Historias. Libros I-II - Publio Cornelio Tácito - E-Book

Historias. Libros I-II E-Book

Publio Cornelio Tácito

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Beschreibung

La traducción, a cargo de Antonio Ramírez de Verger, va acompañada de una introducción, dirigida al público culto en general, sea experto o sea profano, y de notas generosas para aclarar cuestiones históricas, geográficas y literarias. La obra de Tácito se ha convertido en un monumento literario que mantiene su vigencia a lo largo de los siglos. Las Historias, escritas por Tácito (56/57-ca. 120 d.C.), el maestro del vigor narrativo y del análisis psicológico de los personajes, narran las brutales guerras civiles que se desencadenaron a lo largo del Imperio Romano durante el largo año 69 d. C. tras el suicidio de Nerón, el último emperador de la dinastía Julio-Claudia. Por los dos primeros libros desfilan cuatro emperadores: el anciano Galba, el vividor Otón, el hedonista Vitelio y el probo Vespasiano.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 402

Asesores para la sección latina: JOSÉ JAVIER ISO Y JOSÉ LUIS MORALEJO .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por FRANCISCO SOCAS GAVILÁN .

© EDITORIAL GREDOS, S. A., 2012.

López de Hoyos, 141, 28002-Madrid.

www.editorialgredos.com

Primera edición: junio de 2012

REF: GEBO471

ISBN: 9788424937683

INTRODUCCIÓN

PRESENTACIÓN

Tacitus was not an historian but a poet1

Estas fueron las certeras palabras escritas por sir Ronald Syme, autor del mejor estudio que se haya escrito nunca sobre la vida, obra, pensamiento y estilo de uno de los dos historiadores más importantes de la antigüedad clásica (el otro es el griego Tucídides, ca. 460-396 a. C.). ¿Quién al leer el saqueo de Cremona (III 33-34), el incendio del Capitolio (III 71-72) o la conquista de la misma Roma (III 84-85) por las tropas flavianas no caería en la cuenta de que estas escenas ya las ha degustado en la caída de Troya del libro segundo de la Eneida de Virgilio2 ? Ciertamente, Tácito fue un gran historiador en el sentido antiguo del término, pero por encima de todo ha quedado como un auténtico orfebre de la lengua latina. Después de Virgilio, la épica no fue sino una sombra de la Eneida y, después de Tácito, la historia se convirtió en simple cotilleo de biógrafos o reporteros sin arte ni vida. Según aseguró Goodyear3 , «como historiador tiene grandes debilidades, si se le juzga de acuerdo con los rigurosos criterios actuales», pero «la magia de su estilo pervive». Analicemos, pues, con algún que otro detalle la persona de Tácito, su obra, cómo la escribió, de qué medios se valió y sobre quién influyó.

El año de los cuatro emperadores, el 69 d. C., atrajo la atención no solo de Tácito (ca. 55-ca. 120), sino también de Plutarco (50-120), Suetonio (ca. 70-d. 126), Dión Casio (155-229) y, en menor medida, de Flavio Josefo (ca. 37-101). Tácito fue superior a todos ellos. Y también, por otra parte, supera a Salustio (86-34 a. C.) en su brevedad y velocidad narrativa, en el retrato de los personajes y en las sentencias con que remata sus descripciones. El vigor narrativo y la interpretación psicológica de Tácito tampoco se encuentran en el estilo elegante de Tito Livio (ca. 59 a. C.-17 d. C.). El poder oratorio e introspectivo de nuestro historiador se refleja en los discursos, inventados o no, en estilo directo o indirecto. No se olvide que para los antiguos la historia como género literario estaba a caballo entre la oratoria y la poesía4 . En este sentido, Tácito llega a ser un maestro inolvidable en la narración de momentos de gran dramatismo y emotividad(páthos),como el suicidio de Otón, el saqueo de Cremona o la situación de Roma después de la muerte de Vitelio.

Leídas de corrido, lasHistoriasde Tácito aparecen como una magnífica novela histórica, basadas en hechos transmitidos por las mismas fuentes que usaron Plutarco o Suetonio y que no han llegado hasta nosotros en su mayor parte. La historiografía antigua, no se olvide, es muy diferente de la moderna tanto en la forma como en el fondo. El historiador antiguo tenía que combinar lo útil con lo atractivo(utile et dulce)y lo conseguía a través de la lengua y a través de la selección y presentación de la materia histórica. Los historiadores podían valerse en general de un estilo periódico (Heródoto, Tito Livio) o conciso (Tucídides, Salustio, Tácito), pero para atraer la atención de la audiencia tenían que variar su estilo dependiendo del asunto que tratasen. No era igual, por ejemplo, el estilo de un discurso, más oratorio, que el de un retrato, más cortado. Y otra forma de cautivar a los oyentes consistía en introducir composiciones genéricas, autónomas: digresiones sobre geografía, religión o costumbres, retratos, escenas de batalla, obituarios. En la variedad tanto de estilo como de materia está el gusto, y los historiadores antiguos pretendían enseñar («la historia como maestra de la vida») y agradar a los lectores(delectatio lectoris).

El 9 de junio del año 68 Nerón acabó con su vida atravesándose la garganta con una espada. La dinastía Julio-Claudia, iniciada por Augusto, había llegado a su fin. El Senado eligió para suceder a Nerón al gobernador de Hispania, el septuagenario Servio Sulpicio Galba, que contaba con el apoyo de M. Salvio Otón, gobernador de Lusitania, y de Julio Víndice, al frente de la Galia Lugdunense5 . Galba se encaminó a Roma durante el verano y el otoño del 68 y entró en ella como el líder del ejército. Sin embargo, Galba, un militar de éxito, era incapaz de sobrellevar bien el imperio. Tácito sentenció en su obituario que «todos por unanimidad le hacían capaz de ser emperador, con la condición de que nunca hubiera llegado a serlo» (I 49, 4). El 15 de enero del año 69 cayó asesinado en el Foro de Roma a manos de sus propios pretorianos, dirigidos por Otón en un hábil golpe de Estado. Pero Otón no sabía que unos días antes el ejército romano asentado en Germania, dirigido por sus comandantes Fabio Valente y Cécina Alieno, había seleccionado como candidato para el imperio al gobernador de Germania Inferior, Lucio Vitelio, un hombre cobarde y de vida regalada. Los dos generales atravesaron los Alpes y vencieron a los otonianos en Cremona en abril del 69. Otón se suicidó con dignidad para evitar un mayor derramamiento de sangre. Los vitelianos alcanzaron Roma y se dedicaron a una vida de lujo y desidia durante un tiempo. Y en julio de ese año los ejércitos de Ilírico, Siria, Palestina y Egipto, que nunca habían aceptado el imperio de Vitelio, se inclinaron por un general que había servido a Nerón en la guerra contra los judíos, Tito Flavio Vespasiano, después de que Gayo Licinio Muciano, gobernador de Siria, y Tiberio Julio Alejandro, prefecto de Egipto, le animaran a asumir el poder. Entre ellos planearon invadir Italia y derrotar a las tropas vitelianas antes de entrar en Roma. Vespasiano, un soldado de 59 años de edad, disciplinado, competente y sin pretensiones, encontró a otro líder militar que sería una pieza fundamental en su victoria sobre Vitelio: Antonio Primo, comandante de la legiónVII Geminacon base en Panonia. Primo, un general muy querido por sus soldados, dominó el encuentro que los líderes flavianos mantuvieron en Petovio (Panonia) a finales de agosto del 69. Allí se decidió actuar con rapidez para ocupar el norte de Italia, vencer a los vitelianos y ocupar Roma. En el mes de diciembre todo el plan se había cumplido, incluida la traición de Cécina, que se había unido a los flavianos. Valente, Vitelio y su hermano Lucio fueron asesinados y Antonio Primo entregó Roma en bandeja a Muciano, representante de Vespasiano hasta su llegada de Oriente. Tras los tres primeros libros que forman una unidad estructural e histórica, el libro IV comienza con una especie de coda de dos capítulos y medio del libro anterior. Tácito alterna en este libro la narración de los sucesos en Roma y en el extranjero(domi militiaeque).En efecto, nuestro historiador se centra en tres focos de atención: la política dirigida desde Roma, la rebelión en tierras del Rin y la guerra contra los judíos, que se apunta en este libro y se desarrolla en el V. En Roma interesan las relaciones entre el Senado y los representantes de Vespasiano, ausente en el Oriente, mientras que en el extranjero el hecho más importante era la rebelión contra Roma de los germanos, liderados por Julio Civil. Aparecen también algunas digresiones sobre África, Alejandría y el retiro de Antonio Primo. En el libro V, que se corta bruscamente en el capítulo 26, Tácito da cuenta de la historia y geografía de los judíos y de la rebelión judía. Tito decidió acabar con la resistencia judía y comienza el asedio de la ciudad santa, pero no remata con la narración del final de la ciudad(famosae urbis supremum diem,V 2, 1), sino que cambia su cámara narrativa a la revuelta de los batavos, dejada en el libro IV. Flavio Josefo (ca. 37-101 d. C.) ha quedado como la fuente de la caída de Jerusalén y Masada, el último reducto de los judíos. De todos estos acontecimientos del año 69 y comienzos del 70 d. C. trata lo que ha llegado hasta nosotros de lasHistoriasde Tácito.

