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Historia verdadera de la conquista de la Nueva España relata la experiencia americana de Bernal Díaz del Castillo. En 1514, cuando Bernal Díaz embarcó hacia el Nuevo Mundo, no había cumplido veinte años. Tres años más tarde participó en la expedición dirigida por Hernán Cortés hacia México, donde unos pocos españoles, en algo menos de dos años, consiguieron derrotar al Imperio azteca. Cuarenta años más tarde, Bernal Díaz relata, con un afán de fidelidad tan tenaz como problemático, una de las grandes expediciones que más han marcado el imaginario occidental. Este libro muestra los desafíos que planteaba el poder, las tácticas de Cortés para aproximarse al imperio de Montezuma y más tarde, al de Cuauhtemoc. También es testimonio del choque de creencias, la explotación de los nativos para conseguir oro y otros tesoros, o las batallas que se libraron hasta la caída de México. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es, si no un relato fidedigno de lo que ocurrió, sí una de las obras de la literatura de la Conquista, junto con los - Diarios de Colón, las Cartas de relación de Hernán Cortés - y la Brevísima relación de la destrucción de las Indias del padre Bartolomé de las Casas,que mejor atestiguan la mentalidad occidental de la época. Si, como señaló Todorov, la conquista de América es «el encuentro más asombroso de nuestra historia. En el "descubrimiento" de los demás continentes y de los demás hombres no existe realmente ese sentimiento de extrañeza radical» (La conquista de América: el problema del otro), es muy posible que esa radical extrañeza fuera lo único que compartieron los hombres que participaron en aquel encuentro. La presente edición es una selección hecha pública por Luis Fernández González. Linkgua ediciones ha editado también el texto completo en dos tomos.
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Seitenzahl: 1143
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Bernal Díaz del Castillo
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España Selección de Fernández Editores
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-599-7.
ISBN ebook: 978-84-9897-072-2.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Créditos 4
Brevísima presentación 17
La vida 17
Prólogo 19
Capítulo I. Comienza la relación de la historia 19
Capítulo II. Cómo descubrimos la provincia de Yucatán 25
Capítulo III. Cómo seguimos la costa adelante hacia el poniente, descubriendo puntas y bajos y ancones y arrecifes 28
Capítulo IV. Cómo Diego Velázquez, gobernador de la isla de Cuba, ordenó de enviar una armada a las tierras que descubrimos, y fue capitán general de ella un hidalgo que se decía Juan de Grijalva, pariente del dicho gobernador Velázquez, y otros tres capitanes que más adelante diré sus nombres 34
Capítulo V. De cómo llegamos al río de Tabasco, que le llaman río de Grijalva, y de lo que allí nos avino 36
Capítulo VI. Cómo seguimos la costa adelante, hacia donde se pone el sol, y llegamos al río que llaman de Banderas, y lo que en el pasó que diré adelante 39
Capítulo VII. Cómo llegamos (a) aquella isleta que ahora se llama San Juan de Ulúa. Y a qué causa se le puso aquel nombre. Y de lo que allí nos aconteció 42
Capítulo VIII. Cómo vinimos con otra armada a las tierras nuevas descubiertas, y por capitán de la armada el valeroso y esforzado Hernando Cortés, que después del tiempo andando fue marqués del Valle y de las contrariedades que tuvo para estorbarle que no fuese capitán el dicho don Hernando 45
Capítulo IX. Cómo Diego Velázquez envió a un su criado, que se decía Gaspar de Garnica, con mandamientos y provisiones para que en todo caso se prendiese a don Hernando Cortés y se le tomase la armada 50
Capítulo X. Cómo Cortés se hizo a la vela con toda su compañía de caballeros y soldados para la isla de Cozumel, y de lo que allí nos avino luego diré 51
Capítulo XI. Cómo Cortés supo de dos españoles que estaban en poder de indios en la punta de cotoche, y lo que sobre ello se hizo. Y de otras cosas más 52
Capítulo XII. Cómo Cortés repartló los navíos y señaló capitanes para ir en ellos. Y asimismo se dio la instrucción de lo que habían de hacer los pilotos, y las señales de los faroles de noche y otras cosas más que en aquellos lugares acontecieron 56
Capítulo XIII. Cómo el español que estaba en poder de indios (que) se llamaba Jerónimo de Aguilar, supo cómo habíamos arribado a Cozumel, y que luego se vino a nuestro real. Y lo que después aconteció 57
Capítulo XIV. Cómo llegamos al río de Grijalva, que en lengua de indios llaman Tabasco, y de la guerra que nos dieron y de lo que más con ellos nos aconteció 59
Capítulo XV. Cómo vinieron a hablar con Hernando Cortés todos los caciques y calachonis del río Grijalva, y trajeron un presente. Y lo que sobre ello pasó 66
Capítulo XVI. Cómo doña Marina era cacica e hija de grandes señores de pueblos y vasallos, y de la manera que la dicha doña Marina fue traída a tabasco 70
Capítulo XVII. Cómo llegamos con todos los navíos a San Juan de Ulúa. Y de lo que allí nos aconteció luego 72
Capítulo XVIII. Cómo fue tendile a hablar con Montezuma y a llevar presentes, y lo que se hizo en nuestro real 76
Capítulo XIX. Cómo alzamos a Hernando Cortés por capitán general y justicia mayor de estas tierras hasta que su majestad mandase lo que hubiere menester y conviniera. Y de lo que en ello se hizo 80
Capítulo XX. Cómo acordamos de poblar la Villa Rica de la Vera Cruz y de hacer una fortaleza en unos prados, junto a unas salinas y cerca del puerto del nombre feo, donde estaban anclados nuestros navíos, y de otras cosas más que allí se hicieron 86
Capítulo XXI. Cómo Cortés mando hacer un altar y se puso una imagen de nuestra señora y una cruz, y se dijo la santa misa y se bautizaron las ocho indias 90
Capítulo XXII. Cómo volvimos a nuestra Villa Rica de la Vera Cruz, y de otras cosas más que allí sucedieron 92
