7,99 €
Historias de vidas reales y muertes curiosas, historias que fusionan la duda, la realidad y un tanto lo místico. Un libro para terminar rápidamente en una sentada en el baño, pero con el toque de saber que serán historias inolvidables. Historias recopiladas a lo largo de la vida de la autora, en sus viajes por el mundo y sus talleres esotéricos. Ambientada en Argentina, narra realidades cotidianas de nuestra historia como país y otras tantas no tan comunes… aburrirse no es una opción. Te invito a que te sumes a esta aventura.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 277
Veröffentlichungsjahr: 2021
ANTOCLUS
AntoClus
Historias de vidas (y muertes) / AntoClus. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-1361-8
1. Cuentos. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A Ximena y Pablo que me acompañaron en mi infancia y se tuvieron que ir de este mundo por el cáncer. A mi alumno Leo, que también falleció por esta enfermedad. A mi equipo de coaching por darme el ánimo de publicar. A Fiona por acompañarme en la redacción.
Que sencilla sería la vida si adquiriéramos la política de ser más como un perro: jugar, comer, dormir, disfrutar del sol, intentar entender a los humanos, estar con ellos cuando estén felices o tristes, comer de nuevo, ladrar. Llevar una vida sin tantos problemas o historias y, sobre todo, ser felices todos los días por cualquier motivo así sea el más mínimo, como por ejemplo hoy soy feliz porque comeré pan. Siempre buscar un motivo para sonreír.
Encontraríamos en el camino alguien a quien ladrar, alguien que decide ladrarnos, alguien que nos encuentra fascinante o que nos odia por exactamente la misma razón. Moveríamos la cola de todas maneras.
Lo que vemos en las películas, esos desenlaces, la típica historia de amor, esas ideas que nos formamos de la realidad como si siempre todo tuviera un final feliz a veces son un tanto irreales. Siempre digo que, una vez que mi dedo chiquito golpea la mesa con una fuerza abismal, como si hubiera conducido toda mi potencia física a ese hecho, veo estrellas. ¿cómo hacen entonces los héroes que siguen caminando con dos tiros en la pierna?
¿Y los sustos?
El miedo es terrible y crea fobias; no creo que sea tan sencillo para las personas que vieron un fantasma que de pronto duerman felizmente con la luz apagada. O como se ve en las películas, vayan en la búsqueda de ese ser oscuro con una velita en la mano.
¿Y los traumas? La historia de la chica secuestrada, que sigue su vida como si nada y la ves en la siguiente escena tomando una cerveza con amigas…a mí me robaron y estuve dos meses sin salir de mi casa. Si me hubieran secuestrado estaría en terapia de por vida…pero también hay algo que he aprendido con el correr de los años, cada uno tiene su manera propia de llevar adelante sus historias de vida, algunos no superan una muerte de un abuelo, otros corren maratones en sillas de ruedas. El equilibrio, el balance lo podemos encontrar si decidimos buscarlo.
En la vida real no resuelven el caso tan rápido, ni llega el amor de tu vida a rescatarte de un tsunami, pero hay algo que he visto y que impresiona. La mayoría de las personas logran salir adelante, encuentran su camino, encuentran el por qué…los que más se quejan son aquellos que tienen problemas más básicos y que les gusta no tener que resolverlos.
Estas historias de vidas son reales, son cosas, situaciones, que le pasan a la gente común y corriente, que no siempre encuentran el amor, no siempre encuentran esperanza, no todo es tan matemático, pero lo que sí puedo decir, es que de alguna manera le encuentran la solución. La manera de vivir con armonía a pesar de.
Ellos son los verdaderos héroes, los ejemplos, y no tienen el cuerpo del detective perfecto, ni la fuerza de la heroína de la serie…pero más de uno de ellos te van a dejar la piel de gallina.
Algunas de estas historias se encuentran basadas en hechos reales
Una pequeña reflexión antes de comenzar
Cuandzaburo en el cual te esclavices
y a pesar de que hagas yoga no te vitalices.
Y luego están los grandes luchadores
los que no abren la boca, no sienten temores
la reman de callado y bien que la vida les ha pegado.
