Historias. Libros III-V - Publio Cornelio Tácito - E-Book

Historias. Libros III-V E-Book

Publio Cornelio Tácito

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El enfrentamiento sangriento entre Otón y Vitelio que acabó con el suicidio del primero y el triunfo del segundo. Las Historias, escritas por Tácito (56/57-ca. 120 d.C.), el maestro del vigor narrativo y del análisis psicológico de los personajes, narran las brutales guerras civiles que se desencadenaron a lo largo del Imperio Romano durante el largo año 69 d. C. tras el suicidio de Nerón, el último emperador de la dinastía Julio-Claudia. Por los dos primeros libros desfilan cuatro emperadores: el anciano Galba, el vividor Otón, el hedonista Vitelio y el probo Vespasiano. El libro I se inicia con una memorable diagnosis del Imperio Romano en aquella época, continúa con la caída de Galba y termina con las proclamaciones como emperadores de Otón en Roma y de Vitelio en Germania. El libro II trata del enfrentamiento sangriento entre Otón y Vitelio que acabó con el suicidio del primero y el triunfo del segundo. También se introduce en este libro la figura emergente de Vespasiano, proclamado emperador en Egipto. La traducción, a cargo de Antonio Ramírez de Verger, va acompañada de una introducción, dirigida al público culto en general, sea experto o sea profano, y de notas generosas para aclarar cuestiones históricas, geográficas y literarias. Por su capacidad para ahondar en el alma humana y para analizar la motivación de los hechos más allá de sus condicionamientos concretos, la obra de Tácito se ha convertido en un monumento literario que mantiene su vigencia a lo largo de los siglos.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 409

Asesores para la sección latina: JOSÉ JAVIER ISOY JOSÉ LUIS MORALEJO .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por FRANCISCO SOCAS GAVILÁN .

© EDITORIAL GREDOS, S. A., 2013.

López de Hoyos, 141, 28002-Madrid.

www.editorialgredos.com

Primera edición: junio de 2013

REF: GEBO474

ISBN: 9788424937713

LIBRO III

SINOPSIS (Año 69 d. C., otoño)

Capítulos

1 -14Marcha de las tropas flavianas sobre Italia

15 -25Segunda batalla de Bedriaco

26 -35Segunda batalla de Cremona

36 -48Convulsión en el imperio romano

49 -63Marcha de los flavianos contra Roma

64 -75Sucesos en Roma

76 -83Conquista de Roma por los flavianos

84 -86Final de Vitelio

Marcha de las tropas flavianas sobre Italia

1. Los generales del partido flaviano 1 estaban preparando la campaña de guerra 2 con mejor suerte y mayor confianza. Se habían reunido en Petovio 3 en los campamentos de invierno de la legión XIII 4 . Allí debatieron si decidían bloquear los Alpes de Panonia 5 hasta que todas las fuerzas 6 se agruparan a sus espaldas o si resultaría un golpe más osado enfrentarse de una vez al enemigo y luchar para asegurar Italia. Quienes preferían esperar a los refuerzos y [2] alargar la guerra resaltaban el poder y la reputación de las legiones de Germania 7 y la subsiguiente llegada de Vitelio con el grueso del ejército de Britania 8 . Las legiones flavianas, por su parte, eran inferiores en número, habían sido derrotadas recientemente 9 y, a pesar de sus bravatas, la moral entre los vencidos era más bien baja. Pero, mientras ellos controlaran los Alpes, Muciano llegaría con las tropas de Oriente 10 . Más aún, Vespasiano controlaba el mar con la flota 11 y tenía el apoyo de las provincias, gracias al cual podría abrir, por así decirlo, la masiva maquinaria de una segunda guerra. Así que, con una sana espera, llegarían nuevas fuerzas y no perderían nada de las actuales.

2. A estos argumentos Antonio Primo 12 , el partidario más entusiasta de la guerra, respondió que la rapidez sería beneficiosa para ellos y fatal para Vitelio. Los vencedores, afirmaba, incrementaban más su indolencia que su confianza, pues ni siquiera se mantenían de servicio en el campamento: andaban descuidados por todos los municipios de Italia, temibles solo para sus anfitriones, hartándose de placeres inusuales con una avidez que [2] igualaba a la violencia con la que se habían comportado antes. Además, el circo, el teatro o los atractivos de Roma los habían ablandado y las enfermedades los había debilitado 13 . Pero, si se les daba un respiro, también ellos recuperarían la energía mientras se entrenaban para la guerra. Germania, de donde procedían sus fuerzas, no quedaba lejos; Britania estaba separada por un estrecho y al lado estaban Hispania y las Galias, de donde llegaban hombres, caballos e impuestos 14 . Estaba la propia Italia y los recursos de Roma. Y si los vitelianos quisieran iniciar una ofensiva, disponían de dos flotas 15 y el mar Ilírico 16 sin defensa. ¿De qué serviría entonces el bloqueo de las montañas? ¿De qué prolongar la guerra hasta el próximo verano? ¿De dónde obtendrían ellos dinero y víveres 17 ? Al contrario, debían aprovecharse precisamente de que las legiones de Panonia, engañadas más que vencidas 18 , estaban deseosas de levantarse de nuevo para vengarse, y de que los ejércitos de Mesia aportaban sus fuerzas intactas 19 . Si se computaba el número de soldados y no de legiones 20 , había más fuerza en los flavianos y ninguna corrupción por los placeres. Además, la misma humillación por la derrota había ayudado a la disciplina. Es más, la caballería ni siquiera había sido vencida, sino que, a pesar de la situación adversa, habían [4] roto las líneas vitelianas 21 . «Entonces —exclamó Antonio 22 —, dos regimientos de caballería de Panonia y Mesia desbarataron las filas enemigas, ahora las enseñas unidas de dieciséis regimientos con su empuje, su estruendo y su misma polvareda cubrirán y desbordarán a jinetes y caballos olvidados ya del combate. Si nadie se opone 23 , seré al mismo tiempo responsable del plan y de su ejecución 24 . Vosotros, que conserváis la suerte intacta, mantened las legiones en la reserva, yo tendré suficiente con unas cohortes ligeras. Pronto oiréis que el camino de Italia se ha abierto de nuevo para los soldados 25 y pronto escucharéis que han sido derrotadas las fuerzas de Vitelio. Tendréis el placer de seguirnos y pisar las huellas del vencedor».

3. Pronunció estas y similares palabras con fuego en los ojos y voz enérgica para que se le escuchara de lejos, pues centuriones y algunos soldados se habían sumado al consejo de guerra 26 , y lo hizo de tal forma que impresionó incluso a los cautos y prudentes. Los soldados rasos y demás, despreciando la indolencia de los otros, lo aclamaban entre alabanzas como el único con hombría y el único líder. Esta reputación la había conseguido al instante en la asamblea militar en la que se había leído la carta de Vespasiano 27 , pues no habló como la mayoría en términos ambiguos para interpretarlos de una manera o de otra según se presentasen los acontecimientos. Se veía que se había comprometido abiertamente con la causa de Vespasiano, y por eso tenía más peso entre los soldados como su compañero en el fracaso o en la gloria.

