más pasó 214

Capítulo LXIV. Cómo tuvimos nuestro real asentado en unos pueblos y caseríos que se dicen Teoacingo o Teuacingo, y lo que allí hicimos 218

Capítulo LXV. De la gran batalla que hubimos con el poder de tlaxcaltecas, y quiso Dios nuestro señor darnos victoria, y lo que más pasó 220

Capítulo LXVI. Cómo otro día enviamos mensajeros a los caciques de Tlaxcala rogándoles con la paz, y lo que sobre ellos hicieron 224

Capítulo LXVII. Cómo tornamos a enviar mensajeros a los caciques de Tlaxcala para que vengan de paz, y lo que sobre ello hicieron y acordaron 228

Capítulo LXVIII. Cómo acordamos de ir a un pueblo que estaba cerca de nuestro real, y lo que sobre ello se hizo 231

Capítulo LXIX. Cómo después que volvimos con Cortés de Zumpancingo, hallamos en nuestro real ciertas pláticas, y lo que Cortés respondió a ellas 233

Capítulo LXX. Cómo el capitán Xicotencatl tenía apercibidos veinte mil hombres guerreros escogidos, para dar en nuestro real, y lo que sobre ello se hizo 239

Capítulo LXXI. Cómo vinieron a nuestro real los cuatro principales que habían enviado a tratar paces, y el razonamiento que hicieron, y lo que más pasó 242

Capítulo LXXII. Cómo vinieron a nuestro real embajadores de Moctezuma, gran señor de México, y del presente que trajeron 245

Capítulo LXXIII. Cómo vino Xicotencatl, capitán general de Tlaxcala; a entender en las paces, y lo que dijo, y lo que nos avino 246

Capítulo LXXIV. Cómo vinieron a nuestro real los caciques viejos de Tlaxcala a rogar a Cortés y a todos nosotros que luego nos fuésemos con ellos a su ciudad, y lo que sobre ello pasó 251

Capítulo LXXV. Cómo fuimos a la ciudad de Tlaxcala, y lo que los caciques viejos hicieron, de un presente que nos dieron, y cómo trajeron sus hijas y sobrinas, y lo que más pasó 254

Capítulo LXXVI. Cómo se dijo misa estando presentes muchos caciques y de un presente que trajeron los caciques viejos 257

Capítulo LXXVII. Cómo trajeron las hijas a presentar a Cortés y a todos nosotros, y lo que sobre ello se hizo 259

Capítulo LXXVIII. Cómo Cortés preguntó a Mase Escaci y a Xicotencatl por las cosas de México, y lo que en la relación dijeron 262

Capítulo LXXIX. Cómo acordó nuestro capitán Hernando Cortés con todos nuestros capitanes y soldados que fuésemos a México, y lo que sobre ello pasó 268

Capítulo LXXX. Cómo el gran Moctezuma envió cuatro principales, hombres de mucha cuenta, con un presente de oro y mantas, y lo que dijeron, a nuestro capitán 271

Capítulo LXXXI. Cómo enviaron los de Cholula cuatro indios de poca valía a disculparse por no haber venido a Tlaxcala, y lo que sobre ello pasó 273

Capítulo LXXXII. Cómo fuimos a la ciudad de Cholula, y del gran recibimiento que nos hicieron 275

Capítulo LXXXIII. Cómo tenían concertado en esta ciudad de Cholula de nos matar por mandato de Moctezuma, y lo que sobre ello pasó 278

Capítulo LXXXIV. De ciertas pláticas y mensajeros que enviamos al gran Moctezuma 293

Capítulo LXXXV. Cómo el gran Moctezuma envió un presente de oro, y lo que envió a decir, y cómo acordamos ir camino de México, y lo que más acaeció 295

Capítulo LXXXVI. Cómo comenzamos a caminar para la ciudad de México, y de lo que en el camino nos avino, y lo que Moctezuma envió a decir 299

Capítulo LXXXVII. Cómo el gran Moctezuma nos envió otros embajadores con un presente de oro y mantas, y lo que dijeron a Cortés, y lo que les respondió 303

Capítulo LXXXVIII. Del gran y solemne recibimiento que nos hizo el gran Moctezuma a Cortés y a todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de México 309

Capítulo LXXXIX. Cómo el gran Moctezuma vino a nuestros aposentos con muchos caciques que le acompañaban, y la plática que tuvo con nuestro capitán 314

Capítulo XC. Cómo luego otro día fue nuestro capitán a ver al gran Moctezuma y de ciertas pláticas que tuvieron 316

Capítulo XCI. De la manera y persona del gran Moctezuma y de cuán gran señor era 320

Capítulo XCII. Cómo nuestro capitán salió a ver la ciudad de México y el Tatelulco, que es la plaza mayor, y el gran cu de su Huichilobos, y lo que pasó 329

Capítulo XCIII. Cómo hicimos nuestra iglesia y altar en nuestro aposento, y una cruz fuera del aposento, y lo que más pasamos, y hallamos la sala y recámara del tesoro del padre de Moctezuma, y cómo se acordó prender al Moctezuma 341

Capítulo XCIV. Cómo fue la batalla que dieron los capitanes mexicanos a Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y el caballo y a otros seis soldados, y muchos amigos indios totonaques que también allí murieron 346

Capítulo XCV. De la prisión de Moctezuma, y lo que sobre ella se hizo 350

Capítulo XCVI. Cómo nuestro Cortés envió a la Villarrica por teniente y capitán a un hidalgo que se decía Alonso de Grado, en lugar del alguacil mayor Juan de Escalante, y el alguacilazgo mayor se lo dio a Gonzalo de Sandoval, y desde entonces fue alguacil mayor; y lo que después pasó diré adelante 357

Capítulo XCVII. Cómo estando el gran Moctezuma preso, siempre Cortés y todos nuestros soldados le festejábamos y regocijábamos, y aun se le dio licencia para ir a sus cues 360

Capítulo XCVIII. Cómo Cortés mandó hacer dos bergantines de mucho sostén y veleros para andar en la laguna; y cómo el gran Moctezuma dijo a Cortés que le diese licencia para ir a hacer oración a sus templos, y lo que Cortés le dijo, y como te dio licencia 365