VIDA Y OBRA6

Tácito nació en el año 56 o 57 d. C. Su padre, de la clase ecuestre, fue gobernador de la Galia Bélgica(PLINIO EL VIEJO ,Historia natural VII 76). Su familia procedía probablemente de la Galia Narbonense7 . No sabemos nada de sus primeros años y ni siquiera estamos seguros de que su nombre fuera Gayo o Publio. En los años 74 y 75 Tácito se encontraba ya en Roma aprendiendo de los oradores más prestigiosos de la época (Diálogo de los oradores II 1). Vespasiano le concedió el derecho de vestirse con el latus clavus o túnica con rayas de púrpura (Historias I 1, 3). En el año 77 se casó con la hija de Gneo Julio Agrícola, cónsul y gobernador de Britania (Agrícola IX 6). Se supone que alcanzó la cuestura sobre el año 81, lo que le permitiría entrar en el Senado. En el año 88 llegó a ser pretor y miembro del sacerdocio quindecinviral (XV viri sacris faciundis) , que organizaba los Juegos Seculares de dicho año (Anales XI 11, 1). Se sabe también que tanto él como su esposa estaban en el extranjero cuando falleció su suegro Agrícola en el año 93 (Agrícola XLV 4-5). Tras su regreso a Roma, fue cónsul suffectus o sustituto en el segundo semestre del año 97. En los años 112 y 113 fue procónsul en la provincia de Asia8 , el último peldaño de su brillante carrera política. La última referencia que tenemos en su obra es a las campañas de Trajano contra los partos9 en los años 115-116 (Anales II 61, 2). Tácito, pues, murió después del 116.

Según Plinio el Joven (Cartas I 20, 24; II 1, 6; VII 20, 4; IX 23, 2), Tácito gozó de una gran reputación como orador10 . Pronunció en el año 97 la laudatio funebris en honor de Verginio Rufo (PLINIO EL JOVEN , Cartas II 1, 6)11 y junto al mismo Plinio se hizo cargo de las acusaciones de concusión y crueldad contra Mario Prisco durante su gobierno en la provincia de África (Cartas II 1).

De Tácito nos han llegado cinco obras. En el año 98 Tácito escribió la biografía de su suegro Agrícola (Agrícola o De vita Iulii Agricolae) . Por la misma época salió a la luz un pequeño tratado etnográfico sobre las tribus de Germania (De origine et situ Germanorum) . Probablemente en el año 102, fecha del consulado de Fabio Justo, a quien Tácito dedica la obrita, se publicó el Diálogo sobre los oradores (Dialogus de oratoribus) sobre el declive de la oratoria en su tiempo12 . Existen dudas sobre su autenticidad, aunque la mayoría de los expertos se inclinan por atribuirla a Tácito, que la escribió con un estilo ciceroniano, propio de la oratoria, y no con el breve, cortante y asimétrico de su obra histórica13 . Sus obras mayores son dos: a) las Historias (Historiarum libri14) , publicadas sobre los años 107-109 (PLINIO EL JOVEN , Cartas VII 33, 1), cubrían los años 69-96, aunque solo se conservan cuatro libros y una cuarta parte del quinto15 ; y b) los Anales (Ab excessu divi Augusti Annales) , publicados después del año 113, tras regresar de su proconsulado de Asia, daban cuenta de la dinastía Julio-Claudia (Augusto no incluido) durante los años 14-68.

EL CONTENIDO DE LAS «HISTORIAS »16

El libro I

Según nos cuenta en el prefacio de Agrícola (3, 3), Tácito tenía la intención de «recordar la pasada esclavitud y rendir tributo a la felicidad presente», es decir, que su obra comenzaría con el imperio de Domiciano (81-96) y continuaría con los de Nerva (96-98) y Trajano (98-117). Por las razones que fueran17 , Tácito se inclinó por narrar en las Historias los hechos que transcurrieron desde las consecuencias de la muerte violenta de Nerón, el último emperador Julio-Claudio, hasta el asesinato de Domiciano, el último emperador Flavio. Tácito habría escrito en total doce o catorce libros de Historias , de los que solo han llegado hasta nosotros los primeros cuatro libros completos y un cuarto del quinto18 . En ellos se narran los acontecimientos del año 69 y una parte del 70.

Se habría esperado que Tácito hubiera empezado las Historias con la muerte de Nerón y el ascenso de Galba, ocurridos en el mes de junio del 68. Sin embargo, inició su obra el 1 de enero del año 69 para seguir la tradición analística de los historiadores romanos desde los historiadores arcaicos: «Empezaré mi obra en el año del consulado de Servio Galba por segunda vez y de Tito Vinio» (I 1, 1). Además, el año 69 debió de haber ejercido un atractivo especial en la mente de Tácito, porque llega a decir que «Este era el estado del imperio romano cuando los cónsules Servio Galba por segunda vez y Tito Vinio iniciaron el último año para ellos y casi el año final para el Estado» (I 13, 3). Pocos años fueron tan convulsos y trágicos como el año 69, el de los cuatro emperadores: Galba es asesinado el 15 de enero, Otón se proclamó sucesor de Galba, pero las tropas germánicas habían proclamado emperador a Vitelio el 2 de enero y un poco después las tropas de Oriente se inclinan por Vespasiano. Tantos acontecimientos y tantos movimientos políticos y militares habían atraído la atención de un historiador que captaba como nadie los escenarios de los acontecimientos y las miserias humanas.

Tácito comienza las Historias con once espléndidos capítulos de introducción y resumen de toda la obra, siendo el capítulo 2 la quintaesencia de toda la obra con la concisión y rapidez de que Tácito era capaz:

La obra literaria en la que estoy embarcado es muy rica en desastres, llena de atroces batallas, plagada de luchas civiles, e incluso cruel en la paz. Cuatro emperadores sucumbieron por la espada. Hubo tres guerras civiles, más conflictos en el extranjero y a menudo ambos al mismo tiempo. La situación era favorable en Oriente y adversa en Occidente. El Ilírico era un torbellino, las Galias flaqueaban y Britania fue conquistada e inmediatamente abandonada a su suerte. Se levantaron contra nosotros los pueblos sármatas y suevos, el pueblo dacio se distinguió por victorias y derrotas y casi llegó a movilizarse el ejército [2] de los partos gracias a la impostura de un falso Nerón. También la misma Italia fue víctima de desastres sin precedentes o por lo menos no habían ocurrido desde hacía muchos siglos. Ciudades se habían incendiado o habían quedado sepultadas en la parte más rica de la costa de Campania. Roma fue devastada por incendios que destruyeron los templos más antiguos, llegando las manos de los ciudadanos a incendiar el mismo Capitolio. Se profanaron ceremonias religiosas y se cometieron adulterios sonados. El mar se pobló de exiliados y sus [3] islas rocosas se mancharon de sangre. La crueldad fue más atroz en Roma. La nobleza, las riquezas y los cargos políticos se declinaban o desempeñaban como si fuera un crimen y la recompensa de la virtud era una muerte más que segura. Las ganancias de los delatores eran no menos odiosas que sus crímenes, pues unos conseguían sacerdocios y consulados como si se tratara de despojos, mientras otros alcanzaban puestos oficiales y poder en la sombra, tratando y subvirtiendo todo, provocando el odio y el terror. Se sobornaba a los esclavos contra sus señores, a los libertos contra sus patronos, y quienes no tenían enemigos, caían arruinados por sus amigos.