4. El siguiente en autoridad era el gobernador Cornelio Fusco 28 . Tampoco a él, acostumbrado a atacar sin compasión a Vitelio, le había quedado esperanza alguna en caso de derrota. Tampio Flaviano 29 , indeciso por naturaleza y por edad, levantaba entre los soldados sospechas de que no había olvidado su parentesco con Vitelio. Y es que, al huir cuando se inició el levantamiento de las legiones y regresar después espontáneamente, se creía que buscaba la oportunidad de traicionarlos 30 . En [2] efecto, tras abandonar Panonia Flaviano entró en Italia y se puso fuera de peligro. Y su deseo de cambio revolucionario le había empujado a recuperar el nombre de legado imperial y unirse a la guerra civil. Lo aconsejaba Cornelio Fusco, no porque estuviera necesitado de la ayuda de Flaviano, sino porque tenía la intención de que el nombre de un excónsul aportara al movimiento flaviano que especialmente por entonces tomaba auge.

5. Por lo demás, con el fin de que el paso a Italia se produjera sin peligro y con provecho, se enviaron instrucciones escritas a Aponio Saturnino 31 para que se diera prisa con el ejército de Mesia. Y para que las provincias desguarnecidas no quedaran a merced de los pueblos bárbaros, se incorporaron al ejército los líderes de los sármatas yáciges 32 que controlaban el gobierno de su ciudad. Ofrecían también a su pueblo y la fuerza de su caballería, en la que reside todo su poder, pero se rechazó tal servicio por miedo a que en medio de nuestras discordias pudieran suscitar una guerra contra el imperio o a que ante una recompensa mayor ofrecida por el otro bando se olvidaran de todo derecho divino y humano. Se atrajo a la causa a Sidón e Itálico, reyes de los suevos 33 , quienes desde antiguo se habían mantenido leales a los romanos y cuyo pueblo era más capaz de [2] cumplir la palabra dada 34 . Se apostaron en el flanco derecho tropas auxiliares a la vista de la hostilidad de Recia, cuyo go bernador era Porcio Septimio 35 , un hombre de incorruptible lealtad hacia Vitelio. Así que se envió a Sextilio Félix 36 con el regimiento Auriano de caballería 37 , ocho cohortes y los jóvenes nóricos a ocupar la ribera del río Aeno 38 , que corre entre retos y nóricos. Y como ni unos ni otros presentaron batalla, la suerte de los bandos se decidió en otro lugar 39 .

6. Antonio 40 , que se apoderó rápidamente de los destacamentos de las cohortes y una parte de la caballería para invadir Italia, estuvo acompañado por Arrio Varo 41 , un oficial valiente en la guerra y con una reputación que había ganado bajo la jefatura de Corbulón y tras los éxitos logrados en Armenia. Pero corría el rumor de que en conversaciones secretas con Nerón este mismo había criticado los méritos de Corbulón; por ello, tras alcanzar el puesto de primer centurión por ese infame favor, la mal ganada alegría del momento se tomó pronto en su [2] desgracia 42 . Sin embargo, Primo y Varo, después de ocupar Aquileya 43 , fueron recibidos calurosamente en las ciudades vecinas y en Opitergio y Altino 44 . En Altino dejó una guarnición contra la flota de Rávena, de cuya defección todavía no se tenía noticia 45 . Después Patavio y Ateste 46 se incorporaron a su bando. Allí 47 se supo que tres cohortes vitelianas y un regimiento de caballería, el llamado Sebosiano 48 , se habían apostado en el Foro [3] de Alieno 49 después de tender un puente. Les pareció que era una buena oportunidad para atacar a los vitelianos que se encontraban desprevenidos. Y es que también se habían informado de ello. Al amanecer aplastaron a muchos de ellos desarmados. Habían recibido instrucciones de que, si mataban a unos pocos, obligarían a los demás a cambiar de bando por miedo. Y hubo quienes se rindieron de inmediato, pero los más, tras romper el puente, cortaron el camino al enemigo que los estaba acosando.

7. Cuando se divulgó este éxito y que las primeras 50 escara muzas de la guerra habían caído del lado de los flavianos, las legiones VII Galbiana y la XIII Gemina con el legado Vedio Áquila 51 llegaron eufóricas a Padua. Allí se tomaron unos pocos días de descanso y el comandante del campamento 52 de la legión VII, Minicio Justo 53 , por ejercer el mando con más rigidez 54 de lo permitido en una guerra civil, tuvo que ser arrancado de la ira de los soldados y enviado ante Vespasiano 55 . Un [2] hecho largamente añorado se exageró mucho debido a la inter pretación que se le dio y al afán de notoriedad, una vez que Antonio cursó órdenes para que se repusieran en todos los municipios los bustos de Galba derribados en las discordias de los tiempos, pensando que sería honroso para la causa, si se creía que el principado de Galba les agradaba y sus partidos volvían a cobrar fuerzas.

8. La siguiente cuestión que se discutió fue el lugar que se elegiría para el escenario de la guerra. Se optó por Verona 56 por disponer en sus alrededores de campos abiertos para la lucha a caballo, en la que eran superiores. Además, privar a Vitelio de una colonia tan rica parecía que era una buena política y buena propaganda. Se ocupó Vicecia 57 en la misma marcha: un hecho de poca importancia en sí mismo (el municipio, en efecto, disponía de pocos recursos) supuso un hito de gran importancia, si se reparaba que allí había nacido Cécina 58 y que se arrebataba su patria a un general de los enemigos. Verona mereció la pena: ayudaron a la causa flaviana con su ejemplo y apoyo material; además, el ejército, desplegado entre Recia y los Alpes Julios, se interponía para que por allí no encontraran paso 59 los ejércitos [2] de Germania. Vespasiano ignoraba o había vetado estas operaciones, pues sus órdenes eran detener la guerra en Aquileya 60 y esperar a Muciano; y a sus órdenes añadía su estrategia de que, dado que tenía el control de Egipto, de sus depósitos de granos y de los impuestos de las provincias más ricas 61 , podía forzar al ejército de Vitelio a la rendición por falta de paga y de [3] trigo. El mismo consejo transmitía en reiterados despachos Muciano, quien ponía como pretexto una victoria sin sangre y sin duelos, pero la realidad era que estaba ávido de gloria y de reservarse todo el brillo de la guerra. Por lo demás, desde tierras tan lejanas las instrucciones oficiales llegaban después de los hechos 62