Y nosotros nos quejamos de no poder tender la ropa
nos quejamos de engordar y no cerramos la boca
decimos que no tenemos que vestir
pero al menos si una casa donde vivir
no nos percatamos que nos sobra tanto
que a otros les resulta un lejano anhelo,
y nos la pasamos un año deprimidos
cuando se nos muere de viejo un abuelo,
sin imaginar que al lado en el mismo suelo yace
una joven quinceañera, que luchó para vivir como una guerrera
con un implante de cadera y un respirador de reposera.
No digo que no te quejes, pero sí que te despejes,
que cada misión que llega a nuestra puerta
viene en calidad de experta.
Y si empezamos a minimizar eso que después de todo
no nos debería importar
aprendemos a darle valor a eso que con tanto temor
no dejamos que se vaya
que en todos nosotros se halla
y se llama vida.
Que está movida por el amor
pero cuidado porque su antónimo es el dolor
que le encanta participar, pero no hay que dejar que sea
el que viene a ganar.
Antonella Lusardi
Todos llevamos con nosotros una espada de Damocles1 que cargar en nuestras vidas, alguna historia o momento tan duro que de solo mencionarlo nuestras ideas titubean…yo puedo contarlo, ya pasó el tiempo, ya está. Un trabajo que perdimos por idiotas o por muy mala suerte, un fracaso amoroso, también que perdimos por idiotas o bien porque nos dejaron por otro más idiota que nosotros (porque es imposible que sea ni mejor ni más lindo/a), una pérdida de un familiar, a veces esperado, otras inesperado, y los más dolorosos suelen ser aquellos eventos que no cumplen el orden genealógico: cuando debemos enterrar un hijo…
Pero hay personas que pareciera que han venido a este mundo a sufrir, a esos que le pasan todas. Y yo creo que son los soldados más fuertes de Dios, los que brindan un ejemplo a los demás de cómo salir adelante frente a la cantidad de problemas que cada uno tiene. Te miran como diciendo: ¿en serio te estás quejando porque no te arranca el auto? Mirame a mí manejando con un solo brazo. Los que creen en la ley del karma van a pensar que estas situaciones tan difíciles son traídas a este mundo a título depurativo, y por lo tanto toman con orgullo lo que les sucede, como misión, como expiación del perdón. Otros, reposan sus dolencias en tipos como Jesús. Jesús, un tipazo que sufrió hasta el final y lo hizo por nosotros, y sin quejarse, fijate. Es la parte más difícil, porque nos encanta verbalizar nuestros problemas.
Pero más allá de a quién decidas seguir, si a la religión, si a la ciencia, o a todo junto; si elegís por la terapia alternativa, cuál sea el camino que has elegido por tomar, siempre que sea para que estés mejor, vas a ir por el camino del bien, y del bien propio, y del bien común.
Algunas de estas personas eligieron ser felices a pesar de, y otras no, perjudicando a cuanto los rodean, y generando una bola de conflictos interminables, y en definitiva alejándose de la búsqueda de la felicidad. ¿Qué personaje te hace acordar más a cómo tomás tu vida? ¿En qué te pueden servir estas historias? Leelas, siete flores de historias y un par más, para veas que se puede ser feliz con tan poco.
Me acuerdo cuando fui a ese viaje de estudios en Colón, Entre Ríos. Me acuerdo cuando fui abanderada. Me acuerdo de los actos por el Jacarandá. Me acuerdo de los árboles en el patio y las rejas. Me acuerdo de comprar los stickers a la salida de la escuela para llenar el álbum de Sailor Moon.
Que lindos días de otoño y de primavera. Qué bello que es vivir.
Año 1997. Paraná. Argentina
En una ciudad simple, donde el sol de verano alcanza los cuarenta grados Celsius, donde la gente pretende ser parte del conurbano de una gran ciudad, pero es tan solo un pequeño pueblo, lleno de verde, lleno de ríos, lleno de mosquitos mutados y de hermosos perros. En una ciudad donde nadie creía que pasaba nada, Dios empezó a otorgarle a la gente grandes historias, porque todos tenemos derecho de formar parte de esos episodios al estilo de series de Netflix donde pasa de todo, y que nos acaecen como parte de ser humanos.