Capítulo XCIX. Cómo echamos los dos bergantines al agua, y cómo el gran Moctezuma dijo que quería ir a cazar; y fue en los bergantines hasta un peñol donde había muchos venados y caza; que no entraba a cazar en él persona ninguna, con grave pena 367

Capítulo C. Cómo los sobrinos del grande Moctezuma andaban convocando y trayendo a sí las voluntades de otros señores para venir a México a sacar de la prisión al gran Moctezuma y echarnos de la ciudad 370

Capítulo CI. Cómo el gran Moctezuma con muchos caciques y principales de la comarca dieron la obediencia a su majestad, y de otras cosas que sobre ello pasaron 378

Capítulo CII. Cómo nuestro Cortés procuró de saber de las minas del oro, y de qué calidad eran, y asimismo en qué ríos estaban, y qué puertos para navíos desde lo de Pánuco hasta lo de Tabasco, especialmente el río grande de Guazacualco, y lo que sobre ello pasó 380

Capítulo CIII. Cómo volvieron los capitanes que nuestro capitán envió a ver las minas y a hondar el puerto y río de Guazacualco 383

Capítulo CIV. Cómo Cortés dijo al gran Moctezuma que mandase a todos los caciques que tributasen a su majestad, pues comúnmente sabían que tenían oro, y lo que sobre ellos se hizo 387

Capítulo CV. Cómo se repartió el oro que hubimos, así de lo que dio el gran Moctezuma como de lo que se recogió de los pueblos, y de lo que sobre ello acaeció a un soldado 391

Capítulo CVI. Cómo hubieron palabras Juan Velázquez de León y el tesorero Gregorio Mejía sobre el oro que faltaba de los montones antes que se fundiese, y lo que Cortés hizo sobre ello 394

Capítulo CVII. Cómo el gran Moctezuma dijo a Cortés que le quería dar una hija de las suyas para que se casase con ella, y lo que Cortés le respondió, y todavía la tomó, y la servían y honraban como hija de tal señor 397

Capítulo CVIII. Cómo el gran Moctezuma dijo a nuestro capitán Cortés que se saliese de México con todos los soldados, porque se querían levantar todos los caciques y papas y darnos guerra hasta matarnos, porque así estaba acordado y dado consejo por sus ídolos; y lo que Cortés sobre ello hizo 399

Capítulo CIX. Cómo Diego de Velázquez, gobernador de Cuba, dio muy gran prisa en enviar su armada contra nosotros, y en ella por capitán general a Pánfilo de Narváez, y cómo vino en su compañía el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de la real audiencia de Santo Domingo, y lo que sobre ello se hizo 403

Capítulo CX. Cómo Pánfilo de Narváez llegó al puerto de San Juan de Ulúa, que se dice la Veracruz, con toda su armada, y lo que le sucedió 405

Capítulo CXI. Cómo Pánfilo de Narváez envió con cinco personas de su armada a requerir a Gonzalo de Sandoval, que estaba por capitán en la Villarrica, que se diese luego con todos los vecinos, y lo que sobre ello pasó 408

Capítulo CXII. Cómo Cortés, después de bien informado de quién era capitán, y quién y cuántos venían en la armada, y de los pertrechos de guerra que traía, y de los tres nuestros falsos soldados que a Narváez se pasaron, escribió al capitán y a otros sus amigos, especialmente a Andrés de Duero, secretario del Diego Velázquez; y también supo como Moctezuma enviaba oro y ropa al Narváez, y las palabras que le envió a decir el Narváez al Moctezuma, y de cómo venía en aquella armada el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de la audiencia real de Santo Domingo, y la instrucción que traían 412

Capítulo CXIII. Cómo hubieron palabras el capitán Pánfilo de Narváez y el oidor Lucas Vázquez de Ayllón, y el Narváez le mandó prender y le envió en un navío preso a Cuba o a Castilla, y lo que sobre ello avino 415

Capítulo CXIV. Cómo Narváez con todo su ejército se vino a un pueblo que se dice Cempoal, y concierto que en el hizo, y lo que nosotros hicimos estando en la ciudad de México, y cómo acordamos de ir sobre Narváez 418

Capítulo CXV. Cómo el gran Moctezuma preguntó a Cortés que cómo quería ir sobre el Narváez, siendo los que traía doblados más que nosotros, y que le pesaría si nos viniese algún mal 420

Capítulo CXVI. Cómo acordó Cortés con todos nuestros capitanes y soldados que tornásemos a enviar al real de Narváez al fraile de la Merced, que era muy sagaz y de buenos medios, y que se hiciese muy servidor del Narváez, y que se mostrase favorable a su parte mas que no a la de Cortés, y que secretamente convocase al artillero que se decía Rodrigo Martín y a otro artillero que se decía Usagre, y que hablase con Andrés de Duero para que viniese a verse con Cortés; y que otra carta que escribiésemos al Narváez que mirase que se la diese en sus manos, y lo que en tal caso convenía, y que tuviese mucha advertencia; y para esto llevó mucha cantidad de tejuelos y cadenas de oro para repartir 427

Capítulo CXVII. Cómo el fraile de la Merced fue a Cempoal, adonde estaba el Narváez y todos sus capitanes, y lo que pasó con ellos, y les dio la carta 429

Capítulo CXVIII. Cómo en nuestro real hicimos alarde de los soldados que éramos, y cómo trajeron doscientas y cincuenta picas muy largas, con unos hierros de cobre cada una, que Cortés había mandado hacer en unos pueblos que se dicen los chinantecas, y nos imponíamos cómo habíamos de jugar dellas para derrocar la gente de a caballo que tenía Narváez, y otras cosas que en el real pasaron 432

Capítulo CXIX. Cómo vino Andrés de Duero a nuestro real y el soldado Usagre y dos indios de Cuba, naborias del Duero, y quién era el Duero y a lo que venía, y lo que tuvimos por cierto y lo que se concertó 434

Capítulo CXX. Cómo llegó Juan Velázquez de León y el mozo de espuelas que se decía Juan del Río al real de Narváez, y lo que en él pasó 438

Capítulo CXXI. De lo que se hizo en el real de Narváez después que de allí salieron nuestros embajadores 444