Se detiene después en la situación de Roma (4-7) y las provincias (8-11): Hispania, Galia, Germania, Britania, Ilírico, Siria, Judea, África, Mauritania, Recia, Nórico, Tracia e Italia. Nada escapa del ojo escrutador de Tácito.

Los capítulos 1-49 tratan del enfrentamiento entre Galba y Otón. Cuando Galba adoptó a Pisón Liciniano, Otón se sintió traicionado por no haber sido él el elegido y preparó un golpe de Estado, él que era un hombre extravagante, disoluto, pero atractivo, contra Galba, un emperador avaro y viejo. Otón se encerró en el campamento con los soldados, a quienes dirigió un discurso lisonjero y lleno de buenas intenciones para asegurarse su lealtad (I 37-38, 2). Galba cayó asesinado por un tal Camurio, soldado de la legión XV Primigenia , o por Terencio o por otros. Todo este enfrentamiento entre Galba y Otón, incluido el asesinato del primero, es contado también por Plutarco y Suetonio, que debieron de beber de la misma fuente. La historia de Galba termina con el correspondiente obituario que dice en casi un capítulo (I 49, 2-4) más que en toda una biografía:

Este fue el final de Servio Galba, quien a lo largo de 73 años [2] había sobrevivido con éxito a cinco emperadores y fue más feliz bajo el imperio de otro que en el suyo propio. Había en su familia antigua nobleza y grandes riquezas. Era de una personalidad mediocre, destacando más por no tener vicios que por estar dotado de cualidades. No despreció ni compró su reputación; no [3] codició el dinero ajeno, fue parco con el suyo y avaro con el público. Era irreprochablemente tolerante con amigos y libertos, si resultaban gente honesta; si resultaban malvados, los ignoraba hasta llegar a ser él también culpable. Sin embargo, su cuna ilustre y el miedo que había en aquella época sirvieron de pretexto para llamar sabiduría a lo que en realidad era desidia. Mientras [4] estaba en la flor de la vida consiguió en las provincias de Germania gloria militar; como procónsul gobernó África con moderación y ya en sus últimos años llevó el control de Hispania Citerior con el mismo sentido de la justicia. Mientras fue un particular pareció superior a un particular y todos por unanimidad le hacían capaz de ser emperador, con la condición de que nunca hubiera llegado a serlo.

El retrato termina con un breve y brillante epigrama que resume la vida política de Galba: omnium consensu capax imperii, nisi imperasset . El capítulo 50 sirve de reflexión para perder las esperanzas en dos hombres indignos, Otón y Vitelio, y buscarlas en un tercero, Vespasiano, que inauguraría una nueva época de buen gobierno.

Los capítulos 51-90 giran en torno a las figuras de Otón y Vitelio, los dos nuevos protagonistas. Vitelio y sus generales copan la atención de los capítulos 51-70. Las fuerzas de Vitelio avanzan hacia Italia a través de los Alpes. A la estancia de Otón en Roma reserva Tácito los capítulos 71-90, momento en el que Otón decide salir de allí para enfrentarse a Vitelio. En la parte dedicada a este Tácito hace resaltar su extravagancia y su vida disipada frente a la energía y vitalidad de sus generales Cécina y Valente, a quienes ordena invadir Italia por dos rutas diferentes. A ellos seguiría más tarde el propio Vitelio. Tácito regresa a dar cuenta de los acontecimientos de Roma en los capítulos 71-89 centrándose en los sucesos acaecidos desde la muerte de Galba el 15 de enero, también contados por Plutarco. Destaca la narración del motín de los pretorianos, que termina después de un largo discurso de Otón a los soldados (I 83, 2-84), una magistral pieza de oratoria deliberativa. En las Idus de marzo o día 15 Otón salió de Roma (I 90) para ir al encuentro de Vitelio. La ciudad quedó bajo el mando de su hermano Salvio Ticiano.

El libro II

El libro II no se inicia como continuación del primero, sino que dedica los primeros once capítulos a detenerse en el anuncio de una nueva dinastía («La Fortuna estaba ya urdiendo en una parte diferente del mundo los orígenes y las causas de una dinastía, que con suerte varia significó felicidad o desgracia para el Estado y prosperidad o ruina para los propios príncipes»), iniciada por Vespasiano y Tito. También se da cuenta de la historia de un falso Nerón y de los asuntos del Senado en Roma. Los capítulos siguientes hasta el 45 se concentran en narraciones militares. Otón salió de Roma para frenar la invasión viteliana por el norte de Italia, pero llegó tarde. Espurina, general otoniano, no pudo contener a los vitelianos y se retiró a Piacenza. Tras una escaramuza del otoniano Marcio Macro al frente de un grupo de gladiadores, los también generales otonianos Annio Galo, Suetonio Paulino y Mario Celso derrotaron a las fuerzas vitelianas mandadas por Cécina en Cástores (II 24-26), pero Paulino no explotó la victoria y los vitelianos pudieron salvarse. Otón intentó acallar las críticas contra sus generales enviando a su hermano Ticiano y a Próculo para que asumieran el mando. Se celebró una asamblea militar. Mientras tanto se produjo en el bando viteliano un levantamiento contra Fabio Valente, quien salvó los muebles por poco. Tácito aprovecha la ocasión para hacer sendas comparaciones entre Cécina y Valente y entre Otón y Vitelio (II 30, 2-31). A ninguno de ellos deja bien parado. Otón celebró una asamblea militar para decidir si actuaban inmediatamente o esperaba refuerzos de Mesia y Panonia. El general Paulino, apoyado por Mario Celso y Annio Galo, defendía el aplazamiento de la batalla, mientras que Ticiano y Próculo instaban a una actuación inmediata. En este punto, tanto en Plutarco (Otón IX) como en Tácito (II 37-38), se introducen digresiones para buscar una explicación a una decisión de aplazamiento no conocida antes. La razón de un posible aplazamiento de la batalla residía en un rumor que se había extendido sobre la necesidad de nombrar a un nuevo emperador que acabara con la mediocridad y bajeza tanto de Otón como de Vitelio. Lo cierto es que ganó la opinión de intervenir inmediatamente y de que Otón se retirara a Brixelo para esperar acontecimientos. La primera batalla de Bedriaco (II 39-45), que tuvo lugar sobre el 12 de abril del 69, acabó con la victoria de Vitelio. Las consecuencias no se hicieron esperar. Otón prefirió sacrificar su propia vida a prolongar la guerra, no sabemos si después de enterarse de la capitulación de sus generales, incluido su hermano. Su muerte, propia de un estoico romano, es contada también por Suetonio (Otón IX 3-11), Plutarco (Otón XV-XVIII) y Dión Casio (LXIV 11). Todos los autores alabaron su muerte en la misma medida que criticaron su vida. Tras la muerte de Otón, Tácito narra el itinerario que recorrió Vitelio desde Colonia hasta su entrada en Roma sobre mediados del mes de julio. Repasa las reacciones que se produjeron en Roma. De vez en cuando, apela a nuestros sentimientos más hondos, como cuando describe la visión de Vitelio de Bedriaco después de la batalla (II 70):

El espectáculo fue repulsivo y horrible. Menos de cuarenta días después del enfrentamiento, la visión era de cuerpos lacerados, miembros mutilados, masas putrefactas de hombres y caballos, la tierra infectada de sangre corrompida y una terrible devastación [2] que había arrasado árboles y cultivos. Y no menos inhumano era el tramo de calzada que los cremonenses habían cubierto de rosas y laureles, erigiendo altares y sacrificando víctimas según la costumbre de los reyes orientales. Estas alegrías [3] del momento causaron su ruina más tarde. Le acompañaban Valente y Cécina, que le iban mostrando los lugares de la batalla: desde aquí, le indicaban, se habían lanzado las columnas de las legiones, desde ahí había saltado la caballería y desde allí las tropas auxiliares habían rodeado al enemigo. Y los tribunos y prefectos, exagerando cada cual sus acciones, confundían lo verdadero con lo falso o lo exageraban. También los soldados rasos se desviaban del camino entre gritos de alegría, reconocían el escenario de los combates, miraban y admiraban la pila de armas y los montones de cadáveres. Hubo incluso algunos que derramaron lágrimas y se compadecieron ante la inestabilidad [4] de la vida humana. Vitelio, sin embargo, no desvió su mirada ni sintió horror ante tal multitud de ciudadanos sin sepultar. Incluso estaba contento e, ignorante de la suerte tan cercana que le esperaba, ofreció un sacrificio a los dioses del lugar.