Narrar la historia de Lorena y que no se te ponga la piel de gallina son cosas que no van de la mano… porque si hay una de las peores noticias que te puede suceder en la vida es que vayas con tu nena de 7 años al médico por un simple dolor de espalda y el doctor te diga “señora, es un tumor”. El mundo como tal se derrumba, el miedo a la muerte no te deja dormir, como madre te surgen todos los cuestionamientos de índole religiosa en donde te vas a pelear con Dios y hasta vas a ir a una iglesia a decirle de todo a un cura por las dudas. “No puede ser que esto me pase a mí”, esa va a ser la frase repetida a diario. Y entonces se desdibuja si la misión es de tu hijo, tuya o de todos. Y como siempre pregunto yo, luego de esa noticia, ¿cómo se sigue?
Mi madre respondería a esta pregunta: y, se sigue. Porque no hay opción de rendirse, de aflojar. La vida no es un videojuego. No te podés escapar. Hay que hacer a un lado esos temores y sacar la fuerza que te nace del alma.
Antes de comenzar con los detalles solo puedo decir que recuerdo un día después de la escuela donde mi madre se enteró de lo que había sucedido, en esa ciudad—pueblo donde pasé mi infancia. Yo no entendía mucho, solo sé que volví de la escuela y mi madre me abrazó llorando.
—¿Qué te pasa mamá?
—En la lotería de la vida, Dios no te eligió. Eso me pasa.
—Bueno, está bien.
Y sí. No tenía demasiada respuesta para tremenda filosofía, además lo primero que pensé es que se había enterado de que le tiré los pelos a una nena (la Chuchi) y estaba enojada. En realidad, su motivo era algo mucho más grande; a decir verdad, a los adultos les pasa diferente que a los chicos, ellos son peores incluso, lloran por todo, no solo cuando algo les duele, sino también cuando están felices, y estas fueron lágrimas de gloria.
Pero a mis siete años yo lloraba solo cuando algo andaba mal. Al otro día le pedí perdón a la Chuchi y le conté: “mi mamá se largó a llorar ayer porque te tiré los pelos. Te prometo que no va a volver a pasar pero vos no me tenés que pelear más”.
Lorena era una nena activa, feliz, y adoraba tener perros pequeños. Se pasaba las horas de recreo participando en cuanto juego los locos de sus compañeros decidían comenzar. Era buena en la escuela, los maestros la querían. Y fue en una de las clases de educación física que comenzó todo.
Tenía 7 años cuando le empezó a doler la espalda por primera vez. Sentía un dolor intenso en el medio de la columna, como si hubiera hecho un mal movimiento. El primer día que le comentó a la maestra de su condición, la conversación fue algo así:
— Seño, me duele la espalda. No quiero jugar.
— Eso seguro lo dice tu mamá y lo estás repitiendo.
— No, seño, en serio me duele la espalda.
Al principio se creían que eran excusas, pero cuando el humor de la chiquita empezó a cambiar, tanto padres como maestros recomendaron que lo mejor fuera ver a un profesional. Se quejaba mucho y era muy extraño estar padeciendo una dolencia muscular a su edad por lo que sus padres decidieron llevarla al médico para ver si no era nada grave, y como toda salud semipública acá en Argentina, dieron cientos y cientos de vueltas hasta que lograron detectar que tenía un tumor, que en ese entonces era benigno.
Pasaron por médicos que aprobaron su título en un curso por correspondencia, los cuáles decían que la nena tenía estrés. Por supuesto que era muy factible tener estrés por no poder cambiarle la ropa a tu Barbie ese día.
Otros médicos estaban seguros de que los niños no se enferman, por lo tanto, su solución se basaba en darle a la madre una crema desinflamante para calmar el malestar de la zona, una que otra pastilla de poca relevancia, y nos vemos dentro de un mes. Pero finalmente, gracias al instinto materno de Susana (la cual me ayuda a narrar estas afirmaciones), madre de Lore, se encontraron con un médico del instituto Garrahan en Buenos Aires, que decidió aprobar una tomografía en la niña gracias a una frase que para él fue como si le hubieran dado una bofetada en la cara:
—Doctor, mi hija llora hasta cuando le cae el agua de la ducha en su espalda. Eso no es dolor muscular. Por favor, por favor le pido, me tiene que ayudar, estamos dando muchas vueltas y perdiendo el tiempo.