Capítulo CXXII. Del concierto y orden que se dio en nuestro real para ir contra Narváez, y el razonamiento que Cortés nos hizo, y lo que respondimos 446

Capítulo CXXIII. Cómo después de desbaratado Narváez según y de la manera que he dicho, vinieron los indios de Chinanta que Cortés había enviado a llamar, y de otras cosas que pasaron 459

Capítulo CXXIV. Como Cortés envió al puerto al capitán Francisco de Lugo. y en su compañía dos soldados que habían sido maestres de hacer navíos, para que luego trajese allí a Cempoal todos los maestres y pilotos de los navíos y flota de Narváez, y que les sacasen las velas y timones y agujas, porque no fuesen a dar mandado a la isla de Cuba a Diego Velázquez de lo acaecido, y cómo puso almirante de la mar 460

Capítulo CXXV. Cómo fuimos a grandes jornadas, así Cortés con todos sus capitanes como todos los de Narváez, excepto Pánfilo de Narváez y Salvatierra, que quedaban presos 465

Capítulo CXXVI. Cómo nos dieron guerra en México, y los combates que nos daban, y otras cosas que pasamos 470

Capítulo CXXVII. Desque fue muerto el gran Moctezuma, acordó Cortés de hacerlo saber a sus capitanes y principales que nos daban guerra, y lo que más sobre ello pasó 481

Capítulo CXXVIII. Cómo acordamos de nos ir huyendo de México, y lo que sobre ello se hizo 483

Capítulo CXXIX. Cómo fuimos a la cabecera y mayor pueblo de Tlaxcala, y lo que allí pasamos 501

Capítulo CXXX. Cómo fuimos a la provincia de Tepeaca, y lo que en ella hicimos; y otras cosas que pasaron 511

Capítulo CXXXI. Cómo vino un navío de Cuba que enviaba Diego Velázquez, y venía en él por capitán. Pedro Barba, y la manera que el almirante que dejó nuestro Cortés por guarda de la mar tenía para los prender, y es desta manera 516

Capítulo CXXXII. Cómo los de Guacachula vinieron a demandar favor a Cortés sobre que los ejércitos mexicanos los trataban mal y los robaban, y lo que sobre ello se hizo 518

Capítulo CXXXIII. Cómo aportó al peñol y puerto que está junto a la Villarrica un navío de los de Francisco Garay, que había enviado a poblar el río Pánuco, y lo que sobre ello más pasó 523

Capítulo CXXXIV. Cómo envió Cortés a Gonzalo de Sandoval a pacificar los pueblos de Xalacingo y Zacatami, y llevó doscientos soldados y veinte de a caballo y doce ballesteros, y para que supiese que españoles mataron en ellos, y que mirase qué armas les habían tomado y qué tierra era, y les demandase el oro que robaron, y de lo que más en ello pasó 526

Capítulo CXXXV. Cómo se recogieron todas las mujeres y esclavos de todo nuestro real que habíamos habido en aquello de Tepeaca y Cachula, Tecamachalco y en Castilblanco y en sus tierras, para que se herrasen con el hierro en nombre de su majestad, y lo que sobre ello pasó 531

Capítulo CXXXVI. Cómo demandaron licencia a Cortés los capitanes y personas más principales de los que Narváez había traído en su compañía para se volver a la isla de Cuba, y Cortés se la dio y se fueron. Y de cómo despachó Cortés embajadores para Castilla y para Santo Domingo y Jamaica, y lo que sobre cada cosa acaeció 534

Capítulo CXXXVII. Cómo caminamos con todo nuestro ejército camino de la ciudad de Texcoco, y lo que en el camino nos avino, y otras cosas que pasaron 543

Capítulo CXXXVIII. Cómo fuimos a Iztapalapa con Cortés, y llevó en su compañía a Cristóbal de Olí y a Pedro de Alvarado, y quedó Gonzalo de Sandoval por guarda de Texcoco, y lo que nos acaeció en la toma de aquel pueblo 551

Capítulo CXXXIX. Cómo vinieron tres pueblos comarcanos a Texcoco a demandar paces y perdón de las guerras pasadas y muertes de españoles, y los descargos que daban sobre ello, y cómo fue Gonzalo de Sandoval a Chalco y Tamanalco en su socorro contra mexicanos, y lo que más pasó 553

Capítulo CXL. Cómo fue Gonzalo de Sandoval a Tlaxcala por la madera de los bergantines, y lo que más en el camino hizo en un pueblo que le pusimos por nombre el Pueblo Morisco 562

Capítulo CXLI. Cómo nuestro capitán Cortés fue a una entrada al pueblo de Xaltocan, que está en la ciudad de México obra de seis leguas, puesto y poblado en la laguna, y dende allí a otros pueblos; y lo que en el camino pasó diré adelante 568

Libros a la carta 581

Brevísima presentación

La vida

Bernal Díaz del Castillo nació en Medina del Campo, en 1495, y murió en Guatemala. Hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor de su ciudad natal, y de María Díez Rejón.

Viajó a América acompañado de Pedrarias Dávila y estuvo en las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. Participó con Hernán Cortés en la conquista de Nueva España, y estuvo en la «Noche triste», y en el asedio de Tenochtitlán, siendo herido de gravedad en Tlaxcala.

Después vivió en la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala y allí se casó con Teresa de Becerra, hija del conquistador de Guatemala. En 1575, terminó de escribir una de las crónicas más completas sobre la conquista de México. Su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España.

Díaz del Castillo fue regidor de Santiago durante más de treinta años y murió allí en 1584.

En 1514, cuando Bernal Díaz embarcó hacia el Nuevo Mundo, no había cumplido veinte años, y tres años más tarde participaba en la expedición dirigida por Hernán Cortés hacia México, donde unos pocos españoles, en algo menos de dos años, consiguieron derrotar al Imperio azteca. Años más tarde, Bernal Díaz relata, con un afán de fidelidad tan tenaz como problemático, una de las grandes expediciones que más han marcado el imaginario occidental: los desafíos que planteaba el poder, las tácticas de Cortés para aproximarse al imperio de Montezuma y, más tarde, al de Cuauhtemoc, el choque de creencias, la explotación de los nativos para conseguir oro y otros tesoros, o las batallas que se libraron hasta la caída de México. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es, si no un relato fidedigno de lo que ocurrió, sí una de las obras de la literatura de la Conquista —junto con los Diarios de Colón, las Cartas de relación de Cortés y la Historia de la destrucción de las Indias del padre Bartolomé de las Casas— que mejor atestiguan la mentalidad occidental de la época. Si, como señaló Todorov, la conquista de América es

«el encuentro más asombroso de nuestra historia. En el “descubrimiento” de los demás continentes y de los demás hombres no existe realmente ese sentimiento de extrañeza radical» (La conquista de América: el problema del otro),

es muy posible que esa radical extrañeza fuera lo único que compartieron los hombres que participaron en aquel encuentro.

