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Una noche estrellada, fría, como tantas otras de cualquier invierno, se torna ideal en la romántica contemplación de un enamorado. Profundos anhelos que, pronto, en su cama, se convierten en plácidos sueños. Dulce letargo que, inexplicablemente, desemboca en una extraordinaria realidad. Una tremenda calamidad, que supera cualquier pesadilla: Alejandro, despierta, desconcertado, en un inhóspito rincón del mundo, por el que deberá vagar totalmente solo, enfrentando a sus propios miedos, al filo de la muerte, y sin hallar respuesta alguna. ¿Hacia dónde lo llevará su aventura por develar este gran misterio? ¿De qué podrá valerse para regresar a salvo a su hogar?
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Seitenzahl: 88
Veröffentlichungsjahr: 2022
Adrián David Tinti
Tinti, Adrián David Huellas de lo insondable / Adrián David Tinti. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2503-1
1. Ciencia Ficción. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Cover
Table of Contents
“A todos mis seres amados;en especial a Pastora Natalia y Franco Antonio, quienes,con su luz eterna, me sabrán guiar”
Plena de esplendor y desde lo alto, la ancestral bóveda nos convoca con su soberbio espectáculo. Al elevar la mirada para contemplarlo, una inmediata tregua se concreta en el existencial e intangible conflicto que enfrenta al espacio y al tiempo con nuestra razón. Por medio de tan excelsa comunión, tantos inexplicables paradigmas, a la vez, son reunidos.
Pero… ¿De qué se trata esta maravillosa manifestación?
En el teatro universal, los eternos bailarines sus rostros ocultan tras pintorescas máscaras y danzan sobre el escenario como bella dupla, al compás de una dulce copla: la que regala el tañido de una lira fabulosa. Con la luz y la oscuridad que los circunda, otra pareja se podría formar, aunque, en verdad no sería nada fácil, pues la vida y la muerte, tras las anodinas caretas, con el cuerpo y el alma se suelen confundir, ya que, en sus movimientos, aquellas y estos en nada parecen diferir.
Los celestes y audaces danzantes, en el auge de su performance, con sus rápidos giros y cruces, hacen sacudir sus cristalinas prendas, de tal modo que éstas amenazan con volarse. Así, cada astro al desnudarse en brillo ante nuestros ojos, parece de pronto acercarse a cobijarnos, más al enseñarnos la oscuridad que lo circunda, nos hace estremecer de frio. Y lo que allá se confunde con la eternidad, en cambio aquí, los años deshacen en un destello.
Pero, a pesar de todo, tanta magia derramada sobre aquel cielo que separa lo que conocemos de lo desconocido, hace reverdecer en nuestro interior, el primitivo anhelo por revelar nuestro origen, por saber si también somos parte de esa obra que allí se representa. Por eso, cuando entre la inmensidad, una constelación se destaca por el ocasional cabrilleo de sus estrellas, tal vez sea porque descifra el significado cabal de ciertas reminiscencias de un pasado incierto que, aunque hayan sido desechadas por nuestra memoria, todavía continúan ínsitas en algún lado del espíritu, como surcos de un olvidado camino que nos conduce directamente hacia nuestro verdadero hogar.
Quizá, por tal motivo, el cielo sea el campo perfecto para que la memoria exitosamente coseche los excepcionales frutos de la imaginación, ya que, allí donde la razón no alcanza, la imaginación nos lleva. Sin embargo, cual pintoresco abanico que se vuelve fuego con el trepidar de la canción, hasta que súbitamente, se apaga en el misterio de la mano que lo cierra, así en una síntesis semejante, la mente despierta y, dejando bien en claro que hará todo lo posible por llegar a tocar aquellas fantásticas cuerdas que han creado tal misterio, la representa a su modo. Así nace el fenómeno.
Después de dejar la cuna de la sensibilidad, el fenómeno, en manos del entendimiento, se convierte en algo equivalente al botín más preciado de una guerra, seduciendo con sus singulares encantos inclusive a la razón. Entonces ésta, abandonando su alto trono a instancias de una insaciable curiosidad, comienza rápido a trazar un plan para descubrir, que será eso que tanto la fascinó, y mejor aún, cuál será su enigmática fuente. ¡Vaya extraña paradoja de la mente que unge a la materia como necesaria, en lugar de contingente, para luego detenerse a investigar su causa!
He aquí el principio del fin, ya que tanta es la osadía de la razón en su afán por lograr su objetivo que invade la escena en vez de solo disfrutarla desde las butacas. Así, perturba a los sacrificados danzarines, quienes, espantados por tamaña impertinencia, interrumpen en el acto la demostración de su arte. Con ello, la inmemorial musa se deshace como la burbuja henchida de más por el aire.
Así disuelto el pacto, recobra el tiempo su autonomía y desenvaina su arma más letal. Entonces, cada inspiración, cada imagen resultante de nuestra creación, en suma, todo, sucumbe bajo el despiadado ataque de un nuevo instante. Y lo propio sucede con el espacio, pues, la sustancia de lo perpetuo, que hace un momento casi tocábamos con nuestros dedos, otra vez se torna inalcanzable. Imposible.
En fin… ¡Si tan solo bastara mirar un segundo hacia el cielo para hallar la respuesta tan buscada!
El abrigado torso de un joven se descubre. Envuelto por la oscuridad de la noche y en medio de su silenciosa quietud, él absorto permanece. Alejandro es su nombre.
Y así continuó, buscando el auténtico sosiego, o tal vez recordando su motivación ausente.