Capítulo XXIII. Cómo nuestros procuradores, con buen tiempo, desembocaron el canal de Bahama y en pocos días llegaron a Castilla y lo que en la corte les pasó 95
Capítulo XXIV. Cómo después que partieron nuestros embajadores para su majestad con todo el oro y cartas y relaciones, lo que en el real se hizo y la justicia que nuestro capitán Cortés mandó que se hiciera 97
Capítulo XXV. De un razonamiento que Cortés nos hizo después de haber dado con los navíos de través, y (cómo) aprestábamos nuestra ida para México 99
Capítulo XXVI. Cómo ordenamos de ir a la ciudad de México, y por consejo del cacique fuimos por Tlaxcala, y de lo que nos acaeció, así de reencuentros de guerra como otras cosas que nos avinieron 101
Capítulo XXVII. De las guerras y batallas muy peligrosas que tuvimos con los tlaxcaltecas y otras cosas más 106
Capítulo XXVIII. De la gran batalla que hubimos con el poder de los tlaxcaltecas, y quiso Dios nuestro señor que en ella hubiésemos victoria, y lo que más pasó 109
Capítulo XXIX. Cómo otro día enviamos mensajeros a los caciques de Tlaxcala, rogándoles con la paz, y lo que sobre estas cosas y de otras ellos hicieron 112
Capítulo XXX. Cómo después que volvimos con Cortés de Zumpancingo con bastimentos, hallamos en nuestro real ciertas pláticas, y lo que cortés respondió 114
Capítulo XXXI. Cómo vino Xicotenga, capitán general de Tlaxcala, a entender en las paces con don Hernando 118
Capítulo XXXII. Cómo vinieron a nuestro real los caciques viejos de Tlaxcala a rogar a Cortés y a todos nosotros que luego nos fuésemos con ellos a su ciudad para nos a tender, y lo que más pasó 121
Capítulo XXXIII. Cómo fuimos a la ciudad de Tlaxcala, y lo que los caciques viejos hicieron, de un presente que nos dieron, y cómo trajeron sus hijos y sobrinos 123
Capítulo XXXIV. Cómo fuimos a la ciudad de Cholula en 12 de octubre de 1519 años. Y del gran recibimiento que nos hicieron los naturales de aquellas tierras 131
Capítulo XXXV. Cómo el gran Montezuma nos envió otros embajadores con un presente de oro y mantas, y lo que dijeron a Cortés y lo que él les respondió 142
Capítulo XXXVI. Del grande y solemne recibimiento que nos hizo el gran Montezuma a Cortés y a todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de Tenustitlán 146
Capítulo XXXVII. Cómo el gran Montezuma vino a nuestros aposentos con muchos caciques que le acompañaban, y de la plática que tuvo con nuestro capitán 150
Capítulo XXXVIII. De la manera y persona del gran Montezuma, y de cómo vivía y de cuán grande señor era 154
Capítulo XXXIX. Cómo nuestro capitán salió a ver la ciudad de México y el Tatelulco, que es la plaza mayor, y el gran cú de sus Uichilobos, y lo que más pasó 161
Capítulo XL. Cómo hicimos nuestra iglesia y altar en nuestro aposento, y una cruz fuera del aposento, y lo que más pasamos, y hallamos la sala y recamara del tesoro del padre de Montezuma. Y de cómo tomamos acuerdo de prender al gran Montezuma 170
Capítulo XLI. Cómo fue la batalla que dieron los capitanes mexicanos a Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y al caballo y a seis soldados y a muchos amigos indios totonaques que también murieron 174
Capítulo XLII. De la prisión del gran Montezuma y de otras cosas más que sobre dicha prisión nos acontecieron 177
Capítulo XLIII. Cómo Cortés mandó hacer dos bergantines de mucho sostén y veleros para andar en la laguna, y cómo el gran Montezuma dijo a Cortés que le diese licencia para ir a hacer su oración a sus templos, y lo que Cortés le dijo. Y cómo le dio la licencia. Y otras cosas más que adelante diré 184
Capítulo XLIV. Cómo los sobrinos del gran Montezuma andaban convocando y atrayendo a sí las voluntades de otros señores para venir a México y sacar de la prisión al gran Montezuma y echarnos de la gran ciudad de México y matarnos a todos nosotros 185
Capítulo XLV. Cómo volvieron los capitanes que nuestro Cortés había enviado para que viesen las minas y para sondar el río de Guazaqualco, y otras cosas más 192
Capítulo XLVI. Cómo Cortés dijo al gran Montezuma que mandase a todos los caciques de toda su tierra que tributasen a su majestad, pues comúnmente sabían que tenían oro. Y lo que sobre ello se hizo 195
Capítulo XLVII. Cómo el gran Montezuma dijo a Cortés que le quería dar una hija de las suyas para que se casase con ella y lo que Cortés le respondió, y todavía la tomó, y la servían y honraban como era debido a hija de tan gran señor como era él 199
Capítulo XLVIII. Cómo el gran Montezuma dijo a nuestro capitán Cortés que se saliese de México con todos los soldados, porque se querían levantar todos los caciques y los papas y darnos guerra hasta matarnos, porque así estaba acordado y dado consejo por sus ídolos. Y lo que se hizo sobre ello 201
Capítulo XLIX. Cómo Pánfilo de Narváez llegó al puerto de San Juan de Ulúa, que se dice de la Veracruz, con toda su armada, y las cosas que sucedieron luego 204
Capítulo L. Cómo Pánfilo de Narváez envió con cinco personas de su armada a requerir a Gonzalo de Sandoval, que estaba por capitán en la Villa Rica, que se diese luego con todos los vecinos de la dicha Villa Rica. Y lo que sobre ello aconteció 206
Capítulo LI. Cómo Cortés, después de bien informado de quién era capitán y quién y cuántos venían en la armada, y los pertrechos de guerra que traían, y de los tres nuestros falsos soldados que a Narváez se pasaron, escribió al capitán y a otros sus amigos, especialmente (a) Andrés de Duero, secretario de Diego Velázquez; y también supo cómo Montezuma enviaba oro y ropa a Narváez. Y las palabras que le envió a decir Montezuma; y de cómo venía en aquella armada el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de la audiencia real de Santo Domingo, y la instrucción que traía 209
Capítulo LII. Cómo llegó Juan Velázquez de León y un mozo de espuelas de Cortés, que se decía Juan del Río, al real de Pánfilo de Narváez, y lo que en él pasó 216