La tomografía fue un estudio complicado de explicar y un tanto aterrador para Lore. Pero la peor parte fue sentarse con el doctor esa tarde, un día un tanto caluroso de noviembre, con los resultados en la mano, y hace unos treinta años atrás donde la medicina aún no estaba tan acostumbrada a tratar a niños.
—Susana, Osvaldo. Tengo los resultados de Lorena. Se ve en la tomografía que el dolor localizado que ella sufre proviene de un carcinoma formado en esta parte de su columna —el doctor les muestra la imagen— por el momento se cree que es benigno, no obstante, el resultado final lo sabré con una muestra del mismo. Sin embargo, la decisión que debemos tomar en este preciso momento es la de cirugía. Hay que operar.
“Hay que operar”. La frase resonaba en la cabeza de Susana. No se sabe si es cáncer o no. ¡Cáncer! Palabra mayor.
“No, no. Mi hija no puede tener cáncer, es simplemente una bola de grasa. Les pasa a los animales, le puede pasar a los humanos”— pensaba.
En aquel entonces, la psicología era más para los locos que para la búsqueda de ayuda en situaciones cotidianas. Susana tuvo que emplear cuanto método se le ocurrió para decirle a su hija que sería sometida a cirugía. Explicarle a una nena tan chica sobre la operación en sí y sus consecuencias era la primera peor parte de la historia.
Pero fue la primera vez que Susana, si es que ya no lo sabía, se dio cuenta que tenía por hija un ángel. Luego de explicarle lo que iba a pasar y los efectos secundarios que este tratamiento podría tener, todo con el afán de mejorar su calidad de vida, Lorena simplemente respondió.
—Está bien mamá. Es para que yo me sienta mejor. Voy a tener más tiempo de estar en casa con los perros.
Episodios en la escuela. 1998. Paraná. Entre Ríos. Argentina
Al principio fue normal ponerse bastante mala con sus compañeros, mala en el sentido de no querer participar en las actividades, estar malhumorada, no sentirse cien por ciento bien.
Lorena cuenta, unos años más tarde: “Me daba bronca que ellos tuvieran una vida normal y que yo tuviera que andar de médico en médico. Yo sé que suena egoísta, pero yo quería jugar y veía que no podía, y lo que menos tenía ganas era de ponerme las pilas con la escuela. Además, en ese momento sentía que todos me trataban mal, ni siquiera los maestros intentaban ayudar con la inclusión frente a la situación que yo estaba viviendo. Pero con los años entendí que, en aquel entonces, los padres no tenían un diálogo tan fluido con sus propios hijos. Muchos de ellos ni siquiera sabían lo que pasaba y al final del día, todos éramos chicos inocentes.”
Fue una tarde de mucho sol cuando supimos de la noticia, se estaba terminando el ciclo lectivo y luego del receso de verano volveríamos a encontrarnos con ella. Sus padres tomaron la decisión de que la operación se llevara a cabo en vacaciones para que no perdiera tanto cursado en la escuela. Y aunque muchas veces intentemos esquivar las balas, si estamos en el medio de un tiroteo, tal vez la mejor opción es la resignación…lo peor tuvo que llegar.
Lorena fue operada, el dolor de la recuperación es indescriptible, pero eso no fue tan grave como entender que tuvo que perder temporalmente el control de los esfínteres y parte de motricidad en la pierna izquierda. Todo se recuperaría con kinesiología. ¿Qué se supone que es eso para una nena de 7 años?
— Mamá, ¿por qué tengo que usar pañales si no soy un bebé?
Mamá piensa un rato la respuesta a esa pregunta que tanto temía que su hija consulte.