9. Así pues, Antonio lanzó una repentino ataque contra las avanzadillas enemigas y, tras tantear los ánimos en una escaramuza, se separaron en igualdad de condiciones. Luego, Cécina fortificó su campamento entre Hostilia 63 , aldea de Verona, y los pantanos del río Tártaro 64 , un emplazamiento seguro, porquelas espaldas quedaban cubiertas por un río 65 y los flancos poruna barrera pantanosa. Y si Cécina hubiera sido leal a Vitelio, o [2] podría haber aplastado con todas las fuerzas vitelianas a dos legiones 66 , pues todavía no se les había unido el ejército de Mesia 67 , o los flavianos tendrían que haber dado la vuelta y habríansido obligados a abandonar Italia en vergonzosa huida. Pero Cécina con sucesivas dilaciones permitió al enemigo llevar la iniciativa en las primeras fases de la guerra, mientras increpaba por carta a quienes estaba en condiciones de derrotar por las armas, hasta poder confirmar mediante emisarios los términos de su traición 68 . Mientras tanto llegó Aponio Saturnino con la [3] legión VII Claudiana69 . Al frente de la legión estaba Vipstano Mesala, hombre de ilustres antepasados y él un miembro ilustre y el único que podía aportar buenas artes a esta guerra 70 . A estas [4] tropas que no se podían equiparar de ninguna manera con las vitelianas (pues todavía eran solo tres legiones 71 ) envió Cécina unas cartas reprochándoles la temeridad de defender una causa perdida 72 . Al mismo tiempo destacaba entre alabanzas el valor del ejército de Germania con una ligera y trivial mención a Vitelio y sin ningún insulto hacia Vespasiano. Nada, en suma, que [5] pudiera seducir o intimidar al enemigo. Los generales del bando flaviano, soslayando la defensa de su desgracia en el pasado 73 , respondieron 74 en términos pomposos a favor de Vespasiano, con lealtad hacia la causa, seguros del ejército y con enemistad hacia Vitelio, aunque ofrecían a tribunos y centuriones la esperanza de conservar las concesiones que les hubiera hecho Vitelio. Al propio Cécina le proponían sin rodeos que se pasara a su bando. La lectura de las cartas 75 en la asamblea levantó la moral de la tropa, pues el tono de los escritos de Cécina era recatado, como si temiera ofender a Vespasiano, mientras que el de susoficiales era despectivo con la intención de insultar a Vitelio.

10. Después, con la llegada de dos legiones 76 , la III al mando de Dilio Aponiano y la VIII a las órdenes de Numisio Lupo, se decidió hacer una exhibición de fuerza y rodear Verona de for tificaciones de campaña. Sucedió que a la legión Galbiana77 letocó la obra del vallado en la parte frontal y, cuando vieron a lolejos a jinetes aliados, los tomaron por enemigos provocando una falsa alarma. Corrieron a tomar las armas por miedo a una [2] traición. La ira de los soldados se descargó contra Tampio Flaviano 78 sin ningún fundamento para tal acusación, pero como loodiaban desde hacía tiempo exigían su muerte en medio de untorbellino de rabia. Iban gritando que era pariente de Vitelio, traidor de Otón y ladrón de sus gratificaciones. No se le dio oportunidad para defenderse, aunque tendía sus manos suplicantes, se arrastraba reiteradamente en tierra, se desgarraba la ropa y golpeaba el rostro y el pecho entre sollozos. Eso mismo irritaba más a sus agresores, como si el miedo exagerado fueraprueba de su culpa. El griterío de los soldados ahogaba las palabras [3] de Aponio 79 cuando intentaba hablarles, y a los demás oficiales los despreciaban entre abucheos y gritos. Únicamente a Antonio prestaron oídos los soldados, pues efectivamente no solo poseía elocuencia y habilidad para calmar a la soldadesca, sino también la autoridad de un líder. Cuando el motín empezó a recrudecerse y pasaban de los insultos y reproches a las manos, ordenó que encadenaran a Flaviano. Los soldados se sintieron burlados 80 y, tras quitar de en medio a quienes vigilaban la tribuna, se disponían a ejercer la máxima violencia. Antonio interpuso [4] su pecho con la espada desenvainada perjurando que moriría a manos de los soldados o con las suyas propias; cuantas veces veía a un conocido y distinguido con alguna condecoración militar, lo llamaba por su nombre para que fuera en su ayuda. Luego, volviéndose a los estandartes y a los dioses de la guerra 81 , suplicaba que descargaran más bien aquella locura y aquella rebeldía sobre el ejército enemigo. El motín se fue apagando y hacia el final del día cada cual se fue esfumando hacia sus propias tiendas. Flaviano, que partió esa misma noche, se libró del peligro gracias a un despacho que le llegó en el camino.

11. Las legiones, como si estuvieran contagiadas por la peste, atacaron a Aponio Saturnino 82 , comandante del ejército de Mesia, y lo hicieron con la mayor violencia, porque no estaban, como antes, cansadas con el trabajo de trincheras, sino que su ira había estallado al mediodía tras divulgarse unas cartas que, al parecer, [2] Saturnino había escrito a Vitelio 83 . Si antiguamente los soldados rivalizaban en valor y disciplina, ahora lo hacían en insolencia e insubordinación, pues no iban a exigir la ejecución de Aponio con menos violencia que la de Flaviano. Lo cierto era que las legiones de Mesia recordaban que habían ayudado a las de Panonia en su venganza y las de Panonia se alegraban de repetir su culpabilidad, en la idea de que se sentían disculpadas por el motín de los otros. Se dirigieron a unos jardines en los que Saturnino tenía su residencia. [3] Y no fueron Primo, Aponiano y Mesala 84 quienes liberaron a Saturnino, aunque lo intentaron por todos los medios, sino la oscuridad del escondite donde se ocultaba, pues se había metido en los hornos de unos baños que casualmente estaban fuera de servicio 85 . Luego se marchó a Patavio 86 sin la escolta de los lictores. [4] Con la marcha de los excónsules, únicamente Antonio se quedó con el poder y la autoridad de los dos ejércitos 87 , pues sus colegas cedieron ante él y los soldados le respaldaron con entusiasmo. No faltaban quienes pensaran que los dos motines se debían a maniobras traicioneras de Antonio para aprovecharse él solo de la guerra.

12. Tampoco en el bando de Vitelio estaban los ánimos tranquilos 88 . Andaban revueltos por una discordia más destructiva, causada no por las sospechas de los soldados rasos, sino por la perfidia de los oficiales. Lucilio Baso, el comandante de la flota de Rávena 89 , había sumado a su bando a soldados indecisos, pues la mayoría provenía de las provincias de Dalmacia y Panonia, que estaban bajo el control de Vespasiano. Eligieron la noche para consumar la traición, con el fin de que únicamente los conspiradores se reunieran en los cuarteles de mando sin el conocimiento de los demás. Baso, sea por vergüenza o por [2] miedo, esperaba el desenlace dentro de su casa. Los capitanesse lanzaron en medio de un gran alboroto contra los bustos de Vitelio y, cuando degollaron a los pocos que ofrecieron resistencia, el resto de la soldadesca, deseosa de cambios, empezó a inclinarse por Vespasiano. En ese momento compareció Lucilio [3] para hacerse públicamente responsable del movimiento. La flota escogió como comandante a Cornelio Fusco 90 , quien llegó a Rávena a toda velocidad. A Baso, acompañado de una escolta de honor 91 , lo transportaron en una flotilla ligera a Atria 92 , donde Memmio Rufino 93 , el comandante del regimiento de caballería que estaba allí al frente de una guarnición, lo puso bajo arresto. Sin embargo, lo libraron rápidamente de las cadenas gracias a la intervención de Hormo, liberto del César 94 , pues este también pasaba por ser uno de los líderes de los flavianos.