Observaba desde su terraza cómo la brillante Canopusostenta orgullosa su magnífico fulgor en medio de una transparente noche de finales de invierno, de esas que, pese al frío, son inolvidables. A través del infinito mar de la bóveda, ella comanda el curso de la nave legendaria, y es imitada su segura estela por los restantes y tenues astros que la forman. Semejante visión le inspiró el recuerdo de un instante supremo: Tras lentamente aproximar los labios, besó esa boca por primera vez, cerrando en aquel momento y también ahora, tiernamente los ojos, como si quisiera, de nuevo, caer preso de tan maravillosa experiencia. Así, imploraba que ese barco celestial impulsado, esta vez, por sus suspiros lo conduzca pronto hacia el divino puerto de su destino, hacia su amor.
De pronto comenzó a sentir como si una mariposa recorriera con delicado y lento vuelo cada parte de su ser. Se dejó llevar por ella, solo oyendo cómo sus fabulosas alas, al revolotear suavemente en su interior, murmuraban. Así bajo el efecto de tan honda comunicación, de tan inenarrable goce, no es difícil entregarse al sueño, pues este invita a la mente a olvidarse de pensar y, a solo suspirar.
Así abandonados los “seguros” esquemas de la representación sensible, queda la razón desamparada en un territorio extraño, desconocido; impredecible.
Allí, todo lo que nuestra conciencia se agota por construir, el sueño busca desarmar, mientras, sobre un inoxidable carrusel, juntos acostumbran a pasear. Siempre la misma sortija a la conciencia, su invitada, el sueño promete. Y engatusada por los falsos juramentos de aquel gentil Romeo, ella no se percata de las piezas de realidad que le son robadas tras cumplirse cada vuelta.
Así, el panorama a su alrededor, constantemente se hace y se deshace. Y se confunde, en ese vértigo, el propio yo con el todo a la vez que el todo le es ajeno al propio yo. Estas quimeras entorpecen el paso firme que señala la apercepción, ya que, incluso, la experiencia fiel a la geometría de las formas aquí, completamente, se deforma. Todo resulta un caprichoso e inmaterial albedrío. Y eso mismo ocurre con el tiempo, que no respeta ningún parámetro, sino solo una antojadiza e ignota voluntad, cuyo mandato es el presente, de golpe el pasado, de repente el futuro y, de un zas, otra vez el presente.
Cuando este extraño devenir parece materializar nuestro anhelo más intenso, hablamos de fantasía o ensueño.
Cuando, en cambio, refleja un terror insoportable, que perturba incluso al más profundo letargo, despertándonos con el cuerpo estremecido por helados espasmos, y el corazón latiendo desbocado, pensamos, sin dudarlo, en una pesadilla.
Pero… ¿Qué creeríamos si, de pronto, a pesar de estar vivos, no pudiéramos despertar?
Durante sus sueños, Alejandro tuvo un encuentro impensado, uno jamás imaginado. Al parecer abrió una puerta que nunca debió abrir, o a lo mejor quien lo hizo fue la fuerza irresistible de un impulso desconocido, que repentinamente, intervino en el inhabitado páramo de su sosegado consciente. Y entonces, sin sentir sus pies moverse, el plácido durmiente fue alejado del acostumbrado camino.
Bajo ese poder, vagó por muchos rincones desconocidos hacia un incierto destino. Ni siquiera el temor más grande que pueda imaginarse pudo hacerlo regresar de aquel insólito extravío.
Un aire intenso, puro—extraño— lo mantenía tendido sobre un lecho imaginario.
Poco a poco, el tranquilo compás de su honda respiración comenzó a alumbrarlo. Sus ojos, prefiriendo aun el amparo de esa apacible oscuridad, solo parpadearon pesadamente.
No obstante, aquella bella melodía fue perdiendo su primigenia gracia hasta volverse un ronco y monótono ruido. Un estrepito que raspó, sin piedad, sus tímpanos dormidos. Entonces, al sentir que, muy cerca, unas pequeñas lascas golpearon el suelo con el inconfundible rumor de la destrucción, el creciente asalto de la duda bajo el sórdido impacto de un tremendo pavor, hizo que Alejandro, finalmente, abriera sus ojos.
Cual reflejo simultáneo de incontables espejos quebrados que hacía brillar la distorsión entre fugaces e indeterminadas imágenes, así de densa e indómita era la atmosfera que colmó su visión. Y a pesar de que la caricia de hierro del Buran haría estremecer hasta el alma, él estaba tan perplejo por lo que veía que ni siquiera parpadeó.
Solo yacía sin comprender nada, con su torso postrado sobre una amplia roca.
Pero tras amainar el terrible torbellino, las oscuras pupilas del joven se esclarecieron. Después de mucho mirar sin ver nada, logró distinguir el sol en lo más alto de un cielo celeste profundo. Y en tan sospechosa normalidad, su mirada perdida halló un refugio: el único bastón que pudo sostener su trastabillante cordura.
Aquel intenso calor, que lo había obcecado, grabó la esfera solar en sus pupilas, al punto de no poder dejar de verla ni aun en el vacío de su interior. Así alimentadas por tal ardor, que traía consigo un sufrimiento que no cabe en ninguna herida, se deslizaron sobre sus frías mejillas, unas lágrimas tímidas. Primicia cierta de una angustia que su garganta convirtió pronto en un violento alarido, en la ira de una filosa espada que atravesó la monotonía allí reinante, como si quisiera acabar con todo imitando al viento fulminante.
Pero, pese a su potencia,