Pero Vitelio no contaba con los movimientos del Este (II 74-86). Vespasiano, un general honesto, disciplinado y con buena estrella, fue apoyado, pese a sus reticencias, por Muciano y Tiberio Alejandro para asumir el imperio. Este último lo proclamó emperador en Alejandría el 1 de julio y el ejército de Judea el día 3 del mismo mes. Se celebró en Beirut una asamblea militar (II 81, 3), donde se diseñó toda la estrategia para arrebatar el poder a Vitelio. Se decidió que Muciano dirigiera las fuerzas hacia Roma y que Antonio Primo fuera la avanzadilla. De este personaje nos ha quedado este retrato de Tácito (II 86, 1-2):

Este hombre, culpable ante las leyes, condenado por fraude en tiempos de Nerón, había recuperado el rango senatorial en medio de las otras desgracias de la guerra. Galba lo había puesto [2] al frente de la legión VII y se creía que había escrito más de una vez a Otón ofreciéndose como general de su bando. Ignorado por este último, no prestó servicio alguno en la campaña de Otón. Cuando declinaba la estrella de Vitelio, siguió a Vespasiano dando un gran impulso a su causa, pues era un hombre enérgico, de palabra fácil, un artista en sembrar el odio entre los demás, influyente en revueltas y motines, ladrón y despilfarrador, el peor enemigo en la paz y nada despreciable en la guerra.

A partir del capítulo 87, Tácito regresa a Vitelio, que recorre Italia como si fuera el general de un ejército extranjero contra su propia patria. Entró en Roma poco antes del 18 de julio19 , seguido de un ejército indisciplinado y siendo él mismo un hombre glotón, débil y sin criterio alguno para gobernar un imperio. Así que no era de extrañar que las provincias fueran apoyando progresivamente a Vespasiano. Vitelio, alarmado, movilizó de nuevo al ejército al mando de Cécina y Valente, aunque este último retrasó la salida por enfermedad. El libro termina con la traición de Cécina y de la flota del cabo Miseno. Mal pintaba la situación para Vitelio, casi abandonado por sus propios lugartenientes, que lo traicionaron no por amar la paz y por el interés del Estado, sino por celos entre ellos mismos y por egoísmo (II 101).

El libro III

El libro tercero quizás sea el mejor de las Historias de Tácito por su ritmo dinámico y por la variedad narrativa. Se pasa de la batalla y saqueo de Cremona a las luchas en las mismas calles de Roma; se incendia por primera vez el Capitolio, el lugar más sagrado de la urbe, y se culmina con el brutal asesinato de Vitelio. Los flavianos diseñan un plan estratégico que, como habían decidido algunos de ellos en Petovio, consistía en invadir Italia, esperar a Muciano después de atravesar los Alpes con las tropas de Oriente y asegurar el dominio del mar con la flota y el apoyo de las provincias. Sin embargo, Antonio Primo aceleró los planes con una audacia y atrevimiento increíbles. No le importó desobedecer las órdenes que tenía de esperar a Muciano en Aquileya. El éxito en la segunda batalla de Bedriaco sobre el 25 de octubre (III 15-25), cuya descripción gráfica queda grabada en nuestras retinas, y el subsiguiente saqueo de Cremona salvaron a Antonio Primo de un castigo ejemplar por su osadía y precipitación. Merece ser recordado el páthos con que Tácito describe el saqueo (III 33):

Irrumpieron en la ciudad cuarenta mil hombres armados y un número mayor de asistentes y cantineros todavía peor dispuestos a la lujuria y la crueldad. Ni la dignidad ni la edad evitaban que se mezclaran las violaciones con los asesinatos y los asesinatos con las violaciones. Los ancianos de edad avanzada y las mujeres de edad marchita, sin valor para el botín, eran el blanco de sus burlas. Cuando una doncella crecida o alguien que atraía por su belleza caía en sus manos, la fuerza brutal de quienes intentaban cogerlos los despedazaba y esto al final llevaba a los mismos raptores a matarse unos a otros. Cuando uno se apropiaba del dinero o de las ofrendas de oro macizo de los [2] templos, otros más fuertes le cortaban la cabeza. Algunos despreciaban lo que estaba a la vista, buscaban las riquezas escondidas por sus dueños, a quienes azotaban y torturaban, y desenterraban los tesoros bajo tierra. Portaban teas en las manos, que, al terminar el saqueo, arrojaban por gusto a las casas deshabitadas o a los templos vacíos. Y, como era de esperar en un ejército de lenguas y costumbres diversas, que incluía a romanos, aliados y extranjeros, diferentes eran sus ideas de lo que era legal para cada uno de ellos, pero nada les estaba vedado. Cremona les duró cuatro días. Cuando todos los edificios, sagrados y civiles, quedaron reducidos a cenizas, solo el templo de Mefitis permaneció en pie, defendido por su situación o por el poder de su divinidad.

A partir del capítulo 36 Tácito dirige hacia atrás su mirada y cuenta los sucesos acaecidos en Roma desde finales de septiembre. La victoria de Primo ha convulsionado no solo a Roma, sino a todo el imperio romano: Hispania, Galia y Britania se deciden a apoyar a Vespasiano, quien se enteró de la victoria de Cremona en noviembre en su camino hacia Alejandría. Con las victorias de Antonio Primo y la llegada de Muciano a Italia, Vespasiano solo tuvo que encargarse del bloqueo de Egipto para impedir que llegara trigo a Roma. Mientras tanto, el avance de Primo era imparable. Sobre el 8 de diciembre se encontraba a unos 80 kilómetros de Roma. Allí Flavio Sabino, hermano de Vespasiano, tuvo que vérselas con los intentos fallidos de abdicación de Vitelio y acabó refugiándose en el Capitolio, la sede de Júpiter Óptimo Máximo, que fue incendiado irresponsablemente por los vitelianos. Junto a Flavio Sabino aparece también el futuro emperador Domiciano, quien salvó la vida por muy poco. Todo esto ocurrió en los días siguientes al 17 de diciembre. Sobre el día 20 Antonio Primo se encontraba en Saxa Rubra o Rocas Rojas, prácticamente a las puertas de Roma. El final del libro (III 76-83) trata de las luchas mantenidas en la propia Roma y de la muerte de Vitelio. Se luchó cuerpo a cuerpo por las calles de Roma como si fuera un espectáculo del circo para la plebe romana. Vitelio murió humillado en sus últimos momentos (III 85), abandonado y traicionado por Cécina y Baso:

A punta de espada se obligó a Vitelio ya a levantar la cara y exponerla a las burlas, ya a contemplar el derribo de sus propias estatuas y, especialmente, los Rostros y el lugar del asesinato de Galba. Finalmente, lo empujaron hasta las escaleras Gemonias, donde yacía el cuerpo de Flavio Sabino. Se le oyó una frase de un espíritu no innoble, cuando a un tribuno que lo insultaba, le respondió que pese a todo él había sido su emperador. Entonces cayó bajo una lluvia de golpes. Y el pueblo se ensañó con el muerto con la misma vileza con que lo había apoyado en vida.

El libro III se cierra con el obituario de Vitelio, hombre vividor, indolente e indeciso, y con la sorprendente aparición de Domiciano, quien se había escapado de la muerte hacía poco, cuando se encontraba en el Capitolio con su tío Flavio Sabino, apuñalado y decapitado unos días antes (74, 2). Con el libro III se culmina el conjunto de los tres primeros libros de las Historias formando una unidad en sí mismos, pues acaba el año 69 con la muerte de tres emperadores y se inaugura una nueva época con la llegada al poder de Vespasiano.

