Humillación y renuncia - Franco Salvador Zappetti - E-Book

Humillación y renuncia E-Book

Franco Salvador Zappetti

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Beschreibung

Como su título lo indica, Humillación y renuncia nos propone dos acciones concretas para desertar del pesado sueño en el que hemos caído desde hace mucho tiempo. Primero, la humillación de vernos al espejo tal cual somos, despojados de todos los adornos que el progreso y la tecnología nos suministran constantemente. Segundo, la renuncia consciente a toda esa superfluidad como una forma posible de revolución, como una manera de recuperar la humanidad que hemos perdido.  La sencillez de esa propuesta se entrelaza de forma coherente con un estilo de escritura despojado, por momentos duro y visceral, pues el autor no ha querido disfrazar su pensamiento con rebuscadas metáforas ni con palabras políticamente correctas. Por lo tanto, si busca usted una mera distracción en el escaso tiempo libre que le dejan las demás distracciones, quizás este libro no sea para usted. Sin embargo, cuando ya no pueda escapar de su angustioso laberinto, aquí lo estará esperando para recordarle algunas verdades. 

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Humillación y renuncia

Humillación y renuncia

Franco Zappetti

© Tercero en discordia

Directora editorial: Ana Laura Gallardo

Coordinadora editorial: Ana Verónica Salas

www.editorialted.com

@editorialted

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-987-8971-74-2

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Impreso en Argentina.

Zappetti, Franco

Humillación y renuncia / Franco Zappetti. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8971-74-2

1. Ensayo Filosófico. 2. Crítica Social. 3. Ética. I. Título.

CDD 101

Prólogo

Lo escrito se nutre de lo leído y florece en este libro. Cuando se trata de escribir, uno tiene diferentes estilos e intenciones con el lector, los cuales, sin él, no tendrían sentido.

Nuestros días, tan desconcertantes en su manera de desenvolverse, podían producir muchas emociones en el individuo, que estaba obligado a digerirlas, en algunos casos, con emociones eufóricas, en otros, con depresiones atenuantes de todo signo vital.

En lo que respecta a mi realidad, está colmada de posturas pesimistas, las cuales no se originaron de la nada, sino que fueron producto de los autores con los que me fui topando, desde una literatura filosófica occidental, como Marx, Foucault, Nietzsche y Cioran, hasta una oriental, que incluye los sutras de Buda, Jiddu Krishnamurti y Lao Tse.

En este nuevo marmoleo de ideas, me propuse trasmitir en sensibles e improvisadas palabras lo que sufrió mi cuerpo y lo que retuvo mi mente: ahora veía un panorama tan claro como siniestro.

No es mi objetivo hacerlo sentir feliz, agradecido o darle una cucharada de la miel de la comprensión. Le extiendo mi mano para que nos adentremos en los laberintos de la confusión y en las paredes de la tristeza.

Quizás nunca encontremos la salida, y allí es donde se fundirá nuestro encuentro, donde forzaremos nuestros ojos adictos a la luz y veremos si se asoma cierto destello por algún recoveco de estas ciudades tan rígidas como opacas.

Si algo me quedó claro a temprana edad es que Buda nunca hubiese despertado en las circunstancias de nuestra modernidad. El factor adormecedor fue creciendo para combatir a ese ser iluminado que podía ser cualquiera, pero no le servía a nadie.

El instinto de aprovechamiento del hombre fue más fuerte que su sentido de libertad.

Pero, con todas estas ideas negativas que solo consiguen enfermarnos el humor, ¿qué ganaría yo al inyectarle al lector este veneno? ¿No debería usar mi oportunidad para garantizarle un bien común? ¿Debo motivarlo o desmotivarlo? ¿Estaré siendo poco ético al compartir ideas pesimistas?

Algunos verán esto como un desperdicio de renglones que retiene su atención, pero no les aporta ganas de vivir, sino al contrario: parecería ser un manual para un suicidio colectivo.

Lamento que en sus manos haya caído un fruto podrido, pero mi pedagogía nace en saber reconocer la podredumbre. Nunca sabrá apreciar un fruto maduro si no le pegó, aunque sea una vez, un mordisco inocente a aquel que no lo estaba.