Capítulo LIII. Del concierto y orden que se dio en nuestro real para ir contra Narváez, y del razonamiento que don Hernando nos hizo y lo que le resolvimos 221
Capítulo LIV. Cómo Cortés envió al puerto al capitán Francisco de Lugo, y en su compañía dos soldados que habían sido maestres de navíos, para que luego trajesen allí a cempoal todos los maestres y pilotos de los navíos y flota de Narváez y que les sacasen las velas y timones y agujas, porque no fuesen a dar mandado a la isla de Cuba a Diego Velázquez de lo acaecido. Y cómo puso almirante de la mar, y otras cosas que pasaron 231
Capítulo LV. Cómo fuimos a grandes jornadas así Cortés con todos sus capitanes y todos los de Narváez, excepto Salvatierra y Pánfilo de Narváez, que quedaron presos en la Villa Rica de la Vera Cruz 235
Capítulo LVI. Cómo nos dieron guerra en México, y los combates que nos daban, y otras cosas que pasamos 238
Capítulo LVII. Después que fue muerto el gran Montezuma, acordó Cortés de hacerlo saber a sus capitanes y principales que nos daban guerra. Y lo que más pasó 247
Capítulo LVIII. Cómo acordamos de irnos huyendo de la gran ciudad de México y de lo que sobre ello se hizo 249
Capítulo LIX. Cómo fuimos a la provincia de Tepeaca y lo que en ella hicimos. Y otras cosas que pasamos 264
Capítulo LX. Cómo vino un navío de Cuba que enviaba Diego Velázquez, que venía en él por capitán Pedro Barba, y la manera que el almirante que puso nuestro Cortés por guarda de la mar tenía para prenderlos, y que es de esta manera 268
Capítulo LXI. Cómo aportó al peñol y puerto que está junto a la Villa Rica de la Vera Cruz un navío de los de Francisco de Garay, que había enviado a poblar el río Pánuco, y lo que sobre ello pasó 270
Capítulo LXII. Cómo se recogieron todas las mujeres y esclavas y esclavos de todo nuestro real que habíamos habido en aquello de Tepeaca y Cachula y Tecamachalco, y en Castil Blanco, y en sus tierras, para herrarse con el hierro que hicieron en nombre de su majestad. Y de lo que sobre ello pasó 274
Capítulo LXIII. Cómo demandaron licencia a Cortés los capitanes y personas más principales de los que Narváez había traído en su compañía para volverse a la isla de Cuba, y Cortés se la dio, y se fueron, y cómo despachó Cortés embajadores para Castilla y para Santo Domingo y Jamaica. Y lo que sobre cada cosa acaeció 276
Capítulo LXIV. Cómo caminamos con todo nuestro ejército camino de la ciudad de Tezcuco, y lo que pasó en el camino. Y otras cosas, que nos acontecieron 283
Capítulo LXV. Cómo fue Gonzalo de Sandoval a Tlaxcala por la madera de los bergantines, y lo que más en el camino hizo en un pueblo que le pusimos por nombre el Pueblo Morisco, y lo que más pasó 291
Capítulo LXVI. Cómo se herraron los esclavos en Tezcuco y cómo vino nueva que había venido al puerto de la Villa Rica un navío. Y los pasajeros que en él vinieron y otras cosas que pasaron diré adelante 302
Capítulo LXVII. Cómo nuestro capitán Cortés fue (a) una entrada y se rodeó la laguna y todas las ciudades y grandes pueblos que alrededor hallamos. Y lo que más pasó en aquella entrada y otras cosas diré 304
Capítulo LXVIII. De la gran sed que tuvimos en este camino, y del peligro en que nos vimos en Xochimilco con muchas batallas y reencuentros que con los mexicanos y con los naturales de aquella ciudad tuvimos, y de otros muchos reencuentros de guerras que hasta volver a Tezcuco nos acaecieron 313
Capítulo LXIX. Cómo de que llegamos con Cortés a Tezcuco con todo nuestro ejército y soldados de la entrada de rodear los pueblos de la laguna tenían concertado entre ciertas personas de los que habían pasado con Narváez de matar a Cortés y todos los que fuésemos en su defensa, y quien fue primero autor de aquella chirinola fue uno que había sido de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, el cual soldado Cortés le mandó ahorcar por sentencia, y cómo se herraron los esclavos y se apercibió todo el real y los pueblos de nuestros amigos, y se hizo alarde y ordenanzas, y otras cosas que más pasaron allí como adelante diré 319
Capítulo LXX. Cómo Cortés mandó a todos los pueblos nuestros amigos que estaban cercanos de Tezcuco que hiciesen almacén de saetas y casquillos de cobre para ellas, y lo que en nuestro real se ordenó 321
Capítulo LXXI. Cómo se hizo alarde en la ciudad de Tezcuco en los patios mayores de aquella ciudad, y los de a caballo y ballesteros y escopeteros y soldados que se hallaron, y las ordenanzas que se pregonaron, y otras cosas más que se hicieron allí 322
Capítulo LXXII. Cómo Cortés mandó que fuesen tres guarniciones de soldados de caballo y ballesteros y escopeteros por tierra a poner cerco a la gran ciudad de México, y los capitanes que nombró para cada guarnición, y los soldados y de a caballo y ballesteros y escopeteros que les repartió, los sitios en que sentaríamos nuestros reales 324
Capítulo LXXIII. CÓmo cortés mandó repartir los doce bergantines, y mandó se sacase gente del más pequeño bergantín, el Busca ruido, y lo que más pasó 333
Capítulo LXXIV. De la manera que peleamos, y de muchas batallas que los mexicanos nos daban. Y las pláticas que con ellos tuvimos, y de cómo nuestros amigos se nos fueron a sus pueblos y de otras cosas más 348
Capítulo LXXV. Cómo Cortés envió tres principales mexicanos que se habían prendido en las batallas pasadas a rogar a Guatemuz que tuviésemos paces, y lo que Guatemuz respondió. Y de otras cosas que pasaron 356
Capítulo LXXVI. Cómo Guatemuz tenía concertado con las provincias de Mataltzingo y Tulapa y Malinalco y otros pueblos que le viniesen a ayudar y diesen en nuestro real, que es el de Tacuba, y en el de Cortés, y que saldría todo el poder de México, entretanto que peleasen con nosotros, y nos darían por las espaldas. Y lo que sobre ello se hizo 359
Capítulo LXXVII. Cómo Gonzalo de Sandoval entró con los doce bergantines a la parte que estaba Guatemuz y se prendió. Y de todo lo más que sobre ello pasó 367