13. En cuanto a Cécina 95 , tan pronto como se conoció la defección de la flota, convocó al cuartel de mando a los centuriones de mayor rango y a unos pocos soldados, aprovechándose de la soledad del campamento, mientras el resto de la tropa estaba distribuido en las tareas de la milicia. Entonces ensalzó las cualidades de Vespasiano y la solidez de su bando. Aseguraba que la flota se había pasado a su lado, que las provisiones escaseaban, que las Galias e Hispanias estaban en contra, que en la capital no había nada seguro. Y todo lo que decía de Vitelio era muy pesimista. Inmediatamente, después de que sus cómplices empezaran a prestar juramento a Vespasiano, obligó a hacer lo mismo a los demás, aturdidos por el cambio. Al mismo tiempo, se arrancaron los bustos de Vitelio y se enviaron emisarios a Antonio con la noticia. Pero cuando [2] el rumor de la traición llegó a todo el campamento y los soldados, que regresaban corriendo al cuartel de mando, vieron que se había inscrito el nombre de Vespasiano y se habían derribado los bustos de Vitelio, se hizo primero un gran silencio y luego todo estalló de golpe 96 . Gritaban «¿A tal punto había caído el honor del ejército de Germania, para que sin batalla, sin heridas entregaran sus manos atadas y rindieran sus armas? ¿Pues cuáles eran las legiones que se les oponían? Sin duda legiones vencidas. Y lejos quedaba el verdadero músculo del ejército de Otón, los de la legión I y XIV 97 , a quienes sin embargo ellos habían derrotado y aplastado en aquellas mismas llanuras 98 . ¿Que iban a regalar al desterrado Antonio 99 a tantos [3] miles de hombres armados, como si fuera un rebaño de esclavos a la venta? ¡Nada menos que ocho legiones 100 serían el añadido a una sola flota! A Baso y a Cécina, después de sustraerle a Vitelio mansiones, jardines y riquezas, les parecía bien sustraerle al emperador también sus soldados y a los soldados su emperador 101 . Sin una baja y sin una herida, sin valor incluso a los ojos del bando flaviano, ¿qué iban a decir a quienes les pidieran cuentas de sus éxitos o fracasos?».

14. Tales eran los gritos que lanzaban separadamente y a una, según la indignación empujaba a cada cual. Siguiendo la iniciativa de la legión V 102 , repusieron en su lugar los bustos de Vitelio y encadenaron a Cécina 103 . Eligieron como jefes a Fabio Fabulo 104 , comandante de la legión V, y a Casio Longo, jefe del campamento; degollaron a los soldados de las tres galeras libúrnicas que se presentaron por casualidad ignorantes y ajenos a lo sucedido. Abandonaron el campamento y, tras cortar un puente 105 , sedirigieron de nuevo a Hostilia y desde allí a Cremona para unirse a las legiones I Italica y XXI Rapax106 , a las que Cécina había despachado con parte de la caballería para ocupar Cremona.

Segunda batalla de Bedriaco107

15. Cuando Antonio se enteró de lo sucedido 108 , decidió atacar a aquellos ejércitos enemigos, que estaban en desacuerdo y con sus fuerzas separadas, antes de que los jefes recobrasen la autoridad, los soldados la disciplina y las legiones ya reunidas 109 la confianza. Y en efecto, suponía que Fabio Valente 110 había salido de Roma y se daría prisa al tener conocimiento de la traición de Cécina; en realidad, Fabio también era leal a Vitelio y experto en la guerra. Al mismo tiempo, se temía una enorme invasión de germanos a través de Recia 111 . De hecho, Vitelio había reclamado refuerzos de Britania, Galia e Hispania, lo que hubiera representado un verdadero desastre bélico, si Antonio, que temía eso mismo, no se hubiera asegurado la victoria apresurando el combate. Con el ejército completo [2] se trasladó de Verona a Bedriaco en dos jornadas 112 . Al día siguiente 113 , retuvo a las legiones en labores de fortificacióny envió a las cohortes auxiliares al territorio de Cremona, con el objetivo de que, so pretexto de allegar provisiones, los soldados le cogieran gusto al saqueo de civiles 114 . Él mismo con cuatro mil jinetes avanzó hasta ocho millas de Bedriaco 115 para que saquearan con mayor libertad. Los exploradores, como era usual, cubrían más terreno.

16. Èran casi las once de la mañana, cuando un jinete al galope anunció que el enemigo estaba llegando, que unos pocos marchaban en la vanguardia y que se oía un movimiento estruendoso en una gran extensión de terreno. Mientras Antonio debatía el plan de actuación, Arrio Varo 116 , ansioso por intervenir, lanzó un ataque con los jinetes más osados y rechazó a los vitelianos infligiéndoles bajas poco importantes. En efecto, con la llegada de más adversarios se cambiaron las tomas: los perseguidores [2] más encarnizados pasaban a la cola de la huida. Tales prisas no habían partido de la voluntad de Antonio, quien pensó que sucedería lo que había sucedido. Después de arengar a los suyos para que tomasen las armas con la moral alta, desplegó sus escuadrones de caballería 117 hacia los flancos dejando un pasillo libre para dar acogida a Varo y a sus jinetes. Se ordenó a las legiones que tomaran las armas y por los campos se pasó la consigna de que todos y cada uno abandonaran el pillaje y acudieran al combate por el camino más corto. Mientras tanto, un aterrorizado Varo se mezcló con el grueso de los suyos sembrando el pánico entre ellos. Los soldados derrotados, los ilesos junto a los heridos, chocaban entre ellos mismos debido a su propio miedo y las angosturas de los caminos.

17. En medio de aquel pánico Antonio no omitió ninguna responsabilidad propia de un oficial firme y de un soldado valiente. Salía al paso de los que estaban aterrorizados; donde se requería más esfuerzo, donde quedaba algún atisbo de esperanza, con sus órdenes, con sus hechos y con su voz se distinguía ante el enemigo y se dejaba ver ante los suyos 118 . Por último, llegó a tal grado de excitación que atravesó con su lanza a un abanderado que se daba a la fuga, y luego recogió el estandarte 119 y lo volvió contra el enemigo. Ante tal vergüenza, no más de cien jinetes mantuvieron sus posiciones. Les ayudó el lugar, pues el camino se estrechaba allí y estaba roto el puente sobre el río que corría entre los dos ejércitos 120 , el cual impedía la huida a causa del fondo inseguro y sus escarpadas orillas. Aquella [2] circunstancia, fuera necesidad o suerte, recompuso al bando que ya estaba hundido. Apoyándose unos en otros con las filas apretadas se enfrentaron a los vitelianos lanzados a lo loco, que fueron rechazados en confusión. Antonio acosaba a los caídos y derribaba a los que le plantaban cara; al mismo tiempo, los demás, según sus inclinaciones, los despojaban, los apresaban y les quitaban armas y caballos. Y los soldados que hacía poco vagaban huyendo por campo abierto, alertados ahora por los gritos de júbilo, se unían a la victoria.

