Historias un poco reales - Felicitas Vercelli - E-Book

Historias un poco reales E-Book

Felicitas Vercelli

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Beschreibung

Cuentos breves, historias donde los personajes deben enfrentar amores, desamores, miedos, fobias, desencuentros, fantasías, rumores, cansancio, indiscreciones, pérdidas y dolores. Algunos personajes son valientes, otros tímidos, otros callados, otros habladores, otros reservados, otros extrovertidos, otros curiosos. "Historias un poco reales" son relatos de la vida misma, salpicados de humor y drama. Personajes pintorescos y atractivos sobreviviendo al mundo, encarando el día a día.

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Seitenzahl: 101

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Felicitas Vercelli

Historias un poco reales

Vercelli, Felicitas Historias un poco reales / Felicitas Vercelli. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2844-5

1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Círculo infinito

Laura y Diego se conocieron en una popular aplicación de citas, chatearon a lo largo de dos meses. Laura era de cáncer y Diego de escorpio, Laura trabajaba como empleada en un drugstore y Diego como ayudante de cocina en una pizzería, Laura no tenía hijos, Diego una hija de tres años, a la cual veía una vez por semana y un fin de semana al mes la llevaba a su casa a dormir. Laura disfrutaba de ver series y comer helado, no le prestaba atención a su aspecto físico, Diego iba al gimnasio tres veces por semana, seguía una rigurosa dieta, y muy de vez en cuando veía alguna película de acción. Laura se sintió atraída por la perseverancia de Diego y el amor que él sentía por su hija, a Diego le llamó la atención la tranquilidad y la sensibilidad de Laura.

A pocas cuadras de la pizzería donde trabajaba Diego se encontraron, en una concurrida cervecería, de pie, recostados a un árbol y con sus vasos de cerveza en la mano empezaron a conocerse de nuevo. Cara a cara, mirándose a los ojos. Laura le contaba sobre la última serie que había visto, en la cual dos extraterrestres habían llegado al planeta y planeaban secuestrar a todos los perros callejeros que encontraran para llevárselos, Diego observaba la gente a su alrededor, e inclinaba la cabeza cada vez que veía a algún conocido.

—No me gustan los perros…bah ni los gatos…medio embole tu serie… ¿mucha gente pasa por el drugstore todos los días?—preguntó Diego sin mucho interés y acomodándose su pelo prolijamente peinado con gel. Laura observó las guirnaldas de luces que decoraban el lugar, escuchó el murmullo intenso.

—Más o menos…hay días y días…como tu pizzería supongo—respondió Laura.

Cuando ya no encontró a nadie más para saludar, los ojos de Diego observaron detenidamente el cuerpo de Laura.

—¿Nunca hiciste actividad física?—preguntó Diego como algo al pasar.

—¿Me estás diciendo gorda?—se atajó Laura.

—No…te pregunto nada más…en las fotos parecías más…—agregó Diego.

—¿Más flaca? ...dos meses estuvimos hablando y mandándonos fotos… ¿cómo no me di cuenta lo imbécil que eras?—expuso Laura.

—Pero no…no te ofendas…no soy imbécil…podemos salir a correr juntos si te parece—declaró Diego.

—Nos vemos flaco—dijo Laura y empezó a caminar alejándose. Diego se acercó a uno de sus tantos conocidos, lo integraron a la charla, y ahí se quedó. Después de caminar cien metros, Laura detuvo la marcha y disimuladamente miró hacia atrás, una pareja venía conversando. Tomó su celular, pidió un taxi y regresó a su casa. Eliminó los chats con Diego, lo borró de su lista de contactos e ingresó nuevamente a la aplicación de citas. Se tiró en la cama y las preguntas comenzaron de nuevo, “¿de qué signo sos?” “¿A qué te dedicas?”

Tabla de contenidos

Círculo infinito

¿De qué te reís?

El perfume que se derramó sobre la mesa de pino

El río y Don Arturo

El umbral de Ricardo

Medias, medias, medias

Rosa y su gato

Amor no correspondido

¿Dónde está Carmen?

El círculo infinito

El sonido del tamborín y el amor

Emma y Timoteo

Ese muchacho de barba tupida

Kimberly en Beverly

La chica sin nombre

La señorita Gladis

Los cuadernos de Mateo

Pobre Miguel

¿Quién soy?