Los libros IV y V

El comienzo del IV cuarto es una especie de coda del libro III. Tácito al describir a Roma como una ciudad conquistada expresa su habitual pesimismo sobre la condición humana y el patetismo dramático de los sucesos después de la victoria de los flavianos:

La ejecución de Vitelio marcó el final de las hostilidades más que el comienzo de la paz. Los vencedores recorrían Roma a la caza de los vencidos con un odio implacable; las matanzas llenaban las calles, los foros y templos estaban teñidos de sangre, pues degollaban por doquier a las víctimas que la suerte les ponía por delante. Luego, al aumentar el libertinaje, buscaban y arrastraban a los que se escondían. Al que veían que llamara la atención por su estatura o juventud lo degollaban sin distinguir a soldados y civiles. Esta crueldad provocada por los odios todavía [2] recientes se saciaba de sangre, pero después se transformó en codicia. No respetaban ningún lugar secreto o cerrado con el pretexto de que allí se ocultaban los vitelianos. Ese era el comienzo del allanamiento de casas y, si encontraban resistencia, esa era la excusa para matar. Los más pobres de la plebe y los peores esclavos no perdían la ocasión de traicionar rápidamente a sus dueños ricos. Otros eran denunciados por sus amigos. Por todas partes se oían lamentos, gemidos: era la suerte de [3] una ciudad conquistada, hasta el punto de que se echaba de menos la odiosa indisciplina anterior de las tropas de Otón y Vitelio. Los generales flavianos eran entusiastas para desencadenar una guerra civil, pero incapaces para controlar la victoria, pues en los disturbios y conflictos los peores son los que más pueden, mientras que la paz y la tranquilidad requieren buenas condiciones.

El libro IV, que vuelve a la tradición analística de exponer el material histórico por años, narra los acontecimientos internos y externos (domi militiaeque) acaecidos en el año 69 (hasta IV 37) y del año 70 (a partir de IV 38). Unos pocos días antes de finales del 69 Muciano llegó a Roma y el Senado concedió a Vespasiano todos los honores imperiales (Lex de imperio Vespasiani, ILS 244). En los asuntos de Roma Tácito fija su mirada en el estoico Helvidio Prisco, yerno de Trásea Peto, y en el delator Eprio Marcelo, quienes defendieron posturas opuestas en el asunto de enviar delegados a Vespasiano. Prisco proponía que los delegados fueran elegidos individualmente por los magistrados bajo juramento, mientras Marcelo defendía el sorteo de acuerdo con la moción del cónsul electo. Tras sendos discursos, reproducidos por Tácito en estilo indirecto (oratio obliqua) , Marcelo ganó, porque era lo que convenía al interés tradicional de los senadores. Tras narrar acontecimientos en Roma, Tácito se adentra en el año 70 («Entretanto Vespasiano, por segunda vez, y Tito iniciaron el consulado in absentia , al tiempo que Roma se encontraba deprimida y angustiada por una multiplicidad de temores»), repasando de nuevo los sucesos internos de Roma, especialmente las decisiones del Senado (IV 38-47) y los acontecimientos externos, empezando por África (IV 48-50) y Alejandría (IV 51-53).

Una gran parte del libro IV está dedicada a la revuelta de los batavos a lo largo del Rin, encabezada por Julio Civil (IV 54-79 y también en V 14-26), quien se había rebelado contra Vitelio aparentando apoyar a Vespasiano, pero, cuando este asumió el poder, Civil se declaró en abierta rebeldía contra Roma. Su ideal era crear un imperium Galliarum , independiente de Roma. La narración continúa en el libro V, en el que se cuenta la lucha que contra Civil mantuvieron Petilio Cerial y Annio Galo, generales nombrados para tal misión por Muciano. El libro queda cortado en el capítulo 26, por lo que no conocemos el destino final de Civil, aunque sabemos que los batavos volvieron a ser aliados de Roma y sirvieron junto a sus ejércitos.

El resto del libro IV (80-86) trata especialmente de Muciano y Vespasiano, aunque también en menor medida de Antonio Primo y Domiciano. Antonio Primo fue apartado del poder por Muciano y optó por marcharse junto a Vespasiano, que andaba por Alejandría entretenido en milagros y augurios favorables. Tras una digresión sobre el dios Serapis, Tácito vuelve a Muciano y Domiciano, que se habían dirigido hacia Lugduno para participar en la revuelta de los batavos. Domiciano fracasó en su intento de protagonizar acciones militares y se retiró de la escena pública para esperar tiempos mejores. Pero el carácter real del hijo de Vespasiano y hermano de Tito no escapó al análisis reflexivo de nuestro historiador (IV 86, 2):

Bajo un manto de sencillez y moderación se encerró en sí mismo y simuló interés por las letras y amor a la poesía, con el objetivo de ocultar sus pensamientos y evitar competir con su hermano, cuya forma de ser, distinta a la suya y más amable, la interpretaba al revés.

El libro V trata de la campaña de Tito en Judea contra los judíos, cuya historia traza en una famosa digresión sobre su historia, costumbres y religión (V 2-9). Sigue con el asedio y conquista de Jerusalén antes de regresar al Rin para continuar con la revuelta de los batavos (V 14-26), tratada más arriba.

LOS PROTAGONISTAS

Los emperadores20

Galba21

Galba fue nombrado emperador a la muerte de Nerón el 9 de junio del año 68 d. C. En ese momento era gobernador de Hispania y contaba con unos 70 años de edad. Era de la clase noble, de rancio y viejo abolengo. Uno de sus antepasados, Servio Sulpicio Galba, fue cónsul en el año 144 a. C. y gobernador de Hispania en el año 151, donde según Suetonio (Galba III 2) pasó a cuchillo a treinta mil lusitanos, lo que provocó una guerra contra Viriato (147-139 a. C.). Otro Servio Galba se había unido a los asesinos de Julio César en el año 44 a. C. Galba fue cónsul en el año 33 d. C. a los 38 años, prestó servicios en África, Germania y en la Hispania Tarraconense, donde fue gobernador durante ocho años. Cuando Nerón cayó asesinado, el Senado de Roma lo nombró emperador. Se trasladó con su ejército hasta la capital del imperio, donde pronto fue asesinado en el Foro de Roma junto al lago Curcio el 15 de enero del año 69 d. C. Plutarco nos resume su vida en el correspondiente obituario (Galba y Otón XXIX 1-2 y 5):

Esta fue la suerte de Galba, un hombre que ni por linaje ni por riquezas estaba por debajo de muchos romanos, sino que, [2] juntando riqueza y linaje, aventajaba a sus contemporáneos; Galba, que había sobrevivido al gobierno de cinco emperadores con honor y fama, de tal manera que por su prestigio, más que [5] por su poder, había acabado con Nerón […] A pesar de estar mellado por la vejez, en lo que se refiere a las armas y a las tropas fue un gobernante competente y respetuoso con las tradiciones. Pero como confió en Vinio, Lacón y en los libertos que vendían todas las posesiones, de la misma forma que Nerón se había fiado de los que eran más insaciables, hubo muchos que lamentaron su muerte, pero no hubo ninguno que echara de menos su gobierno. (Trad. de Juan P. Sánchez)

Otón22

M. Salvio Otón no era de una familia tan noble como la de Galba, aunque su abuelo había llegado al Senado y su padre, Lucio Otón, había sido cónsul suffectus en el año 33 d. C. bajo el reinado de Tiberio. Perteneció al círculo más íntimo de Nerón («participaba de todos los proyectos y secretos de Nerón», en palabras de Suetonio23 ), hasta el punto de tomar parte en el complot para asesinar a Agripina, madre del emperador, en el año 59 y de renunciar a su propia esposa Popea Sabina para que se casara con Nerón. El emperador lo envió a Lusitania como gobernador para alejarlo de Roma24 . A la muerte de Nerón, apoyó decididamente a Galba con la esperanza de ser elegido su sucesor y maniobró para ello ganándose la confianza del ejército y de la guardia pretoriana de Roma25 . Pero, cuando Galba se inclinó por la adopción de Pisón Liciniano, Otón intrigó para perpetrar un golpe de Estado que acabó con la vida de Galba y su acceso al imperio. Poco le duró la tranquilidad al nuevo emperador, porque las tropas de Germania habían elegido emperador a Vitelio. El enfrentamiento final entre ambos tuvo lugar en Bedriaco a mediados del mes de abril con la victoria de los vitelianos. Poco después, Otón se suicidó por dignidad y patriotismo en la mañana del 17 de abril del año 69. Tenía 37 años y solo había reinado durante tres meses. Su vida y muerte es resumida así en el obituario usual de Tácito (Historias II 50, 1):

Otón era originario del municipio de Ferento, su padre había sido cónsul y su abuelo pretor. Su linaje materno era modesto, pero no sin dignidad. Su infancia y juventud transcurrió como he referido antes. Por dos hechos, uno muy cobarde y otro heroico, ha merecido de la posteridad tanto mala como buena fama.