18. A cuatro millas de Cremona brillaban los estandartes de las legiones Rapax e Italica121 , atraídas hasta allí por el éxito inicial de su caballería en la batalla. Pero cuando la suerte se volvió contraria, no abrieron las líneas, no acogieron a sus compañeros en desorden, no tomaron la iniciativa de atacar al enemigo que estaba cansado de correr y de luchar por una extensión de terreno tan amplia 122 Derrotados por el azar, no habían echado de menos a un jefe en el éxito, del mismo modo que entendían [2] que les faltaba en el fracaso. La victoriosa caballería se lanzó contra sus líneas vacilantes y se le unió el tribuno Vipstano Mesala 123 con las tropas auxiliares de Mesia, a quienes seguían muchos legionarios pese a su rápido ritmo de marcha. De esta forma, la mezcla de infantes y jinetes rompió la formación en columna de las legiones. Las cercanas murallas de Cremona, cuantas más esperanzas de refugio ofrecían, menos ánimos para resistir infundían. Antonio tampoco insistió más al recordar las fatigas y heridas con que la suerte de tan incierto combate había castigado a jinetes y caballos, pese a su final feliz.

19. Con las sombras de la tarde llegaron todas las fuerzas del ejército flaviano. Y, al marchar sobre los montones de muertos y los recientes vestigios de la matanza, como si la guerra hubiera acabado, exigieron marchar a Cremona y aceptar la rendición de los vencidos o conquistarla. Esto decían en público, bonitas palabras, pero cada cual pensaba para sí que la colonia, [2] situada en el llano, podía tomarse al asalto. Los atacantes mostrarían igual valentía durante las horas de la noche y gozarían de mayor libertad en el saqueo. Pero si esperaban a que amaneciera, entonces habría paz y después seguirían las súplicas de perdón y en pago a sus esfuerzos y heridas recibirían la gloria de la clemencia, es decir, nada, mientras que las riquezas de los cremonenses irían a los bolsillos de los prefectos y legados 124 . Las ciudades conquistadas pertenecían a la tropa, las quese rendían a los generales. Trataron con desprecio a centuriones y tribunos y, para que ninguna voz se pudiera oír, golpearon susarmas con la intención de desobedecer las órdenes si no se les conducía al asalto.

20. Entonces Antonio se metió entre las compañías y, cuando su presencia y prestigio habían conseguido silencio, les aseguró que no pretendía arrebatar ni la gloria ni la recompensa a quienes habían merecido tanto, pero que comandantes y tropa tenían responsabilidades diferentes. A los soldados les correspondía la agresividad en el combate, mientras que los jefes mostraban su utilidad en la planificación y la deliberación, en la prudencia más que en la temeridad. Si antes había ayudado a la [2] victoria con las armas en la mano en la medida de sus fuerzas, ahora sería de utilidad con el cálculo y el consejo, las cualidades propias de un jefe. Y desde luego sobre los peligros que acechaban no había dudas: la noche, el emplazamiento de una ciudad extraña, los enemigos dentro y todo dispuesto para las emboscadas. Ni con las puertas abiertas se debería entrar si no se exploraba antes y si no se hacía de día. ¿Es que empezarían el asalto sin ninguna posibilidad de ver cuáles son los lugares llanos, cuál es la altura de las murallas, o si había que atacar a la ciudad con catapultas y proyectiles o con trincheras o manteletes? Después, dirigiéndose a cada uno por separado, les iba [3] preguntando si llevaban consigo las hachas, picos y demás equipamiento para asaltar las ciudades. Y cuando le respondieron que no, les espetó: «¿Hay alguna mano que pueda romper y socavar murallas con espadas y lanzas? Si hubiera necesidad de levantar una empalizada, si tuviéramos que protegemos con manteletes y cañizos, ¿nos quedaremos sin hacer nada, como el vulgo temerario, contemplando la altura de las torres y las defensas de nuestros adversarios? ¿No será mejor esperar una sola noche, traer catapultas y maquinaria de artillería y llevarnos así con nosotros el poder de la victoria?». Sin más dilaciones envió a Bedriaco a porteadores y cantineros 125 con los jinetes más descansados con la intención de que trajeran provisiones y demás cosas que pudieran necesitar.

21. Sin embargo, los soldados que llevaban mal esta situación de inactividad, casi llegaron al amotinamiento 126 , cuando unos jinetes que avanzaban hasta el pie de las murallas cogieron a unos cremoneses que vagaban por allí. Por sus declaraciones se supo que seis legiones vitelianas 127 y todo el ejército que había estado estacionado en Hostilia había recorrido en un solo día treinta millas 128 y que, al enterarse de la derrota de los suyos, se aprestaban al combate y llegarían de un momento a otro. Tal amenaza abrió [2] aquellas mentes obcecadas a los consejos de su jefe. Antonio ordenó a la legión XIII 129 que ocupara el ancho de la calzada de la vía Postumia 130 . Pegada a ella por la izquierda se apostó la VII Galbiana en campo abierto, a continuación la séptima Claudiana , atrincherada en unas alcantarillas de drenaje características del lugar. A la derecha, la VIII 131 se desplegó a lo largo de un lindero sin cobertura y luego la III cercada por densa vegetación. Esta era la formación de las águilas y estandartes; las tropas se mezclaron al azar en medio de la oscuridad. La bandera de los pretorianos 132 estaba al lado de los de la III, las cohortes auxiliares ocupaban las alas, mientras que la caballería rodeaba los flancos y la retaguardia. Los suevos Sidón e Itálico 133 patrullaban en primera línea con gente escogida de sus paisanos.

22. Por su parte, la táctica del ejército de Vitelio hubiera sido descansar en Cremona y, tras comer y dormir para recuperar fuerzas, atacar y derrotar al día siguiente a un enemigo extenuado por el frío y el hambre 134 . Sin embargo, carentes de dirección 135 y faltos de un plan, sobre las nueve de la noche chocaron contra los flavianos que ya estaban dispuestos y en sus posiciones. Sobre el orden de despliegue de las columnas vitelianas, [2] desorganizadas por la furia de los soldados y la oscuridad, no me atrevería a hacer afirmaciones seguras, aunque algunos escritores han contado que la IV Macedonica ocupaba el ala derecha de los suyos, la V y XV con los estandartes de la IX, la II y la XX, legiones de Britania, el centro de la formación, y la XVI, la XXII y la I el ala izquierda 136 Los componentes de la Rapax y la Italica se habían mezclado entre todas las compañías. La caballería [3] y las tropas auxiliares decidieron por su cuenta sus posiciones. El combate, que duró toda la noche, fue voluble, indeciso y terrible, destructivo unas veces para unos y otras para otros. No servían de nada la moral o la fuerza, ni siquiera los ojos para prever los peligros. Las armas eran iguales en ambos bandos 137 , se daban a conocer las contraseñas para la batalla a causa de las reiteradas preguntas, los estandartes se mezclaban cada vez que un grupo los capturaba del enemigo y los arrastraba de un lado [4] para otro. Los mayores apuros los pasaba la legión VII, recientemente reclutada por Galba 138 . Cayeron seis centuriones de primer rango y les fueron arrebatadas algunas enseñas. La propia águila la había salvado Atilio Vero, centurión primipilar 139 , tras hacer un gran estrago entre los enemigos y acabar perdiendo la vida.