El test de embarazo

Los zapatos de Sheila

¿Qué pasó esa noche?

¿Quién es Rita Gómez?

Una bella mujer en un vestido azul

Feliz cumpleaños Olga

La chica que bailaba sola en el medio del salón

Ernesto y su fantasía

Elvira, sus plantas y el verano.

Las naranjas podridas

Retratos

Lucía decidió casarse

Carmen: la insegura.

Luisa: la preocupación de una madre

El amante

Qué me parta un rayo

Antes de las nueve

Gina y el extraterrestre

Historia de mi secuestro

La ventana del consultorio

Landmarks

Table of Contents

¿De qué te reís?

Una tarde de verano, sofocante y húmeda, Ricardo la invitó a Julieta a tomar un helado, a pesar de odiar el calor y no tolerar mucho a Ricardo, Julieta aceptó la invitación, era una buena excusa para salir un poco de la pequeña casa que compartía con sus compañeras de facultad, quienes la humedad las volvía el doble de irritantes. Ricardo la pasó a buscar y juntos caminaron las diez cuadras que separaban la casa de Julieta de la heladería, hicieron cola hasta que pudieron ingresar al local, donde se refrescaron con el aire acondicionado. Julieta pidió un cucurucho de ananá y durazno, gustos frutales para combatir el calor agobiante, mientras que Ricardo, fiel a su gula, prefirió chocolate y dulce de leche. Caminaron hasta la plaza que se encontraba enfrente a la heladería y se sentaron en uno de los bancos de madera decorado con caca de paloma, grafitis y chicles masticados, apurados procedieron a comer sus helados, las cremas se derretían y corrían por las manos de ambos, Ricardo precavido había sacado de la heladería muchas servilletas.

Varios minutos después con los dedos pegajosos, Ricardo quiso charlar, Julieta miró hacia su reloj de pulsera y desde que había salido de su casa no habían transcurrido ni cuarenta minutos aún.

—Hace tres meses más o menos que empezamos a charlar…cuando me pediste que te explicara Anatomía I… ¿te acordás?—preguntó Ricardo.

—Sí…la estoy preparando todavía…en una semana rindo—respondió Julieta.

—Te va a ir bien…yo la promocioné…si no entendés algo puedo volver a explicarte—agregó Ricardo.

—Te aviso—dijo Julieta volviendo a mirar de reojo su reloj. Cuando hubiese pasado una hora, se levantaría y le diría a Ricardo que tenía que seguir estudiando. Los pensamientos de Ricardo iban y venían, debía sacar charla y tratar de mantener a Julieta interesada, pero fracasaba en cada uno de sus intentos.

—¿Vas a rendir alguna otra materia además de Anatomía?—preguntó entusiasmado esta vez.

—No…por ahora esa solamente—replicó sin entusiasmo Julieta. Los dos se quedaron callados durante varios segundos, el calor no daba tregua, la gente iba y venía, algunos paseaban, otros hacían actividad física, niños jugaban en la plaza alrededor de la estatua de San Martín a caballo. Julieta quería regresar a su casa, Ricardo quería seguir sentado en ese banco junto a esa chica que no quería estar con él, Julieta sabía que Ricardo la quería, Ricardo sabía que Julieta no estaba interesada en él. De golpe Ricardo comenzó a reír, Julieta sorprendida lo observó.

—¿De qué te reís?—le preguntó pasmada.

—De lo absurdo de esta situación…yo te quiero y vos estás apurada por alejarte de mí…vamos…te acompaño – Juntos, sin mediar palabra volvieron a caminar las diez cuadras, Julieta le agradeció por el helado y entró a su casa, Ricardo siguió su camino. Sabía que en alguna otra materia la iba a cruzar y ese pensamiento lo hizo sonreír.

El perfume que se derramó sobre la mesa de pino

Ana no dejaba su casa sin antes rociarse detrás de sus orejas un poquito de perfume francés caro, era un gusto que se daba dos veces al año. Iba a su perfumería predilecta y pedía oler varias fragancias, trataba de ir variando, no de comprar siempre el mismo perfume. El idéntico olor la aburría, la cansaba.