Vitelio26

Aulo Vitelio nació en el año 15 d. C. Su padre Lucio Vitelio había sido cónsul tres veces bajo los reinados de Calígula y Claudio. De su matrimonio con Sextilia, una mujer de gran prestigio27 , nacieron dos hijos: Lucio y Aulo. Los dos alcanzaron el consulado en el año 48, siendo Aulo cónsul ordinario y Lucio suffectus o sustituto. Aulo Vitelio llevó una vida regalada y se distinguió por su avaricia y gula insaciables durante los imperios de Calígula. Claudio y Nerón28 . Llegó a ser procónsul en la provincia de África en el año 60 o 61 e inspector de obras públicas (curator operum publicarum) en Roma. Se casó primero con Petronia y luego con Galeria Fundana y tuvo tres hijos. Galba, ante la sorpresa de todos, lo nombró, seguramente a instancias de Tito Vinio, gobernador de la Germania Inferior para sustituir a Fonteyo Capitón, asesinado por los soldados. A la muerte de Galba, los soldados lo proclamaron emperador. Entró en Italia como con un ejército extranjero y venció a los otonianos en la batalla de Bedriaco, como se ha dicho más arriba. Entró victorioso en Roma y reinó despótica y caprichosamente en medio de su pasión por la comida y su crueldad29 . Pero lo mismo que había hecho el ejército de Germania contra Otón hizo el de Oriente contra Vitelio. Mesia, Panonia, Judea, Siria y Egipto juraron lealtad a Vespasiano. Intentó derrotar al bando flaviano, pero la gloria que alcanzó en la primera batalla de Bedriaco se tornó en derrota completa en la segunda del mismo nombre. Sin embargo, no tuvo la entereza de rendirse y evitar desgracias mayores, como antes había hecho Otón. En Roma sus fuerzas incendiaron el Capitolio, un crimen execrable, y asesinaron a Flavio Sabino, hermano mayor de Vespasiano. Una avanzadilla del ejército flaviano entró en Roma y Vitelio fue paseado por las calles de Roma, lacerado, ejecutado y arrojado a las aguas del Tíber.

Vespasiano30

El primer emperador Flavio es recordado sobre todo por la destrucción de Jerusalén, aunque el ejecutor fue su hijo Tito, y por la construcción del Colosseum en Roma. Pero de Vespasiano tenemos la imagen de un general romano pragmático y con un sentido extraordinario de la planificación militar y política. Fue quien puso orden en el caos del final de la dinastía Julio-Claudia, extinguida en el convulso año 68. Él restauró los valores morales por encima de los materiales, además de devolver la esperanza en un futuro estable. Nacido en el año 9, ejerció su carrera política y militar durante los imperios de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Sometió Britania tras unos años de campaña militar (43-47) y redujo Judea por orden de Nerón en el 68. Era un general respetado por todos y ante la situación de desgobierno en todo el imperio supo jugar sus bazas a través de un general hábil y político como era Muciano y a través de un general intrépido, Antonio Primo, que doblegó al ejército viteliano. En el año 70 Vespasiano entró en Roma y logró la estabilidad política y militar tanto tiempo añorada.

Partidarios de los emperadores

R. Ash enumera en su introducción31 al libro II los protagonistas de dicho libro, que paso a completar con los que faltan del resto de los libros.

A. Galbianos: a) familiares: Cornelio Dolabela, Pisón Liciniano; b) partidarios: Cornelio Lacón (prefecto del pretorio), Tito Vinio (senador).

B. Otonianos: a) familiares: Salvio Otón Ticiano (hermano de Otón), Salvio Coceyano (sobrino de Otón); b) partidarios: los generales Annio Galo, Vestricio Espurina, Suetonio Paulino, Marcio Macro, Mario Celso, Suedio Clemente, Antonio Novelo, Emilio Pacense, Turulio Cerial, Julio Brigántico, Orfidio Benigno, Rubrio Galo (después se hizo viteliano); los comandantes de la guardia pretoriana Licinio Próculo y Plocio Firmo; el tribuno Julio Frontón, el comandante legionario Vedio Áquila, el rey de Comagena Epífanes, el liberto Ceno, el gobernador de Mauritania Luceyo Albino y el orador Galerio Trácalo.

C. Vitelianos: a) familiares: Lucio Vitelio (hermano), Triaria (esposa de Lucio Vitelio), Galeria (esposa), Petronia (exesposa), Sextilia (madre), Germánico (hijo); b) partidarios: los generales Fabio Valente, Alieno Cécina y Julio Clásico, el comandante de la flota Lucilio Baso, el gobernador de Córcega Décimo Picario, los jefes de campamentos legionarios Julio Grato y Alfeno Varo, la esposa de Cécina Salonina, el gobernador de la Galia Lugdunense Junio Bleso, los comandantes de la guardia pretoriana Publilio Sabino y Julio Prisco, los libertos Hílaro y Asiático.

D. Flavianos: a) familiares: su hermano Flavio Sabino, sus hijos Tito y Domiciano y su sobrino Flavio Sabino; b) partidarios: el gobernador de Siria y comandante en jefe Muciano, los generales Antonio Primo, Cornelio Fusco y Petilio Cerial , el gobernador de Egipto Tiberio Alejandro, la reina judía Berenice, el rey de Émesa Sohemo, el rey de Comagena Antíoco, el rey judío Agripa, el liberto Asiático, el sacerdote Sóstrato y el astrólogo Seleuco32 .

E. Otros protagonistas: Asiático, Calpurnio Asprenate, Basílides, Vetio Bolano, Fonteyo Capitón, Licinio Cécina, Quincio Certo, Julio Civil, Julio Clásico, Vibio Crispo, Cornelio Dolabela, Annio Fausto, Valerio Festo, Hordeonio Flaco, Tampio Flaviano, Geta, Tetio Juliano, Eprio Marcelo Marico, Valerio Marino, Mario Maturo, Trebelio Máximo, Claudio Pírrico, Asinio Polión, Cluvio Rufo, Verginio Rufo, Aponio Saturnino, Cecilio Símplice, Julio Tutor, Plancio Varo, Julio Víndice.

LAS FUENTES33

Cuando Tácito escribió la historia de los años 69-70 en la primera década del siglo II d. C., habían pasado solo treinta años. Eso significa que pudo consultar fuentes documentales, como los archivos, los Commentarii principum , las Acta Diurna , los Fasti y, sobre todo, las actas del Senado (Acta senatus) y pudo escuchar no pocos testimonios de personajes todavía vivos, como los de Verginio Rufo, Arrio Antonino o su suegro Agrícola, además de Plinio el Joven, que mantuvo con Tácito una frecuente correspondencia34 .

Flavio Josefo comenta que hubo muchos autores que escribieron sobre los años 68-69 (La guerra de los judíos IV 492-496) y el mismo Tácito alude a scriptores temporum (II 101, 1) que proliferaron durante el imperio de los Flavios. Tenemos noticia de la existencia de unos Commentarii o Memorias del emperador Vespasiano (JOSEFO , Autobiografía LXV 342; Contra Apión I 10), de un poema que Domiciano compuso sobre el asedio al Capitolio (MARCIAL , V 7, 7), de unas memorias del rétor Julio Segundo, secretario personal de Otón (PLUTARCO , Otón IX 3), de una biografía de Annio Baso a cargo de Claudio Polión (PLINIO EL JOVEN , Cartas VII 31, 5) y de otra de Helvido Prisco elaborada por Herennio Seneción (Agrícola , II 1; PLINIO EL JOVEN , Cartas VII 19, 5), de una obra de Titinio Capitón sobre la muerte de hombres famosos (PLINIO EL JOVEN , Cartas VIII 12, 4), y de las Memorias de Vipstano Mesala (Historias III 28, 1). También se citan como fuentes de Tácito obras de los generales otonianos Vestricio Espurina (PLINIO EL JOVEN , Cartas III 1, 7) y Mario Celso35 .