Le advierto que yo soy uno de ellos, que estoy echado a perder, así que es su responsabilidad seguir leyendo.

Postulado

Esta arrogancia emanada de mis escritos nace de un alma perseguida por temas abstractos, pues cometo el atrevimiento de escucharla y elaborar aforismos tan lapidantes como ingenuos.

Toda mi vida me vi en un estado de confusión ante los sucesos que acontecían en mi día a día. Esto lo experimenté intensamente durante unos breves segundos de mi existencia en los que pude contemplar el sinsentido más explícito de mi vida: un nihilismo carnal y visceral. Sensaciones que no entran en el espectro común de emociones.

Me tomó por sorpresa verme a mí mismo en el presente. No entendía mi cuerpo, lo que mis ojos veían o escuchaban. No sabía cómo era que me mantenía de pie y qué era lo que estaba sosteniendo en ese momento. No sé si otros seres habrán experimentado algo similar, pero fue una sensación tan liberadora que anhelo volverme a topar con ella. Un olvido del lenguaje, un borrado total del pasado y una despreocupación fugaz de mi futuro.

Pero la vida, más allá de la sensación, me permitió criticar ideas que parecían existir gracias al lenguaje. Esta ilusión de letras, que interpreto con una velocidad alocada, era un patio de juegos casi infinito para quien no tenía miedo de desarrollar eso que creía entender. En mi capricho de ser sabio, me repetía constantemente que el saber no existía y que, si había algo que podía enseñarme cosas profundas, era el silencio, el eslabón más odiado del lenguaje, aunque, sin él, el ruido sería incesante.

¿Existirá alguien de nuestro presente que soporte el abismo silencioso sin caer en la tentación de contextualizarlo todo, sin esta naturalizada costumbre de nombrar las cosas, rellenarlas de conceptos y expulsarlas sin miedo alguno a equivocarse?

En lo que más se equivocaba el humano era en todo aquello que ponía dentro de la cesta de la dignidad. Siempre había cosas pesadas en ellas, pero, por más cansado que estuviera, no las quería soltar.

Tras experimentar las primeras muertes ajenas y ver las reacciones de los demás, me encontré más confundido aún con este espécimen al que no le bastaba con tener una vida más digna que el resto, sino que ahora tenía la muerte más trágica.

La hipocresía de mi gente se volvía cada vez más evidente, y los textos orientales terminaron por meterme en dicho grupo al ver que yo tampoco entendía el verdadero compás de la naturaleza percibida.

A su vez, sufría las implicaciones de mi tiempo, que representan los restos de una batalla interna de la humanidad debida al dualismo siempre presente de lo que se denomina “clases” —vaya término tan extraño—. No entendía cómo el humano prescindía de ellas para su desarrollo y por qué la injusticia brotaba sin cesar de esa grieta tan agónica que quien se encontraba en ella no se resistía a hacer comedia para soportarla.

Quien quiera ser salvado es porque su vida es un tedio, y mecanismos para esto hay en gran cantidad. ¿Cuándo basculó hacia este matiz la vida? ¿Siempre fue así para el que ahora dependía de la sociedad? Qué características tan atroces debía tener cada integrante, que ahora portaba, como herramienta indispensable, el ego. Sin él, no era nada, y temía con todo su ser volverse tal.

No saber de qué cosa inmensa es usted parte, no conocer sus límites ni intenciones. Si todo flota en un vacío inexplicable que nos deja danzar y cantar, pero también sangrar y llorar, ¿cómo no caer en la tentación de pensar lo injusta que es la vida con nosotros y tan falta de respuestas? Cabría preguntar de dónde nace esta necesidad de responder. A un colindante puedo responderle, ¿qué nos hace pensar que a la vida también?

Y en semejante desesperación, ¿a quién reclamar?, ¿quién es el culpable de que no pueda entender? Quizás, solo agradezcamos la muerte. No la del cuerpo, sino la mental, ya que ella fue quien creó todos estos laberintos.