Capítulo LXXVIII. Cómo después de ganada la muy gran ciudad de México y preso Guatemuz y sus capitanes, lo que don Hernando mandó que en ello se hiciese 377
Capítulo LXXIX. Cómo vinieron cartas a Cortés como en el puerto de la Veracruz había llegado Cristóbal de Tapia con dos navíos, y traía provisiones de su majestad para que gobernase la Nueva España. Y lo que sobre ello se acordó y luego se hizo 385
Capítulo LXXX. Cómo Gonzalo de Sandoval llegó con su ejército a un pueblo que se dice Tustepeque, y lo que allí hizo, y después pasó a Guazacualco, y todo lo más que le avino; entiéndase que uno es Tustepeque y que otro es Tututepeque, que son dos 399
Capítulo LXXXI. Cómo vino Francisco de Garay de Jamaica con grande armada para Pánuco, y lo que le acontecía. Y muchas cosas que pasaron que luego diré 403
Capítulo LXXXII. Cómo Cortés envió a Pedro de Alvarado a la provincia de Guatemala para que poblase una villa y los atrajese de paz, y lo que sobre ello se hizo 414
Capítulo LXXXIII. Cómo Cortés envió una armada para que pacificase y conquistase las provincias de Hibueras y Honduras, y envió por capitán a Cristóbal de Olid. Y otras cosas que pasaron diré adelante 419
Capítulo LXXXIV. Cómo fueron ante su majestad Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia y un piloto que se decía Gonzalo de Umbría, y otro soldado que se llamaba Cárdenas, y con favor del obispo de Burgos, y aunque no tenía cargo de entender en cosas de Indias, que ya le habían quitado el cargo y se estaba en toro, todos los por mí memorados dieron ante su majestad el emperador muchas quejas de Cortés, y lo que sobre ello pasó diré adelante 421
Capítulo LXXXV. En lo que Cortés entendió después que le vino la gobernación de la Nueva España, cómo y de qué manera repartió los pueblos de indios, y otras cosas que pasaron. Y una manera de platicar entre personas doctas que sobre ello dijeron 432
Capítulo LXXXVI. Cómo el capitán Hernando Cortés envió a Castilla a su majestad 80.000 Pesos en oro y plata, y envió un tiro que era una culebrina muy ricamente labrada de muchas figuras, y en toda ella, y en la mayor parte, era de oro bajo revuelto con plata de Michoacán, que por nombre se decía el Fénix, y también envió a su padre, Martín Cortés, sobre 5.000 pesos de oro. Y de otras cosas que sobre ello avino adelante diré 435
Capítulo LXXXVII. Cómo vinieron al puerto de la Veracruz doce frailes franciscos de muy santa vida, y venía por su vicario y guardián fray Martín de Valencia, y era tan buen religioso que había fama que hacía milagros; era natural de una villa de tierra de campos que se dice Valencia de don Juan. Y sobre lo que en su venida el capitán Cortés hizo 436
Capítulo LXXXVIII. Cómo sabiendo Cortés que Cristóbal de Olid se había alzado con la armada y había hecho compañía con Diego Velázquez, gobernador de Cuba, envió contra él a un capitán que se decía Francisco de las Casas. Y lo que sucedió diré luego 439
Capítulo LXXXIX. Cómo Hernando Cortés salió de México para ir camino de las Hibueras en busca de Cristóbal de Olid y de Francisco de las Casas y de los demás capitanes y soldados que envió; y de los caballeros y qué capitanías sacó de México para ir en su compañía, y del aparato y servicio que llevó hasta llegar a la villa de Guazcualco. Y de otras cosas que pasaron y lo que luego se hizo 444
Capítulo XC. De lo que Cortés ordenó después que se volvió el factor y veedor a México, y del trabajo que llevamos en el largo camino, y de las grandes puentes que hicimos, y hambre que pasamos en dos años y tres meses que tardamos en el viaje 448
Capítulo XCI. En lo que Cortés entendió después de llegado a Acala, y como en otro pueblo más adelante, sujeto al mismo Acala, mandó ahorcar a Guatemuz, gran cacique de México, y a otro cacique, señor de Tacuba, y la causa por qué. Y otras cosas más que pasaron sobre ello que diré adelante 451
Capítulo XCII. Cómo Cortés entró en la villa adonde estaban poblados los de Gil de Ávila, y de la gran alegría que los vecinos hubieron, y lo que Cortés ordenó 456
Capítulo XCIII. Cómo Cortés se embarcó con todos los soldados, cuantos había traído en su compañía y los que habían quedado en San Gil de Buena vista, y fue a poblar a donde ahora llaman Puerto de Caballos, y le puso nombre La Natividad, y otras más cosas que pasaron y que diré lo que allí hizo 458
Capítulo XCIV. Cómo el capitán Gonzalo de Sandoval comenzó a pacificar aquella provincia de Naco, y lo que más se hizo. Y de otras cosas más que pasaron 460
Capítulo XCV. Cómo Cortés desembarcó en el puerto de Trujillo, y cómo todos los vecinos de aquella villa lo salieron a recibir y se holgaron mucho de que hubiera ido. Y de lo más que allí hizo Cortés 461
Capítulo XCVI. Cómo el capitán Gonzalo de Sandoval, que estaba en Naco, prendió a cuarenta soldados españoles que venían de la provincia de Nicaragua y hacían mucho daño y robos a los indios de los pueblos por donde pasaban. Y otras cosas más 464
Capítulo XCVII. Cómo el licenciado Zuazo envió una carta desde La Habana al capitán Hernando Cortés, y lo que esa carta contenía es lo que ahora diré 467
Capítulo XCVIII. Cómo yendo Cortés por la mar la derrota de México tuvo tormenta y dos veces tornó (a) arribar al puerto de Trujillo, y lo que allí le avino 475
Capítulo XCIX. Cómo Cortés envió un navío a la Nueva España y por capitán de él a un criado suyo que se decía Martín Dorantes, y con cartas y poderes para que gobernasen Francisco de las Casas y Pedro de Alvarado, si allí estuviesen, y si no que gobernase Alonso Estrada y Albornoz, hasta él volver 477
Capítulo C. Cómo el tesorero con otros muchos caballeros rogaron a los frailes franciscos que enviasen a un fray Diego Altamirano, que era deudo de Cortés, que fuese en un navío a Trujillo y lo hiciese venir, y lo que en ello sucedió diré luego 480