23. Antonio reforzó las líneas vacilantes con la llegada de pretorianos. Cuando entraron en combate, rechazaron al enemigo, pero después fueron rechazados a su vez. Los vitelianos, en efecto, habían concentrado su artillería 140 en la calzada de la carretera para disparar los proyectiles por un espacio libre y despejado, pues al principio los disparos eran dispersos y se [2] estrellaban contras los arbustos sin producir daño al enemigo. Una ballesta de impresionante tamaño de la legión XVI 141 empezaba a producir daños en las líneas enemigas con el lanzamiento de piedras enormes. Y hubiera producido un gran estrago de no ser por el heroísmo de dos soldados 142 , quienes, pasando desapercibidos detrás de escudos arrebatados a cadáveres, cortaron las correas y contrapesos de la máquina de artillería 143 . Fueron matados inmediatamente y por ello sus nombres cayeron en el olvido, pero de su hazaña no hay ninguna duda. La fortuna no [3] se decantaba por ningún bando, hasta que, avanzada la noche, la luna creciente iluminaba las líneas y las ocultaba 144 . Pero resultaba más favorable a los flavianos que la tenían a su espalda; de ahí que las sombras de hombres y caballos se agrandaban, y los proyectiles enemigos se quedaban cortos porque erraban el disparo al apuntar a las sombras, como si fueran los cuerpos; los vitelianos, que brillaban con la luz de cara, se ofrecían desprevenidos a quienes les disparaban como si estuvieran en posiciones ocultas.

24. Así pues, Antonio, cuando pudo reconocer a los suyos y ser reconocido por ellos, empezó a animarlos, a unos con el pundonor y los reproches, a muchos con el elogio y la arenga y a todos con esperanzas y promesas. A las legiones de Panonia 145 les preguntaba por qué habían tomado las armas enfurecidos 146 , y les decía que aquellos eran los campos de batalla en los que podían lavar la mancha de su pasada ignominia 147 y donde podrían [2] recuperar la gloria. Luego, se dirigió a los de Mesia 148 para alentarlos como los cabecillas y promotores de la guerra; les recordaba que de nada serviría haber provocado a los vitelianos con palabras amenazadoras si no soportaban su fuerza y sus miradas. Tales eran sus palabras conforme se acercaba a cada grupo. Habló más a la III 149 , recordándoles su gloria pasada y reciente: el triunfo sobre los partos al mando de M. Antonio 150 , sobre los armenios al mando de Corbulón 151 o [3] recientemente sobre los sármatas 152 . Luego, se indignó con los pretorianos, diciéndoles: «Si no vencéis, aldeanos 153 , ¿qué otro emperador, qué otro campamento os va a acoger? Allí tenéis vuestras enseñas y vuestras armas, y la muerte para los vencidos, que el deshonor 154 ya lo habéis logrado». Por todas partes se levantó un griterío de entusiasmo y los de la III, como era costumbre en Siria, saludaron la salida del sol 155 .

25. A raíz de ello, surgió un vago rumor —tal vez extendido adrede por el comandante flaviano— de que Muciano había llegado y los ejércitos se habían saludado mutuamente. Los flavianos se pusieron en marcha con la impresión de que se habían reforzado con tropas de refresco, mientras que los vitelianos se mostraban con filas menos densas, como si, al carecer de mando, a cada cual su propio empuje o miedo los hiciera concentrarse o dispersarse. Cuando Antonio se percató de su desconcierto, los dispersó con su formación cerrada. Las debilitadas filas se rompieron y no se pudieron recomponer por impedirlo los carruajes y las máquinas de artillería. Las tropas vencedoras se esparcieron por el lindero de la calzada 156 en sus prisas por perseguirlos. La matanza fue más terrible por el hecho de que [2] un hijo mató a su padre 157 . Referiré el incidente y los nombres basándome en la autoridad de Vipstano Mesala. Julio Mansueto de Hispania, enrolado en la legión Rapax158 , había dejado en casa a un joven hijo. Luego, cuando este se hizo adulto, fue reclutado por Galba como miembro de la VII 159 . Luego resultó que se enfrentó a su padre y lo hirió gravemente. Al estar examinando al casi muerto, se reconocieron mutuamente. El hijo abrazó al moribundo y suplicó con voz llorosa que se aplacasen 160 los manes paternos y no se volvieran en contra de un parricida. Tal crimen, decía, era de todos, pues ¿qué parte de la [3] guerra civil le correspondía a un solo soldado? Al mismo tiempo, levantó el cuerpo, abrió la tierra y cumplió con su padre el deber postrero. Los soldados cercanos se percataron del hecho, después muchos más, y a partir de ahí y por todo el campo de batalla cundió el asombro, los lamentos y la maldición contra una guerra tan cruel. Sin embargo, no por eso se mostraron más remisos a la hora de despojar y degollar a parientes, allegados y hermanos. Hablaban de que se había cometido un crimen, pero ellos hicieron lo mismo.

Segunda batalla de Cremona161

26. Cuando llegaron a Cremona, los flavianos se enfrentaron a una tarea nueva de enorme dificultad. Durante la guerra contra Otón 162 los soldados de Germania habían construido su campamentocerca de las murallas de Cremona y habían levantado una empalizada a su alrededor, defensas que fueron reforzadas más tarde. A la vista de ello los vencedores se quedaron parados sin [2] saber sus jefes qué órdenes dar. Iniciar el asalto con un ejército cansado de luchar día y noche parecía difícil y peligroso sin disponer de ayuda alguna próxima. Pero si regresaban a Bedriaco, no sería soportable el esfuerzo de una marcha tan larga 163 y la victoria quedaría en nada. Atrincherar 164 el campamento parecía también temerario por la cercanía del enemigo, pues podrían desbaratar mediante una ataque por sorpresa a quienes anduvieran dispersos y afanados en el trabajo. Pero, [3] por encima de todo, lo que asustaba a los jefes flavianos eran sus propios soldados, más dispuestos al riesgo que a la espera, pues les desagradaba lo seguro y ponían todas sus esperanzas en su osadía. Y todas las matanzas, heridas y derramamiento de sangre se compensaban con el ansia de botín.