Una noche su pareja, Aldo, llegó a visitarla borracho, Ana sorprendida de verlo así, le sugirió que regresara a su casa, pero él insistió en quedarse, Ana quería acostarse a dormir, estaba cansada después de una larga jornada cosiendo un vestido para una fiesta de quince. Aldo quería discutir, primero le planteó que ella nunca tenía tiempo para él, después que Ana no aceptaba que él llegara sin avisar, ¿acaso tenía un amante? ¿todos esos perfumes eran para oler rico para alguien más? En la cabeza alcoholizada de Aldo no había lugar para el razonamiento. Ana volvió a pedirle que se fuera, esta vez su pareja se dirigió hacia el dormitorio, agarró una de las botellas de perfume que allí había, una que se asemejaba a una petaca de whisky, la destapó, la olió y volvió a la cocina, se sentó en una de las sillas y comenzó a rociar la mesa con el perfume.

—¿Qué hacés desquiciado? ¡No desperdicies ese perfume así! ¡¿Estás loco?!—gritó Ana desesperada.

—Ahora tu amante va a poder oler esta mierda cuando entre a esta casa—respondió Aldo. Las manos de Ana temblaban, Aldo solía tomar bastante, pero jamás se había mostrado de ese modo tan violento. Él seguía echando perfume sobre la mesa, Ana veía como el contenido del frasco iba disminuyendo, no se animaba a sacárselo de la mano por miedo a la reacción que Aldo pudiera llegar a tener. Ana abrió el primer cajón de la alacena, encendió un fósforo y lo arrojó sobre la mesa que chorreaba perfume, una llamarada imponente lo envolvió a Aldo, ella corrió hacia la vereda pidiendo ayuda. Los bomberos junto a la policía acudieron a tiempo, Aldo sufrió heridas leves al igual que la casa de Ana.

Aldo se disculpó pensando que con eso bastaría para que todo volviera a ser como antes. Ana dio por finalizada su relación con ese hombre quien la acompañó durante doce años, pero que esa noche se había convertido en un extraño.

La mesa de la cocina estaba chamuscada y hedía a perfume, Ana no quiso comprar una nueva, esa mesa de pino le recordaba la falta de cordura de Aldo, con quien no debía regresar nunca jamás.

El río y Don Arturo

Todas las mañanas de Don Arturo eran exactamente iguales, rutinarias. Se despertaba a las siete en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. Iba al baño, después a la cocina, prendía la radio, calentaba agua para el mate, tostaba tres rodajas de pan, las untaba con miel y se sentaba a la mesa, a través de la ventana observaba el movimiento matutino, autos que iban y venían, gente en la parada de colectivo, señoras caminando, Don Arturo no extrañaba su vida laboral, lejana y perdida en el tiempo, ya era un recuerdo, le gustaba imaginarse cómo serían las vidas de esas personas, a dónde iban, si disfrutaban lo que hacían. Cuando se terminaba el litro de agua del termo, iba al baño nuevamente, se cambiaba las chinelas de cuero marrones y desteñidas por un par de zapatillas deportivas.

Caminaba durante cuarenta minutos, a paso lento, eso era lo que demoraba en llegar a la costanera, ahí respiraba hondo y se sentaba a contemplar el río, observaba las lanchas que pasaban, algunos veleros, kayaks, canoas con pescadores. Recobraba energía y emprendía la vuelta. Sus días no cambiaban excepto que lloviera o hiciera muchísimo frío, en esos casos excepcionales decidía quedarse adentro. Don Arturo era rutinario y salir de ese esquema le provocaba ansiedad.

Una mañana otoñal y nublada de abril, un adolescente que cuidaba autos en la zona le preguntó a Don Arturo por qué se quedaba tanto tiempo mirando el río, cuál era la novedad si todos los días hacía lo mismo. Don Arturo le explicó que el río parecía ser igual cada día, pero no lo era, su movimiento cambiaba, el color del agua, ningún día era idéntico a otro porque todo alrededor era distinto.

—Vos ayer tenías un sweater marrón de lana, hoy tenés esa campera negra de algodón, ayer no me preguntaste nada…hoy estamos hablando… ¿te das cuenta? Cuando vuelva a mi casa voy a recordar esta conversación con el cuidacoches de campera negra—explicó Don Arturo mirándolo profundamente a los ojos.

—¿Usted va a pensar en mí Don?—preguntó entusiasmado el muchacho.

—Don… Arturo…sí, voy a pensar en vos y en el río…y en esta conversación que Dios nos regaló hoy.

El umbral de Ricardo