Capítulo CI. Cómo cortés se embarcó en La Habana para ir a la Nueva España y con buen tiempo llegó a la Veracruz, y de las alegrías que todos hicieron con su venida a estas tierras, y lo que luego pasó 483
Capítulo CII. Cómo vinieron cartas a Cortés de España del cardenal de Sigüenza, don García de Loaisa, que era presidente de Indias, que luego fue arzobispo de Sevilla, y de otros caballeros, para que en todo caso se fuese luego a Castilla, y le trajeron nuevas que era muerto su padre, Martín Cortés, y el pesar que de ello tuvo, y otras cosas 492
Capítulo CIII. Cómo entretando que Cortés estaba en Castilla con el título de marqués del Valle vino la real audiencia a Nueva España y en lo que entendió 497
Capítulo CIV. Cómo llegó la real audiencia a la Nueva España y lo que se hizo muy justificadamente en México 502
Capítulo CV. Cómo vino don Hernando Cortés, marqués del Valle, de España, casado con la señora doña Juana de Zúñiga y con título de marqués del Valle y capitán general de la Nueva España y de la mar del sur, y del recibimiento que aquí se le tributó 506
Capítulo CVI. De los gastos que el marqués don Hernando Cortés hizo en las armadas que envió a descubrir y cómo en lo demás que hizo no tuvo ventura 508
Capítulo CVII. Cómo en México se hicieron grandes fiestas y banquetes y alegría de las paces del cristianísimo emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, con el rey don Francisco de Francia, cuando las vistas que tuvieron sobre aguas muertas 515
Capítulo CVIII. De lo que el marqués del Valle don Hernando Cortés hizo después que estuvo en Castilla 518
Capítulo CIX. De las cosas que aquí van declaradas cerca de los méritos que tenemos los verdaderos conquistadores, las cuáles serán apacibles de oírlas 524
Capítulo CX. Cómo los indios de toda la Nueva España tenían muchos sacrificios y torpedades, y se los quitamos y les impusimos en las cosas santas de la fe 525
Capítulo CXI. Cómo pusimos en muy buenas y santas doctrinas a los indios de la Nueva España, y de su conversión, y de cómo se bautizaron y volvieron a nuestra santa fe, y les enseñamos oficios que se usan en Castilla y a tener y administrar justicia 527
Capítulo CXII. De otras cosas y provechos que se han seguido de nuestras ilustres conquistas y duros trabajos 531
Libros a la carta 539
Después vivió en la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala y allí se casó con Teresa de Becerra, hija del conquistador de Guatemala. En 1552, a los setenta y dos años, empezó a escribir una de las crónicas más completas sobre la conquista de México: Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España.
Díaz del Castillo fue regidor de Santiago durante más de treinta años y murió allí en 1584.
Y si hubiese de decir y traer a la memoria, parte por parte, los heroicos hechos que en las conquistas hicimos cada uno de los valerosos capitanes y fuertes soldados que desde el principio en ellas nos hallamos, fuera menester hacer un gran libro para declararlo como conviene, y un muy afamado cronista que tuviera otra más clara elocuencia y retórica en el decir, que estas mis palabras tan mal propuestas para poderlo intimar tan altamente como merece, según adelante verán en lo que está escrito; mas en lo que yo me hallé y vi y entendí y me acordaré, puesto que no vaya con aquel ornato tan encumbrado y estilo delicado que se requiere, yo lo escribiré con ayuda de Dios con recta verdad, allegándome al parecer de los sabios varones, que dicen que la buena retórica y pulidez en lo que escribieren es decir verdad, y no sublimar y decir lisonjas a unos capitanes y abajar a otros, en especial en una relación como ésta que siempre ha de haber memoria de ella. Y porque yo no soy latino, ni sé del arte de marear ni de sus grados y alturas, no trataré de ello; porque como digo, no lo sé, salvo en las guerras y batallas y pacificaciones como en ellas me hallé, porque yo soy el que vine desde la isla de Cuba de los primeros, en compañía de un capitán que se decía Francisco Hernández de Córdoba; trajimos de aquel viaje ciento y diez soldados; descubrimos lo de Yucatán y nos mataron, en la primera tierra que saltamos, que se dice la Punta de Cotoche, y en un pueblo más adelante que se llamaba Champotón, más de la mitad de nuestros compañeros; y el capitán salió con diez flechazos y todos los más soldados a dos y a tres heridas. Y viéndonos de aquel arte, hubimos de volver con mucho trabajo a la isla de Cuba, a donde habíamos salido con el armada. Y el capitán murió luego en llegando a tierra, por manera que de los ciento y diez soldados que veníamos quedaron muertos los cincuenta y siete.
Después de estas guerras volví segunda vez, desde la misma isla de Cuba, con otro capitán que se decía Juan de Grijalva; y tuvimos otros grandes rencuentros de guerra con los mismos indios del pueblo de Champotón, y en estas segundas batallas nos mataron muchos soldados; y desde aquel pueblo fuimos descubriendo la costa adelante hasta llegar a la Nueva España, y pasamos hasta la provincia de Pánuco. Y otra vez hubimos de volver a la isla de Cuba muy destrozados y trabajosos, así de hambre como de sed, y por otras causas que adelante diré en el capítulo que de ello se tratare. Y volviendo a mi cuento, vine la tercera vez con el venturoso y esforzado capitán don Hernando Cortés, que después, el tiempo andando, fue marqués del Valle y tuvo otros dictados. Digo que ningún capitán ni soldado pasó a esta Nueva España tres veces arreo, una tras otra, como yo; por manera que soy el más antiguo descubridor y conquistador que ha habido ni hay en la Nueva España, puesto que muchos soldados pasaron dos veces a descubrir, la una con Juan de Grijalva, ya por mí memorado, y otra con el valeroso Hernando Cortés; mas no todas tres veces arreo, porque si vino al principio con Francisco Hernández de Córdoba, no vino la segunda con Grijalva, ni la tercera con el esforzado Cortés.