27. Antonio se inclinó por esta idea 165 y ordenó rodear con un cordón de tropas la empalizada. En la primera fase rivalizaban desde lejos con flechas y piedras con mayor daño para los flavianos, contra los que se disparaban proyectiles desde arriba. En una segunda fase Antonio asignó los tramos de empalizada y puertas a las diferentes legiones, con el fin de que la división de la tarea diferenciara a valientes y cobardes y se estimularan al rivalizar por su honor. El área cercana a la ruta hacia Bedriaco 166 [2] se asignó a los de la III y VII, la parte derecha de la empalizada 167 a la VIII y VII Claudiana , mientras que a los de la XIII 168 su iniciativa los llevó hasta la puerta de Brixia 169 . Luego siguió una ligera pausa mientras las legiones recogían azadones de los campos cercanos y otros guadañas y escalas. Entonces, levantando los escudos sobre sus cabezas avanzaron en cerrada formación [3] de tortuga 170 . Ambos bandos empleaban tácticas romanas. Los vitelianos hacían rodar piedras pesadas y, cuando la formación en tortuga se resquebrajaba y desestabilizaba, la sondeaban con lanzas y picas hasta que, deshecha la trama de escudos, dejaban sobre el suelo a muertos o heridos. Con tan gran carnicería les habría invadido la duda si los comandantes flavianos, al ver a los soldados cansados y sordos a sus órdenes, que consideraban sin sentido, no les hubieran puesto ante los ojos Cremona 171 .

28. No resulta fácil decidir si esta indicación ingeniosa se le ocurrió a Hormo, como dice Mesala 172 , o es mejor la autoridad de G. Plinio 173 que acusa a Antonio. Desde luego ni Antonio ni Hormo pudieron empeorar la fama de su vida con tal crimen por monstruoso que fuera 174 . Ya ni la sangre ni las heridas podían retrasarles de socavar la empalizada y golpear las puertas. Subiéndose sobre los hombros de otros y encaramándose sobre la rehecha formación en tortuga se agarraban a las armas y brazos de los enemigos. Rodaban ilesos con heridos, semimuertos con agonizantes, muriendo de muchas formas y con todos los rostros de la muerte 175 .

29. Las legiones III y VII 176 sostuvieron la lucha más violenta, y sobre el mismo lugar se había asentado Antonio con tropas auxiliares escogidas. Los vitelianos, al no poder aguantar a aquellas tropas que rivalizaban entre sí 177 y como los disparos rebotaban sobre la formación en tortuga, acabaron por arrojar sobre los asaltantes la propia ballesta 178 , la cual, si bien en un primer momento dispersó y aplastó a los enemigos sobre los que había caído, también arrastró en su derrumbe las almenas y la parte superior de la empalizada. Al mismo tiempo, la torre aneja sucumbió ante los impactos de las piedras. Mientras los soldados de la VII presionaban en cuñas 179 por allí, los de la III derribaron una puerta con hachas y espadas. Según el testimonio unánime [2] de los autores 180 el primero que entró fue G. Volusio, soldado de la legión III. Se subió a la empalizada, derribó a quienes resistían y, atrayendo la atención con sus gestos y su voz, gritó que el campamento había sido tomado. Los demás se lanzaron cuando ya los vitelianos andaban despavoridos y corrían desde la empalizada. El espacio abierto que había entre el campamento y las murallas se cubrió de cadáveres.

La caída de Cremona181

30. Y otra vez tuvieron que hacer frente a nuevas dificultades: las altas murallas de la ciudad, las torres de piedra, las puertas con trancas de hierro, los soldados lanzando sus venablos, la población de Cremona, numerosa y partidaria del bando viteliano, y muchos itálicos 182 congregados allí a causa del mercado que se celebraba por aquellos mismos días. Esto representaba para los defensores una ayuda por su número y un aliciente para los asaltantes [2] a causa del botín. Antonio ordenó coger antorchas y prender fuego a los edificios más hermosos de extramuros 183 , por si el daño en sus propiedades empujaba a los cremonenses a cambiar de bando. Además los tejados cercanos a las murallas que excedían su altura los ocupó con los soldados más valientes, quienes con vigas, tejas y teas dispersaron a los defensores.

31. Las legiones ya se estaban agrupando en formaciones de tortuga, mientras otros 184 empezaban a disparar dardos y piedras, cuando poco a poco empezó a decaer la moral de los vitelianos. Cuanto más alta era la graduación militar, más dispuesto se estaba a ceder a la fortuna por miedo a que, si Cremona quedaba también arrasada, ya no hubiera compasión y toda la rabia de los vencedores se volviera no contra la soldadesca desvalida, sino contra los tribunos y centuriones, cuya muerte comportaba una recompensa. Los soldados rasos, despreocupados [2] del futuro y sintiéndose a salvo por el anonimato, seguían resistiendo. Deambulaban por las calles, se escondían en las casas y ni siquiera pedían la paz cuando ya habían renunciado a la guerra. Los comandantes del campamento destruyeron el nombre y las efigies de Vitelio. Libraron a Cécina de las cadenas (pues todavía entonces estaba confinado en prisión) y le rogaron que intercediera en su favor. Entre lágrimas acuciaban a quien se mostraba despectivo y altanero: ¡tantos hombres valientes invocando la ayuda de un traidor, el colmo de las desgracias! Poco después desplegaron desde lo alto de las murallas ramas de olivo e ínfulas 185 . Cuando Antonio dio la orden del cese de [3] las hostilidades, los vitelianos sacaron sus enseñas y águilas, a las que seguía una columna de hombres desarmados sin levantar los ojos del suelo 186 . Les habían rodeado los vencedores y al principio les lanzaban insultos y amagaban golpes. Después, como los vencidos ofrecían sus rostros a las afrentas y soportaban todo sin mostrar ningún tipo de orgullo, cayeron en la cuenta de que estos eran quienes no hacía mucho habían demostrado moderación en la victoria de Bedriaco. Pero cuando [4] Cécina 187 , haciéndose notar con la pretexta y los lictores, apartada la multitud, se abrió paso como cónsul 188 , se enardecieron los vencedores que le echaban en cara su altanería y crueldad (tan odiosos resultan tales defectos), así como su perfidia. Se interpuso Antonio y, tras asignarle una escolta, lo despachó junto a Vespasiano 189 .

32. Entretanto, el pueblo de Cremona sufría encontronazos con la tropa, y poco faltaba para llegar a una masacre, cuando las súplicas de los oficiales lograron calmar a los soldados. Convocados a una asamblea, Antonio se dirigió con orgullo a los vencedores, con clemencia a los vencidos y ni a favor ni en contra de Cremona. El ejército, aparte de su deseo natural de saquear, se volcó en la destrucción de Cremona por antiguos [2] resentimientos. Creían que habían apoyado al bando viteliano también en la guerra contra Otón; más tarde, se habían burlado de los hombres de la XIII 190 , que estaban allí para construir un anfiteatro 191 , con burlas insultantes, típicas de la naturaleza procaz de la plebe urbana. El rencor de las tropas aumentó también por otras razones: el espectáculo de gladiadores que allí había organizado Cécina, el hecho de que la ciudad hubiera sido dos veces la base de la guerra, los alimentos ofrecidos a los vitelianos en el frente de batalla 192 , y el que mataran a algunas mujerescuando se acercaron hasta el campo de batalla llevadas por suapoyo a la causa. Además, aquella época de mercado llenaba la colonia, ya de por sí rica, y le daba una mayor apariencia de [3] riquezas. Los otros comandantes eran poco conocidos, mientras que el éxito y la suerte habían dejado a Antonio expuesto a las miradas de todos. Marchó a toda prisa a los baños para lavarse las manchas de sangre. Al quejarse de la tibieza del agua, se oyó una voz diciendo que pronto se pondría caliente. Esta respuesta propia de un esclavo concitó contra él todo el odio por lo que siguió 193 , pues era como si hubiera dado la señal para incendiar Cremona, que ya ardía en llamas.