—Porque después de la cirugía puede que no te des cuenta que tengas ganas de ir al baño, entonces eso es para que hagas tus asuntos tranquila, está para eso. No tengas miedo. Y poco a poco vas a ver que vas a ir sintiendo las ganas de ir y te los vamos a poder sacar. –
Pasaron 2 meses de recuperación que no fueron suficientes, y el ciclo lectivo comenzó con el reto de tener que usar lo que se llama un pie ortopédico, que era en realidad tan solo un zapato con una bota que ayudaba un poco a mantener la movilidad de esa pierna herida, pero la peor parte eran los pañales, el olor, y sus compañeros…
— Alguien se cagó…jajajjaa— se escuchaban las risas de los chicos desde el pasillo.
Lorena se sentaba indignada en la última fila para no molestar, había aprendido a cambiarse los pañales y los llevaba en la mochila, pero si bien la protegían de un desastre, no eran lo mejor para evitar el aroma que provenía de su evacuación.
— Foooo. Otra vez la gorda lenta en la fila, siempre somos últimos.
Formar después del recreo era parte de la rutina para entrar al aula; Lorena caminaba muy lento, y los niños se quejaban de esto porque la directora les daba más recreo a los mejores comportados, a los que formaban primero, y el grupo de ella se veía siempre afectado por esta situación. Por eso es que Lorena recuerda que hasta los directivos eran lo suficientemente idiotas para generar más disturbios en vez de ayudar y propagar la armonía y entendimiento.
Las situaciones que Lorena debía sobrevivir, era un día a día. Era muy compleja la realidad ya que en esa época los maestros temían brindar a los niños más información de lo debido, y los padres no se responsabilizaban en educarlos y explicarles que ella no pasaba por una infancia normal. Los maestros hablaban y hablaban con el curso para hacerle entender que eso estaba mal, pero los chistes y los comentarios siguieron estando vigentes por un largo tiempo. Porque era divertido y porque en su inocencia, ellos no sabían cuán crueles y cuánto daño estaban causando a esa pobre nena.
¿Cuántos de ellos sabían qué es el cáncer?…exacto. Ninguno. En una edad donde están aprendiendo los nombres de sus padres, a leer y a escribir, a aprender la dirección de su casa, edad en la cual la mayoría de ellos no sabía en qué mes cumplían años…
La terapia de rehabilitación para la pierna formó parte de su rutina, y también lo fue tomar un arsenal de medicamentos, todo para mejorar. Lorena dejó de usar pañales en un año y pudo terminar la primaria de la mejor manera posible, con la única secuela de un zapato ortopédico y una suerte de renguera.
Con la compañía de sus amigos, familia, y muchos perros, fue saliendo adelante, dejando de tomar medicamentos, todo parecía mejorar para bien y para siempre. Y pasaron siete años.
Según ella lo describe “Dios un día se levantó con ganas de decirme ya superaste la primera etapa, vamos por la segunda. Sentí un dolor familiar, un pinzamiento en la espalda que era tan obvio como un dolor de ovarios. Dados mis antecedentes, no dieron vueltas en el asunto para demostrar si tenía o bien estrés por no aprobar tecnología o bien excusas para no ir a la escuela. Me hicieron una tomografía y era por un sí o por un no, como todo en la vida. Y bueno. Me tocó un sí…”
A veces me imagino manejando hacia las sierras, viendo esas lomadas tan faltas de tierra y de verde, pero tan armónicas que van en sintonía con mi mate, con mi pausada marcha, con mi lento andar. A veces vuelvo con mi mente a uno de esos lugares que me hicieron tan feliz. A veces vuelvo a Córdoba. Tenés que ir más seguido a Córdoba, Anto…
2005. misma ciudad. Mismo país.
La secundaria es una etapa dura para cualquier adolescente, es donde los niños empiezan a comportarse como adultos, forman grupos, arman y desarman amistades, se enemistan, hacen travesuras que van a recordar toda su vida. Y hay una suerte de crueldad con quienes tienen una más mínima desventaja.
Incluso suelen buscarle desventajas a quienes no la tienen, porque reírse de alguien es la parte más entretenida de cursar, así sea reírse de un profesor o de un chico. No obstante, Lorena tuvo suerte de elegir terminar la secundaria en un lugar donde las personas eran más humildes, había muchas desventajas y donde consiguió amistades que quedarían a su lado por el resto de sus días.