La presente edición está basada en el Manuscrito Remón.

Historia verdadera

Prólogo

Yo, Bernal Díaz del Castillo, regidor de esta ciudad de Santiago de Guatemala, autor de esta muy verdadera y clara historia, la acabé de sacar a la luz, que es desde el descubrimiento, y todas las conquistas de la Nueva España, y como se tomó la gran ciudad de México, y otras muchas ciudades, hasta las haber traído de paz y pobladas de españoles muchas villas, las enviamos a dar y entregar, como estamos obligados, a nuestro rey y señor; en la cual historia hallarán cosas muy notables y dignas de saber: y también van declarados los borrones, y escritos viciosos en un libro de Francisco López de Gómara, que no solamente va errado en lo que escribió de la Nueva España, sino también hizo errar a dos famosos historiadores que siguieron su historia, que se dicen Doctor Illescas y el obispo Paulo Iobio; y a esta causa, digo y afirmo que lo que en este libro se contiene es muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas y reencuentros de guerra; y no son cuentos viejos, ni Historias de Romanos de más de setecientos años, porque a manera de decir, ayer pasó lo que verán en mi historia, y cómo y cuándo, y de qué manera; y de ello era buen testigo el muy esforzado y valeroso capitán don Hernando Cortés, marqués del Valle, que hizo relación en una carta que escribió de México al serenísimo emperador don Carlos V, de gloriosa memoria, y otra del virrey don Antonio de Mendoza, y por probanzas bastantes. Y además de esto cuando mi historia se vea, dará fe y claridad de ello; la cual se acabó de sacar en limpio de mis memorias y borradores en esta muy leal ciudad de Santiago de Guatemala, donde reside la real audiencia, en 26 días del mes de febrero de 1568 años. Tengo que acabar de escribir ciertas cosas que faltan, que aún no se han acabado: va en muchas partes testado, lo cual no se ha de leer. Pido por merced a los señores impresores, que no quiten, ni añadan más letras de las que aquí van y suplan, etc.

Capítulo I. En qué tiempo salí de Castilla, y lo que me acaeció

En el año de 1514 salí de Castilla en compañía del gobernador Pedro Arias de Ávila, que en aquella sazón le dieron la gobernación de Tierra Firme; y viniendo por la mar con buen tiempo, y otras veces con contrario, llegamos al Nombre de Dios; y en aquel tiempo hubo pestilencia, de que se nos murieron muchos soldados, y demás desto, todos los más adolecimos, y se nos hacían unas malas llagas en las piernas; y también en aquel tiempo tuvo diferencias el mismo gobernador con un hidalgo que en aquella sazón estaba por capitán y había conquistado aquella provincia, que se decía Vasco Núñez de Balboa; hombre rico, con quien Pedro Arias de Ávila casó en aquel tiempo una su hija doncella con el mismo Balboa; y después que la hubo desposado, según pareció, y sobre sospechas que tuvo que el yerno se le quería alzar con copia de soldados por la mar del Sur, por sentencia le mandó degollar. Y después que vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre capitanes y soldados, y alcanzamos a saber que era nuevamente ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decía Diego Velázquez, natural de Cuéllar; acordamos ciertos hidalgos y soldados, personas de calidad de los que habíamos venido con el Pedro Arias de Ávila, de demandarle licencia para nos ir a la isla de Cuba, y él nos la dio de buena voluntad, porque no tenía necesidad de tantos soldados como los que trajo de Castilla, para hacer guerra, porque no había qué conquistar; que todo estaba de paz, porque el Vasco Núñez de Balboa, yerno del Pedro Arias de Ávila, lo había conquistado, y la tierra de suyo es muy corta y de poca gente. Y desque tuvimos la licencia, nos embarcamos en buen navío; y con buen tiempo, llegamos a la isla de Cuba, y fuimos a besar las manos al gobernador della, y nos mostró mucho amor y prometió que nos daría indios de los primeros que vacasen; y como se habían pasado ya tres años, así en lo que estuvimos en Tierra Firme como lo que estuvimos en la isla de Cuba aguardando a que nos depositase algunos indios, como nos habían prometido, y no habíamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de nos juntar ciento y diez compañeros de los que habíamos venido de Tierra Firme y de otros que en la isla de Cuba no tenían indios, y concertamos con un hidalgo que se decía Francisco Hernández de Córdoba, que era hombre rico y tenía pueblos de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitán, y a nuestra ventura buscar y descubrir tierras nuevas, para en ellas emplear nuestras personas; y compramos tres navíos, los dos de buen porte, y el otro era un barco que hubimos del mismo gobernador Diego Velázquez, fiado, con condición que, primero nos le diese, nos habíamos de obligar, todos los soldados, que con aquellos tres navíos habíamos de ir a unas isletas que están entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman las islas de las Guanajas y que habíamos de ir de guerra y cargar los navíos de indios de aquellas islas para pagar con ellos el barco, para servirse dellos por esclavos. Y desque vimos los soldados que aquello que pedía el Diego Velázquez no era justo, le respondimos que lo que decía no lo mandaba Dios ni el rey, que hiciésemos a los libres esclavos. Y desque vio nuestro intento, dijo que era bueno el propósito que llevábamos en querer descubrir tierras nuevas, mejor que no el suyo; y entonces nos ayudó con cosas de bastimento para nuestro viaje. Y desque nos vimos con tres navíos y matalotaje de pan casabe, que se hace de unas raíces que llaman yucas, y compramos puercos, que nos costaban en aquel tiempo a 3 pesos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba vacas ni carneros, y con otros pobres mantenimientos, y con rescate de unas cuentas que entre todos los soldados compramos; y buscamos tres pilotos, que el más principal dellos y el que regia nuestra armada se llamaba Antón de Alaminos, natural de Palos, y el otro piloto se decía Camacho, de Triana, y el otro Juan Álvarez, el Manquillo, de Huelva; y así mismo recogimos los marineros que hubimos menester, y el mejor aparejo que pudimos de cables y maromas y anclas, y pipas de agua, y todas otras cosas convenientes para seguir nuestro viaje, y todo esto a nuestra costa y minsión. Y después que nos hubimos juntado los soldados, que fueron ciento y diez, nos fuimos a un puerto que se dice en la lengua de Cuba, Ajaruco, y es en la banda del norte, y estaba ocho leguas de una villa que entonces tenían poblada, que se decía, San Cristóbal, que desde a dos años la pasaron adonde ahora está poblada la dicha Habana. Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de llevar un clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que se decía Alonso González, que con buenas palabras y prometimientos que le hicimos se fue con nosotros; y demás desto elegimos por veedor, en nombre de su majestad, a un soldado que se decía Bernardino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios fuese servido que topásemos tierras que tuviesen oro o perlas o plata, hubiese persona suficiente que guardase el real quinto. Y después de todo concertado y oído misa, encomendándonos a Dios nuestro señor y a la virgen santa María, su bendita madre, nuestra señora, comenzamos nuestro viaje de la manera que adelante diré.