33. Irrumpieron en la ciudad cuarenta mil hombres armados 194 y un número mayor de asistentes y cantineros todavía peor dispuestos a la lujuria y la crueldad. Ni la dignidad ni la edad evitaban que se mezclaran las violaciones con los asesinatos y los asesinatos con las violaciones 195 Los ancianos de edad avanzada y las mujeres de edad marchita, sin valor para el botín, eran el blanco de sus burlas. Cuando una doncella crecida o alguien que atraía por su belleza caía en sus manos, la fuerza brutal de quienes intentaban cogerlos los despedazaba y esto al final llevaba a los mismos raptores a matarse unos a otros. Cuando uno se apropiaba del dinero o de las ofrendas de oro macizo de los templos, otros más fuertes le cortaban la cabeza. [2] Algunos despreciaban lo que estaba a la vista, buscaban las riquezas escondidas por sus dueños, a quienes azotaban y torturaban, y desenterraban los tesoros bajo tierra. Portaban teas en las manos, que, al terminar el saqueo, arrojaban por gusto a las casas deshabitadas o a los templos vacíos. Y, como era de esperar en un ejército de lenguas y costumbres diversas, que incluíaa romanos, aliados y extranjeros, diferentes eran sus ideas de lo que era legal para cada uno de ellos, pero nada les estaba vedado. Cremona les duró cuatro días. Cuando todos los edificios, sagrados y civiles, quedaron reducidos a cenizas, solo el templo de Mefitis 196 permaneció en pie, defendido por su situación o por el poder de su divinidad.

34. Este fue el final de Cremona a los doscientos ochenta y seis años de su comienzo. Fue fundada en el consulado de Ti. Sempronio y P. Cornelio 197 , cuando Aníbal amenazaba a Italia, como baluarte contra los galos que se asentaban al otro lado del Po y contra cualquier otra irrupción violenta que se lanzara a través de los Alpes. Así que Cremona creció y floreció por el número de colonos, por la situación favorable de sus ríos, por la fertilidad de sus campos y por las relaciones y las uniones matrimoniales con gente de las tribus locales 198 : fue una ciudad respetada por guerras externas, pero desgraciada en las civiles 199 . Antonio, avergonzado por aquella infamia y al aumentar su [2] impopularidad, publicó un edicto para que ningún cremonense fuera retenido como prisionero. Además, el botín de los soldados había quedado en nada al ponerse de acuerdo toda Italia en rechazar la compra de tales esclavos. Así que empezaron a matarlos. Y en cuanto se supo, parientes y allegados empezaron a comprarlos a escondidas. El resto de la población regresó a Cremona más tarde. Se restauraron los foros y los templos gracias a la generosidad de otros municipios con la bendición de Vespasiano.

35. Por lo demás, la tierra infectada por la podredumbre no permitió durante mucho tiempo asentarse en las ruinas de una ciudad muerta. Avanzaron tres millas 200 y encuadraron a los vitelianos, que se encontraban dispersos y aterrorizados, a cada cual bajo sus propias banderas; y distribuyeron a las legiones derrotadas por el Ilírico 201 para evitar que actuaran de forma dudosa mientras aún durase la guerra civil. Después, despacharon [2] mensajeros para informar a Britania y a las Hispanias 202 , mientras que para impresionar enviaron al tribuno Julio Caleno a la Galia 203 y al comandante de una cohorte Alpinio Montano a Germania 204 , pues este era de Tréveris y Caleno eduo y ambos a su vez vitelianos. Al mismo tiempo, se ocuparon los pasos de los Alpes 205 para su defensa, pues sospechaban de Germania, no fuera que llegara a tomar las armas para ayudar a Vitelio.

Convulsión en el imperio romano

36. Por otro lado, Vitelio, quien, tras la marcha de Cécina 206 , había empujado a la guerra a Fabio Valente unos días después, encubría sus preocupaciones con una vida disipada. No se preparaba para la guerra, no fortalecía la moral de la tropa con arengas y entrenamiento, no aparecía delante del pueblo, sino que, oculto bajo las sombras de los jardines como esos animales perezosos que, si les proporcionas alimento, permanecen echados y amodorrados, se había desentendido con igual olvido del pasado, del presente [2] y del futuro. Estando así sin hacer nada y vegetando en el bosque de Aricia 207 quedó conmocionado con la traición de Lucilio Baso y la defección de la flota de Rávena. Y no mucho después 208 las noticias sobre Cécina le produjeron una mezcla de dolor y alegría al informársele de que se había rebelado pero el ejército lo había arrestado. En un carácter tan débil pudo más la alegría que la preocupación. En medio de una gran euforia regresó a la capital y en una asamblea concurrida colmó de elogios la lealtad de los soldados. Ordenó el arresto de Publilio Sabino 209 , prefecto de la guardia pretoriana, por su amistad con Cécina, y puso en su lugar a Alfeno Varo 210 .

37. Después 211 , se dirigió al Senado con un discurso intencionadamente grandilocuente que los senadores elogiaron con estudiada adulación. L. Vitelio 212 tomó la iniciativa de una severa propuesta contra Cécina. A continuación, los demás, con afectada indignación, porque un cónsul hubiera traicionado al Estado, un general al emperador y una persona colmada con tan grandes riquezas y tantos honores a un amigo, se quejaban como si estuvieran defendiendo a Vitelio, pero en realidad estaban dando rienda suelta a su propio resentimiento 213 . En ningún discurso se [2] oyeron palabras de reproche contra los generales flavianos, pues culpando a los ejércitos de sus errores y falta de visión soslayaban, cautos y huidizos, el nombre de Vespasiano. Y no faltó quien solicitara entre halagos un único día de consulado 214 (era, en efecto, lo que le quedaba a Cécina) en medio de grandes risas para el que lo daba y el que lo recibía. El 31 de octubre Rosio Régulo tomó posesión y cesó en su cargo. Los entendidos hacían notar que nunca antes se había nombrado a un magistrado sustituto sin destituir al magistrado anterior ni promulgar un decreto 215 . En efecto, cónsul por un solo día también lo había sido antes Caninio Rebilo 216 durante la dictadura de G. César, cuando las recompensas de la guerra civil se concedían a la ligera.

38. Por aquellos días se tuvo noticia de la muerte de Bleso, que fue muy comentada 217 . De ella hemos recibido la siguiente versión. Vitelio convalecía de una grave enfermedad en los Jardines Servilianos 218 y advirtió que un palacete del vecindario brillaba durante la noche con muchas luces. Al preguntar por el motivo, se le comunica que en casa de Cécina Tusco 219