Susana le iba a prender a cada santo una vela, con tal de que su hija tuviere el mejor bienestar del planeta. Lorena con 15 años, y cuando la vida le empezaba a jugar el segundo round, tuvo una madre que dijo “quiero que festejes tus 15 como una reina”, y teniendo una posición económica no tan buena, hizo lo que estuvo a su alcance para lograr una fiesta excelente, un vestido blanco, mucha comida. Pero no sólo eso, sus padres decidieron que iban a vivir el día a día, y con la mayor intensidad posible. Se volvió parte de su rutina viajar a Córdoba durante los fines de semana largos, porque era la provincia que más le gustaba a Lore.
Cuando se lee información acerca del cáncer, uno cree que se cura a los 5 años y que se puede sacar de encima fácilmente la responsabilidad de tener que lidiar con una enfermedad sumamente dura de llevar adelante y con los inconvenientes a nivel social que se generan. Pero hay que recordar algo, la medicina no es matemática, no somos todos iguales y las variantes pueden incluso hasta llegar a ser por cuantas cabezas se puedan contar en una habitación.
Las estadísticas se basan en estudios donde a la mayoría les sucede lo mismo, lo que no quiere decir a todos.
Dicho esto, siete años más tarde, luego de las celebraciones por la cura total, sin importar las secuelas, vuelve a repetirse el episodio. La joven comienza con dolores de espalda; dados sus antecedentes, la tomografía fue inmediata y el resultado similar al de 7 años atrás.
A todo esto, la condición de Lorena no era considerada “cáncer”, antes había sido tan solo un tumor benigno. Pero reapareció. Le gustaba alojarse en su cuerpo en ese preciso lugar.
La charla con el médico fue un tanto previsible: explicó las posibilidades de perder el control de esfínteres, que es una zona llena de nervios, bla bla bla, la motricidad, y Lorena despertó con la frase “silla de ruedas”. Eso era nuevo, un desafío para el cuál no sabía si iba a estar preparada.
Tras haber demorado la operación por la fiesta de 15, los resultados del postoperatorio eran de esperarse trágicos. Pero esta luchadora de la vida sólo añadió un ítem a su batalla: un bastón. La recuperación de la sensibilidad en su sistema renal fue muchísimo más rápida y más consciente, y ya no sufrió tanto los problemas de índole aromática, dado que la tecnología se va modificando más rápido de lo que creemos; los pañales siete años antes no tenían la misma calidad que en ese momento.
Pero los efectos secundarios de este segundo estadio fueron repetir de año en la secundaria y tener que cambiarse de escuela, también por motivos de cercanía. Con el bastón el hecho de tomar un colectivo era muy complicado, y de todos modos esta escuela no aceptaba repitentes por lo cual no tenía más opción. El hecho de no ir en sintonía con el año lectivo fue principalmente por los médicos, que dieron como resultado ausencias en la escuela. A veces en la vida nos suceden cosas que nos quitan un poco la perspectiva de todo lo que nos rodea para solo concentrarnos en un solo objetivo, en este caso sanar o al menos tratar de estar mejor.
Cuenta Lorena: “Para cuando festejamos mi cumpleaños de 15 yo sabía que me tenía que operar. Y me habían planteado lo peor, que iba a perder la movilidad de las piernas, que iba a terminar en silla de ruedas al menos por algún tiempo. Y yo quería bailar. Así que el festejo fue primero. Total, ya estaba acostumbrada al dolor, no había nada que un par de calmantes fuertes no pudieran disipar.
<< La escuela a la que iba me dio la opción de rendir las materias libres ese año, pero realmente no estaba enfocada en estudiar. Por lo cual desaprobé la mayoría, sabía que en febrero las chances de sacar todas esas materias eran mínimas y para peor, en esa escuela, la que fui toda mi vida y que sabían de mi condición, no me aceptaban como repitente. Así que decidí cambiarme a una escuela cerca de mi casa, lo cual fue una gran decisión porque la situación económica y social de esas personas era distinta, muchos se mostraron muy empáticos con mi situación lo que terminó generando que haga grandes amistades que me fueron acompañando a lo largo de la lucha. Eran gente más humilde, con muchas carencias y que pasaban por muchas enfermedades y situaciones, porque obviamente no tenían ni la educación como para entender qué era lo más apropiado ingerir, ni las mejores condiciones de higiene en general. Así que yo ahí no era diferente, era una más con un poco más de mala suerte que el común de la gente. Honestamente no sé en qué va. Algunos nacen con estrellas, otros estrellados. Pero yo ahí me sentía una estrella.”