Capítulo II. Del descubrimiento de Yucatán y de un rencuentro de guerra que tuvimos con los naturales

En 8 días del mes de febrero del año de 1517 años salimos de La Habana, y nos hicimos a la vela en el puerto de Jaruco, que así se llama entre los indios, y es la banda del norte, y en doce días doblamos la de San Antonio, que por otro nombre en la isla de Cuba se llama la tierra de los Guanatabeyes, que son unos indios como salvajes. Y doblada aquella punta y puestos en alta mar, navegamos a nuestra ventura hacia donde se pone el Sol, sin saber bajos ni corrientes, ni qué vientos suelen señorear en aquella altura, con grandes riesgos de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que duró dos días con sus noches, y fue tal, que estuvimos para nos perder; y desque abonanzó, yendo por otra navegación, pasado veintiún días que salimos de la isla de Cuba, vimos tierra, de que nos alegramos mucho, y dimos muchas gracias a Dios por ello; la cual tierra jamás se había descubierto, ni había noticia della hasta entonces; y desde los navíos vimos un gran pueblo, que al parecer estaría de la costa obra de dos leguas, y viendo que era gran población y no habíamos visto en la isla de Cuba pueblo tan grande, le pusimos por nombre el Gran Cairo. Y acordamos que con el un navío de menos porte se acercasen lo que más pudiesen a la costa, a ver que tierra era, y a ver si había fondo para que pudiésemos anclear junto a la costa; y una mañana, que fueron 4 de marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de indios naturales de aquella población, y venían a remo y vela. Son canoas hechas a manera de artesas, y son grandes, de maderos gruesos y cavadas por de dentro y está hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que caben en pie cuarenta y cincuenta indios. Quiero volver a mi materia. Llegados los indios con las cinco canoas cerca de nuestro navío, con señas de paz que les hicimos, llamándoles con las manos y capeándoles con las capas para que nos viniesen a hablar, porque no teníamos en aquel tiempo lenguas que entendiesen la del Yucatán y mexicana, sin temor ninguno vinieron, y entraron en la nao capitana sobre treinta dellos, a los cuales dimos de comer casabe y tocino, y a cada uno un sartalejo de cuentas verdes, y estuvieron mirando un buen rato los navíos; y el más principal dellos, que era cacique, dijo por señas que se quería tornar a embarcar en sus canoas y volver a su pueblo, y que otro día volverían y traerían más canoas en que saltásemos en tierra; y venían estos indios vestidos con unas jaquetas de algodón y cubiertas sus vergüenzas con unas mantas angostas, que entre ellos llaman mastates, y tuvimos los por hombres más de razón que a los indios de Cuba, porque andaban los de Cuba con sus vergüenzas defuera, excepto las mujeres, que traían hasta que les llegaban a los muslos unas ropas de algodón que llaman naguas. Volvamos a nuestro cuento: que otro día por la mañana volvió el mismo cacique a los navíos, y trajo doce canoas grandes con muchos indios remeros, y dijo por señas al capitán, con muestras de paz, que fuésemos a su pueblo y que nos darían comida y lo que hubiésemos menester, y que en aquellas doce canoas podíamos saltar en tierra. Y cuando lo estaba diciendo en su lengua, acuérdeme decía: «Con escotoch, con escotoch»; y quiere decir, andad acá a mis casas; y por esta causa pusimos desde entonces por nombre a aquella tierra Punta de Cotoche, y así está en las cartas del marear. Pues viendo nuestro capitán y todos los soldados los muchos halagos que nos hacía el cacique para que fuésemos a su pueblo, tomó consejo con nosotros, y fue acordado que sacásemos nuestros bateles de los navíos, y en el navío de los más pequeños y en las doce canoas saliésemos a tierra todos juntos de una vez, porque vimos la costa llena de indios que habían venido de aquella población, y salimos todos en la primera barcada. Y cuando el cacique nos vio en tierra y que no íbamos a su pueblo, dijo otra vez al capitán por señas que fuésemos con él a sus casas; y tantas muestras de paz hacía, que tomando el capitán nuestro parecer para si iríamos o no, acordóse por todos los más soldados que con el mejor recaudo de armas que pudiésemos llevar y con buen concierto fuésemos. Y llevamos quince ballestas y diez escopetas (que así se llamaban, escopetas y espingardas, en aquel tiempo), y comenzamos a caminar por un camino por donde el cacique iba por guía, con otros muchos indios que le acompañaban. Y yendo de la manera que he dicho, cerca de unos montes breñosos comenzó a dar voces y apellidar el cacique para que saliesen a nosotros escuadrones de gente de guerra, que tenían en celada para nos matar; y a las voces que dio el cacique, los escuadrones vinieron con gran furia, y comenzaron a nos flechar de arte, que a la primera rociada de flechas nos hirieron quince soldados, y traían armas de algodón, y lanzas y rodelas, arcos y flechas, y hondas y mucha piedra, y sus penachos puestos, y luego tras las flechas vinieron a se juntar con nosotros pie con pie, y con las lanzas a manteniente nos hacían mucho mal. Mas luego les hicimos huir, como conocieron el buen cortar de nuestras espadas, y de las ballestas y escopetas el daño que les hacían; por manera que quedaron muertos quince dellos. Un poco más adelante, donde nos dieron aquella refriega que dicho tengo, estaba una placeta y tres casas de cal y canto, que eran adoratorios, donde tenían muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios y otros como de mujeres, altos de cuerpo, y otros de otras malas figuras; de manera que al parecer estaban haciendo sodomías unos bultos de indios con otros; y en las casas tenían unas arquillas hechizas de madera, y en ellas otros ídolos de gestos diabólicos, y unas patenillas de medio oro, y unos pinjantes y tres diademas, y otras piecezuelas a manera de pescados y otras a manera de ánades, de oro bajo. Y después que lo hubimos visto, así el oro como las casas de cal y canto, estábamos muy contentos porque habíamos descubierto tal tierra, porque en aquel tiempo no era descubierto el Perú, ni aun se descubrió dende ahí a dieciséis años. En aquel instante que estábamos batallando con los indios, como dicho tengo, el clérigo. González que iba con nosotros, y con dos indios de Cuba se cargó de las arquillas y el oro y los ídolos, y lo llevó al navío; y en aquella escaramuza prendimos dos indios, que después se bautizaron y volvieron cristianos, y se llamó el uno Melchor y el otro Julián, y entrambos eran trastabados de los ojos. Y acabado aquel rebato acordamos de nos volver a embarcar, y seguir las costas adelante descubriendo hacia donde se pone el Sol; y después de curados los heridos, comenzamos a dar velas.