Y Dios ha sido servido de guardarme de muchos peligros de muerte, así en este trabajoso descubrimiento como en las muy sangrientas guerras mexicanas; y doy a Dios muchas gracias y loores por ello, para que diga y declare lo acaecido en las mismas guerras; y, demás de esto, ponderen y piénsenlo bien los curiosos lectores, que siendo yo en aquel tiempo de obra de veinticuatro años, y en la isla de Cuba el gobernador de ella, que se decía Diego Velázquez, deudo mío, me prometió que me daría indios de los primeros que vacasen, y no quise aguardar a que me los diesen; siempre tuve celo de buen soldado, que era obligado a tener, así para servir a Dios y a nuestro rey y señor, y procurar de ganar honra, como los nobles varones deben buscar la vida, e ir de bien en mejor. No se me puso por delante la muerte de los compañeros que en aquellos tiempos nos mataron, ni las heridas que me dieron, ni fatigas ni trabajos que pasé y pasan los que van a descubrir tierras nuevas, como nosotros nos aventuramos, siendo tan pocos compañeros, entrar en tan grandes poblaciones llenas de multitud de belicosos guerreros. Siempre fui adelante y no me quedé rezagado en los muchos vicios que había en la isla de Cuba, según más claro verán en esta relación, desde el año de quinientos catorce que vine de Castilla y comencé a militar en lo de Tierra Firme y a descubrir lo de Yucatán y Nueva España. Y como mis antepasados y mi padre y un mi hermano siempre fueron servidores de la Corona Real y de los reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, de muy gloriosa memoria, quise parecer en algo a ellos: y en aquel tiempo, que fue año de 1514, como declarado tengo, vino por gobernador de Tierra Firme un caballero que se decía Pedrarias Dávila, acordé de venirme con él a su gobernación y conquista. Y por acortar palabras no diré lo acaecido en el viaje, sino que unas veces con buen tiempo y otras con contrario, llegamos a el Nombre de Dios, porque así se llama.
Desde a tres o cuatro meses que estábamos poblados, dio pestilencia, de la cual se murieron muchos soldados, y demás de esto todos los más adolecíamos y se nos hacían unas malas llagas en las piernas. Y también había diferencias entre el mismo gobernador con un hidalgo que en aquella sazón estaba por capitán y había conquistado aquella provincia, el cual se decía Vasco Núñez de Balboa, hombre rico con quien Pedrarias Dávila casó una su hija, que se decía doña fulana Arias de Peñalosa, y después que la hubo desposado, según pareció y sobre sospechas que tuvo del yerno se le quería alzar con copia de soldados, para irse por la Mar del Sur, y por sentencia le mandó degollar, y hacer justicia de ciertos soldados. Y desde que vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre sus capitanes, y alcanzamos a saber que era nuevamente poblada y ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decía Diego Velázquez, natural de Cuellar, ya otra vez por mí memorado, acordamos ciertos caballeros y personas de calidad, de los que habíamos venido con Pedrarias Dávila, de demandarle licencia para irnos a la isla de Cuba, y él nos la dio de buena voluntad, porque no tenía necesidad de tantos soldados como los que trajo de Castilla, para hacer guerra, porque no había qué conquistar, que todo estaba de paz, que Vasco Núñez de Balboa, su yerno de Pedrarias, lo había conquistado y la tierra de suyo es muy corta. Pues desde que tuvimos la licencia nos embarcamos en un buen navío y con buen tiempo llegamos a la isla de Cuba, y fuimos a hacer acato al gobernador, y él se holgó con nosotros y nos prometió que nos daría indios, en vacando.
Y como se habían ya pasado tres años así, en lo que estuvimos en Tierra Firme e isla de Cuba, y no habíamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de juntarnos ciento y diez compañeros de los que habíamos venido a Tierra Firme y de los que en la isla de Cuba no tenían indios, y concertamos con un hidalgo que se decía Francisco Hernández de Córdoba, que ya le he nombrado otra vez y era hombre rico y tenía pueblo de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitán porque era suficiente para ello, para ir a nuestra ventura a buscar y descubrir tierras nuevas para en ellas emplear nuestras personas. Y para aquel efecto compramos tres navíos, los dos de buen porte y el otro era un barco que hubimos del mismo gobernador Diego Velázquez, fiado, con condición que primero que nos lo diese nos habíamos de obligar que habíamos de ir con aquellos tres navíos a unas isletas que estaban entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman las islas de los Guanaxes, y que habíamos de ir de guerra y cargar los navíos de indios de aquellas islas, para pagar con indios el barco, para servirse de ellos por esclavos. Y desde que vimos los soldados que aquello que nos pedía el Diego Velázquez no era justo, le respondimos que lo que decía no lo manda Dios ni el rey, que hiciésemos a los libres esclavos. Y desde que supo nuestro intento, dijo que era mejor que no el suyo, en ir a descubrir tierras nuevas, que no lo que él decía, y entonces nos ayudó con cosas para la armada. Hanme preguntado ciertos caballeros curiosos que para qué escribo estas palabras que dijo Diego Velázquez sobre vendernos su navío, porque parecen feas y no habían de ir en esta historia. Digo que las pongo porque así conviene por los pleitos que nos puso Diego Velázquez y el obispo de Burgos, arzobispo de Rosario, que se decía don Juan Rodríguez de Fonseca.
Y volviendo a nuestra materia, y desde que nos vimos con tres navíos y matalotaje de pan cazabe, que se hace de unas raíces, y compramos puercos, que costaban a 3 pesos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba vacas ni carneros, porque entonces se comenzaba a poblar, y con otros mantenimientos de aceite, y compramos cuentas y cosas de rescate de poca valía, y buscamos tres pilotos, que el más principal y el que regía nuestra armada se decía Antón de Alaminos, natural de Palos, y el otro se decía Camacho de Triana, y el otro piloto se llamaba Juan Álvarez el Manquillo, natural de Huelva; y asimismo recogimos los marineros que habíamos menester y el mejor aparejo que pudimos haber, así de cables y maromas y guindalezas y andas, y pipas para llevar agua, y todas otras maneras de cosas convenientes para seguir nuestro viaje, y esto todo a nuestra costa y mención. Y después que nos hubimos recogido todos nuestros soldados, fuimos a un puerto que se dice y nombra en lengua de indios Axaruco, en la banda del norte, y estaba 8 leguas de una villa que entonces tenían poblada que se decía San Cristóbal, que desde ha dos años la pasaron adonde ahora está poblada La Habana.
Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de haber un clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que se decía Alonso González, el cual se fue con nosotros: y además de esto, elegimos proveedor a un soldado que se decía Bernardino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios nos encaminase a tierras ricas y gente que tuviese oro o plata, o perlas, u otras cualesquier riquezas, hubiese entre nosotros persona que guardase el real quinto. Y después de todo esto concertado y oído misa, encomendándonos a Dios Nuestro Señor y a la Virgen Santa María Nuestra Señora, su bendita Madre, comenzamos nuestro viaje de la manera que diré.
Quiero volver a mi materia. Llegados los indios con las diez canoas cerca de nuestros navíos, con señas de paz que les hicimos, y llamándoles con las manos y capeando para que nos viniesen a hablar, porque entonces no teníamos lenguas que entendiesen la de Yucatán y mexicana, sin temor ninguno vinieron, y entraron en la nao capitana sobre treinta de ellos, y les dimos a cada uno un sartalejo de cuentas verdes, y estuvieron mirando por un buen rato los navíos. Y el más principal de ellos, que era cacique, dijo por señas que se quería tornar en sus canoas e irse a su pueblo; que para otro día volverían y traerían más canoas en que saltásemos en tierra. Y venían estos indios vestidos con camisetas de algodón como jaquetas, y cubiertas sus vergüenzas con unas mantas angostas, que entre ellos llaman masteles; y tuvímoslos por hombres de más razón que a los indios de Cuba, porque andaban los de Cuba con las vergüenzas de fuera, excepto las mujeres, que traían hasta los muslos unas ropas de algodón que llamaban naguas.
Volvamos a nuestro cuento. Otro día por la mañana volvió el mismo cacique a nuestro navío y trajo doce canoas grandes, ya he dicho que se dicen piraguas, con indios remeros, y dijo por señas, con muy alegre cara y muestras de paz, que fuésemos a su pueblo y que nos darían comida y lo que hubiésemos menester, y que en aquellas sus canoas podíamos saltar en tierra; y entonces estaba diciendo en su lengua: Cones cotoche, cones cotoche, que quiere decir: Andad acá, a mis casas, y por esta causa pusimos por nombre a aquella tierra Punta de Cotoche, y así está en las cartas de marear. Pues viendo nuestro capitán y todos los demás soldados los muchos halagos que nos hacía aquel cacique, fue acordado que sacásemos nuestros bateles de los navíos y en el uno de los pequeños y en las doce canoas saltásemos en tierra, todos de una vez porque vimos la costa toda llena de indios que se habían juntado, de aquella población; y así salimos todos de la primera barcada. Y cuando el cacique nos vio en tierra y que no íbamos a su pueblo, dijo otra vez por señas al capitán que fuésemos con él a sus casas, y tantas muestras de paz hacía que, tomando el capitán consejo para ello, acordóse por todos los demás soldados que con el mejor recaudo de armas que pudiésemos llevar fuésemos. Y llevamos quince ballestas y diez escopetas, y comenzamos a caminar por donde el cacique iba con otros muchos indios que le acompañaban. Y yendo de esta manera, cerca de unos montes breñosos comenzó a dar voces el cacique para que saliesen a nosotros unos escuadrones de indios de guerra que tenía en celada para matarnos; y a las voces que dio, los escuadrones vinieron con gran furia y presteza y nos comenzaron a flechar, de arte que de la primera rociada de flechas nos hirieron quince soldados; y traían armas de algodón que les daba a las rodillas, y lanzas y rodelas, y arcos y flechas, y hondas y mucha piedra, y con sus penachos; y luego, tras las flechas, se vinieron a juntar con nosotros pie con pie, y con las lanzas a manteniente nos hacían mucho mal. Mas quiso Dios que luego les hicimos huir, como conocieron el buen cortar de nuestras espadas y de las ballestas y escopetas; por manera que quedaron muertos quince de ellos.
Y un poco más adelante donde nos dieron aquella refriega estaba una placeta y tres casas de cal y canto, que eran cues y adoratorios donde tenían muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios, y otros como de mujeres, y otros de otras malas figuras, de manera que al parecer estaban haciendo sodomías los unos indios con los otros; y dentro, en las casas, tenían unas patenillas de medio oro y lo más cobre, y unos pinjantes y tres diademas y otras piecezuelas de pescadillos y ánades de la tierra; y todo de oro bajo. Y después que lo hubimos visto, así el oro como las casas de cal y canto, estábamos muy contentos porque habíamos descubierto tal tierra; porque en aquel tiempo no era descubierto el Perú ni aun se descubrió de ahí a veinte años. Y cuando estábamos batallando con los indios, el clérigo González, que iba con nosotros, se cargó de las arquillas e ídolos y oro, y lo llevó al navío. Y en aquellas escaramuzas prendimos dos indios, que después que se bautizaron se llamó el uno Julián y el otro Melchor, y entrambos eran trastabados de los ojos. Y acabando aquel rebato nos volvimos a los navíos y seguimos la costa adelante descubriendo hacia donde se pone el Sol, y después de curados los heridos dimos velas. Y lo que más pasó, adelante lo diré.