El segundo round pasó entonces más desapercibido, con operación, sin quimio, con bastón, sin silla de ruedas. Con un cambio de ámbito para bien y la felicidad que abrumaba a esta joven. Todos querían ayudar, y ella creía que a veces las cosas pasan por algo.
2006. Paraná. Un día de invierno.
Lorena estaba feliz. Susana estaba feliz y Osvaldo estaba feliz. Susana fue a su control ginecológico anual y sintió una molestia en el pecho. Parecía no ser nada importante, pero luego de un par de estudios se descubrió que tenía un tumor maligno.
Lorena cuenta:
“Luego de estar enfocándonos tanto en mi enfermedad nos dimos cuenta de que mi mamá padecía de un cáncer de mama. Ya expertos en el tema, la mejor opción fue una cirugía y rayo terapia, y una vez más los tres mosqueteros estuvimos juntos luchando contra toda adversidad. Porque creo que por algo nos tocó a nosotros como familia tener que hacerle frente a esta enfermedad que de distintos modos se manifestaba en nosotros.”
Aunque suena imposible, todo es cierto. Lorena no tenía hermanos de esa mamá y papá, solo medio hermanas de una relación anterior de su padre que no tenían una buena amistad con su papá y por ende tampoco con ella. La manera de describirlo sería algo así como compararlo con un auto que se entierra en el barro, y se va enterrando cada vez más y más. No hay manera de salir, hasta que el barro se seca y se transforma en tierra. Bueno, así.
Esta familia pasó por una guerra mundial, Susana se recuperó rápido, por supuesto, porque no iba a sucumbir en su batalla hasta que la nena estuviera bien.
Lorena por su parte siguió con sus estudios y llevando una vida de adolescente lo más normal posible. Con amigos, noches de juntadas, mates en el parque, exámenes y actos. Estaba por cumplir 18, ya con planes de estudiar profesorado de matemática, realmente decidida a tener un proyecto de vida sin importar qué. ¿Por qué no? De por sí su vida era difícil. Hacía años no podía hacer ningún tipo de actividad física más que meterse a la pileta y nadar un poco, porque su cuerpo no le respondía bien. Siempre tuvo kilos de más y con su antecedente clínico era muy difícil tener pareja; la sociedad está muy enmarcada en un protocolo de belleza, salud y dinero a seguir. Pero por suerte fue acompañada por muchos ángeles durante su camino y uno que otro demonio. Tampoco fue todo tan trágico, en su adolescencia recibió besos, y según ella narra acerca de sus amigos:
“En cada momento que los necesité, estuvieron. Y creo que como retribución, yo voy a estar acompañándolos el resto de sus vidas, probablemente de manera silenciosa, y con un toque en el corazón en el momento justo.”
Su vida comenzaba a cambiar, con un gran proyecto, el de convertirse en una profesional, y sin importar sus limitaciones, estaba decidida a desenvolverse de la mejor manera posible.
18 años, con una enfermedad asumida, manejaba un auto, hacía artesanías, tenía ganas e ideas, y como dicen los viejos que saben “cuando es el destino” … Cuando muchos hablan del destino y mencionan que se puede predecir el futuro, me parece perfecto que haya gente con semejantes habilidades, pero, ¿podemos cambiarlo?, ¿podemos intervenir?
Papeles presentados en la universidad, todo marchaba en orden, y llega el día del viaje a Buenos Aires para su control anual.
El médico entra a la sala de consulta con varios estudios en su mano y cara de preocupación. Ella, antes de escuchar, ya sabía. Si lo predijo o no en suma no importaba porque el punto como siempre en toda historia es cómo seguimos narrando el desenlace.