Capítulo III. Del descubrimiento de Campeche

Como acordamos de ir a la costa adelante hacia el poniente, descubriendo puntas y bajos y ancones y arrecifes, creyendo que era isla, como nos lo certificaba el piloto Antón de Alaminos, íbamos con gran tiento, de día navegando y de noche al reparo y pairando; y en quince días que fuimos desta manera, vimos desde los navíos un pueblo, y al parecer algo grande, y había cerca de él gran ensenada y bahía; creímos que había río o arroyo donde pudiésemos tomar agua, porque teníamos gran falta della; acabábase la de las pipas y vasijas que traíamos, que no venían bien reparadas; que, como nuestra armada era de hombres pobres, no teníamos dinero cuanto convenía para comprar buenas pipas; faltó el agua y hubimos de saltar en tierra junto al pueblo, y fue un domingo de Lázaro, y a esta causa le pusimos este nombre, aunque supimos que por otro nombre propio de indios se dice Campeche; pues para salir todos de una barcada, acordamos de ir en el navío más chico y en los tres bateles, bien apercibidos de nuestras armas, no nos acaeciese como en la Punta de Cotoche. Y porque en aquellos ancones y bahías mengua mucho la mar, y por esta causa dejamos los navíos ancleados más de una legua de tierra, y fuimos a desembarcar cerca del pueblo, que estaba allí un buen pozo de buena agua, donde los naturales de aquella población bebían y se servían de él, porque en aquellas tierras, según hemos visto, no hay ríos; y sacamos las pipas para las henchir de agua y volvernos a los navíos. Ya que estaban llenas y nos queríamos embarcar, vinieron del pueblo obra de cincuenta indios con buenas mantas de algodón, y de paz, y a lo que parecía debían ser caciques, y nos decían por señas que qué buscábamos, y les dimos a entender que tomar agua e irnos luego a los navíos, y señalaron con la mano que si veníamos de hacia donde sale el Sol, y decían «Castilan, Castilan», y no mirábamos bien en la plática de «Castilan, Castilan». Y después de estas pláticas que dicho tengo, nos dijeron por señas que fuésemos con ellos a su pueblo, y estuvimos tomando consejo si iríamos. Acordamos con buen concierto de ir muy sobre aviso, y lleváronnos a unas casas muy grandes, que eran adoratorios de sus ídolos y estaban muy bien labradas de cal y canto, y tenían figurados en unas paredes muchos bultos de serpientes y culebras y otras pinturas de ídolos, y alrededor de uno como altar, lleno de gotas de sangre muy fresca; y a otra parte de los ídolos tenían unas señales como a manera de cruces, pintados de otros bultos de indios; de todo lo cual nos admiramos, como cosa nunca vista ni oída. Y, según pareció, en aquella sazón habían sacrificado a sus ídolos ciertos indios para que les diesen victoria contra nosotros, y andaban muchos indios e indias riéndose y al parecer muy de paz, como que nos venían a ver; y como se juntaban tantos, temimos no hubiese alguna zalagarda como la pasada de Cotoche; y estando desta manera vinieron otros muchos indios, que traían muy ruines mantas, cargados de carrizos secos, y los pusieron en un llano, y tras estos vinieron dos escuadrones de indios flecheros con lanzas y rodelas, y hondas y piedras, y con sus armas de algodón, y puestos en concierto en cada escuadrón su capitán, los cuales se apartaron en poco trecho de nosotros; y luego en aquel instante salieron de otra casa, que era su adoratorio, diez indios, que traían las ropas de mantas de algodón largas y blancas, y los cabellos muy grandes, llenos de sangre y muy revueltos los unos con los otros, que no se les pueden esparcir ni peinar si no se cortan; los cuales eran sacerdotes de los ídolos que en la Nueva España se llaman papas, y así los nombraré de aquí adelante; y aquellos papas nos trajeron zahumerios, como a manera de resina, que entre ellos llaman copal, y con braseros de barro llenos de lumbre nos comenzaron a zahumar, y por señas nos dicen que nos vayamos de sus tierras antes que aquella leña que tienen llegada se ponga fuego y se acabe de arder, si no que nos darán guerra y nos matarán. Y luego mandaron poner fuego a los carrizos y comenzó de arder, y se fueron los papas callando sin más nos hablar, y los que estaban apercibidos en los escuadrones empezaron a silbar y a tañer sus bocinas y atabalejos. Y desque los vimos de aquel arte y muy bravosos, y de lo de la punta de Cotoche aun no teníamos sanas las heridas, y se habían muerto dos soldados, que echamos al mar, y vimos grandes escuadrones de indios sobre nosotros, tuvimos temor, y acordamos con buen concierto de irnos a la costa; y así, comenzamos a caminar por la playa adelante hasta llegar enfrente de un peñol que está en la mar, y los bateles y el navío pequeño fueron por la costa tierra a tierra con las pipas de agua y no nos osamos embarcar junto al pueblo donde nos habíamos desembarcado, por el gran número de indios que ya se habían juntado, porque tuvimos por cierto que al embarcar nos darían guerra. Pues ya metida nuestra agua en los navíos, y embarcados en una bahía como portezuelo que allí estaba, comenzamos a navegar seis días con sus noches con buen tiempo, y volvió un norte, que es travesía en aquella costa, el cual duró cuatro días con sus noches, que estuvimos para dar a través: tan recio temporal hacía, que nos hizo anclar la costa por no ir a través; que se nos quebraron dos cables, e iba garrando a tierra el navío. ¡Oh en qué trabajo nos vimos! Que si se quebrara el cable, íbamos a la costa perdidos, y quiso Dios que se ayudaron con otras maromas viejas y guindaletas. Pues ya reposado el tiempo seguimos nuestra costa adelante, llegándonos a tierra cuanto podíamos para tornar a tomar agua, que (como ya he dicho) las pipas que traíamos vinieron muy abiertas; y asimismo no había regla en ello, como íbamos costeando, creíamos que doquiera que saltásemos en tierra la tomaríamos de jagüeyes y pozos que cavaríamos. Pues yendo nuestra derrota adelante vimos desde los navíos un pueblo, y antes de obra de una legua de él se hacía una ensenada, que parecía que habría río o arroyo: acordamos de surgir junto a él; y como en aquella costa (como otras veces he dicho) mengua mucho la mar y quedan en seco los navíos, por temor dello surgimos más de una legua de tierra; en el navío menor y en todos los bateles, fue acordado que saltásemos en aquella ensenada, sacando nuestras vasijas con muy buen concierto, y armas y ballestas y escopetas. Salimos en tierra poco más de mediodía, y habría una legua desde el pueblo hasta donde desembarcamos, y estaban unos pozos y maizales, y caserías de cal y canto. Llámase este pueblo Potonchan, y henchimos nuestras pipas de agua; mas no las pudimos llevar ni meter en los bateles, con la mucha gente de guerra que cargó sobre nosotros; y quedarse ha aquí, y adelante diré las guerras que nos dieron.