Y después de estas pláticas nos dijeron por señas que fuésemos con ellos a su pueblo, y estuvimos tomando consejo si iríamos o no, y acordamos con buen concierto de ir muy sobre aviso. Y lleváronnos a unas casas muy grandes que eran adoratorios de sus ídolos y bien labradas de cal y canto, y tenían figurado en unas paredes muchos bultos de serpientes y culebras grandes, y otras pinturas de ídolos de malas figuras, y alrededor de uno como altar, lleno de gotas de sangre. En otra parte de los ídolos tenían unos como a manera de señales de cruces, y todo pintado de lo cual nos admiramos como cosa nunca vista ni oída. Y según pareció en aquella sazón habían sacrificado a sus ídolos ciertos indios, para que les diesen victoria contra nosotros, y andaban muchas indias riéndose y holgándose, y al parecer muy de paz; y como se juntaban tantos indios, temimos no hubiese alguna zalagarda como la pasada de Cotoche. Y estando de esta manera vinieron otros muchos indios, que traían muy ruines mantas, cargados de carrizos secos y los pusieron en un llano, y luego, tras éstos, vinieron dos escuadrones de indios flecheros, con lanzas y rodelas, y hondas y piedras, y con sus armas de algodón, y puestos en concierto y en cada escuadrón su capitán, los cuales se apartaron poco trecho de nosotros; y luego en aquel instante salieron de otra casa, que era su adoratorio de ídolos, diez indios que traían las ropas de mantas de algodón largas, que les daban hasta los pies, y eran blancas, y los cabellos muy grandes, llenos de sangre revuelta con ellos, que no se pueden desparcir ni aun peinar si no se cortan; los cuales indios eran sacerdotes de ídolos, que en la Nueva España comúnmente se llaman papas, y así los nombraré de aquí adelante. Y aquellos papas nos trajeron sahumerios, como a manera de resina, que entre ellos llaman copal y con braseros de barro llenos de ascuas nos comenzaron a sahumar y por señas nos dicen que nos vamos de sus tierras antes que aquella leña que allí tienen junta se ponga fuego y se acabe de arder; si no, que nos darán guerra y matarán. Y luego mandaron pegar fuego a los carrizos y se fueron los papas, sin más nos hablar. Y los que estaban apercibidos en los escuadrones para darnos guerra comenzaron a silbar y a tañer sus bocinas y atabalejos. Y desde que los vimos de aquel arte y muy bravos, y de lo de la Punta de Cotoche aún no teníamos sanas las heridas, y aun se nos habían muerto dos soldados, que echamos a la mar, y vimos grandes escuadrones de indios sobre nosotros, tuvimos temor y acordamos con buen concierto de irnos a la costa, y comenzamos a caminar por la playa adelante, hasta llegar cerca de un peñol que está en la mar. Y los bateles y el navío chico fueron la costa tierra a tierra con las pipas y vasijas de agua, y no nos osamos embarcar junto al pueblo donde habíamos desembarcado, por el gran número de indios que allí estaban aguardándonos, porque tuvimos por cierto que al embarcar nos darían guerra.
Pues ya metida nuestra agua en los navíos y embarcados, comenzamos a navegar seis días con sus noches con buen tiempo, y volvió un norte, que es travesía en aquella costa, que duró cuatro días con sus noches, que estuvimos para dar al través: que tan recio temporal había que nos hizo anclar, y se nos quebraron dos cables, que iba ya garrando el un navío. ¡Oh en qué trabajo nos vimos, en ventura de que si se quebraba el cable íbamos a la costa perdidos y quiso Dios que se ayudaron con otras maromas y guindalezas! Pues ya reposado el tiempo, seguimos nuestra costa adelante, llegándonos a tierra cuanto podíamos para tornar a tomar agua, que, como ya he dicho, las pipas que traíamos no venían estancas, sino muy abiertas, y no había regla en ello, y como íbamos costeando creíamos que doquiera que saltásemos en tierra la tomaríamos de jagüeyes o pozos que cavaríamos. Pues yendo nuestra derrota adelante, vimos desde los navíos un pueblo, y antes de él, obra de una legua hacia una ensenada, que parecía río o arroyo, y acordamos de surgir; y como en aquella costa mengua mucho la mar y quedan muy en seco los navíos, por temor de ello surgimos.
Tomando nuestra agua, vinieron por la costa muchos escuadrones de indios del pueblo de Potochan, que así se dice, con sus armas de algodón que les daba a la rodilla, y arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas que parecen de a dos manos, y hondas y piedras, y con sus penachos, de los que ellos suelen usar: las caras pintadas de blanco y prieto y enalmagrado; y venían callando. Y se vienen derechos a nosotros, como que nos venían a ver de paz, y por señas nos dijeron que si veníamos de donde sale el Sol, y respondimos por señas que de donde sale el Sol veníamos. Y paramos entonces en las mientes y pensar qué podía ser aquella plática que nos dijeron ahora y habían dicho los de Lázaro; mas nunca entendimos al fin lo que decían. Sería cuando esto pasó, y se juntaron, a la hora de las avemarías; y como en tales casos suele acaecer, unos dicen uno y otros dicen otro, hubo parecer de todos los más compañeros que si nos íbamos a embarcar, como eran muchos indios, darían en nosotros y habría riesgo en nuestras vidas, y otros éramos de acuerdo que diésemos esa noche en ellos, que, como dice el refrán, que quien acomete, vence; y también nos pareció que para cada uno de nosotros había sobre doscientos indios.
Y estando en estos conciertos amaneció, y dijimos unos soldados a otros que estuviésemos con corazones muy fuertes para pelear y encomendándolo a Dios y procurar de salvar nuestras vidas. Ya de día claro vimos venir por la costa muchos más indios guerreros, con sus banderas tendidas, y penachos y atambores, y se juntaron con los primeros que habían venido la noche antes; y luego hicieron sus escuadrones y nos cercaron por todas partes, y nos dan tales rociadas de flechas y varas, y piedras tiradas con hondas, que hirieron sobre ochenta de nuestros soldados, y se juntaron con nosotros pie con pie, unos con lanzas y otros flechando, y con espadas de navajas, que parece que son de hechura de dos manos, de arte que nos traían a mal andar, puesto que les dábamos muy buena prisa de estocadas y cuchilladas, y las escopetas y ballestas que no paraban, unas tirando y otras armando. Ya que se apartaron algo de nosotros, desde que sentían las grandes cuchilladas y estocadas que les dábamos, no era lejos, y esto fue por flecharnos y tirar a terreno a su salvo. Y cuando estábamos en esta batalla y los indios se apellidaban, decían: Al calachuni, calachuni, que en su lengua quiere decir que arremetiesen al capitán y le matasen: y le dieron diez flechazos, y a mí me dieron tres, y uno de ellos fue bien peligroso, en el costado izquierdo, que me pasó lo hueco, y a todos nuestros soldados dieron grandes lanzadas, y a dos llevaron vivos, que se decía el uno Alonso Boto y otro era un portugués viejo. Y viendo nuestro capitán que no bastaba nuestro buen pelear, y que nos cercaban tantos escuadrones, y que venían muchos más de refresco del pueblo y les traían de comer y beber y mucha flecha, y nosotros todos heridos a dos y a tres flechazos, y tres soldados atravesados los gaznates de lanzadas, y el capitán corriendo sangre de muchas partes, ya nos habían muerto sobre cincuenta soldados, y viendo que no teníamos fuerzas para sustentarnos ni pelear contra ellos, acordamos con corazones muy fuertes romper por medio sus batallones y acogernos a los bateles que teníamos en la costa, que estaban muy a mano, el cual fue buen socorro. Y hechos todos nosotros un escuadrón, rompimos por ellos; pues oír la grita y silbos y vocería y prisa que nos daban de flechazos y a manteniente con sus lanzas, hiriendo siempre en nosotros.