Tácito solo nombra a dos autoridades en las Historias . En la anécdota de un hijo que mata a su propio padre en la batalla de Cremona (Historias , III 25, 2) cita como fuente a Vipstano Mesala, uno de los protagonistas del Diálogo de los oradores , y un poco después (III 28, 1) también alude a Mesala y a Plinio el Viejo como autoridades para refrendar el hecho de que Hormo o Antonio Primo pusieran ante los ojos de los soldados el saqueo de Cremona para levantar su moral. Parece que también le sirvió de fuente la Historia que escribió Plinio el Viejo en treinta libros (A fine Aufidii Bassi) , hoy perdida36 , sobre el principado de Nerón, las guerras civiles y el imperio de Vespasiano37 . Tácito debió de haberse valido también de otras fuentes, como Fabio Rústico38 y Cluvio Rufo39 , quien escribió en época de Vespasiano una historia de Roma40 desde Calígula hasta las guerras civiles del 69. Además, el mismo Gayo Licinio Muciano41 , lugarteniente de Vespasiano, escribió unos Mirabilia o Maravillas , citadas a menudo por Plinio el Viejo como una fuente de su Historia natural .

Algunas veces Tácito alude a sus fuentes con los términos «escritores» (scriptores) o «autoridades» (auctores) , como en II 37, 1; 101, 1; III 29, 2; 51, 1; IV 83, 1; V 3, 1. Lo normal era que Tácito se refiriera a sus fuentes con frases como «muchos han transmitido» (multi tradidere en III 59, 3; 54, 3), «así lo hemos recibido» (sic accepimus , III 38, 1), «hay dudas sobre» (hic ambigitur , I 42; III 71, 4) o «se cree, se dice» (tradunt , I 41, 1). Esto indica que Tácito tuvo en cuenta diferentes autoridades en la composición de sus Historias y no dependió de una sola fuente común a todos los historiadores de esta época, según la ley de Nissen42 , aplicable a Tito Livio, que siguió a Polibio en los asuntos del Este que narra en los libros 31-45 de su Historia de Roma (Ab urbe condita) . Más bien habría que hablar de una fuente predominante (ese ignotus o desconocido precedente) como quiere Goodyear43 , a partir de la cual nuestro historiador iba coloreando, elaborando y dando nueva forma al material recibido.

Por otra parte, se conservan obras de diferentes autores que narran los mismos acontecimientos que Tácito44 . Es la llamada «tradición paralela». Son Flavio Josefo (Bellum Judaicum) , Plutarco (Galba y Otón) , Suetonio (Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano) y Dión Casio (Historia de Roma LXIV-LXV en excerpta y epítomes). Se cree que esta tradición paralela procede de una fuente común, como se observa en algunos pasajes, como el suicidio de Otón (Historias II 47-51; Plutarco, Otón XV-XVII; Suetonio, Otón IX 3-XII 2; Dión Casio, LXIV 11-15), la batalla de Bedriaco (Historias II 39-44; Plutarco, Otón XI-XIV; Suetonio, Otón IX; Dión Casio, LXIV 10, 2-3), la visión horripilante del campo de batalla de Bedriaco (Historias II 70; Suetonio, Vitelio X 3; Dión Casio, LXV 1-3) o la proclamación de Vespasiano como emperador (Historias II 80, 1; Josefo, Guerra contra los judíos IV 601-604; Suetonio, Vespasiano VI 3; Dión Casio, LXV 8, 4). Los detalles de las diferentes narraciones varían, pero la información general es la misma45 . Veamos un ejemplo: el final de Galba, narrado por Plutarco (Galba , XXVI-XXVII), Tácito (Historias I 41), Suetonio (Galba XX) y Dión Casio (LXIII 6, pero solo un resumen). La fuente es común, pero el tratamiento es diferente, porque diferentes son los géneros literarios (historia y biografía), además del estilo y vigor narrativo de cada cual.

Plutarco, Galba XXVI 8-XXVII 1-3:

Ninguno quiso defenderlo u oponerse, excepto un solo hombre [8] que veía en Galba al único digno del poder romano entre tantos miles que vieron el sol. Fue el centurión Sempronio Denso, un simple centurión que no había sacado un provecho particular de parte de Galba, pero que estaba dispuesto a defender el bien y la justicia, el que se puso delante de la litera. Al principio [9] alzó el látigo con el que castigan los centuriones a los que merecen esos golpes, gritaba a los que se lanzaban al ataque y les pidió que respetaran al emperador. Después, totalmente rodeado, desenvainó su espada y se defendió durante mucho tiempo, hasta que cayó herido en las piernas. XXVII Voltearon la litera de Galba cerca del lago llamado Curcio. Galba, cubierto con su coraza, cayó fuera de ella y los soldados corrieron a golpearlo. Él, ofreciendo su cuello, dijo: «Hacedlo si esto es lo mejor [2] para el pueblo de Roma». Recibió muchos golpes en sus brazos y en sus piernas, pero quien lo decapitó, como así afirma la mayoría, fue un tal Camurio que formaba parte de la cohorte decimoquinta. Algunos dicen en sus obras que fue Terencio, [3] otros que Lecanio, otros que Fabio Fabulo. También dicen que, tras cortarle la cabeza, se la llevaron envuelta en una toga, porque por la calvicie no había por donde asirla. Sin embargo, después, como los que estaban con el asesino no deseaban ocultar el hecho, sino mostrárselo a todos como un acto de valentía, ensartó la cabeza en una lanza y, de esta forma, blandiendo la cabeza de este anciano y honesto emperador, pontífice y cónsul, como si se tratara de «Bacantes», salió a la carrera dando muchas vueltas y agitando la lanza por la que chorreaba sangre. (Trad. de Juan P. Sánchez)

Tácito, Historias I 41, 2-3; 43, 1:

[2] Junto al lago Curcio y debido al pánico de los porteadores, Galba cayó de la litera y acabó rodando por los suelos. De sus últimas palabras se nos han transmitido diferentes versiones dependiendo del odio o admiración que cada cual sentía hacia él. Unos cuentan que había preguntado humildemente qué había hecho para merecer esta desgracia y suplicaba unos pocos días para pagar el donativo. Los más relatan que ofreció voluntariamente la garganta a los asesinos, diciéndoles que actuaran y le asestaran el golpe si eso les parecía que era lo mejor para el Estado. [3] A los asesinos nada importó lo que decía. No hay constancia suficiente de la identidad del verdugo. Unos señalan al veterano Terencio, otros a Lecanio, pero la versión más extendida cuenta que Camurio, soldado de la legión XV, hincando la espada le vació la garganta. Los demás le mutilaron espantosamente brazos y piernas, pues tenía protegido su pecho. La mayoría de las heridas se las infligieron con fiereza y saña a un cuerpo ya degollado.

43. Nuestra época pudo contemplar a Sempronio Denso, héroe aquel día. Este centurión de la cohorte pretoriana a quien Galba había destinado a la escolta de Pisón se enfrentó puñal en mano a aquellos hombres armados, reprochándoles su crimen. Y, atrayendo hacia él a los asesinos ya con la mano, ya a voces, permitió la huida de Pisón pese a encontrarse herido.