Capítulo IV. Cómo desembarcamos en una bahía donde había maizales, cerca del puerto de Potonchan, y de las guerras que nos dieron

Y estando en las estancias y maizales por mí ya dichas, tomando nuestra agua, vinieron por la costa muchos escuadrones de indios del pueblo de Potonchan (que así se dice), con sus armas de algodón que les daba a la rodilla, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas hechas a manera de montantes de a dos manos, y hondas y piedras, y con sus penachos de los que ellos suelen usar, y las caras pintadas de blanco y prieto enalmagrados; y venían callando, y se vienen derechos a nosotros, como que nos venían a ver de paz, y por señas nos dijeron que si veníamos de donde sale el Sol, y las palabras formales según nos hubieron dicho los de Lázaro, «Castilan, Castilan», y respondimos por señas que de donde sale el Sol veníamos. Y entonces paramos en las mientes y en pensar qué podía ser aquella plática, porque los de San Lázaro nos dijeron lo mismo; mas nunca entendimos al fin que lo decían. Sería cuando esto pasó y los indios se juntaban, a la hora de las Ave Marías, y fuéronse a unas caserías, y nosotros pusimos velas y escuchas y buen recaudo, porque no nos pareció bien aquella junta de aquella manera. Pues estando velando todos juntos, oímos venir con el gran ruido y estruendo que traían por el camino, muchos indios de otras sus estancias y del pueblo, y todos de guerra, y desque aquello sentimos, bien entendido teníamos que no se juntaban para hacernos ningún bien, y entramos en acuerdo con el capitán que es lo que haríamos; y unos soldados daban por consejo que nos fuésemos luego a embarcar; y como en tales casos suele acaecer, unos dicen uno y otros dicen otro, eran muchos indios, darían en nosotros y habría mucho riesgo de nuestras vidas; y otros éramos de acuerdo que diésemos en ellos esa noche; que, como dice el refrán, quien acomete, vence; y por otra parte veíamos que para cada uno de nosotros había trescientos indios. Y estando en estos conciertos amaneció, y dijimos unos soldados a otros que tuviésemos confianza en Dios, y corazones muy fuertes para pelear, y después de nos encomendar a Dios, cada uno hiciese lo que pudiese para salvar las vidas. Ya que era de día claro vimos venir por la costa muchos más escuadrones guerreros con sus banderas tendidas, y penachos y atambores, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y se juntaron con los primeros que habían venido la noche antes; y luego, hechos sus escuadrones, nos cercan por todas partes, y nos dan tal rociada de flechas y varas, y piedras con sus hondas, que hirieron sobre ochenta de nuestros soldados, y se juntaron con nosotros pie con pie, unos con lanzas, y otros flechando, y otros con espadas de navajas, de arte, que nos traían a mal andar, puesto que les dábamos buena prisa de estocadas y cuchilladas, y las escopetas y ballestas que no paraban, unas armando y otras tirando; y ya que se apartaban algo de nosotros, desque sentían las grandes estocadas y cuchilladas que les dábamos, no era lejos, y esto fue para mejor flechar y tirar al terrero a su salvo; y cuando estábamos en esta batalla, y los indios se apellidaban, decían en su lengua «al Calachoni, al Calachoni», que quiere decir que matasen al capitán; y le dieron doce flechazos, y a mí me dieron tres, y uno de los que me dieron, bien peligroso, en el costado izquierdo, que me pasó a lo hueco, y a otros de nuestros soldados dieron grandes lanzadas, y a dos llevaron vivos, que se decía el uno Alonso Bote y el otro era un portugués viejo. Pues viendo nuestro capitán que no bastaba nuestro buen pelear, y que nos cercaban muchos escuadrones, y venían más de refresco del pueblo, y les traían de comer y beber y muchas flechas, y nosotros todos heridos, y otros soldados atravesados los gaznates, y nos habían muerto ya sobre cincuenta soldados; y viendo que no teníamos fuerzas, acordamos con corazones muy fuertes romper por medio de sus batallones, y acogernos a los bateles que teníamos en la costa, que fueron socorro, y hechos todos nosotros un escuadrón rompimos por ellos; pues oír la grita y silbos y vocería y prisa que nos daban de flecha y a manteniente con sus lanzas, hiriendo siempre en nosotros. Pues otro daño tuvimos, que, como nos acogimos de golpe a los bateles y éramos muchos, íbanse a fondo, y como mejor pudimos, asidos a los bordes, medio nadando entre dos aguas, llegamos al navío de menos porte, que estaba cerca, que ya venía a gran prisa a nos socorrer, y al embarcar hirieron muchos de nuestros soldados, en especial a los que iban asidos en las popas de los bateles, y les tiraban al terreno, y entraron en la mar con las lanzas y daban a manteniente a nuestros soldados, y con mucho trabajo quiso Dios que escapamos con las vidas de poder de aquella gente. Pues ya embarcados en los navíos, hallamos que faltaban cincuenta y siete compañeros, con los dos que llevaron vivos, y con cinco que echamos en la mar, que murieron de las heridas y de la gran sed que pasaron. Estuvimos peleando en aquella bataca poco más de media hora. Llámase este pueblo Potonchan, y en las cartas de marear le pusieron nombre los pilotos y marineros bahía de Mala Pelea Y desque nos vimos salvos de aquellas refriegas, dimos muchas gracias a Dios; y cuando se curaban las heridas los soldados, se quejaban mucho del dolor dellas, que como estaban resfriadas con el agua salada, y estaban muy hinchadas y dañadas, algunos de nuestros soldados maldecían al piloto Antón Alaminos y a su descubrimiento y viaje, porque siempre porfiaba que no era tierra firme, sino isla; donde los dejaré ahora, y diré lo que más nos acaeció.