—Lorena, lamentablemente no tengo buenas noticias. Durante tu historia clínica has venido manifestando un carcinoma benigno situado en tu columna que, con previas intervenciones quirúrgicas hemos podido eliminar, pero nunca es su totalidad. La zona que debíamos de operar es muy sensible, por eso has tenido distintas secuelas y con el correr de los años, este tumor fue creciendo nuevamente, por lo que se tuvo que realizar una segunda intervención quirúrgica. Luego de las secuelas, recuperación, etcétera nos encontramos hoy en tu control. Y ya debes saber que todos estamos haciendo lo posible para que tu recuperación sea total en la medida de nuestras posibilidades. Hasta aquí estamos de acuerdo, ¿verdad?
—Sí.
—Bien. El panorama actual es otro. El carcinoma que vemos formado nuevamente en tu columna ya no es benigno, esto fue detectado mediante una biopsia que tomamos, por lo que consideramos que debemos tratarlo como un cáncer, con la correspondiente quimioterapia para que no se disemine, y una vez más la intervención quirúrgica es necesaria debido al tamaño y al rápido crecimiento que presenta. Esta intervención como todo tratamiento tiene secuelas, pero siempre has demostrado ser una mujer muy fuerte que puede sobrellevar los efectos secundarios. Te repito todo lo que estamos haciendo es para mejorar tu calidad de vida, lamentablemente la obra social se demoró en aprobar los estudios por eso el tumor ha crecido con más velocidad de lo previsto y por eso debemos operar. Tengo que explicarte el tratamiento que vamos a seguir luego de la operación que es un poco más invasivo.
Los médicos no pueden hacer promesas que no pueden cumplir, tal vez porque es más inmoral que otra cosa. Sí, antes no era cáncer, pero era más o menos lo mismo. Un tumor, que bueno o malo no dejaba de ser un tumor. Ahora las secuelas no eran un bastón, era una silla de ruedas; los nervios de la espalda estaban demasiado dañados como para seguir de pie. Las probabilidades eran escasas y no podían mentirle, porque el hecho de tener que empezar a usar este artefacto generaba un impacto emocional también en el paciente. Decían que con un buen tratamiento kinesiológico iba a poder caminar una vez más, que su situación de silla de ruedas no sería permanente.
Lorena tenía una especie de monedero grande con un montón de pastillas, me acuerdo que era violeta…
—No me opero. No quiero tratamiento— Era una lucha entre la vida y la muerte. Susana desesperada intentaba convencerla.
—Vas a salir de esta como saliste de todas las otras. Además, ahora va a ser con un tratamiento así el tumor no aparece nunca más.
—Sí, pero ¿y la carrera? No voy a poder cursar.
—Sí vas a poder, es dedicarle un tiempo a tu recuperación, total en la facultad podés rendir libre. Estudiás de casa y te presentás a los exámenes, no es tan terrible. Y veremos cómo resolvemos las materias de cursado obligatorio, hablás con los profesores.
Susana rogó, rogó y rogó, creía que los milagros existían y la fe la iba a mantener viva. La facultad podía esperar. Estaba acostumbrada a postergar.
Cuenta Lorena: “Disfrutamos ese verano de un hermoso paseo por Córdoba. Era mi lugar preferido en el mundo. Las sierras, el aire fresco, los paisajes y la comida que vendían en cada pueblo. Que más le podía pedir a la vida, la estaba viviendo en su máxima plenitud.”
2007. Córdoba. Argentina.
Fuimos a la Cumbrecita esa tarde. La Cumbrecita es un pueblo que tiene un aura a místico terrible. Mucho que no se dice y no se cuenta. Sede de los alemanes escapados de la guerra. No se puede entrar con auto así que debíamos caminar un montón. Empecé a quejarme ya que el cansancio ocupaba mis piernas y mi energía se veía limitada, hasta que lo vi.
Era un nene de unos cinco años que carecía de las dos manitos. Probablemente había nacido así. Se puso detrás de una imagen de caballero para que sus padres tomaran una foto. Él estaba tan contento y corría y saltaba, iba y venía. Pasamos frente a un negocio que vendían chocolates y su papá le trae un bastoncito de chocolate todo decorado.
El niño se las ingenia para tomar el bastoncito con los muñones y ladeando su cabeza se acerca para morderlo. Las limitaciones existen, pero también existen las maneras de sortear esas limitaciones.
—¿Estás cansada? —Pregunta Susana —podemos volver si querés.