Suetonio, Galba XX 1-2:

Hay quienes afirman que, cuando aquellos se lanzaron a la carga, exclamó: «¿Qué hacéis camaradas?, yo soy vuestro y vosotros míos», y que incluso les prometió un donativo. Pero la mayoría cuenta que les presentó voluntariamente el cuello, exhortándolos a hacerlo y a herirlo, puesto que así lo querían. Lo que podría parecer realmente asombroso es que ninguno de los presentes intentara ayudar al emperador, y que todos aquellos a los que mandara llamar hicieran caso omiso de la embajada, salvo un destacamento de soldados de Germania. Estos, a causa del beneficio que les había dispensado recientemente colmándolos de atenciones cuando se encontraban enfermos y sin fuerzas, corrieron en su auxilio, pero su desconocimiento de la ciudad les hizo equivocarse de camino y llegaron demasiado tarde. Fue [2] asesinado junto al lago de Curcio y abandonado allí tal como estaba, hasta que un soldado raso, que volvía de recoger su provisión de grano, tirando al suelo su carga, le cortó la cabeza; y, como no podía cogerla por los cabellos, la ocultó entre los pliegues de su ropa, luego le metió el dedo pulgar en la boca, y se la llevó a Otón. Este se la entregó a los vivanderos y a los siervos del ejército, que la clavaron en una lanza y la pasearon por todo el campamento, no sin hacer escarnio de ella… (Trad. de Rosa M.a Agudo)

Dión Casio. LXIV 6, 3-5:

[3] Galba se dirigió al Capitolio para ofrecer un sacrificio. Al llegar al centro del Foro romano jinetes e infantes le salieron al encuentro y allí en presencia de muchos senadores y una multitud de gente asesinaron a este viejo hombre, su cónsul, su sumo pontífice, su César y emperador; y después de abusar de su cuerpo de muchas maneras le cortaron la cabeza y la ensartaron en [4] un palo. Pues Galba había sido golpeado por una lanza en el mismo carro que lo transportaba y al inclinarse fuera de él fue herido y dijo únicamente lo siguiente: «Pero ¿qué mal os he hecho?» Y Sempronio Denso, un centurión, lo defendió cuanto pudo y finalmente, cuando no pudo conseguir nada, se dejó matar [5] sobre el cuerpo de Galba. Y he recordado su nombre, porque es el que más merece que se le recuerde. Pisón también fue asesinado y muchos otros, pero no porque acudieran en ayuda del emperador.

Cuando los soldados realizaron esta acción, cortaron las cabezas de sus víctimas y las llevaron al campamento de Otón y al Senado, de manera que los senadores, aunque se sintieron aterrados, se alegraron, etcétera.

En la narración de la muerte de Galba observamos similitudes y diferencias46 . En general, coinciden en el relato, lo que demuestra que se valieron de una fuente común, pero tanto Tácito como Suetonio aluden a dos fuentes diferentes en el detalle de las últimas palabras que pronunció Galba («diferentes versiones» en Tácito; «hay quienes afirman» y «la mayoría cuenta» en Suetonio). Pero los relatos también presentan tres grandes diferencias:

1) Tácito (II 41, 2) y Suetonio (XX 1) transmiten las dos versiones de las últimas palabras de Galba, si bien Suetonio se vale de la cita directa y Tácito de la indirecta: a) por qué lo trataban tan mal y la promesa de un donativo y b) presentación de su cuello para que lo remataran. Plutarco (XXVII 1), en cambio, solo ofrece la segunda versión, mientras que Dión Casio (LXIV 6, 4) ofrece únicamente la primera.

2) Tácito (II 41, 3; 49, 1) cuenta la mutilación del cuerpo de Galba de forma breve en comparación con los relatos de Plutarco (XXVII 2-3), Suetonio (XX 2) y Dión Casio (LXIV 6, 4).

3) La historia del centurión Sempronio Denso es tratada de manera muy diferente. Plutarco (XXVI 8-9) y Dión Casio (LXIV 6, 4-5), de manera algo prolija, dicen que Denso defendió a Galba; Suetonio afirma que nadie ayudó a Galba (cf. Dión Casio, LXIV 6, 5), pues los únicos que lo intentaron, soldados de Germania, llegaron tarde. Tácito, sorprendentemente, cuenta la historia de otra forma, pues nos dice que Denso ayudó no a Galba, sino a Pisón (II 43, 1), el heredero adoptivo del emperador.

Tácito se distingue también de los autores de la tradición paralela por la información que los demás omiten. Destacan dos tipos de materiales: los discursos y la actividad en las provincias. Sirvan de ejemplos el discurso de Galba con motivo de la adopción de Pisón (I 15-16), no citado en ninguna otra fuente, o la información sobre las provincias en los capítulos 8-11 del libro I .

Los historiadores antiguos se informaban cuidadosamente de los hechos que se proponían contar, pero los disponían y los trataban a su modo, con la intención de no faltar a la verdad, pero también con el objetivo de ofrecer ejemplos de buen o mal comportamiento y con la intención de atraer la atención de un público que deseaba aprender divirtiéndose con el fondo y la forma de las historias que oía. Los biógrafos, además, se detenían en los detalles y los chismes. Pero ninguno de los que narraron la muerte de Galba fueron capaces, por ejemplo, de resumir toda una vida de emperador en un final acúleo de seis palabras (II 49, 4), dignas de ser sopesadas y pensadas, no de ser traducidas: omnium consensu capax imperii nisi imperasset .

Cualquiera que haya sido la fuente o fuentes de Tácito para elaborar sus Historias , su sello personal se hace evidente en la presentación dramática de los hechos, en la concisión con que nos tiene concentrados para seguir el hilo y en sus juicios morales de aplicación universal.

LA COMPOSICIÓN DE LAS «HISTORIAS »47

La forma de escribir historia de Tácito ha recibido varias interpretaciones. Unos destacan la presentación visual de las escenas narrativas; otros piensan que Tácito nació para ser un poeta trágico48 que cuenta los hechos como si estuviera escenificando los acontecimientos; hay quienes ven en nuestro historiador a un poeta en prosa con profundas influencias del divino Virgilio; y no falta razón a quienes, partiendo de los anteriores, interpretan la forma de escribir de Tácito como pictórica y dramática, cercana a veces a la técnica cinematográfica de presentar los hechos. Todas estas diversas interpretaciones vienen a subrayar la variedad de Tácito en la selección del material, en la forma de tratarlo, en el plan de la obra y en la disposición de la misma.

El material de Tácito incluye la historia de los emperadores, la política del Senado romano y las guerras internas y externas. A ello hay que añadir otros temas tangenciales que el historiador trata a modo de digresiones, unas surgidas de lo que se esté tratando y otras puramente ornamentales, y otras hacen las veces de comentarios o interpretaciones del propio historiador. Al primer tipo pertenecería la larga digresión sobre la historia y costumbres del pueblo judío en el libro V 2-9; al segundo tipo correspondería la digresión sobre el falso Nerón en II 8-9; y al tercer tipo se adaptaría el repaso a la historia de Roma en II 38.

El tono que Tácito emplea en su narrativa es muy variado y va desde el meramente descriptivo, cercano a unas típicas Memorias históricas (p. e., III 1), hasta el tono extremadamente patético del saqueo de Cremona (III 33) o la descripción del campo de batalla después del segundo enfrentamiento en Bedriaco, citado antes (II 70).

Tácito comienza las Historias según la forma analística, es decir, año a año, siguiendo la tradición de los historiadores romanos desde época arcaica49 . Sin embargo, en los libros I y II el foco de atención está en Galba, Otón y Vitelio más que en la narración de los sucesos de Roma y las provincias, como es el caso del libro IV. Se podría pensar que el plan de las Historias viene marcado por los protagonistas y no por los acontecimientos: Galba, Otón y sus generales, Vitelio y sus comandantes, Vespasiano junto a Muciano y Antonio Primo, o Civil en la revuelta de los batavos.

Uno de los fines de la historia, tal como la entendían los antiguos, es enseñar a los hombres, a partir de los hechos del pasado, a llevar una vida digna y honrada: historia magistra vitae . En Roma la historiografía desarrolló de manera especial esta función moralizante, es decir, que el conocimiento de los hechos pasados puede ayudar a la formación del carácter moral de los individuos. De ahí que los historiadores romanos en general y Tácito en particular ofrezcan exempla del pasado «para que no permanezcan en silencio las virtudes y para que se tenga miedo a la infamia de la posteridad por las palabras y acciones perversas» (Anales III 65, 1). De buenos ejemplos, resume Tácito unos pocos en Historias