Capítulo V. Cómo acordamos de nos volver a la isla de Cuba, y de la gran sed y trabajos que tuvimos hasta llegar al puerto de La Habana

Desque nos vimos embarcados en los navíos de la manera que dicha tengo, dimos muchas gracias a Dios, y después de curados los heridos (que no quedó hombre ninguno de cuantos allí nos hallamos que no tuviesen a dos y a tres y a cuatro heridas, y el capitán con doce flechazos; solo un soldado quedó sin herir), acordamos de nos volver a la isla de Cuba; y como estaban también heridos todos los más de los marineros que saltaron en tierra con nosotros, que se hallaron en las peleas, no teníamos quien marease las velas, y acordamos que dejásemos el un navío, el de menos porte, en la mar, puesto fuego, después de sacadas de él las velas y anclas y cables, y repartir los marineros que estaban sin heridas en los dos navíos de mayor porte; pues otro mayor daño teníamos, que fue la gran falta de agua; porque las pipas y vasijas que teníamos llenas en Champoton, con la grande guerra que nos dieron y prisa de nos acoger a los bateles no se pudieron llevar, que allí se quedaron, y no sacamos ninguna agua. Digo que tanta sed pasamos, que en las lenguas y bocas teníamos grietas de la secura, pues otra cosa ninguna para refrigerio no había. ¡Oh qué cosa tan trabajosa es ir a descubrir tierras nuevas, y de la manera que nosotros nos aventuramos! No se puede ponderar sino los que han pasado por aquestos excesivos trabajos en que nosotros nos vimos. Por manera que con todo esto íbamos navegando muy allegados a tierra, para hallarnos en paraje de algún río o bahía para tomar agua, y al cabo de tres días vimos uno como ancón, que parecía río o estero, que creíamos tener agua dulce, y saltaron en tierra quince marineros de los que habían quedado en los navíos, y tres soldados que estaban más sin peligro de los flechazos, y llevaron azadones y tres barriles para traer agua; y el estero era salado, e hicieron pozos en la costa, y era tan amargosa y salada agua como la del estero; por manera que, mala como era, trajeron las vasijas llenas, y no había hombre que la pudiese beber del amargor y sal, y a dos soldados que la bebieron dañó los cuerpos y las bocas. Había en aquel estero muchos y grandes lagartos, y desde entonces se puso nombre el estero de los Lagartos, y así está en las cartas del marear. Dejemos esta plática, y diré que entre tanto que fueron los bateles por el agua y se levantó un viento nordeste tan deshecho, que íbamos garrando a tierra con los navíos; y como en aquella costa es travesía y reina siempre norte y nordeste, estuvimos en muy gran peligro por falta de cable; y como lo vieron los marineros que habían ido a tierra por el agua, vinieron muy más que de paso con los bateles, y tuvieron tiempo de echar otras anclas y maromas, y estuvieron los navíos seguros dos días y dos noches; y luego alzamos anclas y dimos vela, siguiendo nuestro viaje para nos volver a la isla de Cuba. Parece ser el piloto Alaminos se concertó y aconsejó con los otros dos pilotos que desde aquel paraje donde estábamos atravesásemos a la Florida, porque hallaban por sus cartas y grados y alturas que estaría de allí obra de setenta leguas, y que después, puestos en la Florida, dijeron que era mejor viaje y más cercana navegación para ir a La Habana que no la derrota por donde habíamos primero venido a descubrir; y así fue como el piloto dijo; porque, según yo entendí, había venido con Juan Ponce de León a descubrir la Florida había diez o doce años ya pasados. Volvamos a nuestra materia: que atravesando aquel golfo, en cuatro días que navegamos vimos la tierra de la misma Florida; y lo que en ella nos acaeció diré adelante.

Capítulo VI. Cómo desembarcaron en la bahía de la Florida veinte soldados, con nosotros el piloto Alaminos, para buscar agua, y de la guerra que allí nos dieron los naturales de aquella tierra, y lo que más pasó hasta volver a La Habana